Duelo

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida 1792 1024 BELÉN PICADO

El duelo es un proceso natural y universal que todos atravesamos en algún momento de nuestras vidas; es el precio que pagamos por haber amado, compartido y, de alguna forma, por haber vivido. Sin embargo, pese a que todos transitamos este camino antes o después, no todas las pérdidas reciben la misma consideración. Algunas no solo no están socialmente aceptadas, sino que el dolor que generan se ve deslegitimado por el entorno, como si la persona que ha sufrido esa pérdida tuviera menos derecho a llorarla o su sufrimiento fuera menos válido que el de otros. Se produce entonces un duelo desautorizado, también denominado prohibido o silente.

Como seres sociales que somos, ante una situación de trauma o pérdida lo normal es buscar la conexión con otras personas. En circunstancias así, no es lo mismo estar acompañado de alguien que nos sostiene y que responde a nuestras necesidades emocionales, que vivir esa misma situación en soledad, sin nadie con quien poder compartir lo que nos está sucediendo o nuestros sentimientos.

¿Qué es el duelo desautorizado?

Llamamos duelo desautorizado al que se vive con una pérdida que, por su naturaleza, no es reconocida o validada por quienes nos rodean. Quizá porque el vínculo que perdimos no se considera «legítimo» o «importante» desde una perspectiva social; puede que porque la relación era compleja o la persona fallecida ocupaba un rol controvertido en nuestra vida. O, simplemente, porque nuestro entorno cree que no deberíamos estar «tan afectados».

Aunque se trata de pérdidas tan dolorosas como cualquier otra que esté «mejor vista», quienes las viven reciben mensajes, unas veces sutiles y otras de forma explícita, que invalidan su dolor. Se les dice que «no es para tanto» o se les sugiere de alguna forma que no tienen «derecho a llorar».

Unas veces, son las normas sociales, familiares o culturales las que nos transmiten la idea de que no todas las pérdidas merecen el mismo duelo. Se nos inculca quiénes pueden llorar, por qué tipo de pérdidas y durante cuánto tiempo. Se espera que una persona llore por la muerte de un familiar cercano, pero en el caso de una mascota o una expareja, la sociedad tiende a minimizar ese dolor, considerándolo «menos importante».

En otras ocasiones, sin embargo, es la propia persona quien se niega a sí misma el derecho a sufrir y a expresar lo que siente, diciéndose que su dolor es «exagerado» o que no debería sentirse tan afectada. Por ejemplo, si muere una expareja y tengo una nueva relación yo misma puedo pensar que mi tristeza está fuera de lugar. Y en lugar de permitirme vivir el duelo, minimizaré o reprimiré mis emociones. Este tipo de autocensura no solo me llevará a sufrir en silencio; también dificultará mi proceso de sanación, ya que expresar el dolor es una parte fundamental del duelo.

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

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Tipos de duelo prohibido

Tomando como base la clasificación de Kenneth Doka, que fue quien desarrolló el concepto en 1989, los distintos tipos de duelo desautorizado pueden englobarse en cuatro categorías principales:

1. Cuando la relación no es reconocida

El vínculo entre el doliente y la persona fallecida no es considerado significativo o legítimo por la sociedad, lo que limita el derecho de aquel a expresar su tristeza.

  • Relaciones extramatrimoniales. La pérdida se desautoriza socialmente debido al juicio moral que se impone a estos vínculos, eliminando desde el principio el derecho a la expresión emocional. De este modo, el duelo se vive en silencio, ya que el entorno suele ver este tipo de relaciones como «ilegítimas» y el dolor por la muerte de un/a amante como algo «fuera de lugar».
  • Parejas homosexuales. En contextos donde la homosexualidad no es socialmente aceptada o cuando la relación no ha sido públicamente reconocida, el doliente puede enfrentarse a la pérdida en total soledad, sin el derecho a expresar su dolor o a recibir el apoyo emocional de su comunidad. Esta falta de reconocimiento social también implica, a veces, negar el derecho a despedirse y ser excluido de rituales o eventos donde este rol de pareja no es aceptado (funerales, actos de homenaje…).
  • Amistades y relaciones no familiares. Muchas veces se olvida hasta qué punto puede afectarnos el fallecimiento de amigos u otras personas con quienes existía un vínculo muy estrecho. Frases como «Solo era un amigo» o «No es como perder a un hermano» reflejan esta falta de reconocimiento y omiten el hecho de que una amistad puede ser uno de los vínculos más fuertes en la vida de una persona.
  • Muerte de una expareja. Al no tratarse de una relación vigente, el entorno resta importancia a esta pérdida, asumiendo que no debería generar un dolor significativo. Comentarios como “Pero si ya no estabais juntos” o «Si ya tienes una nueva pareja…» pueden hacer que la persona sienta que no tiene derecho a expresar su pesar o, incluso, que está traicionando a su pareja actual.
  • Pérdida de un paciente o de un alumno. En ciertas profesiones, como las relacionadas con el ámbito sanitario o educativo, llegan a establecerse relaciones muy estrechas. Sin embargo, ante el temor de que se considere inapropiado mostrar abiertamente su tristeza, algunos profesionales optan por ocultar sus emociones ante la muerte de un paciente o un alumno, por ejemplo.
2. Cuando la pérdida no es reconocida

En este caso, la pérdida en sí misma no se considera digna de duelo y no se valida el derecho del doliente a vivir y compartir las emociones propias de este proceso.

  • Muerte de un animal de compañía. La sociedad a menudo subestima el vínculo tan fuerte que puede llegar a establecerse con una mascota, deslegitimando el sufrimiento de quienes viven esta pérdida. Mensajes como «Pero si solo era un animal» o «Puedes conseguir otro» pueden hacer que quien esté atravesando este duelo se sienta incomprendido o incluso ridiculizado.
  • Pérdidas simbólicas. Existen pérdidas que no implican la muerte de alguien, como el envejecimiento o la pérdida de capacidades físicas. Se considera que estos cambios deberían aceptarse sin más, privando a quienes los experimentan de la validación emocional que necesitan.
  • Muertes no reconocidas socialmente y que involucran a personas que, por diversas razones, han sido marginadas o invisibilizadas por la sociedad (personas sin hogar, migrantes, quienes viven en instituciones sociosanitarias o penitenciarias, etc.). Debido a prejuicios y estereotipos, se puede pensar que estas pérdidas ‘no merecen’ un duelo o que resulta «exagerado» sentir pena por ellas.
  • Pérdidas ‘esperadas’. La muerte de alguien cuya partida parecía previsible, ya sea por su edad avanzada o una enfermedad prolongada, suele deslegitimarse bajo la idea de que el duelo debería ser menos intenso o más fácil de sobrellevar. Este tipo de reacción puede hacer que el doliente reprima su tristeza o se sienta culpable por sentir tanto dolor.
  • Muerte perinatal o pérdida gestacional. La pérdida de un bebé antes, durante o poco después del parto es un duelo que se desautoriza con frecuencia, tanto por el personal sanitario que no siempre se muestra empático con los padres, como por la propia familia y la sociedad en general («Ya tendrás otro hijo», “Si venía mal, mejor así”, “La naturaleza es sabia”…). El silencio que rodea estas pérdidas es todavía mayor cuando se trata de un aborto provocado. A menudo se da por hecho que al ser una decisión voluntaria la mujer no sufre y se la deja sin el apoyo necesario. También es habitual que el entorno no sepa nada o que, al ser ella quien lo ha decidido, se espere que se sienta aliviada.
Duelo desautorizado o prohibido

La cuna vacía, de Manuel Ocaranza

3. Cuando el doliente es el excluido

A veces, nuestra necesidad de proteger y de apartar a alguien a quien queremos del dolor hace que le privemos de su derecho legítimo a saber qué está ocurriendo.

  • Niños. Por miedo a dañarlos, no se habla con los niños de la enfermedad grave de un ser querido. O, directamente, se les excluye de los funerales, bajo la creencia de que «no entienden qué está ocurriendo» o por temor a que se desestabilicen. No se tiene en cuenta que ellos también necesitan apoyo emocional para procesar la pérdida.
  • Personas mayores. Como se da por sentado que las personas mayores están más acostumbradas a la pérdida, muchas veces no se les da espacio para expresar su dolor. Este tipo de exclusión puede llevar a un duelo solitario en una etapa de la vida donde el apoyo es crucial.
  • Personas con discapacidad. La sociedad tiende a suponer que quienes tienen alguna discapacidad intelectual no experimentan el duelo «completamente». Esto crea una barrera que limita la expresión de su dolor y su proceso de duelo.
4. Circunstancias particulares de la muerte

El contexto en el que se produce la muerte también es importante. Hay muertes “estigmatizadas” que generan mucho rechazo social, lo que influye en la forma en que el entorno apoya al doliente.

  • Suicidio. Las familias que enfrentan una muerte por suicidio tienen que hacer frente a estigmas y preguntas invasivas que pueden hacerles sentir avergonzadas o juzgadas, dificultando su duelo. (En este blog puedes leer el artículo «Muerte por suicidio (I): Un duelo con mucho enfado, culpa, vergüenza y miedo»)
  • Muerte por sobredosis, sida, etc. Las muertes relacionadas con adicciones o enfermedades socialmente estigmatizadas, como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, también generan muchos juicios de valor. En estos casos, no es extraño que algunas personas del entorno asuman que la muerte es «consecuencia» de las acciones del fallecido, limitando así el apoyo al doliente y haciendo que este se sienta aislado en su dolor.
  • Homicidio. La pérdida de un ser querido en un homicidio es dolorosa y traumática. Además, el estigma asociado a este acto violento puede hacer que el entorno no sepa cómo sostener, generando silencio e incomodidad en lugar de empatía.

Consecuencias del duelo desautorizado y su impacto emocional

El duelo silente, al no recibir la validación ni el apoyo social necesarios, puede afectar de varias formas:

  • Soledad. La falta de comprensión y empatía por parte de familiares, amigos y conocidos lleva a que el doliente se aisle emocionalmente, sintiéndose así más solo en su sufrimiento.
  • Vergüenza y culpa. Al sentir que su sufrimiento no es legítimo o que están exagerando, algunas personas experimentan mucha vergüenza y culpa, llegando incluso a cuestionar si su duelo es «normal». (En este blog puedes leer el artículo «El sentimiento de culpa puede dificultar el proceso de duelo»)
  • Pérdida de la red de apoyo. Cuando no se respeta el dolor, la persona no cuenta con un recurso fundamental en el proceso de duelo: el apoyo de su entorno.
  • Duelo congelado. Precisamente la falta de apoyo y la sensación de no poder compartir su tristeza, puede llevar a que la persona se niegue a sí misma el derecho a llorar su pérdida e interrumpa el proceso natural (duelo congelado). El problema de esto es que, por mucho que se repriman y se metan bajo la alfombra, antes o después esas emociones reaparecerán a causa de otra pérdida u otro evento traumático.
  • Problemas de salud mental. La represión del dolor puede hacer que este se cronifique, aumentando el riesgo de desarrollar problemas como ansiedad, depresión o diversas somatizaciones (el dolor emocional no resuelto se manifiesta en síntomas físicos). Numerosas demandas terapéuticas, como conductas adictivas, depresión y trastornos de conducta, tienen sus raíces en duelos no elaborados y, en muchos casos, en duelos desautorizados.
  • Dificultades en las relaciones. Al sentir que los demás no se ponen en su lugar, el doliente puede sentirse aún más desamparado y es fácil que esta falta de comunicación acabe derivando en tensiones y malentendidos que afectarán negativamente a sus relaciones. Además, esta incomunicación impide que el entorno sepa cómo brindar apoyo.
Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Imagen de freepik

Qué podemos hacer

Si has sufrido una pérdida y sientes que tu duelo está siendo desautorizado, aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Acepta y valida tus emociones. Date permiso para sentir tristeza, rabia, miedo o incluso alivio. Es normal experimentar un cóctel emocional e identificar y aceptar cada uno de esos sentimientos sin juzgarlos es el primer paso hacia la sanación.
  • Rompe el silencio y explica lo que necesitas. Si te sientes cómodo/a, habla con quienes crees que están limitando o minimizando tu dolor. Explícales cómo te sientes y por qué necesitas expresarte sin que nadie te cuestione. Así te asegurarás de que todos comprendan por lo que estás pasando (a veces no hay mala intención, sino desconocimiento).
  • No tengas prisa y respeta tu propio ritmo. No existe un periodo de tiempo «correcto» para sanar. No te dejes influir por presiones externas (o internas) que te empujen a superar la pérdida lo antes posible o, directamente, a ignorarla. Permítete tener recaídas y momentos de tristeza sin culpa, pues el duelo es un proceso que avanza de manera irregular.
  • Busca apoyo en espacios que sientas seguros. Rodéate de personas de confianza dispuestas a escucharte sin juzgar. Y si no encuentras comprensión en tu entorno, busca lugares donde puedas expresarte sin trabas. Puedes hacerlo a través de un diario en el que plasmes tus pensamientos, acudiendo a un grupo de apoyo o solicitando ayuda profesional. La terapia te ofrecerá un espacio seguro donde validar tu duelo y recibir el apoyo emocional que necesitas y mereces. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Y, sobre todo, recuerda: tu dolor es tuyo y nadie tiene el derecho de decirte cómo sentirlo. La sanación comenzará en el momento en que te des permiso para sentir, recordar y llorar. Porque, aunque algunos duelos no sean visibles para todos, cada lágrima y cada recuerdo cuentan.

Referencia bibliográfica

Doka, K. J. (1989). Disenfranchised Grief: Recognizing Hidden Sorrow. Lexington Books.

Duelo anticipado. Cómo prepararse para la muerte de un ser querido.

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (II)

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (II) 1500 1000 BELÉN PICADO

Saber que alguien importante para nosotros va a morir en una fecha más o menos próxima nos pone frente a frente con nuestros mayores temores, especialmente con uno tan universal como el miedo a la muerte. Y hasta que se produzca la pérdida, este miedo no solo convivirá con la tristeza y el dolor, sino también con el agradecimiento por disponer de un tiempo precioso para poder decir adiós. En el anterior artículo sobre el duelo anticipado, os contaba cómo se desarrolla el proceso, en qué medida puede ayudarnos a aceptar la realidad de la pérdida y qué factores pueden complicarlo. Esta vez me centraré en cómo prepararse para la muerte de un ser querido. Y, sobre todo, en cómo acompañarle en este último capítulo de su vida.

Eso sí, antes es importante comprender que el duelo anticipado no sigue un patrón único, sino que puede variar significativamente de una persona a otra. Por ejemplo, hay quien experimenta una sensación de desconexión emocional durante todo el proceso y otros que acaban sumiéndose en la tristeza y la desesperación. Según Therese Rando, especialista en duelo, existen determinadas variables que van a influir en el modo en que se afronte el proceso.

  • Variables psicológicas. Naturaleza de la relación que se tenga con la persona enferma, rasgos de la personalidad de quien está haciendo el duelo, así como características de la enfermedad y tipo de muerte que se espera.
  • Variables sociales: Conocimiento acerca de la enfermedad y acerca de la relación de esa enfermedad con la muerte, tanto por parte del enfermo como por su entorno. Concepción que tiene la familia sobre la muerte en general.
  • Variables fisiológicas: Salud física y/o mental de quien hace el duelo, estilo de vida, etc.
Cada persona afronta el duelo anticipado de una forma única.

Foto de Rostyslav Savchyn en Unsplash

Cómo acompañar a tu ser querido en el último tramo del camino

Y ahora, partiendo de la base de que no hay dos duelos iguales y de que cada uno los afrontará de un modo único, espero que las siguientes pautas te ayuden a transitar tu propio proceso.

Infórmate

Es normal que tengas ‘miedo a saber’, pero buscar información, preguntar a los médicos y conocer lo necesario sobre la enfermedad y su curso te ayudará mucho a la hora de gestionar las situaciones que vas a encontrarte. Además, tener información te dará una mayor percepción de control sobre el proceso.

Afronta tu propio miedo a la muerte

Mientras no asumas tu propio temor a la muerte te va a resultar muy difícil sostener el de la persona que se acerca al final de su vida. En la medida en que afrontes tus miedos podrás ayudarla mejor en su proceso de compartir y afrontar los suyos.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «¿Miedo a la muerte? Cambia la perspectiva y recibe cada día como un regalo«)

Empieza a pensar en cómo será la vida sin esa persona

Prepararnos para la vida que llevaremos sin nuestro ser querido también forma parte de las tareas del duelo anticipado. Visualiza cómo será tu nueva realidad sin esa figura, los cambios que tendrás que hacer y cómo vas a sanar y cuidar las heridas emocionales que dejará.

¿Cómo te sentirías tú?

Si no sabes cómo tratar o qué decir a ese familiar o amigo que está afrontando la última etapa de su vida, quizás te ayude imaginar que eres tú quien está en esa situación. ¿Qué es lo que más necesitarías? ¿Qué te gustaría dar y recibir? ¿Qué desearías realmente de un amigo que ha venido a verte? ¿Cómo te sentirías con determinadas actitudes y comportamientos de quienes te rodean?

Compartir momentos

No dejes que el miedo te robe un solo minuto y aprovecha este tiempo extra que tienes para crear recuerdos de los que podrás nutrirte en el futuro. Compartid tiempo, aprovecha para fortalecer vuestro vínculo, poned en común qué os gustaría hacer juntos…

Di la verdad

Salvo que el enfermo haya comunicado expresamente que no desea saber nada sobre su situación, es conveniente decir la verdad y evitar caer en la conspiración del silencio. Eso sí, de la manera más serena y afectuosa posible. Si no lo haces, estarás privándole de la posibilidad de prepararse y tomar decisiones importantes sobre su propio proceso. Y, además, es muy posible que el sentimiento de culpa entorpezca tu propio duelo cuando la muerte se produzca.

Atrévete con las conversaciones incómodas

Muchas veces por no saber qué decir, por miedo o por no ‘meter la pata’ optamos por no expresar cómo nos sentimos o evitamos hablar de la muerte de forma clara y sin rodeos. Sin embargo, es necesario abordar el tema siempre que tu familiar así lo necesite. Atrévete a preguntar, por ejemplo, cómo se siente, cómo imagina el último momento o qué ideas, sensaciones o creencias tiene al respecto. Incluso, qué tipo de despedida desea. Y en caso de que no quiera hablar, él mismo te lo hará saber.

El silencio también está bien

Igualmente, habrá momentos en los que sobren las palabras y baste con permanecer en silencio. A veces, esa persona solo necesitará sentir que estás con ella, sin tener que recurrir a esas palabras con las que solo se busca tapar silencios incómodos. Y es que, tan importante cómo saber qué decir, es saber escuchar y saber estar sin hacer ruido. Haz que tu ser querido sepa que estás ahí para él, si así lo quiere; y que puede apoyarse en tu hombro cuando sienta que no puede más. Hay  una cita de Gabriel García Márquez sobre esto que me gusta mucho: «Y si un día no tienes ganas de hablar con nadie, llámame… Estaremos en silencio».

El poder de una caricia

En El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, Sogyal Rimpoché nos recuerda la importancia del contacto físico: «He visto a menudo que las personas que están muy enfermas anhelan que las toque, anhelan que las traten como a personas vivas y no como enfermas. Puede darse mucho consuelo a los enfermos sencillamente tocándoles las manos, mirándolos a los ojos, dándoles un suave masaje, acunándolos entre los brazos o respirando suavemente al mismo ritmo que ellos. El cuerpo tiene su propio lenguaje de amor; utilícelo sin temor y descubrirá que ofrece solaz y consuelo al moribundo».

El duelo anticipado ayuda a prepararse para la muerte de un ser querido

La visita de la madre al hospital, de Enrique Paternina García Cid.

Reorganización de roles

No solo nos preparamos para despedir a un ser querido, sino también para decir adiós al rol que tenía esa persona en nuestro entorno y al papel que nosotros teníamos respecto a él. Así que una de las tareas del duelo anticipado será llevar a cabo una reorganización individual y familiar (roles, asuntos que resolver antes del fallecimiento) dentro del sistema de pertenencia que se compartía con el enfermo.

Apóyate en tus seres queridos

Rodéate de personas de tu confianza y cuéntales cómo te sientes. Compartir tu dolor, hablar sobre él con tus amigos o con los miembros de tu familia te ayudará a seguir adelante y sentir menos el peso de la soledad. Dejarse acompañar y no aislarse es un factor protector para que el duelo no se complique. Es normal que en determinados momentos necesites buscar un espacio para estar solo, para estar sola, pero procura que no se convierta en una dinámica habitual.

Cuídate para cuidar

El autocuidado es esencial. Dejarte tu salud en ese camino de acompañamiento es muy mala idea. De hecho,  no solo la necesitarás en esta parte del proceso, sino también en lo que vendrá después de la pérdida. Así que cuida tu alimentación, descansa y encuentra momentos para socializar.

Permítete sentir y expresar tus emociones

Deja espacio al miedo, a la tristeza, a la ira y al dolor porque son parte del proceso. Y si necesitas llorar o gritar, hazlo. A veces está bien no estar bien. Necesitas aceptar tus emociones, por desagradables que sean, para poder procesarlas. Reprimirlas y/o negarlas quizás te ayude en un primer momento, pero no es tan buena idea hacerlo a medio o largo plazo. Debes darte permiso para tomar conciencia, expresar y despenalizar esas emociones que te parecen más censurables o que, a veces, incluso hacen que te sientas una mala persona.

Por ejemplo, es posible que te sientas culpable si, ante la necesidad de querer que acabe el dolor, en algunos momentos has llegado a desear que la muerte se produzca cuanto antes. Sin embargo, solo estás poniendo en marcha un mecanismo de defensa normal en los seres humanos. Expresar esos pensamientos que censuras (y que en realidad son solo una muestra del instinto de supervivencia) te ayudará a liberarte de ellos y a no dejar que se enquisten. Al fin y al cabo, no hay nada más humano que querer evitar el dolor.

Sobre espiritualidad

Si eres una persona religiosa o espiritual (la espiritualidad no tiene que estar forzosamente vinculada a la religión), recurrir a tus creencias puede ayudarte a llevar mejor el proceso.  De hecho, hay estudios que señalan la espiritualidad como un factor protector ante el duelo patológico.

Asimismo, puedes facilitar que tu ser querido se acerque a su parte más espiritual. Eso sí, evita ceder a la tentación de intentar ‘convertirlo’.  Como bien expresa Rimpoché, «nadie quiere ser rescatado con las creencias de otro».

Recurre a tu creatividad

Si te cuesta comunicar verbalmente cómo te sientes hay otras formas de expresión que te permitirán plasmar tus pensamientos y emociones. Describe tus sentimientos a través de cartas, escribiendo un diario, dibujando o pintando. Además de desahogarte, dar rienda suelta a tu creatividad te ayudará a canalizar el dolor.

Asuntos pendientes

¿Tienes algún asunto pendiente con tu ser querido? ¿Existe algún tema inconcluso entre vosotros? ¿Hubo algo en el pasado que te molestó o te hizo daño y aún no has podido pasar página? Sea lo que sea, si sientes la necesidad de hablar sobre ello, ahora es el momento. Quizás necesites pedir perdón, que la otra persona te pida disculpas o, tan solo, poner palabras a cómo te sientes respecto a lo ocurrido entre vosotros. O, simplemente, deseas decirle lo mucho que le quieres, evocar los buenos momentos vividos juntos y agradecer todo lo valioso que habéis compartido. Cualquier opción que elijas será personal, voluntaria y totalmente respetable.

El duelo anticipado brinda la oportunidad de cerrar asuntos pendientes.

Pide ayuda psicológica si lo necesitas

Si el proceso está siendo muy duro y sientes que está superándote, la terapia psicológica te ayudará a sobrellevar mejor la situación y  te preparará para lo que vendrá después. También tienes la opción de acudir a un grupo de apoyo con personas que están pasando por lo mismo que tú. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

La importancia de despedirse

En 2019, el cantante James Blunt escribió un tema precioso titulado Monsters ante la posibilidad de la muerte inminente de su padre. «Cuando te haces consciente de la mortalidad de tu padre, tienes una gran oportunidad para decir las cosas que siempre te hubiera gustado decirle», confesó en un programa de la televisión británica.

Este es el estribillo de la canción (traducido):

«No soy tu hijo. No eres mi padre.

Solo somos dos hombres grandes diciendo adiós.

No hay necesidad de perdonar,

No hay necesidad de olvidar.

Conozco tus errores y tú los míos

Y mientras duermes, yo trataré de enorgullecerte.

Así que papá, cierra los ojos,

no tengas miedo.

Es mi turno de espantar los monstruos».

«La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que las cosas, independientemente de cómo salgan, tienen un sentido» (Václav Havel)

Referencias

Cuesta Pastor, M. (2021). Abordaje familiar en los Cuidados Paliativos. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 11(2), 1

O’Connor, N. (1984). Déjalos ir con amor: la aceptación del duelo. México: Trillas

Prieto, V. (2018). La pérdida de un ser querido. Madrid: La Esfera de los Libros

Rando, T. A. (1986). A comprehensive analysis of anticipatory grief: perspectives, processes, promises and problems. En T.A. Rando (ed.). Loss and anticipatory grief. (pp. 1-36). NY, Lexington: Lexington Books

Kübler-Ross, E. y Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Barcelona: Luciérnaga

Rimpoché, S. (2006). El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Urano

Duelo anticipado. Prepararse para la muerte de un ser querido

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (I)

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (I) 1920 1272 BELÉN PICADO

Por mucho que a veces vivamos como si la muerte no fuera con nosotros, antes o después toca a nuestra puerta… o a la de un ser querido. Unas veces, llega de manera súbita, pillándonos por sorpresa y sin darnos tiempo a despedirnos. Otras, lo hace con preaviso. En enfermedades graves, por ejemplo, ese preaviso llega en el momento del diagnóstico. A partir de ese instante comienza un duelo anticipado, también denominado duelo anticipatorio, cuya función es prepararnos para la pérdida.

Si bien las emociones que vamos a experimentar en un duelo anticipado pueden ser tan intensas como las que se vivirían ante una muerte inesperada, conocer el desenlace antes de que suceda nos da la oportunidad de prepararnos mejor. Nos permite tomar conciencia de lo que está sucediendo, gestionar y compartir nuestros sentimientos, solucionar asuntos pendientes, elegir cómo queremos decir adiós y también ir procesando el cambio que va a suponer vivir sin nuestro ser querido.

Elizabeth Kübler Ross, autora de numerosos libros sobre la muerte y el acompañamiento al final de la vida, habla sobre el duelo anticipado en el último libro que, junto a David Kessler, escribió antes de morir: «Experimentamos el duelo anticipatorio más profundo cuando una persona a la que queremos (o nosotros mismos) padece una enfermedad terminal. En nuestra mente, el duelo anticipatorio es «el principio del fin». Ahora operamos en dos mundos, el mundo seguro al que estamos habituados y el mundo inseguro en el que un ser querido puede morir. Sentimos esa tristeza y la necesidad inconsciente de preparar nuestra psique».

Como creo que el tema lo merece, le dedicaré dos artículos. En esta ocasión, veremos, entre otras cosas, qué ocurre durante el duelo anticipado, cómo nos puede ayudar a prepararnos para decir adiós y también qué factores pueden complicar el proceso. Y en el siguiente, os daré pautas para ayudaros, en la medida de lo posible, a transitar este difícil camino. (Al final de este artículo, tenéis el enlace a la segunda parte)

¿Qué ocurre durante el duelo anticipado?

Muchas de las reacciones que experimentamos cuando conocemos con antelación que un ser querido va a morir son similares a las que se producen cuando la pérdida ya ha ocurrido.

  • Pensamientos recurrentes. Es posible que aparezcan pensamientos recurrentes sobre cómo será la muerte, cómo se abordará el momento y qué pasará tras el fallecimiento. O, por el contrario, puede que la persona intente por todos los medios evitar pensar en ello.
  • De la ansiedad al enfado o la culpa. Emocionalmente, lo primero que suele aparecer es ansiedad para luego dejar paso a la tristeza, la sensación de soledad, el enfado o la culpa por desear en ocasiones que la persona deje de sufrir y muera lo antes posible. Sentimientos todos ellos que pueden ir entrelazándose y alternándose a lo largo del proceso.
  • Ambivalencia de sentimientos. Es normal que haya momentos en los que deseemos que llegue el final para aliviar el sufrimiento y, a la vez, este mismo final nos produzca miedo y angustia. O que nos sintamos molestos por las demandas emocionales y físicas que implica el cuidado de la persona enferma y a la vez culpables por tener esos sentimientos. En un periodo así, los sentimientos confusos y conflictivos son naturales.
  • Dificultades en el día a día. Igualmente, es habitual tener crisis inesperadas de llanto y una mayor dificultad para concentrarse o a la hora de tomar decisiones porque toda la atención está puesta en el proceso de duelo. Esto puede afectar en el ámbito laboral y también en las relaciones interpersonales (tendencia a aislarse).
  • Síntomas físicos. Puede que haya un mayor cansancio, dificultad para dormir, pesadillas, problemas digestivos, alteraciones del apetito, dolor de cabeza, presión en el pecho, palpitaciones, debilidad muscular, hipersensibilidad al ruido, etc.
En el duelo anticipado, la tristeza puede convivir con el enfado y la culpa.

Foto de Anthony Tran en Unsplash

Cómo nos ayuda el duelo anticipado

Mas allá del dolor y de la angustia, anticipar la pérdida de un ser querido y tener la oportunidad de compartir con él su última etapa también puede tener aspectos positivos:

  • Entender la muerte como un proceso natural. Para Therese Rando, el duelo anticipado es un proceso psicológico y emocional que permite comprender la pérdida como un proceso natural frente al que podemos desplegar nuestros mecanismos de afrontamiento con objeto de que sea menos doloroso.
  • Resolver asuntos pendientes. Tenemos la oportunidad de afrontar conflictos pasados y poder dar cierre a asuntos inacabados
  • Poder despedirse. Disponemos de un tiempo precioso para compartir con nuestro ser querido y planificar juntos cómo queremos que sea la despedida.
  • Aceptar la realidad de forma progresiva. Una vez que asumamos la inevitabilidad de la pérdida podremos integrar nuevas vivencias con nuestro ser querido que en el futuro se convertirán en recuerdos imborrables.
  • Se abre un espacio para valorar el aquí y ahora. Centrarnos en vivir el presente, apreciar aquellas cosas que tenemos actualmente y descubrir nuevas formas de afrontar la nueva normalidad.
  • Facilita la elaboración del duelo tras la pérdida. Para algunas personas, prepararse emocionalmente antes de la muerte de su ser querido les ha ayudado a aceptarla de forma gradual, reduciendo su impacto a largo plazo y permitiendo una mejor elaboración del duelo después del fallecimiento.
  • Permite reflexionar sobre el sentido de la vida, no solo de la persona que va a morir sino también sobre la nuestra propia, y diferenciar lo que es esencial en la vida de lo meramente accesorio.
  • Genera paz. Un diálogo con el enfermo al final de la vida, basado en la honestidad y la autenticidad, produce miedo, pero también genera libertad. Da paz al superviviente y serenidad a quien escribe el último capítulo de su vida.

Factores que pueden dificultar el proceso

Aunque hacer parte del camino del duelo antes de la pérdida puede ayudar, también es cierto que no todo el mundo va a transitarlo de igual manera. A veces, aparecen ciertos obstáculos que podrían complicar el proceso:

  • Presenciar el sufrimiento del enfermo. En una enfermedad larga, al duelo hay que sumar situaciones que pueden suponer un trauma añadido, como el hecho de que haya mucho deterioro psicológico o físico o la posibilidad de agonía.
  • Aislarse. Cuando uno centra toda la vida en quien va a fallecer y renuncia al resto de relaciones, no solo se agotará, sino que su estado de ánimo también se verá afectado negativamente.
  • Instalarse en la culpa. Aunque es normal que haya sensación de culpa en algún momento del proceso, este sentimiento puede llegar a ser muy dañino cuando ocupa gran parte de nuestro día y nos lleva a aislarnos o a eludir cualquier actividad o situación que nos haga sentir bien.
  • Esperanza ilusoria o falsas esperanzas. En un proceso de duelo anticipado aunque sabemos que antes o después nuestro ser querido fallecerá, no conocemos con certeza de cuánto tiempo disponemos. Y esto provoca que, a veces, uno se aferre a la esperanza ilusoria de que, quizá, la muerte no llegue a producirse. Y, aunque, estas falsas esperanzas podrían atenuar el dolor o el miedo, también es posible que, al producirse el fallecimiento, el duelo sea mucho más agudo.
  • Pensamientos rumiativos. Comerse la cabeza con pensamientos-bucle (¿Y si le hubiera insistido más para que se hiciera esas pruebas? ¿Y si hubiera ido al médico antes?…) no solo dificultará el duelo, sino que nos traerá más culpa y dolor y aumentará las probabilidades de desarrollar un trastorno de ansiedad.
  • Codependencia. Otra de las circunstancias que va a complicar el proceso es que un cuidador cree dependencia de la persona a quien está cuidando. Esta situación va a manifestarse en indicadores como creerse indispensable, ser incapaz de delegar, no fiarse de otros cuidadores, no tolerar los límites propios y ajenos, depositar todo el sentido de la vida en el cuidado, etc.
  • Síndrome de Lázaro. Se produce cuando el duelo anticipado se prolonga mucho en el tiempo y el fallecimiento no se produce o el enfermo mejora repentina e inesperadamente después de estar a punto de morir. Estas situaciones pueden generar desajustes emocionales en la familia, ya que, han ido preparándose para la muerte en una fecha más o menos ‘esperada’. Y si esta no se produce, pueden ser incapaces de restablecer vínculos emocionales con el enfermo, además de experimentar frustración, angustia e, incluso, cierto resentimiento.
  • Conspiración del silencio. Tiene lugar cuando hay un acuerdo, implícito o explícito, por parte de los familiares para ocultar información al paciente sobre el diagnóstico, pronóstico y/o gravedad de la situación en que se encuentra. Este ‘pacto’ genera consecuencias tanto en quienes lo acuerdan como en el enfermo. En este porque se le está negando un derecho fundamental a tener información sobre su estado de salud, se favorecen conductas de sobreprotección, se le impide que pueda decidir cómo quiere afrontar su propia muerta y se le está privando de la opción de poder trasmitir su propia angustia. En el caso de los familiares, a la gran tensión que les genera el estar disimulando delante del paciente y controlando sus reacciones emocionales, se une el sentirse culpables por ocultarle verdad. Y estas situaciones, a su vez, pueden llevar a un duelo patológico.
La conspiración del silencio dificulta el duelo anticipado.

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Mecanismos de defensa

Los seres humanos disponemos de ciertas estrategias inconscientes que nos ayudan a hacer frente a emociones, pensamientos y situaciones que nos generan angustia. Sin embargo, cuando se hacen rígidas y automáticos, nos hacen más mal que bien. Algunos mecanismos de defensa que pueden entrar en juego en el duelo anticipado para protegernos del dolor pero que, al final, acabarán dificultando el proceso.

  • Negación. Al principio ayuda a asimilar gradualmente lo inevitable. Pero si nos enrocamos en la negación acabaremos creando una narrativa diferente y muy alejada de la realidad que solo nos perjudicará. Por ejemplo, en lugar de poder ver a un padre anciano y frágil que empeora rápidamente, la mente se aferra al hecho de que sigue comiendo y tomando sus medicamentos. Y a la falsa esperanza de que, si se ha recuperado de contratiempos en el pasado, volverá a hacerlo.
  • Represión. Nuestra mente consciente traslada rápidamente al inconsciente lo que no queremos ver. Así no tenemos que lidiar con la disonancia cognitiva de ver la horrible realidad y necesitar que la realidad sea muy diferente.
  • Proyección. Aparece cuando atribuimos inconscientemente a otra persona nuestros propios pensamientos reprimidos. En lugar de asumir nuestra impotencia a medida que el cuerpo de nuestro ser querido se vuelve más frágil, acusaremos a los médicos de no hacer lo suficiente por nuestro ser querido o a las enfermeras de incompetentes y de no saber hacer su trabajo.
  • Desplazamiento. Este mecanismo de defensa permite redirigir pensamientos, emociones o impulsos demasiado incómodos, dolorosos o difíciles de afrontar desde su fuente de origen hacia un objetivo menos amenazante. Cuando no puedo admitir ni manejar el enfado que siento hacia la persona que va a morir, puedo acabar desplazando esa emoción sobre otros familiares o sobre el personal sanitario que la atiende.

Enfermedad de Alzheimer y otras demencias

En enfermedades como el alzhéimer u otras demencias, es posible que el duelo anticipado se complique. Entre otros motivos, porque es un proceso lento y progresivo que puede prolongarse durante muchos años. Además, los familiares tendrán que hacer frente no a una sino a varias pérdidas, incluida la pérdida de conexión emocional con su ser querido. A medida que la enfermedad avance, la persona afectada irá perdiendo recuerdos, habilidades cognitivas y de comunicación. Y, en última instancia, la capacidad de reconocer a sus seres queridos y su propia identidad.

Por otra parte, los cuidados y dedicación a largo plazo generan una mayor carga física y emocional e, incluso, dependencia entre cuidador y enfermo. En estos casos, las probabilidades de desarrollar un trastorno de ansiedad o síntomas depresivos aumentan.

En este ámbito, los grupos de apoyo, tanto para los cuidadores como para las personas que acaban de recibir el diagnóstico de Alzheimer, pueden proporcionar un espacio donde compartir experiencias, estrategias de afrontamiento y consejos prácticos. La terapia individual y familiar también puede ser valiosa para abordar las complejidades emocionales asociadas con la enfermedad.

En lla enfermedad de Alzheimer el duelo anticipado puede prolongarse durante años.

Imagen de rawpixel.com en Freepik

Duelo anticipado por desaparición

En este artículo os he hablado del duelo anticipado en el supuesto de enfermedades con mal pronóstico, en las que las familias van presenciando el deterioro del enfermo. Pero este tipo de duelo también tiene lugar en casos de desaparición, en circunstancias extrañas o violentas, de un ser querido. O cuando se han producido algún accidente o catástrofe de gran envergadura en los que se tarda en conocer el número total de víctimas (desastres aéreos, naufragios, terremotos…)

En estos casos en los que no se sabe si la persona sigue viva o no y aunque no se haya perdido la esperanza, sus seres queridos van a anticipar de algún modo la muerte y empezarán a prepararse para esa posibilidad. De este modo, tendrán algo más de tiempo para hacerse a la idea que si la muerte se produce de forma abrupta o repentina.

También hablamos de duelos anticipados ante la proximidad de otros tipos de pérdidas: relaciones sentimentales, trabajos, ciertas situaciones vitales, etc.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

(Te doy algunas pautas para transitar mejor el duelo anticipado en la segunda parte de este artículo. Puedes acceder desde aquí)

Referencias

Cuesta Pastor, M. (2021). Abordaje familiar en los Cuidados Paliativos. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 11(2), 1.

O’Connor, N. (1984). Déjalos ir con amor: la aceptación del duelo. México: Trillas

Prieto, V. (2018). La pérdida de un ser querido. Madrid: La Esfera de los Libros

Rando, T. A. (1986). A comprehensive analysis of anticipatory grief: perspectives, processes, promises and problems. En T.A. Rando (ed.). Loss and anticipatory grief. (pp. 1-36). NY, Lexington: Lexington Books

Kübler-Ross, E. y Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Barcelona: Luciérnaga

Rimponché, S. (2006). El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Urano

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados 1254 836 BELÉN PICADO

Cada día, miles de personas se ven obligadas a abandonar su país por sus ideas políticas, su condición sexual o para escapar de la guerra, entre otras muchas causas. Y, aunque sus historias pueden ser muy diferentes, también tienen características en común. Da igual si han huido de Ucrania, Venezuela, Siria o Afganistán. Ansiedad, indefensión, insomnio, tristeza, estado de hipervigilancia o culpa por haber dejado atrás a los seres queridos son solo algunos de los síntomas que se repiten en la mayoría de ellos y que el psiquiatra Joseba Achotegui englobó hace ya veinte años bajo el nombre de Síndrome de Ulises.

Según el informe anual de Tendencias Globales de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado), a finales de 2021 había 89,3 millones de desplazados por guerras, violencia, persecución y violaciones de los Derechos Humanos. Actualmente, y tras la invasión rusa a Ucrania, la cifra supera ya los 100 millones. De un día para otro, hombres, mujeres y niños se ven obligadas a dejar su hogar y a enfrentarse a las situaciones más peligrosas.

Sin embargo, y aunque lleguen a un lugar seguro, muchos de estos refugiados y refugiadas seguirán en estado de alerta durante mucho tiempo. Es posible que sus vidas ya no corran peligro, pero hay una parte de ellos que aún no se siente a salvo. Y es que, a veces, las heridas del alma, aunque menos visibles que las físicas, permanecen durante mucho más tiempo.

Qué es el Síndrome de Ulises

Joseba Achotegui, fundador y director del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, eligió el nombre en recuerdo del protagonista de una de las grandes obras de la mitología clásica, La Odisea. En este relato, Homero cuenta cómo Ulises, tras finalizar la guerra de Troya, tardó nada menos que diez años en poder volver a su hogar. Y en ese tiempo tuvo que enfrentarse a numerosos y peligrosos retos.

Es importante aclarar que el Síndrome de Ulises, también denominado Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple, no es una enfermedad ni un trastorno, aunque incluya síntomas compatibles con la depresión o la ansiedad, por ejemplo. Achotegui lo define como un «cuadro reactivo de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas (…). A nivel metafórico, es como si en una habitación se subiera la temperatura hasta los cien grados. Tendríamos mareos, calambres… ¿Estaríamos enfermos por padecer estos síntomas? Decididamente, no. Cuando saliéramos al aire libre, estos síntomas desaparecerían porque simplemente se corresponderían con un intento de adaptación fisiológica a esa elevada temperatura ante la que no funciona nuestra termorregulación».

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Aunque emigrar nunca ha sido fácil, no es lo mismo dejar tu país porque quieres iniciar un nuevo proyecto de vida que verse obligado a huir de una guerra para salvar tu vida. En este sentido, hay tres tipos de duelos según su intensidad:

  • Duelo simple. Es el duelo migratorio que vive todo aquel que deja su hogar y se refiere a la elaboración de las pérdidas que conlleva este proceso. Cuando la migración es voluntaria, la sociedad de destino es acogedora o hay unas adecuadas estrategias de afrontamiento por parte de la persona migrante, es más fácil que ese duelo sea elaborado.
  • Duelo complicado. Puede ocurrir que la decisión de migrar no sea necesariamente voluntaria, que haya cierto grado de hostilidad en el país de destino y/o que las características emocionales y psicológicas de la persona no sean las más adecuadas. Sin embargo, pese a estas dificultades la persona puede transitar su duelo.
  • Duelo extremo. En este caso, las dificultades son tan grandes que superan la capacidad de adaptación de la persona impidiéndole completar el proceso (este sería el duelo propio del Síndrome de Ulises). Es lo que les ocurre a quienes se ven obligados a huir de su país, casi siempre de forma irregular; a los que llegan a sociedades que no los acogen; o a aquellas personas que por su situación personal, no están emocionalmente preparados para pasar por este proceso de forma adecuada.

Síntomas depresivos, ansiosos, somáticos y disociativos

Joseba Achotegui engloba la sintomatología en cuatro áreas:

1. Área depresiva

Los síntomas más frecuentes en este apartado, relacionado con el apego y con los vínculos que se dejan en el país de origen, son:

  • Tristeza constante. Esta emoción va unida al sentimiento de fracaso por no haber cumplido con las propias expectativas y/o las de la familia, por no poder elaborar todas las pérdidas sufridas, por estar lejos de los seres queridos…
  • Llanto. Es el modo en que se exterioriza esa tristeza y es común tanto en mujeres como en hombres. Aunque estos últimos procedan de culturas donde se les enseñe a controlar el llanto, la emoción es tan intensa que no logran evitarlo.

También suelen darse sentimientos de culpa, baja autoestima y, en ocasiones, ideas de muerte. Sin embargo, estas últimas son muy poco frecuentes. En general, quienes dejan atrás su país son personas con una gran capacidad de lucha.

La situación familiar tiene bastante que ver con la aparición de estos síntomas. De hecho, es habitual que haya más sintomatología depresiva en personas solas que en aquellas que están en el nuevo país con pareja, hijos o familia.

2. Área de ansiedad
  • Tensión y nerviosismo. Esta tensión aparece por las difíciles circunstancias que deben enfrentarse en el día a día, por el enorme esfuerzo que se pone en luchar por sobrevivir y seguir adelante y por el miedo, no solo ante los peligros del trayecto, sino también ante los que puedan encontrarse en el nuevo destino.
  • Pensamientos recurrentes e intrusivos y preocupaciones excesivas debidas a las dificultades inherentes a la nueva situación. La persona migrante tiene que tomar importantes decisiones sin contar con la información suficiente o sin poder analizar diferentes opciones. Y todo esto, a menudo, sin ningún apoyo.
  • Irritabilidad. Es menos frecuente que los anteriores síntomas y depende mucho del lugar de procedencia. En las culturas orientales, por ejemplo, se tiende a controlar más la expresión de las emociones. La irritabilidad se ve más en menores que en adultos.
  • Insomnio. Las preocupaciones y el hecho de que la noche sea el momento en que se sienta más la soledad y vengan todos los miedos, recuerdos o pensamientos intrusivos a menudo dificulta el sueño. Eso sin contar con que, en muchas ocasiones, las condiciones de las viviendas no son las más adecuadas.
3. Área de somatización

A menudo, los síntomas psicológicos van acompañados de problemas físicos, como fatiga, cefalea, astenia, mareos, molestias osteoarticulares, etc.

La cefalea, el síntoma más frecuente junto a la fatiga, suele ser de tipo tensional y se asocia a altos niveles de estrés. En cuanto a la fatiga, la falta de motivación y estímulo hace que la persona se sienta cada vez con menos energías.

4. Área confusional

Cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, pueden aparecer confusión, fallos en la memoria y la atención, desorganización, despersonalización, desrealización, desorientación temporal y espacial.

En la aparición de algunos de estos síntomas disociativos influye, en parte, el hecho de verse obligados, por ejemplo, a intentar pasar desapercibidos. O a tener que mentir para ocultar una situación irregular. Incluso mienten sobre su situación a sus familiares para evitar defraudarlos o preocuparlos. Y todo esto acaba favoreciendo la confusión y la desconfianza en las relaciones.

Factores de riesgo

No todos los refugiados o todos los migrantes van a sufrir el Síndrome de Ulises. Más que de la nacionalidad o del estatus social, por ejemplo, la posibilidad de desarrollarlo depende más de factores como la vulnerabilidad de la persona o el tipo de estresores que tenga que afrontar.

En cuanto al grado de vulnerabilidad, en la capacidad para poder elaborar una situación de duelo extremo influye mucho la edad, la historia personal (experiencias tempranas traumáticas) o posibles problemas de salud previos, tanto físicos como mentales (depresión, abuso de alcohol o de otras sustancias, etc.).

También juegan un papel importante ciertos factores externos a los que la persona va a tener que hacer frente. Hay distintos niveles de estresores: desde las dificultades normales que supone aprender un nuevo idioma y adaptarse a nuevas costumbres hasta limitaciones mucho más graves, como no poder conseguir los papeles o tener que vivir escondido. Estos estresores son:

  • Soledad. La separación forzada de los seres queridos supone para muchos migrantes y refugiados un estresor muy difícil de gestionar, especialmente si están en situación irregular y se encuentran con la imposibilidad de llevar a cabo la reagrupación familiar o ni siquiera pueden ir de visita a su país. Esta soledad es especialmente dura para quienes proceden de culturas «en las que las relaciones familiares son mucho más estrechas y en las que las personas, desde que nacen hasta que mueren, viven en el marco de familias extensas que poseen fuertes vínculos de solidaridad».
  • Duelo por el fracaso del proyecto migratorio. Es sumamente complicado mantener la esperanza ante la ausencia total de oportunidades y cuando no hay manera de dejar de ser un «indocumentado» o de acceder al mercado laboral sin tener que trabajar en condiciones de explotación. Y todo esto después de pasar, en muchas ocasiones, por situaciones muy peligrosas o tras realizar un gran desembolso económico. Si, además, ese fracaso se produce en soledad la desesperanza y el sentimiento de impotencia y desesperación es aún mayor.
  • Lucha por la supervivencia. Los refugiados y migrantes en condiciones extremas se encuentran con grandes dificultades para cubrir necesidades tan básicas como poder alimentarse bien o conseguir un techo bajo el que dormir.
  • Miedo. Los peligros relacionados con el viaje migratorio pueden generar auténtico terror. Desde el trayecto en pateras, en escondites dentro de camiones o bajo las bombas, hasta las amenazas de las mafias, las redes de prostitución o de trata o el riesgo de sufrir abusos de todo tipo.

Para Joseba Achotegui «esta combinación de soledad, fracaso en el logro de los objetivos, vivencia de carencias extremas y terror serían la base psicológica y psicosocial del Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (Síndrome de Ulises)».

Y, por si los problemas con los que se encuentran estas personas fueran pocos, en muchos casos hay una enorme carencia de redes de apoyo social. Esto no hace más que empeorar estos estresores y, de paso, favorecer la aparición del Síndrome de Ulises. No solo están en un país desconocido. En numerosas ocasiones, también se encuentran desprotegidas, sin nadie a quien acudir o pedir ayuda antes situaciones de abusos, violencia o discriminación.

Ansiedad, tristeza, insomnio, confusión o culpa son algunos síntomas del Síndrome de Ulises.

Los niños también

Achotegui explica en una entrevista que el Síndrome de Ulises no solo puede afectar a los niños, sino que, además, estos lo vivirán «en peores condiciones porque están en un proceso de crecimiento y maduración y vivir una migración extrema les afecta profundamente y les desestructura. Se rompen las familias y para los niños es todavía peor que para los adultos, que son personas con más recursos y con un ‘yo’ ya formado».

El hecho de que no puedan expresarse como los adultos no significa que este tipo de situaciones no les afecten. Los profesores de psicología Juan Carlos Fernández y Fernando Miralles y la psicóloga e investigadora Neidy Zenaida Domínguez explican en un artículo que cito al final de este post cómo los niños en edad preescolar pueden mostrar ansiedad por separación o angustia ante personas extrañas, así como trastornos del sueño y, en ocasiones, enuresis. Asimismo, durante la edad escolar es posible que aparezcan «conductas agitadas o desorganizadas» en mayor medida que el miedo o la indefensión que suelen mostrar los adultos. También suelen reflejar el trauma de una forma simbólica, a través del dibujo o del juego.

Es importante también comprender que necesitan mucha protección y apoyo y que lo peor para ellos es la separación de sus padres. De hecho, hay investigaciones que demuestran que, a nivel psicológico, un niño está mejor con sus progenitores, aunque sea bajo un ambiente de violencia.

Bibliografía

Achotegui, J. (2012) Emigrar hoy en situaciones extremas. El Síndrome de Ulises. Aloma, Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 30 (2), pp. 79-86.

Achotegui, J. (2008) Duelo migratorio extremo: el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Revista de Psicopatología y Salud Mental del Niño y del Adolescente, 11, pp. 15-25.

Fernández, J., Domínguez, N. y Miralles, F. (2020) El Síndrome de Ulises: El estrés límite del inmigrante. Revista de Estudios en Seguridad Internacional, 6 (1) pp. 101-117.

«Los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo. Antes de ser desplazados llevaban una vida normal y su mayor sueño es recuperarla» (Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU)

El síndrome de la silla vacía nos afecta especialmente en Navidad.

Afrontar el duelo en Navidad o el síndrome de la silla vacía

Afrontar el duelo en Navidad o el síndrome de la silla vacía 1254 836 BELÉN PICADO

La Navidad es la época del año más deseada para unos… y también la más temida para otros. Y no es que, por sí misma, provoque tristeza o ansiedad. Es el significado que le demos cada uno y a qué situaciones la asociemos. Si estas fechas son el momento en que por fin puedo reunirme con mi familia después de muchos meses, posiblemente estaré deseando que lleguen. Pero la situación es muy diferente para otras muchas personas, entre ellas aquellas que han perdido a alguien y tendrán una silla vacía en su mesa. Y, precisamente en este artículo, vamos a hablar del síndrome de la silla vacía y de cómo afrontar el duelo en Navidad.

Pero, ¿qué es exactamente el síndrome de la silla vacía? Llamamos así al conjunto de sentimientos (tristeza, desasosiego, vacío, angustia, inquietud, etc.) que se experimentan ante la falta de un ser querido y que se sienten de una manera más intensa en fechas señaladas como estas. Este sentimiento es aún mayor si la pérdida ha sido reciente o si nos enfrentamos a las primeras navidades sin esa persona.

En particular, el dolor se agudizará en determinados momentos y con ciertos detalles, como el instante de sentarnos a la mesa, el de intercambiar los regalos, el de brindar, cuando escuchamos ese temido «Cómo lo llevas» o, simplemente, cuando alguien nombra a la persona fallecida. A medida que se acercan estos días, solo pensar en enfrentarse a esa temida silla vacía ya genera malestar. Y es que a la ausencia se unen el propio dolor y ver cómo el resto del mundo disfruta de unas fiestas que para nosotros ya nunca volverán a ser igual.

También es posible que sintamos que retrocedemos en nuestro proceso de duelo, cuando ya estábamos empezando a ‘levantar cabeza’. Sin embargo, son etapas que tenemos que pasar. Es normal estar tristes, sin fuerzas e, incluso, enfadados porque no entendemos cómo los demás pueden seguir con su vida mientras nosotros estamos rotos por dentro. Pero también es una oportunidad para ventilar estas emociones, al mismo tiempo que para honrar la memoria de nuestro ser querido e, incluso para unir más a la familia y a los amigos.

En Navidad es cuando más sentimos la ausencia de los seres queridos que ya no están.

Algunas creencias erróneas sobre el duelo y la Navidad

Recordar a mi ser querido y hablar de él aumentará mi sufrimiento

En realidad, evitar hablar de la persona fallecida solo aumentará la intensidad del dolor y sentiremos mucho más su ausencia que si nos permitimos nombrarla o recordarla. Igualmente dañino es que, para evitar desbordarnos nosotros, prohibamos a otros expresar su propia tristeza. Es importante comprender que es en estos días cuando más necesitamos acompañarnos y compartir nuestro dolor. Además, hablar de quien ya no está nos ayudará a liberar emociones, favorecerá la conexión emocional y hará que nos sintamos comprendido y apoyados.

Si empiezo a llorar, me desbordaré y amargaré a los demás

Permitirnos llorar tampoco aumentará el sufrimiento. Al fin y al cabo, esas lágrimas son una muestra natural y espontánea del amor que aún profesamos a nuestro ser querido, de cuánto nos importaba y de cómo le echamos de menos. En cuanto al miedo a desbordarnos, es más probable que nos ocurra si llevamos mucho tiempo conteniendo las lágrimas. Y si esto llega a ocurrir, no va a pasar nada. Tenemos todo el derecho del mundo y será totalmente normal y comprensible. Tampoco pasa nada porque nuestros hijos o los niños de la familia nos vean. Si nos permitimos llorar delante de ellos, aprenderán que mostrar emociones no es algo malo y que cuando uno está triste, lo normal es que llore.

Y si en tu caso lo que temes es amargar al resto, recuerda que todos están sintiendo, si no lo mismo, algo muy parecido a lo que estás experimentando tú. Y quizás tampoco se atrevan a expresarse para no molestarte a ti o a los demás. Lo habitual en estas ocasiones especiales, es que la familia se ponga la máscara social de «todo está bien» o «ya lo tenemos superado» cuando no es así. Es como tener un elefante en la habitación, de cuya presencia nadie parece percatarse (esta metáfora suele utilizarse para referirse a una verdad evidente que es ignorada o a un tema espinoso en el que todos prefieren mirar a otro lado).

No tengas miedo de ser el primero en hablar o en expresar tus emociones. No solo te liberarás tú, sino que ayudarás que los otros también lo hagan. Es probable que al principio cueste y duela, pero a todos os beneficiará emocionalmente.

Si me lo paso bien estaré traicionando su memoria

Muchas personas en duelo creen que si dejan de experimentar dolor por un rato o si disfrutan de la cena de Nochebuena, por ejemplo, están faltando al respeto a la persona que han perdido. O es posible que sientan que están mostrando de cara al exterior que el fallecido no era tan importante para ellas. Y esto no es así. No es necesario quedarse enganchado al dolor y a la culpa para recordar a quien ya no está. Si no sabes si celebrar o no, puede resultarte de ayuda pensar en lo que la persona que falta habría querido.

Lo mejor es celebrar la Navidad como siempre, como si nada hubiera pasado

Vivir la Navidad como si nada hubiera pasado es un modo de protegernos, de hacer como si nada hubiese ocurrido. Pero no es una estrategia adaptativa porque la realidad es que sí hay algo importante que ha ocurrido. Y es que esa persona ya no está. Ni estará. Y tragarte tu dolor para que nadie te vea sufrir no hará que te duela menos.

En algunas familias hay una especie de acuerdo tácito, no explícito, de celebrar las fechas señaladas como siempre, evitando hablar o expresar cualquier emoción que no sea una alegría y una felicidad «de cartón piedra». Esta estrategia de afrontamiento, totalmente desadaptativa, solo obstaculiza el proceso de duelo y empeora las cosas. Porque los sentimientos siguen ahí dentro y encontrarán el modo de salir y no precisamente de un modo adecuado. Al final la tensión, fruto de los esfuerzos por mantener el tipo se traducirá, como mínimo, en agotamiento, irritabilidad y mucha ansiedad.

Irme lejos o suprimir cualquier celebración me ayudará a superar antes la pérdida

También puede ocurrir lo contrario. Que la tristeza y el dolor (o la culpa) te dejen sin ganas de celebraciones. Que solo tengas ganas de meterte en la cama y no salir hasta después de Reyes. En estas circunstancias, puede resultar muy tentador cancelar cualquier celebración o reunión relacionada con las Navidades. O irse de viaje, cuanto más lejos mejor y donde nada ni nadie te recuerde lo sucedido. Y si así lo decides es una opción natural y humana. Pero recuerda que tu dolor y tus recuerdos no se van a quedar aquí, te acompañarán allá donde vayas. Y antes o después tendrás que enfrentarte a fechas señaladas que te recordarán la ausencia de tu ser querido. Puedes posponer esos momentos, pero no evitarlos eternamente. Y, al final, el dolor será mayor si no lo afrontas. Porque cada vez será más difícil romper ese hábito de evitación.

Permítete llorar si es lo que necesitas.

Construir una nueva Navidad es posible

Está claro que la vida no volverá a ser la misma. Pero está en nuestras manos construir una Navidad diferente, en la que podamos abrir un espacio a nuevas costumbres, a la vez que mantenemos otras que nos ayuden a recordar desde el amor y la gratitud y no desde el sufrimiento.

  • Convoca una reunión familiar previa. Haz una reunión, incluyendo a los niños, antes de que lleguen las fiestas para que todos podáis poner en común vuestras necesidades. Hablad sobre qué cosas van a resultaros más difíciles de sobrellevar a cada uno, que necesitáis, qué temores tenéis, qué costumbres deseáis mantener y cuáles queréis cambiar. Escuchaos mutuamente y estableced una estrategia común de colaboración para que todos os sintáis lo más cómodos posible. Veréis que este encuentro previo ya supondrá un importante cambio en vuestra manera de comunicaros y luego las celebraciones fluirán de un modo mucho más natural. Si eres tú quien está en duelo, es importante que tus allegados sepan con claridad qué esperas de ellos y cómo necesitas que te acompañen.
  • Incluye a tu ser querido en tus rituales. Los rituales ayudan a regular las emociones y a procesar el dolor. Busca algún modo de tener presente a la persona ausente en los momentos más señalados, tanto si los pasas en familia como si los vives en privado. Puedes poner alguna foto suya o algún objeto que le perteneciera en algún lugar destacado, hacer un brindis en su honor, dedicarle unas palabras de recuerdo y agradecimiento o, si todos los presentes lo preferís, guardar unos instantes de silencio. Otra idea es mantener una vela encendida durante las reuniones o, incluso, durante todas las fechas navideñas. Recordar lo que le gustaba, compartir anécdotas, ver fotografías… os ayudará a mantener presente el recuerdo, pese a la ausencia.
    Y si hay algo especial que hacíais con él o con ella en estas fechas, no dejéis de hacerlo. Aunque no pueda acompañaros, es otro modo de rendirle homenaje. Además de conservar ciertas costumbres, también pueden introducirse nuevos rituales.
  • No es momento de hacerse el/la fuerte, pide ayuda. Si este año no tienes fuerzas para organizar la cena de Nochebuena o para ocuparte de gestiones de las que te habías encargado hasta ahora, pide a alguien que te eche una mano o delega esos quehaceres. Apóyate en los tuyos y no te obligues a hacer aquello para lo que no te sientes capaz.
  • Permítete llorar, si es lo que necesitas. Escúchate y presta atención a tus necesidades. Permitirte expresar libremente tus emociones y compartirlas con otros miembros de la familia no solo te liberará y te aliviará, sino que facilitará la conexión entre vosotros. Y si en algún momento te sientes demasiado abrumado o abrumada por la tristeza, siempre tienes la opción de buscar un sitio para llorar con tranquilidad. Puedes avisar a alguien de tu confianza para que te dejen hasta que te puedas incorporarte de nuevo a la reunión, o, por el contrario, para que te acompañen y no te dejen solo.
  • No te automediques. No son pocas las personas que aumentan por su cuenta el consumo de antidepresivos y ansiolíticos en estas fechas en un intento de suprimir el sufrimiento. Recuerda que así solo anestesiarás el dolor, pero no desaparecerá. No hay pastilla mágica que elimine la tristeza por una pérdida.
  • Pide ayuda profesional. No tienes que pasar por esto en soledad. Si sientes que la tristeza y la angustia te desbordan, no dudes en contactar con un profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré en lo que necesites.
  • No te olvides de los niños. En cualquier decisión que toméis en la familia, es necesario contar con los niños, incorporarlos en reuniones y rituales y no apartarlos con la excusa de ‘protegerlos’. Al fin y al cabo, se trata de unas fechas muy pensadas para ellos y suprimir las celebraciones puede afectarles mucho. Ellos, a su manera, también están viviendo el duelo y necesitan expresar sus emociones y sentir el calor familiar. Si ven que los adultos comparten sus sentimientos sin temor, los normalizarán y reaccionarán de la misma manera.
  • Vive el aquí y ahora. Por muy duro que resulte pensarlo, es posible que el año que viene haya más sillas vacías en nuestra mesa o que, incluso, seamos nosotros los que faltemos. Así que aprovechemos el momento presente para disfrutar de lo que tenemos hoy y de la presencia de los que quedan.

Construir una nueva Navidad es posible.

Termino con un fragmento del libro Una cadira buida (Una silla vacía), en el que su autora, Emi Armengol, habla sobre las primeras Navidades que pasó sin su hijo:

«Me costó mucho pasar las primeras Navidades sin ti, hijo. Cuando llegaban estas fechas me sentía inmensamente triste. Pero con el tiempo y muchos esfuerzos este vacío y este dolor han dejado paso a una inmensa estimación, una añoranza intensa, una sensación de presencia dentro de mí. Hoy, día de Navidad, te pienso especialmente y en todos los días de Navidad que te sobreviva será así. Es la tercera Navidad sin ti. Hoy alzo los ojos y recuerdo el escenario en el que tú también estabas. Repaso momentos pasados y siento tu voz que pregunta: ¿Quién viene a comer hoy?. Escucho tu risa cuando abrías un regalo especial y yo abría vuestros regalos. Poco a poco, tomo conciencia de un sentimiento dentro de mí: nadie podrá quitarme el trozo de historia que hemos compartido. Ahora me siento preparada para afrontar la Navidad y el resto de días que me queden».

En el duelo por suicidio se acumulan las preguntas sin respuesta.

Muerte por suicidio (II): Cómo afrontar el duelo por suicidio y seguir adelante

Muerte por suicidio (II): Cómo afrontar el duelo por suicidio y seguir adelante 1920 1280 BELÉN PICADO

Si en el anterior artículo hablamos de las emociones más habituales que aparecen ante una muerte por suicidio y que marcan la diferencia con otros duelos, en esta ocasión vamos a ver algunas pautas que pueden ayudarnos a transitar el complicado proceso del duelo por suicidio.

Lo primero es tratar de aceptar la realidad y no obsesionarnos mientras intentamos comprender lo que ha pasado desde nuestros propios esquemas mentales. No es muy buena idea ir una y otra vez al pasado para analizar, a posteriori, cada detalle del suceso con los conocimientos que quizás tengamos ahora y pero no cuando ocurrió todo. No hay que olvidar que en muchos casos es posible que la persona que decide quitarse la vida oculte información sobre su estado y no acepte ayuda o no sepa cómo pedirla. Simplemente, aceptemos nuestras emociones y seamos lo más compasivos que podamos con nosotros mismos.

Preguntas sin respuesta y emociones desbordadas

Las primeras semanas después de la pérdida, el dolor, a veces, es tan intenso que apenas deja concentrarse, retener la más mínima información e, incluso, se hace difícil respirar. Sin embargo, esto no significa que estés perdiendo la razón. Se trata de una reacción normal ante una experiencia extremadamente difícil y angustiante.

Tampoco estás volviéndote loco o loca cuando te sientes invadido por la rabia, la culpa o la confusión. Son respuestas habituales en el duelo por suicidio. Si sientes rabia contra la persona que se ha quitado la vida, contra el mundo, contra Dios o contra ti mismo, toma conciencia de ello y exprésala. No pasa nada porque exteriorices el enfado. Lo mismo sirve para la culpa y otros sentimientos que es mejor dejar ir.

Y si te sientes culpable por aquello que hiciste o, tal vez, por lo que dejaste de hacer, transita el camino del perdón. Y en el caso de que la culpa sea real, de forma parcial o en su totalidad, transfórmala en responsabilidad. Emprende acciones concretas de reparación, reales o simbólicas, que ayuden a corregir en lo posible los errores cometidos. Si te responsabilizas en vez de sentirte culpable, podrás hacerte cargo de ellos sin llegar a desvalorizarte como persona. Pero, sobre todo, recuerda que lo más importante es que te perdones a ti mismo.

En caso de que sientas que son otros quienes te culpan, plantéate la posibilidad de que, quizás, ese pensamiento sea una proyección. A menudo, gran parte de lo que pensamos que los demás dicen de nosotros no es más que un reflejo de lo que, en lo más profundo, sentimos o pensamos sobre nosotros mismos.

En cualquier caso, recuerda que la decisión no fue tuya. Nadie es la única influencia en la vida de otra persona.

Asimismo, es normal que al principio te preguntes una y otra vez «¿Por qué?» intentando encontrar una respuesta. Posiblemente lo harás hasta que aceptes la realidad y ya no lo necesites o, al menos, hasta que te sientas satisfecho con las respuestas parciales que hayas podido encontrar.

Vigila los flashbacks

El impacto de un suceso así, tanto si se presencia o simplemente con imaginarlo, puede llegar a ser muy intenso. Tanto, que es posible reexperimentar dicho evento a través de flashbacks. Es habitual tenerlos en las primeras semanas y a través de distintos sentidos (algo que veamos, un sonido, un olor o a través del tacto, por ejemplo). Pero si continúan después de los dos primeros meses, podríamos estar ante un trastorno por estrés postraumático. Si es tu caso, no dudes en buscar ayuda profesional.

Tú decides con quién, cómo cuándo hablar

Cada persona tiene todo el derecho a decidir si contar, o no, la realidad de lo ocurrido; a quién decírselo o a quién no; y qué parte desea compartir y cuál guardarse. Si no queremos compartirlo, estamos en nuestro derecho, pero es importante que seamos conscientes del porqué. ¿Es por miedo a que nos juzguen? ¿Por vergüenza? ¿Es porque aún no estamos preparados? Ahora bien, si decidimos contarlo, tenemos que estar preparados para la posibilidad de escuchar algún comentario inapropiado y también para que dicho comentario nos desestabilice. De igual forma, podemos responder, o no, sin sentirnos obligados.

Reivindica la vida y no te centres en el modo de morir

Quienes toman la decisión de acabar con su vida, también fueron personas con virtudes, valores y fortalezas. Quizás tu ser querido era una persona generosa, leal, divertida, inteligente, sensible… Y puedes seguir recordándolo en esas facetas. Es muy triste que al final de la vida de una persona la gente solo se quede con la forma en que murió y olvide todo aquello que lo hacía un ser especial. Justamente esto ocurre a menudo con el suicidio, que el recuerdo que queda se reduce al modo de morir. En vez de borrar parte de su vida, recuérdala e, incluso, celébrala.

  • Reúne a familiares y/o amigos e intercambiad anécdotas y experiencias que hayáis compartido. O realizad algún ritual que os ayude a sobrellevar mejor la pérdida, pero sin olvidar todo lo que os unía a esa persona.
  • Puedes escribir una carta a tu ser querido manifestándole todo aquello que no le pudiste decir en vida y expresando tus pensamientos y tus sentimientos. Será como vuestra despedida y te ayudará a solucionar asuntos pendientes. También puedes escribir un diario. Elaborar una narrativa completa de lo que pasó y conectar las palabras con esos sentimientos intensos que estás experimentando te ayudará a dar cierto significado a lo que ocurrió y a lo que este hecho produjo en ti.
  • Otra opción es crear tu propio libro de recuerdos sobre la persona fallecida. En él puedes incluir historias sobre los acontecimientos familiares, fotografías o dibujos realizados por diferentes miembros de la familia, incluidos los niños, y cualquier cosa que se te ocurra. Esta actividad puede ayudarte a recordar viejas historias y finalmente a elaborar el duelo con una imagen más realista de tu ser querido.
  • Es importante reservar un tiempo cada día, si es posible a la misma hora y en el mismo sitio, de modo que puedas llorar, recordar a la persona muerta, rezar, meditar…

Es necesario poner palabras al dolor

El silencio enquista el dolor. Ante una muerte tan desgarradora como lo es la muerte por suicidio, muchos no sabemos cómo comportarnos o qué decir y optamos por alejarnos de la familia del fallecido. O tratamos de cambiar de tema cada vez que sale en una conversación porque tenemos la equivocadísima idea de que así estamos ayudando a los supervivientes. Así hasta que el nombre del fallecido deja pronunciarse. En realidad, de este modo solo se está dificultando más el proceso de recuperación porque el no poder hablar de lo sucedido aumenta la sensación de aislamiento e incomprensión.

El dolor necesita expresarse en palabras, así que, si quieres ayudar a alguien que haya perdido a alguien a causa de un suicidio, escúchale. Permítele expresarse como necesite y no tengas miedo a pronunciar el nombre del fallecido. Es posible que la persona llore, pero piensa que es mucho más doloroso que nadie hable de ello. Además, las lágrimas son sanadoras.

Y si eres tú quien ha perdido a alguien no te encierres en ti mismo y comparte tus pensamientos con quien sepa escucharte y con quien puedas expresar tus sentimientos con libertad.

Contacta con algún grupo de ayuda mutua

Cuando se ha producido una muerte por suicidio no es fácil para los supervivientes encontrar a alguien con quien poder hablar y compartir su dolor. Si, en general, los grupos de ayuda mutua suelen ser de gran apoyo, en estas circunstancias tienen un especial valor terapéutico.

En estos encuentros, además de tener la oportunidad de expresar tu dolor en un ambiente de respeto y comprensión, te resultará muy beneficioso el poder compartirlo con otros que han pasado por algo similar. Por otra parte, el hecho de que, cuando te sientes sumido en la más profunda desesperación, puedas ver cómo algunas de esas personas han logrado mitigar esa angustia, aunque aún persista la tristeza, te será de gran ayuda y te proporcionará algo de esperanza.

Prepárate para las recaídas

Si llevas un tiempo tranquilo y, de pronto, las emociones regresan como un tsunami, puede ser que, simplemente, estés experimentando un vestigio de dolor, pequeños ‘retazos’ que aún quedan. Al fin y al cabo, despedirte y aceptar lo ocurrido no significa que borres de tu vida los recuerdos de tu relación con ese ser querido.

Es normal sentir de vez en cuando punzadas de dolor y tristeza, especialmente en fechas significativas. Lo que ya no lo es tanto, es seguir ocupándonos en exceso del recuerdo de la persona y su suicidio y que esto interfiera en nuestra propia vida transcurrido un lapso ‘razonable’ de tiempo. Este lapso prudente, y siempre teniendo en cuenta que cada caso es diferente, suele ser de uno a dos años, con avances a lo largo del camino… Y también con recaídas.

Cómo explicárselo a los niños

Si ya es difícil para un adulto aceptar que un ser querido se haya quitado la vida, mucho más para un niño. Es lógico que sintamos la tentación de protegerle no diciéndole nada o edulcorando la realidad. Sin embargo, lo más seguro es que acabe enterándose de una forma u otra, así que siempre será mejor que seamos nosotros quien se lo digamos. El niño que pasa por una situación de este tipo necesita saber para integrar la experiencia en su vida y así poder superarla. Mentir no solo no suele dar buenos resultados, sino que nos ganaremos su desconfianza.

En el artículo Cómo ayudar a un niño a afrontar la muerte de un ser querido os doy varias pautas, pero cuando es un suicidio hay particularidades a tener en cuenta. Por ejemplo, el modo de contárselo. Lo mejor es utilizar un lenguaje sencillo y, sobre todo, adaptado a su edad y nivel madurativo. Si el familiar fallecido padecía depresión, se le puede decir algo así como «A mamá le le dio una especie de ataque al corazón, pero en el cerebro (o un paro cardíaco en el cerebro)» o que tenía una «enfermedad especial del pensamiento y de los sentimientos».

También pueden aprovecharse situaciones de la vida cotidiana para ayudar al niño a entender las diferencias entre la muerte natural y el suicidio. La muerte natural ocurre cuando partes de nuestro cuerpo se enferman, no funcionan y no podemos conseguir que mejoren; esto puede ocurrir a cualquier edad, pero sucede con más frecuencia en la vejez. Es algo normal y nos pasará a todos, es parte de la vida. El suicidio ocurre cuando una persona enferma de los sentimientos se quita la vida.

En el caso de los más pequeños se puede buscar alguna metáfora para explicar el suicidio. Alma Serra ha encontrado una que me parece muy acertada y la ha reflejado en un cuento: Delfín. Una Historia de Principio a FIN. En su blog, esta psicóloga especialista en duelo explica cómo hay personas que pueden llegar a tener el «Síndrome del delfín»:

«Se sienten atrapadas, como cuando los delfines entran en un acuario y no pueden salir. Dan vueltas y más vueltas. Hay veces que ven el mar lejos pero no pueden llegar a él. Otras veces solo lo pueden oler. Recuerdan cuando eran felices con sus amigos, familiares… y un día, casi sin darse cuenta, se sienten atrapados sin saber qué hacer para salir.

La gente los ve alegres en sus peceras gigantes mientras se mueven y saltan para buscar la salida, pero ellos están tristones, confusos, no saben con quién tienen que hablar o a quién pedir ayuda y, poco a poco, a veces sin que nadie se dé cuenta, se van haciendo daño para no seguir viviendo esa pesadilla. Los delfines son uno de los pocos animales que deciden si quieren morir antes de ser muy viejecitos y así, dejar de pensar en lo felices que eran cuando estaban en el mar. Así, cuando hay personas que se sienten igual, se dice que tienen el ‘Síndrome del delfín’, porque no saben cómo expresar lo que sienten y hay veces que se pueden llegar a hacer daño o morir por cumplir el mismo sueño que el delfín, ver su propio mar».

Recupera tu vida

Tras el suicidio de un ser querido nada vuelve a ser igual, pero es posible seguir adelante.

Está claro que tras un evento traumático de este calibre nada volverá a ser igual, pero eso no significa que no puedas superarlo. Aunque al principio te parezca imposible, saldrás adelante. Algunas personas que han pasado por este proceso comentan que uno nunca olvida algo así, pero sí se puede aprender a vivir con ello. Aprender a convivir con el dolor es necesario. No puedes esperar a que el dolor desaparezca para volver a vivir porque se enquistará y cronificará.

En este camino a la ‘normalización’ te tocará trabajar la paciencia contigo mismo y también con aquellos que tal vez no entiendan lo que ha ocurrido. Eso sí, no dejes que nadie te diga qué o cómo debes sentirte.

Centrarte en el presente también te ayudará. Aprende a enfocarte en el ‘aquí y ahora’ y retoma lo antes posible las rutinas y las tareas del día a día. Planifica actividades agradables, aunque las vivas con menos intensidad. Es importante retomarlas y facilitar momentos para desconectar y estar tranquilo.

Y si ves que el duelo se alarga demasiado o las emociones se desbordan y te impiden seguir con tu día a día, no dudes en pedir ayuda profesional.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

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A continuación, os facilito algunas webs en las que podéis encontrar información y recursos:

Os invito también a leer, en este mismo blog, el artículo Prevenir el suicidio es posible y todos podemos ayudar

Cuando hay una muerte por suicidio, los supervivientes pasan por el enfado, la culpa, la vergüenza y el miedo.

Muerte por suicidio (I): Un duelo con mucho enfado, culpa, vergüenza y miedo

Muerte por suicidio (I): Un duelo con mucho enfado, culpa, vergüenza y miedo 1920 1280 BELÉN PICADO

¿Cómo no nos hemos dado cuenta? ¿Cómo ha sido capaz de hacernos esto? ¿Por qué lo ha hecho? ¿En qué nos hemos equivocado? Estas y mil preguntas más nos hacemos al enteramos de que alguien querido ha decidido quitarse la vida. Al principio, no nos lo creemos porque eso ‘siempre’ les ocurre a otros, no a nosotros. Pero, por desgracia, es mucho más habitual de lo que pensamos. Cada día hay una media de 10 suicidios en nuestro país. Uno cada dos horas y media. Y, según el Instituto Nacional de Estadística, es ya la principal causa de muerte no natural. Padres, hijos, hermanos, amigos… se convierten en supervivientes de un trauma que conlleva una gran carga de culpa, miedo, incomprensión y vergüenza. El duelo en la muerte por suicidio es, sin duda, uno de los más difíciles de atravesar.

Intentaremos buscar una justificación racional, interpretar cualquier conversación o detalle, encontrar una respuesta… Reconstruiremos obsesivamente lo ocurrido los días o las semanas previas en busca de una pista que nos ayude a entender. Pero lo cierto es que es muy difícil llegar a una conclusión convincente y acertada sobre los motivos que han llevado a alguien a terminar con su vida.

Un tema tabú rodeado de mitos

Aunque, por suerte, las actitudes hacia el suicidio están cambiando, aún existe mucho desconocimiento e incomprensión hacia este tema. Todavía es un tema tabú del que cuesta hablar, no solo a los supervivientes, que ocultan el motivo de la muerte de su ser querido por miedo al estigma y al juicio de su entorno. También a las personas que conforman este entorno y a menudo no saben cómo actuar ni qué decir en esta situación. Y, al final, este silencio acaba dificultando enormemente el proceso de duelo.

Además, el tabú se ve reforzado por mitos que es necesario desterrar. Por ejemplo, dar por hecho que todos los que acaban con su vida sufren una enfermedad mental. Es cierto que hay suicidios que son la manifestación extrema de un trastorno mental (depresión, trastorno bipolar, etc.), pero no es así en todos los casos. También hay personas que toman esta decisión después de estar sufriendo durante mucho tiempo un profundo dolor emocional o por una acumulación de situaciones que no saben cómo gestionar. O, incluso, es posible que las cosas se les vayan de las manos sin siquiera saberlo. A veces el vacío, la soledad y la desesperanza es tal, que se sienten atrapados y acaban eligiendo la muerte como vía de escape.

Otro mito en la muerte por suicidio es pensar que se trata de un acto de cobardía… o de valentía. La persona que pone fin a su vida por propia voluntad no es ni cobarde ni valiente. Es alguien que ya no tiene esperanza, que sufre enormemente y que ha encontrado en el suicidio la única forma para dejar de sufrir. Asimismo, hay quienes prefieren llegar a este extremo antes que sufrir las penalidades y el deterioro de una enfermedad mortal. Tratan así de evitar el dolor propio y el de sus familias por verlos morir lentamente. En el caso de personas ancianas, para algunas es preferible la muerte al deterioro físico, al aislamiento y la soledad que supone haber vivido más años que la familia y los amigos.

En general, la muerte por suicidio no se debe a una sola causa, sino a un cúmulo de factores. Lo que sí puede haber es un último desencadenante y a menudo este ‘disparador’ es lo que lleva a muchos supervivientes a pensar que esa ha sido la única causa y que podrían haberlo evitado. En cualquier caso, es el resultado de una decisión personal.

El suicidio sigue siendo un tema tabú rodeado de mitos.

Del enfado a la vergüenza, pasando por la culpa y el miedo

La muerte por suicidio es súbita, violenta y tan inesperada que nos provoca un intenso torbellino emocional, en el que se mezclan muchas emociones contradictorias. Confusión por no comprender qué llevó a la persona a tomar tan drástica decisión. Enfado porque «nos ha dejado pese a lo importante que era para nosotros» y nos sentimos abandonados. Culpa por no habernos percatado de cómo se sentía. Vergüenza por la posible imagen que tendrá de nosotros el entorno… Transitar el proceso de duelo en estos casos es como caminar en un túnel oscuro sin saber si volveremos a ver la luz. Pero es necesario atravesarlo para evitar que derive en un duelo patológico.

1. Enfado, traición y abandono: ¿Por qué me ha hecho esto?

Tras el shock y la incredulidad, es frecuente que nos invada una ira intensa. Un enfado que puede ir dirigido hacia uno mismo, por no haber sabido o no haber podido evitar el suicidio; hacia los profesionales, por no haber sido capaces de impedir que el familiar hiciese realidad su decisión; y también hacia el suicida, por haberse dado por vencido y haber rechazado la ayuda que se le prestó o que se le hubiera podido prestar.

«¿Cómo pudo hacerme esto?», «Si se hubiera parado a pensar en mí, no se habría quitado al vida», «No le importó el dolor que iba a causarnos», «Fue una egoísta»… Son algunos de los pensamientos que pasan por la mente de los supervivientes generando un intenso enfado y, a la vez, una baja autoestima. Porque perder a alguien por suicidio también puede hacer que el superviviente, de algún modo, se sienta rechazado («No confió en mí ni en mi capacidad para ayudarle», «No me quería lo suficiente»).

A esta rabia se une además un profundo sentimiento de traición y abandono, especialmente cuando se trata de alguien con pareja e hijos. Es posible que estos no puedan entender cómo su padre o su madre fue capaz de abandonarlos, de quitarse la vida sin pensar en ellos. Y para el/la cónyuge es una traición, pues siente que su pareja pensó más en sí misma y no le importó dejarle sola o solo al cargo de una familia.

2. Culpa: ¿Por qué no lo evité?

Es inevitable preguntarnos una y otra vez «¿Y si me hubiera dado cuenta antes?»«¿Y si no hubiéramos discutido?«,  «¿Y si me hubiera quedado ese día de casa?«… Un número interminable de «Y si…» para los que no hay respuesta.

La culpa aparece en la mayoría de los procesos de duelo, pero en el caso de la muerte por suicidio esta emoción suele ser especialmente intensa y desgarradora. Y también uno de los factores que más pueden entorpecer el proceso.

Bajo esta vivencia de culpa muchas veces se esconde una falsa percepción de control sobre la muerte (si hubiéramos actuado de otro modo el desenlace habría sido distinto) y cierta ilusión de omnipotencia, de dar por hecho que habríamos podido solucionar todos los problemas de nuestro ser querido.

La culpabilidad pesa como una enorme losa sobre los allegados. Es un sentimiento íntimamente ligado a la sensación de fracaso por no haber sido capaces de evitar la muerte. Por no haber podido detectar las señales que anunciaban lo que ocurriría… Otras veces, esta culpa está motivada por no haber actuado a tiempo, pese a saber cómo se sentía o a conocer sus intenciones.  Pero, aun en el caso de que la persona hubiese dado señales o hubiese verbalizado sus deseos de morir, no es tan sencillo evitar una muerte buscada. A veces, necesitamos «no creer» lo que nos están diciendo. Es como si, negando una realidad demasiado dolorosa, pudiéramos protegernos de ella. Porque es una realidad que no sabemos manejar. Porque nosotros también somos frágiles e imperfectos y no siempre sabemos qué hacer ni cómo reaccionar ante el dolor, el sufrimiento y la desesperanza de otro.

Este sentimiento puede ser especialmente difícil de manejar cuando la muerte se ha producido en el contexto de un conflicto entre el fallecido y el superviviente.

Puede que percibamos la culpa como algo tan real e insoportable que incluso sintamos la necesidad de castigarnos nosotros mismos a través de conductas autodestructivas que pueden ir desde el consumo de alcohol o drogas hasta las autolesiones o, incluso, la ideación suicida (recreando la idea de que merecemos la muerte por lo que no hicimos, a la vez que acariciamos la fantasía del reencuentro con el fallecido).

La culpa también puede manifestarse proyectándola en otros y culpándoles de la muerte. Esta conducta a menudo obedece a un intento de tener el control y de hallar significado a una situación difícil de entender.

En cualquier caso, como mencionan Elizabeth Kübler-Ross y David Kessler en su libro Sobre duelo y dolor: «Antes de poder superar el dolor primero debes superar la culpa. Debes llegar al punto en el que entiendas completamente que no eres responsable del suicidio de nadie. Entonces, de forma gradual podrás perdonarte a ti mismo y a tu ser querido. Deberás encontrar un lugar dentro de ti para estar triste y apenado y para construir una nueva relación con tu ser querido sin insistir en cómo murió ni definir su vida según su muerte».

(Si quieres saber más sobre el peso de la culpa en este tipo de situaciones, te invito a leer en este mismo blog: El sentimiento de culpa puede dificultar el proceso de duelo)

La culpa es uno de las emociones que se vive en un duelo por suicidio.

Vergüenza: ¿Qué pensarán de mí los vecinos, amigos y familiares?

Muchas familias viven la muerte por suicidio como un verdadero estigma que les llena de vergüenza y que no es fácil sobrellevar. Sienten la necesidad de ocultar una realidad terriblemente dolorosa y enmascaran el verdadero motivo de la muerte de su ser querido, contribuyendo así al estigma del que quieren huir. Se trata de una forma de protegerse y, al mismo tiempo, un intento de cubrir con un manto de silencio algo más doloroso de lo que uno está dispuesto o preparado para soportar.

Esta presión emocional añadida no solo afecta a la relación de la familia con el entorno. También afecta a las relaciones interpersonales dentro de la propia unidad familiar. Se crea así una ‘historia paralela’ respecto a lo que realmente ocurrió. Y, si alguien se atreve a llamar a esa muerte por su nombre, provocará el enfado y el rechazo de los demás, que necesitan verla como un fallecimiento accidental o natural. Una de las consecuencias  es que al negar la realidad (no se ha suicidado) tampoco se siente la necesidad de pedir ayuda.

La vergüenza también puede estar provocada por el entorno exterior. En muchas ocasiones no se permite a la familia hablar de su pérdida, aunque lo desee. Y los supervivientes acaban sintiéndose juzgados, a veces incluso por otros parientes. Muchos de quienes no han vivido algo así de cerca no saben qué decir ni cómo tratar a los allegados.

Juan Carlos Pérez Jiménez, autor del libro La mirada del suicida. El enigma y el estigma, habla en una entrevista sobre cómo vivió este sentimiento de vergüenza tras el suicidio de su padre:

«Vivimos una experiencia imposible de digerir en la que se mezclaban sentimientos como el profundo dolor, la rabia, el reproche o la incomprensión.  Pero de todos estos sentimientos había uno contra el que me rebelaba, la vergüenza. Advertía el estigma social y el silencio que se genera en torno a una muerte por suicidio y sobrevolaban los tópicos sobre su naturaleza hereditaria y su carácter de maldición de sangre, que hacen más difícil aún el duelo de una pérdida de este tipo. (…) No existe un discurso que ayude en el proceso de duelo y lo más frecuente es que se silencie, si se puede, la causa de la muerte. Incluso entre las propias familias se produce muchas veces un bloqueo en la comunicación que impide abordar la cuestión, con lo cual resulta más difícil todavía cerrar las heridas».

Miedo: ¿Mi familia está maldita?

El miedo es una respuesta totalmente normal después de una muerte por suicidio. Está presente en la mayoría de los familiares y tiene que ver con la sensación de vulnerabilidad. Con el hecho de sentirse en riesgo de repetir la conducta o de sufrir un trastorno mental que empuje a ella. Este sentimiento se refuerza más cuando cada uno entra en contacto con sus propios pensamientos e impulsos autodestructivos. En el caso de los hijos es posible que tengan la percepción de estar predestinados o ‘condenados’ a repetir la conducta del suicida.

Cuando suceden varios suicidios en una misma familia puede haber mucha ansiedad relacionada con el miedo a que el suicidio sea hereditario. Los estudios demuestran que, aunque tiene cierto componente genético, este es solo es uno de muchos factores que pueden aumentar el riesgo personal. Ni siquiera cuando este riesgo es mayor es posible predecir quién va a materializar, o no, sus ideas suicidas. También puede heredarse una predisposición a padecer un trastorno mental, por ejemplo, la depresión. Pero dependerá de múltiples factores ambientales que dicha enfermedad llegue a desarrollarse y, aunque fuera así, no tendría necesariamente que culminar en suicidio.

(Si necesitas pautas para transitar este proceso, te invito a leer, en este mismo blog, Muerte por suicidio (II): Cómo afrontar el duelo por suicidio y seguir adelante)

Cómo identificar un duelo complicado (y la serie «Katla» puede ayudar)

Cómo identificar un duelo complicado (y la serie «Katla» puede ayudar) 1920 1280 BELÉN PICADO

Existe un dolor para el que nadie está preparado: la muerte de un ser querido. Y, aunque se trata de una experiencia universal, cada uno lo afrontamos de forma diferente. En cualquier caso, transitar este camino es necesario para poder seguir adelante sin esa persona que ya no está. En la mayoría de los casos el proceso avanza de forma natural hasta llegar a la aceptación de la pérdida. Sin embargo, hay circunstancias que lo obstaculizan y lo bloquean hasta desembocar en un duelo patológico (también llamado duelo complicado, duelo inconcluso o duelo no resuelto). Como el tema es muy amplio, en este artículo me centro en las características y en los tipos que hay. Y, para terminar, os hablo de Katla, serie de Netflix que, precisamente, tiene en los duelos inconclusos su tema principal.

El psiquiatra Mardi Horowitz define el duelo complicado como «la intensificación del duelo a un nivel en que la persona está desbordada, recurre a conductas desadaptativas o permanece inacabablemente en este estado sin avanzar en el proceso del duelo hacia su resolución».

En su libro Aprender de la pérdida: Una guía para afrontar el duelo, Robert A. Niemeyer explica  que podemos quedar atascados de muchas maneras: «El duelo puede estar aparentemente ausente, cronificarse o representar una amenaza para nuestra vida». Esto es más probable «en pérdidas traumáticas o cuando se trata de una muerte ‘fuera de tiempo’ o que no está ‘sincronizada’ con el ciclo vital familiar. Es el caso de la muerte de un niño, que priva a sus padres y hermanos no solo de su presencia, sino también del futuro que esperaban que tuviera».

Características del duelo complicado

  • Duración. Cada persona lleva un ritmo diferente a la hora de procesar una pérdida significativa, pero se estima que, por término medio, ese tiempo suele oscilar desde varios meses hasta dos años, aproximadamente.
  • Negación y anestesia emocional. La persona no acepta ni comprende esa pérdida y eso la lleva a una especie de anestesia emocional que le impide llorar o expresar sentimientos de dolor, tristeza y rabia. Además, no puede abrirse a quienes le rodean, le es imposible hablar del fallecido…  Casi todo parece resultarle indiferente. Y es muy posible que si le preguntamos cómo está, nos responda con un escueto “bien” y cambie de tema. Lo que está ocurriendo, en realidad, es que su mente ha puesto en marcha ciertos mecanismos de defensa para protegerse de un dolor demasiado intenso que no puede afrontar.
  • Somatización. La negación de lo ocurrido o la anestesia emocional no impide que el cuerpo refleje las emociones y el estrés que conllevan un proceso de duelo. El cuerpo grita lo que la boca y la mente callan. El duelo no resuelto se manifiesta casi siempre en forma de somatizaciones: insomnio, alteraciones digestivas, dolor muscular, problemas de piel, cefaleas… No es extraño que la persona acuda constantemente al médico, sin ser consciente de que el origen de su malestar físico está en el malestar emocional que no está afrontando.
  • Hipersensibilidad. Es normal que cuando perdemos a alguien importante, su recuerdo nos provoque emociones intensas y difíciles de gestionar, pero poco a poco esa sensibilidad va disminuyendo y vamos acostumbrándonos a una nueva realidad en la que el dolor deja paso a la nostalgia. En el caso del duelo complicado, esa hipersensibilidad se mantiene en el tiempo. Cualquier imprevisto o pequeño problema se vive de manera desproporcionada. El doliente siente que no pueden tomar decisiones ni reflexionar con calma y que todo se le hace ‘un mundo’. Esa sensibilidad extrema no se manifiesta solo cuando se habla de la pérdida, sino en diferentes ámbitos de la vida. Cualquier pequeño contratiempo puede suponer un desafío insuperable.
  • Culpabilización. La culpa es una reacción habitual, pero cuando es desproporcionada en relación al tiempo que se mantiene y a la intensidad, puede dar lugar a un duelo patológico. En realidad, las circunstancias por las que la persona se culpa suelen ser hechos habituales en el día a día. Lo que ocurre es que los magnifica tras la pérdida al pensar que ya nunca podrá saldar esa ‘deuda’.  Incluso es posible que sienta que sus emociones tras el fallecimiento no son todo lo negativas que ‘deberían’. Asimismoo  puede ocurrir que cuando ya comienza a asimilar la realidad, la culpa vuelva en forma de autorreproche por retomar actividades agradables, en definitiva, por seguir viviendo.

Quedarse atrapado en la culpa es una de las características del duelo complicado.

  • Desesperanza. La falta de ilusión por el futuro y la desesperanza pueden adueñarse del doliente, sobre todo si su existencia giraba en torno a la persona fallecida. O si esta era su principal fuente de sostén emocional, social y/o económico. Ante la falta del ser querido, la vida deja de tener sentido y la persona se limita a sobrevivir con el ‘piloto automático’, a dejarse llevar y a sumergirse en una cotidianeidad que para ella ya no tiene sentido.
  • Problemas relacionales. Quien se queda atascado en la rabia y en la negación de la pérdida tiene serias dificultades para mantener una buena relación con el entorno. Además de no encontrar motivación para cuidar sus relaciones, a menudo le falta la paciencia y no es capaz de disfrutar de la familia, la pareja, los amigos e incluso de los hijos.
  • Trastornos mentales. El duelo no resuelto puede favorecer que empeoren trastornos mentales previos o el desarrollo de nuevas psicopatologías, como el trastorno depresivo, ideación suicida, diversas adicciones o trastornos de la conducta alimentaria.
  • Disociación. Mecanismos de defensa como la evitación o la disociación permiten al doliente minimizar su sufrimiento, pero a costa de alterar la capacidad de contactar consigo mismo y con los demás. Alba Payás lo explica en su libro Las tareas del duelo: «La persona se disocia de ese mundo interno y externo que la conecta con recuerdos relacionados con la muerte del ser querido. Pero a la vez se separa también de otras posibles experiencias placenteras relacionadas con la vida y con los que quedan. Esto explica por qué la mayoría de las personas que desarrollan un duelo complicado acaban experimentando la sensación de aislamiento: el sistema defensivo se retroalimenta, fijándose y distorsionando la realidad cada vez más, inhibiendo la espontaneidad, limitando la flexibilidad y alterando la capacidad de relacionarse de una manera sana con uno mismo y con el mundo. El precio de no sentir el dolor del duelo es también cerrarse a la posibilidad de experimentar los cambios necesarios para poder volver a vivir la vida con plenitud».

(Si después de leer este apartado, te sientes identificado o identificada con varias de estas características puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré a transitar tu duelo)

Tipos de duelo complicado

  • Duelo crónico. Síntomas que al principio son normales, e incluso adaptativos, se prolongan en el tiempo sin que la persona acepte la pérdida. Es habitual en personas con un estilo de apego inseguro ansioso o ambivalente y en situaciones en que existía una acusada relación de dependencia (económica o afectiva). Para evitar el desamparo, el doliente permanece aferrado al vínculo con el fallecido. Le resulta muy difícil realizar tareas cotidianas por sí solo y revive de manera reiterada y acentuada pensamientos o sentimientos dolorosos asociados a la pérdida. También se produce cuando la relación en vida ha sido difícil y ambigua, alternando periodos de enfado con otros de tranquilidad. En este caso, es posible que la persona se vea inmersa en un duelo crónico en el que pasará continuamente del alivio al autorreproche, al resentimiento o a la culpa.
  • Duelo retrasado (inhibido, suprimido o pospuesto). La persona se focaliza en recuperarse y en retomar su vida normal lo antes posible, sin darse el tiempo suficiente para asumir la pérdida. Pasa el tiempo, cree que lo tiene totalmente superado y, de repente, un día sufre otra pérdida o, incluso, vive una experiencia que le conecta con aquel dolor que disoció y ‘enterró’. Entonces, sin poder explicarse por qué, aparecen síntomas totalmente desproporcionados con respecto a lo que le está ocurriendo en el presente. El duelo pospuesto se asocia a personalidades con estilos de apego inseguro evitativo.
  • Duelo intensificado o exagerado. El doliente se siente desbordado por el dolor. Experimenta los síntomas del duelo con una intensidad tan alta que, para evadirse, recurre a conductas desadaptativas. Abusa del alcohol o las drogas, se centra obsesivamente en el trabajo, en salir o en cualquier conducta que le permita sobrellevar la angustia, etc. Todo esto puede llevar a desarrollar trastornos como ansiedad, depresión, adicciones, fobias…

El duelo complicado puede llevar a desarrollar trastornos como ansiedad o depresión.

  • Duelo enmascarado. La persona experimenta síntomas o lleva a cabo conductas que le causan dificultades, pero sin darse cuenta de que están relacionadas con la pérdida. Por ejemplo, puede experimentar síntomas físicos similares a los del fallecido antes de morir, somatizaciones (dolores de cabeza, problemas digestivos, molestias musculares); desarrollar problemas psicopatológicos (ansiedad, trastornos alimentarios); o tener conductas desadaptativas, (depresión inexplicable, abandono de obligaciones, hiperactividad).
  • Duelo desautorizado, silente o prohibido. Son duelos que, pese a conllevar un gran dolor, no están socialmente aceptados y no reciben comprensión por parte del entorno. Es el caso de una pareja homosexual no reconocida públicamente en la que muere uno de sus miembros. O cuando se trata de una relación de amantes. Asimismo, el duelo silente puede darse en la muerte por suicidio, por enfermedades como el sida o por una sobredosis, por ejemplo. En estos casos, familia y amigos pueden experimentar cierta vergüenza y/o culpa y evitar hablar de su pérdida.  El aborto, a veces, también se trata con silencio y secretismo. Si no se ha llegado a comunicar el embarazo, es posible que se oculte todo el proceso para evitar dar explicaciones. Sin embargo, esto hace que no se pueda elaborar el duelo por el hijo perdido.
  • Duelo traumático. Si la muerte es inesperada o traumática (suicidios, homicidios, pérdidas múltiples), el duelo puede verse obstaculizado por un sufrimiento anormalmente intenso. Y también por síntomas propios del trastorno de estrés postraumático: pesadillas, flashbacks o recuerdos intrusivos recurrentes. Todo esto dificulta el proceso, agravando o prolongando la sensación de incredulidad, rabia y enfado e impidiendo la aceptación de la muerte. A esto se añade, a menudo, la presencia de otros trastornos, como ansiedad, trastornos del sueño, depresión, etc.
  • Duelo suspendido o congelado. Cuando no hay un cuerpo que acompañe la certeza de la muerte, como ocurre con los desaparecidos, transitar el camino del duelo es especialmente complicado. En ocasiones, incluso, el proceso puede llegar a prolongarse indefinidamente. Por un lado, el doliente se aferra a cualquier señal que pueda interpretar como una posibilidad de que su ser querido no haya muerto. Por otro, asumir su pérdida definitiva le genera un intenso sentimiento de culpa.

«Katla», una serie sobre duelos no resueltos

La muerte y el duelo siempre han sido temas muy recurrentes en el cine y la televisión. Y este es el caso de la serie islandesa Katla, historia dirigida por Baltasar Kormákur que gira en torno al duelo complicado y la culpa. De hecho, si la habéis visto, seguro que podéis identificar en los personajes algunas de las características y los tipos de duelo patológico que he enumerado más arriba.

En Katla, la mayoría de los protagonistas permanecen encadenados al pasado y a personas que ya no están. Bien porque han muerto o bien porque han experimentado un drástico cambio en su propia identidad. En cualquier caso, dichos personajes no son capaces de completar el duelo correspondiente. (A partir de aquí encontraréis algún spoiler)

Van a ser unos seres a los que llaman «suplantadores» (versiones de familiares fallecidos e, incluso, dobles de personas que siguen vivas) los que irán apareciendo para ayudar a los humanos a afrontar sus duelos inconclusos. Y, de paso, deshacer el nudo que aprisiona su vida y les impide seguir adelante. Es el caso, por ejemplo, de Grima. Siendo niña presenció, junto a su hermana Asa, el suicidio de su madre. Ya adultas, Asa desaparece y, desde ese momento, su hermana se sume en una profunda depresión incapaz de asumir su pérdida. Muy posiblemente el duelo por su hermana está sacando a la luz otro duelo no resuelto, el del suicidio de su madre.

Al duelo no resuelto de Grima por el suicidio de su madre se suma la incapacidad para aceptar la muerte de su herman.

Grima primero recibirá la visita de la suplantadora de Asa, que le ayudará a aceptar la muerte de su hermana. Y luego será su propio doble quien le mostrará que es posible seguir adelante y vivir en paz con sus muertos.

La serie también muestra otras historias. Como la de un matrimonio destrozado y al borde del divorcio que no es capaz de superar la muerte de su hijo.

El proceso para desbloquear un duelo inconcluso pasa por contactar, comprender y aceptar el dolor que se ha quedado atascado dentro de nosotros. Haciendo un paralelismo con los «suplantadores» de Katla, es como si una parte de nosotros tuviese que surgir de lo más profundo de nuestro mundo interno y hacerse notar para que tomemos conciencia de que tenemos un asunto pendiente que resolver, un trauma que sanar. Y solo contactando con esa parte y escuchando lo que nos quiere decir podremos finalizar el proceso y seguir adelante con nuestra vida.

(Si queréis profundizar en la relación entre la serie Katla y los duelos inconclusos, os recomiendo leer este post de Jaume Cardona en el blog Cine y psicología)

Los rituales tienen numerosos beneficios psicológicos.

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor?

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor? 1920 1920 BELÉN PICADO

Los rituales han estado presentes en la vida del ser humano desde la Antigüedad, tanto a nivel social como de forma individual. Desde soplar las velas en los cumpleaños a la celebración de bodas o funerales, pasando por las fiestas de los pueblos o ciertas ceremonias relacionadas con la Naturaleza. Cuanto más importante y significativo sea el momento, más elaborado será el rito. Y, aunque es habitual que se les dote de connotaciones mágicas o religiosas, lo cierto es que el poder de los rituales va mucho mas allá. Por sí mismos, nos proporcionan importantes beneficios psicológicos.

Según Nick Hobson, psicólogo canadiense que ha estudiado durante muchos años los mecanismos psicológicos de los rituales, estas conductas nos ayudan a modular nuestras emociones, contribuyen a enfocarnos en nuestras metas y regulan la conexión con otras personas.

De su importancia en las relaciones sociales, también habla el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro La desaparición de los rituales. Para él, estos comportamientos simbólicos transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. «Los ritos transforman el ‘estar en el mundo’ en un ‘estar en casa’. Hacen del mundo un lugar fiable», afirma.

Justo en estos días en que se celebra el Carnaval (con las limitaciones que implica la COVID-19) muchos siguen el ritual de disfrazarse. Se trata de una fiesta que cumple desde sus orígenes una importante función de conexión social. Aunque ahora su componente es sobre todo lúdico, en la Edad Media suponía una válvula de escape. Un oasis de permisividad frente a la represión y la severa formalidad litúrgica de la Cuaresma. Al relajarse por unos días las reglas sociales, sexuales y jerárquicas, las personas podían permitirse dejar la vergüenza a un lado. Podían desinhibirse y dar rienda suelta a su lado más carnal y hedonista.

El ritual de disfrazarse es propio del Carnaval.

Hábito, ritual, superstición o síntoma de un TOC

El hábito es un comportamiento que repetimos de forma automática. Tiene un importante componente práctico y, por lo general, no poseen un significado simbólico. Podemos cambiar ciertos elementos cada vez que y no influyen en nuestro estado emocional.   

Los rituales también son repetitivos, pero más rígidos que los hábitos en su estructura y ejecución. Se componen de secuencias particulares de acciones con un significado simbólico, aunque no necesariamente tienen que ser prácticos. Además, al contrario que los hábitos, requieren una intención y tienen un componente emocional muy intenso. Pueden transformar nuestro estado de ánimo y de desempeño de forma instantánea y no solo cuando se repiten con la suficiente regularidad.

La superstición es la creencia de que un objeto, una persona o una conducta nos va a traer suerte, sin que haya ningún tipo de relación entre una cosa y la otra. Al contrario que los rituales, son totalmente irracionales y en la mayoría de ocasiones perjudican la concentración, el rendimiento. Se trata de un modo ilusorio de defendernos de aquello que escapa a nuestro control.

También hay que diferenciar los rituales de los que os hablo en este artículo de los que se presentan en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). En estos casos, no solo no ayudan sino que interfieren negativamente en la vida cotidiana. Se trata de estrategias relacionadas con  ideas obsesivas irracionales que escapan al control de quien las tiene. La persona sabe que esos rituales no tienen sentido, pero no puede evitar realizarlos.

Os pongo un ejemplo. Un hábito sería aplicarme crema hidratante en el rostro todas las noches antes de irme a la cama porque pienso que será bueno para mi piel. Esta rutina se convertirá en ritual si, además, uso exactamente la misma crema que utilizaba mi madre y lo hago siempre frotándome las mejillas con suavidad y mirándome en el espejo mientras siento cómo esos minutos me conectan con ella. Superstición sería pensar que ponerme crema hará que al día siguiente todo me salga bien. Y si me aplico el producto de una forma compulsiva, porque temo que si no lo hago un determinado número de veces ocurrirá algo muy malo, ya formaría parte de un trastorno obsesivo-compulsivo.

Los rituales ayudan a regular las emociones y a procesar el dolor

Cuando hemos sufrido una pérdida, los rituales nos permiten poner un cierre de un modo significativo para nosotros. Los que practicamos tras el fallecimiento de un ser querido, por ejemplo, sirven para aliviar el dolor emocional y ayudarnos en el proceso del duelo. Son reconfortantes y nos ayudan a expresar sentimientos que de otro modo no sabríamos exteriorizar. Pueden generar una sensación de cierre o, por el contrario, contribuir a mantener viva una parte importante de nuestro pasado.

Especialmente necesarios son los rituales en tiempos de coronavirus, en los que a la pérdida de un ser querido se une el drama de no poder realizar un adecuado proceso de despedida. Eventos como los funerales dan la oportunidad al doliente de hacer más real la pérdida, procesarla y compartir el dolor.

Aunque este tipo de ritos varían mucho según la cultura a la que pertenezcamos, hay un mecanismo psicológico subyacente a todos ellos: la recuperación de la sensación de control sobre nuestras vidas.

Los rituales también alejan el miedo a lo desconocido. A los niños, por ejemplo, les encantan y los están realizando continuamente, tanto en el juego como en su vida familiar. Por la noche, antes de irse a dormir, piden una y otra vez que les leas el mismo cuento, aunque lo conozcan de memoria. La repetición, una de las características de lo ritual, les da seguridad y les reconforta.

Igualmente, al tener un importante componente emocional, los rituales contribuyen a que recordemos mejor determinados momentos. Y es que para nuestro cerebro es mucho más fácil recordar eventos que nos han generado alguna emoción.

Los rituales ayudan a regular las emociones.

Más percepción de control y menos ansiedad

El ritual nos ayuda a lidiar con la incertidumbre, a poner orden en nuestras vidas y a tener la percepción de control sobre situaciones que nos sobrepasan. Agrega estructura y estabilidad a un mundo que de otro modo sería impredecible

A la hora de lidiar con la ansiedad, estas secuencias de acciones tienen el mismo efecto que realizar ciertos ejercicios de relajación. En un estudio realizado en la Universidad de Harvard se propuso a un grupo de participantes llevar a cabo una actividad que les generase estrés, como cantar en público. A la mitad de ellos se les pidió realizar un ritual previo y a la otra mitad realizar la tarea directamente. Finalizada la investigación, sus responsables encontraron que el primer grupo presentó un ritmo cardiaco más controlado que el segundo.

Las acciones sencillas, estructuradas y repetitivas de los rituales actúan como auténticos calmantes. Ante una vida llena de incertidumbre y a menudo bastante estresante y caótica, saber exactamente qué hacer y cómo hacerlo transmite una agradable sensación de estructura, control y estabilidad.

El simple acto de incluir en nuestra rutina algo reiterativo que confiere orden y sensación de control, ya es beneficioso para nuestro cerebro. No podemos olvidar que la propia ansiedad se alimenta de la incertidumbre y puede llegar a arrebatarnos el dominio sobre nosotros mismos. Justo reducir este malestar es el objetivo de muchos artistas y deportistas que tienen sus propios rituales antes de salir a actuar o de competir.

Rituales que refuerzan los vínculos y la cohesión social

¿Recordáis con cuánta rapidez se instauró durante el primer confinamiento el ritual de salir a aplaudir cada tarde? Los rituales colectivos en los que se hace algo de manera coordinada conllevan una recompensa en forma de conexión y pertenencia.

Hacer regalos, por ejemplo, es un intercambio social y comunicativo inherente a todas las culturas; permite transmitir un mensaje a la otra persona sin necesidad de palabras. En muchas sociedades, la entrega ritual de obsequios desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de los vínculos sociales al crear redes de relaciones recíprocas. Asimismo, y dejando a un lado las connotaciones religiosas, el cumplir con ciertos ritos (bodas, graduaciones, funerales, etc.) tiene mucho que ver con nuestra identidad colectiva.

Aunque no ocurre de forma consciente, mantener ciertas costumbres a lo largo del tiempo, como que la familia se reúna a comer un día específico de la semana o que los habitantes de un pueblo participen en las fiestas anuales, tiene un poderoso efecto. De algún modo, es la reconfirmación de que todas esas personas reunidas forman parte de un grupo con un unos valores, una cultura y unas raíces comunes.

El sociólogo francés Émile Durkheim investigó la fuerza emocional de los grupos y llegó a la conclusión de que cuanto mayor es el nivel de los rituales del grupo, más fuerte es este. Cuando una comunidad de cualquier tamaño promulga repetidamente rituales simbólicos o pequeñas ceremonias caseras, sus miembros experimentan un mayor grado de fuerza emocional, esperanza y resiliencia.

Participar en rituales colectivos, además, genera un fuerte sentimiento de pertenencia. Es el caso de los denominados ritos de paso. Estos, además de marcar las transiciones vitales y ayudar a asimilar esas etapas de cambio,  refuerzan el sentimiento de pertenencia a un grupo. Algunos ejemplos los tenemos en las fiestas de los 15 años, las ceremonias de graduación, las bodas o los bautizos (si le despojamos del significado religioso no son otra cosa que la presentación del recién nacido en sociedad). Incluso pasar por primera vez las vacaciones con la familia política puede considerar un rito de paso para convertirse en un verdadero miembro del clan.

Las bodas son rituales de paso.

Mayor concentración y rendimiento

Muchos de los rituales o conductas que seguimos tienen la función de preparar al cerebro y predisponerlo para la tarea que va a abordar. Si antes de hacer un examen me acostumbro a cerrar los ojos unos instantes, hacer tres respiraciones profundas y decirme una frase que me motive, simplemente al entrar en el aula se generarán una serie de pensamientos y sensaciones que me ayudarán a tranquilizarme y a concentrarme mejor.

Del mismo modo, también podemos crear nuestros propios rituales para desconectar, algo que ahora con el teletrabajo se hace especialmente difícil. Cuando termines de trabajar, cierra el portátil poniendo tu atención en cómo bajas la pantalla. A continuación, realiza una respiración profunda antes de levantarte de la silla. Repetido todos los días, este simple acto te ayudará a pasar de un estado mental a otro y a dejar el tiempo del trabajo atrás para entrar en el tiempo personal o familiar.

Concentración y un mayor rendimiento es lo que buscan los deportistas de elite cuando llevando a cabo ciertos rituales antes de una competición. Rafa Nadal, por ejemplo, alinea las botellas de agua en el banquillo durante el descanso entre juegos. «Si no hago lo de las botellas, estoy sentado y a lo mejor me distraigo pensando en otras cosas. Cuando hago las mismas cosas siempre, estoy centrado en lo que tengo que hacer y la cabeza está siempre despierta para pensar puramente en el tenis», explicó el tenista en una entrevista.

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Duelo migratorio: el precio de emigrar buscando una nueva vida.

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida 1024 600 BELÉN PICADO

Nostalgia, morriña, añoranza, gorrión o saudade son algunas de las palabras que suelen utilizarse para describir el sentimiento de pérdida que invade a quien deja atrás su país en busca de una nueva vida. A menudo no se le presta la suficiente atención pero, como en el caso de otras pérdidas, se necesita un periodo de adaptación para elaborar lo ocurrido y acomodarse a la nueva realidad. Igual que pasamos un duelo cuando muere un ser querido o ante una ruptura amorosa, es necesario que transitemos este proceso emocional y cognitivo cuando emigramos. Es el duelo migratorio.

Emigrar siempre es difícil e implica numerosos cambios, muchos de ellos inesperados pues nunca se sabe con certeza qué deparará el nuevo lugar al que se va. Los procesos migratorios exponen a quienes los viven a cambios muy drásticos y ponen a prueba su capacidad de adaptación.

Si bien lo habitual es que este duelo se supere tarde o temprano, no hay que subestimarlo ni evitarlo. Es necesario conectar con las emociones, permitirse vivir ciertos momentos de angustia y tristeza y transitar este camino para elaborar las múltiples pérdidas que supone dejar atrás el que fue nuestro hogar.

Pero no solo quien se marcha atravesará este proceso. Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo, porque pierden la presencia de un ser querido, aunque sigan en contacto con él a través de todos los medios que actualmente hay disponibles. El duelo de quienes se quedan será más o menos llevadero en función de las circunstancias en que se dé la separación, de la relación que se tenía con el emigrante, del rol que ocupaba en la familia, de si la separación es o no definitiva, de la situación económica en la que se quede la familia, etc.

Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo.

La madre del emigrante, de Ramón Muriedas Mazorra.

Un duelo múltiple, recurrente y transgeneracional

Pese a tener numerosas similitudes con otros tipos de duelos, el duelo migratorio posee características que lo hacen diferente y que enumera Joseba Achotegui, psiquiatra especializado en migración.

  • Es múltiple. Muy posiblemente ninguna experiencia, ni siquiera la muerte de un ser querido, supone tantos cambios. Quien emigra puede pasar, como mínimo, por siete duelos diferentes, ya que deja atrás: la familia y los amigos; la lengua; la cultura, con sus costumbres, religión y valores; la tierra (paisaje, colores, olores); el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso social), el contacto con su grupo de pertenencia; y la seguridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión).
  • Es parcial. En la migración, el objeto de la pérdida (el país de origen con todo lo que representa) no se pierde de forma definitiva. Es más, se puede seguir en contacto con los familiares e incluso volver temporalmente o de forma definitiva.
  • Es recurrente. El sentimiento de nostalgia y el vínculo con el país de origen van a reavivarse cada vez que la persona tenga contacto con su país, bien porque vaya de vacaciones, reciba la visita o la llamada telefónica de un compatriota o incluso cuando escucha música de su tierra. Y esto ocurre porque esos vínculos siguen activos toda la vida, unas veces de modo más consciente y otras de modo más inconsciente.
  • Es transgeneracional. Si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en el país de acogida, el duelo también lo sufrirán sus hijos y nietos. El que lleguen a integrarse dependerá de la actitud de los padres frente al país que les acoge, de la actitud que tengan los hijos frente al mismo; y también depende de que el país al que llegan sepa o no acogerlos. Muchos hijos de inmigrantes no se sienten ni del país en el que viven ahora, pese a haber nacido ahí, ni del país que dejaron sus padres.
  • Va acompañado de sentimientos de ambivalencia. El emigrante siente amor hacia su país de origen y al mismo tiempo experimenta mucha rabia porque ese mismo país no le supo dar las oportunidades o la seguridad necesarias para poder quedarse. Por otro lado, en su papel de inmigrante, siente cariño por la tierra que le está acogiendo y dando una nueva oportunidad para salir adelante, y a la vez ira por el esfuerzo que supone este cambio y porque en ocasiones no se le acepta como un igual.

Síntomas del duelo migratorio

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración, la propia personalidad del emigrante, el momento del ciclo vital en que se encuentre, la realidad con la que se tope en el país de destino, el motivo que le llevó a tomar la decisión, etc.  En cualquier caso, suelen aparecer:

  • Nostalgia y tristeza al recordar la pérdida de todo lo que se ha dejado en el país de origen, que puede ir acompañada de una profunda sensación de soledad.
  • Preocupación por un futuro incierto.
  • Temor a la pérdida de identidad. Si el choque cultural es muy acusado o los habitantes del lugar de destino muestran rechazo, la sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia podría llevar al recién llegado a aislarse y desarrollar cierto rechazo a integrarse a la vez que se refugiará cada vez más en sus compatriotas.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento ante la sensación de haber ‘abandonado’ a la familia.
  • Dificultad de disfrutar del momento presente y de acoger las nuevas experiencias con talante positivo.

Junto a estas emociones, es común que aparezcan otros problemas como ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad, alteraciones del sueño, dolores de cabeza de tipo tensional asociados a las preocupaciones, fatiga, etc.

Lo normal es que estos síntomas vayan desapareciendo con el tiempo. Una correcta elaboración del duelo migratorio implicará asimilar lo nuevo y sentirse parte del país de acogida, pero sin olvidar ni rechazar el lugar de origen.

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración.

Cuando las dificultades bloquean la capacidad de afrontamiento

En circunstancias normales, el modo de enfrentarse al duelo migratorio depende más de las propias estrategias y recursos para hacer frente a los cambios, que de tener una determinada edad, nacionalidad o estatus social y económico.

Sin embargo, existen ciertos factores que dificultan la adaptación y generan un estrés añadido, con el consiguiente riesgo de que el duelo migratorio simple, que es el habitual, pase a convertirse en duelo extremo. Entre esos factores están: la soledad por la separación de los seres queridos, amenazas constantes de detención y expulsión, sentimientos de vulnerabilidad ante la carencia de derechos en el país de destino, enfrentarse a una lucha diaria por sobrevivir (falta de alimentos, de un techo bajo el que dormir o imposibilidad de encontrar trabajo).

Cuando el inmigrante sufre una situación de crisis permanente, aparece el denominado Síndrome de Ulises o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, un cuadro de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas.

Cuidado con las expectativas

En muchas ocasiones la persona idealiza el lugar de destino y solo tiene en mente la posibilidad de llegar a un lugar con una mayor calidad de vida y grandes oportunidades profesionales. Sin embargo, pocas veces se piensa en la implicación a nivel emocional y personal que puede producir ese cambio. Para que el ‘aterrizaje’ no sea tan brusco, ahí van unas cuantas ideas:

  • Infórmate. Antes de tomar la decisión, procura estar totalmente informado del peligro del trayecto si es el caso, de cómo es la vida dónde quieres asentarte, de la cultura, de las leyes laborales, de tus derechos y de la posibilidad de contar con una red de apoyo social. Y, sobre todo, ten en cuenta que emigrar implica pérdidas y vas a tener que pasar por una serie de duelos. Saberlo de antemano, te ayudará mucho en el proceso. Igualmente, sopesa los beneficios que te traerá abandonar tu hogar, pero también a lo que tendrás que renunciar.
  • Comparte tu decisión con la familia. Si ya lo tienes claro, haz partícipes a tus seres queridos de tu decisión. Permitir que todos los miembros de la familia participen contribuirá a que ese cambio de vida sea visto como un desafío apasionante. Todos se sentirán involucrados y comprometidos y el dolor de tu partida se suavizará.
  • Acepta tus emociones. Los sentimientos de tristeza, miedo o ansiedad forman parte del proceso normal de adaptación. No los evites.
  • Cuidado con las expectativas. Idealizar el lugar que se convertirá en nuestro hogar puede llevar a que el choque con la realidad sea mayor, entre otras cosas, por las dificultades que entraña adaptarse a otro país, a otra cultura y, a veces, a otro idioma. Todos queremos tener éxito cuando nos lanzamos en busca de un objetivo, pero hay circunstancias que no dependen de nosotros y que pueden dificultar el proceso. Igualmente desaconsejable es idealizar lo que dejaste atrás y creer que si vuelves todo estará mejor que cuando te marchaste.
  • No te encierres. La socialización es fundamental en la primera etapa de asentamiento. Una vez que hayas llegado a tu destino, busca amistades nuevas que puedan ayudarte a encontrar empleo o, simplemente, a sentirte más acompañado. Contactar con personas de tu mismo país puede hacerte más fácil la adaptación, porque ya pasaron por algo similar y pueden darte consejos prácticos y útiles. Igualmente beneficioso será relacionarte con habitantes originarios de allí donde llegues. Tener diferentes perspectivas te ayudará a adaptarte.

Sentirse acompañado ayuda, y mucho, a superar el dolor de haber dejado atrás el hogar.

  • Mantén una actitud positiva. Que los momentos de nostalgia no te hagan olvidar los aspectos positivos de tu decisión. En la mayoría de los casos, emigrar es más una solución que un problema. Puede ser una experiencia muy enriquecedora y repleta de aprendizajes. Y cuando tus fuerzas flaqueen, recuerda por qué tomaste la decisión.
  • No olvides tus raíces. Adaptarte a tu nuevo hogar no implica renunciar a tus raíces y a tu propia identidad. Cuando reniegas de tu país, tu cultura y tu gente también están dejando de ser tú y dejando a un lado tus valores y principios. Si bien es cierto que resulta necesario establecer cierta distancia para poder integrar los nuevos aspectos que brinda el país de acogida, no hay que desapegarse por completo de lo que ha conformado tu visión de la vida y del mundo. Además, es muy importante hablar a los hijos de su país de origen, de su historia, sus costumbres, tradiciones, paisajes, etc. Tus raíces también son parte de su identidad y deberían estar orgullosos de ellas.
  • Convierte el hecho de ser extranjero o extranjera en una ventaja. Seguro que hay muchas cosas que puedes ofrecer y sabes hacer y que los locales del país al que llegas no conocen. Convierte lo que en un principio puede ser un impedimento en una oportunidad.
  • Conserva tus aficiones en la medida de lo posible. Cuando todo tu entorno es nuevo, poner un poco de continuidad en tu vida te ayudará a mantenerte conectado con lo que te resulta familiar. ¿Te apasiona el senderismo? Hazte miembro de un grupo. ¿Te gusta jugar fútbol? Busca un equipo. Tener algo en común, además, te ayudará a la hora de establecer nuevas amistades.
  • Haz un altar de recuerdos. Elige un lugar especial (una mesa, una pared, una estantería…) y coloca fotos u objetos especiales que te conecten con tu tierra. Con el tiempo podrás añadir también algún objeto o alguna imagen del que es ahora tu nuevo hogar. Eso te servirá para integrar tus experiencias pasadas con tu presente.
  • Acepta que todo cambia, incluso los que se quedaron. En el caso de que decidas volver a tu tierra, asume que ya no serás la misma persona que cuando se marchó. Y lo mismo ocurrirá con tus seres queridos. Si regresas esperando reencontrar todo tal como lo dejaste, la decepción será inevitable.
  • Busca ayuda profesional si la necesitas. Si pasado un tiempo prudencial, el malestar por lo que has dejado atrás se prolonga es conveniente buscar ayuda profesional. Evitarás que la situación se agrave y tu duelo se complique. (Si lo necesitas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)

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