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febrero 2023

Tener al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad 2121 1414 BELÉN PICADO

Todos somos, en general, bastante aficionados a idealizar. Y no solo a otras personas, sino también situaciones, creencias… En realidad, la idealización no es positiva ni negativa. Todo depende de la intensidad y de la frecuencia con que recurramos a ella. Es normal, por ejemplo, que un niño idealice a sus padres o a sus maestros. O que idealicemos a la persona con quien estamos empezando a salir (la idealización forma parte del proceso de enamorarse). El problema aparece cuando esa perfección que creemos ver en el otro nos deslumbra y no nos permite ver su cara B.

Cuando nos ponemos las gafas con cristales de color de rosa todo parece maravilloso. Pero lo cierto es que solo estamos viendo una imagen distorsionada e incompleta de la realidad. Necesitamos unas gafas sin filtros que nos permitan ver la paleta completa de colores, incluidos los grises y, a veces, también los negros.

Podríamos definir la idealización como un proceso por el que atribuimos a una persona, situación, etc. valores o cualidades que nosotros creemos no poseer o, al menos, no en la medida en que los proyectamos fuera. Nos enfocamos solo en lo positivo y si acaso llegamos a ver alguna sombra inmediatamente la apartamos de nuestra consciencia y la pasamos por alto o la justificamos. ¿Significa esto que el objeto idealizado no posee las características que vemos en él? No necesariamente. Claro que puede tenerlas, pero son solo una parte de un conjunto mucho más amplio. Además, en muchas ocasiones, esta visión irreal puede acabar convirtiéndose en una pesada carga para aquel a quien idealizamos y, en consecuencia, en un obstáculo para cualquier relación honesta y real.

La idealización como parte de nuestro proceso de desarrollo

Durante la infancia, es normal que el niño idealice a sus figuras de apego e incluso que les dote de poderes mágicos y los convierta en superhéroes. De hecho, uno de los aspectos centrales para un correcto desarrollo de la identidad adulta es el tener la posibilidad de poder elaborar e internalizar esas representaciones positivas tanto de lo materno como de lo paterno.

Lo adecuado sería aprender de nuestras primeras relaciones, generalmente con los padres, el significado de sentirnos queridos, cuidados, seguros y validados incondicionalmente. Pero, lamentablemente, no siempre es así. Cuando ese amor, esa seguridad o esa aprobación no existen o se ofrecen de manera condicional el niño necesita desarrollar mecanismos de protección que le ayuden a seguir adelante.

En el caso de la idealización, puede aparecer, por ejemplo, cuando el niño maltratado o abusado aprende a eludir los aspectos más negativos de la figura maltratadora o abusadora como un modo de mantener un vínculo que necesita para sobrevivir.

Muy posiblemente, en la edad adulta la persona recurrirá a este mecanismo de defensa para seguir buscando la seguridad, el reconocimiento y el amor que no tuvo. Por ejemplo, fantaseando cada vez que conoce a alguien con establecer una relación diferente a las que ha tenido en el pasado. Una relación en la que no le lastimen, ni le traicionen. Este podría ser el caso de Manuel, un chico con dificultades en el terreno de las relaciones personales. Cuando conoce a alguien que parece encajar con su ideal de amigo, automáticamente lo sube a un pedestal altísimo, ensalzando sus cualidades positivas e ignorando las que se alejan de ese ideal. Sin embargo, basta que su nuevo amigo cometa un solo fallo, por mínimo que sea, para que Manuel se sienta traicionado e, incapaz de lidiar con esta realidad, lo traslade directamente a su lista de enemigos.

Idealizar a las figuras de apego es parte del desarrollo del niño.

Imagen de wayhomestudio en Freepik

Un mecanismo de defensa que nos aleja de la realidad

Como hemos dicho al principio, todos idealizamos en algún momento, entre otras razones porque es un modo de mantener la esperanza en que las cosas irán bien. Y esto es positivo y adaptativo porque, si solo pensáramos en las dificultades que vamos a encontrar al iniciar una relación o al afrontar un nuevo proyecto, posiblemente ni lo intentaríamos.

Ahora bien, este proceso interno, en principio adaptativo, puede convertirse en un mecanismo de defensa rígido y automático.

Los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas inconscientes cuyo objetivo es ayudarnos a mantener nuestro equilibrio interior. Nos ayudan a defendernos de pensamientos y sentimientos negativos que pueden generarnos dolor y angustia y amenazar nuestra autoimagen. Serían algo así como esas aplicaciones que siguen ejecutándose en segundo plano en nuestro móvil y que van a agotando la batería sin que nos demos cuenta.

En el caso de la idealización, nuestro sistema busca ese equilibrio interno a costa de negar la realidad. Resaltamos lo bueno del objeto idealizado y lo rodeamos de un halo de perfección, a la vez que eliminamos cualquier defecto, fallo o cualidad negativa que nos estorbe en esta creación de nuestra idea perfecta.

Inconscientemente, nos alejamos de la angustia y del conflicto interno que supondría enfrentarnos con la imagen real y sin filtros. Siguiendo con el ejemplo de las aplicaciones del móvil, Imagina que tienes una de esas que ofrecen filtros super favorecedores. Una cosa es que te entretengas con ella de vez en cuando y otra, muy diferente, es que siga ejecutándose sin que tú seas consciente y modifique cualquier foto que recibas o quieras ver. Las imágenes serán fantásticas y preciosas, pero no estarás viendo la realidad sino un falso reflejo.

En su libro No soy yo, Anabel Gonzalez habla de la idealización como uno de nuestros sistemas de protección: «Idealizo. Me formo una imagen muy positiva de los demás, de mis capacidades para solucionar problemas o de cómo soy yo. Veo las cosas o la gente, o a mí mismo como me gustaría que fueran. Con determinadas figuras de mi vida se me hace difícil reconocer que puedan tener fallos o defectos. Soluciono la realidad cambiándola por mi propia versión. A veces vivo en mi propio planeta donde todo es como debe ser. En ese lugar habitan versiones de las personas, pero tal como querría que se comportaran conmigo. En ese planeta vive la familia que hubiera deseado tener, el trabajo de mis sueños, mi media naranja y los amigos de verdad. Me paso el día comparando la realidad con esta referencia».

¿Por qué colocamos a los otros en un pedestal?

Hay varias razones por las que idealizamos a otras personas, entre ellas:

  • Evitar la frustración y neutralizar nuestra angustia. Necesitamos pensar que aquel en quien depositamos nuestra confianza y a quien mostramos nuestra vulnerabilidad no nos va a decepcionar nunca, especialmente si no nos sentimos capacitados para afrontar determinadas situaciones. Si doy por hecho que alguien es tan maravilloso que nunca podría hacerme daño, me estoy protegiendo de un hipotético sufrimiento. A través de la idealización, estoy convirtiéndole en una figura protectora y atribuyéndole unas cualidades, a veces irreales, en las que apoyar mi esperanza de que todo irá bien.
  • Necesidad de protección. Hay personas que necesitan tener cerca figuras que consideran fuertes y poderosas, a quienes admirar y valorar. La atribución de esos poderes hace que se sientan protegidas. En este caso el objetivo de la idealización es asegurarnos de que hay alguien que va a poder ayudarnos cuando lo necesitemos. Esto nos permitirá sentirnos acompañados y seguros ya que, aunque nosotros no seamos fuertes, el otro sí lo es.
  • Mejorar nuestra autoestima. Si tengo baja autoestima, sobredimensionaré en los demás aquellas cualidades que siento que a mí me faltan. El peligro es que el hecho de considerar al otro perfecto e inalcanzable, mientras yo me siento inferior, puede acabar derivando en relaciones de dependencia y en comportamientos sumisos y complacientes.
  • Búsqueda de la perfección. Para quienes son muy perfeccionistas no hay escala de grises, todo es blanco o negro. Y las personas, igualmente, se dividen entre fantásticas u horribles. Así que, para poder relacionarse, necesitan recurrir a la idealización, ensalzando virtudes y negando cualidades que no cuadren con su sistema de valores.
  • Proyectar en el otro esa imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos y que sentimos que no podemos alcanzar. Esta visión tiene que ver con todo lo que queremos ser y con cómo queremos que nos vean. Ocurre, por ejemplo, cuando convertimos en poco menos que dioses a personas de carne y hueso que han destacado por algún motivo, ya sean cantantes, políticos, futbolistas, influencers y personajes famosos en general.
  • Intentar que otros cubran nuestras propias carencias. Imaginaos a una madre que lleva a su hijo a terapia y aprovecha cualquier ocasión para resaltar la profesionalidad y alabar los conocimientos del psicólogo, pidiéndole consejo continuamente en cada paso que da respecto a la crianza de su hijo. Al idealizar al terapeuta, lo que esta mujer está haciendo inconscientemente es buscar una solución a través del trabajo casi exclusivo del profesional, depositando en él cualquier responsabilidad y eludiendo la que ella tiene como madre.

Cuando idealizamos al otro proyectamos en él la imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos.

Idealización y narcisismo

La idealización está estrechamente ligada al narcisismo, tanto al propio como al de los demás.

El narcisista se identifica con una visión idealizada de sí mismo porque la imagen que tiene de su yo real le resulta inaceptable. Sin embargo, para mantener esta aparente perfección necesita un público que lo admire y alimente su ilusión de grandeza. El modo de conseguir esto es, unas veces, subirse al trono de la superioridad, haciendo sentir al otro afortunado por haberse fijado en él. Y otras, disfrazar ese narcisismo de vulnerabilidad despertando en la persona elegida la necesidad de cuidarle y rescatarle.

A su vez, lo que buscan a menudo quienes idealizan a este tipo de personas es identificarse con lo que esta figura supone para ellos. Si tú, que eres especial y único, te fijas en mí, de algún modo yo también seré especial y único.

Ahora bien, el peligro de adorar a un narcisista es que en cualquier momento podemos pasar de ser los elegidos a ser unos ‘apestados’. Entre frases como «Eres perfecto» o «Eres la mujer de mi vida» y «Eres despreciable» hay una línea finísima. Un narcisista seductor capaz de convertirte en la persona más especial del mundo, también te hará sentir la más insignificante cuando se canse de ti.

Algo parecido ocurre en familias con progenitores narcisistas en las que se otorga a uno de los hijos el papel de favorito o ‘niño dorado’. Este hijo, idealizado por el padre o la madre narcisista, cumple todo lo que se le pide, mostrando obediencia ciega y a la vez aislándose de los demás miembros de la familia, que lo ven como el niñito mimado. Sin embargo, también lleva una pesada carga sobre sus espaldas, ya que el más mínimo fracaso, decepción o cualquier ápice de pensamiento crítico harán que pase de ser el preferido a convertirse en chivo expiatorio.

El alto precio de idealizar a los demás

Convertir a los demás en modelos de perfección puede traernos algunas consecuencias no deseadas. Vamos a ver algunas:

  • De la idealización a la devaluación. Como nadie es perfecto y antes o después todos cometemos errores, cuando la venda se nos caiga de los ojos hay bastantes probabilidades de que pasemos de la idealización a la decepción, la frustración e, incluso, a la sensación de sentirnos traicionados. María puso a Beatriz la etiqueta de «la más amable y generosa» desde que le echó una mano con una tarea en el trabajo. Pero todo cambió cuando volvió a pedirle ayuda y Beatriz le explicó que esta vez no podía sentarse con ella porque tenía algunos encargos que terminar. Automáticamente, María pasó de adorarla a odiarla y a considerarla la peor compañera del mundo.
  • Vivir en una falsa realidad. Siguiendo con el ejemplo anterior, también puede ocurrir lo contrario. Para poder salvaguardar su equilibrio psicológico, María necesita mantener a toda costa las creencias que ha desarrollado sobre Beatriz. Así que, da igual que esta le hable mal, la ningunee o se las ingenie para endosarle siempre los encargos más complicados. María lo justificará todo, ignorará las pruebas y la información que contradigan «su» realidad y buscará activamente aquello que apoye su creencia distorsionada.
  • Desplazar hacia otras personas emociones desagradables que no nos permitimos sentir por la figura idealizada. El padre de Rosa la abandonó cuando era muy pequeña. Ella, incapaz de admitir el dolor que ese comportamiento le había causado, idealizó la figura paterna hasta el punto de crear en su mente todo tipo de justificaciones a aquella conducta. Sin embargo, lo que había detrás era mucha rabia y desconfianza, algo de lo que no era consciente. Esta hostilidad que en realidad sentía hacia su padre la descargaba sobre los hombres que conocía. En respuesta a ello, sus parejas siempre acababan dejándola y ella, incapaz de ver la realidad, insistía en que su ira estaba más que justificada por el hecho de que ellos siempre la dejaban.
  • Evitar emociones como la culpa y la vergüenza. Algo similar a lo anterior ocurre con la culpa y la vergüenza, que también se ocultan detrás de la idealización. Mi madre no me protegió del maltrato de mi padre ni estuvo disponible emocionalmente para mí cuando la necesité. Pero odiarla o sentir rabia hacia ella me produce mucha culpa y vergüenza. Así que encuentro en la idealización el modo de neutralizar, o al menos suavizar, esas emociones tan desestabilizadoras. A fuerza de enfocarme en las cualidades positivas de mi madre y ensalzarlas, transformaré su figura en objeto de idealización en vez de en blanco de desprecio y de reproches. En pocas palabras, ocultaré sus defectos y carencias para poder quererla. Pero lo cierto es que esos sentimientos siguen ahí y por mucho que se oculten acabarán pasando factura. ¿Cómo? Generando malestar, somatizaciones o psicopatologías, como depresión, ansiedad, etc.

No solo convertimos a las personas en modelos de perfección

La idealización puede tener lugar en el ámbito de la pareja, de la amistad, la familia, las relaciones laborales o en otros entornos donde haya implicado algún tipo de vínculo. Sin embargo, también se produce más allá de las relaciones personales. Idealizamos animales, objetos, lugares, ideologías o momentos en los que depositamos o hemos depositado nuestras vinculaciones afectivas.

En la costumbre de idealizar el pasado, por ejemplo, hay cierto sesgo cognitivo. Como cuenta Francisco J. Rubia en su libro El cerebro nos engaña, «cuando una persona intenta recordar un hecho del pasado, muy a menudo el recuerdo está formado e influenciado por la «actitud» hacia lo ocurrido. Es decir, que las expectativas y deseos de esa persona de lo que debería haber ocurrido tienen mucha más importancia que lo que ocurrió en realidad. (…) En este proceso de reconstrucción, llenamos huecos, redondeamos aristas y hacemos lógico lo que no lo es».

En cuanto a la idealización de sistemas de creencias e ideologías, el filósofo colombiano Estanislao Zuleta habla de «demanda y oferta de idealización» en su ensayo Sobre la idealización en la vida personal y colectiva. Detrás de la demanda o, lo que es lo mismo, de la búsqueda de ser idealizado, puede ocultarse la necesidad de exteriorizar una convicción y que los demás la compartan con el mismo entusiasmo. En el caso de la «oferta de idealización», proyectamos en un grupo, una persona o una ideología un «yo ideal del cual se espera una protección absoluta, una identidad garantizada, y una respuesta a todos los interrogantes» para los que nosotros no hemos encontrado respuesta.

Idealizamos el pasado cuando solo somos capaces de ver lo positivo y olvidamos lo negativo.

Cómo puede ayudar la terapia

En caso de que tu tendencia a la idealización esté causándote demasiados problemas, no dudes en buscar apoyo profesional. La terapia te ayudará a:

  • Identificar esos mecanismos que están conduciéndote a relaciones idealizadas e irreales.
  • Localizar creencias irracionales que te llevan a buscar la perfección en ti y en los demás.
  • Comprender que es posible experimentar un sentimiento hacia otra persona y también el contrario.
  • Acoger y validar cada una de tus emociones (por ‘feas’ o desagradables que te parezcan), en vez de reprimirlas y acabar haciéndote daño o haciéndoselo a los demás.
  • Trabajar en tu autoestima. Así no dependerás de la aceptación de los otros o de que te cuiden o cubran tus carencias.
  • Repasar tu historia de vida y entender dónde y cómo aprendiste a recurrir al mecanismo de la idealización.

(Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Claves para mejorar nuestra responsabilidad afectiva

13 claves para mejorar nuestra responsabilidad afectiva

13 claves para mejorar nuestra responsabilidad afectiva 1920 1283 BELÉN PICADO

Últimamente se habla mucho de responsabilidad afectiva. Pero, ¿realmente nos hemos parado a pensar en qué consiste o qué implica? En primer lugar, y aunque se utilice sobre todo para hablar de relaciones de pareja, es un término aplicable a cualquier tipo de vínculo, ya sea familiar, de amistad o, incluso, laboral… Ser responsable afectivamente es tomar conciencia de que nuestras actitudes, conductas y palabras influyen y tienen consecuencias en los demás. Es tener en cuenta las emociones del otro sin olvidarnos de las nuestras. Ser responsable afectivamente no significa eludir cualquier palabra o acción que genere dolor porque, a veces, es inevitable. Pero sí evitar provocar un sufrimiento innecesario

Sin responsabilidad afectiva no podemos establecer relaciones sanas. Aquí os dejo 13 claves para mejorarla.

1. Lo primero, aprendo a identificar mis propias emociones

Si no reconozco cómo me siento o qué necesito, difícilmente voy a poder transmitírselo a otra persona. Así que, para empezar a practicar mi responsabilidad afectiva, es esencial aprender a reconocer mis propias emociones. Esta capacidad, junto a una adecuada mentalización, me facilitará poder comprender cómo me siento yo y diferenciarlo de cómo se siente el otro. La mentalización nos permite suponer o interpretar los pensamientos, actitudes, sentimientos, valores, motivaciones o intenciones que subyacen a la conducta de otras personas y a la nuestra propia.

2. Entrenar la empatía

Sin duda, la empatía es uno de los elementos más importantes de la responsabilidad afectiva. Esta habilidad para ponernos en el lugar del otro repercute directamente en la calidad de nuestras relaciones. Si hay conexión emocional, nuestra relación será más fácil y menos conflictiva. Alguien responsable afectiva y emocionalmente es capaz de dejar a un lado su propia perspectiva e imaginar cómo se siente el otro  o cuáles son sus razones para haber actuado de una determinada manera.

Dos puntualizaciones. La primera, cuidado con el exceso de empatía, especialmente con narcisistas y similares.

La segunda, no caigamos en el error de preguntarnos solamente cómo nos sentiríamos nosotros en el lugar del otro. Hagámonos otra pregunta más: ¿Cómo se sentirá el otro en esta situación, teniendo en cuenta las circunstancias y su propia historia de vida? En el primer caso, si me planteo qué haría yo en el lugar de mi pareja, lo más seguro es que acabe invalidando su forma de sentir con frases como «No entiendo por qué te pones así por una broma, a mí no me ofendería». Al fin y al cabo, no hay dos personas con las mismas historias vitales, los mismos aprendizajes o las mismas experiencias. Ni siquiera los hermanos que han vivido bajo el mismo techo.

La empatía es uno de los elementos más importantes de la responsabilidad afectiva.

3. Mostrar respeto a la relación, sin importar el tipo de vínculo o su duración

Da igual que estemos ante una relación que acaba de empezar, que se trate de algo fugaz o puntual o que sea un vínculo firmemente establecido. Lo que importa no es la duración, sino el hecho de que los demás son personas como nosotros y sus emociones importan tanto como las nuestras. Y esto es ampliable al tipo de relación. Poliamor, sexo ocasional, relaciones abiertas o monogamia… La responsabilidad afectiva nunca debe faltar.

Es importante señalar también que, aunque este concepto se utiliza sobre todo en el ámbito de los vínculos sentimentales, es igualmente aplicable a relaciones familiares, de amistad o en el ámbito laboral. Responsabilidad afectiva es preguntar a nuestros amigos cómo están y mostrarnos dispuestos a escuchar lo que tengan que contarnos. Y también explicar al candidato a un puesto de trabajo que no cumple el perfil que buscamos, en vez de dedicarle toda suerte de alabanzas y luego no llamarle nunca más. O pedir perdón a un familiar por haber hecho una broma que le ha molestado, aun cuando para nosotros no tenga importancia.

4. No me hago cargo de tus emociones

Tener responsabilidad afectiva no significa que tenga que hacerme cargo de las emociones de los demás o de cómo las gestionan, pero tampoco que me desentienda por completo. En las relaciones hay momentos en los que decidimos dar prioridad al otro y está bien. Lo que puede llegar a enturbiar el vínculo es que se convierta en un comportamiento habitual o que nos sintamos obligados o presionados a poner siempre las necesidades de la otra persona por delante. Por ejemplo, mantener una relación con alguien a quien ya no queremos por no hacerle daño.

Ser responsables en nuestros vínculos no es sinónimo de sobreproteger. Una cosa es tener en cuenta cómo afecta a los demás lo que hacemos o decimos y otra, muy diferente, es estar permanentemente pendiente de cómo se siente ante cada paso que demos o pretender no frustrar, decepcionar o herir nunca a nadie.

De las emociones que sí tengo que responsabilizarme es de las mías. Y eso implica no culpar al otro de lo que yo estoy sintiendo. Cuando hacemos esto muchas veces no nos damos cuenta de que estamos depositando en él o en ella lo que no estamos preparados para asumir en nosotros.

(Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Solo yo soy responsable de mis emociones (y de mi vida))

5. Comunicación asertiva (Sinceridad sí; sincericidio, no)

La comunicación es la base sobre la que se sustenta cualquier tipo de vínculo. Para que una relación funcione es esencial expresar qué queremos, qué nos molesta o qué necesitamos. Y hemos de hacerlo de manera asertiva: desde la honestidad, de manera clara y sincera, pero también cuidando cómo transmitimos el mensaje.

Cuando estamos en una relación, la otra persona merece saber qué esperamos, qué estamos dispuestos a dar, cuáles son nuestros límites o cómo nos sentimos ante determinadas actitudes o circunstancias. Y, viceversa, nosotros también tenemos derecho a preguntar y a conocer qué espera la otra persona de la relación. Ser cuidadosos con lo que decimos también es una forma de ser responsables emocional y afectivamente. No debemos olvidar que la sinceridad sin empatía es, simplemente, crueldad.

Asimismo, es importante no dar nada por hecho. Si deseamos que el otro se comporte con nosotros de determinada manera o deje de hacer algo que nos molesta, la solución no es jugar a las adivinanzas. Si quieres que tu pareja sea más cariñosa contigo, es mejor pedírselo que actuar como si te diese igual y luego lanzar toda tu artillería pesada a la menor ocasión.

6. Trazar límites

Poner límites favorece que las relaciones sean sanas y que cada una de las personas que las integran sepan hasta dónde llegar y hasta dónde no. Muchas veces sentimos que el poner límites es una señal de rechazo hacia el otro, pero nada más lejos de la realidad. En realidad, es un signo de madurez emocional.

También es cierto que es imposible tenerlo todo previsto y que esos límites pueden ir cambiando a lo largo de la relación. Al fin y al cabo, las relaciones son dinámicas y van transformándose con el tiempo. Lo importante es no dejar de escucharse y respetar en todo momento las necesidades de cada uno. A partir de ahí, será mucho más fácil dejarse llevar.

7. Validar las emociones del otro

Ser responsables a nivel afectivo implica validar las emociones del otro. Comprender que en una relación, sea del tipo que sea, ninguna persona es más importante que la otra. Legitimar lo que siente nuestra pareja, aunque diste mucho de cómo nos sentimos nosotros, va a contribuir a mantener ese equilibrio que hace que un vínculo sea más sano. Evitemos frases del tipo «Qué susceptible eres, si solo era una broma», «No es para tanto», «Eres una histérica, a ver si te calmas», etc.

Pero la validación no debería limitarse solo a las emociones, sino también a los comportamientos. Estamos habituados a señalar las faltas del prójimo, pero no tanto a reconocer sus aciertos. Así que, no nos olvidemos de dar valor a los esfuerzos de las personas que están junto a nosotros.

8. Asumir que va a haber conflictos y que las conversaciones incómodas son necesarias

Los conflictos no solo resultan inevitables, sino que son necesarios en una relación. Asumir que va a haber momentos complicados forma parte de una adecuada responsabilidad afectiva. Mantener conversaciones incómodas afianza el vínculo, nos permite conocer mejor a la otra persona y también nos ayuda a crecer como personas.

Por el contrario, huir al mínimo conato de conflicto nos impedirá profundizar en lo que necesita la relación y conocer la visión de la realidad que tiene nuestra pareja, amigo o familiar. Ojo, que tampoco se trata de estar permanentemente a la defensiva y preparados para discutir a la mínima oportunidad.

Ser responsable afectivamente pasa por afrontar los momentos difíciles a través de la comunicación y el establecimiento de acuerdos, aceptar que todos cometemos errores, asumir la responsabilidad que nos corresponda, ser capaces de pedir perdón y de perdonar al otro.

9. Establecer acuerdos

Teniendo en cuenta que cada uno tenemos nuestra propia forma de percibir la realidad, trazar límites o gestionar emociones, no podemos ir por la vida en modo «Esto es así porque lo digo yo». Da igual si estamos ante una relación sentimental, familiar, de amistad o laboral. Necesitamos dialogar, llegar a acuerdos e ir estableciendo qué está permitido y qué no. Exponer cómo queremos que sea nuestro vínculo y determinar qué temas son negociables, y cuáles no, sin pretender imponer nuestro propio criterio.

Obviamente, va a haber discusiones y desacuerdos. Pero si sabemos a qué atenernos será mucho más fácil solucionar los obstáculos que vayamos encontrando en el camino. Quizás hoy te toque ceder un poquito más a ti, quizás mañana sea él o ella quien transija… Y si no hay consenso acerca de algún asunto, tratemos de dejar de lado nuestro ego, dar valor a la opinión del otro y tratar de buscar un punto de encuentro.

Lo importante es entender que una relación no es una lucha de poderes ni una pelea de gallos. O, al menos, no debería serlo.

10. Entender que lo que decimos y hacemos tiene un efecto en los demás

Disculparnos cuando nos equivocamos o no hemos estado acertados en determinadas situaciones no nos hace más débiles. Todos tenemos derecho a cometer errores. Y si somos responsables afectivamente asumiremos la responsabilidad de nuestros actos y no se nos caerán los anillos por pedir perdón. Ni tampoco por ser capaces de perdonar al otro.

No existen las relaciones perfectas. Vamos a equivocarnos y no una, sino muchas veces. La responsabilidad afectiva no va de actuar siempre de la forma correcta, sino de saber reparar cuando hemos metido la pata. Va de comprender que nuestras palabras, silencios o conductas generan un efecto en la otra persona. Va de ser responsables y de estar dispuestos a disculparnos y asumir las consecuencias de lo que hacemos o, a veces, de lo que dejamos de hacer.

11. No engañar

Ser responsable afectivamente implica mostrarnos como realmente somos desde el principio, sin cambiar nuestro modo de ser o de comportarnos para agradar o impresionar al otro. Estoy engañando cuando:

  • Busco generar un sentimiento en otra persona sin tener la más mínima intención de corresponderla. O, lo que es lo mismo, le genero falsas ilusiones.
  • No expreso lo que siento o pienso realmente para que mi pareja, mi amigo o mi madre no se sientan mal.
  • Finjo unas emociones que estoy lejos de sentir.
  • Soy infiel pese a haber establecido con mi pareja que en nuestra relación no caben terceras personas.

Las mentiras no traen nada bueno. Nunca.

12. Practicar y alimentar el cuidado mutuo

El grado de responsabilidad afectiva en una relación es directamente proporcional al grado de cuidado mutuo que haya entre quienes la constituyen. Este cuidado se traduce en asumir las consecuencias de nuestros actos, admitir cuando uno se ha equivocado y reparar el error en lo posible, validar las emociones del otro o comunicamos de forma asertiva. Por otra parte, debemos tener en cuenta que el concepto de cuidar puede diferir mucho de unos a otros. Para mí puede ser que me preguntes cómo me fue el día y para ti que te sorprenda con un plan de fin de semana.

Cuidar del otro también es ser honestos cuando nuestros sentimientos han cambiado o deseamos dar por finalizada una relación, da igual el tipo de vínculo que haya.

Sin cuidado mutuo no hay responsabilidad afectiva.

13. Ser coherente

Para evitar confundir y provocar un daño innecesario a la otra persona, debemos procurar que haya coherencia entre lo que sentimos, lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos.

Yo puedo ir de honesta y decirle a alguien a quien acabo de conocer que no busco nada serio y luego ser totalmente incoherente con mis acciones. Es decir, le llamo todos los días, nos vemos a menudo, le invito a una fiesta familiar… Y cuando la otra persona empieza a ilusionarse, yo le espeto un «No te confundas, yo ya te dije que no quería nada serio». Esto, desde luego, no es responsabilidad afectiva (y honestidad tampoco).

Es importante aclarar que cambiar de opinión no está reñido con ser coherente. Los sentimientos cambian y las personas también. Esto es un hecho. Lo que hablamos o los acuerdos a los que llegamos no quedan escritos en piedra. Pero, si las circunstancias o nosotros cambiamos, lo coherente y responsable es comunicárselo a la otra persona.

Los beneficios de ser responsables afectivamente

Cuidar nuestras relaciones y mejorar nuestro grado de responsabilidad afectiva nos ayudará a:

  • Afrontar mejor los conflictos. Las discusiones y los desencuentros no van a dejar de producirse, pero la responsabilidad afectiva nos permitirá aprender de ellos y gestionarlos mucho mejor.
  • Reforzar la autoestima. Hacernos cargo de nuestras emociones y cuidar el modo en que nos comunicamos mejorará el concepto que tenemos de nosotros mismos.
  • Gestionar y regular mejor nuestras emociones.
  • Mejorar la asertividad y la empatía, sin caer en falsas promesas, engaños ni manipulaciones.
  • Construir las relaciones desde la honestidad y el respeto y sin que nos sintamos ‘atrapados’ en ellas. La responsabilidad afectiva favorece la creación de espacios sanos y seguros donde podemos escuchar al otro y también a nosotros mismos. Donde tenemos la libertad de hablar con claridad acerca de nuestras necesidades o de lo que esperamos de la relación.
  • Reducir la posibilidad de establecer relaciones abusivas.
  • Dejar de idealizar el concepto de «amor romántico». Al bajar del pedestal a la persona con la que hemos establecido un vínculo dejamos de depositar en ella nuestras expectativas. No esperamos ya que se haga cargo de nuestras carencias afectivas, ni tampoco nos sentimos en deuda con ella por el mero hecho de que esté con nosotros. La relación se vuelve mucho más real y menos ideal.

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