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enero 2021

Detrás de la generosidad mal entendida hay un profundo anhelo de recibir.

Dar sin límites o la generosidad mal entendida

Dar sin límites o la generosidad mal entendida 2560 2314 BELÉN PICADO

Seguro que muchos conocéis a alguien que siempre es el primero en sacar la cartera para invitaros a una ronda de cañas, que cada vez que salís juntos se ofrece a llevaros en coche, que os agasaja con regalazos el día de vuestro cumpleaños o cualquier otro día del año o que se presta voluntariamente a todo. Quizás tú mismo o tú misma seas esa persona que siempre está dispuesta a dar sin recibir nada a cambio. Es verdad que la generosidad es una de esas virtudes que nos hacen ser mejores seres humanos, pero llevada al extremo también puede hacernos mucho daño. Porque la generosidad mal entendida lleva a quien la practica a acabar sintiéndose solo, triste y eternamente insatisfecho.

Nos han educado a base de repetirnos que, para ser un buen hijo, una buena amiga, esposa, compañero o vecino tenemos que dar, dar y volver a dar; incluso cuando estamos cansados, no tenemos tiempo, dinero o ganas. Es más, cuanto mayor sea nuestro sacrificio, más ‘valor’ tendrá nuestra generosidad. Sin embargo, lo cierto es que cuando damos sin límites y sin permitirnos recibir acabamos mental, física y emocionalmente exhaustos y también vacíos. Quizás sea el momento de sustituir la expresión «Es mejor dar que recibir» por «Es mejor dar y recibir».

Dar para que me quieran

Desde muy pequeña, Marta aprendió a hacer amigos a través de regalos materiales, de dejar copiar a sus compañeros en los exámenes o de hacer los favores que hicieran falta dejando a un lado sus propias necesidades. Tenía tanto miedo de no caer bien y de quedarse sola que estaba segura de que así la aceptarían. Hasta que se dio cuenta de que su generosidad no estaba dando los frutos que ella esperaba.

La ira y el resentimiento empezaron a acumularse en su interior, pero incapaz de aceptar que ella pudiera sentir esas emociones tan ‘negativas’, trató de enterrarlas. En lugar de reflejar su enfado, a menudo se mostraba dolida y triste por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de todo lo que estaba dando. Hasta que no pudo más y estalló, echando en cara a sus amigos todos los sacrificios que había hecho y seguía haciendo por ellos y lo poco que estaba recibiendo a cambio.

Ella esperaba que así cambiarían de actitud y la valorarían más, pero consiguió lo contrario. Le reprocharon que ahora les ‘pasase la factura’ de todo lo que había hecho, ya que había sido ella quien había elegido estar siempre disponible. Los amigos de Marta se aprovecharon de su inseguridad, pero también ella tuvo parte de responsabilidad en la situación.

El generoso compulsivo está convencido de que el único modo de recibir afecto es dar sin límite.

Qué hay detrás del generoso compulsivo

Detrás de un generoso compulsivo se esconde un anhelo profundo de recibir, del que no suele ser consciente. Al no reconocer esta carencia y, además, ser incapaz de pedir lo que necesita, la persona se convence de que la única manera de recibir el amor o la aceptación de los demás es dando sin límite. Y no recibir la respuesta esperada puede llevar a pedir, incluso a exigir a los otros, que respondan como mínimo en la misma proporción a esa generosidad que muchas veces incluso resulta abrumadora. De aquí al victimismo, al resentimiento y al reproche solo hay un paso.

Además, es muy habitual que en este dar sin límites vaya incluida una necesidad casi impulsiva de ayudar a los demás en un intento desesperado por sentirse imprescindible y valorado. A este comportamiento se le conoce como síndrome del salvador.

Con su dadivosidad, la persona intenta evitar el rechazo y busca constantemente la validación que ella misma no se da y el amor que ella misma no se tiene. «Si hago todo esto por ti y no espero nada a cambio, pensarás que soy una persona maravillosa y no me rechazarás. Si nuestra relación estuviera basada en un dar por igual, podrías verme más objetivamente y reconocer lo inferior o lo imperfecto que soy».

En ocasiones, en el fondo hay cierto grado de manipulación. Esto ocurre cuando alguien es demasiado generoso y, al mismo tiempo, se queja de serlo. Expresa constantemente su desilusión y decepción porque los demás no actúan como él (o como ella) y no agradecen lo suficiente su entrega.

Por otra parte, algunas de estas personas no solo viven para dar, sino que rechazan sistemáticamente lo que les ofrecen a ellos. Por ejemplo, cuando alguien quiere invitarles a cenar, insisten siempre en pagar. Esto también ocurre con los gestos no materiales. Si les decimos «Me gusta ese abrigo», la respuesta será: «¿En serio? Pero si es muy viejo». O si les decimos: «¡Qué bien te sienta ese corte de pelo!», una respuesta probable será: «¡Qué va, si estoy horrible». De este modo, con el paso del tiempo la persona va enseñando a los que le rodean a no regalarle jamás ningún cumplido. A fin de cuentas, un cumplido es un regalo, ¿y a quién le gusta que rechacen sus regalos una vez y otra vez?

Lo malo de ser demasiado desprendido

Elizabeth Gilbert, escritora estadounidense y autora del best seller Come, Reza, Ama, escribió un artículo en el que hablaba sobre su propia tendencia al exceso de generosidad: «Mi política general de actuación siempre ha sido: ‘Si es mío, no te preocupes: ¡Puedes quedártelo!’. A lo largo de los años, he regalado en exceso mi dinero, mis posesiones, mis opiniones, mi tiempo, mi cuerpo, mis emociones; lo que sea, lo he regalado. Daba todo lo que era capaz de dar, independientemente de que los destinatarios se sintieran cómodos recibiendo».

Pero lo que consiguió Gilbert fue lo contrario de lo que buscaba: «Regalar dinero a mis amigos era muy divertido. Hasta que dejó de serlo cuando, de repente, empecé a perder a algunos. Utilicé el poder de dar imprudentemente. Me metí en sus vidas con mi gran chequera y borré años de obstáculos de la noche a la mañana, pero en el proceso también borré sin quererlo años de dignidad. A veces, al interrumpir su vida de forma tan brusca, negaba a un amigo la oportunidad de aprender sus propias lecciones vitales a su propio ritmo. Y lo que es peor, a veces mi exceso de entrega hacía que los amigos se sintieran avergonzados y desnudos».

Aunque a todos nos gusta recibir regalos llega un momento en que puede resultar verdaderamente incómodo. Puede ocurrir que no pueda permitirme corresponder al mismo nivel de los regalos que recibo y en vez de gratitud experimente culpa. O, simplemente, no me apetece sentirme continuamente en la obligación de corresponder a un gesto de generosidad que no he pedido. Y es que muchas veces el generoso compulsivo da más de lo que el otro quiere recibir.

Ser demasiado generoso puede provocar incomodidad en quien recibe.

Generosidad y egoísmo, dos caras de la misma moneda

Se nos ha hecho creer que ponerse uno mismo en primer lugar es señal de egoísmo e, incluso, de ser mala persona. Pero es justo cuando nos ponemos en primer lugar cuando podemos ser más generosos. Porque no podemos dar lo que no tenemos. Si me permito cubrir mis necesidades y procurarme mi propio bienestar, estaré mucho más capacitado para dar al otro. Solo si somos generosos con nosotros mismos, sabremos serlo con los demás.

Ser generoso no significa dar sin parar y a cualquier precio. Ser generoso implica estar para los otros, pero estando primero para uno mismo desde un sano egoísmo. Y para conseguirlo hay que trabajar en el propio crecimiento personal, aprender a distinguir la verdadera generosidad del dar para recibir afecto, para evitar el rechazo o para huir de la sensación de soledad.

Mientras Marta, nuestra chica generosa del principio del artículo, siga convencida de que la única forma de ser feliz es que los demás la acepten y la quieran, seguirá dando de forma compulsiva. Y, en consecuencia, continuará atrayendo a su vida a personas que estarán con ella por interés y no por un cariño honesto y genuino. Los generosos compulsivos suelen tener especial facilidad para atraer a personas que solo saben recibir y que salen corriendo cuando quien tanto les ha dado empieza a pedir de vuelta.

Sin embargo, las personas en quienes la capacidad de dar están equilibrada con la de recibir no se sentirán atraídas por gente en exceso desprendida (como Marta), que no les permite desarrollar su parte más generosa.

Si somos lo suficientemente egoístas como para pensar primero en nosotros y cubrir nuestras propias necesidades de amor y aceptación, nos sentiremos plenos. Así, tendremos más para dar a otros y lo haremos de una manera más despreocupada, sin el ansia de que nos devuelvan nada.

Más que emociones contrarias, egoísmo y generosidad son dos caras de una misma moneda. Solo aceptando ambos sentimientos y eliminando la etiqueta de ‘negativo’ o ‘positiva’ podremos elegir cuál poner en marcha en cada momento. Practicar la generosidad aumentará nuestro bienestar siempre y cuando hacerlo sea nuestra elección y no una obligación.

La generosidad y el egoísmo son dos caras de la misma moneda.

Aprende a pedir y a recibir

Si eres de los que das sin límite, estas pautas pueden ayudarte:

  • Sé sincero contigo mismo. Pregúntate: ¿Por qué das tanto? ¿Para qué lo haces? ¿Qué esperas ganar? ¿Están satisfechas tus necesidades emocionales? ¿Regalas desde un corazón pleno? ¿O das para conservar tus amistades y ganarte el cariño de quienes te rodean? ¿Eres de los que haces donaciones a una ONG o prefieres que los destinatarios de tu generosidad sean personas conocidas que puedan expresarte su gratitud? Recuerda que el acto de dar porque quieres, eligiendo qué, cuándo, a quién y cómo hacerlo, es totalmente diferente a dar porque lo necesitas o sientes que debes hacerlo.
  • Primero tú. La primera persona con la que debes practicar la generosidad eres tú. Una vez que hayas cubierto tus necesidades, podrás dar sin sentir que el otro es responsable de llenar tu vacío a cambio de lo que le estás ofreciendo.
  • Pon límites e incluye el «no» en tu repertorio de respuestas. El hecho de dejar de dar a manos llenas no va a convertirte en una mala persona. Posiblemente cuando empieces a poner límites, algunos de los beneficiarios de tu exceso de generosidad se molestarán y desaparecerán. No dejes que eso te haga dudar de que estás haciendo lo correcto porque las personas que realmente te aprecian y te valoran seguirán a tu lado.
  • Aprende a pedir. Una buena forma de equilibrar la balanza entre el dar y el recibir es aprender a pedir. La generosidad no solo es dar; también es dejar espacio para recibir. Colmar de regalos a alguien o invitar siempre tú a cenar causa un desequilibrio en la relación que solo podrás volver a reajustar cuando dejes que los demás hagan también algo por ti.
Ante una situación que nos produzca mucho miedo podemos quedarnos paralizados.

¿Por qué el miedo paraliza ante ciertas experiencias traumáticas?

¿Por qué el miedo paraliza ante ciertas experiencias traumáticas? 1920 1248 BELÉN PICADO

Hay personas que llegan a terapia abrumadas por el profundo sufrimiento que les genera una situación traumática (o varias), que en ocasiones ocurrió mucho tiempo atrás y en la que ellas fueron las víctimas. Y a ese peso se suma, a menudo, una gran carga de culpa y vergüenza. Por no haberse defendido, por no haber impedido que les hicieran daño, por no haberlo evitado… «Estaba muerta de miedo y me paralicé», «Físicamente estaba allí, pero mi mente se fue lejos», «Me quedé congelado»… Estas expresiones son típicas de pacientes que han sufrido malos tratos o algún tipo de abuso, por ejemplo, y creen no haber estado a la altura. En realidad, lo que ocurre es que el miedo paraliza. Esas personas sí estuvieron a la altura. Estuvieron tan a la altura que sobrevivieron.

Por desgracia, a veces, al sufrimiento de quienes sufren el trauma se une la incomprensión de parte de la sociedad. Especialmente cuando se responsabiliza a la víctima por no haber peleado o no haber hecho lo suficiente para defenderse.

Estamos programados para sobrevivir

Cada respuesta de nuestro organismo, por muy ilógica e incongruente que pueda parecernos, está al servicio de la supervivencia. Incluso antes de que nuestro cerebro determine que estamos en peligro, nuestro sistema nervioso autónomo ya está escaneando el entorno para comprobar si es seguro. Se trata de un proceso totalmente inconsciente. Es vital para sobrevivir y ocurre desde que nacemos y a lo largo de toda la vida.

Si hemos crecido en un entorno seguro y con una adecuada regulación emocional, la alarma solo saltará en caso de un peligro real. Sin embargo, si nos hemos criado en un ambiente negligente o hemos vivido eventos traumáticos es muy probable que ese detector esté averiado. En este caso, nuestro cerebro puede interpretar señales neutras, o incluso positivas, como signos de peligro.

La teoría polivagal, desarrollada por Stephen Porges, nos explica cómo nos afectan los traumas. Y nos ayuda a entender por qué ante una situación que nos provoca mucho miedo o estrés nos quedamos paralizados. Esta y otras respuestas se producen en el sistema nervioso autónomo, una especie de sistema de ‘vigilancia personal’.

Nuestro sistema nervioso autónomo está formado por dos ramas principales y cada una de ellas tiene su propio patrón de respuesta. Son la rama simpática, cuya respuesta es la movilización, y la rama parasimpática, que, a su vez, se divide en dos vías. La vía vagal ventral responde a través del compromiso y la conexión social y la vía vagal dorsal, cuyo patrón de respuesta principal es la inmovilización .

La rama simpática nos prepara para la lucha o la huida.

La rama simpática llama a la acción

Esta rama está relacionada con la alerta y nos prepara para actuar y responder ante señales de peligro. Desencadena la liberación de adrenalina y da lugar a respuestas de lucha o huida. Fisiológicamente, el ritmo cardiaco se acelera, la respiración se hace más superficial y entrecortada, las pupilas se dilatan y la adrenalina hace que no podamos estarnos quietos.

Cuando una persona ha sufrido repetidas experiencias traumáticas o situaciones de estrés constante su ‘sistema de alarma’ falla. En estos casos, la vía simpática está activada continuamente lo que puede conducir a crisis de pánico y ansiedad, entre otros trastornos.

La vía vagal ventral nos ayuda a conectar con los demás

Esta vía de la rama parasimpática se activa cuando percibimos que estamos seguros. Nos ayuda a conectar con los demás y a desconectar de ruidos u otros estímulos que nos distraigan cuando estamos interactuando con otras personas. Cuando estamos en este estado podemos cuidar de nosotros mismos y de los demás, ser productivos en nuestro trabajo, disfrutar del día a día…

Fisiológicamente nuestro latido cardiaco y nuestra respiración son regulares y nuestro sistema inmunológico saludable, lo que nos hace menos vulnerables a las enfermedades. Hay una sensación general de bienestar.

El sistema parasimpático ventral está muy relacionado con el estilo de apego, seguro o inseguro, que establecimos con nuestras figuras de referencia en la infancia.

La vía vagal ventral nos ayuda a conectar con los demás.

La vía vagal dorsal responde con la inmovilización

Evolutivamente es la más primitiva, la compartimos con los reptiles y se pone en funcionamiento cuando no podemos luchar ni huir. Es el último recurso. Esta vía responde a las señales de peligro extremo y se activa cuando nos sentimos atrapados o sin salida, provocando que nos quedemos totalmente inmóviles.

Cuando nos sentimos paralizados, congelados o como si estuviéramos “en otro sitio” es porque la vía vagal dorsal ha tomado el control. A veces, incluso, puede producirse el desmayo. Esta vía nos protege, a través de la inmovilización, anulando los sistemas corporales para conservar la energía. De manera similar, algunos animales fingen su muerte en respuesta a una amenaza vital. La expresión «estar muerto de miedo» define este estado.

En este estado la persona puede sentirse como si estuviera fuera de su cuerpo. El cuerpo sigue ahí, pero la mente está lejos. Este ‘distanciamiento’, llamado disociación, es un mecanismo de defensa que ayuda a hacer soportable lo insoportable. Pero no solo se produce cuando hay grandes traumas (un accidente, una violación, una catástrofe natural). También ocurre en casos de experiencias adversas repetidas o de negligencia reiterada durante la infancia: falta de atención, críticas continuadas, maltrato…

Todas esas experiencias quedan grabadas como algo doloroso y peligroso. Si en la edad adulta se recibe una crítica, por pequeña que sea, la persona puede llegar a experimentar el mismo sufrimiento que la primera vez. Y, posiblemente, se activará el estado de inmovilización. En estas circunstancias, puede acabar por desconectarse de los demás, aislarse, sentirse incapaz de realizar actividades cotidianas o sumirse en una depresión.

La vía vagal dorsal se activa también cuando la rama simpática ha estado activada durante mucho tiempo y el sistema se colapsa. Por ejemplo, en situaciones de estrés continuado. En el caso de los niños toma el control cuando viven en ambientes traumáticos. Su sistema percibe que la amenaza es excesiva y no hay recursos para afrontarla. «Mientras más veces se haya producido la inmovilización (o congelación) en edades tempranas, más probabilidades de que se repitan en el futuro. Esto explica por qué personas que han sufrido abusos de niños (psicológicos, físicos o sexuales) tienden a no reaccionar e inhibirse cuando son abusados de adultos», explica el psicólogo experto en trauma Manuel Hernández.

Para ver más claramente cómo y en qué orden se activarían estas tres vías, vamos a recurrir a un ejemplo. Imaginad que vais por la calle y os intentan atracar. La primera reacción podría ser bien apelar a la empatía del atracador, o bien buscar o pedir ayuda a algún transeúnte (vía vagal ventral). En caso de que la estrategia de suplicar al delincuente o de pedir ayuda no funcione, valoraremos si enfrentarnos al caco o escapar (rama simpática). Si, en último lugar, vemos que no podemos luchar ni huir, nos rendiremos sin oponer resistencia.  Y muy probablemente entraremos en estado de inmovilización.

Reconectar con la seguridad y la calma

Si sabemos cómo funciona nuestro sistema nervioso nos resultará más fácil reconciliarnos y ser más amables con nosotros mismos. Y más comprensivos con los demás.

El secreto está, en gran parte, en descifrar el mapa de nuestras reacciones. También nos beneficiará descubrir cómo pasamos de un estado a otro según nuestras experiencias pasadas.  O averiguar qué nos hace sentir seguros, nos deprime o nos pone en alerta. Para ello, es necesario un proceso de autoobservación y autoconocimiento. ¿Qué señales hacen que nos pongamos a la defensiva? ¿Cuándo perdimos el control por primera vez? ¿Qué nos tranquiliza? ¿Qué situaciones nos bloquean o nos hacen sentir que no hay salida?

Podemos aprender a activar voluntariamente nuestra vía vagal ventral. Así no sentiremos más conectados, seguros y presentes en el aquí y ahora. Algunas de las cosas que podemos hacer para ponernos en ‘modo ventral’ son:

  • Practicar la respiración diafragmática.  Empieza inspirando contando hasta 2 y espirando contando hasta 4, luego inspira contando hasta 3 y espira contando hasta 6… Alarga los tiempos hasta donde puedas, manteniendo la proporción entre los segundos de inspiración y espiración.
  • Realizar movimientos con los que disfrutemos: bailar, caminar, hacer deporte…
  • Disfrutar de experiencias agradables: regalarnos un masaje, paladear nuestro plato favorito o dedicar tiempo a nuestras aficiones.
  • Evocar una experiencia positiva del pasado. Además de visualizar la imagen también podremos recuperar la emoción que nos generó.
  • Conectar con personas que nos hagan sentir bien a través de gestos que inspiren seguridad. Una mirada cómplice, un tono de voz pausado, gestos suaves…
  • Intercambiar mimos con nuestra mascota.
  • Recurrir a la meditación o a visualizaciones que nos evoquen seguridad y calma.
  • Conectar con la naturaleza.
  • Escuchar música o cantar. Según Porges, los sonidos en la frecuencia de la voz humana, como lo son muchas composiciones musicales, estimulan la vía vagal ventral. Tienden a regularnos autonómicamente y a activar nuestro sistema de conexión social.
  • Iniciar un proceso terapéutico. Cuando lo anterior no es suficiente para recuperar la sensación de calma y seguridad, contar con ayuda profesional nos dará herramientas y recursos para conseguirlo. Cuando hay experiencias traumáticas, la terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) ha demostrado ser especialmente efectiva. Si necesitas ayuda psicológica, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso.

Es muy importante aprender cómo funciona nuestro cerebro, nuestro cuerpo y nuestras emociones no solo en nuestro beneficio. También para evitar malinterpretar las reacciones de las víctimas de cualquier tipo de abuso, maltrato o agresión.

 

Escribir un diario personal tiene numerosos beneficios.

Los beneficios psicológicos de escribir un diario personal

Los beneficios psicológicos de escribir un diario personal 1920 1280 BELÉN PICADO

Posiblemente muchos de vosotros tuvisteis un diario personal en vuestra adolescencia. Escribir un diario es como hablar con uno mismo en silencio; permanecemos en una especie de presente continuo y, al releerlo, las vivencias pasadas las experimentamos como si estuvieran ocurriendo «aquí y ahora». Es parar y dedicarnos un tiempo para poner atención a cómo estamos. Es liberarnos y darnos permiso para expresar lo que sentimos, pensamos y lo que nos preocupa. Además, muchas veces sentimientos y pensamientos andan un poco liados, van demasiado rápido o son muy intensos. Y escribir nos permite cambiar el ritmo. Nuestra mano no va tan rápido como nuestra mente y eso nos permite poner orden. Cuando escribimos un diario, en definitiva, estamos respondiendo a la pregunta «¿Quién soy yo?».

También es una vía de desahogo cuando no tenemos a nadie con quien hablar y nos permite descargar emociones que nos perturban demasiado como para exteriorizarlas. En su Diario, Ana Frank se lamentaba por no tener ninguna amiga con quien hablar en el refugio donde se encontraba: «Me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de 13 años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacar afuera toda clase de cosas que se encuentran en mi corazón».

Héctor J. Fiorini, uno de los autores del libro La escritura como herramienta en psicoterapia, propuso a una de sus pacientes escribir un diario personal. Al final del proceso, ella explicó cómo había vivido la tarea: «Empecé anotando mis sueños y cosas que iba pensando y sintiendo. Luego anotaba partes de sesiones, o algo que yo debía indagar, explorar más en mí (…) Escribir me sirve como organizador mental y como principio de realidad, me permite repensar cuestiones internas o externas, ver de qué modo se presenta algo y de qué modo lo vivo. A veces comienzo porque algo asoma o puja por salir, lo sigo y no sé qué va a salir, como en la vida… A veces necesito escribir porque estoy angustiada y no ubico el motivo de esa angustia. Empiezo y algo va a apareciendo. Detectar qué era me trae alivio, algo de alivio».

La escritora Susan Sontag también plasmaba su vida interior en forma de diario personal: «Es superficial entender el diario como un simple receptáculo de los pensamientos secretos, privados de alguien- como un confidente que es sordo, mudo y analfabeto. En el diario no sólo me expreso de manera más abierta de lo que podría ante cualquier otra persona; me creo a mi misma».

Incluso Freud llevaba un diario de sueños en el que incluía también las circunstancias de su vida en la que estos habían tenido lugar, con los pensamientos, sentimientos y vivencias que en ellas habían surgido.

Al escribir nos damos permiso para expresar cómo nos sentimos.

Beneficios de escribir un diario

El diario es una buena herramienta de autoconocimiento y de crecimiento personal que puede aportar numerosos beneficios.

  • Sirven como válvula de escape. Las páginas de un diario conforman un espacio donde podemos llegar a una catarsis emocional sin dañar a nadie. Permite, por ejemplo, desplazar la ira al papel, en vez de dejar que explote en forma de gritos o comentarios hirientes. A medida que se va escribiendo sobre ese enfado, este irá mitigándose y esto permitirá encontrar otras salidas al conflicto que haya provocado dicha emoción.
  • Favorece la conciencia reflexiva. Si bien la catarsis puede ayudar a liberarse emocionalmente, igualmente necesario es elaborar lo que se siente. El hecho de ir más allá de las acciones que realizamos cada día para centrarnos en lo que pensamos y sentimos, nos invita a reflexionar sobre aspectos de nuestra personalidad que normalmente permanecen ocultos o a los que no solemos prestar atención. Al reflejar acontecimientos, preocupaciones y emociones sobre un papel, estos se transforman: se convierten en algo que podemos nombrar, que podemos empezar a comprender y manejar. Escribir nos obliga, de algún modo, a elaborar y organizar el pensamiento y, en consecuencia, a mejorar el autoconocimiento y la capacidad de reflexión.
  • Contribuye a mejorar hábitos. Al escribir tomamos conciencia de nuestras acciones, pensamientos y emociones. Y esto puede ser muy positivo a la hora de mejorar nuestros hábitos alimenticios o los relacionados con la actividad física, por ejemplo.
  • Sirve como mapa. Tanto si estás en pleno proceso de cambio como si te sientes perdido y te resulta difícil vislumbrar el lugar al que te diriges, un diario personal puede servirte como un espacio de transición que te recuerde tus objetivos y avances y, también, el lugar que estás dejando atrás. Y te ayudará a orientarte cuando tengas la sensación de haber perdido las referencias de dónde estás o quién eres en este momento.
  • Amplía la perspectiva. Plasmar en el papel lo que nos preocupa ayuda a mirar “desde afuera” ampliando la perspectiva y permitiéndonos ver otras alternativas. Esto, a su vez, puede facilitarnos la toma de decisiones y la resolución de problemas. Y, de paso, podremos desmontar creencias irracionales y relativizar muchas preocupaciones.
  • Estimula la creatividad. Precisamente al amplificar le perspectiva, pueden surgir ideas nuevas e inesperadas. Además, un diario ofrece muchas posibilidades además de escribir: pueden incluirse dibujos, fotos, listas…
  • Es un complemento perfecto al proceso terapéutico. A veces, durante la semana, una persona vive un incidente difícil y cuando lo lleva a su sesión de terapia encuentra dificultades para revivir la emoción que sintió en aquel momento. Pero si lo deja sobre el papel, no solo quedarán plasmadas sus emociones, sino que es muy probable que al leer lo escrito en la consulta las reviva. Asimismo, la palabra escrita ayuda al paciente a darse cuenta de su mejoría. Cuando estamos enfermos y el síntoma desaparece, es habitual que en poco tiempo ya no recordemos lo mal que lo pasamos. Así que dejar por escrito lo que se siente puede ayudar a tomar conciencia del progreso.
  • Ayuda establecer patrones. Si cada día escribimos sobre esas situaciones que nos provocan ansiedad, miedo o tristeza, así como sobre lo que ha ocurrido antes y después, podremos establecer unos patrones. Y, quizás, encontremos una causa común a las crisis de ansiedad que hemos sufrido últimamente. O descubramos en qué circunstancias se desata nuestra ira y eso nos ayude a controlarla.
  • Refuerza la memoria. Escribir un diario personal de manera regular nos sirve como recordatorio de errores que hemos cometido, logros de los que estamos orgulloso o grandes momentos que deseamos conservar en nuestra memoria. Muchos recuerdos se distorsionan con el paso del tiempo a la vez que se añaden otros que no son reales; registrar lo sucedido en un diario es un modo de que esto no suceda.
  • Ayuda en la toma de decisiones. Releer lo escrito no solo nos permite analizar cómo actuamos en una determinada ocasión y las consecuencias que tuvieron nuestras decisiones; también nos da la oportunidad de encontrar formas de hacerlo mejor en el futuro.
  • Facilita la conexión con tu sabio interior. Si mantienes el hábito, verás cómo poco a poco te será mucho más fácil conectar con tu sabiduría interna. Con tu esencia. Eso no significa que de repente vayas a volverte infalible. Pero te aproximarás mucho a esa intuición que tantas veces ha acudido en tu ayuda.

Llevar un diario personal es un complemento perfecto al proceso terapéutico.

¡Manos al diario!

Si te animas a plasmar por escrito tus vivencias, pensamientos y emociones estas pautas pueden resultarte útiles:

  • El soporte. Dedica un tiempo a elegir un cuaderno que te guste y, sobre todo, que te transmita algo o coincida con tu estilo y personalidad. Incluso puedes personalizarlo. Lo importante es que lo sientas como tuyo.
  • El lugar. El lugar donde vas a sentarte a plasmar todo eso que llevas dentro es también importante. Asegúrate de que sea un espacio cómodo y en el que tengas intimidad.
  • Cuánto tiempo. Puedes empezar con una dosis diaria de unos 15 minutos y con el tiempo ir alargándola lo que desees. Si necesitas más tiempo, continúa escribiendo hasta que sientas que has acabado de decir lo que querías.
  • Cuándo. Escoge el momento del día que te vaya mejor. Trata tu tiempo y espacio de escritura como algo sagrado, como si se tratase de un ritual del que nada ni nadie te debe privar. Es un momento de encuentro contigo mismo que debe ser respetado.
  • Mejor a mano. Escribir a mano favorece el aprendizaje y la recuperación de la memoria, pero sobre todo te ayudará a conectar mejor contigo mismo. Además, al escribir en papel, el pensamiento se expresa de manera mucho más reflexiva que con otros medios. El simple hecho de sostener un bolígrafo y mirarlo mientras fluye sobre una hoja de papel facilita el flujo emocional y es un poderoso ansiolítico.
  • En primera persona. Utilizar la primera persona nos invita a apropiarnos de nuestras palabras, a responsabilizarnos de ellas y a implicarnos en el proceso. También facilita el asumir la responsabilidad de nuestras acciones, pensamientos y emociones.
  • Describir… y algo más. No basta con describir lo que has hecho durante la jornada. También es necesario tomar conciencia de los pensamientos y emociones que te generan eso que has vivido y expresarlo. Recuerda que no estás narrando una simple cadena de acontecimientos, sino tu propia historia personal. Más que un simple registro de acciones, escribir un diario personal es crear un espacio seguro para estar contigo. Por ejemplo, puedes describir la situación y, a continuación, expresar qué has pensado, qué emoción has experimentado, de qué te has dado cuenta y con qué te conecta dicha situación.
  • Escucha a tu cuerpo. Louise DeSalvo, autora del libro Writing as a way of healing, desarrolló un ejercicio a partir de sus clases de yoga: «Concéntrate en lo que tu cuerpo te está diciendo. Pregúntate si puedes relajarte en tu escritura, aunque inicialmente puedas sentirte molesto. Observa si puedes salir de tus propios límites. Pero no te fuerces. Abandona la escritura si te resulta demasiado molesta. Poco a poco, si vuelves a esta práctica cada día, encontrarás que podrás hacer lo que antes no podías. Escucha la sabiduría de tu cuerpo».
  • No te juzgues. El objetivo del diario personal no es juzgarte sino dejar que tus experiencias, pensamientos y emociones se abran paso. Por tanto, no critiques la forma en que has reaccionado ante determinada situación. Se trata de un ejercicio que al inicio puede ser complicado pero que te ayudará a manejar las emociones negativas y a enfrentar la vida desde una postura más equilibrada. Olvídate también de conseguir una redacción impecable o de tener una ortografía perfecta. Simplemente, escribe desde el corazón, desde las tripas… hasta donde tus emociones y tus pensamientos te lleven.
  • No releas inmediatamente lo que has escrito. Si lo haces, es fácil que aparezca los juicios y la autocrítica. Sin embargo, sí puede ser interesante revisar tus palabras pasado un tiempo. Quizás encuentres un nuevo significado personal a lo que escribiste. O puede que te sorprendas descubriendo la forma en que has superado ciertos desafíos.
  • Da rienda suelta a tu creatividad. No te pongas límites. Si no encuentras el modo de expresar con palabras lo que sientes, dibuja, haz un collage con recortes de revistas o con fotografías… Incluye poemas, citas, sueños, diálogos, cartas, recuerdos, observaciones, reflexiones, intuiciones, confesiones, listas, etc.

¿Y si no tengo nada que decir?

Habrá días en que no sepas qué escribir o, simplemente, te dé pereza. En estos casos, puedes leer un poema, detenerte en el fragmento de un libro que estés leyendo y que te haya llamado la atención o escuchar música que te evoque algún recuerdo o despierte una emoción. Igualmente, puedes ‘volver’ al pasado a través de un álbum familiar de fotos o de un objeto que tenga un significado especial para ti. Déjate llevar y escribe lo que venga, sin juicio.

Otra opción es escribir sobre algo que temas o que te preocupe mucho, un sueño que se repita últimamente, algo que has estado evitando o sobre lo mejor que te ha pasado hoy. Y si, pese a todo esto, sigues sin saber qué plasmar sobre el papel, escribe de eso mismo, de que no se te ocurre de qué escribir o, simplemente, de que estás aburrido. No hay que estar inspirado para escribir. Solo hay que sentarse y hacerlo.

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La escritura como herramienta terapéutica y de autoconocimiento. Si quieres saber más acerca de la escritura terapéutica en sus distintas modalidades, te invito a leer este artículo de mi blog.

 

 

 

¿Por qué no adelgazo? Así influyen las emociones en el sobrepeso

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¿Por qué no adelgazo? Así influyen las emociones en el sobrepeso 1254 836 BELÉN PICADO

Perder peso es uno de los objetivos clásicos que aparecen en las listas de propósitos de cada año que comienza. Diariamente recibimos trucos y dietas milagrosas que prometen un cuerpo fantástico en poco tiempo y sin esfuerzo. Y nos aferramos a esa ilusión con la esperanza de que esos métodos ‘mágicos’ se lleven nuestros kilos y con ellos todo lo que nos hace infelices. Al fantasear con la idea de estar delgados tendemos a dar por hecho que, si lo conseguimos, de paso mejoraremos nuestra autoestima y se solucionarán la mayoría de nuestros problemas. Pero, lamentablemente, la cosa no es tan sencilla. Es más, a menudo, ponemos todo nuestro empeño y nos frustramos cuando vemos que los resultados no se corresponden con el esfuerzo. «¿Por qué no adelgazo?», nos preguntamos.

Todos sabemos que llevar una dieta sana y practicar algún tipo de actividad física es esencial para mantenernos saludables, pero la mayoría olvidamos que existe un factor tan importante como la alimentación o el ejercicio: las emociones. Es necesario conocer de dónde proviene esa ansiedad que a veces nos lleva a asaltar la nevera y también aprender a gestionar las emociones que interfieren en nuestros buenos propósitos.

El estado de ánimo es uno de los principales motivos que nos llevan a ingerir más alimentos de los que necesitamos. Así que, si queremos combatir el sobrepeso, es necesario que descubramos cuál es origen de esa necesidad de comer de más.

Problemas con los límites

A menudo, el sobrepeso y obesidad están relacionados con la dificultad de aceptar límites. Con una actitud de no saciarse nunca y siempre querer más y más. Detrás suele haber una gran sensación de vacío que nunca acaba de llenarse.

En otros casos, lo que ocurre es que la persona experimenta grandes dificultades a la hora de poner límites a los demás. Se siente invadida o no tenida en cuenta, pero en lugar de expresarlo, se traga su enfado. En este caso, sortear la frustración y el malestar comiendo no solo es una manera de calmarse, sino también de autocastigarse. Al no poder sacar su rabia fuera, la lleva hacia adentro.

Por otra parte, el sobrepeso puede convertirse en una manera inconsciente de poner límites al otro cuando hay un miedo al contacto íntimo.

Es necesario tomar conciencia de qué mensaje está tratando de enviarnos esa obesidad o ese sobrepeso, qué está diciendo de nosotros, de nuestros miedos, de cómo nos relacionamos o de cómo ponemos límites a los demás.

«Una familia», de Fernando Botero.

Alimentación y regulación emocional

Desde que nacemos, existe una relación emocional con la comida. Primero es el reconfortante pecho de mamá y, a partir de ahí, establecemos una determinada relación con los alimentos: celebramos, nos premiamos, nos consolamos, nos calmamos o sorteamos el aburrimiento a través de la comida. Y hasta cierto punto esto es normal. El problema aparece cuando no aprendemos a regular nuestras emociones de una manera adecuada en la infancia y al llegar a la edad adulta recurrimos exclusivamente a los alimentos ante cualquier emoción, agradable o desagradable.

Por ejemplo, ciertos hechos importantes de la vida o incluso problemas cotidianos pueden generar emociones desagradables y conducirnos a una ingesta emocional como forma de procesarlas. Comer funcionaría como un mecanismo de regulación aprendido para afrontar estados de aburrimiento, frustración, tristeza o ansiedad.

De este modo, cuando se recurre continuamente a la comida como ‘muleta emocional’, al final se acaba por no saber identificar las emociones. Me activo, como y me calmo. No distingo la sensación de hambre de la emoción de tristeza, enfado o miedo…

Muchas personas que enlazan una dieta con otra atribuyen sus recaídas a su falta de voluntad, pero lo que les ocurre está más relacionado con la regulación emocional.

Comida, dopamina y placer

La desregulación emocional también está relacionada con el cerebro. Al comer (especialmente alimentos ricos en grasas, azúcar y sal) se produce dopamina, un neurotransmisor que pone en marcha el circuito de recompensa del cerebro y que también es responsable de que experimentemos placer. Sin embargo, como ocurre con otras sustancias que generan adicción, el placer es cada vez menor y esto lleva a tener que comer cada vez más para volver a obtener esa sensación.

Por otra parte, como ocurre en el trastorno por atracón, las comidas altamente calóricas también activan ciertos circuitos de la amígdala (región del cerebro que controla las emociones), jugando un papel importante en el procesamiento emocional de la alimentación.

El «cómo» es tan importante como el «qué»

La velocidad con la que comemos, el modo en que saboreamos los alimentos (si lo hacemos o no), las emociones que experimentamos al comer… son puntos básicos a la hora de romper ese círculo vicioso que suele ser la obesidad y el sobrepeso. El «cómo» es muy importante porque influye poderosamente en la sensación de saciedad, en la cantidad y en la calidad de la comida que ingerimos e incluso en la digestión y absorción de nutrientes.

Comer dulces aumenta la dopamina en el cerebro.

Stop a las autoexigencias y al perfeccionismo

Sobrealimentar nuestras propias exigencias internas a la hora de bajar de peso obstaculizará, y mucho, nuestro objetivo. Las personas que quieren hacerlo todo perfecto, que no se permiten salirse de la línea que se han trazado, suelen vivir el proceso con mucha presión y si un día caen en la tentación se descontrolan y devoran lo primero que se les pone por delante. Y este no es el camino. Lo único que conseguiremos es que nuestro objetivo se convierta en obsesión. Si te apetece un poco de dulce, te lo comes y sigues con tu plan. Hay que perder el miedo a la comida, somos nosotros los que llevamos el timón.

Qué gano manteniendo el sobrepeso

Existen ganancias secundarias inconscientes que pueden obstaculizar la pérdida de peso:

  • Me protejo emocionalmente. La obesidad puede servir como una muralla, física y emocional, que me protege frente al exterior. Por ejemplo, cuando uno da un abrazo, si tiene mucha grasa abdominal, esta hace de separación entre uno y el otro.
  • Refuerzo los vínculos familiares. Si hay una persona importante en mi familia a quien admiro o con quien me identifico inconscientemente, tenderé también a reproducir sus comportamientos e, incluso, su imagen física. Si ese pariente tiene sobrepeso es posible que, interna e inconscientemente, sienta que estar delgado sería como cambiar de bando, como traicionarle.
  • Confirmo mis creencias (irracionales). El sobrepeso y la obesidad confirman pensamientos como «No soy capaz», «Me rechazan por mi peso» o «Nunca conoceré el amor». Se trata de ideas tan arraigadas que la persona las percibe como reales y, sin ser consciente de ello, actúa de forma que dichas ideas se harán realidad (profecía autocumplida).
  • Me rebelo. También puede ocurrir lo contrario, que la obesidad sea una forma de rebelarme contra una familia y una sociedad que me han inculcado el estereotipo de la delgadez. De este modo, me salto las normas y me aparto de lo que sería deseable. En muchos casos, la persona obesa ha tenido progenitores, sobre todo la madre, obsesionados con el culto al cuerpo y que la han presionado constantemente para que perdiese peso. Esto puede provocar una especie de lucha interna entre el propio deseo de adelgazar y el resentimiento con la madre que lleva a querer fastidiarla. Esto le ocurre, por ejemplo, al personaje de Kate en la serie This is us.

Qué puedo hacer para perder peso

  • Elabora un autorregistro. El primer paso si quieres perder peso es tomar conciencia de tus hábitos alimentarios. Para ello puedes elaborar un autorregistro. Apunta qué comes, a qué hora, en qué cantidad y registra también los sentimientos y pensamientos que has experimentado antes y después de comer. Así te harás consciente de los estímulos que te hacen comer y de los factores que dificultan tu autocontrol. Por lo general, las personas con obesidad tienden a infravalorar su ingesta calórica en comparación con las personas sin problemas de peso.
  • Plantéate metas realistas. Si tienes el hábito de comer cierta cantidad y de repente te planteas hacer un cambio brutal, que es lo que se hace con las dietas, el esfuerzo será demasiado grande. Al principio experimentarás un chute de motivación y seguirás esa dieta a rajatabla. Pero en cuanto la euforia se vaya (la motivación siempre oscila), lo más seguro es que vuelvas  a comer como antes. Puedes ponerte un objetivo por semana y, poco a poco, ir introduciendo cambios.
  • Come con conciencia. Céntrate en lo que estás comiendo y disfruta de los sabores, las texturas y los colores de los alimentos. Además de aprender a escuchar a tu cuerpo, comer de forma consciente te permitirá saborear y disfrutar más de la comida y te ayudará a establecer una relación más sana con los alimentos.
  • Acepta que vas a tener días malos. No te obsesiones ni te culpabilices por perder un día el control y caer en la tentación. En lugar de ello, presta atención a los pensamientos y sentimientos que has experimentado durante ese día y que han podido causar esa ingesta excesiva y pregúntate cómo podrías gestionarlos la próxima vez de otra forma y sin que impliquen el descontrol alimentario.

  • Cambia los pensamientos irracionales. En vez de autoimponerte que «debes»  o «tienes que» perder esos kilos de más, prueba a decirte: «Me gustaría (o quiero) perder esos kilos de más». También te ayudará sustituir frases como «Ya soy mayor y me va a resultar muy complicado adelgazar» o «Engordo porque mi genética es así» por otras más positivas como «Puedo estar más delgado/delgada». Es un mito pensar que a mayor edad es más difícil adelgazar. En realidad, perder peso tiene más que ver con el tiempo que llevo ‘maltratando’ mi cuerpo con dietas que con los años que tengo.
  • Identifica qué tipo de hambre sientes. El hambre física: aparece poco a poco (notar el estómago vacío, ruiditos…); comemos lo primero que tengamos a mano; somos capaces de posponer el comer y realizar otra actividad mientras esperamos; cuando hemos comido suficiente y estamos saciados podemos dejar de comer y nos sentimos bien. El hambre emocional: irrumpe de repente; somos selectivos a la hora de elegir qué vamos a comer (generalmente alimentos muy calóricos); tenemos que comer ese mismo instante y es difícil concentrarse en otra cosa; seguimos comiendo aun después de estar saciados y cuando acabamos nos sentimos fatal. Si es hambre emocional observa qué emoción hay detrás. Quizás haya enfado por una discusión con tu pareja y una conversación pueda cambiar el foco de tu atención.
  • Trabaja el autocontrol. Si te apetece mucho picar algo, para un momento y cuestiónate: ¿Es hambre física o hambre emocional? Esta pregunta puedes hacértela antes de entrar en la cocina, de abrir la nevera y justo antes de coger la comida. No se trata de no comer eso que tanto deseas; date el permiso, pero espera media hora para hacerlo. En este tiempo no te concentres solo en el reloj para ver cuándo te toca comer, mejor dedícate a examinar qué te ha pasado últimamente.
  • Establece hábitos saludables. Trata de no comer delante de la televisión, del ordenador o leyendo. Mientras estás comiendo hazlo despacio, dejando el cubierto en el plato entre bocado y bocado (el cerebro tarda unos 20 minutos en enviar la señal de saciedad al estómago). Mantener horarios regulares de comida te ayudará, además, a regular las ingestas. Incorpora en tu vida ejercicio moderado, pero constante. Y no olvides hacer una lista cuando vayas a comprar, tratándote de ajustar a ella y evitando ir al supermercado con hambre; de este modo evitarás que sobre comida (y que luego te la comas ‘por pena’) y comprar productos menos saludables.
  • Mantén una adecuada higiene del sueño. Si no duermes lo suficiente, tu cuerpo intentará compensar con comida la falta de descanso y el hambre de sueño.
  • Cuida tu autoestima. Es posible que pienses que la delgadez va a ser la solución a todos tus problemas, pero no es así. Los kilos que pesas no definen quién eres. Si no aprendes a aceptarte, valorarte y quererte con o sin kilos seguirás siendo esclavo o esclava de la báscula. Un paso importante para mejorar nuestra autoestima es practicar el autocuidado. El sobrepeso y la obesidad son señales clarísimas de que hemos descuidado nuestro cuerpo y, por consiguiente, nosotros mismos no nos estamos tratando bien. Abordar el problema con crítica, exigencia o prohibiciones solo contribuye a agravarlo y no lo soluciona. Es fundamental aceptarnos tal y como somos, cuidarnos y proporcionarnos momentos agradables.
  • Haz un seguimiento de tus objetivos. Apunta los kilos que vas perdiendo o las veces que has hecho ejercicio en la semana y coloca el papel en un sitio visible. Incluso puedes hacerte una gráfica, que es más visual.
  • Motívate. Si conoces a alguien que también quiere perder peso podéis animaros y ayudaros mutuamente. Eso sí, sin caer en competiciones para ver quién adelgaza más. Comentar tu decisión a tu pareja, la familia o los amigos también te motivará a cumplir tu objetivo.
  • Reserva tiempo para actividades agradables. Busca un rato para hacer cosas que te gusten: dar un paseo, leer un libro, regalarte un baño largo y relajante, bailar, pasar tiempo con los amigos… Cuando ‘alimentamos’ nuestra vida con cosas bonitas, pensamos menos en llenarla con comida.
  • Ocúpate de la ansiedad y la depresión. Si estás sometido o sometida a altos niveles de estrés o sufres síntomas depresivos te costará mucho más centrarte en perder peso. Es necesario trabajar en esos aspectos para que cualquier programa de reducción de peso funcione.
  • Pide ayuda. El apoyo psicológico es tan importante como el de un nutricionista a la hora de perder peso. Como os comentaba al principio del artículo, no se trata solo de comer menos y hacer más ejercicio. También es necesaria una comprensión más profunda de los pensamientos, las emociones y las conductas que nos acaban llevando a la ganancia de peso. Por ello, si necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso.

 

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