Relaciones

Salir del triángulo del drama

Triángulo dramático (II): Cómo salir de él y mejorar nuestras relaciones

Triángulo dramático (II): Cómo salir de él y mejorar nuestras relaciones 1500 996 BELÉN PICADO

Uno de los motivos por los que nuestras relaciones no funcionan es el modo en que nos comunicamos. Cuando no hemos aprendido a expresar nuestras necesidades con asertividad, a validarnos nosotros mismos o a aceptar nuestra propia responsabilidad emocional y personal, es fácil que acabemos involucrándonos en juegos psicológicos que nunca terminan bien. Uno de estos juegos es el que iniciamos cuando nos colocamos en el rol de perseguidor, en el de salvador o en el de víctima. Desde ahí y de modo casi siempre inconsciente, vamos pasando de uno a otro, una y otra vez, hasta quedar ‘prisioneros’ dentro de un triángulo dramático, también conocido como triángulo del drama o triángulo de Karpman.

En el anterior artículo sobre el triángulo dramático de Karpman os hablé de los patrones de comportamiento que a menudo adoptamos en nuestras interacciones, sobre todo en situaciones de conflicto,  y también me detuve en las características de cada uno de esos roles (salvador, perseguidor y víctima) con objeto de poder identificarlos mejor. Esta vez me centraré en qué podemos hacer para salir de estas dinámicas disfuncionales de comunicación según el vértice del triángulo en el que nos situemos.

Pero antes vamos a ver de qué modos tendemos a movernos de un rol a otro cuando estamos dentro de este bucle disfuncional y desadaptativo. Los movimientos más habituales que se producen son:

  • De salvador a perseguidor. El salvador, harto de rescatar a la víctima, en algún momento se convertirá en su perseguidor.
  • De salvador a víctima. El salvador, al no sentirse recompensado en su sacrificio, puede pasar a ocupar el rol de víctima.
  • De víctima a perseguidor. Es habitual que, en determinado momento, la víctima sienta que tiene el derecho de transformarse en perseguidor de su salvador (la ayuda recibida puede hacer que se sienta inferior o desvalorizada) o de su perseguidor (responsabilizando a este del daño causado). La víctima también puede convertirse en perseguidor cuando percibe que los demás no son capaces de ayudarla.
  • De perseguidor a salvador. Puede ocurrir que el perseguidor se mueva a la posición de salvador si contacta con la culpa por haber hecho daño.
Salir del triángulo dramático es posible

Imagen de pikisuperstar en Freepik

La importancia de tomar conciencia

Reconocer nuestros propios patrones de comportamiento y las emociones subyacentes que los impulsan es el primer paso para poder cambiar. Tomarnos el tiempo necesario para reflexionar sobre nuestras reacciones en situaciones de conflicto nos ayudará a identificar cuándo estamos asumiendo un rol determinado en el triángulo de Karpman. De este modo, una vez que hayamos reconocido dónde nos situamos y cómo pasamos de un lugar a otro, podremos asumir nuestra parte de responsabilidad y hacer frente a aquello que tratábamos de evitar de forma inconsciente.

Igualmente es necesario aprender a escuchar nuestras emociones y responsabilizarnos de de ellas porque nos darán una información esencial a la hora de reconocer el papel que representamos. Por ejemplo, cuando nos colocamos en la situación de víctima, es habitual que experimentemos miedo, indefensión y tristeza. Desde el salvador, suele sentirse sobre todo decepción, cansancio, tristeza, impotencia y culpa. Mientras que el enfado es lo más recalcable desde el rol del perseguidor.

También puede ayudar preguntarnos cuál es nuestro mayor miedo. ¿Qué es lo que más tememos? ¿Que se cuestione nuestra autoridad? ¿Que no nos ayuden a salir adelante? ¿O tememos, sobre todo, que no nos necesiten?

Cómo salir del triángulo

Una vez que hemos identificado en qué momentos y circunstancias adoptamos un determinado rol dentro del triángulo del drama, toca asumir la responsabilidad de nuestro propio bienestar en vez de ‘endosársela’ a los demás. Y esto pasa por dejar de criticar a los otros por ser como son, por renunciar a salvarles la vida y también por esperar que otros nos salven a nosotros y nos resuelva nuestros problemas.

Para lograr el cambio y conseguir que nuestras relaciones sean más sanas y auténticas, cada uno necesitaremos desarrollar determinadas competencias y/o habilidades según la posición que ocupemos.

Triángulo dramático: Cómo salir de él y mejorar nuestras relaciones

Imagen de wayhomestudio en Freepik

Salir del rol de salvador: Puedo acompañar sin rescatar
  • Puedo escuchar al otro sin necesidad de hacerme cargo de sus problemas, comprendiendo que a todos nos toca afrontar situaciones complicadas en algún momento y está bien que cada uno las afronte por sí mismo para aprender de ellas.
  • Cambio el salvar por acompañar y facilitar. Una vez que acepto que no es mi misión salvar a nadie, me centro en acompañar, escuchar activamente y estar presente cuando quiero ayudar a alguien. En vez de solucionarte tu problema, te explico cómo salir de él.
  • Si ofrezco ayuda, lo hago desde la humildad y desde el reconocimiento de las capacidades de la otra persona. Nunca poniéndome por encima de ella.
  • Practico la introspección para estar más en mí y no tanto en los demás. Esto me permite aceptar y ocuparme de mis propias carencias y mis necesidades en lugar de estar pendiente de lo que necesita o le falta al resto del mundo.
  • Aprendo a no anticiparme y a no ofrecer ayuda, a menos que me la pidan. Y siempre analizando en qué medida es necesaria.
  • Entreno mi capacidad para poner límites y soy capaz de comprender que el hecho de negarme a alguna petición no me convierte en mala persona ni me va a condenar al abandono.
  • Puedo expresar mis propios deseos con sinceridad y de forma directa y también permitir que otros me puedan ayudar.
  • Aprendo a confiar en los demás y en sus capacidades. Puedo delegar y dejar a un lado las ganas de de ayudar continuamente.
Salir del rol de perseguidor: Aprendo empatía y asertividad
  • Practico la asertividad. Dejo de acusar y erigirme en juez para empezar a adoptar una forma de comunicación más asertiva. Sustituyo expresiones como «Tú haces», «Tú deberías…» por «Cuando dices/haces esto yo me siento…». Defiendo mis derechos sin pasar por encima de los del otro.
  • Dejo de criticar y de comparar mis conocimientos o habilidades con los de los demás. Entiendo que cada persona se encuentra en un momento vital distinto al mío y cuenta con recursos propios (que difieren de los míos, pero son igualmente válidos).
  • Aprendo a reconocer mis necesidades y a aceptar mis carencias, en lugar de dedicarme a señalarlas en el otro.
  • Acepto mi parte de responsabilidad en los conflictos. Dejo de estar a la defensiva, entreno la empatía y me sitúo en una posición más dialogante y colaborativa.
  • Pierdo el miedo a reconocer y a aceptar mi vulnerabilidad.
  • Puedo mirar debajo del enfado y aceptar la tristeza y el dolor que se ocultan tras él. Asumo y acepto la responsabilidad sobre todas mis emociones, incluidas las más incómodas para mí.
  • Si quiero o necesito algo, negocio y dialogo en vez de imponer. Tampoco utilizo los puntos débiles de los demás para salirme con la mía.
  • Soy capaz de poner límites razonables y también de respetar los que me ponen a mí.
  • Cultivo la paciencia y la tolerancia. Comprendo que cada persona tiene su ritmo y que, quizás, esté pasando por circunstancias que desconozco.
  • Acepto que no siempre tengo la razón, que también cometo errores y que lo que hago no siempre está bien.
  • Puedo hacer autocrítica y valorar también lo que los otros hacen.
  • Si tengo personas a mi cargo y quiero que los objetivos se cumplan, en lugar de avasallar con mis críticas y exigencias, les propongo retos, confiando en sus habilidades y capacidades.
Triángulo dramático: Cómo salir de él y mejorar nuestras relaciones

Imagen de Freepik

Salir del rol de víctima: Me hago responsable
  • Trabajo en mi autonomía.
  • No solo veo el daño que me hace el resto; también soy capaz de hacer autocrítica en cuanto a mi modo de responder frente a ese daño.
  • La queja deja de ser mi principal forma de expresión. A veces me quejo, pero la queja ya no me paraliza ni me engancho a ella.
  • Puedo tomar mis propias decisiones, aunque no sean acertadas.
  • Utilizo mi vulnerabilidad como punto de partida para crecer y desarrollarme como persona y no como excusa para manipular y salirme con la mía.
  • Me enfoco en mi capacidad para aprender y en desarrollar mis habilidades. No me quedo esperando que otros me digan lo que tengo que hacer o que me resuelvan mis dificultades.
  • Adopto una actitud proactiva a la hora de resolver conflictos, en vez de recurrir a los demás como primera opción.
  • Dejo a un lado la imagen de niño/a indefenso/a para relacionarme desde una postura adulta, asumiendo las responsabilidades que ello implica. Me comprometo a buscar soluciones, a recurrir a mis propios recursos para afrontar los retos que me traiga la vida.
  • Si necesito ayuda la pido de forma directa y asertiva, en vez de utilizar la manipulación y el victimismo. Y no pongo todo el peso en la otra persona esperando a «ser salvado/a». Además, asumo que pedir ayuda no implica que esta sea ilimitada e incondicional.
  • Aprendo a sostener mi propio sufrimiento y a confiar en mis recursos como adulto para hacerlo.
  • Afronto y me responsabilizo de mis decisiones, sin dejarlas en manos de otros para poder echarles la culpa si las cosas salen mal.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante»)

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré en lo que necesites)

Referencias

Karpman, S. (1968). Fairy tales and script drama analysis. Transactional Analysis Bulletin, 7(26), 39-43.

Noriega Gayol, G. (2013). El guion de la codependencia en las relaciones de pareja: diagnóstico y tratamiento. México: Manual Moderno.

Orihuela, A. (2018). Sana tus heridas en pareja: Lo que no reparas con tus padres, lo repites con tu pareja. Madrid: Aguilar.

Triángulo dramático: perseguidor, salvador o víctima ¿cuál es tu personaje?

Triángulo dramático (I): perseguidor, salvador o víctima ¿cuál es tu personaje?

Triángulo dramático (I): perseguidor, salvador o víctima ¿cuál es tu personaje? 1200 900 BELÉN PICADO

Imagina una familia en la que Antonio, el padre, es alcohólico y la madre, Raquel, trata de mantener la estabilidad familiar a costa de sus propias necesidades. Mientras, Jesús, el hijo, descarga toda su frustración y resentimiento enfrentándose continuamente con su padre, que se ve a sí mismo como una víctima. Ahora piensa en una pareja formada por Raúl y Ana. A él le surge un plan de fin de semana con sus amigos, pero Ana se molesta y le recrimina que vaya a dejarla sola. Raúl, sintiéndose culpable, declina la invitación y se queda con ella, aunque no tardará en reprochárselo. En ambos ejemplos cada persona adopta un rol específico en respuesta al comportamiento del otro que, lejos de solucionar el conflicto, lo enquista y lo mantiene. Estos patrones de comportamiento tienen mucho que ver con lo que en psicología se conoce como triángulo dramático de Karpman.

Este modelo explicativo, también conocido como triángulo del drama, fue desarrollado por el psiquiatra estadounidense Stephen Karpman.  Lo presentó por primera vez en 1968, en su artículo Fairy Tales and Script Drama Analysis (Cuentos de hadas y análisis del guion sobre el drama). En él hablaba de tres roles básicos que aparecían en la mayoría de los cuentos de hadas y que se correspondían con las posiciones que a menudo adoptamos las personas cuando entramos en conflicto con otros seres humanos. Estos roles (perseguidor, salvador y víctima) van entrelazándose y sucediéndose en un ciclo repetitivo que puede perpetuar el conflicto y la disfunción en las relaciones.

En realidad, todos nos hemos colocado en alguna de esta posiciones en ciertos momentos de nuestra vida. El problema surge cuando el papel que adoptamos se convierte en algo estable y empezamos a relacionarnos solo desde ahí. En estos casos, las relaciones se vuelven tensas y la comunicación se intoxica, generándonos muchísimo malestar.

Si sabemos cómo funciona este triángulo y cómo van sucediéndose los roles dentro de él, será mucho más fácil identificar cuándo estamos dentro y, en consecuencia, poder salir de él y establecer relaciones más saludables. Necesitamos aprender a vivir fuera del triángulo porque quedarnos dentro implica perpetuar unas dinámicas tóxicas que no van a beneficiarnos en nada.

Según el triángulo dramático de Karpman en los conflictos nos colocamos en tres roles: salvador, perseguidor y víctima.

Características del triángulo dramático

Las dinámicas que se ponen en marcha con el triángulo dramático como contexto o escenario tienen una serie de características comunes:

  • Son inconscientes. El hecho de no darse cuenta de las dinámicas tóxicas de las que uno está formando parte hace muy difícil salir del triángulo.
  • Se producen en cualquier ámbito: en entornos laborales, en la familia, las relaciones de pareja, en el círculo de amigos, etc.
  • Generan malestar y frustración. Quienes recurren a estos patrones relacionales están siempre alerta y en tensión. Y aunque tratan de cambiar la situación en un intento de acabar con ese malestar, lo único que consiguen cambiar es la posición dentro del triángulo. De este modo, el esquema básico de relaciones se mantiene intacto.
  • Son roles instaurados desde la infancia que se aprenden en el ámbito familiar para luego repetirlos en la edad adulta. El origen suele estar en mandatos familiares que se fueron asumiendo de manera implícita: no molestar, estar al servicio de los demás, no hay que mostrar debilidad, etc.
  • Su función es la de cubrir necesidades emocionales: protegernos del dolor emocional, alejar el fantasma del abandono, así como sentirnos queridos y aceptados. El problema es que, mientras estamos dentro del triángulo, todo esto se hace desde la manipulación.
  • Favorecen la codependencia emocional. Por ejemplo, desde la posición de víctima se necesita un salvador y, a su vez, el perseguidor y el salvador necesitan víctimas. De este modo, unos y otros van reforzándose mutuamente los diferentes papeles, sin que nadie alcance el bienestar emocional sino todo lo contrario.
  • No se asumen las propias responsabilidades. En cualquiera de los tres roles la persona evita asumir su responsabilidad para depositarla en los demás. Precisamente, uno de los factores que impide salir del triángulo es que quienes están en él no logran verse como víctimas, perseguidores o salvadores irracionales. Creen que su manera de actuar es la que debe ser y obedece a razones lógicas y racionales. Desde su posición, ven solo una parte de la situación. La víctima se escuda en que la tratan mal. El perseguidor únicamente capta los errores y fallos ajenos. Y el salvador apelará a sus supuestas buenas intenciones para defender su posición.
  • Ganancias secundarias. Pese a ver que las estrategias utilizadas no solo no funcionan, sino que provocan mucho malestar,  se sigue pasando de un vértice a otro del triángulo dramático una y otra vez. Y uno de los motivos de que así sea está en los beneficios inconscientes que se obtienen. Retomando una vez más los casos del principio, adoptar el papel de salvadora refuerza la creencia de Raquel de que la estabilidad de su familia depende de ella. En el caso de la pareja, pasar de un rol a otro les sirve para evitar mostrar su propia vulnerabilidad y para no dialogar sobre sus verdaderos sentimientos. Del mismo modo, ponerme en el rol de víctima favorece que me cuiden y así no tener que hacerme cargo de mi propio bienestar.
  • No son roles fijos. Aunque suele haber un rol predominante, se va pasando de una posición a otra dependiendo de la situación o del momento. Por ejemplo, la misma persona puede adoptar el papel de víctima en el trabajo, de salvador con los amigos y pasar al de perseguidor con la familia. En el ejemplo de la pareja de la que os he hablado al principio, si la situación se repite cada vez que Raúl quiere hacer algo por su cuenta, este podría pasar a adoptar el rol de perseguidor limitando a su vez los movimientos de Ana y esta ocupar la posición de víctima.
    En el caso de la familia, Raquel puede pasar de salvadora a perseguidora al no lograr que su marido deje de beber; este, al sentirse acorralado, dejará la posición de víctima para ocupar la de perseguidor y, entonces, su mujer pasará a adoptar el rol de víctima. El hijo, por su parte, puede pasar a ocupar el rol de rescatador de su madre, por ejemplo.

¿Cuál es mi personaje? Cómo identificar cada uno de los roles

Veamos ahora las principales características de cada uno de los roles que conforman el triángulo dramático de Karpman y que nos ayudarán a identificar cuándo nos situamos en cualquiera de ellos.

El salvador: mientras me necesiten no me abandonarán

Quienes adoptan este rol asumen el papel de rescatadores o protectores y, en la mayoría de las ocasiones, sin que nadie se lo pida . Me pongo en este lugar cuando:

  • Me siento impulsado/a a ayudar a otros, a menudo olvidándome de mis propias necesidades y límites.  Siento que tengo que rescatar a todo el mundo y me convenzo de que los demás no son capaces de resolver los problemas por ellos mismos.
  • Tengo que caer bien a todo el mundo y que todos estén contentos conmigo, cueste lo que cueste.
  • Ayudar me hace sentir importante y útil y, mientras lo hago, evito el rechazo y tener que lidiar con mi propio dolor emocional.
  • A menudo exteriorizo que mi ayuda es incondicional. Sin embargo, si mis esfuerzos no son reconocidos o correspondidos, si no agradecen mi sacrificio o no me devuelven el favor, puedo pasar de la generosidad al resentimiento de forma más o menos explícita.
  • Intervengo en situaciones que no tienen que ver conmigo, asumo funciones que no me corresponden y me inmiscuyo en lo que no debo.
  • No me gusta el conflicto y lo evito siempre que puedo. Necesito que todo esté en calma, aunque para ello tenga que ocultar o silenciar los problemas, por graves que estos sean.
  • Busco continuamente la aprobación de los demás. Me valoro en función de cómo me ven otras personas.
  • Mis frases favoritas: «Con lo que me sacrifico por ti y así me lo pagas», «La gente es muy desagradecida, todos se aprovechan de mi generosidad», «Si no fuera por mí…».

En un principio, adoptar este rol proporciona algunas ganancias secundarias:

  • Cierta sensación de poder respecto a aquellos a quienes ayudamos, facilitando que dependan de nosotros (así no nos abandonan)
  • Un aparente chute de autoestima al sentirnos valorados/as y necesarios/as para los demás.
  • Evitar los conflictos
  • No ocuparnos de nuestras necesidades y emociones (haciéndonos cargo de los problemas de los demás evitamos sentir nuestro propio sufrimiento).

Sin embargo, la sobreidentificación con el papel de salvador solo llevará a la codependencia y al agotamiento emocional.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «El síndrome del salvador: ‘Necesito que me necesites'»)

Cuando nos ponemos en el rol de salvador, dentro del triángulo dramático, no nos hacemos cargo de nuestras propias carencias.

Imagen de Freepik.

El perseguidor: el juez que siempre tiene la razón

Este papel se relaciona con quienes adoptan una postura crítica, controladora o agresiva hacia los demás, tanto de forma explícita como encubierta. Cuando me coloco en este rol:

  • Me atribuyo el derecho o la capacidad para juzgar a los otros. Pero lo hago desde mi propia concepción de justicia, justificando mis acciones y mis actitudes que, a menudo, van cargadas de resentimiento.
  • Busco culpables externos a quien responsabilizar de mis propios problemas. La culpa siempre es del otro o de las circunstancias.
  • Tiendo a desempeñar un papel intimidatorio cuando hay un conflicto. Me comunico desde el juicio, la acusación y en ocasiones desde la amenaza
  • Utilizo la crítica, la culpabilización o la ira para mantener el control en mis relaciones y, de paso, para protegerme y ocultar mis propias inseguridades. Porque, aunque pueda parecer seguro/a en la superficie, a menudo albergo en mi interior una desasosegadora sensación de vacío y una profunda insatisfacción crónica.
  • No confío en nadie. No me permito mostrar mi vulnerabilidad porque estoy seguro/a de que si lo hago aprovecharán para hacerme daño.
  • Me gusta dejar claro que todo lo hago por el bien del otro o de la relación. Y es verdad que estoy pendiente de los demás, pero para criticar y señalar los fallos ajenos.
  • No me gusta obedecer, prefiero mandar y controlar.
  • Soy muy insistente cuando quiero algo. De hecho, no paro hasta que el otro me da la razón o agacha la cabeza y se rinde.
  • Mis frases favoritas: «Solo quiero lo mejor para ti», «La mejor defensa es el ataque», «El fin justifica los medios», «Quien bien te quiere te hará llorar», «Piensa mal y acertarás».
  • Si no me dan la razón, a menudo me muestro hostil y agresivo/a. O escapo de la situación dejando a la otra persona con la palabra en la boca.
  • Me encanta buscar la confrontación, la pelea. Suelo ser yo quien empieza las discusiones, unas veces de forma directa y otras recurriendo a cualquier excusa.
  • Soy experto/a en encontrar los puntos débiles de otras personas para utilizarlos en su contra y a mi favor.
  • Estoy constantemente de mal humor, es mi estado habitual. Sin embargo, y aunque trato de ocultarlo, debajo de esa rabia a menudo hay mucha vergüenza y miedo a ser abandonado/a

Algunas de las ganancias secundarias que se obtienen al situarse en este vértice del triángulo dramático:

  • Estar en posesión de la verdad absoluta me permite estar por encima de los demás y así olvidarme de mis carencias.
  • Creer que mi concepto de la justicia es el único válido implica que mis decisiones serán siempre justas.
  • Tengo vía libre para manipular a los demás recordándoles que son injustos conmigo por no pensar o actuar como yo. De este modo es más fácil conseguir que se hagan las cosas a mi manera.
  • Puedo justificar un comportamiento vengativo con la excusa de que solo busco que las cosas sean justas. Si lo correcto es devolver un favor, también lo será hacer pagar por un error.

Sin embargo y pese a que cuando nos colocamos en el papel de perseguidor  creemos que nos respetan y sentimos que tenemos poder sobre los otros, en realidad es un poder muy frágil. A largo plazo, lo único que conseguiremos es que los demás acaben por alejarse.

El perseguidor del triángulo dramático utiliza la crítica, la culpabilización o la ira para mantener el control en sus relaciones.

Foto de Adi Goldstein en Unsplash.

La víctima o cómo relacionarse desde la indefensión y la queja

Se trata de la postura infantil del triángulo y también la que genera más indefensión de las tres. La persona que adopta este rol muestra una actitud pasiva y temerosa frente a lo que le rodea, se ve a sí misma como impotente y desvalida, incapaz de afrontar sus propios problemas.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa del victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista«)

Así se percibe la persona desde el rol de víctima:

  • No sé cuidar de mí mismo/a, así que busco el apoyo de otras personas que puedan ayudarme y ocuparse de mis necesidades. Puedo hacerlo directamente o desde la manipulación o el chantaje.
  • Me comunico a través de la queja porque creo que es el único modo de recibir la atención que necesito y merezco.
  • Lo que me pasa es por todo lo que viví en mi infancia. Yo no tengo nada que ver ni puedo hacer nada cono ello.
  • Si cometo un error o algo no sale como esperaba, me convenzo de que se debe a factores externos ajenos a mí (otras personas, las circunstancias…).
  • Los demás están obligados a ser empáticos y comprensivos conmigo para compensar todo lo que he sufrido en la vida y la mala suerte que siempre he tenido.
  • Yo soy así y son los demás quienes tienen que cambiar
  • Nunca estoy satisfecho/a con la ayuda y la atención que recibo, lo que a veces me lleva a intentar evadirme de la realidad (por ejemplo, a través de las adicciones).
  • Cuando alguien me ofrece alternativas, me enroco en el «sí, pero…». De este modo desactivo cualquier posibilidad de solución o de pasar a la acción.
  • Tiendo a machacarme, a avergonzarme de mí mismo/a y a quedarme enganchado/a en mi propio sufrimiento.
  • Boicoteo cualquier solución o ayuda. Aceptarlos acabaría con la situación por la que estoy recibiendo atención y cuidados y entonces me abandonarían.
  • Mis frases favoritas: «Todo me sale mal», «Yo no puedo», «La vida ha sido muy cruel e injusta conmigo», «Por qué todo lo malo me tiene que pasar a mí», «Nadie me entiende», «Cómo puedo tener tan mala suerte».

¿Qué ganancias secundarias  hay cuando nos colocamos en el rol de víctima?

  • No me hago responsable de mi conducta.
  • Evito verme implicado/a en conflictos que no sé cómo afrontar.
  • Si responsabilizo al mundo de mis desgracias, no tengo que afrontar mi propio sentimiento de culpa (que no puedo tolerar y del que no soy consciente).
  • Consigo compasión, simpatía y/o ayuda de otros. Y de paso, me protejo de las posibles críticas externas.
  • Al no asumir mi responsabilidad evito el malestar que me causaría enfrentarme a un posible fracaso.
  • Cuando me ayudan a resolver mis problemas, me ahorro tomar decisiones y, de paso, equivocarme (y si me equivoco, la culpa será del otro por aconsejarme mal).

Pero, pese a que pueda experimentarse un alivio temporal al recibir apoyo y atención externa, identificarse con el papel de víctima mantendrá y perpetuará el ciclo de dependencia emocional.

(En la segunda parte de este artículo,  Triángulo dramático (II): Cómo salir de él y mejorar nuestras relaciones, te doy algunas pautas para abandonar estas dinámicas disfuncionales)

Referencias

Karpman, S. (1968). Fairy tales and script drama analysis. Transactional Analysis Bulletin, 7(26), 39-43.

Noriega Gayol, G. (2013). El guion de la codependencia en las relaciones de pareja: diagnóstico y tratamiento. México: Manual Moderno.

Orihuela, A. (2018). Sana tus heridas en pareja: Lo que no reparas con tus padres, lo repites con tu pareja. Madrid: Aguilar.

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también) 2063 1453 BELÉN PICADO

¿Alguna vez tu pareja te ha asegurado que todo estaba bien entre vosotros y que no le pasaba nada, pero sus comentarios sarcásticos te indicaban lo contrario? ¿Tu madre no te reprocha abiertamente que no la visites tanto como le gustaría, pero deja caer frases del tipo «Un día me va a pasar cualquier cosa y nadie se va a enterar»? O, quizás, eres tú quien actúa así… Estas y otras situaciones similares tienen en común un comportamiento pasivo-agresivo que, sin conllevar una violencia directa, puede hacer mucho daño. Se trata de un tipo de agresividad silenciosa, de hostilidad encubierta, que puede afectar muy negativamente a las relaciones interpersonales, ya sea en el ámbito laboral, familiar, de amistad o de pareja.

En general, quienes adoptan estas actitudes suelen tener dificultades para comunicar de forma efectiva sus sentimientos de impotencia, resentimiento o frustración y, en lugar de expresar abiertamente su malestar, recurren a estrategias pasivas e indirectas que lo único que hacen es dificultar la resolución de los problemas y la construcción de vínculos saludables.

La mayoría de nosotros hemos caído en este tipo de conductas en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando estamos muy enfadados con un amigo, y, al mismo tiempo, no nos atrevemos a confrontarlo de forma directa por miedo a crear un conflicto que dé al traste con el vínculo que nos une. O cuando en el trabajo empezamos a ‘escaquearnos’ o a ‘olvidamos’ de realizar determinadas tareas para hacer notar nuestro descontento, pero sin arriesgarnos a hablar con nuestro jefe (por si se le ocurre despedirnos). Cuando se trata de episodios puntuales, respuestas como estas son una manera de protegernos o de salir del paso de un conflicto que nos genera temor.

Los problemas llegan cuando estas actitudes dejan de ser esporádicas para convertirse, consciente o inconscientemente, en un patrón persistente que se aplica de forma rígida y ante cualquier situación hasta el punto de no ser capaces de afrontar ningún conflicto de manera clara y directa.

Entre el deseo de agradar y el rechazo a lo que percibo como una exigencia externa

El origen del comportamiento pasivo-agresivo puede estar relacionado con distintas experiencias tempranas, como haber estado expuesto a un estilo de crianza excesivamente rígido, inconsistente o sobreprotector. En ocasiones, surge como una estrategia de afrontamiento aprendida, cuando en la infancia la expresión abierta de la ira estaba prohibida o mal vista. Si he aprendido a esconder y a negar mi enfado, me resultará difícil manejarme en los conflictos y evitaré las confrontaciones directas por miedo al rechazo o a la pérdida de aprobación.

De este modo, cuando estas personas sienten que se les está sometiendo a algún tipo de exigencia externa, se enfrentan a un dilema. Por un lado, están deseando agradar, complacer y ser elogiados por sus acciones. Pero, al mismo tiempo, perciben los requerimientos de los demás como un intento de dominarlas. Desde esta ambivalencia, desarrollarán una actitud cambiante e imprevisible en las relaciones, alternando episodios de auto afirmación e independencia hostil con otros de sumisión y de dependencia absoluta ante el temor de que se rompa el vínculo afectivo.

El comportamiento pasivo-agresivo dificulta las relaciones interpersonales

15 Pistas para identificar un comportamiento pasivo-agresivo

Al tratarse de una hostilidad indirecta y a menudo muy sutil, es normal que haya ocasiones en las que estas conductas lleguen a confundirnos y dudemos de lo que estamos percibiendo. Los personajes que voy a presentaros a continuación ejemplifican algunas de las formas en que se pueden manifestar actitudes y conductas pasivo-agresivas en situaciones cotidianas. De este modo, podréis identificarlas más fácilmente, ya sea en otras personas o en vosotros mismos.

1. Lucía, procrastinadora

Lucía a menudo se muestra cooperativa y acepta realizar tareas para su equipo de trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad siempre encuentra excusas para postergarlas y nunca hace lo que se le ha pedido. Parece muy ocupada en ello, pero la tarea nunca avanza. Y si le preguntan al respecto, responde con evasivas y justificaciones.

La procrastinación intencionada es una forma muy sutil de sabotear. Es decir, posponer o dilatar la ejecución de tareas o responsabilidades, sabiendo que esto puede afectar negativamente a otros o al proyecto en general.

2. Ana, la resentida. «Todos tienen más suerte que yo»

Ana está obsesionado por la aparente falta de justicia del mundo que la rodea. No es capaz de ver que muchas veces su propia actitud le impide conseguir logros significativos en los diferentes ámbitos de su vida. Vive con envidia constante los éxitos de los demás (a quienes, según ella, todo les resulta más fácil). Y, siempre que puede, disfruta socavando la felicidad de aquellos que considera más afortunados, haciéndoles partícipes de lo injusta y mezquina que es la vida.

3. Luis, especialista en echar balones fuera

Experto en eludir situaciones incómodas, Luis no solo niega a menudo lo que ha dicho o hecho, sino que, incluso, se ofende si percibe que los demás dudan de él (aun sabiendo que esas dudas tienen una base sólida). Suele defenderse con frases del tipo «Yo nunca dije eso, lo habrás soñado».

Otra manera en la que personas como Luis echan balones fuera es no asumir su responsabilidad y desviarla en otras direcciones: «Son imaginaciones tuyas, yo no estoy enfadado», «Yo tenía pensado hacerlo, pero ella me dijo que…», «Entendí que ibas a ocuparte tú». Con tal de no hacerse cargo de sus palabras, con su actitud y conducta culparán, de forma más o menos clara, a otros o a las circunstancias.

4. Marta, la pesimista escéptica. «Piensa mal y acertarás»

Escéptica e incapaz de ver el lado positivo de las cosas, Marta vive envuelta por una nube de pesimismo persistente. Su visión negativa del mundo la lleva a reaccionar con sarcasmo y mordacidad ante los «inmerecidos» éxitos de todos los que, en apariencia, tienen más suerte que ella. Desconfía de todo el mundo y está convencida de que las personas, en general, son malas y egoístas. Su lema: «Piensa mal y acertarás».

La actitud distante y huraña de estas personas tiene como principal objetivo provocar malestar en quienes las rodean.

5. Óscar, el oyente hostil

Óscar siempre parece dispuesto a escuchar los problemas de sus amigos. Sin embargo, su atención pronto se convierte en una crítica disfrazada. Aunque sus consejos parecen amables, el tono de sarcasmo y desdén con que los ofrece transmite que no está de acuerdo con las decisiones de quien está depositando su confianza en él.

Debido a esta discordancia entre el lenguaje verbal y el no verbal, es normal que quienes escuchan a alguien como Óscar acaben dudando de lo que están percibiendo. Por ejemplo, hay personas que pueden preguntarte cómo te encuentras o, aparentemente, se muestran interesadas en lo que quieres contarles. Sin embargo, cuando empiezas a hablar, apenas te miran, muestran una actitud desganada o responden con monosílabos. En estas condiciones, es fácil deducir que una buena comunicación es imposible.

Comportamiento pasivo-agresivo.

6. Raquel, maestra de la queja y el victimismo

No hay día en que Raquel no se lamente de la poca atención que le prestan su familia, su pareja o sus amigos y se queje de que no la valoran lo suficiente. Sin embargo, si alguien se interesa y le pregunta qué le ocurre su respuesta siempre es la misma: «Estoy bien. No me pasa nada».

Además, por sistema, siempre se posiciona en contra de los deseos y peticiones de los demás. Siempre tiene preparada una objeción para rechazar cualquier alternativa o sugerencia que le ofrezcan. Eso sí, ella tampoco ofrece otras opciones. Esta actitud crea un ambiente negativo a su alrededor y hace que las interacciones con ella resulten frustrantes y agotadoras.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa de victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista»)

7. Santiago, irritable e impulsivo

Santiago casi siempre está de mal humor y, aunque no suele expresar abiertamente su enfado o disgusto, suele dejarlo patente a través de quejas, protestas o comentarios aparentemente triviales, pero que aterrizan como dardos en quien los recibe. Esta conducta hace que la otra persona se sienta incómoda, frustrada y a disgusto sin saber muy bien por qué.

Es posible que, al principio, personas como Santiago se muestren amables, especialmente si desean conseguir algo. Pero cuando los conocemos de verdad nos damos cuenta de que la mayor parte del tiempo están malhumorados e irascibles por algo que la mayoría de las veces no nos dirán.

8. Germán, el olvidadizo oportuno

Los olvidos son una de las estrategias más utilizadas por personas con un estilo pasivo-agresivo. Para Germán son un modo sutil e indirecto de expresar su descontento, su frustración o, sus necesidades. Por ejemplo, tiene la habilidad de recordar selectivamente compromisos según su nivel de interés. Puede ‘olvidar’ una reunión o evento que no le entusiasma, pero recordará claramente aquellos que considera más importantes o beneficiosos para él.

Lo mismo le ocurre con citas o conversaciones que ha mantenido con personas con quienes está molesto por algún motivo (que en ningún caso abordará de forma directa).

9. Eva: «Ni contigo ni sin ti»

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo que se manifiesta en la dificultad para mantener una posición clara o coherente ante los demás. En el caso de Eva, la necesidad de agradar a su pareja la lleva a posicionarse continuamente en el no conflicto. Como sabe lo que su pareja quiere, ella juega con eso hasta que se cansa o se frustra cuando se da cuenta de que, en realidad, se ha comprometido a hacer, o está haciendo, algo que no quería. Entonces, de repente, le muestra su enfado y su hostilidad, pero no abiertamente, sino a través de estrategias indirectas y más o menos sutiles: deja de hablar, no responde a los mensajes, no cumple algo con lo que se había comprometido…

Estas personas pueden decir a su pareja que la aman profundamente y al poco tiempo se muestran indiferentes o hacen comentarios despectivos que contradicen sus declaraciones anteriores.

También puede suceder que se sientan a gusto cuando les cuidan o cuando otros toman la iniciativa y al poco tiempo, se rebelen porque no quieren ‘perder’ su independencia ni que les den órdenes. Este «Ni contigo ni sin ti»  oculta una dependencia emocional que no son capaces de aceptar.

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo.

Imagen de shurkin_son en Freepik.

10. Samuel, alérgico a la autoridad

Samuel manifiesta su desprecio a la autoridad de múltiples formas. Una de ellas es hacer lo mínimo que su jefe le pide, como una forma de transmitir que está siguiendo las órdenes solo porque es necesario y no porque valore la autoridad de su superior. Del mismo modo, si se le da un plazo para completar un proyecto, demora intencionadamente la entrega hasta el último momento.

En personas como Samuel suele haber un conflicto interno que no saben cómo afrontar y que los lleva a moverse entre el deseo de obtener las ventajas que puede proporcionarles el acatar las órdenes y el empeño en conservar la autonomía. Primero tratan de mantener la relación siendo pasivos y sumisos, pero en cuanto sienten que están ‘renunciando’ a su autonomía se sublevan contra la autoridad.

11. Sara, madre manipuladora

A las personas pasivo-agresivas les cuesta pedir lo que quieren y recurren a tácticas manipuladoras para satisfacer sus necesidades. Sara, por ejemplo, siempre se ha comunicado con sus hijos desde este rol para conseguir su atención y para que hagan lo que ella quiere sin solicitarlo explícitamente. Por ejemplo, en lugar de pedir a su hijo que la ayude, le dirá: «Seguro que me voy a hacer daño en la espalda, pero no quiero molestarte».

O, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, Sara les hace llegar su enfado y su disgusto lamentándose y dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas»)

12. Rocío: pagar la frustración con quien menos lo merece

La incapacidad para mostrar pública y abiertamente su enfado o frustración lleva con frecuencia a Rocío a recurrir a un mecanismo de defensa inconsciente: el desplazamiento. Por ejemplo, un día que recibe una crítica injusta de su jefe en el trabajo, como no se atreve a abordarlo directamente con su superior, opta por no expresar su malestar. Sin embargo, al regresar a casa, desplaza sus emociones negativas hacia su familia mostrándose de mal humor, respondiendo de manera cortante, etc.

El desplazamiento me permite redirigir hacia un objetivo menos amenazante los pensamientos, emociones o impulsos negativos que me despierta alguien con quien no puedo permitirme romper el vínculo. En concreto, desplazo ese resentimiento hacia otras personas o situaciones cotidianas de menor significación emocional o jerárquica.

13. Roberto o la vida en blanco y negro

Para Roberto, no existen los matices. Idealiza a quien admira y desprecia a aquellos que no cumplen con sus expectativas. ‘Poseído’ por esta mentalidad de «todo o nada», si un amigo no le muestra su apoyo incondicional o cuestiona alguna de sus decisiones, puede empezar a verlo como alguien completamente despreciable, sin detenerse a reconocer sus virtudes o a intentar comprender sus motivaciones.

El pensamiento dicotómico, también conocido como pensamiento en blanco y negro o polarizado, se manifiesta en la tendencia a ver las situaciones y a las personas en términos extremos, sin reconocer matices o posiciones intermedias. Esta incapacidad para tolerar la incertidumbre lleva a realizar juicios rápidos y categóricos en los que no hay espacio para la ambigüedad ni para apreciar los matices de las situaciones y las personas.

14. Gustavo, el grosero enmascarado

Algunas personas recurren a insultos muy sutiles para expresar su descontento, su disgusto o sus emociones negativas sin abordar abiertamente el conflicto. Gustavo es experto en disfrazar sus insultos y groserías. Cuando alguien se ofende por sus palabras, él simplemente dice que estaba bromeando o que no era su intención. Algunas de sus especialidades:

  • Cumplidos envenenados. Elogios que envuelven una crítica o una insinuación negativa: «Admiro tu valentía. ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Comentarios despectivos disfrazados de bromas. «¡Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta!».
  • Sarcasmo encubierto. «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú».
  • Desvalorización disfrazada de preocupación. «Te convendría bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud».
15. David tiene en el silencio su mejor arma

En el catálogo de estrategias para hacer sentir mal a alguien sin recurrir al confrontamiento directo, el silencio es una de las preferidas de David. Cuando está molesto por algo, deja de responder a las llamadas e ignora mensajes y correos electrónicos. Puede pasarse días así y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. En vez de abordar y expresar los motivos de su disgusto o de su enfado recurre al silencio y a la ley del hielo.

Personas como David te ignorarán de un modo más o menos evidente y durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Pueden no darse por aludidas cuando les hablas y luego justificarse diciendo que no te habían escuchado. O, directamente, mirar hacia otro lado cuando te los encuentras y les saludas. Y si les preguntas qué les ocurre, te dirán que no les pasa nada.

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.