Adicciones

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie Yo, Adicto

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie «Yo, adicto»

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie «Yo, adicto» 1800 1734 BELÉN PICADO

Hablar de adicciones sigue siendo un tema tabú en muchos contextos y reconocer públicamente que se es adicto conlleva enfrentarse al juicio, al estigma y al rechazo social. Por esto es tan importante la serie Yo, adicto (Disney+), una historia real que se atreve a afrontar esta realidad con una honestidad brutal y contundente. Pero, ante todo, se trata de un relato sobre esas heridas invisibles que muchos cargamos, independientemente de que estén relacionadas o no con una adicción. Porque esta historia, en realidad, «no va de drogas», sino de «aprender a vivir».

Javier Giner, autor y el verdadero protagonista de todo lo que se cuenta en la serie, ha recorrido a lo largo de su vida un camino profundamente transformador desde la autodestrucción al autocuidado y el crecimiento personal. Tras años de adicción al alcohol, las drogas y el sexo, en 2009 tocó fondo y, con 30 años, decidió ingresar en una clínica de rehabilitación. Fruto de aquel proceso, en 2021, publicó el libro Yo, adicto, que tres años después se ha convertido en una serie, con Oriol Pla interpretando su historia en pantalla.

Yo, adicto nos recuerda que el ser humano no está definido por sus errores o sus fracasos, sino por su capacidad de enfrentarlos, aprender y transformarlos. En el fondo, esta serie no habla solo de Javier Giner, sino de todos nosotros, de nuestras batallas internas, de nuestras inseguridades y de nuestra búsqueda de sentido.

Ya publiqué una reseña sobre esta serie en las redes sociales, pero creo que deja tantas y tan valiosas lecciones de vida que no me he resistido a escribir este artículo para explayarme a gusto. He aquí algunas de esas reflexiones. (Aviso para quienes no hayáis visto la serie: a lo largo del texto hay spoilers)

1. La adicción como síntoma, no como el problema en sí

La adicción es un síntoma, la punta del iceberg. Pero debajo hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Una de las reflexiones más importantes de Yo, adicto es que las adicciones no surgen en el vacío. No es tan importante a qué soy adicto como qué función tiene eso de lo que no puedo prescindir.

Cuando no se ha aprendido a lidiar con la angustia emocional, las drogas, el juego, las compras o el sexo compulsivo se convierten en la vía más rápida para huir del dolor. Y, de paso, para evitar conectar con un mundo interno demasiado caótico. Javi no sabe cómo calmar su angustia, así que comienza a buscar ‘parches’ que tapen un vacío que no deja de crecer y que continuamente le pone frente a su soledad, a sus miedos y a su sufrimiento.

Así que cuando deje de drogarse y el parche desaparezca todas esas emociones que ha estado evitando irrumpirán como un tsunami. «Ahora que no tienes las drogas para escaparte, vuelven a aparecer las emociones con más fuerza», le explica el psicólogo a Giner cuando este admite estar «desquiciado».

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie Yo, Adicto

Oriol Pla en «Yo, adicto» (Disney+)

2. No solo heredamos genes

«No podría explicar mi adicción sin hablar de mis padres. La enfermedad de un toxicómano empieza siempre en la familia, aunque esta habitualmente lo niega», dice Giner. Esta afirmación plantea hasta qué punto las dinámicas familiares influyen en nuestro desarrollo emocional. Y no se trata de buscar culpables, sino de comprender que, como hijos, no solo heredamos genes, sino también formas de amar, miedos y carencias.

«¿Cómo podrían mis padres aplicar una educación emocional sana, constructiva, con empatía, respeto y cuidados, si a ellos nadie se la enseñó. Si por el contrario crecieron en el silencio, en las apariencias, en la doble moral, en la imposición. (…)  Nos pasa a todos. Aprendemos matemáticas y geografía, pero nadie nos enseña a querer y cuidar de manera sana, ni a los demás, ni a nosotros mismos», continúa Giner.

Entre esas dinámicas que pueden hacer más mal que bien está la sobreprotección, tan perjudicial y dañina como el abandono, o el condicionar el amor paterno al comportamiento del niño. Es normal que no confiemos en nosotros mismos cuando nadie nos enseñó cómo hacerlo.

3. Pero si mi familia es normal…

Hay estructuras familiares que no parecen disfuncionales, pero que lo son. Cuando el protagonista,  muestra su sentimiento de culpa calificándose a sí mismo de «niñato» por haber caído en las adicciones teniendo una familia normal, su psicólogo le pide que lea un pasaje del libro Querer no es poder, que os facilito a continuación y con el que seguro muchos de vosotros os sentiréis identificados como le ocurre a Javi.

«¿Pero qué hay del adicto que proviene de una «buena» familia, de una familia intacta «normal», que funciona en forma apropiada y está bien considerada en la comunidad? Nos preguntamos: «¿Cómo puede suceder esto?» Sucede porque aún en una familia que a todas luces parece ser cariñosa y atenta, la individualidad del hijo puede ignorarse tanto como en una familia visiblemente caótica; sólo que en este caso, la situación queda oculta tras una apariencia de corrección social. En este tipo de familia, lo que el hijo recibe puede ser una especie de aplastante «seudoamor».

Y cuando el rechazo, abuso o descuido emocional está presente pero encubierto, puede ser aún más difícil para el hijo (y más adelante el adulto-niño) llegar a afrontarlo. Este individuo se siente profundamente herido, pero no tiene pruebas de haberlo sido. Atrapado en un dilema en el que el rechazo se mantiene oculto e incluso es negado, desarrolla intensos sentimientos de culpa. Como su progenitor está cumpliendo el rol exterior de un «buen padre», el hijo sólo puede sacar en conclusión que él mismo está equivocado al sentirse enojado y rencoroso. El hijo percibe que «el individuo que él es» tiene algún efecto destructivo sobre el progenitor, por lo que se esfuerza por refrenar su verdadero yo».

4. Protegerse también es autocuidado

A veces sentimos que debemos abrirnos en canal, que la honestidad es contarlo todo. Sin embargo, tenemos el derecho y también el deber de protegernos. Hay un personaje que se lo dice así de claro a Javi y que todos deberíamos integrar: «Lo que te puedo decir es que con el tiempo he ido comprendiendo con quién vale la pena compartirlo todo de mí. Tu intimidad es cosa tuya. (…) Tu vida es tuya. Y tú decides cómo, cuándo y con quién la compartes».

Si alguien nos hace una pregunta, no estamos obligados a dar siempre una respuesta. Podemos decidir cuándo y cómo contestar e, incluso, no hacerlo si ese es nuestro deseo.

Hay un derecho asertivo que dice «Tengo derecho a responder o a no hacerlo». Esto significa que:

  • Defender nuestra capacidad de elegir cuándo, cómo y si queremos participar en una conversación o responder a una solicitud favorece nuestra autonomía personal.
  • No todas las preguntas, comentarios o peticiones merecen una respuesta inmediata o incluso una respuesta en absoluto.
  • Tenemos el poder de priorizar nuestras necesidades y no sentirnos culpables por decir «no» o por guardar silencio cuando algo no se alinea con nuestros valores o no estamos disponibles para ello.
  • Elegir cuándo, con quién y hasta qué punto hablar de algo que nos afecta es una forma de autocuidado. Igual que optar por no hacerlo.

Ante preguntas que nos resultan invasivas o incómodas, podemos elegir no responder o expresar claramente: «No me siento cómodo hablando de eso».

Porque protegiéndonos también nos cuidamos.

5. Abrazar la vulnerabilidad

Después de toda una vida ocultándose detrás de una máscara para que nadie pueda ver esa parte que él sentía «defectuosa», por fin el protagonista será capaz de empezar a quitarse las múltiples capas que ha ido superponiendo a lo largo de su vida. El trabajo terapéutico le ayudará a descubrir, a mirar y a sanar sus heridas y, desde la aceptación de su propia vulnerabilidad, empezará a crear relaciones más auténticas y profundas.

Para Brené Brown, socióloga e investigadora estadounidense, ser vulnerable es «atreverse a arriesgarse». Arriesgarnos a dejar de fingir que somos los más fuertes y no nos afecta nada; a decir «te quiero» primero, sin saber cuál va a ser la respuesta de la otra persona; a involucrarnos en una relación (de cualquier tipo) que puede funcionar… o no. En resumen, ser vulnerable es atrevernos a quitarnos la máscara y mostrarnos como somos, con nuestros miedos, nuestra vergüenza y nuestras inseguridades.

Nuestra vulnerabilidad no nos debilita, sino que nos humaniza.

Yo, adicto

Oriol Pla y Nora Navas (Disney+)

6. Detrás del disfraz de la furia en realidad está escondida la tristeza

Más allá de la furia que invade a Javi cuando sus emociones empiezan a emerger, su psicólogo puede ver con claridad qué se oculta detrás: «Detrás de la ira siempre se esconde la tristeza. ¿Sabes lo que yo veo? Veo una persona muy, muy triste».

En realidad, muchas de nuestras emociones aparentemente destructivas son defensas frente a un dolor mucho más profundo. La ira, el resentimiento o el odio son a menudo expresiones de heridas que no están sanadas.

A veces, camuflamos ciertas emociones que nos cuesta mostrar detrás de otra con la que nos sentimos más cómodos. Por ejemplo, el niño en cuyo hogar la tristeza no tiene cabida y lo más habitual es escuchar frases como «llorar es de débiles» o «los hombres no lloran», aprenderá a utilizar la rabia en sustitución de su tristeza. Y ya como adulto, reaccionará con ira cada vez que algo le haga daño o le decepcione.

Tomar más contacto con lo que nos está ocurriendo es el primer paso para poder relacionarnos de un modo más saludable con nosotros mismos y con nuestro entorno.

7. «Los vínculos son vida y a veces salvan»

«¿Te imaginas una vida sin cuidados hacia los demás o hacia ti mismo? Los vínculos son vida y a veces salvan». En un mundo en el que se exalta el individualismo y la independencia como virtudes supremas, está bien recordar cuánto necesitamos establecer vínculos sanos.

Los vínculos nos construyen. Nos brindan un lugar seguro donde expresar nuestras emociones, incertidumbres y luchas. Son un ancla en momentos de tormenta, una red que nos sostiene cuando parece que vamos a caer. A veces, la simple presencia de alguien que nos escucha o nos mira con compasión puede marcar la diferencia entre hundirnos o salir a flote.

Pero no siempre sabemos cuidarnos ni dejar que nos cuiden. El miedo al rechazo, el orgullo o el peso de nuestras heridas pueden sabotear nuestra capacidad de conectar. Y aquí es donde Yo, adicto lanza un mensaje claro: los vínculos no solo son vida, también son parte del proceso de sanación. Al aceptar que somos vulnerables, que necesitamos y merecemos cuidado, comenzamos a abrirnos al mundo y a nosotros mismos.

Y para que este cuidado sea genuino, debe ser tanto hacia afuera como hacia adentro. Es imposible ofrecer lo mejor de nosotros si descuidamos nuestras propias necesidades emocionales y físicas.

8. Todos merecemos ser amados

En el ser humano existe una dualidad constante entre el deseo ferviente de que nuestros vínculos funcionen y el temor a que no sea así. Y precisamente es este miedo a sufrir, al abandono o a la falta de reciprocidad el que puede llevarnos a sabotear nuestras relaciones. Cuando no nos queremos a nosotros mismos solemos apartar a quienes nos quieren bien. Y, al hacerlo, encontramos la excusa perfecta para confirmar lo que tememos profundamente: «No merezco ser amado».

En Yo, adicto, el diálogo entre el psicólogo y Javi que transcribo a continuación refleja claramente esa dinámica:

“- Psicólogo: ¿Y no mereces que te quiera? ¿Por eso revientas o huyes de cualquier cosa que tenga continuidad? Tienes pavor a que te quiten la careta y descubran que tienes la cara quemada, que eres imperfecto, que eres defectuoso. Si mantienes una relación, una vida normal van a descubrir que no vales, que eres un monstruo. Tú mismo lo has dicho, los apartas, haces que huyan de ti.

– Javi: Llevo toda la vida mendigando amor en cualquier sitio. Y si no es amor, admiración. Pero me aterra el rechazo. Y me pierdo. Consumo cuerpos, por eso salgo a buscar más, porque nunca es… Nada me sirve, nunca es suficiente.

– Psicólogo: ¿Y tú?

–  Javi: ¿Y yo qué?

– Psicólogo: ¿Tú eres suficiente? ¿Alguna vez te han dicho que tal como eres, con tus fracasos, tus errores, eres suficiente? ¿Alguien te ha dicho que sin necesidad de hacer nada mereces que te quieran, que mereces ser feliz?”

Reconocer que somos suficientes tal como somos, con nuestros fracasos y defectos, no es tarea sencilla. Es un proceso que requiere desmontar creencias aprendidas, mirar con compasión nuestras heridas y aceptar que la perfección no es un requisito para ser querido. Merecemos amor, no porque seamos perfectos, sino porque somos humanos.

9. Aceptar el dolor como parte de la vida

Yo, adicto nos recuerda también que el dolor no es un castigo ni experimentarlo significa que haya algo «mal» en nosotros. Sencillamente, es parte de la vida y, como tal, es inevitable. Da igual si lo reprimimos, lo enterramos bajo distracciones o anestesias temporales como las adicciones. Tarde o temprano reaparecerá y, seguramente, lo hará con más fuerza. En lugar de verlo como un enemigo, aprender a convivir con él nos permitirá empezar a comprenderlo y desactivar su poder destructivo.

Es, precisamente, en el acto de aceptar el dolor donde radica nuestra capacidad de transformarlo. Como escuchamos en la serie, no se trata de evitarlo, sino de «sentirlo para poder gestionarlo sobrios».

Además, si entendemos que sentir dolor no nos hace débiles ni defectuosos, también seremos capaces de mirar a quienes nos rodean con más empatía.

Yo, adicto

10. Hacer las paces con la incertidumbre: «No saber está bien»

El miedo al cambio está directamente ligado al miedo a la incertidumbre. Nos aferramos a lo conocido, incluso cuando nos causa sufrimiento, porque lo desconocido nos aterra. Ese espacio donde no hay certezas, donde no controlamos el desenlace, puede resultar tan abrumador que preferimos quedarnos inmóviles, atrapados en una zona de confort que no siempre nos conforta.

Vivimos en un mundo obsesionado con las certezas y con tener control sobre todo. Y esta expectativa constante de tenerlo todo atado y bien atado no solo es irreal, sino también agotador. Nos roba la capacidad de estar presentes y nos encierra en un círculo de ansiedad por lo que fue y lo que podría ser.

En este sentido, la serie nos invita a cambiar de perspectiva y nos propone no solo aceptar la incomodidad, la incertidumbre e, incluso, el dolor, como parte inevitable de la vida, sino también encontrar en ello una oportunidad de crecer. No saber qué viene después nos da libertad para explorar, para equivocarnos, para aprender. Al soltar la necesidad de controlarlo todo, abrimos espacio para que lo nuevo, lo inesperado, nos sorprenda.

Quizás el cambio no sea tan aterrador si dejamos de verlo como una amenaza y lo entendemos como una transición natural, un paso hacia lo que todavía no sabemos, pero que tiene el potencial de transformarnos. Porque, «no saber también está bien».

Vivir duele y a veces es una puta salvajada, pero merece mucho la pena (Javier Giner)

Referencias

Gabilondo, A., Giner, J. y Rubirola Sala, L. (Productores ejecutivos) (2024). Yo, adicto [serie de televisión]. Alea Media

Washton, A. M. y Boundy, D. (1991). Querer no es poder: Cómo comprender y superar las adicciones. Barcelona: Paidós

Adicción a la adrenalina o la necesidad de vivir al límite

Adicción a la adrenalina o la necesidad de vivir al límite

Adicción a la adrenalina o la necesidad de vivir al límite 1170 704 BELÉN PICADO

Hay personas que necesitan el riesgo para sentirse vivas. Personas que buscan continuos chutes de adrenalina y experiencias que les lleven al límite, llegando a poner en riesgo su integridad física, sus relaciones y, en ocasiones, su vida. Pero, ¿sabíais que esta permanente búsqueda de emociones fuertes puede acabar derivando en una adicción a la adrenalina?

No solo me refiero a actividades abiertamente peligrosas y arriesgadas, sino también a otras mucho más «moderadas», al menos en apariencia. Seguro que alguno de vosotros tiene un amigo que se lo pasa en grande provocando continuamente discusiones, cuanto más acaloradas mejor. O quizás alguien de vuestro entorno es de quienes apuran hasta el último momento para entregar una tarea académica o un informe importante en el trabajo.

Cuando escuchamos el término «adicción», normalmente pensamos en drogas, alcohol, juego… Pero también podemos engancharnos al riesgo. Y es que la adrenalina, si bien es esencial para la supervivencia, también puede convertirse en una peligrosa enemiga. En este sentido y para ser más exactos, más que una adicción a la sustancia en sí, lo que se desarrolla es una búsqueda compulsiva de los efectos que la adrenalina proporciona.

Lamentablemente la confusión entre valentía y temeridad hace que este tipo de adicción sea difícil de identificar y de admitir. El hecho de que, socialmente, a estas personas se las vea como ejemplo de arrojo y valentía no hace más que reforzar su conducta e impedir que se den cuenta de que es posible que tengan un problema. Ya lo decía el mismísimo Cervantes en un pasaje de Don Quijote: «¿No sabes tú que no es valentía la temeridad?».

Pero, ¿qué es la adrenalina?

Hay una hormona que juega un papel esencial en esa euforia y en esa ‘descarga eléctrica’ que se experimenta al sentir cerca el aliento del peligro: la adrenalina. Esta sustancia química, también denominada epinefrina, se libera, sobre todo, en momentos de peligro, estrés y excitación. Es esencial para nuestra supervivencia porque nos ayuda a adaptarnos al medio y nos prepara para un mejor afrontamiento de situaciones excepcionales.

¿Cómo funciona? Cuando tu cerebro interpreta que estás en una situación de riesgo envía señales desde el hipotálamo hasta las glándulas suprarrenales, que están encima de cada riñón, para que estas liberen adrenalina en el torrente sanguíneo. Prácticamente de forma instantánea tu organismo se activará para ponerse en modo de lucha o huida. Aumentará tu frecuencia cardiaca y tu presión sanguínea, se dilatarán tus vías respiratorias, tu respiración se hará más rápida e incluso disminuirá tu percepción del dolor. Tendrás un «subidón de adrenalina» en toda regla.

A su vez, la adrenalina estimula la producción de dopamina, conocida como hormona del placer y asociada también con distintas adicciones. Precisamente, esta última es la que va a encargarse de que nos sintamos tan bien que queramos repetir.

Entonces, os preguntaréis, si estamos ante una respuesta normal y necesaria para nuestro organismo, ¿cómo es posible que llegue a desarrollarse una adicción?

La adrenalina es una hormona que se libera en momentos de peligro, estrés y excitación.

¿Cuándo empieza el ‘enganche’?

Como hemos dicho, que se libere cierta cantidad de adrenalina durante una situación estresante no solo es necesario sino también beneficioso porque agudiza los sentidos y prepara al cuerpo para hacer frente al peligro, ya sea este real o imaginado.

Sin embargo, cuando en esas circunstancias extremas esta hormona se segrega en exceso y se produce a la vez una mayor liberación de dopamina, puede suceder que la persona empiece a buscar estas sensaciones del mismo modo que un adicto busca el subidón de otro tipo de drogas. Incluso llegando a la participación compulsiva en actividades peligrosas o comprometedoras sin tener en cuenta las consecuencias físicas, mentales, legales o económicas que deriven de ellas.

Aunque se trata de una adicción de tipo conductual, denominada así porque no hay ninguna sustancia externa implicada, hay síntomas similares a los que se dan en las adicciones con sustancias:

  • Experimentar un fuerte impulso o ansia de llevar a cabo una actividad de alto riesgo.
  • Sufrir síntomas de abstinencia como frustración e inquietud cuando no se puede participar en dicha actividad. Un estudio realizado en 2016 analizó este tipo de síntomas en ocho escaladores de roca. Después de un período sin escalar, los participantes experimentaron estados negativos similares a los percibidos por personas con adicciones a sustancias durante un tiempo sin consumir.
  • Perder el interés por otras aficiones u ocupaciones con las que no se alcance ese grado de euforia.
  • Insistir en llevar a cabo esas conductas, pese a las consecuencias negativas, como lesiones, problemas en las relaciones, en el ámbito laboral, etc.
  • Volverse cada vez más adicto al deporte o a la actividad a medida que aumenta la exposición y la experiencia.

Cómo se manifiesta la adicción a la adrenalina

Esta búsqueda compulsiva de la euforia y la excitación que proporcionan las descargas de adrenalina toman diversas formas:

  • Práctica de deportes extremos o elección de profesiones que implican cierta dosis de riesgo (militar, bombero, altos ejecutivos que tienen que lidiar con niveles muy altos de presión…).
  • Comportamientos antisociales o participación en actividades ilícitas.
  • Conductas peligrosas que ponen en riesgo la integridad física y, a veces, la propia vida (conducción temeraria, actividades de riesgo sin las necesarias medidas de seguridad, consumo de alcohol y otras drogas).
  • Mantener relaciones sexuales de riesgo, sin protección o en lugares públicos donde exista la posibilidad de ser sorprendidos. Estas personas suelen ser más activas sexualmente y tienen una mayor tendencia a sentirse insatisfechos en relaciones estables.
  • Apurar al máximo y dejarlo todo para el último momento: desde tareas de clase a pagos de facturas, revisiones médicas o entregas de proyectos laborales importantes… Hay quienes aseguran rendir mucho más bajo presión y trabajar mejor con la energía y excitación provocadas por la frenética necesidad de completar una tarea.
  • Búsqueda permanente de conflictos. La búsqueda de emociones intensas también puede manifestarse a través de una necesidad constante de estar siempre en medio de todos los conflictos.
  • Tener la agenda repleta. La adicción a la adrenalina puede estar, incluso, detrás de la necesidad compulsiva de mantener un horario de trabajo o una vida social en los que no hay hueco para nada.

También en el ámbito laboral pueden producirse situaciones complicadas cuando hay un jefe o un compañero ansioso por conseguir una descarga de adrenalina. Algunos ejemplos:

  • Asumir riesgos excesivos. Un empresario puede comprar una empresa que no puede permitirse o un empleado aceptar más proyectos de los que puede llevar a cabo.
  • Crear un entorno de trabajo excesivamente competitivo. Las personas con adicción a la adrenalina pueden fomentar la competitividad con sus compañeros o volverse abusivas y déspotas.
  • Adicción al trabajo. Algunas profesiones facilitan más que otras que haya continuas descargas de adrenalina. Un cirujano, por ejemplo, puede sentir un subidón de esta hormona antes o después de una operación y renunciar a los descansos necesarios con tal de volver a experimentar ese alto nivel de euforia.

Los entornos laborales excesivamente competitivos favorecen la adicción a la adrenalina.

El alto precio de vivir al límite

Todas las adicciones tienen como propósito llenar un enorme vacío interior, escapar del dolor, la frustración o la ansiedad y mantener a raya pensamientos y sentimientos aterradores, desagradables o molestos. En el caso del adicto a la adrenalina ocurre que, por una parte, cuando se alcanza cierto umbral de activación o excitación uno se habitúa y cada vez será necesario ir arriesgando más para poder alcanzar el mismo efecto. Por otra, la percepción del riesgo es cada vez menor y uno tiende a ser cada vez más imprudente.

Sin embargo, ese bienestar, esa euforia y ese hormigueo en el estómago que provocan la adrenalina tienen también una cara oscura. Además de poner en riesgo la propia seguridad y la de otras personas, esta ansia por estar siempre en la cuerda floja conlleva otras consecuencias negativas, entre ellas:

  • Deterioro en las relaciones personales.
  • Alteraciones de salud. La adrenalina segregada en exceso puede provocar hipertensión, estrés crónico, cefaleas, ansiedad, náuseas, insomnio, mareos, irritabilidad, problemas cardiacos si se mantiene el nivel elevado mucho tiempo, etc.
  • Problemas en el ámbito laboral y/o académico.
  • Mayor propensión al abuso de sustancias o a caer en otras adicciones conductuales, como la ludopatía o la adicción al sexo.
  • La adicción a la adrenalina puede llegar a desembocar en el conocido como síndrome de Pontius. La percepción del peligro de quienes lo sufren está totalmente alterada y ven como normales situaciones y actividades que objetivamente son muy peligrosas.

Nuestra personalidad también influye: la búsqueda de sensaciones

Hay una dimensión de nuestra personalidad estrechamente relacionada con una mayor o menor susceptibilidad a las adicciones en general y a la adicción a la adrenalina en particular: la búsqueda de sensaciones. El psicólogo estadounidense Marvin Zuckerman entendía este rasgo como el deseo de tener «sensaciones y experiencias nuevas, variadas, complejas e intensas, así como la disposición a correr riesgos físicos, sociales, legales y financieros con tal de obtenerlas». E identificó cuatro componentes dentro de esta variable:

  • Búsqueda de emociones, aventuras y riesgo. Deseo de realizar actividades físicas que requieran velocidad, peligro, fuerza, novedad…
  • Búsqueda de experiencias. Necesidad de nuevas experiencias físicas, sensoriales o mentales a través de la música, los viajes o el arte, así como búsqueda de un estilo de vida no conformista con personas afines y no convencionales.
  • Desinhibición. Tendencia a participar en actividades sociales en ausencia de control o de cualquier tipo de inhibición: consumo de drogas y alcohol, fiestas o eventos en los que vale todo, conductas sexuales de riesgo…
  • Susceptibilidad al aburrimiento. Aversión a las experiencias repetitivas, al trabajo rutinario y a la gente predecible.

La búsqueda de sensaciones es un rasgo de personalidad que juega un papel importante en la adicción a la adrenalina.

Además, dentro de los «buscadores de sensaciones», Zuckerman diferenció dos subtipos.

  • Personas que llevan a cabo una búsqueda no impulsiva socializada de sensaciones. Sienten atracción por las emociones fuertes y las aventuras, buscan vivir con intensidad, huyen de la rutina, les gustan los cambios y las novedades y están abiertos a nuevas experiencias. Sin embargo, no asumen riesgos innecesarios y pueden inhibir su conducta sin mayor problema para una mejor adaptación social.
  • Quienes se distinguen por una búsqueda impulsiva y no socializada de sensaciones. Este subtipo muestra una mayor desinhibición, mayor búsqueda de experiencias y más predisposición a aburrirse fácilmente. También presentan una mayor tendencia a la agresividad y a caer en adicciones o conductas antisociales. No se detienen a medir las consecuencias a largo plazo de sus actos, sino que lo que más les mueve es alcanzar el mayor grado de placer inmediato, tanto a nivel biológico (descarga de dopamina), como psicológico (para eliminar el malestar emocional).

Adicción a la adrenalina como consecuencia de un trauma

A menudo, detrás de una conducta de riesgo que implique un subidón de adrenalina hay un trauma enquistado. Muchas personas traumatizadas están buscando continuamente experiencias que nos causarían rechazo o nos asustarían a la mayoría de los mortales. Algunas de ellas mencionan, además, una desagradable sensación de vacío y de aburrimiento cuando no están enfadados, bajo presión o realizando alguna actividad peligrosa.

Del mismo modo que hay personas traumatizadas que intentan anestesiar su dolor con drogas o alcohol, también las hay que necesitan experiencias y emociones fuertes para salir de la insensibilización que les provocó el trauma. Bessel Van Der Kolk, uno de los mayores expertos mundiales en trauma, explica en su libro El cuerpo lleva la cuenta: «Muchas personas se hacen cortes para que la insensibilización desaparezca, mientras que otras prueban con cosas como el puenting o realizan actividades de alto riesgo como la prostitución o el juego. Cualquiera de estos métodos puede aportarles una falsa y paradójica sensación de control». Llevar a cabo conductas de riesgo o mal vistas para muchos es el único modo que encuentran de salir de esa anestesia emocional y de experimentar sensaciones físicas que les recuerden que están vivos.

Vamos a imaginar a un niño. Se llama Manuel y vive entre palizas, gritos y humillaciones. Cada vez que su padre abre la puerta al regresar a casa el cerebro de Manuel provoca una descarga de adrenalina. Esta hace que el niño se ponga en acción y corra a esconderse a su habitación. Si la situación se repite una y otra vez, es muy probable que esa descarga se produzca ante todo tipo de situaciones estresantes. Esto conlleva un peligro. Aunque este sistema de protección le ayudó en su infancia, si ya de adulto cada vez que necesita percibir que tiene el control sobre una situación sigue recurriendo de forma automática a cualquier actividad o conducta que le reporte un subidón de adrenalina, la solución va a convertirse en un problema mucho mayor.

Vivir intensamente sin ponernos en riesgo

Aprender a gestionar el estrés sin tener que recurrir al subidón de adrenalina es posible. Los ejercicios de respiración, la meditación, las técnicas de relajación o el yoga son formas mucho más saludables de afrontar situaciones que nos alteran o que sentimos que no controlamos.

De cualquier modo, si eres un buscador de sensaciones y te gusta vivir intensamente, recuerda que no tienes que ponerte en peligro continuamente. Ni involucrarte en situaciones complicadas o comprometidas. Hay muchas formas de experimentar una descarga de adrenalina en entornos seguros y controlados: súbete a una montaña rusa, aficiónate a las películas de terror o a las scape room… Y si te gustan los deportes de riesgo, adelante, pero practícalos siempre en condiciones seguras y no dejes de lado otras aficiones.

Si tu atracción por la adrenalina está causándote demasiados problemas, busca apoyo profesional. La terapia puede ayudarte a encontrar la causa que subyace a esa necesidad de vivir siempre al límite. Además, aprenderás formas más adaptativas de gestionar esas emociones desagradables y dolorosas que intentas evitar a través del riesgo. Y si esta dependencia se ha desencadenado a raíz de un trauma u otro trastorno podrás ocuparte también de ello. 

(Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

«Ser valiente no es carecer de miedo, sino procesarlo de tal manera que no te impida funcionar. Que la adrenalina no mande sobre ti» (Walter Riso)

Bibliografía

Schultz, D.P. y Schultz, S.E. (2010). Teorías de la personalidad (9ª Edición). México DF: Cengage Learning.

Van der Kolk, B. (2014). El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Barcelona: Ed. Eleftheria

Zuckerman, M. (1994). Behavioral expressions and biosocial bases of sensation seeking. Cambridge: Cambridge University Press.

 

El apego inseguro está estrechamente relacionado con el alcoholismo

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido 1920 1280 BELÉN PICADO

El vínculo que el niño establece con sus figuras de referencia, en particular cuando hay un apego inseguro, está relacionado con el alcoholismo en la edad adulta. La supervivencia de un bebé depende totalmente de sus padres o, en su caso, de las personas que ejercen de cuidadoras. La misión de estas es enseñarle a gestionar sus emociones, ejercer de base segura desde la que el niño explore el mundo que le rodea y ser un refugio al que recurrir en caso de peligro.

Si el sistema funciona correctamente, se establecerá un apego seguro. Pero puede suceder que los cuidadores no sepan ayudar al bebé a regularse o, peor aún, que sean la fuente de amenaza. En este caso, el niño tendrá que buscar otras figuras de apego o desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Lo hará a través de objetos o actividades que le aporten la sensación de calma que no ha podido encontrar en quienes deberían habérsela proporcionado. La búsqueda de algo externo que mitigue esa ansiedad y esa angustia puede desembocar, en la edad adulta, en adicciones como el alcoholismo.

Dependiendo de la calidad del vínculo entre el niño y sus cuidadores puede establecerse un estilo de apego seguro o un estilo de apego inseguro. Y este, a su vez, puede ser evitativo (o distanciante), ansioso (o preocupado o ambivalente) y desorganizado.

Apego seguro

Todas las necesidades del bebé han estado cubiertas. El niño ha interiorizado que es querido y valioso para sus figuras de apego, por lo que es capaz de alejarse sin temor a perderlas. Con el tiempo, se convertirá en un adulto capaz de gestionar sus emociones. Además, no temerá el contacto afectivo ni tampoco se angustiará en caso de no encontrarlo y le resultará fácil entablar relaciones significativas con otras personas.

Según un estudio realizado por los psiquiatras María Teresa de Lucas y Francisco Montañés, los individuos con un apego seguro pueden experimentar con sustancias durante la adolescencia como una conducta exploratoria. Sin embargo, quienes presentan un estilo de apego inseguro recurren a ellas como un modo de enfrentarse a la angustia emocional. Y, posiblemente, continuarán haciéndolo en la edad adulta.

El apego seguro puede ser un factor de protección contra la adicción al alcohol

Apego inseguro evitativo (o distanciante)

Los cuidadores no están disponibles para el niño. Este acaba aprendiendo que sus necesidades no importan y que no puede contar con los cuidadores porque no servirá de nada. En la edad adulta estas personas buscan tenerlo todo controlado. Pero cuando se agotan y pierden ese control, tratan de regularse con sustancias que les impidan sentir la ansiedad. El alcohol, por ejemplo.

La estrategia más básica para evitar la ansiedad que provoca la falta de control es la evitación. Beber se convierte en un medio para evitar sensaciones desagradables, partes de la personalidad que no gustan o la creencia de ser defectuoso… Según el psicólogo Manuel Hernández, «la evitación mediante sustancias, juego, compras o sexo compulsivo tienen en común que ayudan a evitar el malestar interno, no permiten que lo que nos hace daño se haga consciente y ayudan a evitar la conexión con un mundo interno que está muy degradado y vacío».

Apego inseguro ansioso/preocupado/ambivalente

Los cuidadores son incoherentes e imprevisibles en sus respuestas a las demandas del niño: unas veces, afectuosos y otras, distantes. El niño se muestra confuso, no sabe qué esperar y sus reacciones oscilan entre el rechazo y la irritabilidad y la búsqueda desesperada de contacto. Ya de adulto muestra una gran ansiedad y preocupación por ser amado y por sentirse valioso. Al contrario de lo que ocurre con el apego inseguro evitativo, no tratan de controlar porque nunca han sentido que tuvieran el control. En su caso, el objetivo es mantener un contacto emocional constante con alguien y para lograrlo hacen cualquier cosa. Por ejemplo, beber para no sentirse excluidos de las relaciones sociales.

Apego inseguro desorganizado

Las personas que tienen que proteger y cuidar son precisamente las que maltratan y esto genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. Ya de adultos, se autorregularán a través de autolesiones, abuso de sustancias como el alcohol o relaciones muy conflictivas.

Si, además, se han producido abusos sexuales en la infancia, para el niño puede resultar mucho más doloroso el hecho de que sus padres no lo apoyen o no le crean que el propio abuso. Y si el agresor es una de las figuras de apego el trauma es mucho más grave. En estos casos, es habitual que surjan emociones de culpa y vergüenza y se mantengan en la edad adulta. Estos sentimientos de menosprecio hacia uno mismo unidos a la creencia irracional de merecerlo, puede llevar a la persona a abusar del alcohol como una forma de autocastigo.

Alcoholismo y apego inseguro

Beber para escapar del dolor, el vacío y la inseguridad

Cuando durante la infancia se ha vivido una situación de abandono, negligencia o malos tratos, muchas veces las secuelas perduran en la edad adulta. Es posible que la persona beba como un medio de huir del dolor, el vacío y la sensación de inseguridad.

  • Evitar el dolor. Si no se desarrollaron estrategias de afrontamiento en la niñez, la persona puede recurrir al alcohol como un calmante que apague el dolor y la angustia. Dice Eckhart Tolle que «mucha gente hace uso del alcohol, las drogas, el sexo, la comida (…) como anestésicos, en un intento inconsciente de apartar esa incomodidad básica». El alcoholismo se convierte así en una forma de automedicación, ya que el dolor, la ansiedad y el malestar se alivian, al menos temporalmente. Pero todo es una ilusión, ya que precisamente lo que se utiliza como intento de solucionar un problema, se convertirá en otro más a resolver.

  • Provocar un estado de euforia que ayude a escapar del vacío. Frente a un momento difícil, un acontecimiento complicado o un duelo, por ejemplo, es normal que experimentemos cierta sensación de vacío. Esta sensación será puntual si nuestras figuras de referencia nos ayudaron a calmarnos, a gestionar nuestras emociones, a entender que todo pasa por perturbador que sea. Pero cuando esas figuras no han atendido las necesidades del niño, este aprende que nadie calmará su angustia. Cuando sea adulto buscará sustitutos que llenen un vacío que no deja de crecer y que le recuerda la soledad y la angustia vividas. Por desgracia, la euforia y la falsa alegría que se encuentra en el alcohol es fugaz y no hace otra cosa que empeorar la situación.
  • Vencer la inseguridad. Cuando hay un apego seguro y existe una amenaza, el niño acude al cuidador y este le proporciona la protección que necesita. En estas condiciones, la experiencia de base segura se interioriza y el niño se convertirá en un adulto capaz de confiar en los demás y en sí mismo. Se sentirá seguro en el mundo y capaz de poder hacer frente a las dificultades. Jeremy Holmes explica en Teoría del apego y psicoterapia: En busca de la base segura que los adultos disponen de una zona interna que funciona como base segura y a la que se dirigen cuando lo necesitan, “especialmente como parte de su regulación de afecto”. Sin embargo, si esta base segura no ha existido en los primeros años se recurrirá a conductas patológicas “que incluyen los atracones de comida o la muerte por inanición, el abuso de sustancias, la masturbación compulsiva o las autolesiones voluntarias”. Según Holmes, estos comportamientos ponen en marcha la base segura interna y adquieren “una función tranquilizadora, aunque sea de forma autodestructiva”.
La codependencia es la otra cara del alcoholismo

Codependencia y alcoholismo, dos caras de la misma adicción

Codependencia y alcoholismo, dos caras de la misma adicción 2337 3528 BELÉN PICADO

El alcoholismo no solo afecta a la persona que bebe. Se calcula que por cada enfermo alcohólico hay al menos cinco personas en su entorno que sufren, directa o indirectamente, las consecuencias de la enfermedad. Uno de estos problemas es la codependencia y afecta a las personas próximas al adicto, especialmente a los familiares más cercanos. No obstante, también pueden sufrirla los amigos o, incluso, algunos compañeros del trabajo.

Alcoholismo y codependencia son dos caras de una misma moneda: generalmente cuando un integrante de una familia presenta una conducta adictiva hay otro que desarrolla codependencia. La persona codependiente, llamada también co-alcohólica o coadicta, cuida, controla, corrige y trata de salvar al alcohólico. Se involucra de forma obsesiva en sus conflictos, sufriendo y frustrándose ante sus recaídas y adoptando conductas igualmente perjudiciales. Vive convencida de que, sin su ayuda, el alcohólico sufrirá y no saldrá de la adicción. Pero, en realidad, ella misma es la que está cayendo al abismo junto al enfermo.

La persona codependiente suele proceder de un hogar disfuncional donde no se atendieron sus necesidades afectivas. En esta situación, sintió que si se preocupaba y era solícita con las necesidades de las figuras de apego su amor sería correspondido. Así que, indirectamente, busca parejas que repitan este patrón. Por un lado, trata de satisfacer su hambre de amor proporcionando afecto a personas que siente que lo necesitan (el alcohólico). Por otro, al igual que lo fueron las figuras de referencia, la pareja elegida tiende a ser emocionalmente inaccesible, situación que espera cambiar con su entrega.

La persona codependiente pierde el control de su vida

¿Qué características tiene una persona codependiente?

En las parejas, debido en parte a condicionamientos sociales y culturales, este rol suele asumirlo la mujer, que se involucra en los problemas del alcohólico hasta olvidarse de sí misma. Vive por y para él en un intento desesperado por controlar la situación y “salvarlo”. Sin embargo, consigue justo lo contrario ya que pierde el control de su propia vida. Las características más habituales que presenta la persona sumida en la codependencia son las siguientes:

  • Se obsesiona con tener el control sobre el alcohólico y sobre los demás miembros de la familia de manera compulsiva. Busca una sensación de seguridad que nunca encuentra y se hace la ilusión de tener controlada una situación realmente ingobernable. También recurre a la manipulación para conseguir lo que ella cree que necesita el alcohólico. Esta obsesión por el control a veces se acompaña de comportamientos compulsivos: perfeccionismo, orden y limpieza, trastornos de la alimentación, etc.
  • Se hace responsable del bienestar de su pareja y continuamente busca excusas para justificar y encubrir su consumo frente a la familia y al resto de la gente. En esta conducta influye el concepto de “lealtad” aprendido en la familia de origen para mantener a salvo los secretos familiares.
  • Experimenta sentimientos contradictorios hacia la pareja alcohólica. Por un lado, lo juzga con dureza y lo culpa de todos sus males y, por otro, se culpa a sí misma y dedica todas sus energías a sobreprotegerlo.
  • Presenta baja autoestima y es excesivamente autocrítica consigo misma y con los demás.
  • Tiene una gran dificultad para poner límites. La persona codependiente no sabe dónde acaba ella y donde empieza el otro: “Si tú estás bien, yo estoy bien. Si tú estás mal, yo estoy mal”. Se acomoda tanto a las necesidades, deseos y sentimientos del otro que no es capaz de reconocer los propios.
  • Miedo al abandono y la soledad, que ya experimentó en su infancia, y al rechazo que puede recibir si abandona a la pareja enferma.

Los hijos también desarrollan codependencia

La codependencia también se refleja en el comportamiento de los hijos. Tanto los chicos como las chicas pueden adoptar alguno de estos roles:

  • El héroe. Por lo general es el hijo mayor. Adopta el papel de padre/madre ante sus hermanos y, en ocasiones, también ejerce de cuidador del progenitor alcohólico y de apoyo del no adicto para que la familia no se desintegre (parentalización). Su función es compensar las carencias y ofrecer una estabilidad. Pero es una ilusión: este rol contribuye a la negación del problema al dar la falsa sensación de que el sistema familiar funciona bien.
  • El independiente. A menudo se corresponde con el segundo de los hermanos. Es el que pasa desapercibido, suele estar solo y recurre a la imaginación para evadirse de los conflictos familiares. Aprende a ser autosuficiente porque sabe que sus figuras de apego no se ocuparán de sus necesidades. Desarrolla una gran capacidad para distanciarse de la familia, física y mentalmente, y es habitual que se vaya pronto de casa.
  • El problemático. Es el cabeza de turco, el conflictivo, el que se mete en líos y frecuenta “malas compañías”. De forma inconsciente, al provocar continuamente problemas y poner el foco sobre su mal comportamiento, desvía la atención del verdadero problema familiar.
  • El conciliador. Intenta mediar siempre en los problemas familiares y trata de mantener buenas relaciones con todos. Tiene buen comportamiento para dar motivos de orgullo a sus padres y aliviar la situación.
  • La mascota. Suele ser el menor. Desarrolla una gran capacidad de hacer amigos y caer bien a los demás y procura aliviar el dolor recurriendo constantemente al humor.

Estos roles no son rígidos, una misma persona puede adoptar dos o más. Lo que todos los hijos tienen en común es la desconexión de las propias necesidades y emociones. Enfocan sus esfuerzos en adaptarse a la situación caótica de la familia y sobrevivir a las carencias afectivas. Cuando se hagan adultos, tenderán a buscar parejas en las que, inconscientemente, repetirán el patrón que aprendieron de niños. Este círculo se repetirá hasta que alguien lo rompa e inicie un nuevo modelo familiar.

La codependencia también se refleja en los hijos de alcohólicos

Terapia y grupos de apoyo para liberarse de la codependencia

El camino para reconstruir la identidad dañada del codependiente es largo y complejo y es necesaria la ayuda profesional. La terapia va enfocada a fomentar la autoestima, mejorar habilidades relacionales y recuperar la independencia. También será necesario procesar traumas no resueltos e integrar emocionalmente el dolor por las pérdidas cuyo duelo aún está pendiente. La persona codependiente, cuya existencia solo ha tenido sentido a través del otro, tendrá que dirigir su mirada hacia su propio interior, el lugar que ha evitado toda su vida.

Romper las cadenas de la codependencia

En paralelo al proceso terapéutico es muy importante acudir a alguna de las asociaciones que se han creado para ayudar a alcohólicos y familiares. Estos grupos de autoayuda ofrecen el apoyo, el consuelo, la comprensión y la contención emocional de otras personas que han pasado por una situación similar.

Puede interesarte:

Si necesitas información sobre grupos de apoyo, puedes contactar con FACOMA, Federación de Alcohólicos de la Comunidad de Madrid   CAARFE, Confederación de Alcohólicos, Adictos en Rehabilitación y familiares de España.

Te recomiendo también el blog Al otro lado de la adicción, escrito por alguien que ha sufrido la codependencia en primera persona.

 

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