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febrero 2020

La confianza ciega conlleva ciertos riesgos.

Confianza ciega: Los riesgos de confiar demasiado en los demás

Confianza ciega: Los riesgos de confiar demasiado en los demás 2560 1706 BELÉN PICADO

La confianza es necesaria. De hecho, es la base de nuestras habilidades sociales y de las relaciones que entablamos con las personas que nos rodean. Sin ella, viviríamos en una angustia permanente ante el temor de que nos engañaran. Ahora bien, confiar demasiado en los demás puede ser tan dañino como sospechar de todo y de todos.  Si eres de los que ‘practican’ la confianza ciega y siempre terminas decepcionándote, quizás sea hora de revisar en qué te basas al evaluar el grado de confiabilidad de quienes te rodean y de establecer nuevos criterios. ¿Cuánto tardas en dar por hecho que alguien es honesto? ¿En qué te basas para deducirlo? ¿Confías antes en una persona por lo que dice que por lo que hace?

Es cierto que el fallo no está en quien confía, sino en quien engaña, es desleal o manipula. Pero, como no podemos controlar el comportamiento de los demás, al menos aprendamos a seleccionar quien merece el regalo de nuestra confianza.

La confianza ciega puede ser tan perjudicial como la desconfianza total.

¿Hasta qué punto te guías por tus emociones y dejas la razón en un segundo plano?

Cuando depositamos nuestra confianza en alguien lo hacemos en dos dimensiones: la afectiva o emocional y la cognitiva. Por un lado, hacemos caso de las emociones que esa persona nos genera y, si nos lo “dice el corazón”, aceptamos que es digna de confianza. Luego, a esa dimensión emocional le añadimos pensamientos, creencias y juicios que nos ayudan a valorar, de forma más racional, si nuestro corazón va bien encaminado.

Sin embargo, la realidad es que muchas veces la influencia del plano afectivo es tan intenso, que nos limitamos a escuchar a nuestro corazón sin dar la oportunidad al cerebro a llevar a cabo su propia evaluación. Nos dejamos atrapar por las emociones hasta el punto de acabar viendo lo que queremos ver y no lo que está ocurriendo realmente.

Precisamente un estudio realizado por Maurice E. Schweitzer y Jennifer Dunn en la Universidad estadounidense de Pennsylvania  concluyó que las emociones positivas, como la felicidad, incrementan la confianza, mientras que las negativas, como la ira, la disminuyen.

A la hora de confiar en los demás, las emociones juegan un papel muy importante.

¿Cuánto tardas en dar por hecho que los demás son honestos?

Me resulta muy curioso cómo en el programa televisivo First Dates se dan casos en los que un participante, apenas unos momentos después de conocer a su cita,  ya destaca su «sinceridad». Muchas personas depositan su confianza en alguien solo unos minutos después de conocerlo. Y llegan a esta decisión observando algunos rasgos que, de forma irracional, asocian a la franqueza. Influye, por ejemplo, que la otra persona nos resulte atractiva, que se parezca a alguien que conocemos, que vista como nosotros o que coincida en alguna opinión sobre un tema en particular. Esto también ocurre a menudo en las aplicaciones de citas, donde a veces basta con intercambiar unos cuantos mensajes para concluir que quien está al otro lado de la pantalla es totalmente honesto.

Por supuesto, no se trata de desconfiar por norma, pero sí de mostrarse prudente. La confianza se cocina a fuego lento. No es fruto de un momento de iluminación, sino que va construyéndose con el tiempo. 

¿Te basta con escuchar a una persona para decidir que merece tu confianza?

Antes de lanzarte a presuponer que alguien merece tu confianza, observa si lo que dice es congruente con sus acciones. La fiabilidad se demuestra con hechos y no solo con palabras. Te dará pistas observar su conducta en diferentes ámbitos y conocer cómo establece relaciones con su entorno más cercano (amigos, familia, etc.). Por ejemplo, presta atención a cómo juzga y trata a los demás. Es habitual que quienes tienden a confiar en otros sean ellos mismos confiables. Al fin y al cabo, lo que vemos en los demás es solo una proyección de características que tienen que ver con nosotros.

Igualmente valioso te resultará ver cómo se desenvuelve esa persona cuando las cosas no salen como espera. Solemos revelar mucho de nosotros mismos cuando nos toca enfrentarnos a la frustración.

Para confiar en alguien observa que sus palabras son coherentes con sus acciones.

¿No solo tropiezas con la misma piedra varias veces, sino que te encariñas con ella?

Como decía al principio, la necesidad de creer en los demás es intrínseca a la naturaleza humana. Para no convertirnos en personas amargadas, lo mejor es partir de la base de que todo el mundo merece nuestra confianza mientras no demuestre lo contrario. Pero, ¿qué pasa cuando nos fallan?

Si un amigo me engaña, puedo perdonarle y darle otra oportunidad. Ahora bien, si después de varias decepciones sigo creyendo en él, hay algo que tengo que revisar. En este tipo de situaciones, la experiencia es nuestra mejor consejera, así que vamos a escucharla y convertir esos desengaños en aprendizajes. Tenemos derecho a protegernos y a poner límites y eso no nos convierte en malas personas.

Pasar por alto que una persona nos decepcione una y otra vez y empeñarnos en seguir confiando en ella, con la esperanza de que se convierta en el amigo o la pareja perfecta que hemos creado en nuestra imaginación, solo nos traerá amargura. Lo que hace este pensamiento mágico es encubrir unas carencias afectivas de las que, a veces, ni somos conscientes. Trabajar en nuestra propia autoestima es el primer paso para no caer en las trampas de la confianza ciega.

Así se crea la confianza

Desde el nacimiento hasta el año y medio aproximadamente, el bebé adquiere la sensación física de confianza a través de los cuidados de sus figuras de apego, sobre todo de la madre. Un niño con apego seguro que ve atendidas sus necesidades físicas y afectivas fortalecerá su capacidad de predecir y valorar hasta qué punto sus cuidadores, primero, y el resto de las personas, más tarde, son consistentes y confiables. Y no solo eso. Tendrá mayor facilidad para abrirse a los demás y le resultará más fácil explorar ambientes nuevos. 

Si los padres muestran indiferencia hacia su hijo o inconsistencia en sus cuidados (unas veces le cuidan y otras le ignoran), el crío puede desarrollar una desconfianza de base que le acompañará en las siguientes etapas de su crecimiento y en la edad adulta. O, por el contrario, confundir confianza con confianza ciega y mostrar una necesidad excesiva de creer, sin filtros, en cualquiera que le preste un poco de atención.

“Creer que los demás van a ser honestos porque yo lo soy es como pensar que un tigre no me va a comer porque soy vegetariano”

El complejo de superioridad oculta un complejo de inferioridad no superado.

Complejo de superioridad o cómo ocultar mi inseguridad

Complejo de superioridad o cómo ocultar mi inseguridad 1920 1216 BELÉN PICADO

Las abuelas son muy sabias y cada uno de los refranes que hemos heredado de ellas encierran grandes verdades. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces” es un dicho popular que refleja con mucho acierto el concepto de complejo de superioridad. En realidad, y por mucho que estas personas traten de exteriorizar una confianza en sí mismas a toda prueba y el convencimiento de estar por encima del bien y del mal, esta falsa seguridad solo es un mecanismo de defensa al que recurren, a menudo inconscientemente, para ocultar una baja autoestima y un gran sufrimiento.

Complejo de inferioridad camuflado

Actitud arrogante y prepotente. Opinión excesivamente positiva sobre el valor y las habilidades de uno mismo. Preocupación por “el qué dirán”. Terror a perder el control. Tendencia a imponer sus propias reglas y a juzgar a los demás, pero con muy poca capacidad de autocrítica y de asumir los propios errores. Necesidad de sentirse admirados y convencimiento de que son objeto de envidia. Estas son algunas de las características que presentan las personas con complejo de superioridad.

A primera vista, podría parecer que se tienen en muy alta estima y son muy seguras de sí mismas. Sin embargo, esa seguridad se sostiene sobre una estructura tan frágil que bastaría un pequeño golpe de aire para venirse abajo. Y justo eso es lo que tratan de evitar.

Alfred Adler, psicólogo austríaco que acuñó el término “complejo de superioridad” a principios del siglo XX, lo explicaba como un mecanismo de defensa inconsciente al que se recurre en un intento de protegerse de un sentimiento de inferioridad sin superar. Estos sujetos sienten que son ellos contra el mundo y, si en algún momento se sienten acorralados, un instinto irracional de protección los llevará a atacar antes de que alguien pueda hacerles daño.

El complejo de superioridad intenta camuflar un sentimiento de inferioridad.

El niño necesita aceptación incondicional

Durante la infancia, a la vez que vamos forjando nuestra forma de ver el mundo, también asentamos el modo en que nos vemos a nosotros mismos y cómo nos relacionamos con los demás. En este proceso es crucial el tipo de relación con nuestras figuras de apego, generalmente los padres.  Un apego seguro, que conlleva un amor incondicional y un apoyo sin cortapisas, ayudará a que el niño interiorice que merece ser amado y aceptado, independientemente de sus fortalezas, limitaciones o logros.

Especialmente importante es la etapa entre los 5 y los 12 años, periodo en el que se busca una mayor validación en los adultos y en los iguales. Si el niño no recibe la aceptación que necesita y, en su lugar, obtiene la respuesta de no ser lo suficientemente válido es probable que desarrolle un sentimiento de inferioridad e inadecuación. En muchos casos, esta sensación puede convertirse en motivación para superarse. Sin embargo, cuando es muy intensa y se mantiene en el tiempo, es posible que el niño la oculte tras un acusado sentimiento de superioridad. Así compensará sus supuestas debilidades.

El niño puede ocultar un sentimiento de no ser válido tras un falsa imagen de superioridad.

¿Qué lleva a una persona a adoptar esta postura ante su entorno?

En algunas familias, uno de los padres presenta complejo de superioridad y el hijo adopta el mismo modelo de mecanismo de defensa, al no aprender otra manera de solucionar los conflictos. En otras, el niño crece en un ambiente en el que los adultos continuamente le estén comparando con otros críos dejándole siempre en una posición de inferioridad. Como respuesta, es posible que adopte una posición opuesta en un intento de neutralizar el dolor que le provoca la situación.

Asimismo, un niño que ha sido rechazado, humillado e insultado, sin que sus figuras de apoyo le hayan enseñado a defenderse de modo asertivo, puede desarrollar dos posturas extremas. Se somete y se sitúa en una situación de inferioridad… O crea su propia realidad en la que está por encima del resto y aprende a adoptar una posición de superioridad con la esperanza de que le dejen en paz y como un modo de hacer más llevadero un sufrimiento que le desborda.

Esta actitud arrogante también es propia de algunas personas que durante toda su vida han sido sometidas a una gran exigencia. Bien porque han tenido unas figuras de referencia inflexibles y autoritarias que han basado su educación en resaltar los errores más que en reforzar las virtudes; o bien porque han crecido en un ambiente en el que se les ha exigido estar siempre a “una altura” imposible de mantener. En estos casos, el temor a ser rechazado por no ser “suficiente” puede acabar transformando un profundo sentimiento de inferioridad en complejo de superioridad. Esta actitud generará rechazo en el entorno cercano y este rechazo, a su vez, aumentará el resentimiento, creándose un círculo difícil de romper.

Sanar al niño herido que se oculta tras ese complejo de superioridad

Generalmente, las personas con complejo de superioridad han creado un muro de tal magnitud para proteger su frágil autoestima que no son conscientes de que tengan ningún problema. Y mucho menos se plantean aceptar la ayuda de nadie. Cuando por fin la buscan es porque, o bien, su conducta les ha acarreado muchos problemas, especialmente en el terreno de las relaciones, o bien porque han acabado agotados de fingir y ya son incapaces de ocultarse a sí mismos el sufrimiento que están experimentando.

Una vez en terapia, el objetivo es sanar a ese niño herido que se oculta tras el complejo de superioridad. Reconocer ese dolor que subyace al enfado y al resentimiento, acogerlo y empatizar con él. Se trata de que la persona comprenda cómo ha llegado a este punto, asuma que es valiosa por sí misma, más allá de otros factores externos, y aprenda a relacionarse desde su propia esencia.

También se trabajará autoestima y asertividad como alternativas a una seguridad mal entendida. Todos tenemos fortalezas y puntos débiles. Ni las primeras nos hacen mejores que los demás, ni las limitaciones nos hacen peores. Mientras pongamos el foco en lo que otros tienen y nosotros no, nos distraeremos de lo verdaderamente importante: la búsqueda de nuestra propia autorrealización.

Iniciar un proceso de crecimiento personal contribuirá, además, a ajustar la autoexigencia con nosotros y con los demás y a adquirir las herramientas que en su momento no se obtuvieron.

Es necesario sanar al niño herido que se oculta tras ese complejo de superioridad.

Empatía y aceptación

Conocer el sufrimiento y las carencias que hay bajo esa capa de falsa arrogancia puede ayudar al entorno de una persona con complejo de superioridad a empatizar y comprenderla. De esta forma, podrá romperse el círculo que perpetúa el rechazo.

Asimismo, también les ayudará que nos olvidemos de la competitividad. Enzarzarnos en una carrera para ver quién es mejor en algo, solo activarán su necesidad de defenderse. Si nos olvidamos de tener la razón y adoptamos una actitud más conciliadora es posible que consigamos que nos muestre su lado más cercano y honesto.

Incluso podemos aprovechar nuestra relación con una persona con complejo de superioridad para conocernos mejor. Si, pese a nuestra mejor disposición, nos sorprende con una nueva altanería pongamos el foco sobre nosotros mismos. ¿Qué es exactamente lo que nos molesta tanto? ¿Tiene algo que ver con nosotros? Al fin y al cabo, si tenemos claro que no tenemos nada que demostrar, esa ilusoria superioridad no debería afectarnos.

(Si te sientes identificado con lo que expongo en este artículo, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu camino de aceptación)

El amor está en el cerebro

El amor está en el cerebro

El amor está en el cerebro 1920 1920 BELÉN PICADO

¿Sabíais que cuando nos enamoramos se activan doce áreas del cerebro? ¿O que desde niños empezamos a crear una especie de mapa mental con los rasgos que nos atraerán en otras personas más adelante? Durante generaciones, los poetas han tenido en el amor su  fuente de inspiración. Pero hace tiempo que dejaron de ser los únicos interesados en el tema. Ahora también son numerosos los investigadores que han hecho de este sentimiento uno de sus principales campos de análisis. Está claro que el amor está en el cerebro…

Así responde nuestro organismo

Los ‘científicos del amor’ llevan décadas estudiando este sentimiento como un proceso bioquímico. Dicho proceso se inicia en la corteza cerebral, sigue hasta las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas:

  • El corazón comienza a latir más deprisa, a unas 130 pulsaciones por minuto.
  • La temperatura del cuerpo se eleva.
  • La presión arterial sistólica (lo que conocemos como máxima) sube.
  • Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
  • Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
  • Los hombres presentan niveles de testosterona relativamente bajos, mientras que las mujeres aumentan la secreción de esta hormona. Estos cambios están relacionados con una menor agresividad en ellos y un incremento del deseo sexual en ellas.
  • Se produce un estado de euforia, falta de sueño y apetito que están asociados a altos niveles de dopamina y norepinefrina, estimulantes naturales del cerebro.

Nuestro organismo reacciona al amor con diferentes respuestas fisiológicas.

El amor está en el cerebro

Según la psicóloga estadounidense Stephanie Ortigue, nada menos que doce áreas del cerebro están implicadas en el sentimiento del amor. Y una de ellas está relacionada con la percepción, lo que explicaría, por ejemplo, por qué idealizamos a la persona amada y nos parece más especial que otras. Esta investigadora, que recurrió a las técnicas de neuroimagen para sus estudios, también asegura que solo se tarda medio segundo en enamorarse. Este es justo el tiempo que tarda el cerebro en liberar las sustancias que producen distintas respuestas emocionales.

La neurobióloga y antropóloga Helen Fisher también recurrió a las técnicas de neuroimagen y encontró que, mientras el cerebro masculino experimenta una mayor actividad cerebral asociada a estímulos visuales, en las mujeres se activan más las zonas relacionadas con la memoria. En lo que sí coinciden hombres y mujeres es en la activación de dos estructuras cerebrales relacionadas con el circuito de recompensa (el núcleo caudado y el área tegmental ventral) y, a la vez, en la desactivación de una parte de la amígdala relacionada directamente con el miedo. Así que ya sabéis por qué, cuando nos enamoramos, nos vemos capaces de enfrentarnos a todo y a todos por la persona que ha originado esa emoción.

¿A qué huele el amor?

Algunos científicos afirman que las feromonas juegan un papel muy importante en la atracción sexual, ya que estamos liberándolas continuamente por todos los poros de nuestra piel e, incluso, por el aliento. Estos compuestos químicos, utilizados por especies animales tan diferentes como las mariposas, las hormigas o los elefantes, pueden enviar señales de interés sexual, situaciones de peligro, etc.

Las feromonas juegan un importante papel en la atracción sexual.

Sin embargo, el verdadero enamoramiento sobreviene cuando se produce en el cerebro la feniletilamina, una sustancia que, al igual que las anfetaminas, aumenta la sensación de energía física y de lucidez mental. Según explica Anthony Walsh en su libro La ciencia de amor: entender el amor y sus efectos en la mente y el cuerpo, esta sustancia«es lo que hace que uno lance esa sonrisa tonta a un desconocido. Cuando nos encontramos con alguien que nos resulta atractivo suena la sirena en la fábrica de feniletilamina». Otro indicativo más de que la base del amor está en el cerebro.

De la pasión al compromiso

Con el paso tiempo, el organismo se hace resistente a la fenitelamina y la pasión deja paso a un amor más sosegado, otra fase que, por supuesto, también tiene su explicación química. Ahora son las endorfinas, compuestos similares a la morfina o los opiáceos, los que producen una sensación de seguridad y comodidad.

También aumentan en esta etapa los niveles de oxitocina. Esta hormona se produce en el hipotálamo de hombres y mujeres y, además de generar emociones relacionadas con el cuidado y la ternura, ayuda a forjar lazos permanentes tras la primera oleada de pasión.

Y es que el enamoramiento no dura siempre. Según Cynthia Hazan, profesora de la Universidad estadounidense de Cornell, de Nueva York, “los seres humanos se encuentran biológicamente programados para sentirse apasionados entre 18 y 30 meses”. Para llegar a esta conclusión, entrevistó a 5.000 personas de 37 culturas diferentes y constató que el amor posee un “tiempo de vida” lo suficientemente largo para que “la pareja se conozca, mantenga relaciones sexuales y tenga un hijo”.

La oxitocina ayuda a forjar lazos permanentes en la pareja.

El mapa del amor

Pero no solo de química vive el cerebro… Muchos estudios concluyen que los recuerdos infantiles son decisivos a la hora de enamorarnos de una determinada persona y no de otra. Según el sexólogo John Money entre los 5 y los 8 años los niños desarrollan algo así como un mapa mental de los rasgos esenciales de la persona a quien amarán como resultado de asociaciones con miembros de la familia, con amigos o con experiencias. Por ejemplo, en ese mapa puede reflejarse desde la dulzura de la madre a la seguridad en sí mismo del padre y el sentido del humor del tío pasando por otros hechos que se hayan vivido durante la infancia con determinado tipo de personas.

Poco a poco, las situaciones que se van viviendo van dibujando un patrón particular y el mapa del amor se vuelve cada vez más preciso. De este modo, se producirá una mayor atracción hacia ciertas características: rasgos faciales, color del pelo, carácter, etc.

Años después, cuando la persona tenga antes sí a alguien que le atraiga, en su cuerpo entrarán en funcionamiento multitud de reacciones orgánicas. El primer paso es el coqueteo. Según numerosos estudios, los gestos indicativos de interés erótico por una persona son iguales en Finlandia que en Madagascar. En ese lenguaje, los ojos lo dicen todo: sostener una mirada un poco más de lo normal, esbozar una sonrisa luminosa seguida de una caída de ojos…

Por si te interesa:

Entrevista con Helen Fisher. La neurobióloga explica en esta entrevista por qué el amor está en el cerebro. Fisher cuenta cómo este se ha ido especializando desde hace millones de años hasta conformar tres sistemas independientes e interconectados: el de la atracción sexual, el del amor romántico y el de la creación del vínculo y el compromiso.

A veces retomar la rutina después de sobrevivir al cáncer no es fácil

Sobrevivir al cáncer, ¿y ahora qué?

Sobrevivir al cáncer, ¿y ahora qué? 1920 1280 BELÉN PICADO

Desde el momento del diagnóstico, sobrevivir al cáncer se convierte en el principal propósito de quien lo padece. Por suerte, la ciencia en el campo oncológico ha avanzado mucho y la tasa de supervivencia es cada vez mayor. Sin embargo, cuando llega el ansiado momento, y por fin se supera la enfermedad, junto a la alegría y el alivio surgen otro cúmulo de emociones con las que no se contaban y que no siempre se saben manejar.

Según el Informe sobre las necesidades de los supervivientes de cáncer elaborado por el Grupo Español de Pacientes con Cáncer (GEPAC), para seis de cada diez personas que han pasado por un cáncer el miedo a la recaída es el mayor problema a nivel emocional y más de la mitad declaran sufrir angustia, ansiedad y preocupación. Y es que volver a la normalidad después de una experiencia traumática como un cáncer lleva su tiempo. No solo se trata de recuperarse físicamente, sino también mental y emocionalmente.

Miedo a que el cáncer vuelva

El temor a la recidiva es uno de los principales temores del superviviente. No hay que sentirse culpable por ello ni ignorar ese sentimiento con la esperanza de que desaparezca. Suele disminuir con el tiempo, aunque hay ciertos eventos que pueden revivirlo, como el aniversario del diagnóstico o el momento de acudir a una revisión. Asumir, aceptar e, incluso, expresar estos temores ayudará a mitigarlos. Además, adoptar hábitos saludables (llevar una alimentación sana, hacer deporte y dormir lo suficiente) contribuirá a aumentar la sensación de control sobre la propia vida.

Por otra parte, en muchas ocasiones el personal sanitario no informa al paciente, una vez ha finalizado su tratamiento, de las secuelas que puede tener y de cuánto pueden tardar en desaparecer, si es que desaparecen. Así, cuando el cansancio, por ejemplo, persiste, la persona se asusta, piensa que quizás no esté tan bien como había pensado y un sinfín de cosas más. Esta angustia, sin duda, se reduciría si se informara adecuadamente de qué pueden esperar los supervivientes.

La recaída no es el único temor tras sobrevivir al cáncer. Durante el tratamiento oncológico, el enfermo se ha sentido cuidado y protegido. Pero una vez que el oncólogo da por superada la enfermedad, esa sensación de protección deja paso a un profundo sentimiento de vulnerabilidad, desvalimiento y soledad que se une a los síntomas físicos que aún perduran.

El superviviente ha de enfrentarse ahora a una vida sin el tratamiento que le controlaba la enfermedad y con visitas mucho menos frecuentes al hospital, así como con una disminución del contacto con los profesionales sanitarios, lo que le genera una gran inseguridad.

Los profesionales sanitarios deben informar al superviviente de un cáncer de las posibles secuelas.

Reincorporarse al ámbito laboral y social

La reincorporación laboral es muy positiva en el sentido de que ayuda a normalizar la vida del superviviente, contribuye a aumentar su autoestima y favorece su reinserción social. No obstante, a veces volver al trabajo no resulta fácil. Tanto en el entorno laboral como en el de las relaciones sociales, hay personas que desconocen las consecuencias de sufrir un cáncer y creen, equivocadamente, que uno ya puede reintegrarse totalmente a sus actividades diarias al poco de dejar el tratamiento.

Ante estas actitudes, el superviviente de cáncer siente que no se le permite compartir su posible malestar físico y emocional y experimenta profundos sentimientos de aislamiento, soledad, incomprensión e, incluso, culpa por no poder acelerar su total recuperación. Es cierto que muchas personas se reincorporan al mundo laboral y recuperan su vida social sin grandes problemas, pero otras han de adaptarse a secuelas físicas y psicológicas del tratamiento.

Respecto a las relaciones sociales, con el paso del tiempo algunos supervivientes perciben una reducción del apoyo social. El temor de muchas personas a ofender al afectado con preguntas o comentarios acerca de su estado o la simple sensación de “no sé qué decirle” pueden conducir a ausencias prolongadas que suelen interpretarse por el expaciente como falta de interés y apoyo.

Un duelo postergado

Son numerosos los expacientes que ven cómo sus niveles de ansiedad se incrementan y aparecen también síntomas depresivos cuando todo ha terminado. Muchos informan de que no han llorado durante toda la enfermedad y desde que han finalizado el tratamiento no dejan de hacerlo. En realidad, el proceso es como una carrera de fondo: mientras uno está corriendo no se puede parar a pensar en cómo se siente; solo lo puede hacer una vez ha llegado a la meta. En el caso de los enfermos de cáncer, cuando están recibiendo tratamiento, toda su energía y su atención están concentradas en los aspectos médicos de la enfermedad: en sobrevivir, en gestionar las toxicidades, en aprender los nombres de los tratamientos, etc.

Es cuando ya están en casa, tranquilos, cuando realmente son conscientes de lo que les ha ocurrido. Es entonces cuando hacen el duelo por la enfermedad, lo que también conlleva un desgaste físico y emocional. Y no solo por la enfermedad en sí, sino también por tareas vitales postergadas y que quizás nunca se puedan realizar (la maternidad, por ejemplo), por la salud que se perdió y que no volverá a ser como antes, por los amigos que a veces se pierden por el camino, por la pérdida de ciertos roles (el de cuidador, el laboral…). El cáncer implica muchos duelos, que conllevan sentimientos de rabia, impotencia y también culpa.

El cáncer implica hacer muchos duelos.

El papel de la familia

Para la familia también es un proceso complejo. Con frecuencia los familiares están tan deseosos de ver a la persona recuperada que a veces no ven las secuelas psicológicas y emocionales que ha podido dejar la enfermedad. Asumen que sobrevivir al cáncer supone volver a la normalidad nada más terminar con el tratamiento y presionan mucho para que así sea. Sin embargo, la realidad es que el superviviente no puede porque se cansa, tiene dolores, etc.

En estos casos, un psicólogo puede ayudar a la familia a tener expectativas realistas de lo que la persona puede y no puede hacer. El objetivo es no presionarle exigiendo de él una reinserción total nada más acabar los tratamientos y dándole el tiempo necesario para recuperarse.

En el ámbito de la pareja, cuando se han producido alteraciones en la imagen corporal, el temor al rechazo por parte del superviviente puede sumarse al temor de su pareja a hacerle daño físico o a no saber como comportarse y dar lugar a un distanciamiento y a acentuar la angustia. Ante esta situación, el terapeuta puede ayudar a crear espacios de confianza donde ambos miembros de la pareja puedan expresar sus miedos abiertamente. (Si estás en alguna de las situaciones que se exponen en este artículo no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)

La comprensión de la pareja y de la familia es muy importante

Crecer con el cáncer

Afortunadamente, no todos son aspectos negativos. También hay pacientes que después de sobrevivir al cáncer han aprendido de la enfermedad. Han empezado a valorar más las cosas importantes de la vida y a disfrutarla más ahora que se han visto enfrentados a la posibilidad de morir. Aprenden a poner las cosas en perspectiva y dan más importancia a las relaciones personales y a otros valores que antes tenían olvidados. Aprenden a cuidarse como no lo habían hecho nunca y a priorizar lo que realmente merece la pena. Muchos, además, empiezan a realizar actividades que no se habían permitido. Este conjunto de cambios vitales positivos recibe el nombre de crecimiento postraumático. Es frecuente en mujeres con cáncer de mama, aunque también se ha observado en personas que han sufrido otras patologías médicas graves.

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