Motivación

Precrastinar o la urgencia por tachar tareas de la lista.

Precrastinar: Qué hay detrás de esa urgencia por «tachar tareas de la lista»

Precrastinar: Qué hay detrás de esa urgencia por «tachar tareas de la lista» 1920 728 BELÉN PICADO

Hace unos meses publiqué un artículo sobre la procrastinación y alguien me preguntó qué era lo contrario de procrastinar. «Ser un ‘cagaprisas», pensé inmediatamente acordándome de una palabra que utilizaba mi abuela y que, de niña, me hacía mucha gracia. Pero recordé que soy psicóloga y que mi respuesta no podía limitarse a soltar lo primero que me viniese a la cabeza. Así que le prometí que escribiría sobre precrastinar o esa urgencia por hacer y tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes, aunque ello implique más tiempo y esfuerzo.

Procrastinación y precrastinación son los dos extremos, las dos polaridades, de un continuo. Y, como suele ocurrir con los extremos en todos los ámbitos, ambas pueden ser igual de contraproducentes si no encontramos un término medio. Ni el procrastinador es más vago, ni el precrastinador es más eficaz. En este último caso, no solo se llega a confundir lo urgente con lo importante, sino que también se pueden acabar tomando decisiones apresuradas o realizando esfuerzos que quizás no son tan necesarios y que pueden obstaculizar otras cuestiones más importantes.

Precrastinar para tener el control

Anticipar, adelantarse, precipitarse para evitar la incomodidad de tener cosas pendientes…

En un artículo publicado en The New York Times, el psicólogo estadounidense Adam Grant explicaba: «Si eres un precrastinador serio, avanzar es como una bocanada de oxígeno y aplazar es una agonía. Cuando llega una avalancha de correos electrónicos a tu bandeja de entrada y no los respondes al instante, sientes que tu vida se descontrola. Cuando tienes que dar un discurso el mes que viene, cada día que no trabajas en él te produce una sensación de vacío, como si un dementor [criatura que aparece en la saga de Harry Potter] estuviera succionando la alegría del aire que te rodea”.

Muchas personas tienen la imperiosa necesidad de realizar todo tipo de tareas de manera inmediata y antes de lo que se precisa. Así se libran de la incomodidad que supone tener asuntos pendientes. Incluso si ello implica mayor inversión de esfuerzo físico y/o mental.

Pablo es un precrastinador de manual. Contesta correos en cuanto los recibe, sin pararse a pensar demasiado en qué debe responder. Si al salir de la oficina se acuerda de que necesita manzanas, compra dos kilos y va cargado hasta su domicilio, aunque al lado de su casa tenga una frutería. Alguna vez, además, se ha quedado en números rojos por pagar algún impuesto en el momento en que ha recibido el aviso, sin detenerse a comprobar que tenía dos meses para hacerlo o que podía pagar en dos plazos.

Los precrastinadores sienten que necesitan tener el control de la situación, así que se ponen manos a la obra lo antes posible.

El experimento de los cubos

David Rosenbaum, profesor de psicología de la Universidad de California, acuñó el término «precrastinación» en 1984 para referirse a esa necesidad de empezar una tarea inmediatamente y terminarla lo antes posible, aunque ello implique un esfuerzo adicional. Rosenbaum lideró nueve estudios similares con estudiantes universitarios. Se colocaron dos cubos en distintos puntos de un pasillo y se pidió a los estudiantes que eligieran uno de ellos y lo llevaran hasta el final de dicho pasillo. Los nueve experimentos variaron en el peso del contenido de los cubos y en el lugar donde se colocaron en relación con el punto de partida de los participantes (en la mayoría de los casos, uno de los dos recipientes estaba significativamente más cerca del punto de entrega que el otro.).

Teniendo en cuenta que se les especificó que debían hacerlo de la manera más eficiente y que les facilitase la tarea, los investigadores estaban seguros de que los estudiantes escogerían el cubo más cercano a la meta para cargarlo durante una distancia más corta. Sin embargo, para su sorpresa, sucedió todo lo contrario. Prefirieron el más cercano al punto de partida, lo que implicó realizar un mayor esfuerzo físico al tener que cargarlo durante más tiempo.

Cuando se preguntó a los participantes el porqué de su decisión, la respuesta más común fue que «querían terminar el trabajo cuanto antes».

Con posterioridad, otros investigadores han hecho experimentos similares y el resultado ha sido el mismo.

¿Por qué precrastinamos?

  • El papel de la evolución. Una de las explicaciones podría tener que ver con la evolución. Si nuestros antepasados no cogían la fruta de un árbol en el momento en que la veían, lo más probable es que si regresaban luego ya no estuviese.
  • Aligerar la memoria de trabajo. Completar las tareas de modo inmediato ayuda a liberar la memoria de trabajo, un tipo de memoria a corto plazo que se encarga del almacenamiento y la manipulación temporal de la información. Ejecutar una tarea en el momento implica no tener que recordar hacerla más tarde. Tras el experimento de los cubos, Rosenbaum explicó que, mentalmente, «es demasiado oneroso llevar una lista de pendientes en la mente, por lo que nos enfrascamos en conductas que nos permiten reducir esa carga cognitiva, incluso si ello significa hacer un esfuerzo mayor».
  • Una sensación placentera. Tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes es satisfactorio en sí mismo. Cada vez que completamos una tarea, se activa nuestro sistema de recompensa y nuestro cerebro tiene un subidón de dopamina. El problema está en que en la mayoría de las ocasiones, si esa lista es muy larga o estamos ante una tarea compleja vamos a dedicarnos a completar las tareas que requieran menos esfuerzo, sin pararnos a pensar si nos va quitar tiempo para lo importante o lo que es realmente necesario.
  • Evitar la ansiedad. La prisa «por hacer» y el exigirnos realizar de forma urgente algo que en realidad no lo es puede llegar a generar mucha ansiedad. Y esta ansiedad anticipatoria que nos estamos provocando nosotros mismos hace que actuemos a destiempo, anticipando esfuerzos y recursos cuando aún no son necesarios. Pero este comportamiento no solo nos conecta con la necesidad de evitar la ansiedad. A menudo también resolvemos rápidamente para no sentirnos culpables.
  • Percepción de control. Los precrastinadores sienten que necesitan tener el control de la situación, así que se ponen manos a la obra lo antes posible.
  • La cultura de la inmediatez. El mundo y la sociedad en que vivimos ensalza la inmediatez. Queremos todo «para ayer” y eso contribuye a que la tendencia a actuar impulsivamente, y muchas veces de forma atropellada, sea cada vez más acusada. A menudo nos olvidamos de valorar aquello que requiere tiempo, cuidado y reflexión.

Tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes es satisfactorio en sí mismo.

Rapidez y eficacia no siempre van unidos

Aunque precrastinar tiene mucha mejor fama que la procrastinación y tiende a verse como una característica de la gente eficaz, no siempre es así.

Uno de los motivos que llevan a las personas precrastinadoras a acabar cuanto antes, sobre todo en el ámbito laboral, es sentir que así son más productivas. Sin embargo, la realidad muestra que en su afán por terminar el trabajo en el mínimo tiempo posible también corren el riesgo de poner en peligro, precisamente, su eficacia.

En muchas ocasiones, al precrastrinar conseguimos justo lo contrario de lo que buscamos. Unas veces, acabamos enredándonos en actividades para las que podríamos encontrar un mejor hueco en otro momento. Otras, tenemos tanta prisa por completar una tarea cuanto antes, que terminamos teniendo que volver atrás para corregir errores que podríamos haber evitado. Eso sin contar con que el exceso de rapidez puede llevar a entregar trabajos incompletos o de baja calidad.

Así que, al final, terminamos confundiendo productividad y eficacia con mantenernos ocupados.

Por ejemplo, tengo que estudiar para un examen y justo antes de ponerme a ello me dedico a ordenar el escritorio, contesto un correo que me acaban de enviar, me acuerdo de que tengo la ropa tendida y me pongo a recogerla… Y así voy completando otras tareas que me parecen más urgentes y que «no me van a quitar mucho tiempo». De este modo, siento que soy productiva cuando lo que estoy haciendo en realidad es postergando lo realmente importante y alejándome de mi objetivo principal.

Es cierto que algunas veces tenemos que ser rápidos en la toma de decisiones y que hay imprevistos y urgencias que exigen una respuesta inmediata. Pero ser rápido no tiene por qué estar reñido con tener capacidad de análisis. Incluso en momentos de mucha presión, es imprescindible un mínimo de reflexión y concentración.

Rapidez y eficacia no siempre van unidos.

La importancia de tomarse un respiro y priorizar

A veces resulta beneficioso permitir que nuestra mente divague antes de ponernos con determinadas tareas, sobre todo si requieren creatividad. Por lo general, las primeras ideas que nos vienen a la cabeza son las más obvias, las que ya tuvieron otros antes. Si dejamos un espacio a nuestra mente para ‘volar’ es muy posible que nos venga alguna idea novedosa o, al menos, diferente.

Hacer pausas de vez en cuando ayuda a salir de esa visión de túnel que hace que solo veamos lo que tenemos delante, lo fácil. En vez de hacer y hacer sin parar, desconecta y tómate descansos breves para tener otras perspectivas.

Establece prioridades. Crea un calendario y planifica lo que tienes que hacer diferenciando lo urgente de lo importante. Si tienes una lista de tareas larga, trata de aligerarla. Elimina las que consideres innecesarias por agradables que sean, selecciona las que puedes delegar y observa también si hay alguna cuya carga puedas atenuar.

Divide las tareas importantes en otras más pequeñas. Así disfrutarás del placer de ir tachando de tu lista, te resultará más fácil corregir posibles errores y, poco a poco, irás acercándote a tu meta.

«Que la prisa por hacer no nos impida ser» (Nietzsche)

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Procrastinación o dejar para mañana lo que puedes hacer hoy.

Procrastinación o el hábito de dejar para mañana lo que puedes hacer hoy

Procrastinación o el hábito de dejar para mañana lo que puedes hacer hoy 1280 846 BELÉN PICADO

Hay algo en común que tienen septiembre y enero: las listas de buenos propósitos. Con el inicio de un nuevo curso y el regreso al trabajo tras las vacaciones, llegan también las buenas intenciones. Una de ellas suele ser llevar las cosas al día. O, lo que es lo mismo, intentar procrastinar menos que la temporada anterior. En psicología llamamos procrastinación al hecho de postergar actividades o situaciones que deben atenderse y que resultan fastidiosas, sustituyéndolas por otras más entretenidas y también menos relevantes. Como se ha dicho toda la vida, dejar para mañana lo que puedes hacer hoy.

Otra característica de la procrastinación es que es algo irracional. Soy consciente de que estoy actuando en contra de lo que me conviene. Y sé que muy posiblemente me perjudicará. Pero, aun así, no puedo evitar hacerlo. Priorizo el sentirme bien en el presente frente las consecuencias negativas que me tocará asumir en el futuro (y que conozco).

Procrastinar no es lo mismo que vaguear

Es importante aclarar que procrastinar no es sinónimo de pereza o vaguería. El que es vago tiene muy poca (o ninguna) disposición para hacer las cosas y si puede librarse de hacer algo que le aburre o le resulta desagradable, no moverá un dedo. Cuando una persona procrastina sí hay intencionalidad de realizar la tarea, lo que ocurre es que intervienen diversos factores que veremos a continuación y que contribuirán a que dicha tarea se deje para otro momento.

Y otra puntualización. Procrastinar ocasionalmente no es negativo. A veces, incluso puede ser una señal de que necesitamos parar o tomarnos las cosas con más calma. La cosa se complica cuando se posterga de forma continua y recurrente y en cualquier ámbito, ya sea trabajo, estudios, relaciones o en lo personal. Y aún se complica más si al propio comportamiento de la procrastinación se suman la frustración, el malestar y la visión negativa de uno mismo al sentirse incapaz de cumplir con los compromisos que hemos adquirido.

El autoengaño también está íntimamente relacionado con la procrastinación. Es habitual pensar que todavía tenemos tiempo suficiente, que haremos mejor la tarea al día siguiente cuando estemos descansados, que bajo presión funcionamos mejor o que, en realidad, esa tarea no es tan importante.

Una mala regulación de las emociones

Cada vez son más los estudios que demuestran que la procrastinación es el resultado de una deficiente regulación de las emociones. Hay personas que no han aprendido estrategias adecuadas de afrontamiento y ante ciertas tareas se sienten incapaces de manejar sus estados de ánimo negativos. Para ellas, la procrastinación se convierte en una manera de neutralizar esas emociones desagradables.

Fisiológicamente, este peor manejo de los estados anímicos negativos está relacionado con la amígdala (región del cerebro que controla las emociones). Una investigación realizada en la Universidad alemana Ruhr de Bochum encontró que las personas con una amígdala más grande son más propensas a postergar las tareas. Según los autores del estudio, además de desempeñar una función importante en la valoración emocional de las situaciones, esta estructura cerebral también nos advierte de los efectos negativos que pueden tener nuestras acciones. Esto se traduce en que las personas con una amígdala más voluminosa podrían mostrarse más temerosas ante las consecuencias de sus actos, por lo que retrasan el inicio de los mismos.

La procrastinación está relacionada con una deficiente regulación de las emociones.

¿Qué nos lleva a procrastinar?

¿Cómo se explica que una persona aplace ciertas tareas y no otras? ¿Y que demore una misma tarea en un momento dado, pero no en otro? Las razones que nos llevan a procrastinar son varias:

  • Baja autoeficacia percibida. En ciertas tareas una persona puede considerar que sus habilidades son insuficientes o inadecuadas. Por ejemplo, si tengo que preparar un informe y estoy convencida de que me expreso fatal, voy a angustiarme y probablemente deje la tarea para más tarde. Al final, escribiré el informe con prisas y sin tiempo para repasarlo. Y el resultado me hará pensar que, efectivamente, los informes no son lo mío cuando en realidad el problema ha sido dejarlo para el último momento.
  • Tener baja tolerancia a la frustración. Volvamos al ejemplo anterior. Si escribir ese informe me genera ansiedad y no soy buena manejándome con la frustración, voy a poner el foco en evitar el malestar en vez de concentrarme en la tarea. ¿Y cómo neutralizo la ansiedad? Postergando (mientras encuentro las fuerzas me ‘trago’ cinco capítulos seguidos de la última serie que ha estrenado Netflix o me doy una vuelta por Facebook por si me han dejado algún “Me gusta” en la última foto que subí). En esta baja capacidad para soportar el malestar influye, y mucho, el tipo de educación recibida en la infancia. La sobreprotección, una excesiva exigencia o tener unas figuras de apego evitativas aumentan las posibilidades de procrastinar.
  • Impulsividad. Las personas impulsivas tienden más a dejarse llevar por las distracciones que aquellas que tienen bien entrenado el autocontrol y, además, suelen contar con una baja capacidad de planificación. Frente a la impulsividad, el autocontrol nos ayuda a hacer algo desagradable, pero que será bueno en el futuro.
  • Rigidez. Una persona muy ‘cuadriculada’ puede condicionar la realización de una tarea a que se den una serie de circunstancias que considera adecuadas y necesarias. Por ejemplo, puedo decirme que me pondré a escribir el dichoso informe cuando tenga la habitación impoluta y totalmente ordenada o que no llamaré a mi madre hasta que encuentre un hueco en el que estemos tranquilas en casa, tengamos al menos media hora para hablar y ambas estemos completamente descansadas. Como es complicado que se den todas y cada una de esas condiciones, lo más seguro es que deje el informe o la llamada en el ‘cajón de las cosas pendientes’.
  • Perfeccionismo: Puede parecer una contradicción ser perfeccionista y procrastinador, pero no lo es. Cuando una persona necesita realizar la tarea de una manera que considere perfecta según sus criterios, puede acabar aplazándola porque piense que mañana tendrá más tiempo y la desempeñará mejor.

Consecuencias de la procrastinación

Aunque no es un trastorno, si dejamos que la procrastinación se convierta en algo habitual, nuestra salud mental y física acabará viéndose afectada. Estas son algunas de las consecuencias:

  • Disminución del rendimiento laboral y académico: Cuando lo dejamos todo para el último momento, lo único que conseguimos es que las tareas se amontonen. Al tener menos tiempo, las haremos más deprisa, sin prestarles la atención necesaria y, en muchos casos, estresados.
  • Disminución de la autoestima. A medida que pasan los días y seguimos sin enfrentarnos a una actividad u obligación, la visión que tenemos de nosotros mismos es cada vez más negativa. Incluso pueden aparecer sentimientos de culpa. Empezamos a pensar que no vamos a ser capaces, que somos un desastre… y nuestro cerebro asume esos mensajes como reales. Así es muy probable que nuestros temores se confirmen y no logremos nuestro objetivo, lo que a su vez irá en detrimento de nuestra autoestima.
  • Aumento de los niveles de ansiedad y estrés. La satisfacción que provoca postergar una tarea es fugaz y el malestar que tratábamos de evitar regresará con más fuerza cuando se aproxime el momento en que tengamos que entregar una tarea, por ejemplo. Si este proceso se repite en el tiempo, corremos el riesgo de desarrollar un trastorno de ansiedad. Además, la ansiedad y el estrés pueden a su vez provocar otros trastornos a nivel físico, como migrañas, problemas digestivos, hipertensión, alteraciones del sueño, etc.

La procrastinación disminuye nuestro rendimiento.

Qué puedo hacer

Seamos realistas. Nuestra ritmo de vida actual no pone fácil dar esquinazo a la procrastinación. En cualquier lugar y en cualquier momento tenemos un interminable menú de distracciones y tentaciones tan amplio como ‘peligroso’. Pero, por suerte, superarla es una habilidad que podemos aprender.

El primer paso es tomar conciencia del problema. Una vez que has admitido que la procrastinación se ha convertido en tu inseparable compañera, lo siguiente es descubrir qué te lleva a procrastinar a ti en particular y en qué ámbitos lo haces. ¿Encuentras cualquier distracción cada vez que te toca comer en casa de tu familia política? ¿O solo procrastinas en el ámbito laboral cuando estás ante una tarea para la que no te sientes capacitado? Si te resulta difícil llevar a cabo este ejercicio de introspección o sientes que el problema que hay detrás te supera, no dudes en recurrir a un psicólogo. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo, estaré encantada de ayudarte).

La solución también pasa por trabajar en tu autoestima, aprender a manejar mejor las emociones y en prestar mucha atención al autocuidado. No olvidemos que la salud mental está íntimamente unida a la salud física.

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¿Estás preparado para cumplir tus propósitos de Año Nuevo?

Motivación y voluntad, claves en tus propósitos de Año Nuevo (pero sin obsesionarte)

Motivación y voluntad, claves en tus propósitos de Año Nuevo (pero sin obsesionarte) 2040 1522 BELÉN PICADO

Llega un nuevo año y con él nuevos propósitos, objetivos e ilusiones. Muchos en esta época hacemos balance de lo vivido, nos cargamos de motivación y fuerza de voluntad y nos planteamos, o bien nuevos retos, o retomar los que no hemos completado en el año que termina. Y eso está bien porque marcarnos metas nos ayuda a evaluar en qué punto de nuestra vida nos encontramos y qué cosas son importantes para nosotros. Sin embargo, muchas veces nos obsesionamos o nos tomamos el proceso como un sprint en vez de como una carrera de fondo y nos ‘desinflamos’ en las primeras semanas. Para que esto no pase es importante elegir bien el reto, dosificar las fuerzas y tomárselo con calma. ¿Estáis preparados?

Maslow y su pirámide de necesidades

Los objetivos que vamos marcándonos a lo largo de la vida, y no solo cuando comienza el año, están muy relacionados con nuestras necesidades como personas. En 1943, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow desarrolló su popular pirámide, que él bautizó como “jerarquía de necesidades”. Como puedes observar en el dibujo, en la base de la pirámide están las necesidades más básicas, que son las primeras que los seres humanos buscamos satisfacer. Una vez cubiertas estas, trataremos de hacer lo mismo con las necesidades de seguridad y protección, que están en el segundo nivel; con las de afiliación y afecto, situadas en el tercero; con las de reconocimiento, en el cuarto; y así hasta llegar a la cúspide de la pirámide, ocupada por las necesidades de autorrealización.

Maslow estableció una jerarquización de las necesidades del ser humano y las reflejó en una pirámide

Según la jerarquización que estableció Maslow, cuando nos proponemos un objetivo, nuestras acciones van dirigidas a cubrir alguna de esas necesidades, ordenadas en función de lo importantes que son para nuestro bienestar. Y dichos objetivos dependerán de las metas que ya hayamos alcanzado y de las que nos quedan por cumplir. Esto significa, por ejemplo, que para empezar a preocuparnos por sentirnos autorrealizados, antes tendremos que tener el alimento asegurado, un buen estado de salud y unas necesidades de afecto cubiertas.

Hacer deporte, uno de los objetivos más habituales que nos marcamos al empezar el año, podría situarse en diferentes niveles de la pirámide según el significado que tenga para cada uno. Para algunas personas estaría en el segundo nivel, si lo ven como una fuente de salud y un modo de estar en forma, mientras que otras pueden considerarlo una manera de socialización y por tanto situarlo en el tercer escalón, el de la afiliación. En el nivel de afiliación también se situaría otro propósito común a principios de año, como encontrar pareja, mientras que lograr un mejor empleo estaría en el nivel de seguridad.

Ante todo, motivación y fuerza de voluntad

Una vez elegido el objetivo, se requieren dos elementos indispensables si queremos alcanzarlo: motivación y fuerza de voluntad. Generalmente, si nos sentimos muy motivados a hacer algo, no solemos necesitar ni una pizca de voluntad, al menos al principio. Cuando alguien dice: “Quiero perder peso, pero no tengo fuerza de voluntad para lograrlo”, generalmente lo que no tiene es un motivo lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Ahora bien, esa motivación no estará al mismo nivel todos los días, ni siquiera a todas horas del día. Si te has propuesto ir al gimnasio tres veces a la semana, habrá días en que no te costará hacerlo; otros, sin embargo, estarás muy cansado o, simplemente, preferirías quedarte tirado en el sofá. Y es justo ahí donde entra en escena la fuerza de voluntad, una capacidad que podemos aprender y desarrollar. Es como un músculo que se puede entrenar. Pero para ello necesitarás esfuerzo, constancia y asumir que en la mayoría de las ocasiones no obtendrás la recompensa esperada de inmediato. Esto último no resulta fácil en una época en la que prima la cultura de la inmediatez y donde los impulsos e instintos toman el control al mismo tiempo que la voluntad y la reflexión pierden protagonismo.

Motivación y voluntad son igualmente necesarios a la hora de plantearte un objetivo. Cuando la motivación decaiga, hay que tirar de la fuerza de voluntad. Y cuando esta empiece a agotarse, será el momento de recordar el motivo que nos llevó a elegir nuestro objetivo.

Asumiendo que cuanto más fuerte sea la motivación, más fuerte será la voluntad, busca tus propias razones para trazarte una meta. Muchas veces confundimos lo que deseamos con lo que otros nos sugieren o lo que está bien visto. Así que descubre qué es lo que realmente deseas y ve a por ello. Cuanto más especial sea ese propósito para ti, más presente lo tendrás durante todo el proceso y más fácil será recurrir a él en los momentos de bajón.

La motivación y la fuerza de voluntad son importantes para lograr cualquier reto

Algunas pautas

  • Si atraviesas un momento difícil emocionalmente, es mejor que esperes a que las aguas se calmen para poner en marcha tu plan.
  • El autocontrol y la fuerza de voluntad tienen un límite. Aunque ahora mismo estés eufórico y deseando ponerte en marcha, no abuses y prioriza objetivos. Elige el más importante para ti, asegúrate de que sea realista y alcanzable y ve a por él.
  • El cerebro necesita recompensas para cambiar de hábitos, así que prémiate según vayas superando etapas. Felicitarte y valorar tus propios esfuerzos es clave para seguir avanzando y que la motivación no decaiga.
  • Si asumes que las recaídas son parte del proceso, no te vendrás abajo cuando las fuerzas flaqueen. Cuando llevamos realizado un gran esfuerzo para alcanzar el objetivo es normal sentir la tentación de tirar la toalla. Es entonces cuando necesitamos para un momento, respirar y recordar por qué comenzamos.
  • Hay ocasiones en las que, pese a nuestros esfuerzos, el camino se hace muy cuesta arriba y no sabemos cómo continuar. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírsela a un amigo, a alguien con experiencia en un objetivo similar al tuyo o a un profesional (si lo deseas, puedes contactar conmigo y veremos juntos el mejor modo de que cumplas tus metas).

Relájate y disfruta del camino

En el camino hacia nuestro propósito, es posible que encontremos un objetivo inesperado, uno que no figuraba en nuestro plan. Si bien es cierto que cuando elegimos una meta conviene que sea concreta, tener un objetivo marcado con excesiva claridad puede limitar nuestra capacidad de descubrimiento y la posibilidad de encontrar nuevos retos.

Como explica Antonio Blanco Prieto en su libro Las claves de la motivación, plantearse metas en la vida no solo es aconsejable sino necesario, “pero no deben ser tan inflexibles que nos impidan ver los árboles del bosque. No se trata de cambiar de finalidad ante cada dificultad, sino de enriquecernos y valorar si realmente lo que queremos es lo que nos hemos marcado como meta o más bien la incertidumbre nos arrastra hacia nuevos puertos en los que sentirnos más tranquilos y satisfechos”.

Podemos actuar como un turista que sigue al pie de la letra las rutas recomendadas en una guía. O, como nos invita Prieto, recorrer el camino como “un viajero que, aunque tiene un objetivo global, este no es tan rígido como para impedirle mirar a su alrededor y descubrir la vida que late tras los monumentos más emblemáticos de la ciudad”.

Pon en marcha tu motivación y tu fuerza de voluntad para alcanzar tus objetivos, pero sin obsesionarte.

Y si finalmente no alcanzamos nuestro propósito, siempre tendremos otras oportunidades para retomarlo o para comenzar de nuevo. Al fin y al cabo, la Tierra seguirá girando aunque nosotros necesitemos marcar un límite entre un año y el siguiente. La vida nos ofrece la oportunidad de empezar de cero cada año, cada mes, cada semana, cada día y cada momento.

“Este instante es una invitación para empezar de nuevo… Empieza desde donde estés” (Jeff Foster)

Rafa Nadal, un ejemplo de constancia

Rafa Nadal: Actitud, pasión, perseverancia y motivación en 8 frases

Rafa Nadal: Actitud, pasión, perseverancia y motivación en 8 frases 773 957 BELÉN PICADO

Actualmente hay pocos personajes públicos que despierten tanta admiración, y de forma tan unánime, como Rafa Nadal. Y no solo es debido a su humildad (que también). Uno de los motivos por los que este tenista, que acaba de ganar el Open de Australia, genera tanta simpatía es porque, de la forma más natural y sin proponérselo, consigue que nos sintamos identificados con él. Comprobar que los héroes también tienen momentos bajos nos acerca a ellos. Y ver cómo se sobreponen a las adversidades, más aún.

En definitiva, ganar trofeos es importante, pero no lo es todo en la vida. Lo que marca la diferencia es la actitud con la que cada uno afronta sus retos del día a día. Jugar un torneo internacional de tenis, gestionar la presión que implica protagonizar la serie del momento o tener que lidiar con el estrés diario de compaginar el cuidado de los hijos con ocho horas de jornada laboral no son circunstancias tan diferentes.

Asumiendo que para cada actividad se requieren unas habilidades determinadas, una vez que las hemos alcanzado no nos servirán de nada si no aprendemos a gestionar las situaciones adversas que surjan o las emociones que experimentemos ante esas adversidades. La actitud no es la lámpara de Aladino, pero sí es un elemento clave para conseguir lo que queremos.

A lo largo de los años, Rafa Nadal no solo ha mostrado una inquebrantable fortaleza y perseverancia a nivel deportivo, sino también una estabilidad a nivel emocional que ha quedado reflejada en muchas de las entrevistas que ha concedido. Con esto no estoy diciendo que todos tengamos que adoptar su forma de ver la vida para lograr nuestros objetivos. Pero sí creo que muchas de sus declaraciones pueden servirnos para reflexionar. A continuación, recojo algunas de las que ha dado en los medios de comunicación:

“Las pequeñas cosas y la pasión son las que te hacen seguir adelante”

Si Rafa Nadal, uno de los mejores deportistas del mundo, da tanta importancia a las pequeñas cosas y a la pasión, será por algo… Al fin y al cabo, un día cualquiera está compuesto de multitud de momentos que pueden ser deliciosos: el olor del café por la mañana, tomar una ducha con conciencia plena y disfrutando del agua cayendo por nuestro cuerpo, el agradecimiento de un compañero a quien has echado una mano en su tarea, la alegría de tu hijo cuando le ves después de una dura jornada de trabajo… Solo tenemos que detenernos a saborearlos.

Rafa Nadal también habla a menudo de la pasión que siente por lo que hace. Y es que hacer algo que nos entusiasma y nos emociona nos llena de energía para seguir adelante. Cuando nos apasiona lo que hacemos vemos retos donde otros ven sacrificios, motivación donde otros ven fuerza de voluntad.

“Puedes estar todo el día frustrado, pensando que tu vecino tiene una tele o un jardín más grande, pero yo soy muy afortunado por todo lo que me ha pasado”

Estamos siempre tan pendientes de lo que posee o consigue el otro, que ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de todo lo que tenemos nosotros. Divagando sobre todo lo que podríamos conseguir en el futuro, se nos escapa lo que podemos disfrutar en el presente.

“Él (Roger Federer) me motiva, pero no me obsesiona. No es por lo que me levanto cada día. Mi método consiste en hacer mi camino y si eso me lleva a esta situación, perfecto. No creo que mi futuro vaya a cambiar un pelo por conseguir igualar a Federer”

No se trata tanto de ser superior a los demás como de superarnos a nosotros mismos, de convertirnos en nuestra mejor versión. En vez de ver al otro como rival para competir con él, vamos a verlo como inspiración para que nos sirva de empuje. Además, seamos realistas… Siempre va a haber alguien más bueno, más rico, más listo, más guapo…

Rafa Nadal, modelo de motivación

“Necesito la ayuda de la gente que me conoce bien y me quiere” 

En general, nos cuesta mucho aceptar la ayuda de otros, no sea que vayan a pensar que somos unos blandos… El orgullo, la vergüenza o el temor a que nos digan que no nos impide admitir nuestras limitaciones. Rafa Nadal también nos da una lección en ese sentido, aceptando el apoyo y el cariño de los que tiene a su alrededor.  Porque la verdadera fuerza emana de conocernos a nosotros mismos y saber cuándo es el momento de coger la mano que nos tienden.

“Yo nunca me he sentido solo en ningún lado. Tengo a mis amigos de toda la vida (…) También tengo contacto con mi familia a diario”

Aristóteles ya lo dijo en su momento: «El hombre es un animal social por naturaleza». Y la psicología positiva le da la razón, al aseverar que la calidad de las relaciones afectivas está directamente relacionada con la felicidad de las personas. Tener a nuestros seres queridos cerca en los malos momentos no nos solucionará nuestros problemas, pero los harán mucho más llevaderos.

“Ni cuando gano soy increíble, ni cuando pierdo soy nefasto”

Ni el éxito ni el fracaso definen qué tipo de personas somos. Cometer un error no me convierte en un peor ser humano ni lograr un éxito me hace estar por encima de los demás. Todos tenemos el mismo valor, independientemente de nuestras cualidades y nuestros defectos.

“Mi vida sin el tenis también es feliz, va mucho más allá. Es y ha sido importante en mi vida, pero no es lo único ni lo principal” 

Poner todo nuestro esfuerzo y nuestras ganas en una sola faceta de nuestra vida, ya sea una afición, el trabajo o la pareja, es muy arriesgado. Por ejemplo, si dedicamos todo nuestro tiempo a nuestra pareja, nos apartamos de nuestros amigos y la relación se rompe, será mucho más difícil reponernos que si hemos cuidado nuestra vida social.

“Intento no pensar en cuánto tiempo me queda porque eso es el principio del fin. Disfruto del día a día

Vivir con temor a qué ocurrirá nos impide disfrutar del «aquí y ahora» y, además, es un pasaporte seguro a la ansiedad. El futuro es imprevisible, pero sí podemos tomar decisiones respecto al presente.

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  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
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