Autoestima

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también) 2063 1453 BELÉN PICADO

¿Alguna vez tu pareja te ha asegurado que todo estaba bien entre vosotros y que no le pasaba nada, pero sus comentarios sarcásticos te indicaban lo contrario? ¿Tu madre no te reprocha abiertamente que no la visites tanto como le gustaría, pero deja caer frases del tipo «Un día me va a pasar cualquier cosa y nadie se va a enterar»? O, quizás, eres tú quien actúa así… Estas y otras situaciones similares tienen en común un comportamiento pasivo-agresivo que, sin conllevar una violencia directa, puede hacer mucho daño. Se trata de un tipo de agresividad silenciosa, de hostilidad encubierta, que puede afectar muy negativamente a las relaciones interpersonales, ya sea en el ámbito laboral, familiar, de amistad o de pareja.

En general, quienes adoptan estas actitudes suelen tener dificultades para comunicar de forma efectiva sus sentimientos de impotencia, resentimiento o frustración y, en lugar de expresar abiertamente su malestar, recurren a estrategias pasivas e indirectas que lo único que hacen es dificultar la resolución de los problemas y la construcción de vínculos saludables.

La mayoría de nosotros hemos caído en este tipo de conductas en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando estamos muy enfadados con un amigo, y, al mismo tiempo, no nos atrevemos a confrontarlo de forma directa por miedo a crear un conflicto que dé al traste con el vínculo que nos une. O cuando en el trabajo empezamos a ‘escaquearnos’ o a ‘olvidamos’ de realizar determinadas tareas para hacer notar nuestro descontento, pero sin arriesgarnos a hablar con nuestro jefe (por si se le ocurre despedirnos). Cuando se trata de episodios puntuales, respuestas como estas son una manera de protegernos o de salir del paso de un conflicto que nos genera temor.

Los problemas llegan cuando estas actitudes dejan de ser esporádicas para convertirse, consciente o inconscientemente, en un patrón persistente que se aplica de forma rígida y ante cualquier situación hasta el punto de no ser capaces de afrontar ningún conflicto de manera clara y directa.

Entre el deseo de agradar y el rechazo a lo que percibo como una exigencia externa

El origen del comportamiento pasivo-agresivo puede estar relacionado con distintas experiencias tempranas, como haber estado expuesto a un estilo de crianza excesivamente rígido, inconsistente o sobreprotector. En ocasiones, surge como una estrategia de afrontamiento aprendida, cuando en la infancia la expresión abierta de la ira estaba prohibida o mal vista. Si he aprendido a esconder y a negar mi enfado, me resultará difícil manejarme en los conflictos y evitaré las confrontaciones directas por miedo al rechazo o a la pérdida de aprobación.

De este modo, cuando estas personas sienten que se les está sometiendo a algún tipo de exigencia externa, se enfrentan a un dilema. Por un lado, están deseando agradar, complacer y ser elogiados por sus acciones. Pero, al mismo tiempo, perciben los requerimientos de los demás como un intento de dominarlas. Desde esta ambivalencia, desarrollarán una actitud cambiante e imprevisible en las relaciones, alternando episodios de auto afirmación e independencia hostil con otros de sumisión y de dependencia absoluta ante el temor de que se rompa el vínculo afectivo.

El comportamiento pasivo-agresivo dificulta las relaciones interpersonales

15 Pistas para identificar un comportamiento pasivo-agresivo

Al tratarse de una hostilidad indirecta y a menudo muy sutil, es normal que haya ocasiones en las que estas conductas lleguen a confundirnos y dudemos de lo que estamos percibiendo. Los personajes que voy a presentaros a continuación ejemplifican algunas de las formas en que se pueden manifestar actitudes y conductas pasivo-agresivas en situaciones cotidianas. De este modo, podréis identificarlas más fácilmente, ya sea en otras personas o en vosotros mismos.

1. Lucía, procrastinadora

Lucía a menudo se muestra cooperativa y acepta realizar tareas para su equipo de trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad siempre encuentra excusas para postergarlas y nunca hace lo que se le ha pedido. Parece muy ocupada en ello, pero la tarea nunca avanza. Y si le preguntan al respecto, responde con evasivas y justificaciones.

La procrastinación intencionada es una forma muy sutil de sabotear. Es decir, posponer o dilatar la ejecución de tareas o responsabilidades, sabiendo que esto puede afectar negativamente a otros o al proyecto en general.

2. Ana, la resentida. «Todos tienen más suerte que yo»

Ana está obsesionado por la aparente falta de justicia del mundo que la rodea. No es capaz de ver que muchas veces su propia actitud le impide conseguir logros significativos en los diferentes ámbitos de su vida. Vive con envidia constante los éxitos de los demás (a quienes, según ella, todo les resulta más fácil). Y, siempre que puede, disfruta socavando la felicidad de aquellos que considera más afortunados, haciéndoles partícipes de lo injusta y mezquina que es la vida.

3. Luis, especialista en echar balones fuera

Experto en eludir situaciones incómodas, Luis no solo niega a menudo lo que ha dicho o hecho, sino que, incluso, se ofende si percibe que los demás dudan de él (aun sabiendo que esas dudas tienen una base sólida). Suele defenderse con frases del tipo «Yo nunca dije eso, lo habrás soñado».

Otra manera en la que personas como Luis echan balones fuera es no asumir su responsabilidad y desviarla en otras direcciones: «Son imaginaciones tuyas, yo no estoy enfadado», «Yo tenía pensado hacerlo, pero ella me dijo que…», «Entendí que ibas a ocuparte tú». Con tal de no hacerse cargo de sus palabras, con su actitud y conducta culparán, de forma más o menos clara, a otros o a las circunstancias.

4. Marta, la pesimista escéptica. «Piensa mal y acertarás»

Escéptica e incapaz de ver el lado positivo de las cosas, Marta vive envuelta por una nube de pesimismo persistente. Su visión negativa del mundo la lleva a reaccionar con sarcasmo y mordacidad ante los «inmerecidos» éxitos de todos los que, en apariencia, tienen más suerte que ella. Desconfía de todo el mundo y está convencida de que las personas, en general, son malas y egoístas. Su lema: «Piensa mal y acertarás».

La actitud distante y huraña de estas personas tiene como principal objetivo provocar malestar en quienes las rodean.

5. Óscar, el oyente hostil

Óscar siempre parece dispuesto a escuchar los problemas de sus amigos. Sin embargo, su atención pronto se convierte en una crítica disfrazada. Aunque sus consejos parecen amables, el tono de sarcasmo y desdén con que los ofrece transmite que no está de acuerdo con las decisiones de quien está depositando su confianza en él.

Debido a esta discordancia entre el lenguaje verbal y el no verbal, es normal que quienes escuchan a alguien como Óscar acaben dudando de lo que están percibiendo. Por ejemplo, hay personas que pueden preguntarte cómo te encuentras o, aparentemente, se muestran interesadas en lo que quieres contarles. Sin embargo, cuando empiezas a hablar, apenas te miran, muestran una actitud desganada o responden con monosílabos. En estas condiciones, es fácil deducir que una buena comunicación es imposible.

Comportamiento pasivo-agresivo.

6. Raquel, maestra de la queja y el victimismo

No hay día en que Raquel no se lamente de la poca atención que le prestan su familia, su pareja o sus amigos y se queje de que no la valoran lo suficiente. Sin embargo, si alguien se interesa y le pregunta qué le ocurre su respuesta siempre es la misma: «Estoy bien. No me pasa nada».

Además, por sistema, siempre se posiciona en contra de los deseos y peticiones de los demás. Siempre tiene preparada una objeción para rechazar cualquier alternativa o sugerencia que le ofrezcan. Eso sí, ella tampoco ofrece otras opciones. Esta actitud crea un ambiente negativo a su alrededor y hace que las interacciones con ella resulten frustrantes y agotadoras.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa de victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista»)

7. Santiago, irritable e impulsivo

Santiago casi siempre está de mal humor y, aunque no suele expresar abiertamente su enfado o disgusto, suele dejarlo patente a través de quejas, protestas o comentarios aparentemente triviales, pero que aterrizan como dardos en quien los recibe. Esta conducta hace que la otra persona se sienta incómoda, frustrada y a disgusto sin saber muy bien por qué.

Es posible que, al principio, personas como Santiago se muestren amables, especialmente si desean conseguir algo. Pero cuando los conocemos de verdad nos damos cuenta de que la mayor parte del tiempo están malhumorados e irascibles por algo que la mayoría de las veces no nos dirán.

8. Germán, el olvidadizo oportuno

Los olvidos son una de las estrategias más utilizadas por personas con un estilo pasivo-agresivo. Para Germán son un modo sutil e indirecto de expresar su descontento, su frustración o, sus necesidades. Por ejemplo, tiene la habilidad de recordar selectivamente compromisos según su nivel de interés. Puede ‘olvidar’ una reunión o evento que no le entusiasma, pero recordará claramente aquellos que considera más importantes o beneficiosos para él.

Lo mismo le ocurre con citas o conversaciones que ha mantenido con personas con quienes está molesto por algún motivo (que en ningún caso abordará de forma directa).

9. Eva: «Ni contigo ni sin ti»

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo que se manifiesta en la dificultad para mantener una posición clara o coherente ante los demás. En el caso de Eva, la necesidad de agradar a su pareja la lleva a posicionarse continuamente en el no conflicto. Como sabe lo que su pareja quiere, ella juega con eso hasta que se cansa o se frustra cuando se da cuenta de que, en realidad, se ha comprometido a hacer, o está haciendo, algo que no quería. Entonces, de repente, le muestra su enfado y su hostilidad, pero no abiertamente, sino a través de estrategias indirectas y más o menos sutiles: deja de hablar, no responde a los mensajes, no cumple algo con lo que se había comprometido…

Estas personas pueden decir a su pareja que la aman profundamente y al poco tiempo se muestran indiferentes o hacen comentarios despectivos que contradicen sus declaraciones anteriores.

También puede suceder que se sientan a gusto cuando les cuidan o cuando otros toman la iniciativa y al poco tiempo, se rebelen porque no quieren ‘perder’ su independencia ni que les den órdenes. Este «Ni contigo ni sin ti»  oculta una dependencia emocional que no son capaces de aceptar.

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo.

Imagen de shurkin_son en Freepik.

10. Samuel, alérgico a la autoridad

Samuel manifiesta su desprecio a la autoridad de múltiples formas. Una de ellas es hacer lo mínimo que su jefe le pide, como una forma de transmitir que está siguiendo las órdenes solo porque es necesario y no porque valore la autoridad de su superior. Del mismo modo, si se le da un plazo para completar un proyecto, demora intencionadamente la entrega hasta el último momento.

En personas como Samuel suele haber un conflicto interno que no saben cómo afrontar y que los lleva a moverse entre el deseo de obtener las ventajas que puede proporcionarles el acatar las órdenes y el empeño en conservar la autonomía. Primero tratan de mantener la relación siendo pasivos y sumisos, pero en cuanto sienten que están ‘renunciando’ a su autonomía se sublevan contra la autoridad.

11. Sara, madre manipuladora

A las personas pasivo-agresivas les cuesta pedir lo que quieren y recurren a tácticas manipuladoras para satisfacer sus necesidades. Sara, por ejemplo, siempre se ha comunicado con sus hijos desde este rol para conseguir su atención y para que hagan lo que ella quiere sin solicitarlo explícitamente. Por ejemplo, en lugar de pedir a su hijo que la ayude, le dirá: «Seguro que me voy a hacer daño en la espalda, pero no quiero molestarte».

O, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, Sara les hace llegar su enfado y su disgusto lamentándose y dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas»)

12. Rocío: pagar la frustración con quien menos lo merece

La incapacidad para mostrar pública y abiertamente su enfado o frustración lleva con frecuencia a Rocío a recurrir a un mecanismo de defensa inconsciente: el desplazamiento. Por ejemplo, un día que recibe una crítica injusta de su jefe en el trabajo, como no se atreve a abordarlo directamente con su superior, opta por no expresar su malestar. Sin embargo, al regresar a casa, desplaza sus emociones negativas hacia su familia mostrándose de mal humor, respondiendo de manera cortante, etc.

El desplazamiento me permite redirigir hacia un objetivo menos amenazante los pensamientos, emociones o impulsos negativos que me despierta alguien con quien no puedo permitirme romper el vínculo. En concreto, desplazo ese resentimiento hacia otras personas o situaciones cotidianas de menor significación emocional o jerárquica.

13. Roberto o la vida en blanco y negro

Para Roberto, no existen los matices. Idealiza a quien admira y desprecia a aquellos que no cumplen con sus expectativas. ‘Poseído’ por esta mentalidad de «todo o nada», si un amigo no le muestra su apoyo incondicional o cuestiona alguna de sus decisiones, puede empezar a verlo como alguien completamente despreciable, sin detenerse a reconocer sus virtudes o a intentar comprender sus motivaciones.

El pensamiento dicotómico, también conocido como pensamiento en blanco y negro o polarizado, se manifiesta en la tendencia a ver las situaciones y a las personas en términos extremos, sin reconocer matices o posiciones intermedias. Esta incapacidad para tolerar la incertidumbre lleva a realizar juicios rápidos y categóricos en los que no hay espacio para la ambigüedad ni para apreciar los matices de las situaciones y las personas.

14. Gustavo, el grosero enmascarado

Algunas personas recurren a insultos muy sutiles para expresar su descontento, su disgusto o sus emociones negativas sin abordar abiertamente el conflicto. Gustavo es experto en disfrazar sus insultos y groserías. Cuando alguien se ofende por sus palabras, él simplemente dice que estaba bromeando o que no era su intención. Algunas de sus especialidades:

  • Cumplidos envenenados. Elogios que envuelven una crítica o una insinuación negativa: «Admiro tu valentía. ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Comentarios despectivos disfrazados de bromas. «¡Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta!».
  • Sarcasmo encubierto. «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú».
  • Desvalorización disfrazada de preocupación. «Te convendría bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud».
15. David tiene en el silencio su mejor arma

En el catálogo de estrategias para hacer sentir mal a alguien sin recurrir al confrontamiento directo, el silencio es una de las preferidas de David. Cuando está molesto por algo, deja de responder a las llamadas e ignora mensajes y correos electrónicos. Puede pasarse días así y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. En vez de abordar y expresar los motivos de su disgusto o de su enfado recurre al silencio y a la ley del hielo.

Personas como David te ignorarán de un modo más o menos evidente y durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Pueden no darse por aludidas cuando les hablas y luego justificarse diciendo que no te habían escuchado. O, directamente, mirar hacia otro lado cuando te los encuentras y les saludas. Y si les preguntas qué les ocurre, te dirán que no les pasa nada.

El narcisismo sano también existe y es necesario para una adecuada autoestima

El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima)

El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima) 1500 1000 BELÉN PICADO

Seguro que cuando escuchas hablar de narcisismo o de narcisistas automáticamente te viene a la mente la imagen de alguien sin empatía, con aires de grandeza, un deseo permanente de admiración y sin ningún escrúpulo a la hora de manipular a los demás. Sin embargo, también hay un narcisismo sano y adaptativo que es necesario conocer, valorar y cultivar. Es más, todas y todos necesitamos pasar por un proceso de narcisización en nuestra niñez para poder desarrollar una adecuada autoestima.

En realidad, el narcisismo es una característica inherente a la naturaleza humana y estrechamente vinculada a nuestra identidad. Como otras dimensiones de la personalidad, el narcisismo se extiende a lo largo de un continuo. La diferencia entre contar con una buena autoestima y creerse el amo del mundo dependerá básicamente del lugar de ese continuo donde nos coloquemos. En el caso de una persona con un narcisismo sano se situará en la zona media de ese amplio espectro. Es decir, mostrará un autoconcepto positivo y sabrá cómo satisfacer sus propias necesidades, sin perder la capacidad de ser empática con los demás. Así que, ya veis, todo depende de la dosis.

Narcisismo sano y narcisismo patológico

Existen numerosas definiciones de narcisismo, muchas de ellas asociadas a su parte más negativa y patológica. Como mi intención con este artículo es mostrar su lado más saludable, comparto lo que escribe la psicóloga Cristina Rodríguez Cahill en su libro Los desafíos de los trastornos de la personalidad:

«Se concibe el narcisismo como la integración de la experiencia de uno mismo, unido a una autovaloración sana que conlleva el placer de la autoafirmación, una adecuada satisfacción de necesidades, la capacidad para la dependencia madura y el seguimiento de unos valores éticos. Concebimos el narcisismo como el elemento que permite dar solidez a la identidad y sobre el cual se asienta una autoconsideración positiva y realista, experiencia que puede sufrir fluctuaciones a lo largo de la vida en función de los acontecimientos vividos. El narcisismo, por tanto, como fuente organizadora del psiquismo es una fuerza que adquiere un papel relevante en la cohesión y sensación de estabilidad de la identidad, siendo difícil mantener una imagen ajustada de uno mismo sin esta sensación de consistencia interna».

El narcisismo patológico, sin embargo, se caracteriza por una eterna insatisfacción, la necesidad de ser admirado y adulado a todas horas, tener una imagen inflada de uno mismo, manipular para salirse con la suya, etc. Este tipo de personas pueden ser tan encantadoras en público como hostiles en privado con amigos, pareja o familiares.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule)»)

Una dosis adecuada de narcisismo sano ayuda a desarrollar una autoimagen positiva.

Imagen de Freepik.

El miedo a sobresalir

A veces, el miedo a convertirse en alguien arrogante y egoísta puede llevar a hacer todo lo posible por no sobresalir, por no llamar la atención. Incluso hay quien tiene tanto miedo a verse y ser visto como narcisista, que se machaca si se le escapa una sonrisa de orgullo o satisfacción por algún logro conseguido o quien cree ser lo peor si se atreve a reconocer que algo se le da muy bien o si en un momento determinado llega a anteponer sus necesidades a los deseos de los demás.

Esta actitud, conocida también como comportamiento ecoísta, puede deberse a varias razones. Un progenitor extremadamente narcisista, por ejemplo, puede exigir toda la atención de su hijo, sin dejarle espacio para ‘recrearse’ en sí mismo. Es el caso de Sara. Cuando era niña creía que su madre lo sabía todo y era perfecta. A medida que fue creciendo, aprendió que, para obtener la atención y la aprobación materna, tenía que reforzar la creencia de su madre en su propia perfección. Porque si Sara intentaba hacer valer sus propias necesidades, solo recibía frialdad y desprecio.

Otro motivo por el que hay quienes nunca desarrollan un narcisismo sano es el temor a que los demás los envidien. Cuando un niño aprende que será castigado o tratado de forma hostil si sobresale, esconderá o disminuirá su excelencia, tal vez incluso ocultándosela a sí mismo.

Muchos de estos temores en realidad son ‘mandatos’ tácitos que se van transmitiendo en una misma familia de generación en generación.

En cualquiera de estos casos y aunque nos hayan hecho creer lo contrario, es importante recordar siempre que reconocer nuestra valía y nuestros logros no es negativo ni egoísta, sino algo natural y necesario.

El proceso de narcisización en el niño

El proceso de narcisización, o narcisización primaria, es una parte fundamental del desarrollo psicológico en la infancia. A medida que el niño crece, va aprendiendo a distinguir su propio yo del mundo exterior, a formarse una imagen de sí mismo y, en consecuencia, a desarrollar su identidad. Un camino en el que, si todo va bien, se alcanzará un equilibrio entre el amor hacia uno mismo y la empatía hacia los demás.

Al principio y durante los primeros meses de vida, el mundo del bebé gira en torno a sí mismo, no hay una percepción clara de los demás como entidades separadas. Pero, poco a poco, y a través de la interacción con sus figuras de apego, comenzará a percibir su propia imagen como alguien separado de los otros.

En esa interacción con los cuidadores cobra una especial importancia la respuesta de estos y, especialmente, la de la figura de apego principal, que, no solo a través de la voz sino también con el tacto y el contacto físico, transmitirá al niño que está bien como es y que se le quiere incondicionalmente. Por ejemplo, cuando un bebé empieza a dar sus primeros pasos y sus padres lo aplauden o lo elogian, están narcisizando ese acto, están dando valor a lo que hace su hijo. De este modo, si el pequeñín recibe amor, atención y una base segura podrá desarrollar una autoimagen saludable, una autoestima positiva y, por tanto, mostrará un narcisismo sano y adaptativo.

Pero, a veces, este proceso de narcisización fracasa. Puede ser porque el niño no recibe una retroalimentación suficientemente positiva o crece en un entorno negligente y abusivo. Si recibo críticas constantes, si cuando hablo papá y mamá me ridiculizan, me hacen sentir que estoy haciendo algo mal o, directamente, me ignoran, sentiré que hay algo malo en mí.

O bien, el fracaso puede ser por todo lo contrario. Porque ha habido demasiada sobreprotección y se ha caído en una excesiva e irreal valoración del niño.

¿Qué pasa cuando el proceso de narcisización fracasa?

A menudo, cuando no ha habido una adecuada narcisización, se tratará de rellenar el vacío que queda buscando en otros la mirada y el reconocimiento que no se obtuvieron de los cuidadores. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en numerosos realities o en todas esas personas que buscan a través de las redes sociales la mirada y el aplauso como un modo de compensar ese déficit.

Según el psicoanalista Hugo Bleichmar, dependiendo del tipo de fallo que se haya dado en el proceso de narcisización van a desarrollarse diferentes mecanismos que obstaculizarán el desarrollo de un narcisismo sano.

1. Personas con hipernarcisización primaria

Estas personas realmente se sienten grandiosas y mejores que los demás porque en su infancia su necesidad de afirmación se alimentó en exceso. Se llega a este punto cuando el niño recibe constantes elogios de sus figuras de apego que le hacen creer que es mejor que el resto y que, por lo tanto, también merece más. El resultado es el desarrollo de una imagen excesivamente grandiosa de sí mismo.

Por lo general, el ambiente familiar en la infancia de estas personas fue extremadamente indulgente y permisivo. O también pudo ser altamente competitivo, de modo que el niño era valorado más por sus logros que por él mismo, como si fuera un trofeo para sus padres. Igualmente, la falta de límites y de regulación emocional favorecerá que un niño desarrolle una autoimagen exagerada y un excesivo sentido de superioridad.

2. Personas con déficit primario de narcisización no compensado

Hay casos en los que se ha crecido en un entorno familiar donde hubo mucha desvalorización, críticas excesivas, inseguridad, humillaciones, negligencia o, incluso, abuso. También es posible que las figuras de apego no mostrasen una imagen suficientemente positiva en la que la persona pudiera verse reflejada (los niños necesitan idealizar a sus figuras de apego, tener una imagen con la que identificarse). También puede ocurrir que se hayan vivido ciertas circunstancias desfavorables (físicas, psicológicas, sociales) que generaron un fuerte sentimiento de inferioridad.

Debido a alguno de estos factores, o a la combinación de varios, estas personas no solo no han podido construir un narcisismo sano, sino que tampoco han sido capaces de compensar su carencia.

3. Personas con hipernarcisización secundaria compensatoria

Como en el anterior caso, es muy probable que aquí el ambiente familiar también fuese desvalorizador, negligente y abusivo. Sin embargo, estas personas sí van a compensar su déficit de narcisización primaria. Intentarán camuflar su inseguridad inflando su autoestima y construyéndose un yo grandioso y defensivo. Tratarán de ocultar por todos los medios, a veces incluso a si mismos, que tras la máscara de superioridad que exhiben se esconde un enorme complejo de inferioridad.

¿Cómo sé que lo mío es narcisismo sano?

Por último, veamos algunas pistas que nos indican si estamos colocados en un buen lugar dentro del continuo del narcisismo:

  • Tengo una autoimagen positiva, sin necesidad de devaluar la de los demás.
  • Puedo establecer límites saludables y claros.
  • Considero que tengo una buena autoestima y también tengo confianza en mí mismo, en mí misma, sin que eso me lleve a creer que estoy por encima del resto de los mortales.
Un narcisismo sano es necesario para una adecuada autoestima

Imagen de rawpixel.com en Freepik

  • Conozco mis talentos y cualidades positivas y los valoro. Sé que hay cosas que las hago mejor que otras personas, pero también soy capaz de reconocer y valorar cuándo alguien es mejor que yo en otras. O cuando algo no me sale tan bien como esperaba.
  • Defiendo mis ideas y mis valores expresándome de una manera asertiva y escuchando y respetando lo que el otro tiene que decir, incluidas opiniones que no comparto o que son totalmente opuestas a las mías. Además, no tengo problema en reconocer mis errores cuando me equivoco.
  • Me siento satisfecha y orgullosa de mis logros. Sin embargo, no los utilizo para ponerme por encima de los demás ni tampoco menosprecio lo que consiguen otros.
  • Agradezco sinceramente que alguien me felicite o me haga un cumplido, sin tener que buscar esa validación de forma obsesiva y constante.
  • Soy capaz de expresar y satisfacer mis necesidades en una relación. Pero también tengo en cuenta los sentimientos o las necesidades de la otra persona y no recurro a la manipulación para salirme con la mía.
Referencias

Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica: hacia una técnica de intervenciones específicas. Barcelona: Paidós.

Freud, S. (2006). Introducción al narcisismo. En S. Freud, Obras completas, III. pp.: 2017-2033. Barcelona: RBA. Biblioteca de Psicoanálisis (original de 1914).

Rodríquez, C. (2016). Los desafíos de los trastornos de la personalidad: la salud mental al límite. Madrid: Editorial Grupo 5

Detrás del miedo al compromiso, a menudo hay un estilo de apego inseguro evitativo.

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso (y cómo superarlo)

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso (y cómo superarlo) 1500 984 BELÉN PICADO

«Dejemos que fluya»«Eres un chico genial, solo que no quiero estar atada a nadie por ahora», «Estoy empezando a tener dudas, así que esto no debe de ser amor verdadero»… Frases como estas son muy habituales en personas con miedo al compromiso, poco disponibles emocionalmente y especialistas en esquivar cualquier tipo de conexión profunda que asome en el horizonte. Pero si no nos quedamos en la superficie y profundizamos un poco más veremos que detrás de esa armadura invisible, a menudo suele haber mucho más: miedo al abandono y al rechazo, baja autoestima, experiencias traumáticas previas, etc.

Hay personas a quienes la idea de mantener una relación de forma prolongada en el tiempo les genera tal nivel de ansiedad que se sienten incapaces de quedarse ahí durante mucho tiempo. Y si, además, se sienten presionadas por su pareja a dar un paso adelante, lo más seguro es que rompan precipitadamente. Sin embargo, y pese al alivio inmediato que suelen experimentar, también es muy posible que luego, a medio y largo plazo, se arrepientan.

Muchas veces no se trata de que no quieran a su pareja o no deseen establecer un vínculo (aunque ellos mismos lleguen a pensarlo). Lo que pasa es que confunden esa angustia que les provoca el compromiso y esa necesidad de poner tierra de por medio con la falta de amor. A esta confusión contribuye el hecho de que, como romper la relación alivia el malestar, se convierte en una estrategia que se refuerza cada vez que se recurre a ella, convirtiéndose a la vez en un patrón que se repetirá en futuras relaciones.

Por otra parte, es importante aclarar que tener miedo al compromiso no es lo mismo que elegir, libre y conscientemente, no involucrarse en una relación a largo plazo.

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso y cómo superarlo

Imagen de Freepik

¿Cómo sé si alguien (o yo mismo/a) tiene miedo al compromiso?

A continuación, os enumero algunas de las características que puede presentar alguien con miedo al compromiso:

  • Muestra incomodidad cuando surge una conversación que, mínimamente, le suene a dar un paso más en la relación.
  • No le gusta «poner etiquetas» a la relación y se siente como pez en el agua en situaciones ambiguas o poco definidas.
  • Valora su libertad por encima de cualquier otra cosa y en términos absolutos. Siente que si profundiza en la relación perderá su libertad y su autonomía («Si tengo pareja, no podré salir con mis amigos»). Y en vez de pensar en qué le aporta la pareja, se enfoca solo en lo que está perdiendo por estar con ella.
  • Se define como alguien «muy independiente«.
  • Encuentra mil y una formas de sabotear la relación, consciente o inconscientemente. Con la creencia «Esto no va a funcionar» de base, recurre a comportamientos como ser demasiado demandante con su pareja, pasarse el día buscándole defectos, aprovechar cualquier excusa para enfadarse sin que haya un motivo justificado… Incluso, es posible que estas personas lleguen a ser infieles en un intento de demostrarse que no está hechas para una relación o como una forma de forzar a la pareja a romper cuando ellas no se atreven a tomar la decisión. Lo que hacen con estas conductas no es otra cosa que buscar la manera de que esa creencia se haga realidad. Es lo que se conoce en psicología como profecía auto-cumplida.
  • Se le hace cuesta arriba todo lo que tenga que ver con identificar, expresar y regular sus propias emociones, especialmente la angustia, la frustración, el miedo, la ansiedad… Y, precisamente, el hecho de que le resulte difícil compartir sus sentimientos más profundaos hace que no se sienta cómodo o cómoda en situaciones de intimidad.
  • Cuando está en una relación examina continuamente sus sentimientos. Y, por lo general, siempre tiende a deducir que no siente lo que debería sentir o no con la suficiente intensidad. Esto, por un lado, le genera angustia. Y, por otro, el mero hecho de dudar si está enamorado le acaba conduciendo a una espiral de pensamientos rumiativos que solo aumentan más su malestar.
  • Este constante cuestionamiento de sus emociones se extiende también a la pareja y a la relación: «¿Cumple esta persona mis expectativas?», «¿Merece la pena seguir adelante?», «Si discutimos o tenemos distintos puntos de vista sobre ciertos temas, quizás no deberíamos estar juntos», etc.
  • Ante la imposibilidad de gestionar sus propios sentimientos, algunas personas responsabilizan a su pareja de sus dudas o de eso que sienten y no saben regular. También puede ocurrir lo contrario y que se responsabilicen de las emociones de su pareja. De este modo, al sentirse culpables por el sufrimiento que creen estar generando, eligen la ruptura ante la imposibilidad de sostener su propio malestar.
  • En ocasiones el miedo que tiene a perder su independencia puede fluctuar y convivir con otras emociones. Me alejo porque temo perder mi autonomía, pero a la vez esa distancia despierta mi necesidad de vincularme y vuelvo a acercarme. Hasta que esta proximidad resulta demasiado peligrosa y, entonces, me muestro indiferente e impermeable a las necesidades de la persona que está conmigo, para luego pasar por la vergüenza, la tristeza, etc. Todo este vaivén emocional provoca el lógico desconcierto y desconfianza de su pareja.
  • Alberga ideas muy rígidas acerca de cómo tiene que ser el amor y los vínculos de pareja. Por ejemplo, «si alguien siente malestar dentro de una relación o tiene dudas, no es amor verdadero».
  • No es extraño que detrás de un supuesto «rechazo» de cualquier tipo de compromiso se oculte una baja autoestima y una visión negativa de sí mismo y de su propia capacidad para mantener una relación.
  • Algunas personas reacias al compromiso optan por encerrarse en sí mismas y no buscar nuevas relaciones.
  • Otras siempre van tras amores imposibles, bien porque buscan una pareja perfecta que no existe o bien porque se fijan en personas no disponibles emocionalmente. En realidad, se trata de un autosabotaje en toda regla. ya que, inconscientemente, eluden mantener una relación real y, de paso, colocan el problema fuera.
  • También están quienes son auténticos maestros y maestras de la seducción y solo se sienten cómodos en la etapa de enamoramiento. Esto los lleva a encadenar aventuras o a saltar de una relación a otra (o a solaparlas) como una forma de buscar continuamente esa sensación… para luego huir en cuanto percibe que «la cosa empieza a ponerse seria».
Algunas personas con miedo al compromiso se autosabotean buscando relaciones perfectas que no existen.

Imagen de Freepik

¿Por qué nos cuesta tanto implicarnos en relaciones estables?

Las causas de esta aversión a estrechar vínculos son varias, entre ellas:

  • Heridas de la infancia. En un gran número de casos el origen del miedo al compromiso se remonta a la infancia. Pudo ocurrir que el niño desarrollase un estilo de apego inseguro evitativo o distanciante al vivir de forma continuada experiencias que para él resultaban amenazadoras y en las que se sintió solo, rechazado y/o desprotegido. Las figuras de apego, consciente o inconscientemente, no cubrieron sus necesidades de consuelo y apoyo. Y con el tiempo el niño se convierte en un adulto distante con miedo a experimentar ciertas emociones que le conecten con lo que él vivió como rechazo y abandono. Así que, a nivel relacional, es bastante probable que encuentre dificultades para comprometerse y mantener un vínculo a largo plazo.
  • Miedo a perderse uno mismo. Para algunas personas conectar con el otro e iniciar una relación implica que más pronto que tarde acabarán dependiendo de ese vínculo. Hasta el punto de perder su esencia, su identidad. Este miedo es mayor cuanto más independiente o autónoma se considera la persona.
  • Haber sufrido rupturas traumáticas previas. No siempre quien desarrolla aversión al compromiso tiene un estilo de apego inseguro evitativo. Pueden ser personas con un estilo de apego seguro que, tras una o varias rupturas sentimentales muy dolorosas y traumáticas, desarrollan una mayor resistencia a entablar un vínculo estable. No hay miedo a perder algo, sino que se trata de un mecanismo de defensa con el que se busca no volver a pasar por lo mismo. Tengo tanto miedo a que la relación no funcione, a que me engañen, a volver a pasar por el sufrimiento de un fracaso amoroso… que evito comprometerme y entregarme del todo.
  • Miedo a perder otras oportunidades. Hay una gran dificultad a la hora de elegir quedarse en una relación por temor a estar perdiéndose algo mejor. Esto es habitual, por ejemplo, en las aplicaciones de citas. Debido a la sensación ilusoria de tener mucho donde elegir, numerosos usuarios no son capaces de establecer un compromiso o no dudan en poner fin a cualquier relación incipiente, espoleados por el temor a equivocarse habiendo tanto donde escoger.
  • Desconfianza en la propia capacidad para cuidar de otra persona. En ocasiones, el miedo al compromiso va unido a la creencia de no disponer de la empatía, el tiempo o las habilidades necesarias para poder hacerse cargo de la pareja en caso de que fuera necesario. El vértigo abrumador que produce imaginarse ante una responsabilidad que en su imaginación aparece como demasiado pesada lleva a estas personas a huir de cualquier vínculo mínimamente estable. Esta falta de confianza se ve intensificada por el temor a no cumplir las expectativas del otro. Y también por el miedo a que su pareja acabe dependiendo emocionalmente de ellos.
  • Miedo al rechazo y al abandono. En muchas ocasiones, a lo que se tiene miedo es al rechazo y al abandono. Cuando esta es la causa, y aunque parezca una triste ironía, es muy probable que, en realidad, la persona anhele desesperadamente la intimidad y la seguridad que ofrece una relación estable. Sin embargo, lo que hace es huir. Por un lado, por ese temor a ser rechazado. Por otro, por el miedo a que las consecuencias de una hipotética ruptura o abandono sean peores cuanto más tiempo y esfuerzo invierta en la pareja.
  • Poca tolerancia a la incertidumbre. El miedo a no poder controlar todos los factores de una relación y la inseguridad que genera el no saber qué va a pasar en el futuro puede llegar a bloquear a alguien que no se maneje bien en la incertidumbre y llevarle a encontrar en la ruptura la única vía de escape.

Qué puedo hacer

  • No salgas corriendo. El único modo de afrontar el miedo al compromiso es resistir el impulso de huir y quedarse en la relación. Antes de darte a la fuga, para y reflexiona sobre tus temores, tus preocupaciones y tus dudas. Identifica cuál es el origen y si están asociados realmente a tu pareja o si su origen está en tu miedo a apostar por la relación, en la necesidad de deshacerte del malestar que estás sintiendo o en el hecho de haber vivido otras experiencias traumáticas con parejas anteriores.
  • La comunicación es esencial. Tu pareja no es adivina ni puede leerte el pensamiento. Si no te sientes bien en la relación o tienes dudas, compártelo con ella. Y si necesitas tiempo para reflexionar házselo saber. Expresar cómo te sientes y compartir tus temores facilitará mucho las cosas.
  • Escribe y reflexiona. Este ejercicio puede ayudarte a tomar perspectiva. Coge un papel y haz tres columnas. En la primera escribe las cosas que temes que sucederán si te quedas en la relación. En la segunda, anota cuáles de esos miedos se han cumplido. Y en la tercera apunta qué cosas buenas y positivas te aporta tu relación.
  • Apostar por una relación no implica necesariamente que pases el resto de tu vida al lado de esa persona. Significa que el tiempo que estés con ella (sea el que sea) aprendas a confiar y puedas expresar y compartir tus sentimientos. Y si en algún momento optas por romper, que sea por una elección personal y voluntaria y no por miedo. Evidentemente, detrás de la palabra compromiso hay una intención de que el vínculo se mantenga en el tiempo. Sin embargo, siempre tendremos la libertad de decidir si seguir con esa persona o no.
Perder el miedo al compromiso pasa por aceptar que no hay relaciones perfectas.

Foto de Alexander McFeron en Unsplash

  • Practica la interdependencia. Recuerda que para que una relación sea sana debe satisfacer las necesidades de libertad, autonomía e independencia de cada miembro de la pareja. El compromiso no implica perder tu espacio personal ni tampoco la renuncia de la otra persona al suyo. Se trata de teneros en cuenta mutuamente y adaptar vuestros tiempos de modo que haya espacio para actividades individuales y en pareja.
  • Céntrate en el presente. Si estás planteándote todas las opciones que te perderás si decides apostar por una relación, recuerda que el ahora es todo lo que tienes. Esta es la auténtica realidad. Lo demás son solo expectativas.
  • Aprende a identificar el origen de tus preocupaciones. Empezar a vincular las emociones a los pensamientos y a las creencias que las generan y no a las situaciones es muy importante. Es diferente darme cuenta de que «me siento angustiada porque temo que o pienso que…» que dar por hecho que me siento angustiada a causa de la relación.
  • Deja de poner tu relación bajo el microscopio y amplía el foco. Si te pasas la vida buscando pruebas de que lo vuestro no funcionará es lógico que encuentres, no una, sino muchas pruebas. Todas las relaciones tienen pros y contras, pero si te acostumbras a poner el foco solo en los inconvenientes acabarás distorsionando tu mirada. Y llegará un momento en que no seas capaz de ver nada positivo en crear un vínculo a medio y largo plazo.
  • Olvídate del mito de la media naranja. Ninguna relación es perfecta ni vas a encajar al cien por cien con otra persona por mucho que busques tu pareja ideal. Los conflictos no solo son inevitables, sino que son necesarios para conocernos mejor. En las relaciones reales hay dificultades y también negociaciones; hay épocas más apasionadas y etapas más tranquilas… Si creo que en algún lugar del mundo hay una persona que encaje perfectamente conmigo y con quien viviré un cuento de hadas, lo único que alcanzaré será una eterna sensación de insatisfacción y amargura.
  • Pide ayuda profesional. En terapia aprenderás a identificar y a manejar esos miedos que están interfiriendo en tus relaciones. También a encontrar el equilibrio entre la vinculación con tu pareja y tu necesidad de espacio.
    (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)
Tener al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad 2121 1414 BELÉN PICADO

Todos somos, en general, bastante aficionados a idealizar. Y no solo a otras personas, sino también situaciones, creencias… En realidad, la idealización no es positiva ni negativa. Todo depende de la intensidad y de la frecuencia con que recurramos a ella. Es normal, por ejemplo, que un niño idealice a sus padres o a sus maestros. O que idealicemos a la persona con quien estamos empezando a salir (la idealización forma parte del proceso de enamorarse). El problema aparece cuando esa perfección que creemos ver en el otro nos deslumbra y no nos permite ver su cara B.

Cuando nos ponemos las gafas con cristales de color de rosa todo parece maravilloso. Pero lo cierto es que solo estamos viendo una imagen distorsionada e incompleta de la realidad. Necesitamos unas gafas sin filtros que nos permitan ver la paleta completa de colores, incluidos los grises y, a veces, también los negros.

Podríamos definir la idealización como un proceso por el que atribuimos a una persona, situación, etc. valores o cualidades que nosotros creemos no poseer o, al menos, no en la medida en que los proyectamos fuera. Nos enfocamos solo en lo positivo y si acaso llegamos a ver alguna sombra inmediatamente la apartamos de nuestra consciencia y la pasamos por alto o la justificamos. ¿Significa esto que el objeto idealizado no posee las características que vemos en él? No necesariamente. Claro que puede tenerlas, pero son solo una parte de un conjunto mucho más amplio. Además, en muchas ocasiones, esta visión irreal puede acabar convirtiéndose en una pesada carga para aquel a quien idealizamos y, en consecuencia, en un obstáculo para cualquier relación honesta y real.

La idealización como parte de nuestro proceso de desarrollo

Durante la infancia, es normal que el niño idealice a sus figuras de apego e incluso que les dote de poderes mágicos y los convierta en superhéroes. De hecho, uno de los aspectos centrales para un correcto desarrollo de la identidad adulta es el tener la posibilidad de poder elaborar e internalizar esas representaciones positivas tanto de lo materno como de lo paterno.

Lo adecuado sería aprender de nuestras primeras relaciones, generalmente con los padres, el significado de sentirnos queridos, cuidados, seguros y validados incondicionalmente. Pero, lamentablemente, no siempre es así. Cuando ese amor, esa seguridad o esa aprobación no existen o se ofrecen de manera condicional el niño necesita desarrollar mecanismos de protección que le ayuden a seguir adelante.

En el caso de la idealización, puede aparecer, por ejemplo, cuando el niño maltratado o abusado aprende a eludir los aspectos más negativos de la figura maltratadora o abusadora como un modo de mantener un vínculo que necesita para sobrevivir.

Muy posiblemente, en la edad adulta la persona recurrirá a este mecanismo de defensa para seguir buscando la seguridad, el reconocimiento y el amor que no tuvo. Por ejemplo, fantaseando cada vez que conoce a alguien con establecer una relación diferente a las que ha tenido en el pasado. Una relación en la que no le lastimen, ni le traicionen. Este podría ser el caso de Manuel, un chico con dificultades en el terreno de las relaciones personales. Cuando conoce a alguien que parece encajar con su ideal de amigo, automáticamente lo sube a un pedestal altísimo, ensalzando sus cualidades positivas e ignorando las que se alejan de ese ideal. Sin embargo, basta que su nuevo amigo cometa un solo fallo, por mínimo que sea, para que Manuel se sienta traicionado e, incapaz de lidiar con esta realidad, lo traslade directamente a su lista de enemigos.

Idealizar a las figuras de apego es parte del desarrollo del niño.

Imagen de wayhomestudio en Freepik

Un mecanismo de defensa que nos aleja de la realidad

Como hemos dicho al principio, todos idealizamos en algún momento, entre otras razones porque es un modo de mantener la esperanza en que las cosas irán bien. Y esto es positivo y adaptativo porque, si solo pensáramos en las dificultades que vamos a encontrar al iniciar una relación o al afrontar un nuevo proyecto, posiblemente ni lo intentaríamos.

Ahora bien, este proceso interno, en principio adaptativo, puede convertirse en un mecanismo de defensa rígido y automático.

Los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas inconscientes cuyo objetivo es ayudarnos a mantener nuestro equilibrio interior. Nos ayudan a defendernos de pensamientos y sentimientos negativos que pueden generarnos dolor y angustia y amenazar nuestra autoimagen. Serían algo así como esas aplicaciones que siguen ejecutándose en segundo plano en nuestro móvil y que van a agotando la batería sin que nos demos cuenta.

En el caso de la idealización, nuestro sistema busca ese equilibrio interno a costa de negar la realidad. Resaltamos lo bueno del objeto idealizado y lo rodeamos de un halo de perfección, a la vez que eliminamos cualquier defecto, fallo o cualidad negativa que nos estorbe en esta creación de nuestra idea perfecta.

Inconscientemente, nos alejamos de la angustia y del conflicto interno que supondría enfrentarnos con la imagen real y sin filtros. Siguiendo con el ejemplo de las aplicaciones del móvil, Imagina que tienes una de esas que ofrecen filtros super favorecedores. Una cosa es que te entretengas con ella de vez en cuando y otra, muy diferente, es que siga ejecutándose sin que tú seas consciente y modifique cualquier foto que recibas o quieras ver. Las imágenes serán fantásticas y preciosas, pero no estarás viendo la realidad sino un falso reflejo.

En su libro No soy yo, Anabel Gonzalez habla de la idealización como uno de nuestros sistemas de protección: «Idealizo. Me formo una imagen muy positiva de los demás, de mis capacidades para solucionar problemas o de cómo soy yo. Veo las cosas o la gente, o a mí mismo como me gustaría que fueran. Con determinadas figuras de mi vida se me hace difícil reconocer que puedan tener fallos o defectos. Soluciono la realidad cambiándola por mi propia versión. A veces vivo en mi propio planeta donde todo es como debe ser. En ese lugar habitan versiones de las personas, pero tal como querría que se comportaran conmigo. En ese planeta vive la familia que hubiera deseado tener, el trabajo de mis sueños, mi media naranja y los amigos de verdad. Me paso el día comparando la realidad con esta referencia».

¿Por qué colocamos a los otros en un pedestal?

Hay varias razones por las que idealizamos a otras personas, entre ellas:

  • Evitar la frustración y neutralizar nuestra angustia. Necesitamos pensar que aquel en quien depositamos nuestra confianza y a quien mostramos nuestra vulnerabilidad no nos va a decepcionar nunca, especialmente si no nos sentimos capacitados para afrontar determinadas situaciones. Si doy por hecho que alguien es tan maravilloso que nunca podría hacerme daño, me estoy protegiendo de un hipotético sufrimiento. A través de la idealización, estoy convirtiéndole en una figura protectora y atribuyéndole unas cualidades, a veces irreales, en las que apoyar mi esperanza de que todo irá bien.
  • Necesidad de protección. Hay personas que necesitan tener cerca figuras que consideran fuertes y poderosas, a quienes admirar y valorar. La atribución de esos poderes hace que se sientan protegidas. En este caso el objetivo de la idealización es asegurarnos de que hay alguien que va a poder ayudarnos cuando lo necesitemos. Esto nos permitirá sentirnos acompañados y seguros ya que, aunque nosotros no seamos fuertes, el otro sí lo es.
  • Mejorar nuestra autoestima. Si tengo baja autoestima, sobredimensionaré en los demás aquellas cualidades que siento que a mí me faltan. El peligro es que el hecho de considerar al otro perfecto e inalcanzable, mientras yo me siento inferior, puede acabar derivando en relaciones de dependencia y en comportamientos sumisos y complacientes.
  • Búsqueda de la perfección. Para quienes son muy perfeccionistas no hay escala de grises, todo es blanco o negro. Y las personas, igualmente, se dividen entre fantásticas u horribles. Así que, para poder relacionarse, necesitan recurrir a la idealización, ensalzando virtudes y negando cualidades que no cuadren con su sistema de valores.
  • Proyectar en el otro esa imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos y que sentimos que no podemos alcanzar. Esta visión tiene que ver con todo lo que queremos ser y con cómo queremos que nos vean. Ocurre, por ejemplo, cuando convertimos en poco menos que dioses a personas de carne y hueso que han destacado por algún motivo, ya sean cantantes, políticos, futbolistas, influencers y personajes famosos en general.
  • Intentar que otros cubran nuestras propias carencias. Imaginaos a una madre que lleva a su hijo a terapia y aprovecha cualquier ocasión para resaltar la profesionalidad y alabar los conocimientos del psicólogo, pidiéndole consejo continuamente en cada paso que da respecto a la crianza de su hijo. Al idealizar al terapeuta, lo que esta mujer está haciendo inconscientemente es buscar una solución a través del trabajo casi exclusivo del profesional, depositando en él cualquier responsabilidad y eludiendo la que ella tiene como madre.

Cuando idealizamos al otro proyectamos en él la imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos.

Idealización y narcisismo

La idealización está estrechamente ligada al narcisismo, tanto al propio como al de los demás.

El narcisista se identifica con una visión idealizada de sí mismo porque la imagen que tiene de su yo real le resulta inaceptable. Sin embargo, para mantener esta aparente perfección necesita un público que lo admire y alimente su ilusión de grandeza. El modo de conseguir esto es, unas veces, subirse al trono de la superioridad, haciendo sentir al otro afortunado por haberse fijado en él. Y otras, disfrazar ese narcisismo de vulnerabilidad despertando en la persona elegida la necesidad de cuidarle y rescatarle.

A su vez, lo que buscan a menudo quienes idealizan a este tipo de personas es identificarse con lo que esta figura supone para ellos. Si tú, que eres especial y único, te fijas en mí, de algún modo yo también seré especial y único.

Ahora bien, el peligro de adorar a un narcisista es que en cualquier momento podemos pasar de ser los elegidos a ser unos ‘apestados’. Entre frases como «Eres perfecto» o «Eres la mujer de mi vida» y «Eres despreciable» hay una línea finísima. Un narcisista seductor capaz de convertirte en la persona más especial del mundo, también te hará sentir la más insignificante cuando se canse de ti.

Algo parecido ocurre en familias con progenitores narcisistas en las que se otorga a uno de los hijos el papel de favorito o ‘niño dorado’. Este hijo, idealizado por el padre o la madre narcisista, cumple todo lo que se le pide, mostrando obediencia ciega y a la vez aislándose de los demás miembros de la familia, que lo ven como el niñito mimado. Sin embargo, también lleva una pesada carga sobre sus espaldas, ya que el más mínimo fracaso, decepción o cualquier ápice de pensamiento crítico harán que pase de ser el preferido a convertirse en chivo expiatorio.

El alto precio de idealizar a los demás

Convertir a los demás en modelos de perfección puede traernos algunas consecuencias no deseadas. Vamos a ver algunas:

  • De la idealización a la devaluación. Como nadie es perfecto y antes o después todos cometemos errores, cuando la venda se nos caiga de los ojos hay bastantes probabilidades de que pasemos de la idealización a la decepción, la frustración e, incluso, a la sensación de sentirnos traicionados. María puso a Beatriz la etiqueta de «la más amable y generosa» desde que le echó una mano con una tarea en el trabajo. Pero todo cambió cuando volvió a pedirle ayuda y Beatriz le explicó que esta vez no podía sentarse con ella porque tenía algunos encargos que terminar. Automáticamente, María pasó de adorarla a odiarla y a considerarla la peor compañera del mundo.
  • Vivir en una falsa realidad. Siguiendo con el ejemplo anterior, también puede ocurrir lo contrario. Para poder salvaguardar su equilibrio psicológico, María necesita mantener a toda costa las creencias que ha desarrollado sobre Beatriz. Así que, da igual que esta le hable mal, la ningunee o se las ingenie para endosarle siempre los encargos más complicados. María lo justificará todo, ignorará las pruebas y la información que contradigan «su» realidad y buscará activamente aquello que apoye su creencia distorsionada.
  • Desplazar hacia otras personas emociones desagradables que no nos permitimos sentir por la figura idealizada. El padre de Rosa la abandonó cuando era muy pequeña. Ella, incapaz de admitir el dolor que ese comportamiento le había causado, idealizó la figura paterna hasta el punto de crear en su mente todo tipo de justificaciones a aquella conducta. Sin embargo, lo que había detrás era mucha rabia y desconfianza, algo de lo que no era consciente. Esta hostilidad que en realidad sentía hacia su padre la descargaba sobre los hombres que conocía. En respuesta a ello, sus parejas siempre acababan dejándola y ella, incapaz de ver la realidad, insistía en que su ira estaba más que justificada por el hecho de que ellos siempre la dejaban.
  • Evitar emociones como la culpa y la vergüenza. Algo similar a lo anterior ocurre con la culpa y la vergüenza, que también se ocultan detrás de la idealización. Mi madre no me protegió del maltrato de mi padre ni estuvo disponible emocionalmente para mí cuando la necesité. Pero odiarla o sentir rabia hacia ella me produce mucha culpa y vergüenza. Así que encuentro en la idealización el modo de neutralizar, o al menos suavizar, esas emociones tan desestabilizadoras. A fuerza de enfocarme en las cualidades positivas de mi madre y ensalzarlas, transformaré su figura en objeto de idealización en vez de en blanco de desprecio y de reproches. En pocas palabras, ocultaré sus defectos y carencias para poder quererla. Pero lo cierto es que esos sentimientos siguen ahí y por mucho que se oculten acabarán pasando factura. ¿Cómo? Generando malestar, somatizaciones o psicopatologías, como depresión, ansiedad, etc.

No solo convertimos a las personas en modelos de perfección

La idealización puede tener lugar en el ámbito de la pareja, de la amistad, la familia, las relaciones laborales o en otros entornos donde haya implicado algún tipo de vínculo. Sin embargo, también se produce más allá de las relaciones personales. Idealizamos animales, objetos, lugares, ideologías o momentos en los que depositamos o hemos depositado nuestras vinculaciones afectivas.

En la costumbre de idealizar el pasado, por ejemplo, hay cierto sesgo cognitivo. Como cuenta Francisco J. Rubia en su libro El cerebro nos engaña, «cuando una persona intenta recordar un hecho del pasado, muy a menudo el recuerdo está formado e influenciado por la «actitud» hacia lo ocurrido. Es decir, que las expectativas y deseos de esa persona de lo que debería haber ocurrido tienen mucha más importancia que lo que ocurrió en realidad. (…) En este proceso de reconstrucción, llenamos huecos, redondeamos aristas y hacemos lógico lo que no lo es».

En cuanto a la idealización de sistemas de creencias e ideologías, el filósofo colombiano Estanislao Zuleta habla de «demanda y oferta de idealización» en su ensayo Sobre la idealización en la vida personal y colectiva. Detrás de la demanda o, lo que es lo mismo, de la búsqueda de ser idealizado, puede ocultarse la necesidad de exteriorizar una convicción y que los demás la compartan con el mismo entusiasmo. En el caso de la «oferta de idealización», proyectamos en un grupo, una persona o una ideología un «yo ideal del cual se espera una protección absoluta, una identidad garantizada, y una respuesta a todos los interrogantes» para los que nosotros no hemos encontrado respuesta.

Idealizamos el pasado cuando solo somos capaces de ver lo positivo y olvidamos lo negativo.

Cómo puede ayudar la terapia

En caso de que tu tendencia a la idealización esté causándote demasiados problemas, no dudes en buscar apoyo profesional. La terapia te ayudará a:

  • Identificar esos mecanismos que están conduciéndote a relaciones idealizadas e irreales.
  • Localizar creencias irracionales que te llevan a buscar la perfección en ti y en los demás.
  • Comprender que es posible experimentar un sentimiento hacia otra persona y también el contrario.
  • Acoger y validar cada una de tus emociones (por ‘feas’ o desagradables que te parezcan), en vez de reprimirlas y acabar haciéndote daño o haciéndoselo a los demás.
  • Trabajar en tu autoestima. Así no dependerás de la aceptación de los otros o de que te cuiden o cubran tus carencias.
  • Repasar tu historia de vida y entender dónde y cómo aprendiste a recurrir al mecanismo de la idealización.

(Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

La triangulación narcisista es una técnica de manipulación tan sutil como cruel.

Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel

Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel 1920 1280 BELÉN PICADO

Es obvio que a nadie le gusta que le manipulen. Sin embargo, hay tácticas tan sutiles que resulta muy difícil darse cuenta. Una de ellas es la triangulación narcisista y se da en todo tipo de entornos: pareja, familia, ámbito laboral, círculo de amistades… Si tu pareja te compara a todas horas con su ex, si un amigo está hablando mal de ti a tus espaldas con el objetivo de excluirte del grupo, si tu madre te llama cada día para criticar a tu padre o te recuerda siempre que el hijo de la vecina es mucho más inteligente que tú… estás siendo participante involuntario de un ‘juego’ muy tóxico. Deshacer este triángulo y, lo que es más importante, no llegar a ser uno de sus vértices, pasa por conocer cómo funciona.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

La triangulación es un proceso relacional que se produce cuando una persona que está en conflicto con otra involucra a un tercero para conseguir mayor respaldo o disminuir su propio malestar. Se trata de una forma, indirecta y muy sutil, de maltrato y abuso psicológico cuyo objetivo es generar confusión y desestabilizar a alguien recurriendo a terceras personas. Un ejemplo lo tenemos en familias cuyos progenitores están enfrentados y buscan el respaldo de sus hijos tratando de ponerlos en contra del otro. O utilizándolos para transmitirse mensajes sin tener que hablar entre ellos directamente. En estos casos en los que se involucra a menores el efecto puede ser devastador.

También existe triangulación cuando dos o más amigos discuten y buscan a un tercero que ejerza de árbitro. Incluso puede que ni siquiera sea necesaria la presencia de un colaborador. Este es el caso de la madre que, en vez de expresar directamente su enfado con un hijo, le amenaza utilizando al otro progenitor («¡Ya verás cuando se lo diga a tu padre!«).

¿Triangulación o desahogo?

No siempre que recurrimos a un tercero, para desahogarnos o para que nos dé otra perspectiva respecto a una disputa que tengamos con alguien, estamos manipulándolo. La clave está en si somos o no capaces de resolver ese problema con quien lo tenemos de forma abierta y asertiva y también en si lo que estamos buscando es controlar la situación y a la persona con quien estamos en conflicto. Si alguien utiliza la comunicación como una forma de controlar, engañar y manipular, no hay duda. Hay triangulación.

Por ejemplo, imagina que tienes problemas con tu pareja. Estás recurriendo a la triangulación cuando, en lugar de hablar directamente con ella y contribuir a reparar cualquier desconexión emocional entre vosotros, utilizas a alguien más para tu propio beneficio personal. Al hacer intervenir a un tercero, no solo estás eludiendo tu responsabilidad en ese desencuentro. También estás pasando por alto las consecuencias de tus acciones y olvidándote de cómo tu comportamiento va a afectar a tu pareja.

En la triangulación narcisista, el manipulador utiliza la comunicación como una forma de controlar, engañar y manipular.

Los vértices del triángulo

En la triangulación siempre hay tres componentes.

El manipulador o triangulador

Es la persona que despliega el comportamiento tóxico y que, percibiéndose ella misma parte perjudicada de la situación, se atribuye el derecho de acudir a un tercero para malmeter contra la auténtica víctima. Podríamos establecer dos tipos de manipuladores: los que utilizan la triangulación de forma inconsciente, siguiendo un impulso y sin tener un plan previamente trazado, y los que tienen clarísimos los pasos que está dando para aislar, desvalorizar y controlar a su víctima. En cuanto al estilo de comunicación que utilizan en ambos casos, puede ser agresivo o pasivo-agresivo.

Aunque cualquiera puede caer en la tentación de recurrir a un tercero para malmeter contra alguien, es mucho más común en personas con rasgos psicópatas y/o narcisistas y con un bajo nivel de tolerancia a la frustración. Además, quien utiliza la triangulación no lo hace de forma puntual. Tiende a recurrir a ella frecuentemente, con más de una persona y en diferentes contextos (familiar, laboral, pareja, amistades…). Asimismo, son más propensas a valerse de ese tipo de manipulación las personas con un bajo grado de diferenciación. En cuanto a su gestión emocional, como no es capaz de responsabilizarse de sus propias acciones y emociones las proyecta en la víctima, argumentando ante el tercero que él solo está defendiéndose.

Quien pone en marcha esta estrategia busca, básicamente:

  • Que alguien refuerce y apoye su punto de vista (en muchas ocasiones debido a la falta de confianza sí mismo).
  • Eludir y desviar un conflicto, que no sabe cómo manejar, utilizando a otra persona.
  • Obtener apoyo y aprovecharlo para demostrar que tiene la razón y que su propio punto de vista es el único válido.
  • Asegurarse el control de la situación intentando ‘dirigir’ la emoción de alguien contra la persona con quien tiene el conflicto.
  • Desvalorizar a la víctima, debilitarla, descalificarla y minar su capacidad de respuesta. Y así asegurarse de que no tenga fortaleza suficiente como para enfrentarse a él.

Aunque en algún momento pueda llegar a parecer que el objetivo de quien malmete es solucionar un conflicto, nada más lejos de la realidad. Los desacuerdos que no se exponen y se discuten abiertamente entre las partes implicadas no se pueden resolver, así que lo que busca de verdad el manipulador es asegurarse el control de la situación y de los otros dos vértices del triángulo.

El tercero o colaborador

Es la figura que introduce el manipulador en el triángulo para ponerla de su lado y en contra de la víctima. Por lo general, no se percata de que la están utilizando y a menudo acaba convirtiéndose en aliada involuntaria. En función de lo creíble y vehemente que resulte el triangulador, es fácil que esta tercera persona acabe viéndolo como el perjudicado, implicándose en un problema que no va con ella y contribuyendo, directa o indirectamente, a aumentar la vulnerabilidad de la auténtica víctima.

A veces, quien adopta este rol es alguien cercano al manipulador y que quiere ganarse su aprobación y su atención. Esto facilita que caiga en el juego sin oponer mucha resistencia y sin llegar a detectar posibles incongruencias o actitudes tóxicas. En otras ocasiones, el tercero ni siquiera es real. Alguien con rasgos narcisistas, por ejemplo, puede inventarse una tercera persona y utilizarla para desvalorizar a su pareja y erosionar su autoestima.

La víctima

Estoy siendo víctima de triangulación narcisista cuando mi pareja me compara con su ex. Pero también puedo serlo después de romper la relación cuando, de repente, se muestra encantado o encantada con una nueva conquista, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está y se las ingenia para hacerme saber, sutil o descaradamente, que esta nueva persona tiene todo lo que a mí me falta. Igualmente es víctima de triangulación el niño o adolescente que es utilizado como ‘arma arrojadiza’ por unos progenitores que no son capaces de hablar entre ellos y solucionar sus conflictos.

Cuando hay un vínculo emocional con el manipulador es habitual que la víctima no se percate de lo que está ocurriendo y acabe experimentando un profundo sentimiento de culpa. Si la situación se prolonga en el tiempo, las consecuencias, además, pueden llegar a ser muy dañinas: aislamiento, inseguridad, deterioro de la autoestima, depresión, ansiedad, dependencia emocional, etc.

Ahora bien, es importante comprender que en cualquier dinámica relacional cada integrante tiene parte de responsabilidad. En la triangulación, la víctima se convierte de algún modo en ‘cómplice’ de la manipulación cuando asume un rol pasivo y sumiso, creyendo que así evitará problemas mayores. Por supuesto, esto no significa que tenga la culpa de lo que está ocurriendo, ni mucho menos. Lo que ocurre es que algunos mecanismos psicológicos que ponemos en marcha de forma automática e inconsciente facilitan que nos situemos en este vértice del triángulo. Por eso es tan importante aprender a detectar cualquier tipo de manipulación como llegar conocernos bien a nosotros mismos.

Triangulación narcisista en el trabao.

De manipulador a víctima y de tercero a manipulador

Una de las características de la triangulación es que, en ocasiones, los roles se diluyen e intercambian. Si me doy cuenta de que alguien está malmetiendo contra mí, puedo buscar a otra u otras personas que se pongan de mi lado. Así podré hacer equipo contra el manipulador. En este caso, este pasaría a convertirse en víctima y viceversa.

Puede suceder que la tercera persona no solo tome partido por el  triangulador, sino que se tome tan en serio su papel que termine convirtiéndose en manipuladora. Por otra parte, el tercero también puede considerarse víctima en el sentido de que igualmente está siendo utilizado. Es más, posiblemente, una vez que cumpla su función el manipulador no querrá saber más de él.

Comparar, reclutar, difamar y generar desconfianza

Conocer las tácticas que utilizan los trianguladores nos ayudará a no caer en su trampa:

  • Generar celos en la víctima. Esta estrategia es una de las preferidas de los narcisistas en sus relaciones sentimentales y a menudo se suma a otras utilizadas dentro del abuso psicológico conocido como luz de gas. Puede empezar con comentarios esporádicos y aparentemente casuales que poco a poco irán siendo más frecuentes, alabando a su ex o a otra mujer. Por ejemplo, Antonio empieza a flirtear con alguien y cuando Teresa, su pareja, se lo reprocha, él lo niega o le hace ver que son imaginaciones suyas y está exagerando. De este modo, Teresa se obsesionará más y Antonio tendrá la excusa perfecta para adoptar él mismo el papel de víctima. Incluso puede recurrir a una segunda triangulación si luego, además, busca a otra persona para quejarse de lo mal que se lo está haciendo pasar Teresa y de cómo lo está agobiando.
  • Comparación. Comparar a la víctima, de forma implícita o explícita, con otra persona o personas. Esto puede llevarse a cabo, bien dirigiéndose directamente a quien se quiere controlar, o bien indirectamente, hablando de ella a un tercero. En cualquier caso, la que sale peor parada en esta comparación es la víctima, que siempre resultará ser menos atractiva, interesante, inteligente…
  • Reclutamiento. Atraer aliados que se pongan de parte del manipulador, defiendan su versión de los hechos y lo ayuden a aislar a la víctima. Es el caso de padres y madres en conflicto que buscan atraer hacia su ‘bando’ a los hijos contando solo su versión de los hechos. ¿El objetivo? Recabar apoyos y aumentar las posibilidades de que el otro progenitor quede aislado o sea visto como el ‘malo de la película’.
  • Difamación. Haciendo uso de un engaño, más o menos elaborado, el triangulador busca perjudicar a la víctima exagerando la realidad o inventando mentiras sobre los hechos en los que basa su ‘ataque’. De este modo, la persona contra la que está malmetiendo aparece como alguien despreciable y así resulta más fácil que se la rechace. Puede ocurrir que la víctima logre romper con su pareja narcisista y esta recurra a la difamación en un intento de vengarse y aislarla.

La triangulación es una estrategia de manipulación muy utilizada por personas con rasgos narcisistas.

Cómo salir del triángulo o, mejor, cómo no entrar en él

A continuación, os doy algunas pautas para no caer en esta dinámica tan tóxica.

  • Practica la asertividad. A veces, evidenciar y denunciar una estrategia manipuladora como la triangulación no es fácil. Sobre todo, cuando parece que eres tú el único o la única que lo ve o no te sientes cómodo/a manteniendo determinadas conversaciones. En cualquiera de estos casos, la asertividad te ayudará a exponer lo que deseas. Piensa bien lo que quieres decir y exprésate en un tono respetuoso en todo momento.
  • Aprende a poner límites. Establecer límites saludables en las relaciones y asegurarse de que se respetan también es útil para prevenir y, si llega el caso, abordar una triangulación. Es más, basta con que una de las partes establezca dichos límites para poner fin al juego (o para que este ni siquiera empiece).
  • Recuerda que no necesitas competir por el amor de nadie. Si tu pareja, un amigo o un familiar recurre a la triangulación para compararte con una tercera persona o para hacerte ver que eres prescindible recuerda que nadie que te respete y te quiera de forma sana va a desear que compitas por su amor o su atención. El valor de cada uno de nosotros es independiente de lo que otros quieran hacernos ver. Hasta que no tomes conciencia de esto, seguirás comparándote con los demás y antes o después volverás a caer en las redes de otros manipuladores.
  • Aléjate. Si ves que no funciona poner límites o adoptar un estilo de comunicación asertivo, es posible que te toque poner distancia. Hay veces en que las relaciones se vuelven demasiado tóxicas y el único modo de salvaguardar nuestra salud mental y emocional es alejarnos y cortar la relación que nos está dañando.
  • Pide ayuda. En ocasiones, poner distancia no es suficiente y necesitamos emprender un profundo trabajo psicológico para tomar plena conciencia del abuso en el que nos hemos visto inmersos, eliminar las creencias desadaptativas que hayan podido quedarse ancladas dentro de nosotros y recuperar nuestra autoestima. Un proceso terapéutico te ayudará a conocerte mejor. Si detectas patrones psicológicos internos que pueden haber facilitado la triangulación, podrás cambiarlos e impedir que vuelvan a tomar el control de tu vida o tus emociones. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)
  • Reflexiona sobre tu forma de comunicarte. En el caso de que observes que eres tú quien suele iniciar este comportamiento, reflexiona dónde has aprendido a recurrir a este estilo de comunicación. ¿Hasta qué punto te es útil? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar por salirte con la tuya? Si realmente crees que tienes razón y que la otra persona no ha actuado correctamente, házselo saber. Pero hazlo de forma directa y no te escudes en terceras personas. Verás que los beneficios son mucho mayores cuando te responsabilizas de tus pensamientos y emociones y los expresas abiertamente sin ayuda de terceros, de forma asertiva y empática.
Liberarse del victimismo y la queja constante es posible

La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante

La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante 1297 809 BELÉN PICADO

En el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, conocíamos los factores que hay en la base de este comportamiento y algunas de sus características para aprender a identificarlo, tanto en nosotros como en otras personas. Así que en esta ocasión vamos a ver cómo salir de una actitud tan dañina y también cómo aprender a relacionarnos con personas que viven en una queja constante.

Porque, si seguimos encadenados a ese rol de víctima, el precio que pagaremos será muy alto. Sí, es posible que a corto plazo obtengamos ciertos beneficios a través de la queja y el lamento y consigamos la atención y el afecto que buscamos. Pero también tenemos que saber que acomodarse en esta actitud acabará paralizándonos y trayéndonos consecuencias muy negativas:

  • Aislamiento social. Por mucho que nos quieran, las personas que hay a nuestro alrededor se agotarán con nuestras exigencias, nuestra hostilidad y nuestros lamentos. Y al final acabarán alejándose, bien porque les echemos o bien porque se sientan manipuladas o se cansen de intentarlo todo para ayudarnos y nosotros no hagamos nada para mejorar nuestra situación.
  • Insatisfacción. Como no estamos acostumbrados a afrontar nuestros propios problemas o a buscar alternativas, viviremos permanentemente atascados en la frustración y la decepción, esperando que alguien venga a sacarnos de ahí.
  • Inestabilidad emocional. La falta de autocrítica, no querer ver la realidad o rechazar emociones que, aunque desagradables, son necesarias (enfado, tristeza, miedo…) impedirán que podamos conseguir una adecuada regulación emocional.
  • Abuso emocional. Si seguimos sin respetar los límites de los demás y exigiendo que se hagan cargo de nuestras carencias, acabaremos convirtiéndonos en personas tóxicas que solo saben comunicarse a través de la queja y la manipulación.
  • Inmovilidad. Cuando no hacemos otra cosa que quejarnos, sin hacer nada para cambiar nuestra situación, dejamos de avanzar y de crecer como personas. Y, desde esta inmovilidad, renunciamos además a la posibilidad de elegir la vida que queremos llevar, de convertirnos en la persona que deseamos ser.
  • Resentimiento. En muchos casos, la persona que cae en el victimismo crónico termina alimentando sentimientos como el odio o el rencor, que pueden desembocar en un victimismo agresivo. Es el caso de quien no se limita a lamentarse o a quejarse, sino que ataca a los demás, mostrándose intolerante e intransigente.

Escapar del victimismo y dejar atrás la queja constante

Qué puedo hacer para escapar del victimismo crónico y la queja constante

Si has sido capaz de verte reflejado o reflejada en alguna de las características que enumeré en el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, enhorabuena. Acabas de dar el primer paso y, quizás, el más difícil: tomar conciencia. Aquí tienes algunas pautas para salir del «modo queja»:

  • Identifica tus necesidades. Para un momento e indaga en los posibles motivos que te han llevado a acomodarte en el rol de víctima. ¿Qué necesidades no satisfechas hay detrás de la queja y el lamento? ¿Necesito ser escuchada? ¿Quiero sentirme querido? ¿Busco que me presten atención? Te ayudará responderte a estas preguntas porque cuando nos damos cuenta de lo que queremos realmente, es más fácil expresarlo y pedirlo de forma abierta (en vez de hacerlo desde una posición manipuladora o victimista).
  • Mejora tus habilidades comunicativas. Practica la comunicación asertiva, aprende a expresar lo que quieres de forma más abierta y evita convertirte siempre en el protagonista de cualquier conversación. Y, por supuesto, dale un lugar importante a la escucha activa (del mismo modo que tú quieres desahogarte, los demás también lo necesitan). Todo esto va a suponer un esfuerzo extra, pero verás como el resultado merece la pena.
  • Detecta esos pensamientos que están fomentando el victimismo. Afirmaciones como «La vida no es justa conmigo», «Todo lo malo me pasa a mí» o «No le importo a nadie» son creencias irracionales y distorsiones cognitivas basadas en sobregeneralizaciones, pensamientos catastrofistas o predicciones sin una base realista. Esas ideas irracionales son las que a menudo acaban determinando nuestras emociones y decisiones y mediatizando nuestra relación con el mundo y con los problemas que van surgiendo. Para cambiar nuestro modo de interpretar esos pensamientos, antes tenemos que tomar conciencia de ellos y comprender cómo influyen en nuestros estados emocionales.
  • Presta atención a tu lenguaje. Las palabras pueden cambiar mucho el modo en que interpretamos la realidad. Olvídate de aquellas que implican obligación, como «tienes que…» o «deberías». Al fin y al cabo, nadie está obligado a satisfacer nuestras necesidades. Trata también de evitar términos categóricos o absolutos como «todos», «nadie», «nunca» o «siempre». Verlo todo en blanco y negro te llevará a tener una visión muy limitada de una realidad que está llena de colores y matices.
  • Reconcíliate con tus emociones. Esto implica aprender a reconocerlas y a expresarlas adecuadamente. En gran parte, la actitud victimista es el resultado de la incapacidad de aceptar emociones que pueden ser desagradables, pero también necesarias. Es el caso del enfado, la tristeza o el miedo. Igualmente necesario es mejorar nuestro vocabulario emocional. Los seres humanos somos capaces de experimentar más de cien estados emocionales y cuantos más podamos identificar, mejor podremos regularlos. Por ejemplo, en vez de limitarte al «Estoy mal», intenta ir un poco más allá: ¿Qué tipo de malestar es? ¿Decepción, enfado, tristeza, frustración, humillación…?

  • Entrena tu tolerancia a la frustración. Si consigues sostener la frustración que conlleva el fracaso te darás cuenta de que el hecho de no conseguir algo concreto no significa que seas un fracasado o seas menos valioso como persona. Cuando aprendas a relativizar y aceptes que, a veces, las cosas no salen como esperas, ya no necesitarás recurrir a la queja constante como mecanismo de defensa.
  • Busca la excepción. Al sobregeneralizar, la persona victimista da por hecho que absolutamente todo lo que le rodea es territorio enemigo. Para empezar a desmontar esta idea irracional, prueba  a hacer un análisis de la realidad que te rodea. ¿De verdad es todo tan malo o, quizás, haya algo mínimamente positivo por pequeño que sea? ¿Absolutamente todo el mundo está contra ti? ¿No hay ni una sola persona que no sea tu enemiga?
  • Un día sin quejas. Prueba a estar un día sin quejarte y observa cómo te sientes al final de la jornada. Quizás así te des cuenta de que tu sufrimiento no es tan grande como has percibido hasta ahora. En su libro Un mundo sin quejas, Will Bowen propone el reto de estar 21 día sin lamentarse. Su objetivo no es tanto dejar de quejarse por completo, como hacernos conscientes de las veces que lo hacemos y entender las consecuencias de vivir instalados en esta actitud.
  • Responsabilízate de tu vida. En vez de culpar a la mala suerte o a quienes te rodean de tus desgracias, aprende a aceptar que a veces las cosas simplemente no salen como queremos. Nadie tiene la culpa de que tengamos un mal día, pero sí soy responsable de mi actitud a la hora de afrontarlo. Otra forma de hacernos cargo de nuestra propia vida es comprender que el hecho de haber vivido en la infancia situaciones complicadas no justifica que sigamos instalados en el rol de víctima, amparándonos en lo injusta que ha sido la vida con nosotros. Como adultos, somos los únicos responsables de nuestras emociones, actitudes y comportamientos.
  • Aprende a diferenciar autocompasión de victimismo. Ser compasivo conmigo mismo y acoger mi dolor implica también hacerme cargo del mismo sin buscar responsables externos o culpables, al contrario de lo que ocurre si me quedo en el rol de víctima. La autocompasión es un acto de autocuidado que implica ser capaz de reconocerme, aceptarme y sostenerme en mis momentos de vulnerabilidad. El victimismo, por el contrario, es una forma de hacernos daño a nosotros mismos y a quienes nos rodean desde la negatividad y, en muchos casos, desde la hostilidad.
  • Pide ayuda. Si ves que tú solo/a no puedes salir de este lugar y que tu actitud está afectando a alguna parcela importante de tu vida, no dudes en buscar ayuda profesional. Iniciar un proceso terapéutico te ayudará a cambiar una posición pasiva y pesimista por una actitud activa y responsable que mejorará tu salud mental y emocional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)

¿Cómo me relaciono con una persona victimista sin caer en el síndrome del salvador?

Relacionarse con una persona que vive instalada en la queja constante no es tarea fácil, sobre todo para quienes están acostumbrados a funcionar desde el rol de salvador.

  • Ofrécele tu apoyo, pero sin asumir responsabilidades que no son tuyas. Valora hasta qué punto se trata de algo para lo que necesita ayuda o puede hacerlo por sí mismo. «Estoy aquí, te apoyo, pero no voy a hacerlo por ti. ¿Quieres que hablemos sobre cómo puedes solucionarlo?». Si nos dejamos llevar por el síndrome del salvador, no ayudaremos sino todo lo contrario. Resolver los problemas del otro impide que crezca como persona y le deja sin herramientas para afrontar los retos que vaya encontrando en su camino.
  • Conviértete en un experto en asertividad. Expresa cómo te sientes desde la honestidad. Y si hay algo que te molesta de su comportamiento, expónselo asumiendo que es posible que no obtengas la respuesta que te gustaría. De este modo, podrás salir indemne de su comunicación pasivo-agresiva. Por ejemplo, si alguien se enfada con nosotros porque esperaba que estuviésemos más pendientes de él, respetaremos su enfado y le ofreceremos hablar sobre cómo se siente, pero sin insistir demasiado. Dejaremos que sea él quien dé el primer paso y una vez que lo haya hecho, le escucharemos, pero también expresaremos nuestro punto de vista. Se trata de generar una relación de igual a igual, en lugar de una de cuidador y cuidado.
  • Evita ponerte en modo anti-víctima. Con frases como «Siempre se está haciendo la víctima» o «Me niego a tratar con quejicas» te estás poniendo en una posición de superioridad injusta y que no va a solucionar nada. Escucharle o validar lo que siente, no implica darle la razón si no la tiene. Además, aunque algunas de sus creencias sean irracionales, sus emociones son reales.
  • Favorece que pase de la pasividad a la acción. Anímale a que piense qué puede hacer para afrontar alguna situación o problema o para lograr un objetivo determinado. Incluso podéis pensar juntos en estrategias que han utilizado personas que se han enfrentado a lo mismo y han tenido éxito.
  • Refuerza sus logros. Valida sus esfuerzos independientemente de los resultados y felicítale por cada paso que da o cada obstáculo que supere. Eso sí, reforzando la necesidad de que se responsabilice de sus tareas.
  • Sé honesto contigo mismo/a. Si estás en una relación con una persona que recurre siempre al victimismo para obtener lo que desea, empieza por preguntarte y reflexionar acerca de vuestra forma de relacionaros y de tu parte de responsabilidad. ¿Es posible que algunas de tus conductas o actitudes estén fomentando y reforzando su comportamiento?
  • Establece límites. Si nada de lo que haces funciona y sientes que cada vez te está exigiendo más, si te sientes manipulado o te hacen sentirte culpable, toma distancia. Alejarte cuando ves que el otro no sale de su posición pasiva y victimista es una forma de cuidarte y no te convierte en mala persona.

Relacionarse con alquien que vive en la queja constante no es fácil.

Una última recomendación: «El circo de las mariposas»

«No puedo hacerlo» es una de las frases de cabecera de una persona que se ha dejado atrapar por el victimismo. Y justo lo que hace el cortometraje que os recomiendo es desmontar esa creencia que a veces asumimos como parte de nuestra identidad, cuando, en realidad, es un patrón aprendido. Y, por tanto, puede ‘desaprenderse’. En El circo de las mariposas, corto dirigido por Joshua Weigel, se muestra cómo funciona el victimismo y también cómo acabar con él.

Al principio de la historia, Will (Nick Vujicic), un hombre sin brazos ni piernas se muestra incapaz de aceptar su situación y de ver más allá de sus limitaciones, llegándose a definir como «un inútil». Esta creencia limitante se ve reforzada por quienes le rodean, que solo prestan atención a su discapacidad. Pero, por suerte, aparecerá en su vida el dueño de un circo (Eduardo Verastegui), que le ayudará a ver que, además de limitaciones, también tiene fortalezas. Will tendrá que hacerse responsable de su actitud y dejar a un lado su posición pasiva para centrarse en lo que sí puede hacer.

Es muy cierto que los traumas nos influyen, pero no tienen por qué definir quiénes somos. Haber vivido una situación dolorosa no significa que tengamos que convertir el rol de víctima en parte de nuestra identidad. Es más, podemos crecer a partir del trauma, convertirnos en mejores personas e incluso aprovechar esas experiencias para ayudar a otros que pasan por situaciones similares.

Cómo saber si he caído en la trampa del victimismo

La trampa del victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista

La trampa del victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista 1920 1280 BELÉN PICADO

Todos nos hemos quejado de algo en algún momento. De hecho, la queja puede servirnos como válvula de escape y vía de desahogo en ciertas situaciones. Además, es una forma de expresar cómo nos sentimos, de liberar tensiones o de pedir apoyo. El identificar lo que va mal, nos moviliza hacia el cambio y nos lleva a poner en funcionamiento las habilidades o recursos necesarios para solucionar el problema o lo que nos disgusta. Eso sí, siempre que recurramos a ella de modo puntual. Porque cuando nos quedamos anclados en ese lugar y empezamos a relacionarnos con el mundo desde ahí, este recurso, en principio adaptativo, se convierte en un victimismo crónico, disfuncional y desadaptativo.

Lo primero que debemos tener muy claro es que caer en el victimismo no es sinónimo de ser víctima. Siempre hay días para olvidar y experiencias vitales tan dolorosas que no hay actitud positiva que pueda suavizarlas. Pero es un error recurrir a esta actitud derrotista e inmovilizadora como estrategia principal de afrontamiento.

Por otra parte y frente a lo que pueda parecer, el sufrimiento y la angustia de quien vive en la queja constante o el victimismo es real. Lo que pasa es que estas personas están tan ancladas a la sensación de impotencia que tienen muy poca, o ninguna, conciencia del daño que se están haciendo y no son capaces de ver que solo ellas tienen el poder de cambiar su situación.

Como el tema da para mucho, en este artículo veremos los factores que influyen a la hora de desarrollar una actitud victimista ante la vida y las principales características de una persona con este perfil. Para saber cómo escapar de la trampa del victimismo y cómo relacionarnos con alguien que vive instalado en la queja permanente os invito a leer, en este mismo blog, el artículo La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante.

¿Qué lleva a una persona a verse como una víctima perpetua?

Si buscáis «hacerse la víctima» en el Diccionario de la lengua española (RAE) esta es la definición que encontraréis: «Quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás». Pero la queja es solo la punta del iceberg. Hay mucho más de lo que se ve en la superficie:

  • Necesidad de protegerse. Cuando sentimos que no tenemos otra opción, recurrimos a distintos tipos de sistemas de protección, automáticos e inconscientes, que hemos aprendido en la infancia. Y uno de ellos es la queja. Es posible que la queja o la rabieta fuese el único modo que tenía el niño de obtener el cariño o la atención de sus padres. Sin embargo, aquel recurso que fue adaptativo en ese momento deja de serlo cuando sigue utilizándose de forma automática y rígida en la edad adulta.
  • Dificultad para identificar y responsabilizarse de las propias emociones. Si he aprendido que enfadarse está mal, haré todo lo posible por enterrar esa emoción hasta que ni yo mismo la perciba. Pero la emoción sigue ahí y acabaré viéndola proyectada en otros: se distorsionará mi percepción de ciertos comentarios y/o expresiones faciales y daré por hecho que solo quieren hacerme daño, aprovecharse de mí o amargarme la existencia. Y todo porque no soy capaz de ver que estoy proyectando fuera lo que, en realidad, estoy sintiendo dentro de mí. A su vez, esta incapacidad de reconocer las propias emociones influye negativamente en la responsabilidad emocional. En el momento en que culpo al otro o a las circunstancias de lo que yo estoy sintiendo, dejo de tener el control sobre mis emociones y, de paso, sobre mi vida.
  • Sentimientos de culpa. Como explica Anabel Gonzalez en su libro No soy yo, «mientras observamos los aspectos negativos de los demás, no nos centramos en los nuestros ni en lo que hacemos con ellos. Y nos colocamos en una posición de indefensión en lugar de desarrollar nuestros recursos. En el fondo de esta actitud puede haber una culpa que no podemos tolerar y de la que es posible que no seamos conscientes, así que la proyectamos fuera y culpamos al mundo de nuestras desgracias».

La persona victimista se coloca en una posición de indefensión.

  • Haber sufrido experiencias traumáticas previas. Algunas personas han vivido situaciones en las que vieron peligrar su integridad personal, física o mental y no pudieron defenderse. O lo intentaron, pero no lograron evitar resultar dañadas. En la infancia hay circunstancias extremas, como el maltrato, el abuso o ciertas formas de negligencia, ante las que el niño verdaderamente está indefenso. Así que aprende, que da igual lo que haga porque nada cambiará. Y si en algún momento de su vida adulta intenta salir adelante y las cosas no salen como espera, se confirmará su teoría de que no hay nada que hacer y no volverá a intentarlo, cayendo así en lo que en psicología conocemos como indefensión aprendida. Sin embargo, sentirnos indefensos no siempre significa que lo estemos.
  • Sobreprotección en la infancia. A veces los padres ejercen una excesiva sobreprotección sobre sus hijos. Tienden a solucionar cualquier dificultad que tengan y a protegerles de cualquier ‘amenaza’ fomentando así un estilo de apego inseguro y transmitiéndoles la idea de un mundo lleno de peligros.
  • Tener un estilo de apego inseguro ansioso o preocupado. Según un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad Tel Aviv de Israel, tener un estilo de apego ansioso (también llamado ambivalente o preocupado) constituye un factor importante a la hora de desarrollar una fuerte tendencia al victimismo interpersonal. Las personas con este estilo de apego tienen dificultades para calmarse por sí mismas y tienden a construir relaciones personales inseguras y ambiguas. Es decir, por un lado, anticipan el rechazo de los demás y pueden experimentar sentimientos negativos por quienes creen que están contra ellos. Pero, por otro, se sienten dependientes de la aprobación y validación continua de los otros.
  • Baja tolerancia a la frustración. A veces no alcanzamos un objetivo por el que hemos luchado duro, nuestras expectativas no se cumplen o no conseguimos algo que creemos merecer. La mezcla de decepción, ira y angustia que experimentamos cuando ocurre esto se conoce como frustración, un estado que unos toleran mejor que otros. Cuando la tolerancia a este estado es más baja y la persona no es capaz de asumir un fracaso, de aceptar que a veces las cosas no salen como se desea o de asumir su propia responsabilidad, es fácil que se sienta víctima de los demás o de las circunstancias. Esta actitud, a su vez, le lleva a rendirse antes de tiempo y a la inmovilidad. Si no me sale a la primera ni siquiera me planteo intentarlo de nuevo o buscar otra solución…
  • Ganancias secundarias. Cuando una persona que no se atreve o no ha aprendido a pedir directamente lo que desea (atención, cariño, etc.) recurre a la queja o al hábito de dar lástima, obtiene ciertos beneficios. Por ejemplo, compasión, simpatía y/o ayuda de otros. Y de paso, se protege de las posibles críticas externas. Además, al no asumir su responsabilidad evita el malestar que le causaría enfrentarse a un posible fracaso. Otra de las ganancias secundarias está en que, cuando me ayudan a resolver mis problemas, me ahorro tomar decisiones y, de paso, equivocarme (y si me equivoco, la culpa será del otro por aconsejarme mal). Ahora bien, si una vez que tomo conciencia de mi victimismo, sigo recurriendo a él de forma consciente ya no estaríamos hablando de ganancias secundarias, sino de manipulación.

Cómo saber si me quejo demasiado y estoy cayendo en el victimismo crónico

Identificar que el victimismo se está apoderando de uno mismo no es tarea fácil. Primero, porque tomar conciencia de que algo en nuestra manera de comportarnos no nos hace bien a veces es complicado. Segundo, porque el mismo hecho de admitir que hay un problema conlleva la necesidad de buscar una solución. Y es mucho más fácil mirar hacia otro lado, negarlo y seguir como hasta ahora. Entonces, ¿cómo saber si estoy quejándome demasiado y dejándome atrapar por el victimismo? A continuación, te doy algunas pistas:

1. Tus frases de cabecera

Hay expresiones que no pueden faltar en el repertorio diario de quienes viven instalados en la queja: «Todo me sale mal», «La vida ha sido muy cruel e injusta conmigo», «No es justo, no merezco esto», «Cómo ha podido tratarme tan mal, con todo lo que he hecho por ella», «Por qué todo lo malo me tiene que pasar a mí», «Qué he hecho yo para merecer esto», «Nadie me entiende/me tiene en cuenta», «Cómo puedo tener tan mala suerte»,  y un largo etcétera.

La trampa de victimismo

2. Lo negativo siempre prevalece sobre lo positivo

En la vida de todos nosotros hay experiencias muy dolorosas y otras maravillosas. Sin embargo, tú estás convencido de que en la tuya las protagonistas son las primeras. Tienes una facilidad pasmosa para encontrar pegas a cualquier cosa buena que te pase y si acaso llegas a admitir que estás atravesando un buen momento, enseguida aparecen «nubarrones»  anunciando lo poco que va a durar y lo pronto que aparecerá alguien o algo que te amargue el día. Por desgracia, el hecho de prestar mucha más atención a los acontecimientos negativos, restando importancia a los positivos, te llevará directamente al pesimismo y te impedirá reconocer y valorar las cosas buenas que hay en tu vida.

3. Puede que haya soluciones, pero no para ti

Ante los problemas sueles adoptar una actitud pasiva. Tiendes a compartir tus preocupaciones con todo aquel que te quiera escuchar. Sin embargo, ninguna de las alternativas o sugerencias que te ofrecen te sirve. Siempre hay un «pero». Y no dudarás en exagerar si es necesario para demostrar que lo tuyo no tiene remedio y ‘desactivar’ cualquier comentario positivo o de mejora que vaya destinado a ayudarte.

4. O contigo o contra ti

Te encanta que se preocupen por ti, que te pregunten cómo estás, que escuchen tus quejas y preocupaciones… pero sin cuestionarlas. Tu hipersensibilidad a la crítica, por muy constructiva y respetuosa que esta sea, hace que te tomes cualquier desacuerdo como un ataque personal. Lo mismo ocurre cuando alguien intenta hacerte notar esta posición de víctima.

5. Pones el foco en el exterior y no te responsabilizas

Si cometes un error o algo no sale como esperas, la culpa siempre es de factores externos y ajenos a ti. Y si alguna vez te atribuyes cierto grado de responsabilidad pondrás como justificación todo el sufrimiento que viviste en tu infancia. De este modo, poner el foco en el exterior te salva de mirar hacia dentro de ti.

6. La vida ha sido injusta contigo y el mundo te debe comprensión

Las personas con mentalidad de víctima tienen la sensación de haber sido dañadas y tratadas injustamente durante toda su vida, incluso en situaciones en las que han tenido algún grado de responsabilidad. Desde esta posición, entiendes que los demás están obligados a ser empáticos y comprensivos contigo para compensarte.

7. Los demás están obligados a ayudarte

Hay cierta exigencia en el modo en que buscas la comprensión y la ayuda del otro. En vez de tratar de despertar la empatía y la comprensión de un modo sano, recurres al lamento y a la queja en busca de atención, compasión y validación. Y si no recibes lo que esperas en la medida que crees merecer por lo mal que te ha tratado la vida, lo tomas como una falta de respeto o como una justificación para seguir en tu papel de víctima.

8. A todos les va mucho mejor que a ti

El sufrimiento es tu carta de presentación. Sientes pena por ti mismo y te lamentas constantemente de que todo te vaya mal, a la vez que te enfadas pensando en que otros tienen más suerte, son más felices y les va mucho mejor que a ti.

9. La mayoría de la gente no es de fiar

Buscas culpables continuamente. Piensas mal de la mayoría de las personas y desconfías por sistema de las intenciones de cualquiera que se acerque a ti. Esta percepción de que todos están esperando el momento de hacerte daño te lleva a estar a la defensiva permanentemente, hasta el punto de convertirte en un/a experto/a en detectar la más mínima afrenta y en crear una tormenta en un vaso de agua.

10. «Si me quisieras, lo harías»

A veces, recurres al chantaje emocional y a la manipulación para lograr tus objetivos y seguir acaparando la atención y compasión de los demás. Para ello, adoptas una postura en exceso dramática, exagerando lo que ha pasado o, si lo ves necesario, incluso mintiendo.

11. Sientes que no tienes el control sobre tu propia vida

Si piensas que nada de lo que te está pasando depende de ti, cada vez que te encuentres con un obstáculo no harás absolutamente nada, excepto quejarte de tu mala suerte. El locus de control es un concepto muy utilizado en psicología para evaluar el grado de control que creemos tener sobre lo que nos ocurre. Para las personas con locus de control externo, los eventos no tienen relación con el propio desempeño, sino con el azar, el destino o las decisiones de otros, así que no puede ser controlado a través del propio esfuerzo.

"El lamento", Eduardo Burne-Jones

«El lamento», Eduardo Burne-Jones.

12. Adoptas una actitud pasivo-agresiva a la hora de relacionarte

Las personas que viven en un victimismo crónico no son asertivas en su modo de comunicarse y tienden a adoptar un estilo pasivo-agresivo. Se muestran pasivas, no dicen abiertamente lo que están pensando, ni piden lo que quieren de una forma directa, pero se las ingenian para hacer sentir culpables y egoístas a los demás y así conseguir su objetivo. Incluso, es posible que haya cierta agresividad en su lenguaje corporal.

(Te invito a leer, en este mismo blog, el artículo «Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)»)

13. «No puedo hacerlo»

Tu baja autoestima se traduce en la tendencia a menospreciarte a ti mismo, a criticarte y a ir siempre con el «No puedo» por delante. Incluso tú mismo te sabotearás, de forma más o menos consciente, y te involucrarás en situaciones que te causen algún perjuicio, incluso aunque haya otras opciones que sean mejores. De este modo, reafirmarás tu posición de víctima. Sin embargo, aunque pueda parecerlo, esta tendencia a menospreciarse no quiere decir que las personas victimistas estén juzgando sus acciones continuamente. Todo lo contrario. En realidad, es otra forma de captar la atención de los demás. De hecho, muestran una baja capacidad de autocrítica, en parte porque tienen muy asumido que lo que les pasa no es su responsabilidad.

14. «Siempre me estás atacando. Parece que disfrutas llevándome la contraria»

Cuando una persona acostumbrada a asumir el rol de víctima se queda sin argumentos en una discusión o su interlocutor le está demostrando con datos que está equivocada, se las ingeniará para evitar disculparse o reconocer su error. Es más, hará lo posible para que el otro parezca poco empático, poco comprensivo e incluso agresivo. Este tipo de manipulación emocional podemos verla en parejas, en el ámbito laboral, entre amigos o en relaciones familiares. Por ejemplo, en el caso de ciertas madres que se instalan en el papel de víctimas para generar sentimientos de culpa en sus hijos, sobre todo cuando se hacen adultos y empiezan a tomar sus propias decisiones («Con todo lo que he hecho por ti y así me lo pagas»).

Claves para identificar a un narcisista

20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule)

20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule) 1254 836 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el concepto de narcisismo, lo asociamos a alguien sin empatía, con aires de grandeza y un deseo permanente de admiración. Incluso, es posible que deduzcamos que una persona con estas características probablemente tenga un trastorno. Sin embargo, no es así en todos los casos. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) incluye los anteriores síntomas dentro de los criterios para diagnosticar un trastorno de la personalidad narcisista, pero no siempre tener alguno de estos rasgos indica que hay una psicopatología. En cualquier caso, no está de más aprender a identificar a un narcisista, entre otras cosas, porque así será más difícil caer en sus manipulaciones.

En realidad, el narcisismo no es algo que se tiene o no se tiene, sino que se trata de un rasgo de la personalidad que forma parte de una dimensión continua. El trastorno narcisista estaría en un extremo, pero la mayoría de los individuos con rasgos narcisistas se encuentran en la zona media de ese continuo. Algunos no tienen conciencia de ello. Otros se dan cuenta perfectamente, pero no lo ven como algo negativo porque simplemente están convencidos de que están por encima de los demás.

El problema es que en esa zona media hay muchas personas que, sin ser narcisistas en un grado patológico, sí pueden llegar a hacernos la vida bastante complicada. Entre ellas, puede haber gente muy cercana: tu jefe, tu mejor amiga, tu pareja, tu compañero de trabajo… o tú mismo/a.

Las personas con rasgos narcisistas tienen una visión distorsionada de sí mismas.

A continuación, te dejo 20 pistas que te ayudarán a detectar si hay alguna persona con rasgos narcisistas en tu entorno. El grado de narcisismo dependerá de la cantidad de rasgos que presente y de la mayor o menor intensidad de los mismos.

1. Al principio, es un encanto; luego, no tanto

Cuando conocemos a alguien con rasgos narcisistas es fácil que nos conquiste con su simpatía y su personalidad. Desde el principio se dirigirá a nosotros como si nos conociese de toda la vida e, incluso, es posible que ponga en marcha todo su arsenal de armas de seducción. Sin embargo, no hay que dejarse engañar. En realidad, no le interesa lo que alguien pueda contarle, más allá de que luego le resulte más sencillo manipularle y seducirle para que haga lo que él quiera o se convierta en un integrante más de su club de fans.

2. Siempre es la víctima

Este victimismo se muestra de diferentes maneras. Hay quienes han elaborado un discurso centrado en las cosas malas que les han ocurrido en el pasado y en culpar a los demás de su sufrimiento. Por ejemplo, pueden atrincherarse detrás de ideas como: «Mi vida es un desastre porque mis padres no me dieron el apoyo que necesitaba de niño, así que ahora tienen la obligación de compensarme dándome todo lo que deseo». En otros casos, cualquier comentario que se le haga a un narcisista, por neutro que sea, él lo puede transformar en un ataque o una humillación hacia su persona.

La psicóloga Dolores Mosquera establece dos variantes de este patrón: «Los que han experimentado situaciones difíciles a lo largo de su vida (que en cierto modo pueden explicar su postura y reforzarla) y los que presentan un componente masoquista (aquellos que adoptan esta postura porque así son los ‘que MÁS sufren’ y hay un ‘regusto’ de triunfo en ellos que consiguen mediante esa actitud victimista)».

3. No hay nadie más listo que él

El exceso de confianza en sí mismas y la sobrestimación de sus propias capacidades son habituales en este tipo de personas. No son pocas las ocasiones en que el hecho de creer que están por encima del resto dificulta sus relaciones sociales, aunque esto no impide que sigan en su ‘trono’ porque realmente creen saber más que nadie. Disfrutan, y mucho, de cualquier posición de liderazgo que les permita imponer su criterio y decir a la gente lo que tiene que hacer. Y, a la vez que sobrevaloran sus aptitudes, subestiman las de los demás: todos son tontos menos él.

4. Necesita que le admiren y le adulen

No solo se creen superiores al resto de los mortales, sino que necesitan que los halaguen de forma constante, haciéndose así totalmente dependientes de la validación externa. Y lo que tengan que hacer para ello es lo de menos: mentir, manipular… De hecho, lo que suele moverles es el ansia por obtener la atención y la admiración de los demás. La contrapartida de esta actitud es que, además del desgaste de energía, acaban cayendo en la dependencia emocional algo muy lejano a la imagen omnipotente que intentan mostrar.

5. La culpa siempre es de otro

Da igual lo que pase o si tiene parte de responsabilidad en algo que haya ocurrido. Una persona con rasgos narcisistas nunca se equivoca, ni comete errores, ni tiene la culpa de nada. Echará balones fuera e, incluso, se indignará si te atreves siquiera a insinuar lo contrario y te acusará de tratarle «injustamente». El problema con esto es que así no se puede evolucionar. Asumir la responsabilidad de nuestros errores es necesario para aprender y crecer como personas.

6. El mejor, el más atractivo, el único e inimitable

La grandiosidad es una de las principales características del narcisismo. Estas personas van a sentirse superiores al resto del mundo, aunque no haya una sola razón objetiva para ello. Prepotentes y arrogantes, tienen una visión distorsionada de sí mismas y están convencidas de que son únicas y especiales solo por existir. Por tanto, tienen más derechos que la ‘gente corriente’ y merecen un trato privilegiado.

Este sentimiento de superioridad les lleva a pensar que todo en su vida es perfecto, pero la sensación es fugaz. Como es imposible alcanzar la absoluta perfección y obtener la admiración de todo el mundo, es fácil que la arrogancia acabe dejando paso a todo lo contrario: frustración y, a menudo, ansiedad y depresión.

Las personas narcisistas se creen superiores al resto.

7. Excesivamente competitivo y con muy poco espíritu deportivo

Muy relacionado con la grandiosidad, el afán de sobresalir lleva a este tipo de sujetos a ser altamente competitivos. Buscarán algo en lo que sean mejores y, si ganan, se regodearán en su victoria y harán hincapié en los errores de sus competidores para destacar aún más en la comparación. Pero, si no son buenos como ganadores, aún son peores perdedores. En este caso, es muy probable que resten importancia al éxito ajeno o que recurran a la humillación.

8. Muestra una preocupación por los demás tan excesiva que resulta artificial

Según Mosquera hay un estilo de personalidad narcisista en el que predomina una preocupación por los demás que es percibida desde fuera como excesiva y artificial. Se trata de personas que parecen vivir por y para otros y que, aunque parecen disfrutar complaciendo a los demás, lo que buscan es satisfacer su ego mediante la aprobación y el reconocimiento de lo que hacen. «Es un subtipo que puede ‘explotar’ y ser verbalmente abusivo cuando ‘ya no puede más’ (por la tendencia a acumular resentimiento y rencor cuando los elegidos no responden como él espera)». La psicóloga también habla del «narcisista salvador», que vive para solucionar la vida de los demás. Quienes están dentro de este perfil sobrevaloran sus capacidades y se sienten responsables de lo que les ocurre a otros, atribuyéndose el poder de ser los únicos capaces de solventar los problemas ajenos.

9. Carece de empatía

Otra pista fundamental para identificar a una persona narcisista. El valor del resto de los seres humanos está en función de lo útiles que puedan ser para ella. No los ve como personas sino como instrumentos a su servicio y así es prácticamente imposible que se ponga en el lugar de los otros o que trate de comprender cómo se sienten. Y si ve a alguien angustiado no reaccionará porque, entre otras cosas, no acaban de creerse que esa persona esté realmente tan mal. Lo que sí es posible que haga es fingir una falsa empatía, especialmente si eso le puede ayudar más tarde a obtener algo.

10. Su capacidad de escucha es más bien justita

Las conversaciones con alguien así acaban convirtiéndose en monólogos, lo que dificulta mucho la comunicación. Da igual si tú quieres introducir un tema o aportar un punto de vista diferente, él retomará su discurso. Más que escucharte, aprovechará cualquier pausa que hagas, por breve que sea, para intervenir y volver a lo que le interesa a él. Y si esa pausa no llega, no dudará en interrumpir, convencido de que lo que tiene que decir es mucho más importante. Sin embargo, si siente que le interrumpes tú a él, se molestará y te lo hará saber.

11. Se relaciona de forma superficial

Con lo que has leído hasta aquí, ya te habrás hecho una idea de cómo son las relaciones personales de alguien con tendencias narcisistas. No suele tener amigos íntimos. Primero, porque nunca llega a mostrarse como realmente es. Y segundo, porque el encanto y el interés que muestra al principio no tarda en evaporarse y la gente acaba distanciándose. En el caso de los vínculos amorosos tampoco se involucran realmente en la relación, excepto para tratar de alejar a su pareja de su círculo cercano de forma que solo vivan pendientes de ellos.

12. Se enamora y desenamora en un abrir y cerrar de ojos

En su libro The Narcissist You Know (El narcisista que conoces), Joseph Burgo habla de los narcisistas seductores. Se enamoran con gran facilidad, a menudo de personas que apenas conocen, y con la misma facilidad se desenamoran. Idealizan al otro hasta el punto de verlo como alguien perfecto (en realidad lo que ven es un reflejo de su propia falsa imagen de perfección) y, por tanto, merecedor de su atención. Pero ese espejismo no tarda en esfumarse. Cuando se dan cuenta de que tienen a su lado un ser humano que también tiene defectos, no dudan en acabar con la relación sin contemplaciones.

13. Elige a las personas en función del servicio que puedan prestarle

Alguien con rasgos narcisistas no se relaciona con cualquiera. Lo más seguro es que intente acercarse a personas que considera perfectas como él y que estén ‘a su nivel’, aunque luego con el tiempo se decepcione. Otro criterio a la hora de buscar pareja o amigos es elegir a quienes tienen un alto estatus social o económico. Se esmerará en ganarse la amistad o el amor de alguien atractivo, con poder económico o de una posición social o profesional elevada, no solo porque así refuerza su sensación de valía. También porque en cualquier momento el elegido o la elegida puede resultarle útil. Por ejemplo, para pedirle favores personales o sociales o para presumir de él o de ella.

14. Proyecta en el otro lo que no acepta de sí mismo

Al identificarse con una imagen distorsionada de sí mismo, el narcisista no es capaz de ver cómo es realmente. Y esto mismo le ocurre con los otros. Lo que ve de ellos es una proyección, una imagen que, la mayoría de las veces, le devuelve reflejados los aspectos que niega de sí mismo. Por ejemplo, puede estar convencido de que todo el mundo le tiene envidia porque para él es inaceptable asumir la suya propia. O es probable que desconfíe de alguien que se comporta de forma amable y piense que lo único que quiere es aprovecharse de él.

15. Se esfuerza por ocultar sus emociones, sobre todo su vulnerabilidad

El psicólogo Craig Malkin explica en su libro Replantear el narcisismo que el narcisismo poco saludable se caracteriza por un «intento de ocultar la vulnerabilidad humana normal, especialmente los sentimientos dolorosos de inseguridad, tristeza, miedo, soledad y vergüenza». Esto no significa que evitar ciertas emociones te convierta en narcisista. Pero sí puede ser una señal si las eludes para sentirte especial. «Por ejemplo – especifica Malkin –, pensar que el hecho de que no sientas tristeza (o te convenzas de que no la sientes) te hace diferente al resto de la gente. Que si no te sientes inseguro, eres superior. O que si no amas… tal vez eres único, autosuficiente y libre de la vulnerabilidad que supone depender de otra persona».

Por otra parte, el médico y psicoterapeuta Alexander Lowen afirma que «el grado en que una persona se identifica con sus sentimientos es inversamente proporcional a su grado de narcisismo: cuanto más narcisista es, menos se identifica con sus sentimientos».

16. Siempre necesita tener el control

Una de las razones por las que una persona narcisista intenta no dejarse llevar por sus sentimientos es por el terror que le produce perder el control. «No pueden soportar estar a merced de las preferencias de otros. Les recuerda que no son invulnerables ni completamente independientes, que, de hecho, es posible que tengan que pedir lo que quieren y, lo que es peor, puede que el resto se niegue a dárselo», dice Malkin.

Todo esto hace que el narcisista suela ser obsesivo y perfeccionista: las cosas tienen que hacerse a su manera y, si no, no se hacen. Esta necesidad de controlar se extiende, por supuesto, a las relaciones. Cambiar de planes sin previo aviso, mirar con desaprobación sin llegar a decir nada, ser siempre impuntual… son solo algunos de los métodos de control que llega a utilizar.

17. Es un maestro de la manipulación

El convencimiento de que sus necesidades son lo más importante y, al mismo tiempo, la incapacidad de reconocer las de los demás llevan al narcisista a hacer lo que sea para salirse con la suya. Esto incluye aprovecharse de los demás para lograr sus fines. Una de sus armas favoritas es el efecto luz de gas o gaslighting, un tipo de manipulación tan sutil como perversa que consiste en hacer que alguien llegue a dudar de su realidad y de sus percepciones. Otras formas de conseguir que se haga lo que él quiere son humillar, intimidar, mentir, recurrir al victimismo o involucrar a terceras personas en sus tóxicos juegos (triangulación).

El narcisista es un maestro de la manipulación.

18. Casi nunca pide perdón, al menos de forma sincera

Palabras como «perdón» o «disculpas» no están en su diccionario, excepto cuando es él quien se siente agraviado. Una persona con rasgos narcisistas jamás pide perdón, sobre todo si es evidente que no tiene razón o se ha equivocado. Disculparse y asumir su error le llevaría a entrar en conflicto con esa imagen de perfección que tanto se esfuerza en mantener y no puede permitírselo. En un caso así, es mucho más probable que dé la vuelta a la situación y se convierta él en el ofendido. O, si llega a pedir disculpas, sean totalmente fingidas (y, si puede, no perderá ocasión de acompañarlas de algún reproche).

19. Tiene una autoestima muy frágil

En la mayoría de las ocasiones, detrás de la fachada de arrogancia y superioridad que muestra un narcisista se oculta una autoestima sumamente frágil que depende de los halagos ajenos y de la admiración que pueda despertar en otros. De hecho, cuando no obtiene el reconocimiento deseado y ve cómo se desmorona su fantasía de grandiosidad no es extraño que le invada una insoportable sensación de vacío e, incluso, llegue a caer en una depresión o en alguna adicción.

20. Le cuesta mucho encajar las críticas

Da igual si se trata de una crítica constructiva y hecha desde el mayor respeto. Un narcisista va a ofenderse y probablemente reaccionará con desdén, desprecio y, en algunos casos, con violencia. Justo debido a la necesidad de mantenerse por encima del resto de los mortales, cuando sienta que una opinión está amenazando su posición es fácil que su hostilidad asome de diferentes formas (odio, rencor, ira…). De este modo, descargará su frustración contra aquellas personas que no lo valoran como él cree merecer o contra el mundo en general. Hasta el punto de llegar en ocasiones a recurrir a la violencia física, verbal o psicológica.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Bibliografía

Burgo, Joseph. (2016). The Narcissist You Know: Defending Yourself Against Extreme Narcissists in an All-About-Me Age. New York: Touchstone.

Lowen, Alexander (2000). El narcisismo. La enfermedad de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós.

Malkin, Craig (2021). Replantear el narcisismo: Claves para reconocer y tratar con narcisistas. Eleftheria.

Mosquera, Dolores (2008). Personalidades narcisistas y personalidades con rasgos narcisistas. Revista Persona, 8(2). Buenos Aires, Argentina: Instituto Argentino para el Estudio de la Personalidad.

Es posible sobrevivir a la relación con un psicópata y salir reforzada.

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada)

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada) 1487 706 BELÉN PICADO

«Si tienes un psicópata en tu vida, no te detengas… ¡Corre!». No lo digo yo. Lo dice Robert Hare, psicólogo forense canadiense y uno de los mayores expertos en psicopatía. Así que, si es tu caso, ya sabes cuál es el primer paso para sobrevivir a la relación con un psicópata integrado: alejarte todo lo que puedas. No busques explicaciones, no te engañes pensando que va a cambiar… ¡Corre! Y si resulta que es él quien te ha dejado, aléjate igualmente. Aunque al principio te parezca imposible, con el tiempo mirarás hacia atrás y pensarás «¡De la que me he librado!».

No nos vamos a engañar. El proceso de recuperación tras la relación con un psicópata (o con un narcisista) no es rápido ni fácil. Pero puedes recuperar tu propia vida, mirarte en el espejo y volver a reconocerte.

Para empezar, olvídate de creencias como «Si yo cambio, quizás todo se arregle» o «Si soy más tolerante con él seguro que cambia su actitud conmigo». No. No va a cambiar. Ni por ti, ni por nadie. Los psicópatas no conocen la empatía, la culpa, los remordimientos ni la vergüenza. Quien puede cambiar y transformarse en una sombra de lo que fuiste eres tú si permaneces a su lado.

Para sobrevivir a un psicópata deberás aprender a rodearte de personas que te hagan sentir bien, recuperar tu identidad, mejorar tu autoestima y volver a hacer lo que te gustaba, entre otras cosas. Todo esto es posible. Habrá momentos en que flaquees y es normal. Pero no te rindas porque mereces volver a disfrutar de la vida y posees la capacidad para lograrlo. Tienes una vida por delante que saborear y no puedes permitir que nadie lo impida.

Finalizar la relación

Aunque lo mejor es cortar toda comunicación y alejarte, por lo general, el psicópata no va a tolerar que lo dejes tan fácilmente. Al principio, puede que trate de apelar a tu comprensión y a tu amor, asegurándote que no puede vivir sin ti y prometiéndote por enésima vez que va a cambiar. Incluso es posible que haga por ti cosas que nunca hizo antes. No te dejes engañar. No lo hace por ti, sino para demostrarse a sí mismo que puede tenerte comiendo de su mano cuando quiera. Si esto no le funciona, o bien recurrirá al chantaje emocional haciéndose la víctima y tratando de hacerte sentir culpable o pasará al ataque directo. Te insultará, te ninguneará, intentará humillarte, hablará mal de ti a terceros. Es necesario que contemples todos estos escenarios porque así podrás estar preparada para sus intentos de manipulación.

Todo lo anterior puede ocurrir si eres tú quien rompe la relación. Pero también puede pasar que sea él quien termine contigo porque ya no le seas útil o porque haya encontrado otra persona a quien manipular. En este caso es posible que te sientas terriblemente mal porque se habrá ocupado previamente de hacerte creer que sin él no eres nada. Pero, créeme, es lo mejor que te podría pasar.

En cualquier caso, no esperes encontrar una explicación a este comportamiento repasando mentalmente, una y otra vez, los últimos meses de la relación o sus palabras. Ni tampoco esperes que se disculpe contigo. Desde una mente sana es muy difícil comprender y asumir que un ser humano sea capaz de mostrar, deliberadamente, un comportamiento tan dañino, así que nuestro cerebro buscará una explicación coherente. Pero la realidad es que los psicópatas no tienen empatía y no les importa en absoluto cómo se siente el resto de la Humanidad, tú incluida. Y si alguna vez te ha parecido intuir algo de empatía en su actitud, solo estaba fingiendo para manipularte.

Si un psicópata ha pasado por tu vida cual vendaval, en lo que has de enfocarte es en fortalecerte y en reconectar contigo misma. No es fácil ni rápido, pero es posible sobrevivir e, incluso, salir reforzada.

Nada de contacto

En esto no hay flexibilidades ni negociaciones que valgan. Es necesario e indispensable romper todo contacto con esa persona. Cierra cualquier vía de comunicación. Bloquéalo en whatsapp y en tus redes sociales para no tener que seguir viendo información sobre él. Empapelar su muro con comentarios sobre lo feliz que es e, incluso, con imágenes con su ‘nuevo amor’ será una de sus estrategias para seguir ejerciendo su poder sobre ti. Olvídate también de crearte un perfil falso para espiarlo porque solo conseguirás desestabilizarte y obstaculizar tu proceso de recuperación.

Asimismo, evita encuentros con amistades o personas que tengáis en común y deshazte de lo que pueda recordarte a él (fotos, regalos, ropa, etc.). Y, por supuesto, no quedes para que te dé «una explicación» o para «acabar civilizadamente». Todo esto puede parecer muy extremo, pero una situación así requiere medidas radicales.

Si existe algún vínculo legal, posiblemente tratará de prolongar el proceso de separación. Al fin y al cabo, para él eres de su propiedad y le perteneces. Tanto en este caso como si tenéis hijos, limita el contacto al mínimo. Siempre que sea posible, intenta comunicarte a través de un abogado o dejar ciertos trámites en manos de una tercera persona.

Es normal que al principio te sientas mal, con mucha ansiedad y una enorme sensación de vacío. Te acostarás y levantarás pensando en él, pasarás las horas muertas mirando el móvil y esperarás que aparezca en cualquier momento. También experimentarás sentimientos contradictorios y pasarás de odiarlo a desear que se dé cuenta de lo que ha perdido y vuelva arrepentido y transformado en el hombre que tú querías ver en él. Pasar por todo esto es duro, pero piensa que es un precio muy pequeño a pagar por mantener tu cordura, tu salud emocional y tu bienestar.

¿Vengarte? Ni te lo plantees

Puede que sientas una intensa sed de venganza contra quien tanto daño te ha hecho. Pero, de verdad, es una pésima idea. El mejor desprecio es no hacer aprecio, decía mi abuela. Refrán, que en este ámbito viene a decir que la mejor venganza para un psicópata es la indiferencia total, ignorar por completo su existencia. Además, declarar la guerra a estos sujetos es una batalla perdida. Nunca podrás competir en falta de empatía o, en muchos casos, en crueldad. Mejor enfoca esa energía que te da el enfado en recuperarte y en aprender sobre ti para no repetir patrón a la hora de elegir tu próxima pareja. Eso sí que será una victoria.

En su libro El acoso moral, la psiquiatra Marie-France Hirigoyen advierte: «No se vence nunca a un perverso. A lo sumo, se puede aprender alguna cosa acerca de uno mismo. A la hora de defenderse, a la víctima le dan tentaciones de recurrir a los mismos procedimientos que utiliza su agresor. Sin embargo, debe saber que, si se encuentra en la posición de víctima, es la menos perversa de los dos. La situación no se puede invertir tan fácilmente. Utilizar las mismas armas que el agresor no es de ningún modo aconsejable».

No caigas en la trampa de la triangulación

La triangulación se produce cuando aparece una tercera persona en la vida del psicópata. Bueno, en realidad, más que aparecer es él quien la introduce en escena de forma deliberada. De repente, se muestra encantado con una nueva conquista, le presta mucha atención, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está… Y, por supuesto, se las ingeniará para que te enteres, además de hacerte saber, sutil o descaradamente, que ella tiene todo lo que a ti te falta.

Tú te preguntarás cómo es posible que te haya olvidado con tanta facilidad cuando a ti te está costando tanto sobreponerte a la ruptura. La respuesta está en que él no tiene que recuperarse de unos sentimientos que probablemente no eran sinceros o, al menos, eran muy superficiales. Y, por otra parte, seguramente toda esa dicha de la que presume sea falsa y con ella solo busque aumentar tu inseguridad, dañar tu autoestima y desestabilizarte aún más. Por eso es tan importante que no caigas en esta trampa.

No es oro todo lo que reluce, ni felicidad todo lo que se muestra en las redes sociales. Iñaki Piñuel lo explica en su libro Amor Zero: «Cuando un ex psicópata triangula y te pasa por la nariz su nueva relación no quiere decir que sea muy feliz en ella, sino que provocándote necesita desesperadamente convencerse de que tú no eres suficientemente válido para él o ella y de que ha hecho muy bien sustituyéndote. Eso es señal de que no lo tiene nada claro. Su triunfo es muy precario. Su aparente felicidad es simulada. Un mecanismo psicológico de compensación y proyección explica a la perfección que solamente quien no es feliz necesita decir, contar y probar a los cuatro vientos que es muy feliz».

Tras una relación con un psicópata, corta toda relación con él.

«¿Y si flaqueo?»

Ya dijimos antes que el proceso de recuperación no es fácil ni rápido. A menudo flaquearás y tendrás que hacer una pausa para recordar por qué acabaste (o por qué que te dejara fue lo mejor que te podía pasar). Esos recuerdos que a veces te asaltan y que en tu memoria aparecen como ‘momentos bonitos’ llevan incorporado un filtro de idealización y, de ningún modo, reflejan la realidad de la relación. Es fantástico que la persona a la que amamos tenga detalles o nos diga cosas bonitas… si son sinceras. Pero no cuando son un medio para obtener un beneficio.

Te propongo que hagas una lista con todas las razones por las que te separaste (o por las que estás mucho mejor sin alguien así a tu lado). ¿Te hacía luz de gas? ¿Se dedicaba a humillarte? ¿Hacía que te sintieses culpable? ¿Te aislaba de tus amigos o de tu familia? Una vez que tengas la lista, déjala donde puedas verla y revísala cada vez que tengas la más mínima pizca de nostalgia.

Es necesario que aceptes que todo proceso lleva su tiempo. Respeta tu propio ritmo, escúchate y ve con calma. Sin prisa, pero sin pausa.

Ahora tu prioridad eres tú

El tiempo de estar pendiente de las necesidades de otro se acabó. Ahora te toca priorizarte a ti misma. Trabaja en tu autoestima y practica el autocuidado. Recupera actividades que te gustaban y atrévete a encontrar otras nuevas. Al principio te parecerá imposible porque una de las características del psicópata es que te absorbe toda la energía hasta dejarte anulada y sin fuerzas. Pero poco a poco lo conseguirás. Ahora que has roto ese ‘círculo tóxico’ toca conectar con esas cosas que te hacen feliz, por pequeñas que sean.

Antes hablábamos de la indiferencia como forma de venganza. Pues recuperar todas esas actividades que te gustaban y dejaste de hacer por él es otra vía de demostrarte que no ha podido contigo.

Recupera tu vida social

Retomar la relación con familia y amigos forma parte de la recuperación. Salir y divertirte con gente que realmente te aprecia y te quiere te ayudará en este proceso de desintoxicación. Y si, en el peor de los casos, encuentras menos apoyo del que esperabas siempre puedes conocer a gente nueva. Lo importante es tener una red de apoyo compuesta por personas con quienes puedas contar de forma incondicional y que, si lo necesitas, te recuerden por qué empezaste este proceso de sanación.

Asimismo, puedes descubrir importantes redes de apoyo en otros ámbitos. Por ejemplo, entrando en contacto con grupos de ayuda mutua en los que haya personas en tus mismas circunstancias. Después de todo, quién te va a entender mejor que alguien que haya pasado por lo mismo…

Otro modo de relacionarte es posible

No es extraño que después de la montaña rusa en la que se ha vivido y debido a la intensidad emocional que hay en una relación tan tóxica, una relación normal resulte sosa y aburrida. Y tiene sentido porque te has acostumbrado a vivir en el caos emocional y ahora alguien que te ofrece tranquilidad y estabilidad te resulta extraño y poco familiar. También puede tratarse de un patrón que sigues a la hora de elegir pareja. Tomar conciencia de ello es necesario. Es el primer paso para aprender a relacionarnos de otro modo, evitando involucrarnos una y otra vez en relaciones tóxicas.

Ora posibilidad es que te vuelvas desconfiada y empieces a ver psicópatas y narcisistas por todas partes. O que empieces a salir con alguien y al más mínimo desacuerdo o la más mínima sospecha salgas corriendo. No te angusties. A medida que vayas conociéndote mejor, reconstruyendo tu autoestima, priorizando tus necesidades y aprendiendo a establecer límites sanos, verás cómo desarrollas un eficaz ‘detector’ de personas tóxicas. Y comprenderás que el amor no tiene nada que ver con la manipulación ni con juegos perversos como los que practicaba tu ex pareja.

Busca ayuda profesional

Al haber estado expuesta a un trauma continuado, lo más aconsejable es que acudas a un psicólogo que pueda ayudarte en tu recuperación. Te ayudará a mejorar tu autoestima, te facilitará herramientas de regulación emocional y te acompañará en tu proceso de duelo. Y también podrás recuperar esos recursos que tenías antes de la relación y que tu expareja se encargó de machacar.

En estos casos es especialmente eficaz la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), un abordaje terapéutico avalado científicamente en el tratamiento del trauma. Esta terapia no solo te ayudará a procesar y elaborar los peores momentos de esa relación tóxica, sino también los episodios del pasado con los que dichos momentos podrían estar conectados. Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso.

Y, para terminar, os dejo con estas palabras de esperanza de Mari-France Hirigoyen, refiriéndose a las relaciones de abuso: «La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir».

Hay esperanza después de salir de una relación de maltrato psicológico.

Puede interesarte

Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes. Manipuladores, fríos, sin empatía ni remordimientos, aparentemente encantadores y complacientes… En este mismo blog os invito a leer este artículo en el que trazo el retrato robot de un psicópata integrado con la intención de poder identificarlo antes de que sea demasiado tarde.

Aprender a gestionar la ira contribuye a mejorar la autoestima.

Emociones incomprendidas: Cómo gestionar la ira para mejorar tu autoestima

Emociones incomprendidas: Cómo gestionar la ira para mejorar tu autoestima 2560 1707 BELÉN PICADO

La rabia emerge cuando nos vemos sometidos a situaciones que nos producen frustración, nos resultan aversivas, amenazan nuestra autoestima o en las que percibimos que algo o alguien podría hacernos daño. Sin embargo y pese a ser una emoción básica (junto a la alegría, la tristeza, el miedo y el asco), no tiene muy buena fama. En ocasiones no la aceptamos como parte de nosotros o, por el contrario, dejamos que se desboque. Y es que aprender a gestionar la ira no resulta nada fácil.

Se trata de una emoción que nos acompaña desde que nacemos (el bebé expresa su rabia mediante el llanto cuando no consigue satisfacer sus necesidades) y que, a lo largo de nuestro desarrollo, vamos aprendiendo a expresar y a regular. O, al menos, así debería ser. Aristóteles ya lo decía en el siglo IV a.C.: «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».

Según Lorraine Bilodeau, autora de varios libros sobre este tema, la ira «protege la identidad y la dignidad de una persona, ya que es un sentimiento natural y básico que se experimenta cuando alguien se percibe tratado de maneja injusta. Siendo utilizado de forma eficiente contribuye al fortalecimiento de una adecuada autoestima, ya que al expresar lo que se siente, se piensa y se necesita se establecen límites de contacto y la persona se autoafirma».

Evolutivamente, además, ha contribuido a la supervivencia de nuestra especie gracias a los cambios físicos que se producen en el organismo. Ante una posible amenaza y en cuestión de segundos, el cuerpo entero se prepara para luchar. Las glándulas suprarrenales y la tiroides segregan adrenalina y cortisol, lo que se siente como una descarga de energía que facilita que se corra más rápido o se tenga más fuerza. A la vez, se produce un aumento de la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la tensión muscular.

Ante una posible amenaza y en cuestión de segundos, el cuerpo entero se prepara para luchar.

¿Por qué nos enfadamos?

Los motivos que llevan al enfado son muchos, pero siempre existe un factor común: la frustración. Generalmente, esta emoción aparece cuando:

  • Alguien no se comporta según nuestras expectativas.
  • Consideramos que ha habido intencionalidad ante algo que nos frustra. Imaginemos que pedimos dinero prestado a un amigo y se niega alegando que no dispone de esa suma. Si le creemos, experimentaremos frustración, pero no pasará de ahí. En cambio, si pensamos que nos miente y que tiene dinero de sobra pero no nos lo quiere prestar, la frustración se transformará en ira.
  • Sentimos que se han vulnerado nuestros derechos o los de otras personas.
  • No logramos un objetivo que nos hemos propuesto porque no contamos con los recursos necesarios o porque pensamos que alguien o algo nos lo ha impedido.
  • Consideramos que algunas de nuestras necesidades básicas no están siendo cubiertas (hambre, sed, cansancio…).
  • Necesitamos tapar otras emociones. Hay personas que no toleran la tristeza porque la ven como un signo de debilidad y a menudo, sin ni siquiera llegar a notarla, se van a la rabia de un modo más o menos automático. Algo parecido ocurre con el miedo: es mucho más fácil sentir ira que miedo. La rabia también proporciona una salida a la vergüenza: cuando experimentar vergüenza me parece inasumible, enfadarme me saca de ahí. En estos tres casos, el enfado se convierte en un mecanismo de defensa frente a emociones que no quiero o no me atrevo a mostrar.

La función adaptativa de la ira

Las principales funciones de la ira están relacionadas con la autoprotección, la regulación interna y la interacción social. La primera hace referencia tanto a la protección y defensa de la integridad propia o dignidad como a la protección de lo que valoramos como nuestro: desde nuestra familia a nuestras creencias, juicios y valores. Respecto a las funciones de regulación interna y de interacción social, la ira bien manejada nos permite establecer límites claros, afrontar conflictos con asertividad y construir relaciones sanas con quienes nos rodean.

A través de ella podemos mostrar al otro nuestro descontento cuando consideramos que no se han respetado nuestros derechos o nuestros límites. Además, al expresar lo que sentimos, pensamos y necesitamos, la rabia también contribuye a sentar las bases para una sana autoestima.

Aprender a enfadarse

En su libro La sabiduría de las emociones, Norberto Levy, establece tres fases a la hora de comunicar nuestro enfado:

  1. Descargar. Levy hace hincapié en la necesidad de liberar el excedente de energía que acumulamos cuando nos enfadamos, comparándolo con abrir la válvula en una olla a presión. Eso sí, una cosa es la acción de descarga y otra el ataque. La descarga es independiente de la presencia física del otro y su función es disminuir la tensión que produce la adrenalina acumulada en nuestro organismo. Cada uno podemos utilizar el modo que más se adecúe a nosotros, ya sea correr, hacer flexiones, gritar, bailar o, simplemente, salir a airearnos y a dar un paseo.
  2. Comunicar. Una vez que la adrenalina ha disminuido, es el momento de comunicar al otro el impacto que su acción ha producido en mí. Expongo la conducta sin juzgarla y expreso lo que siento. Sin descalificaciones, conclusiones, ni juicios acerca del otro ni del porqué de su conducta. Con esto, también estoy llevando a cabo un movimiento de descarga importante, en este caso emocional. Y, de paso, me empodero al asumir lo que siento.
    Es posible que piense que por decir cómo me siento estoy demostrando debilidad. Sin embargo, si no lo hago, el enfado tomará canales más disfuncionales. Por ejemplo, no explico a mi amiga que me ha molestado que haya llegado una hora tarde, pero me paso toda la cita quejándome de todo y criticando cualquier cosa que hace o dice.
  3. Propuesta de reparación. Después de exponer cómo me siento, formulo una propuesta para reparar esa situación y tratar de que el problema no vuelva a repetirse.

Sobre todo, conviene recordar que el enfado no es un fin en sí mismo sino un medio para resolver un problema.

el enfado no es un fin en sí mismo sino un medio para resolver un problema.

Pautas para aprender a gestionar la ira

Ya hemos dicho que la emoción de la ira nos acompaña desde que nacemos. Lo que no viene de serie y hay que aprender es a regularla. Mostrar nuestro enfado siendo respetuosos y sin herir a nadie es posible. Os doy algunas pautas para conseguirlo.

  • Entre el blanco y el negro hay muchos matices. El enfado se manifiesta con muchos niveles de intensidad, desde la irritación leve o  el fastidio hasta la furia, y conviene aprender a distinguirlos. Si tomas conciencia del momento en que estás empezando a experimentar un ligero enfado, te resultará más fácil intervenir antes de que la ira sea abrumadora.
  • Familiarízate con tus sensaciones físicas. Por lo general, la ira se acompaña de tensión muscular y en las mandíbulas, respiración entrecortada, pulso cardiaco acelerado, sensación de calor o de acumulación de energía, etc. Identificar tus propias sensaciones corporales te ayudará a regularte mejor e, incluso, a distinguir si algo o alguien te está provocando enfado antes de que la cosa vaya a más.
  • Apuesta por la creatividad. Puedes probar a canalizar y expresar tu ira con formas no verbales creativas y sanas: escribir, dibujar, pintar,  etc.
  • Muévete. El ejercicio físico puede servirte como válvula de escape para descargar ese exceso de energía generada por la parte más fisiológica de la ira.
  • Busca un modelo que imitar. Seguro que conoces a alguien que sabe mostrarse firme sin necesidad de atacar o saltar a la mínima. Fíjate en personas que tienen sus propias ideas y saben luchar por lo que quieren con flexibilidad y de manera proporcionada a la situación y conviértelas en tus referentes.
  • Reflexiona. En lugar de limitarte a dar rienda suelta a tu rabia, trata de entenderla. Puede ayudarte imaginar que estás observándote a ti mismo desde la distancia y con curiosidad. Pregúntate: ¿Por qué estás enfadado?. A veces, es fácil echar la culpa a las circunstancias o a otros por cómo nos sentimos cuando, en realidad, son nuestros propios pensamientos, percepciones y expectativas el combustible de nuestra ira.
  • Investiga. Averigua cuáles son los desencadenantes más comunes de tu rabia. Si encuentras los disparadores que te hacen saltar, serás más consciente de cuándo ocurren y más capaz de prevenir una reacción automática.
  • Entrena tu tolerancia a la frustración. Reconciliarnos con el fracaso y aceptar que a veces las cosas no salen como esperamos, ni todo el mundo piensa como nosotros, nos ayudará a no dejarnos llevar por la rabia tan fácilmente.
  • Practica la comunicación no violenta. Este tipo de comunicación favorece la empatía, el respeto y la colaboración. Además, permite resolver conflictos de forma asertiva y enseña, no solo a decir «no», sino también a aceptar el «no» de los demás.
  • Date permiso para enfadarte también con tus seres queridos. Cuando uno asocia enfadarse con pelearse y con el inicio de una escalada que va a ir directa a la ruptura del vínculo, lo más seguro es que se trague su rabia. Debajo de esta actitud hay ideas muy arraigadas, como «Si quieres a alguien no puedes estar en desacuerdo con él» o «Si expresas tu ira, dejarán de quererte». Estas creencias implican que el afecto y el enojo son excluyentes. Y es al revés. Según Levy, «una de las actitudes que más ayuda a que el enojo conduzca a un camino resolutivo es poder sentir y expresarlo con afecto».
  • Responsabilízate de tus emociones. A veces culpamos al otro de nuestro enfado sin darnos cuenta de que estamos depositando en él lo que no estamos preparados para asumir en nosotros. Si somos capaces de reconocer este mecanismo de proyección, serán menos las situaciones que nos generen malestar y los demás nos servirán de espejo para ver qué asuntos pendientes tenemos que resolver con nosotros mismos
  • Presta atención a las palabras. Cuando utilizas frases como «Me has hecho enfadar» estás dando al otro el poder sobre tu malestar (si esto fuera así, seguirías enfadado mientras el otro quisiera). Sin embargo, decir «Estoy enfadado por lo que ha ocurrido», te devuelve el poder.
  • Cuenta hasta diez. Cuando sientas que te estás enfadando mucho, cuenta despacio hasta diez (o hasta cien si hace falta), antes de decir o hacer algo que lamentes después. Date una vuelta, aléjate de la situación de manera temporal o pon en práctica alguna técnica de respiración para calmarte. Si tienes una relación, por ejemplo, podéis acordar una señal para que tu pareja no se sienta ignorada en el caso de que te retiras de la discusión durante unos minutos. Eso sí, es conveniente retomar la discusión más tarde, pero ya desde un punto más calmado.

Si te estás enfadando mucho cuenta hasta diez antes de decir o hacer algo que lamentes después.

  • Sana tu pasado. La ira puede aparecer porque ciertas situaciones del presente se interpretan o perciben desde el punto de vista del pasado. Imaginemos que me he citado con alguien para una reunión de trabajo y llega tarde porque ha encontrado atasco. Aun sabiendo que el retraso no ha sido intencional, ni para hacerme daño, yo me enfado muchísimo y anulo la reunión después de reclamar a la otra persona «su falta de seriedad». ¿Qué ha pasado ahí? Muy probablemente el enfado me ha conectado con una sensación de ser rechazada o ignorada que tiene su origen mucho más atrás. Mientras no entienda y procese lo que me ocurrió en el pasado, mantendré esas creencias y, con ellas, las reacciones desproporcionadas de ira.
  • Cuidado con los extremos. Permitirte exteriorizar tu ira no significa que la dejes suelta como un caballo desbocado. O que tengas que pelearte por todo y discutir cada vez que no estés de acuerdo con algo. Hay ocasiones en las que te tocará elegir entre tener la razón o tener paz. Ocasiones en las que te vendrá mejor no luchar, no porque no tengas la razón, sino porque no vale la pena o no te conviene.
  • Pide ayuda. Si no consigues expresar el enfado de una forma asertiva, bien porque no eres capaz de exteriorizarlo o bien porque no puedes evitar las explosiones de ira, consulta con un profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré a gestionar tus emociones de un modo más adaptativo.

¿Y qué pasa cuando yo expreso bien mi enfado y el otro sigue contestando o reaccionando mal?

Aprender a expresar bien mi enfado no garantiza que el otro vaya a cambiar de acuerdo a mi deseo. Solo me asegura que no estoy echando más leña al fuego y que estoy creando las condiciones propicias para que el desacuerdo se resuelva.

A menudo, lo que suele ocurrir es que el cambio de actitud de uno se va contagiando al otro. Este capta esa nueva atmósfera emocional y aprende otra forma, más respetuosa y resolutiva, de expresar su propia ira. Ahora bien, también existe la posibilidad de que esto no ocurra y hay que contar con ello. En ese caso uno tiene la certeza de que ha actuado de la forma adecuada y, a partir de ahí, es más sencillo tomar la decisión que corresponda.

(Este texto forma parte de la serie Emociones Incomprendidas, que también incluye artículos sobre la envidia,  la vergüenza y la tristeza)

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.