Familia

Apoyar y acompañar a un familiar que tiene cáncer es un camino duro pero enriquecedor.

Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer

Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer 1280 853 BELÉN PICADO

El impacto emocional que conlleva un diagnóstico de cáncer no solo afecta al enfermo, sino también a todo el sistema familiar. Convivir con la enfermedad supone, en el propio enfermo y en las personas más allegadas, un nuevo planteamiento de vida, una reevaluación de las prioridades previamente establecidas, aprender a tolerar la incertidumbre y adaptarse a vivir en el ‘aquí y ahora’. Cuando el oncólogo confirma las peores sospechas, muchos familiares confiesan sentirse perdidos, desorientados y sin tener muy claro cómo ayudar. Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer es un proceso duro, pero también puede ser enormemente enriquecedor.

La participación de la familia o la pareja en el proceso es tan importante que, según sea el apoyo y el soporte ofrecido, incluso puede predecirse cómo será la adaptación del enfermo, la aceptación del tratamiento y las complicaciones que puedan ir surgiendo. Si tu pareja o alguien de tu familia está atravesando por este proceso, espero que este artículo te ayude.

El cambio de roles, difícil pero necesario

Tras el impacto inicial del diagnóstico, una alteración frecuente en la rutina familiar es el cambio de roles. Por ejemplo, en una familia donde la mujer es quien suele encargarse de las tareas domésticas, y es ella quien padece cáncer, su pareja o hijos tendrán que empezar a hacerse cargo de las mismas. Esto puede dar lugar, por un lado, a un sentimiento de culpabilidad por parte de la mujer que siempre ha asumido tales funciones y que ahora no puede. Y, por otro, podrían surgir discusiones entre quienes asumen tal responsabilidad por sentirlo como una obligación o por tener la sensación de no estar haciéndolo como se espera de ellos. Lo anterior podría generar discrepancias y resentimientos que será necesario ‘poner sobre la mesa’.

La flexibilidad es esencial. Hablad entre vosotros y encontrad un punto medio y siempre contando con el o la paciente. La persona con cáncer también puede tomar sus propias decisiones, incluida la de pedir ayuda o delegar ciertas tareas. Necesita seguir sintiendo que está al mando de su propia vida.

Cuidado con el optimismo excesivo

Lo normal es que el diagnóstico de cáncer a un ser querido nos genere un profundo malestar emocional. Y no ayuda que, delante de él, ocultemos nuestros sentimientos detrás de un excesivo optimismo y comentarios del estilo “hay que ser positivo” o “si eres fuerte, lo conseguirás”. En realidad, cuando pronunciamos estas frases a menudo no lo hacemos solo por animar, sino también por evitar nuestra propia angustia.

Al querer ser tan ‘positivos’ lo que hacemos, sin darnos cuenta, es lo contrario de lo que pretendemos. El enfermo puede sentirse incomprendido y, a la vez, culpable por no enfrentarse al cáncer como se supone que “debería”.

Es normal que tanto el enfermo como la familia sintáis tristeza, miedo, angustia, impotencia o ira y está bien exteriorizarlo. Solo cuando estos sentimientos se desborden, obstaculicen el proceso o impidan realizar las actividades del día a día será necesario buscar ayuda profesional.

Aprender a vivir con la incertidumbre

Habrá días en que la persona con cáncer se encuentre positiva y animada y otros enfadada, triste o sin ganas de nada. Es parte del proceso y todos os tendréis que habituar a ello. En ello jugará un papel muy importante el estilo de afrontamiento de cada uno ante situaciones nuevas o que suponen una adecuación de sus propias estrategias.

Informarte sobre la enfermedad también te resultará útil. Te dará pistas sobre cómo actuar en cada momento y te proporcionará seguridad y una mayor sensación de control. Al conocer de antemano el proceso, como ciertos cambios físicos y de ánimo, estarás mejor preparado y sabrás qué hacer cuando se presenten.

Ante todo, comunicación

Está bien que preguntes a tu familiar enfermo cómo se siente, cómo está sobrellevando la situación o qué necesita, pero no siempre es necesario que el cáncer sea el tema principal de la conversación. Para él es fundamental poder expresar sus sentimientos, pero, igualmente, la familia debe respetar su deseo de no hablar si no se siente preparado para ello o si, simplemente, no le apetece y prefiere charlar de algo más intrascendente. Asimismo, no presupongas que por estar enfermo no tendrá ánimos de apuntarse a una actividad determinada. Inclúyele en tus planes y deja que se él o ella quien decida.

En la comunicación también son importantes los silencios. Hablar por hablar, solamente para evitar silencios incómodos, puede resultar más molesto todavía. Permanecer unos minutos sin decir nada puede ayudar a ordenar lo que estamos pensando y a expresar mejor lo que sentimos. Una mirada, una sonrisa o una caricia puede comunicar mucho más que una palabra. Y, a veces, coger la mano, sin necesidad de hablar, es el mejor consuelo.

Cuando el cáncer irrumpe en la familia o en la pareja, la comunicación es esencial.

Apoyo en su justa medida

El apoyo es fundamental para el enfermo, pero siempre teniendo en cuenta ciertos factores. Un exceso de apoyo puede generar situaciones de dependencia, paternalismo e incluso de anulación de la persona enferma. Esta puede sentirlo como una fuente de estrés si no está en disposición de aceptarlo o si se siente en deuda por la ayuda recibida. En muchos casos es funcional y sano para el paciente dejarle un espacio de independencia, en especial en la toma de decisiones.

También hay que adaptar el grado de apoyo en función del estadio de la enfermedad. Dependiendo del estado de salud y de la autonomía que pueda sobrellevar el paciente, sus necesidades variarán.

El origen del apoyo es igualmente importante. Según de quién provenga, la persona enferma puede aceptarlo y percibirlo de diferente manera. Así que hay que prestar especial atención en evitar que un miembro de la familia sea quien “decida” qué tipo y quién debe prestar ese apoyo. En los casos en los que el paciente lo estime (y se encuentre en condiciones para ello) se debe respetar su decisión de dejarse ayudar por quien él (o ella) decida.

Tu sufrimiento no es secundario

Tú también eres la prioridad y eso no lo puedes olvidar. Nadie está preparado para una situación así y no tienes el deber de poder con todo, ni de hacerlo todo perfecto. Tampoco es necesario que tengas la palabra adecuada para cada momento, porque habrá muchas ocasiones en las que el enfermo solo necesite que le escuches.

Date permiso para sentir rabia, tristeza o miedo porque es normal que te sientas así. Y si necesitas ayuda de las personas de tu entorno, pídela o acéptala si te la ofrecen. Aprende a delegar. Pide que te acompañen o que te den tu espacio, si eso es lo que quieres. Hay cierta tendencia a olvidarse de las propias necesidades y volcarse en las de la persona enferma y esto es un billete seguro a la depresión. Para cuidar, primero tienes que cuidarte. Buscar ratos libres y actividades que te distraigan; te ayudarán a tomar un poco de aire y cargar las pilas.

Puede venirte bien contar con alguien, un amigo de confianza o un psicólogo, a quien poder expresar abiertamente tus sentimientos sin sentirte culpable. Tienes derecho a flaquear e, incluso, a venirte abajo en ciertos momentos y cuando eso ocurra te vendrá bien tener a alguien en quien apoyarte. Otra opción es acudir a grupos de apoyo o asociaciones de familiares donde podrás compartir tus experiencias con otras personas en tu misma situación. (Si necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te ayudaré a sobrellevar la situación)

Aprender de la enfermedad

En medio de la angustia, el miedo o la tristeza también surgirán extraordinarias enseñanzas. Acompañar a tu ser querido puede ayudarte a descubrir de qué eres capaz, a relativizar las cosas, a vivir el presente y a disfrutar de cada minuto. A menudo, el cáncer cambia las prioridades: cosas que antes nos parecían esenciales dejan de ser tan necesarias y otras a las que no dábamos tanta importancia adquieren un significado especial, como pasar más tiempo con nuestros seres queridos.

Además, un diagnóstico de cáncer puede servir para adoptar un estilo de vida más saludable que implique a toda la familia: alimentación más adecuada, práctica de ejercicio, dejar el tabaco…

Ahora bien, este aprendizaje debe ser conjunto. Según explica la oncóloga Laura Vidal en su libro Queremos estar contigo: Consejos útiles para los familiares y los amigos de los enfermos de cáncer, “los enfermos necesitan tener el apoyo incondicional de los suyos, sentirse acompañados, saber que no están solos frente a la adversidad y, sobre todo, sentirse queridos. Para ellos, contar con los familiares y amigos es una condición indispensable para hacer frente a la enfermedad. Pero no podemos olvidar que la red social la forman personas que también padecen, sienten y, en definitiva, viven el cáncer desde la primera fila”.

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Lectura

Sobrevivir al cáncer, ¿y ahora qué?. Desde el momento del diagnóstico, sobrevivir al cáncer se convierte en el principal propósito del enfermo y de su familia. Sin embargo, cuando llega el ansiado momento, y por fin se supera la enfermedad, junto a la alegría y el alivio surgen otro cúmulo de emociones con las que no se contaban y que no siempre se saben manejar. Si es tu caso o el de un ser querido, te invito a leer este artículo en este mismo blog.

Afrontar la discapacidad de un hijo conlleva un duelo duro, pero necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario 1920 1280 BELÉN PICADO

Miedo, incertidumbre, culpa e, incluso, enfado son emociones habituales cuando los padres reciben el diagnóstico de discapacidad de un hijo. Se trata de una de las peores situaciones por las que pueden pasar unos padres y genera emociones dolorosas e intensas que ponen a prueba su fortaleza, como individuos y como pareja. Para asumir la nueva realidad y encontrar una nueva ilusión sobre el terreno baldío que han dejado las expectativas incumplidas es necesario pasar por un duelo, que llevará desde la negación de la situación a la aceptación. Afrontar la discapacidad de un hijo y el correspondiente duelo es un proceso duro, pero necesario.

Desde el momento en que surge la idea de tener un hijo, es normal imaginarse cómo será, a quién se parecerá, qué actividades se harán con él… y cuando preguntan a los futuros padres si prefieren niño o niña, la respuesta suele ser: “Da igual, lo importante es que venga sano”. Sin embargo, a veces las expectativas no se cumplen. Y hay que asumir la ‘muerte’ de ese bebé deseado y fantaseado para recibir al niño real. Un niño diferente, con unas necesidades específicas, pero también con otras comunes a todos los bebés del mundo: alimento, descanso, apoyo y, sobre todo, mucho amor.

El niño con discapacidad tiene limitaciones, pero también capacidades que hay que apoyar

Transitar el duelo: de la negación a la aceptación

Según la psiquiatra estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, cuando muere un ser querido las personas atravesamos cinco etapas de duelo. Pero este modelo también puede aplicarse a otros tipos de pérdidas: una ruptura sentimental, la pérdida de un empleo, el diagnóstico de una enfermedad grave, etc. A la hora de afrontar la discapacidad de un hijo, los padres deben enfrentarse a la pérdida del bebé soñado para recibir y aceptar al bebé real. Este difícil camino no solo les ayudará a descubrirse a sí mismos, con sus debilidades y sus fortalezas; también les transformará a ellos y a su entorno más cercano.

  • Negación. Se trata de un mecanismo de defensa que surge tras el diagnóstico. Ayuda a amortiguar el sufrimiento ante una noticia tan dura y también a aplazar parte de ese dolor. En esta fase, es posible que los padres vayan de médico en médico con la esperanza de que alguno les diga que su hijo “se va a curar”.
  • Ira. Los sentimientos de ira y culpa se entremezclan en esta fase. La negación da paso a un sentimiento de enfado contra todo y contra todos, especialmente con quienes más cerca están (pareja, familia, amigos con hijos sanos) e, incluso, con el propio hijo con discapacidad. No es extraño que, en medio de la desesperación, se desee la muerte del bebé o se fantasee con el deseo de que no hubiera nacido. A estos deseos de muerte les sigue una fuerte sensación de culpa que puede llevar a la madre a no soportar separarse del niño o a sobreprotegerle en exceso.
  • Negociación. Los padres empiezan a asumir la nueva situación, aunque aún siguen buscando respuestas, esperando un “milagro” que no llega o anhelando volver al momento en que el niño todavía no había nacido. De algún modo intentan crear una realidad paralela en su imaginación que les proporciona cierta sensación de control.
  • Depresión. A medida que se va comprendiendo la nueva situación y va asumiéndose que el diagnóstico no va a cambiar, se adueña de los padres una profunda sensación de tristeza, vacío e incluso fatiga física. En esta etapa, la validación de esas emociones y la comprensión de las personas cercanas es esencial. Solo transitando y teniendo la posibilidad de manifestar ese dolor será posible llegar a la aceptación.
  • Aceptación. Por fin, se afronta la realidad y es posible traspasar el dolor para abrirse a nuevas posibilidades. Se comprende que el niño tiene limitaciones, pero también capacidades que pueden fomentarse. Esto no significa que sea un momento feliz, pero sí dará paso a una cierta sensación de paz.

Es importante puntualizar que no siempre aparecen todas las etapas, en el mismo orden o con la misma intensidad. También es normal que, una vez se ha llegado a la aceptación, en ciertos momentos de cambio se regrese a alguna de las fases anteriores. Sin embargo, la actitud será ya mucho más positiva que antes del diagnóstico.

Para afrontar la discapacidad de un hijo es necesario atravesar el camino del duelo, adaptarse a la nueva realidad familiar y recuperar la estabilidad emocional. En este trayecto y en el establecimiento del vínculo con el hijo con discapacidad jugará un papel importante la propia historia de apego de los padres y sus experiencias como hijos.

Los padres de un niño con discapacidad pasan por varias etapas de duelo hasta llegar a la aceptación

Cómo afrontar la discapacidad de un hijo

  • Centrarse más en el presente. Preguntarse una y otra vez qué ocurrirá a largo plazo o quién cuidará de nuestro hijo en el futuro solo aumentará la angustia. Poniendo la atención en pequeños pasos y marcándonos objetivos a corto plazo conseguiremos, por un lado, reducir la frustración y la incertidumbre y, por otro, empezar a construir el futuro de nuestro hijo.
  • Contactar con asociaciones o personas que estén en la misma situación. Además de compartir experiencias, esto ayudará a adoptar una nueva perspectiva y comprobar que tener un hijo con una discapacidad no tiene por qué ser una tragedia.
  • Informarse sobre la condición específica de nuestro hijo (características, tratamientos, evolución, recursos sanitarios…) disminuirá la incertidumbre y aumentará la sensación de control.
  • Centrarse en las rutinas diarias comunes a los demás bebés también contribuirá a afrontar la discapacidad de un hijo. Alimentarlo, dormirlo, salir a pasear… ayudará a suavizar la ansiedad y a normalizar la situación. Igualmente beneficioso es recuperar cuanto antes, y en la medida de lo posible, la rutina familiar (atender a los otros hijos, volver al trabajo…) a la vez que se incorporan nuevas actividades (visitas a los especialistas, rehabilitación…).
  • Reconocer al niño más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer, por poco que sea: una sonrisa, un pequeño avance… Acceder a recursos de Atención Temprana, por ejemplo, ayudará a potenciar al máximo dichas capacidades.
  • Practicar el autocuidado. Para hacer felices a los demás, tenemos que ser felices nosotros. Es muy importante buscar espacios para uno mismo que permitan cargar las pilas y renovar energías. Y eso conlleva muchas veces aprender a delegar. Cuidar de un hijo con discapacidad es una carrera de fondo, así que es necesario dosificar las energías.
  • Cuidar la pareja y la unidad familiar. Cuando hay un miembro en la familia con una discapacidad hay cierta tendencia a que todo gire en torno a él y esto no es saludable a largo plazo. Es importante intentar cuidar las relaciones tanto en la pareja como con los demás miembros de la familia, amigos, etc. En el caso de que haya otros hijos, es importante hablar con ellos y explicarles la situación. Por pequeños que sean, la dinámica familiar cambia necesariamente y ellos lo notan.
  • Buscar ayuda psicológica para hacer frente a las nuevas condiciones a las que tendrán que enfrentarse, no solo los padres sino todo el núcleo familiar.

Es importante reconocer al hijo con discapacidad más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer.

“Bienvenidos a Holanda”, carta de la madre de un niño con síndrome de Down

Emily Perl Kingsley, madre de un niño con síndrome de Down, explica muy bien el impacto que supone tener un hijo discapacitado en esta carta:

«Me piden con frecuencia que describa la experiencia de criar a un niño con una incapacidad para tratar de ayudar a personas que no han compartido esta experiencia única a entender y a imaginar cómo se siente. Es así…

Cuando vas a tener un bebé es como si planificaras un viaje de vacaciones fabuloso a Italia. Uno compra un gran número de guías turísticas y hace planes maravillosos. El Coliseo, el David de Miguel Ángel, las góndolas en Venecia. Aprendes frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante.

Después de meses de anhelantes expectativas, el día de partir finalmente llega. Preparas tus maletas y sales de viaje. Varias horas después, el avión aterriza. La azafata entra y dice: «Bienvenidos a Holanda».

«¡¿Holanda?!» exclamas. «“¿Cómo que Holanda? ¡Yo pagué para ir a Italia! Se supone que debo estar en Italia. Toda mi vida he soñado con ir a Italia»».

Pero ha habido un cambio en el plan de vuelo. Han aterrizado en Holanda y allí debes permanecer. Lo importante es que no te han llevado a un lugar horroroso, repugnante, sucio, lleno de pestilencia, carestía y enfermedad. Por lo tanto, debes salir y comprar otras nuevas guías turísticas. Y tienes que aprender un nuevo idioma. Te encontrarás con un nuevo grupo de personas que nunca imaginaste conocer.

Es solo un lugar diferente. Es más calmado que Italia, menos ostentoso que Italia. Pero después de estar allí durante un tiempo,  respiras profundo y miras a tu alrededor. Y empiezas a notar que Holanda tiene molinos de viento. Que Holanda tiene tulipanes. Y que, incluso, tiene pinturas de Rembrandt.

Pero todos los que tú conoces están ocupados yendo y viniendo de Italia… Y todos hacen alarde de lo maravilloso que lo pasaron allá. Y hasta el fin de tu vida, te dirás: «Sí, allí era donde debería haber ido. Eso fue lo que programé». Y ese dolor nunca, nunca, nunca se irá… Porque la pérdida de ese sueño es incomparable.

Pero si te pasas la vida lamentando el hecho de que no llegaste a ir a Italia, no podrás estar libre para gozar las cosas tan especiales, tan hermosas… de Holanda”.

Si te interesa:

Un documental

La historia de Jan. Durante seis años, Bernardo Moll grabó a su hijo, con síndrome de Down. El resultado es un emotivo documental que relata una historia de lucha y superación.

Un libro

Lejos del árbol: Historias de padres e hijos que aprendieron a quererse, de Andrew Solomon. A través de las historias de familias que se enfrentan a distintos tipos de discapacidad, el autor explica qué significa para los padres querer a hijos diferentes.

 

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no? 1500 1000 BELÉN PICADO

La Navidad ideal es aquella que vivimos como deseamos y con las personas que elegimos. Si optamos por pasarla en familia porque ansiamos el reencuentro con nuestros seres queridos, seguro que será fantástico. Sin embargo, también hay personas que, por diferentes razones, prefieren pasar la Navidad sin la familia, con amigos o, incluso, solos. Y estas opciones también son perfectas. Pero… ¿es posible disfrutar de esta época fuera del círculo familiar y las costumbres que se han seguido durante años?

Mucha gente tiene la creencia irracional de que no queda más remedio que reunirse con la familia y no hay otra opción posible. De este modo la Navidad pasa de ser una época de disfrute a convertirse en una sucesión de obligaciones. Las compras, la presión para que todo salga perfecto en Nochebuena o Nochevieja, el peregrinaje por las casas de parientes o la añoranza de los que no están pueden suponer una carga de estrés difícil de gestionar.

Algunas personas se plantean en estos casos romper la tradición y pasar la Navidad sin la familia. Pero los ‘debería’ son un obstáculo complicado de sortear y acaban renunciando a su deseo por no ‘traicionar’ al clan. Esta obligación que nosotros mismos nos imponemos provoca ansiedad y sentimientos de culpa, que impiden adoptar pensamientos más flexibles y visualizar otras opciones.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Foto de Denise Johnson en Unsplash

¿Navidad, dulce Navidad?

Aunque, teóricamente, se trata de una época de euforia, felicidad y buenos deseos, hay quien no considera estos días una ocasión especial para sentirse exultante; al contrario, le invade cierto malestar, que en ocasiones se transforma en ansiedad y angustia. Y entre los factores que pueden influir en este estado está el reencuentro con la familia de origen.

Es posible que nos reunamos con parientes a los que apenas conocemos y solo vemos en estas fechas (tíos o primos segundos a quienes únicamente estamos conectados a través del árbol genealógico) o con familiares más cercanos, pero con los que puede haber algún asunto pendiente. En casos más extremos, incluso, existe algún acontecimiento traumático del pasado en el seno familiar (abusos, maltrato…) que hace que acudir a estas reuniones sea especialmente estresante y doloroso. En estas situaciones pasar la Navidad sin la familia es una opción nada desdeñable.

No es extraño que coincidan en espacio y tiempo individuos con personalidades de lo más dispares, que no se reunirían en otras circunstancias. Y si a esto se suma el consumo de alcohol, la mesa puede convertirse en un auténtico campo de minas. Lo que tienes reprimido se escapa y si surge de forma reactiva y brusca, puede desatarse una bronca que solo enconará más los posibles conflictos.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Imagen de Freepik

Familia de sangre versus familia elegida

Lionel, un periodista argentino asentado en España desde hace varios años relata en este artículo cómo ha vivido la Navidad durante este tiempo. Primero, como la persona que se ve obligada a dejar su hogar y se encuentra en un país desconocido. Luego, como el joven que también quiere disfrutar de estas fechas fuera de la familia: «Hasta hace unos años, me sentía mal saliendo de fiesta en Nochebuena o saliendo demasiado pronto en Nochevieja. Lo primero era la familia y a ellos debía la lealtad. Romper esa idea no sólo nos permitió salir de la casa-búnker para encontrarnos en grupo. Romper con el puritanismo familiar también me llevó a empezar a darle importancia a esa familia escogida, a esa red que mi madre se empeñó en descalificar cuando decía que ‘los amigos van y vienen pero la familia está siempre».

Fuera de los lazos de sangre, a lo largo de la vida vamos creando otros vínculos que elegimos nosotros y que no nos vienen dados por azar. Son personas que nos ayudan a evolucionar, nos apoyan en momentos difíciles, nos escuchan sin juzgar o nos confrontan cuando es necesario… Es la familia elegida. Unas veces es un complemento a la familia de origen y otras cubre las necesidades afectivas que esta no ha podido satisfacer. Lo importante es buscar vínculos seguros y redes afectivas que fomenten el apoyo, la seguridad y el crecimiento y desde donde afrontar los momentos difíciles.

Tomar conciencia de nuestras necesidades y poder escoger con quién estar, así como tener la posibilidad de encontrar otros espacios fuera del seno familiar no solo nos permite valorar más a la gente que nos rodea. También nos ayuda a adquirir recursos para manejarnos en situaciones incómodas que pueden aparecer en la convivencia familiar, como poner distancia cuando algo nos hace daño o aprender a establecer límites.

Pese a que nos han educado para poner a la familia por delante de todo, a veces se generan dinámicas tóxicas que producen malestar y sufrimiento. Es el caso de las familias donde la comunicación no fluye y los problemas van tapándose hasta que explotan en el momento menos adecuado. O aquellas en las que se tiende a culpabilizar a cualquier miembro que trata de seguir su propio criterio. En la mayoría de los casos, no se trata de dinámicas conscientes. Lo que ocurre es que no se ha aprendido a establecer un vínculo seguro: hay buenas intenciones, pero malos métodos.

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Elige lo que te haga feliz

Sumarte a todas y cada una de las reuniones familiares, escaparte a la playa con tu pareja, pasar unos días en la montaña con tus amigos, prepararte una cena rica en casa y ver la tele hasta las tantas… Cualquier opción es perfecta si te hace feliz y, sobre todo, si la eliges tú. Y si este año, por primera vez, decides saltarte la tradición, pasar la Navidad sin la familia y hacer planes sola o solo, con tus amigos o con tu pareja, adelante. Verás que no se acaba el mundo por ello. ¡Felices fiestas!

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