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Doble vínculo. Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo 1409 1500 BELÉN PICADO

La comunicación es una de las herramientas más poderosas en las relaciones humanas, pero también puede convertirse en una fuente de conflictos, confusión y malentendidos. Entre los patrones comunicativos más complejos y dañinos se encuentra el doble vínculo, una dinámica que atrapa a las personas en una maraña de mensajes contradictorios, dificultando la toma de decisiones y generando un profundo impacto emocional.

Si en la primera parte de este artículo (Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios) exploramos qué es el doble vínculo, cómo surge y cuáles son sus características principales, en esta segunda parte nos centraremos en aspectos igualmente importantes. Veremos cómo este patrón comunicativo puede ser utilizado de manera deliberada como herramienta de manipulación y control, las consecuencias que genera a nivel emocional y psicológico, y las estrategias que podemos poner en práctica tanto para enfrentar esta dinámica como para evitar reproducirla.

El doble vínculo como herramienta de manipulación y abuso de poder

Si bien el doble vínculo puede originarse de manera inconsciente, también puede ser utilizado de manera deliberada para ejercer control sobre otra persona. Esto es especialmente frecuente en dinámicas de abuso de poder, en las que una persona busca dominar emocional o psicológicamente a otra. Un ejemplo claro de este tipo de manipulación es el efecto luz de gas o gaslighting, mediante el cual el abusador distorsiona la percepción de la realidad de la víctima para hacer que dude de sí misma.

En contextos abusivos, el doble vínculo se emplea de diversas maneras:

  • Generando confusión permanente. El abusador alterna entre comportamientos positivos y negativos, manteniendo a la víctima en un estado constante de inseguridad. Por ejemplo, un jefe podría elogiar el trabajo de un empleado para luego criticarlo duramente por detalles insignificantes. Esta estrategia crea una atmósfera de confusión que refuerza la dependencia emocional, ya que la víctima busca continuamente la aprobación del agresor.
  • Erosionando la percepción de la realidad. A través de mensajes contradictorios, el abusador mina la confianza de la víctima en su propia interpretación de los hechos. En una relación de pareja, quien utiliza este patrón comunicativo podría decir: «Te quiero, pero todo lo malo que me pasa es por tu culpa». Este tipo de afirmaciones mezclan afecto con reproches, generando culpa y debilitando la autoestima de la víctima, que comienza a cuestionar su valía.
  • Controlando las decisiones de la víctima. El doble vínculo permite al manipulador ejercer control psicológico sobre la víctima, llevándola a un estado de constante duda sobre sus decisiones. Haga lo que haga, esta siente que siempre está equivocada, lo que refuerza su sumisión y dependencia hacia el agresor.

Al final, quien recibe todos estos mensajes contradictorios acaba dudando de su propia capacidad para ver la realidad y preguntándose: «¿Estoy exagerando lo que siento o realmente está pasando?», «¿Por qué siempre tengo la sensación de estar diciendo o haciendo algo mal con esta persona?», «No entiendo qué quiere decirme, ¿debería acercarme o mantenerme al margen?»

(En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico» y «Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad)«)

El doble vínculo puede utilizarse como una herramienta de manipulación.

El impacto del doble vínculo: inseguridad, ansiedad y más

La exposición continua al doble vínculo tiene consecuencias, tanto a corto como a largo plazo:

  • Inseguridad y baja autoestima. Recibir mensajes contradictorios de forma constante genera la sensación de que cualquier decisión que se tome será incorrecta. Esta incertidumbre lleva a la persona a dudar de su capacidad para interpretar palabras, gestos o cualquier otra señal, erosionando gradualmente su confianza en sí misma. Además, con el tiempo, esta inseguridad hará que acabe evitando exponerse a situaciones nuevas por miedo al fracaso o a cualquier contexto en el que sienta que puede fallar.
  • Ansiedad. La sensación de estar inmerso en un conflicto sin solución y la incertidumbre sobre las expectativas de la otra persona generan elevados niveles de ansiedad. Esta presión emocional constante a menudo se traduce en síntomas físicos, como migrañas o problemas digestivos, y, si se mantiene en el tiempo, incluso llegar a desembocar en una depresión.
  • Culpa y autocrítica. Ante la imposibilidad de encontrar una respuesta correcta, el receptor de un doble vínculo suele experimentar un profundo sentimiento de culpa y una autocrítica constante, alimentada por la idea de que debería haber actuado de manera diferente para evitar el conflicto o satisfacer las expectativas del otro. Este ciclo refuerza la sensación de no ser suficiente.
  • Confusión e indefensión aprendida. La exposición continua a contradicciones provoca confusión sobre cómo actuar o responder en determinadas situaciones. Si esto se mantiene en el tiempo, puede derivar en indefensión aprendida, un estado en el que la persona se siente incapaz de cambiar la dinámica y adopta una actitud pasiva, resignándose a su situación sin intentar resolverla.
  • Dificultades en la comunicación. Quienes han crecido o vivido en entornos donde el doble vínculo es la forma habitual de manejarse, suelen desarrollar patrones comunicativos disfuncionales. Por ejemplo, dificultad para expresar emociones de manera clara, tendencia a evitar conflictos para no generar tensión, uso de una comunicación indirecta que perpetúa la confusión en sus relaciones, etc.
  • Problemas en la construcción de vínculos sanos. El doble vínculo dificulta que una persona pueda establecer relaciones basadas en la confianza y la seguridad. La incertidumbre constante sobre cómo actuar para ser aceptada genera un profundo miedo al rechazo, fomenta la dependencia emocional y complica la creación de vínculos equilibrados y saludables.

Qué hacer

Enfrentar situaciones de doble vínculo puede ser emocionalmente agotador, pero hay estrategias que pueden ayudarte, no solo a reconocerlas, sino también a manejarlas y a minimizar su impacto en tu salud mental.

  • Identifica lo antes posible. El primer paso para salir de un doble vínculo es reconocerlo. Analiza esas situaciones en las que te sientes confundido/a o atrapado/a sin saber muy bien por qué y reflexiona: ¿Hay incoherencias o contradicciones entre palabras y acciones? ¿Te sientes culpable o ansioso/a hagas lo que hagas? ¿Qué emociones surgen en tus interacciones con determinadas personas? Una vez que te entrenes en identificar estos patrones será más fácil anticiparte y actuar. Por ejemplo, si notas que un amigo te dice que quiere verte, pero cancela constantemente, puedes anticiparte y decir: «Si estás ocupado, podemos organizarlo para otro momento».
  • Valida tus emociones. Es normal sentir frustración, tristeza o enfado ante un doble vínculo. Reconocer y aceptar estas emociones te ayudará a manejarlas mejor, sin juzgarte por sentirlas. Son una respuesta natural a situaciones confusas.
  • Habla con alguien de confianza. Compartir lo que estás experimentando con una persona de confianza te ayudará a ordenar tus pensamientos y te permitirá obtener una perspectiva más clara. Una visión externa facilitará que identifiques contradicciones que quizá no habías notado y contribuirá a que entiendas mejor lo que está ocurriendo.
  • Clarifica las contradicciones. Cuando sea posible, aborda la situación de forma respetuosa y abierta. Expresa cómo te afecta la falta de claridad y señala lo que no comprendes. Por ejemplo: «Me confunde cuando dices que quieres verme, pero luego cancelas nuestras citas. ¿Podemos hablar de esto?». O «Noto que tu actitud parece transmitir algo distinto de lo que dices. ¿Qué está pasando realmente?».
  • Establece límites. Si los dobles vínculos persisten y empiezan a afectarte, es importante poner límites claros y firmes. Define qué comportamientos estás dispuesto/a a aceptar y cuáles no. Por ejemplo: «Entiendo que no siempre estemos de acuerdo, pero necesito que nuestros mensajes sean más claros para no sentirme tan confundido».
Poner límites ante el doble vínculo

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  • Renuncia a la solución perfecta. Aceptar que no siempre hay una respuesta correcta puede ser liberador. En un doble vínculo, cualquier acción parece equivocada. Así que, en lugar de buscar agradar a todos, elige la opción que menos comprometa tu bienestar emocional.
  • Cuida tus relaciones y a ti mismo/a. La comunicación es el puente que conecta a las personas, y cuidarla es esencial para construir relaciones sanas. Asegúrate de priorizar tu autocuidado emocional, creando espacios donde te sientas validado/a y comprendido/a. También, fomenta entornos donde la claridad y la empatía sean fundamentales.
  • Aprende a despersonalizar. Recuerda que, en muchos casos, los dobles vínculos no son intencionados ni algo personal. Quien los genera a menudo no sabe cómo expresar sus necesidades de manera clara. Reconocer esto puede ayudarte a reducir la culpa y a enfocarte en soluciones.
  • Desarrolla tu resiliencia emocional. Aceptar que algunas personas o dinámicas no cambiarán te permitirá enfocarte en lo que sí puedes controlar: tu reacción. Fortalecer tu resiliencia emocional te ayudará a manejar mejor la frustración y la incertidumbre que generan los dobles vínculos.
  • Busca apoyo profesional. En terapia, aprenderás a identificar y afrontar los dobles vínculos, a mejorar tu comunicación y a construir patrones más saludables.

¿Y si soy yo quien envía mensajes contradictorios?

Aunque todos hemos experimentado situaciones de doble vínculo, quizás nos resulte más difícil reconocer ocasiones en las que hemos sido nosotros quienes hemos promovido estas dinámicas, desde enviar mensajes contradictorios en momentos de estrés a esperar de los demás algo que es difícil o imposible de cumplir. Podemos recurrir a este tipo de comportamientos por diferentes razones. Estas son algunas:

  • Patrones aprendidos en la infancia. Nuestra manera de comunicarnos está profundamente influida por los entornos en los que crecimos. Si durante la infancia recibimos mensajes contradictorios de nuestros cuidadores, es probable que hayamos interiorizado este estilo como «normal». Sin darnos cuenta, podemos replicar esas dinámicas en nuestras propias relaciones, perpetuando ciclos de confusión.
  • Inseguridades y miedo al rechazo. El temor a perder una relación importante puede hacernos actuar de forma incoherente y llevarnos a ser poco claros a la hora de comunicarnos y expresar lo que realmente queremos o esperamos de la otra persona. Evitar expresar nuestras verdaderas necesidades o sentimientos por miedo a ser rechazados a veces lleva a enviar señales ambiguas o contradictorias. Al final, esta falta de claridad acabará generando frustración tanto en nosotros como en quienes nos rodean.
  • Falta de consciencia emocional. Cuando no somos plenamente conscientes de nuestras emociones, es fácil que actuemos de manera contradictoria sin siquiera darnos cuenta. Por ejemplo, puede que ni yo misma sea consciente de que estoy enfadada con alguien y decir que todo está bien mientras mi tono, mis gestos o mi actitud están reflejando ese enfado. Esta desconexión entre lo que sentimos y lo que comunicamos puede confundir a los demás y perpetuar el doble vínculo.
  • Evitación del conflicto. El deseo de evitar confrontaciones directas puede llevarnos a enviar mensajes ambiguos o contradictorios. En lugar de abordar los problemas de manera clara, optamos por el silencio, el sarcasmo o las indirectas. Aunque inicialmente puede parecer una solución para evitar tensiones, este enfoque genera malentendidos y emociones negativas en la otra persona.
  • Dificultades en la regulación emocional. La incapacidad para gestionar emociones intensas como la frustración, el miedo o el enfado puede llevarnos a comunicarnos de forma impulsiva o incoherente. Esto incluye enviar mensajes que mezclan afecto con críticas o apoyo con desaprobación.
Doble vínculo

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Estrategias que puedes utilizar si eres tú quien está generando el doble vínculo

Reconocer que podrías estar promoviendo este tipo de dinámicas es un verdadero acto de responsabilidad y de crecimiento personal. Aquí tienes algunas pautas para reflexionar y mejorar:

  • Identifica tus propios patrones. Reflexiona sobre tus intenciones y sobre cómo comunicas: ¿Tus palabras coinciden con tus gestos o tu actitud? ¿Tus mensajes son claros o crees que podrían generar confusiones? ¿Estás evitando algún conflicto o tema incómodo? Ponte en el lugar de la otra persona: ¿Serías capaz de interpretar tu mensaje sin sentirte confundido/a?
  • Cuida la coherencia entre palabras y actos. Asegúrate de que tus palabras, lenguaje corporal y acciones estén alineados. Pregúntate: ¿Mi lenguaje corporal apoya y refuerza lo que digo? ¿Mis actos respaldan lo que pido o espero de otra persona? Por ejemplo, en lugar de decir «Haz lo que quieras» con un tono de disgusto, podrías expresar: «Prefiero esto, pero estoy abierto a discutir otras opciones».
  • Practica la escucha activa. A veces generamos dobles vínculos porque no prestamos suficiente atención al impacto de nuestras palabras. Escucha las respuestas de los demás y presta atención a sus reacciones para ajustar tu mensaje si notas confusión o incomodidad.
  • Fomenta la comunicación asertiva. Trabaja en expresar tus pensamientos y sentimientos de manera clara y respetuosa. De este modo, la comunicación asertiva te permitirá ser directo/a sin agredir ni caer en la pasividad o en comportamientos pasivo-agresivos.
  • Reconoce patrones en tus relaciones. Analiza si tiendes a generar mensajes contradictorios en ciertos contextos, como con tus hijos, tu pareja o con compañeros de trabajo. Identificar estos patrones te permitirá actuar con mayor claridad en el futuro.
  • Trabaja en tus inseguridades. El miedo al rechazo o la necesidad de control pueden llevarte a emitir mensajes confusos. Así que reflexiona sobre tus miedos y trabaja en fortalecer tu seguridad emocional para comunicarte de manera más auténtica.
  • Solicita feedback. Pide a personas cercanas que te ayuden a identificar si estás generando confusión porque escuchar cómo perciben tu comunicación puede ser clave para ajustar tu comportamiento.
  • Busca ayuda. Si te resulte difícil cambiar estos patrones, considera la posibilidad de iniciar un proceso terapéutico. Un profesional puede ayudarte a comprender las raíces de tus dinámicas comunicativas y a desarrollar estrategias para mejorar tu expresión emocional.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Doble vínculo o Cuando los mensajes contradictorios son una trampa emocional

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios 1254 836 BELÉN PICADO

Imagina que tu pareja te dice: «Confío en ti plenamente», pero al mismo tiempo revisa cada uno de tus movimientos, cuestionando tus decisiones y dejándote con la sensación de que nada de lo que haces es suficiente. O piensa en aquella vez en la que un familiar cercano te aseguró que podías contar con él en cualquier momento y, cuando realmente lo necesitaste, encontraste críticas o indiferencia en lugar de apoyo. Este patrón comunicativo en el que se emiten dos mensajes contradictorios a la vez se conoce como doble vínculo o doble vinculación.

Desde que nacemos, los seres humanos intercambiamos información no solo a través de palabras, sino también mediante gestos, miradas, el tono de voz… Cuando los mensajes que recibimos son opuestos, nos quedamos enredados en un estado de frustración e incertidumbre, sin saber qué interpretar o cómo actuar. Como si de una tela de araña se tratara, quedamos atrapados entre promesas de confianza y acciones que sugieren desconfianza o entre palabras que ofrecen cariño y gestos que transmiten rechazo.

La teoría del doble vínculo

El concepto de doble vínculo fue introducido en los años 50 por el antropólogo Gregory Bateson y su equipo de investigación en Palo Alto, California. Según Bateson, el doble vínculo describe una situación en la que una persona recibe mensajes opuestos de forma simultánea y generalmente en niveles diferentes de comunicación (explícita o implícitamente), lo que le deja sin posibilidad de actuar sin contradecir uno de los mensajes.

En sus inicios, la teoría del doble vínculo se planteó para explicar cómo se desarrollaba la esquizofrenia, sugiriendo que los patrones de comunicación incongruentes en el entorno familiar podrían contribuir a las alteraciones del pensamiento y del lenguaje asociadas a este trastorno. Aunque con el tiempo esta hipótesis fue descartada, la teoría ha resultado muy útil para comprender hasta qué punto el modo en que nos comunicamos influye en nuestra salud mental y cómo los mensajes contradictorios pueden impactar negativamente en nuestras emociones y comportamientos.

Doble vínculo y mensajes contradictorios

Se origina en la infancia

El doble vínculo suele originarse de manera inconsciente y está profundamente arraigado en patrones de comunicación que se desarrollan durante la infancia. Algunos de los más comunes son:

  • Comunicación Incoherente. Cuando somos niños dependemos de los adultos para interpretar el mundo y construir vínculos emocionales seguros. Sin embargo, si nuestros cuidadores nos transmiten mensajes contradictorios, como consolarnos verbalmente mientras muestran actitudes de rechazo, internalizaremos esta ambigüedad como parte de nuestra experiencia emocional. Una madre que dice a su hijo «Siempre estaré aquí para ti», pero sistemáticamente ignora o minimiza sus emociones, enseña al niño un modelo de comunicación ambigua que él normalizará con el tiempo.
  • Expectativas irreales o contradictorias. Algunas familias imponen demandas imposibles de cumplir, dejando a la persona que las recibe en una posición indefensa en la que, haga lo que haga, se equivocará. Por ejemplo, si en mi casa siempre se ha promovido la independencia como un valor esencial, pero al mismo tiempo se me exige consultar todas las decisiones importantes, me están generando un dilema irresoluble. Si consulto, me sentiré mal porque estoy quebrantando ese principio de independencia y si no consulto, también me sentiré mal porque no estoy cumpliendo con la norma familiar. Este tipo de situaciones favorecen que se generen tensiones en la familia y conflictos de lealtades que pueden dañar profundamente las relaciones.
  • Evitación del conflicto directo. En entornos donde se evita el conflicto a toda costa, el miedo a enfrentar problemas de manera abierta conduce a formas de comunicación evasivas o poco claras. Sería el caso de alguien que no se atreve a expresar que algo le molesta por temor a generar tensiones y, cuando le preguntan qué le ocurre, responde con un «Nada, todo está bien». O muestra su descontento a través del sarcasmo o el silencio. Estas actitudes, lejos de solucionar el problema, lo único que hacen es alimentar la confusión de la otra persona, que no entiende qué está ocurriendo, y deteriorar la relación.
  • Parentalización y abandono encubierto. La parentalización ocurre cuando, en la familia, el niño asume roles y responsabilidades propios de un adulto. Por ejemplo, cuidar de los padres, tomar decisiones familiares o actuar como mediador emocional. En este contexto, el doble vínculo puede manifestarse de diversas formas:
    • Expectativas opuestas. Se espera que el niño sea obediente y sumiso, pero también que demuestre iniciativa y asuma responsabilidades propias del cuidador. Es decir, se le exige obediencia como hijo, pero también que actúe con la autonomía y madurez de un adulto. Esto crea un dilema imposible de resolver, ya que cumplir con una expectativa implica fallar en la otra.
    • Falsa libertad. Algunos padres se muestran especialmente permisivos y aparentan dar mucha libertad al niño evitando ponerle límites. Sin embargo, lo que están haciendo realmente es delegar en él la responsabilidad de manejar situaciones que no le corresponden. Esta aparente independencia oculta un abandono emocional que el niño no puede gestionar.
    • Confusión de roles. Al ocupar un rol parental, el niño internaliza un modelo de relación en el que no hay claridad sobre responsabilidades ni sobre expectativas, perpetuando patrones de comunicación contradictorios que pueden repetirse en sus relaciones futuras.

(En este blog puedes leer el artículo “Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias)”)

Doble vínculo y mensajes contradictorios

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Características del doble vínculo

Hay varias condiciones que deben cumplirse para que tenga lugar una situación de doble vínculo:

  • Se produce entre dos o más personas y, generalmente, una de ellas se encuentra en una posición de autoridad o tiene algún tipo de influencia sobre la otra. Esta diferencia de ‘estatus’ hace que la otra se sienta cohibida e incapaz de responder o hacer algo para evitar el malestar que supone un mensaje contradictorio o una situación ambigua.
  • Es recurrente. No se trata de algo puntual, sino de situaciones que se repiten de forma reiterada hasta establecer un patrón y convertirse en el estilo comunicativo predominante en la relación. Todos somos contradictorios de vez en cuando, el problema surge cuando este tipo de comunicación se hace habitual y la sensación de no saber qué esperar del otro o cómo responder pasa a ser una constante.
  • Se da en relaciones significativas. La doble vinculación suele producirse en relaciones en las que existe un fuerte vínculo emocional: padres e hijos, parejas, amigos cercanos… Estas relaciones están cargadas de expectativas, lo que hace que los mensajes opuestos tengan un impacto más profundo.
  • Es habitual que se den dos mensajes contradictorios, aunque puede ser más. Se transmite simultáneamente un mensaje positivo de manera explícita y otro negativo de forma implícita, creando una contradicción entre lo que se dice y lo que se expresa con el lenguaje no verbal. Esta incoherencia hace que el receptor no sepa cuál de los mensajes priorizar.
  • Hay una expectativa de ser recompensado. En la mayoría de los casos está presente la esperanza de una recompensa emocional, como el amor, la aceptación o la validación. Es este deseo lo que impulsa a intentar cumplir con las demandas contradictorias y también lo que mantiene a la persona atrapada en la relación pese al daño emocional que le genera.
  • No hay salida. Cuando alguien recibe un mensaje ambiguo, se encuentra en una posición en la que cualquier respuesta que dé será incorrecta o insuficiente. La situación se complica aún más cuando la persona intenta buscar claridad o señalar la contradicción, ya que el emisor puede interpretarlo como una falta de respeto o un cuestionamiento a la relación. Así que, al final, es este último quien controla completamente la interpretación del mensaje. Y el receptor, por su parte, queda sin recursos para responder de manera adecuada. Esto genera una profunda sensación de impotencia, porque siente que, haga lo que haga, siempre estará equivocado.
Doble vínculo y mensajes contradictorios

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Algunos ejemplos de doble vinculación

Para que sea más fácil identificar si somos víctimas de un doble vínculo o, si de forma inconsciente, somos nosotros quienes lo estamos favoreciendo, os doy algunos ejemplos:

– Antonio le dice a su hija adolescente: «Quiero que confíes en mí y me cuentes todo lo que te pasa». Sin embargo, cada vez que la joven intenta compartir sus problemas, él reacciona con críticas o restando importancia a lo que le ocurre. Su hija, que acaba sintiendo que no importa lo que diga porque la van a juzgar igual, acaba optando por cerrarse y no compartir cómo se siente.

– La madre de Ricardo siempre está diciéndole cuánto le quiere. Pero cada vez que él intenta acercarse o buscar su cariño, ella le aparta o le tilda de «pesado». Ricardo se encuentra atrapado en un doble vínculo, ya que el mensaje verbal de su madre no coincide con el rechazo y el desinterés que muestran sus acciones.

– Hace tiempo que los padres de Ana no se llevan bien y que en casa se respira mucha tensión y hostilidad. Sin embargo, a nivel verbal, Ana siempre recibe el mensaje de que todo está bien y que nadie está enfadado. Esto hace que dude de sus propias percepciones.

– Tu novia te dice: «Necesito más espacio, no me gusta sentirme controlada». Pero cuando empiezas a espaciar tus mensajes y tus llamadas, te reprocha que no te preocupes por ella.

– Raquel se queja de que su marido Carlos nunca toma la iniciativa y le pide que sea más espontáneo y le proponga más planes. Sin embargo, cuando él organiza una salida sorpresa, ella lo critica por no haberle consultado. Ante esta actitud, Carlos se siente frustrado y confundido porque no entiende nada.

– Tu pareja te pregunta por qué estás tan callada y cuando te animas a compartir cómo te sientes, resopla y te replica: «Ya estás otra vez con lo mismo…». Esto te genera mucha confusión e inseguridad porque no sabes a qué atenerte.

– Manuel ha conocido a una chica en una aplicación de citas y está muy ilusionado. Ella continuamente le dice que tiene muchas ganas de conocerle en persona, pero pasan los días y las semanas y nunca tiene tiempo de quedar. O cancela en el último minuto.

– Un jefe le dice a su equipo: «Me gustaría que aportarais vuestras ideas». Sin embargo, siempre que alguien propone algo diferente, responde: «Eso no funcionará aquí». Los empleados sienten que no vale la pena exponer sus ideas.

– Tu compañero de trabajo se ofrece a ayudarte «en lo que necesites», pero cada vez que le pides su colaboración, pone excusas o muestra falta de interés.

– Esther recibe un mensaje de su amiga Rocío. Le dice que la echa mucho de menos y que le encantaría que fuese a su cumpleaños. Pero cuando llega el día y Esther se presenta en la celebración, Rocío  la ignora completamente.

Como habéis visto, en este artículo he explorado qué es el doble vínculo, cómo se origina y cómo identificarlo en nuestras relaciones. Sin embargo, comprenderlo es solo el primer paso. En la segunda parte (Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo), analizo las consecuencias de estas dinámicas. Además, ofrezco estrategias para afrontarlas, tanto si las sufrimos como si, sin darnos cuenta, estamos contribuyendo a generarlas.

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264.

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu.

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfechos

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones para elegir, más insatisfechos

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones para elegir, más insatisfechos 1500 1200 BELÉN PICADO

Uno de los pilares en los que se sustenta nuestra sociedad es la libertad de elección. Se supone que cuanto más haya donde elegir, mayor será nuestro grado de libertad, nuestro nivel de satisfacción y más felices seremos. Sin embargo, la realidad es que a menudo nos ocurre justo lo contrario, cuantas más opciones tenemos ante nosotros, más nos agobiamos. A veces, tanto, que somos incapaces de elegir. A esta situación se le llama paradoja de la elección y es la responsable de que acabemos pidiendo siempre lo mismo cuando la carta de un restaurante es excesivamente larga. O de que elegir qué película o serie ver en Netflix pase de ser un momento de ocio y relax a convertirse en una experiencia estresante y desagradable.

A medida que aumenta el número de opciones también lo hace la dificultad de saber cuál es la mejor. Da igual si se trata de una decisión aparentemente sencilla, como reservar mesa en un restaurante, comprar un móvil o elegir dónde me voy de vacaciones, o si nos toca ocuparnos de cuestiones más importantes, como decidir el colegio de nuestros hijos o, incluso, elegir pareja.

Todo esto tiene mucho sentido si pensamos que cuanta más información tengamos que evaluar y procesar, más va a tener que trabajar nuestro cerebro. Es algo así como lo que pasa con los ordenadores. Cuantas más instrucciones, más despacio procesamos.

Vamos, que en lugar de sentirnos empoderados por la libertad de elección de la que hablábamos al principio, al final acabamos insatisfechos, confundidos y, a veces, paralizados. A esto se une el hecho de que comparar constantemente nuestras decisiones con las alternativas que no hemos elegido puede generar arrepentimiento y culpa al pensar que podríamos haber hecho una elección mejor.

El psicólogo estadounidense Barry Schwartz fue quien desarrolló el concepto de «paradoja de la elección». En su libro The Paradox of Choice: Why More Is Less (La paradoja de la elección: Por qué más es menos) hace referencia a la idea de que, aunque en un principio una mayor variedad de opciones disponibles donde elegir podría parecer beneficiosa y producir una mayor satisfacción, lo que suele ocurrir en realidad es que esta situación acabe generando ansiedad, malestar e insatisfacción. Para Schwartz, más opciones complican y dificultan (mucho) las cosas.

A este fenómeno también se le conoce con otros términos, como «sobrecarga de la elección», «parálisis por análisis» o «parálisis de la decisión».

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfacción

Foto de Victoriano Izquierdo en Unsplash.

Así puede afectarnos tener demasiadas opciones

A continuación, os cuento qué suele suceder desde el punto de vista psicológico cuando nos encontramos con muchas alternativas disponibles:

  • Insatisfacción. A menudo, el valor que damos a las cosas depende de con qué lo comparamos. Si después de elegir algo me pongo a pensar en los puntos positivos y las características más atractivas de lo que he rechazado, me sentiré menos satisfecha con mi decisión. Aunque la alternativa escogida sea estupenda. Por ejemplo, este año he elegido el sur de España domo destino de mis vacaciones. Si una vez que me he decidido y ya he pagado mi alojamiento, me pongo a pensar en los lugares maravillosos que podría haber visitado si hubiera escogido la costa cantábrica, me sentiré insatisfecha y no disfrutaré plenamente de mi elección, que es fantástica también.
  • Expectativas excesivas. Por lo general, cuantas más posibilidades tenemos a nuestro alcance, más cosas positivas esperamos. Pero al final muchas veces resulta que lo que escogemos no nos parece tan bueno como nos imaginábamos. Y es que unas expectativas demasiado altas suelen ser garantía de que las experiencias se queden cortas.
  • Sensación de culpa. También ocurre que, en lugar de admitir que tener tanto donde elegir puede agobiar a cualquiera, nos culpamos y nos repetimos una y otra vez que podríamos haber elegido mejor, que quizás no evaluamos bien cada alternativa, etc. Al final, la culpa y el arrepentimiento restan satisfacción a una elección que en un primer momento nos pareció la mejor. Además, si este sentimiento se convierte en algo habitual cada vez que nos decidamos por algo, acabará afectando negativamente a nuestra autoestima y a nuestro estado de ánimo.
  • FOMO. Vemos la relación entre el FOMO («Fear of Missing Out») o miedo a perderse algo importante y la paradoja de la elección en las redes sociales. El hecho de que en ellas se muestren constantemente las opciones y experiencias de los demás, contribuye a que uno reste importancia a lo que ha elegido hacer y sienta que está perdiéndose algo mejor. Del mismo modo, cuando utilizo, por ejemplo, alguna aplicación de citas no seré capaz de crear vínculos con nadie al pensar en todo el abanico de posibilidades que tengo ante mis ojos y que podría estar perdiéndome. Y siempre que exista la posibilidad de llegar a algo más serio con alguien me invadirá el miedo a estar equivocándome.
    (En este blog puedes leer el artículo “FOMO (I): Qué es y cómo saber si me está amargando la vida”)
  • Parálisis. Otro consecuencia de tener demasiadas opciones es que nos abrumamos tanto que acabamos ‘congelándonos’ y sin tomar ninguna decisión. Algunos estudios han mostrado como, al sobrecargar el cerebro con demasiadas opciones, se reduce la eficiencia en la toma de decisiones, lo que puede resultar en la incapacidad de decidir y en una mayor insatisfacción.
La paradoja de la elección está relacionada con el uso de las aplicaciones de citas.

Imagen de Freepik.

Maximizadores y satisfactores

La paradoja de la elección no nos afecta a todos por igual. Barry Schwartz diferencia entre «maximizadores» y «satisfactores», términos que tomó prestados de Herbert A. Simon, científico social y premio Nobel que en la década de los 50 del siglo pasado se dedicó a analizar los procesos de toma de decisión.

Los maximizadores buscan hacer la mejor elección posible evaluando exhaustivamente todas las opciones disponibles antes de elegir. Se esfuerzan por encontrar la opción óptima que maximice sus beneficios y les produzca la mayor satisfacción. Se caracterizan por:

  • Exhaustiva búsqueda de información: Son muy rigurosos investigando todas las alternativas disponibles.
  • Evaluación minuciosa: Comparan meticulosamente las características, pros y contras de cada opción.
  • Perfeccionismo: No les basta una opción que sea adecuada. Buscan la opción perfecta.
  • Tendencia al arrepentimiento: Una vez se han decidido por una opción, les preocupa la posibilidad de que alguna de las que rechazaron fuese mejor.

Un maximizador que quiera comprar un coche, por ejemplo, pasará semanas o meses investigando diferentes modelos, leyendo reseñas, probando varios vehículos y comparando precios antes de tomar una decisión.

Los satisfactores, por su parte, buscan una opción que sea lo suficientemente buena para sus necesidades y que cumpla con sus criterios y expectativas mínimas, sin preocuparse si es la opción óptima. Es decir, eligen haya o no mejores alternativas. Sus características:

  • Criterios claros: Tienen una lista de criterios que deben cumplirse para considerar una opción aceptable.
  • Búsqueda razonable de información: Investigan lo suficiente para encontrar una opción que cumpla con sus estándares, pero no buscan exhaustivamente.
  • Rapidez en la decisión: Tienden a decidirse más rápidamente porque no se obsesionan con cada detalle.
  • Satisfacción: Generalmente, están más satisfechos con sus decisiones, ya que sus expectativas son más manejables.

Siguiendo el mismo ejemplo del coche, un satisfactor podría identificar algunas características clave que para él son necesarias (consumo, precio, espacio interior…) y elegir el primer modelo que cumpla con estos criterios, sin revisar minuciosamente todas las opciones disponibles.

Obviamente, los maximizadores van a tener más ‘papeletas’ para caer en la paradoja de la elección y que la gran cantidad de opciones disponibles les abrume y se sientan menos satisfechos con sus decisiones al pensar que podrían haber elegido mejor. Los satisfactores, en cambio, al establecer criterios claros y conformarse con una opción que sea suficientemente buena, evitarán la parálisis por análisis y experimentarán menos arrepentimiento y estrés.

Asimismo, los primeros tendrán más probabilidades de que su salud mental se vea afectada. Precisamente la presión que se ponen ellos mismos para encontrar esa opción perfecta es la que les lleva a experimentar altos niveles de ansiedad.

Paradoja de la elección.

Foto de Anastasya Badun en Unsplash.

¿Es posible librarse de los efectos de la paradoja de la elección?

A continuación, te doy algunas pautas que pueden ayudarte a reducir la sensación de sobrecarga y mejorar tu satisfacción con las decisiones que tomes:

  • Establece criterios claros y define prioridades. Antes de enfrentarte a una decisión, identifica los criterios que te parecen más importantes y céntrate en ellos. Si vas a comprar un coche, decide de antemano qué características son imprescindibles (la eficiencia del combustible, el precio, la seguridad) y enfócate en esos aspectos.
  • Limita las opciones. Reduce la cantidad de alternativas a un número que puedas manejar sin excesivo esfuerzo mental. En lugar de revisar 50 modelos de teléfonos móviles, selecciona los 5 que mejor se ajusten a tus criterios principales y compáralos. Si compras online, puede ayudarte utilizar los filtros de búsqueda para acotar opciones según tus preferencias. Una vez que hayas acotado las alternativas, también puede ayudarte escribir una lista de pros y contras para cada una de las alternativas.
  • Satisfacer en lugar de maximizar. Adopta mentalidad de satisfactor y, en vez de agotar toda tu energía en dar mil vueltas para encontrar la opción perfecta y así no tener remordimientos después, acostúmbrate a decidirte por una alternativa lo suficientemente buena. En lugar de intentar encontrar el restaurante perfecto, elige uno que cumpla con tus criterios básicos y disfrútalo.
  • Divide y vencerás. Desglosa la decisión en etapas que te resulten más manejables. Si estás planeando unas vacaciones, primero decide el destino, luego el alojamiento, y finalmente las actividades a realizar.
  • Consulta e infórmate. Pedir recomendaciones a amigos, familiares o expertos puede ayudarte a reducir las opciones y a obtener perspectivas valiosas en las que no habías reparado.
  • Fíjate plazos. Establecer un tiempo límite para tomar una decisión te ayudará a evitar la parálisis por análisis.
  • Aprende a vivir con la incertidumbre. Acepta que la incertidumbre es una parte inevitable de la toma de decisiones, que no se pueden controlar cada variable y que no puedes predecir todos los resultados posibles. Piensa que, si las diferencias entre tus dos o tres opciones finales son tan pequeñas que te cuesta decirte por una, lo más seguro es que las diferencias entre sus resultados o consecuencias también serán insignificantes. Así que tampoco merecerá la pena invertir tanto tiempo y energía en seguir analizándolas indefinidamente.
  • Practica la autocompasión y acepta que la perfección no existe. No somos perfectos y, por tanto, nuestras decisiones tampoco, ya que siempre habrá pros y contras. Permítete cometer errores sin machacarte. Si después de un buen rato revisando la carta de un restaurante, eliges un plato que no resulta ser de tu agrado, recuérdate que no pasa nada y que la próxima vez podrás probar algo diferente.
  • Entrena tu tolerancia a la frustración. Elegir implica enfrentarnos a la frustración, bien porque lo que escogimos no cumple todas las expectativas que habíamos puesto en ello o porque empezamos a dar vueltas a la duda de si nos habremos equivocado en nuestra elección. Al fin y al cabo, tomes la decisión que tomes nunca podrás saber qué habría pasado si hubieses escogido otra opción.
  • Reflexiona y aprende. Revisa tus decisiones pasadas para identificar patrones y mejorar las que tomes en el futuro.

Y si, pese a todo, tener demasiadas opciones a la hora de elegir afecta a tu bienestar hasta el punto de angustiarte o, incluso, paralizarte, no dudes en buscar ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

«Aprender a elegir es difícil. Aprender a elegir bien es más difícil. Y aprender a elegir bien en un mundo de posibilidades ilimitadas es aún más difícil, quizá demasiado». (Barry Schwartz, psicólogo estadounidense)

Referencias bibliográficas

Reutskaja, E., Lindner, A., Nagel, R. & al. (2018). Choice overload reduces neural signatures of choice set value in dorsal striatum and anterior cingulate cortex. Nature Human Behaviour, 2, 925–935.

Schwartz, B. (2004). The Paradox of Choice: Why More Is Less, New York: HarperCollins.

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes... 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas 1920 1920 BELÉN PICADO

El vínculo con la madre es uno de los temas que más surgen en terapia. Y es que el mito de la madre perfecta, sacrificada y abnegada constituye una imagen idealizada muy difícil de sostener. Aún supone un tabú admitir que una madre pueda hacer daño a sus hijos o incluso que no los quiera. Pero ocurre. Cuesta aceptar que, igual que hay madres comprensivas que constituyen una base segura para su descendencia, también hay madres narcisistas, controladoras, victimistas, sobreprotectoras, asfixiantes…

En muchas ocasiones el problema no es la ausencia de amor materno, sino el modo de demostrarlo. Hay madres que quieren a sus vástagos, pero los quieren mal. Hay conductas y actitudes que, unas veces voluntaria y otras involuntariamente, obstaculizan el desarrollo emocional de los hijos. Madres que causan dolor emocional en lugar de brindar apoyo. Aunque desde hace unos años se utiliza mucho el concepto de «madre tóxica», es importante señalar que lo tóxico no es la persona, sino sus comportamientos o el tipo de relaciones que establece con otros.

¿Qué puede llevar a una madre a establecer relaciones dañinas con sus hijos?

Pueden ser muchos los factores que influyan, entre ellos:

  • Miedos e inseguridades que se proyectan en los hijos.
  • Experiencias traumáticas vividas en el pasado
  • Haber sido una hija que no fue amada por sus propias figuras de apego. Algunas mujeres reproducen con su descendencia el tipo de vínculo y los comportamientos que tuvieron con ellas.
  • Sufrir ciertos trastornos mentales (hablo de ello más adelante)
  • Ser madre porque tocaba, porque está «en la naturaleza» de la mujer, por la presión social.

Algunas veces es posible reconducir la relación. Otras, por muy mal visto que esté, alejarse es la mejor opción (o la única). Emprender un proceso de duelo para aceptar que nunca tendremos la madre que esperábamos y que nos habría gustado tener nos liberará y nos ayudará a sanar.

Cómo saber si tu madre está influyendo negativamente en tu bienestar emocional

A continuación, te dejo algunas pistas que te pueden ayudar a reconocer si, con su comportamiento y su actitud, tu madre está minando tu bienestar y tu autoestima. Y en caso de que seas madre, quizás te ayude a identificar si tienes alguna de estas conductas y, si es así, trabajar en ello.

1. Ignora o no acepta tus límites

Hablar con terceras personas de asuntos que atañen a sus hijos, aparecer en casa de estos sin avisar, llamarles varias veces al día y a cualquier hora, tomar decisiones importantes por ellos (elegir su carrera o, incluso, la pareja), escuchar sus conversaciones privadas… Interferir en la vida personal de los hijos o exigir constantemente atención y tiempo, incluso si ellos tienen otras responsabilidades o compromisos puede enturbiar mucho el vínculo materno-filial.

Esta actitud puede generar, por una parte, resentimiento y frustración en el hijo al no sentirse visto como un adulto capaz de tomar decisiones y de vivir su propia vida. Y, por otro lado, el hecho de no sentirse valorado ni respetado le generará inseguridad y una baja autoestima.

2. Utiliza el sentimiento de culpa y vergüenza como arma

Hay madres tremendamente críticas hasta en las situaciones más banales. Se burlan o hacen comentarios negativos sobre el rendimiento académico de sus hijos; critican su apariencia o su forma de hablar… Esta actitud puede desembocar en que la hija o el hijo interiorice un permanente sentimiento de culpa o vergüenza y sienta que hay algo defectuoso dentro de sí.

Quienes conviven con madres que no dudan en juzgarles o ridiculizarles tienen muchas posibilidades de desarrollar en su adultez una actitud desvalorizadora hacia ellos mismos. En lugar de reconocer que una crítica es injusta o producto de la frustración de su madre, la absorben («Si mi madre me trata así es porque soy malo y me lo merezco»).

3. Nunca sabes a qué atenerte con ella

En su libro Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva, Liria Ortiz habla de la «madre inestable» y señala que es el «el comportamiento más difícil que una hija debe enfrentar, pues nunca sabe si aparecerá la ‘madre buena’ o la ‘madre mala».

Esta conducta está relacionada con el estilo de apego desorganizado. Los niños van haciéndose imágenes mentales de cómo son las relaciones en general en función de las que ellos mantienen con sus figuras de apego, sobre todo, con la madre. El hecho de que las personas que le tienen que proteger y cuidar sean precisamente las que maltratan genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. «Estas hijas desarrollan una forma de ver el mundo, la relación con los demás y a sí mismas de manera insegura, hostil y peligrosa, debido a que así ha sido la relación con su madre», explica Ortiz.

4. Es absorbente y dominante

Aparentemente pueden parecer unas madres perfectas porque siempre parecen muy involucradas en la vida de sus hijos. Sin embargo, el «estar encima» tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de su descendencia.

Es esa madre que necesita estar en permanente contacto con su hija, absorbiendo todo su tiempo. Presiona sobre cómo tiene actuar, cómo tiene que vestir, qué debe o no debe decir e, incluso, qué sentimientos son adecuados en cada situación.

El “estar encima” de una madre dominante tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de sus hijos.

Foto de Александр Раскольников en Unsplash

5. Tiene la necesidad de controlar cada paso que das

Este rasgo está muy relacionado con el anterior. Las madres con una personalidad muy controladora suelen dar por supuesto que todo lo que tenga que ver con su familia debe pasar antes por ella, anulando así la capacidad de decisión de sus hijos, limitando su autonomía, coartando su libertad y alimentando, a menudo inconscientemente, una fuerte dependencia emocional.

Otro modo de ejercer control es transmitirles la idea de que si no siguen sus consejos fracasarán en lo que hagan («Lo hago por tu bien», «Soy tu madre y, por tanto, quien mejor sabe lo que te conviene»). De este modo, en un intento de demostrar su amor a través del control, lo que hacen es favorecer la inseguridad y la indefensión.

6. Es excesivamente sobreprotectora

Las madres muy sobreprotectoras suelen caracterizarse por:

  • Miedo al peligro: Temen que algo malo les suceda a sus hijos y tratan de apartarles cualquier obstáculo de su camino por mínimo que sea. Los alientan para que se mantengan dentro de su zona de confort y no tomen ninguna iniciativa.
  • Dificultad para dejar ir: Hacen todo lo posible por retrasar el momento de que sus hijos se independicen y hagan su propia vida. Por ejemplo, realizando tareas que ellos pueden hacer (cocinar, ocuparse de gestiones sin explicar cómo hacerlas, limpiar, etc.)
  • Falta de confianza: No confían en que sus hijos adultos sean capaces de tomar decisiones importantes. Incluso deciden por ellos, convencidas de que no están preparados para hacerlo solos. Se anticipan a los problemas o dificultades que estos puedan encontrar y tratan de resolverlos ellas.
  • Dependencia emocional: Si una madre no tiene una autoestima suficientemente asentada puede llegar a depender demasiado de sus hijos. Hasta el punto de sentir que necesita cuidarlos y protegerlos para sentirse valorada y querida.

Estas actitudes, que parten de la propia inseguridad de la madre, dañarán la autoestima de los hijos e impedirá que  desarrollen sus propias estrategias de afrontamiento.

7. Minimiza tus logros

A Enrique siempre le apasionaron los coches y desde muy joven se interesó por la mecánica. Ha luchado mucho y después de un gran esfuerzo ha conseguido abrir un taller con otro socio. Para él es un sueño cumplido. Sin embargo, su madre, que quería que estudiase Derecho como gran parte de la familia, no solo no le ha apoyado nunca, sino que no pierde ocasión para quitar importancia a este logro. «No entiendo que prefieras pasar el día con las manos llenas de grasa a trabajar con tu padre y labrarte un brillante futuro como abogado».

8. Te ve como su tabla de salvación

Una baja autoestima o el miedo a quedarse solas puede llevar a algunas madres a aferrarse a sus hijos como a una tabla de salvación y a utilizar su relación con ellos como una forma de cubrir sus propias carencias. Por ejemplo, harán todo lo posible por mantenerlos cerca, aunque esto suponga recurrir a toda suerte de manipulaciones y enredos. Sería el caso de la madre que ve en su hija la solución para su soledad.

9. Piensa que tiene la exclusiva de tu amor

Cuando una madre cree que tiene la exclusividad sobre el amor y las atenciones de sus hijos, en el momento en que estos comiencen a salir con una pareja o se vean ‘demasiado’ con ciertos amigos hará lo posible por boicotear esas relaciones. «Tú eres demasiado bueno para esa chica, no te merece» o «Desde que ves tanto a esas amigas, ya ni te acuerdas de mí».

10. Deposita en ti el papel de cuidadora, incluso lo hacía cuando eras una niña

Cuando los hijos se convierten en padres de los padres, de la madre en este caso, hay algo que no va bien. La parentalización se produce cuando en una familia los niños son quienes se ocupan de tareas que la madre debería asumir. En el caso de la hija, por ejemplo, estos quehaceres pueden ir desde el cuidado de los hermanos o de la casa hasta calmar a su progenitora, ejercer de árbitro en las discusiones de los padres, etc.

También puede ocurrir que la madre trate a su hija como a una amiga y busque en ella la atención y el cariño que ella no tuvo. Esto lleva a la hija a sentirse insegura en un rol que no le corresponde, culpable por no poder solucionar los problemas de su madre y sola porque no tiene a la figura materna, que es lo que necesita.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

11. Sufre algún tipo de trastorno mental

A veces, detrás de un comportamiento calificado (quizás demasiado a la ligera) como «tóxico» o «dañino» hay un trastorno que impide a una madre establecer una relación sana y equilibrada con su descendencia. Desde el estrés postraumático, que puede aparecer tras vivir ciertos traumas en la infancia y que a menudo impiden una adecuada crianza de los hijos, hasta una depresión posparto no atendida, trastornos de ansiedad, etc.

Cuando estos problemas no se atienden y no se sigue el correspondiente tratamiento, es fácil que la madre no solo acabe incapacitada para criar a sus hijos, sino que puede llegar a hacerles daño. Es el caso del Síndrome de Munchausen por poderes, un trastorno mental y una forma de maltrato que se produce cuando el cuidador del niño, generalmente la madre, inventa síntomas físicos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo.

La madre con un trastorno narcisista de la personalidad también puede provocar graves secuelas en el desarrollo emocional de sus hijos.

12. Siempre adopta el papel de víctima

Detrás de este rol hay mucho control y manipulación. Al fin y al cabo, lo que se busca con esta conducta es que el hijo o la hija haga exactamente lo que su madre quiere. Un clásico: «Con todo lo que he hecho yo por ti y así me lo pagas».

Además de un pesimismo a veces extremo, en la comunicación a menudo hay una actitud pasivo-agresiva. De este modo, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, la madre se ocupa de hacerles llegar su enfado y su disgusto lamentándose, dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

La madre narcisista ejerce control y manipulación sobre sus hijos.

Imagen de storyset en Freepik

13. Hace constantes comparaciones

Las comparaciones con otras personas forman parte de un juego bastante tóxico: la triangulación narcisista. Si tu madre te recuerda siempre que tu hermano, tu prima o el hijo de la vecina es mucho más inteligente o lo hace todo mejor que tú… estás siendo participante involuntario de esta dinámica.

Esta conducta llevará al hijo o a la hija a sentir que hay algo mal en él o en ella y a pensar que haga lo que haga nunca será suficiente.

(En este blog puedes leer el artículo Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel)

14. Recurre al chantaje emocional

«Si realmente me quisieras, harías esto por mí», «Cualquier día de estos me pasará algo y tú ni te enterarás porque no me llamas nunca». Frases como esta representan el chantaje emocional al que recurren algunas madres.

15. No valida (o minimiza) tus emociones

Una madre invalida tus sentimientos cuando estás atravesando un momento complicado y te hace comentarios como «Te quejas por gusto, tú no sabes lo que es estar mal», «Tú no estás deprimido, lo que te pasa es que tienes la piel muy fina» o «Deja de lloriquear y no seas exagerado, que no es para tanto». Esta actitud es mucho más dañina en casos en los que ha habido algún tipo de maltrato o de abuso (físico, psicológico o sexual) por parte del padre o de alguien cercano a la familia y la madre tilda de exageraciones o no cree en la palabra de su hijo o su hija. La sensación de soledad y de indefensión puede llegar a ser muy invalidante.

16. Impone su criterio y no admite que la cuestiones

Hay madres muy autoritarias y rígidas que imponen siempre su criterio como el único válido. Creen saberlo todo y no escuchan. No toleran que sus hijos tengan su propia opinión, ni entienden sus dudas o sus preocupaciones porque no son capaces de empatizar con ellos. Las consecuencias son hijos con mucha dificultad para dar su punto de vista o tomar decisiones.

17. Recurre a la violencia, física o psicológica

Los malos tratos en la infancia dejan importantes secuelas en la edad adulta. Al normalizar la violencia, una persona puede llegar a replicar esos mismos comportamientos con sus hijos o, en otros casos, involucrarse en relaciones en las que verá normal sufrir la violencia a manos de su pareja.

18. Proyecta en ti sus propias expectativas y sus deseos incumplidos

Una actitud muy dañina es presionar a los hijos para que sean aquello que sus progenitores nunca llegaron a ser. Es el caso de la madre que quiso dedicarse a la música o a la interpretación, pero no pudo hacerlo por diversas circunstancias y deposita en su hija todas las expectativas que ella no fue capaz de cumplir. Por ejemplo, apuntándola desde muy pequeña a canto y llevándola a todos los castings sin pararse a preguntar a la niña si eso es lo que quiere hacer. La frase tipo sería: «Quiero que logres todo lo que yo no pude conseguir».

Suelen ser mujeres con un alto nivel de frustración que proyectan en sus hijas (muchas veces sin darse cuenta) sueños que no cumplieron y que esperan poder alcanzar a través de ellas.

19. Compite continuamente contigo

Se trata de un rasgo propio de madres narcisistas que ven a sus hijas como rivales y que se relacionan con ellas desde los celos, el resentimiento y la crítica (y no precisamente constructiva).

Al contrario de lo que ocurría en el caso anterior, este tipo de madres no dudarán en hacer lo que sea necesario para que sus hijas no tengan éxito en aquello en lo que ellas fallaron. Por ejemplo, señalando sus fallos, diciéndoles que no son suficientemente buenas, ridiculizándolas, etc. O, incluso, culpándolas de su propio fracaso. «Una madre narcisista puede percibir a su hija como una amenaza y cuando esta atrae la atención, quitándosela a su madre, sufre represalias, desprecios y castigos», comenta Karyl McBride en su libro Madres que no saben amar.

El resultado suele ser una baja autoestima, una profunda vergüenza y un gran sentimiento de culpa para la hija, que puede llegar a no sentirse merecedora de los logros que obtenga en la vida.

Una madre narcisista compite continuamente con su hija.

20. Te ve como una extensión de ella

Esta característica está muy relacionada con la anterior. En este caso, la madre va a prestar atención a su hija en la medida en que esta se adapte y cumpla sus deseos. Como solo se centra en sí misma y lo que más le interesa es satisfacer su propio ego, las relaciones entre ambas serán siempre superficiales.

Este tipo de madre ve a su hija como una extensión de ella y, por esta razón, la presionará para que actúe y reaccione como ella lo haría. Según McBride, «esto hace que la hija esté siempre luchando por encontrar la ‘manera’ correcta de responder a su madre para ganarse su amor y aprobación. Pero la madre nunca aprobará que su hija sea ella misma, que es justo lo que esta necesita».

21. Puedes sentir su rechazo

Durante la niñez, buscamos y necesitamos la cercanía de las figuras de apego, especialmente de la madre. Cuando esta tiende a evitar cualquier contacto de tipo afectivo, podemos llegar a la edad adulta experimentando una fuerte sensación de no haber recibido la atención suficiente y con un intenso anhelo de amor y de ser vistas. Y este deseo desesperado y urgente de amor, a su vez, nos llevará a exponernos a vínculos afectivos poco saludables.

22. Es como una fortaleza inexpugnable

Liria Ortiz habla así de la «madre inaccesible»: «La inaccesibilidad emocional puede incluir falta de contacto físico, como abrazar y sostener a su hija. Esto puede ser muy doloroso y también desconcertante. Estos comportamientos dejan a la hija con hambre emocional y a veces exigiendo cercanía desesperadamente. Estas hijas desarrollan un vínculo inseguro y, a menudo, cuando se vuelven adultas, se aferran a relaciones en las cuales necesitan ser admiradas constantemente por sus amigos y por su pareja».

Se trata de madres desconectadas emocionalmente que proporcionan techo y comida, pero no empatizan con sus hijos ni son capaces de darles la seguridad y el apoyo emocional que necesitan. Priorizan el que sus niños vayan siempre limpios, sean obedientes, acudan a un buen colegio y se olvidan de aliviar, escuchar o consolar. («Tienes un techo bajo el que dormir, ropa que vestir y un plato siempre en la mesa. ¿Qué más quieres?»).

23. Disfraza su indiferencia de permisividad

En el extremo opuesto de la madre controladora está la madre demasiado permisiva que se autodefine como ‘la mejor amiga de su hija’. En  algunos casos, lo que hay detrás de este exceso de «dejar hacer» es indiferencia; en otros, distintos grados de dificultad a la hora de afrontar los conflictos. Las consecuencias para los hijos: una baja tolerancia a la frustración.

24. Promueve e inculca los roles de género

A menudo y de forma inconsciente, hay madres que inculcan en sus hijas ideas muy arraigadas aún en la sociedad sobre su rol como mujer, como madre o como esposa. Ideas como que una mujer solo puede ser feliz en pareja, que hay que aguantar ciertas situaciones abusivas o que es mejor adoptar una actitud sumisa para evitarse problemas.

Del mismo modo, pueden favorecer que sus hijos varones repriman sus emociones para ‘preservar’ su masculinidad («Los hombres de verdad no lloran»), restar importancia a comportamientos objetivamente reprobables o fijar en ellos la creencia de que la fuerza es el mejor modo de hacerse respetar.

25. Tienes la sensación de que te ve como una propiedad más

Aquí tenemos otro rasgo marcadamente narcisista. Madres convencidas de que absolutamente todo lo que son y lo que han conseguido los hijos ha sido gracias a ellas. Desde una posición ‘superior’, consideran que haber cuidado y alimentado a sus hijos ya es suficiente motivo de peso para que, en agradecimiento, estén a su servicio y se esfuercen en complacer cada uno de sus deseos. Además, no pierde la ocasión de recordarles que sin ella no valen nada, con la consiguiente merma de autoestima que esto puede generar en los hijos, ya que por mucho que hagan nunca será suficiente.

Referencias bibliográficas

McBride, K. (2013). Madres que no saben amar. Barcelona: Urano

Ortiz, L. (2016). Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva. Montevideo: Editorial Planeta

Duelo migratorio: el precio de emigrar buscando una nueva vida.

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida 1024 600 BELÉN PICADO

Nostalgia, morriña, añoranza, gorrión o saudade son algunas de las palabras que suelen utilizarse para describir el sentimiento de pérdida que invade a quien deja atrás su país en busca de una nueva vida. A menudo no se le presta la suficiente atención pero, como en el caso de otras pérdidas, se necesita un periodo de adaptación para elaborar lo ocurrido y acomodarse a la nueva realidad. Igual que pasamos un duelo cuando muere un ser querido o ante una ruptura amorosa, es necesario que transitemos este proceso emocional y cognitivo cuando emigramos. Es el duelo migratorio.

Emigrar siempre es difícil e implica numerosos cambios, muchos de ellos inesperados pues nunca se sabe con certeza qué deparará el nuevo lugar al que se va. Los procesos migratorios exponen a quienes los viven a cambios muy drásticos y ponen a prueba su capacidad de adaptación.

Si bien lo habitual es que este duelo se supere tarde o temprano, no hay que subestimarlo ni evitarlo. Es necesario conectar con las emociones, permitirse vivir ciertos momentos de angustia y tristeza y transitar este camino para elaborar las múltiples pérdidas que supone dejar atrás el que fue nuestro hogar.

Pero no solo quien se marcha atravesará este proceso. Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo, porque pierden la presencia de un ser querido, aunque sigan en contacto con él a través de todos los medios que actualmente hay disponibles. El duelo de quienes se quedan será más o menos llevadero en función de las circunstancias en que se dé la separación, de la relación que se tenía con el emigrante, del rol que ocupaba en la familia, de si la separación es o no definitiva, de la situación económica en la que se quede la familia, etc.

Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo.

La madre del emigrante, de Ramón Muriedas Mazorra.

Un duelo múltiple, recurrente y transgeneracional

Pese a tener numerosas similitudes con otros tipos de duelos, el duelo migratorio posee características que lo hacen diferente y que enumera Joseba Achotegui, psiquiatra especializado en migración.

  • Es múltiple. Muy posiblemente ninguna experiencia, ni siquiera la muerte de un ser querido, supone tantos cambios. Quien emigra puede pasar, como mínimo, por siete duelos diferentes, ya que deja atrás: la familia y los amigos; la lengua; la cultura, con sus costumbres, religión y valores; la tierra (paisaje, colores, olores); el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso social), el contacto con su grupo de pertenencia; y la seguridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión).
  • Es parcial. En la migración, el objeto de la pérdida (el país de origen con todo lo que representa) no se pierde de forma definitiva. Es más, se puede seguir en contacto con los familiares e incluso volver temporalmente o de forma definitiva.
  • Es recurrente. El sentimiento de nostalgia y el vínculo con el país de origen van a reavivarse cada vez que la persona tenga contacto con su país, bien porque vaya de vacaciones, reciba la visita o la llamada telefónica de un compatriota o incluso cuando escucha música de su tierra. Y esto ocurre porque esos vínculos siguen activos toda la vida, unas veces de modo más consciente y otras de modo más inconsciente.
  • Es transgeneracional. Si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en el país de acogida, el duelo también lo sufrirán sus hijos y nietos. El que lleguen a integrarse dependerá de la actitud de los padres frente al país que les acoge, de la actitud que tengan los hijos frente al mismo; y también depende de que el país al que llegan sepa o no acogerlos. Muchos hijos de inmigrantes no se sienten ni del país en el que viven ahora, pese a haber nacido ahí, ni del país que dejaron sus padres.
  • Va acompañado de sentimientos de ambivalencia. El emigrante siente amor hacia su país de origen y al mismo tiempo experimenta mucha rabia porque ese mismo país no le supo dar las oportunidades o la seguridad necesarias para poder quedarse. Por otro lado, en su papel de inmigrante, siente cariño por la tierra que le está acogiendo y dando una nueva oportunidad para salir adelante, y a la vez ira por el esfuerzo que supone este cambio y porque en ocasiones no se le acepta como un igual.

Síntomas del duelo migratorio

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración, la propia personalidad del emigrante, el momento del ciclo vital en que se encuentre, la realidad con la que se tope en el país de destino, el motivo que le llevó a tomar la decisión, etc.  En cualquier caso, suelen aparecer:

  • Nostalgia y tristeza al recordar la pérdida de todo lo que se ha dejado en el país de origen, que puede ir acompañada de una profunda sensación de soledad.
  • Preocupación por un futuro incierto.
  • Temor a la pérdida de identidad. Si el choque cultural es muy acusado o los habitantes del lugar de destino muestran rechazo, la sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia podría llevar al recién llegado a aislarse y desarrollar cierto rechazo a integrarse a la vez que se refugiará cada vez más en sus compatriotas.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento ante la sensación de haber ‘abandonado’ a la familia.
  • Dificultad de disfrutar del momento presente y de acoger las nuevas experiencias con talante positivo.

Junto a estas emociones, es común que aparezcan otros problemas como ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad, alteraciones del sueño, dolores de cabeza de tipo tensional asociados a las preocupaciones, fatiga, etc.

Lo normal es que estos síntomas vayan desapareciendo con el tiempo. Una correcta elaboración del duelo migratorio implicará asimilar lo nuevo y sentirse parte del país de acogida, pero sin olvidar ni rechazar el lugar de origen.

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración.

Cuando las dificultades bloquean la capacidad de afrontamiento

En circunstancias normales, el modo de enfrentarse al duelo migratorio depende más de las propias estrategias y recursos para hacer frente a los cambios, que de tener una determinada edad, nacionalidad o estatus social y económico.

Sin embargo, existen ciertos factores que dificultan la adaptación y generan un estrés añadido, con el consiguiente riesgo de que el duelo migratorio simple, que es el habitual, pase a convertirse en duelo extremo. Entre esos factores están: la soledad por la separación de los seres queridos, amenazas constantes de detención y expulsión, sentimientos de vulnerabilidad ante la carencia de derechos en el país de destino, enfrentarse a una lucha diaria por sobrevivir (falta de alimentos, de un techo bajo el que dormir o imposibilidad de encontrar trabajo).

Cuando el inmigrante sufre una situación de crisis permanente, aparece el denominado Síndrome de Ulises o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, un cuadro de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas.

Cuidado con las expectativas

En muchas ocasiones la persona idealiza el lugar de destino y solo tiene en mente la posibilidad de llegar a un lugar con una mayor calidad de vida y grandes oportunidades profesionales. Sin embargo, pocas veces se piensa en la implicación a nivel emocional y personal que puede producir ese cambio. Para que el ‘aterrizaje’ no sea tan brusco, ahí van unas cuantas ideas:

  • Infórmate. Antes de tomar la decisión, procura estar totalmente informado del peligro del trayecto si es el caso, de cómo es la vida dónde quieres asentarte, de la cultura, de las leyes laborales, de tus derechos y de la posibilidad de contar con una red de apoyo social. Y, sobre todo, ten en cuenta que emigrar implica pérdidas y vas a tener que pasar por una serie de duelos. Saberlo de antemano, te ayudará mucho en el proceso. Igualmente, sopesa los beneficios que te traerá abandonar tu hogar, pero también a lo que tendrás que renunciar.
  • Comparte tu decisión con la familia. Si ya lo tienes claro, haz partícipes a tus seres queridos de tu decisión. Permitir que todos los miembros de la familia participen contribuirá a que ese cambio de vida sea visto como un desafío apasionante. Todos se sentirán involucrados y comprometidos y el dolor de tu partida se suavizará.
  • Acepta tus emociones. Los sentimientos de tristeza, miedo o ansiedad forman parte del proceso normal de adaptación. No los evites.
  • Cuidado con las expectativas. Idealizar el lugar que se convertirá en nuestro hogar puede llevar a que el choque con la realidad sea mayor, entre otras cosas, por las dificultades que entraña adaptarse a otro país, a otra cultura y, a veces, a otro idioma. Todos queremos tener éxito cuando nos lanzamos en busca de un objetivo, pero hay circunstancias que no dependen de nosotros y que pueden dificultar el proceso. Igualmente desaconsejable es idealizar lo que dejaste atrás y creer que si vuelves todo estará mejor que cuando te marchaste.
  • No te encierres. La socialización es fundamental en la primera etapa de asentamiento. Una vez que hayas llegado a tu destino, busca amistades nuevas que puedan ayudarte a encontrar empleo o, simplemente, a sentirte más acompañado. Contactar con personas de tu mismo país puede hacerte más fácil la adaptación, porque ya pasaron por algo similar y pueden darte consejos prácticos y útiles. Igualmente beneficioso será relacionarte con habitantes originarios de allí donde llegues. Tener diferentes perspectivas te ayudará a adaptarte.

Sentirse acompañado ayuda, y mucho, a superar el dolor de haber dejado atrás el hogar.

  • Mantén una actitud positiva. Que los momentos de nostalgia no te hagan olvidar los aspectos positivos de tu decisión. En la mayoría de los casos, emigrar es más una solución que un problema. Puede ser una experiencia muy enriquecedora y repleta de aprendizajes. Y cuando tus fuerzas flaqueen, recuerda por qué tomaste la decisión.
  • No olvides tus raíces. Adaptarte a tu nuevo hogar no implica renunciar a tus raíces y a tu propia identidad. Cuando reniegas de tu país, tu cultura y tu gente también están dejando de ser tú y dejando a un lado tus valores y principios. Si bien es cierto que resulta necesario establecer cierta distancia para poder integrar los nuevos aspectos que brinda el país de acogida, no hay que desapegarse por completo de lo que ha conformado tu visión de la vida y del mundo. Además, es muy importante hablar a los hijos de su país de origen, de su historia, sus costumbres, tradiciones, paisajes, etc. Tus raíces también son parte de su identidad y deberían estar orgullosos de ellas.
  • Convierte el hecho de ser extranjero o extranjera en una ventaja. Seguro que hay muchas cosas que puedes ofrecer y sabes hacer y que los locales del país al que llegas no conocen. Convierte lo que en un principio puede ser un impedimento en una oportunidad.
  • Conserva tus aficiones en la medida de lo posible. Cuando todo tu entorno es nuevo, poner un poco de continuidad en tu vida te ayudará a mantenerte conectado con lo que te resulta familiar. ¿Te apasiona el senderismo? Hazte miembro de un grupo. ¿Te gusta jugar fútbol? Busca un equipo. Tener algo en común, además, te ayudará a la hora de establecer nuevas amistades.
  • Haz un altar de recuerdos. Elige un lugar especial (una mesa, una pared, una estantería…) y coloca fotos u objetos especiales que te conecten con tu tierra. Con el tiempo podrás añadir también algún objeto o alguna imagen del que es ahora tu nuevo hogar. Eso te servirá para integrar tus experiencias pasadas con tu presente.
  • Acepta que todo cambia, incluso los que se quedaron. En el caso de que decidas volver a tu tierra, asume que ya no serás la misma persona que cuando se marchó. Y lo mismo ocurrirá con tus seres queridos. Si regresas esperando reencontrar todo tal como lo dejaste, la decepción será inevitable.
  • Busca ayuda profesional si la necesitas. Si pasado un tiempo prudencial, el malestar por lo que has dejado atrás se prolonga es conveniente buscar ayuda profesional. Evitarás que la situación se agrave y tu duelo se complique. (Si lo necesitas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)
Afrontar la discapacidad de un hijo conlleva un duelo duro, pero necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario 1920 1280 BELÉN PICADO

Miedo, incertidumbre, culpa e, incluso, enfado son emociones habituales cuando los padres reciben el diagnóstico de discapacidad de un hijo. Se trata de una de las peores situaciones por las que pueden pasar unos padres y genera emociones dolorosas e intensas que ponen a prueba su fortaleza, como individuos y como pareja. Para asumir la nueva realidad y encontrar una nueva ilusión sobre el terreno baldío que han dejado las expectativas incumplidas es necesario pasar por un duelo, que llevará desde la negación de la situación a la aceptación. Afrontar la discapacidad de un hijo y el correspondiente duelo es un proceso duro, pero necesario.

Desde el momento en que surge la idea de tener un hijo, es normal imaginarse cómo será, a quién se parecerá, qué actividades se harán con él… y cuando preguntan a los futuros padres si prefieren niño o niña, la respuesta suele ser: “Da igual, lo importante es que venga sano”. Sin embargo, a veces las expectativas no se cumplen. Y hay que asumir la ‘muerte’ de ese bebé deseado y fantaseado para recibir al niño real. Un niño diferente, con unas necesidades específicas, pero también con otras comunes a todos los bebés del mundo: alimento, descanso, apoyo y, sobre todo, mucho amor.

El niño con discapacidad tiene limitaciones, pero también capacidades que hay que apoyar

Transitar el duelo: de la negación a la aceptación

Según la psiquiatra estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, cuando muere un ser querido las personas atravesamos cinco etapas de duelo. Pero este modelo también puede aplicarse a otros tipos de pérdidas: una ruptura sentimental, la pérdida de un empleo, el diagnóstico de una enfermedad grave, etc. A la hora de afrontar la discapacidad de un hijo, los padres deben enfrentarse a la pérdida del bebé soñado para recibir y aceptar al bebé real. Este difícil camino no solo les ayudará a descubrirse a sí mismos, con sus debilidades y sus fortalezas; también les transformará a ellos y a su entorno más cercano.

  • Negación. Se trata de un mecanismo de defensa que surge tras el diagnóstico. Ayuda a amortiguar el sufrimiento ante una noticia tan dura y también a aplazar parte de ese dolor. En esta fase, es posible que los padres vayan de médico en médico con la esperanza de que alguno les diga que su hijo “se va a curar”.
  • Ira. Los sentimientos de ira y culpa se entremezclan en esta fase. La negación da paso a un sentimiento de enfado contra todo y contra todos, especialmente con quienes más cerca están (pareja, familia, amigos con hijos sanos) e, incluso, con el propio hijo con discapacidad. No es extraño que, en medio de la desesperación, se desee la muerte del bebé o se fantasee con el deseo de que no hubiera nacido. A estos deseos de muerte les sigue una fuerte sensación de culpa que puede llevar a la madre a no soportar separarse del niño o a sobreprotegerle en exceso.
  • Negociación. Los padres empiezan a asumir la nueva situación, aunque aún siguen buscando respuestas, esperando un “milagro” que no llega o anhelando volver al momento en que el niño todavía no había nacido. De algún modo intentan crear una realidad paralela en su imaginación que les proporciona cierta sensación de control.
  • Depresión. A medida que se va comprendiendo la nueva situación y va asumiéndose que el diagnóstico no va a cambiar, se adueña de los padres una profunda sensación de tristeza, vacío e incluso fatiga física. En esta etapa, la validación de esas emociones y la comprensión de las personas cercanas es esencial. Solo transitando y teniendo la posibilidad de manifestar ese dolor será posible llegar a la aceptación.
  • Aceptación. Por fin, se afronta la realidad y es posible traspasar el dolor para abrirse a nuevas posibilidades. Se comprende que el niño tiene limitaciones, pero también capacidades que pueden fomentarse. Esto no significa que sea un momento feliz, pero sí dará paso a una cierta sensación de paz.

Es importante puntualizar que no siempre aparecen todas las etapas, en el mismo orden o con la misma intensidad. También es normal que, una vez se ha llegado a la aceptación, en ciertos momentos de cambio se regrese a alguna de las fases anteriores. Sin embargo, la actitud será ya mucho más positiva que antes del diagnóstico.

Para afrontar la discapacidad de un hijo es necesario atravesar el camino del duelo, adaptarse a la nueva realidad familiar y recuperar la estabilidad emocional. En este trayecto y en el establecimiento del vínculo con el hijo con discapacidad jugará un papel importante la propia historia de apego de los padres y sus experiencias como hijos.

Los padres de un niño con discapacidad pasan por varias etapas de duelo hasta llegar a la aceptación

Cómo afrontar la discapacidad de un hijo

  • Centrarse más en el presente. Preguntarse una y otra vez qué ocurrirá a largo plazo o quién cuidará de nuestro hijo en el futuro solo aumentará la angustia. Poniendo la atención en pequeños pasos y marcándonos objetivos a corto plazo conseguiremos, por un lado, reducir la frustración y la incertidumbre y, por otro, empezar a construir el futuro de nuestro hijo.
  • Contactar con asociaciones o personas que estén en la misma situación. Además de compartir experiencias, esto ayudará a adoptar una nueva perspectiva y comprobar que tener un hijo con una discapacidad no tiene por qué ser una tragedia.
  • Informarse sobre la condición específica de nuestro hijo (características, tratamientos, evolución, recursos sanitarios…) disminuirá la incertidumbre y aumentará la sensación de control.
  • Centrarse en las rutinas diarias comunes a los demás bebés también contribuirá a afrontar la discapacidad de un hijo. Alimentarlo, dormirlo, salir a pasear… ayudará a suavizar la ansiedad y a normalizar la situación. Igualmente beneficioso es recuperar cuanto antes, y en la medida de lo posible, la rutina familiar (atender a los otros hijos, volver al trabajo…) a la vez que se incorporan nuevas actividades (visitas a los especialistas, rehabilitación…).
  • Reconocer al niño más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer, por poco que sea: una sonrisa, un pequeño avance… Acceder a recursos de Atención Temprana, por ejemplo, ayudará a potenciar al máximo dichas capacidades.
  • Practicar el autocuidado. Para hacer felices a los demás, tenemos que ser felices nosotros. Es muy importante buscar espacios para uno mismo que permitan cargar las pilas y renovar energías. Y eso conlleva muchas veces aprender a delegar. Cuidar de un hijo con discapacidad es una carrera de fondo, así que es necesario dosificar las energías.
  • Cuidar la pareja y la unidad familiar. Cuando hay un miembro en la familia con una discapacidad hay cierta tendencia a que todo gire en torno a él y esto no es saludable a largo plazo. Es importante intentar cuidar las relaciones tanto en la pareja como con los demás miembros de la familia, amigos, etc. En el caso de que haya otros hijos, es importante hablar con ellos y explicarles la situación. Por pequeños que sean, la dinámica familiar cambia necesariamente y ellos lo notan.
  • Buscar ayuda psicológica para hacer frente a las nuevas condiciones a las que tendrán que enfrentarse, no solo los padres sino todo el núcleo familiar.

Es importante reconocer al hijo con discapacidad más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer.

“Bienvenidos a Holanda”, carta de la madre de un niño con síndrome de Down

Emily Perl Kingsley, madre de un niño con síndrome de Down, explica muy bien el impacto que supone tener un hijo discapacitado en esta carta:

«Me piden con frecuencia que describa la experiencia de criar a un niño con una incapacidad para tratar de ayudar a personas que no han compartido esta experiencia única a entender y a imaginar cómo se siente. Es así…

Cuando vas a tener un bebé es como si planificaras un viaje de vacaciones fabuloso a Italia. Uno compra un gran número de guías turísticas y hace planes maravillosos. El Coliseo, el David de Miguel Ángel, las góndolas en Venecia. Aprendes frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante.

Después de meses de anhelantes expectativas, el día de partir finalmente llega. Preparas tus maletas y sales de viaje. Varias horas después, el avión aterriza. La azafata entra y dice: «Bienvenidos a Holanda».

«¡¿Holanda?!» exclamas. «“¿Cómo que Holanda? ¡Yo pagué para ir a Italia! Se supone que debo estar en Italia. Toda mi vida he soñado con ir a Italia»».

Pero ha habido un cambio en el plan de vuelo. Han aterrizado en Holanda y allí debes permanecer. Lo importante es que no te han llevado a un lugar horroroso, repugnante, sucio, lleno de pestilencia, carestía y enfermedad. Por lo tanto, debes salir y comprar otras nuevas guías turísticas. Y tienes que aprender un nuevo idioma. Te encontrarás con un nuevo grupo de personas que nunca imaginaste conocer.

Es solo un lugar diferente. Es más calmado que Italia, menos ostentoso que Italia. Pero después de estar allí durante un tiempo,  respiras profundo y miras a tu alrededor. Y empiezas a notar que Holanda tiene molinos de viento. Que Holanda tiene tulipanes. Y que, incluso, tiene pinturas de Rembrandt.

Pero todos los que tú conoces están ocupados yendo y viniendo de Italia… Y todos hacen alarde de lo maravilloso que lo pasaron allá. Y hasta el fin de tu vida, te dirás: «Sí, allí era donde debería haber ido. Eso fue lo que programé». Y ese dolor nunca, nunca, nunca se irá… Porque la pérdida de ese sueño es incomparable.

Pero si te pasas la vida lamentando el hecho de que no llegaste a ir a Italia, no podrás estar libre para gozar las cosas tan especiales, tan hermosas… de Holanda”.

Si te interesa:

Un documental

La historia de Jan. Durante seis años, Bernardo Moll grabó a su hijo, con síndrome de Down. El resultado es un emotivo documental que relata una historia de lucha y superación.

Un libro

Lejos del árbol: Historias de padres e hijos que aprendieron a quererse, de Andrew Solomon. A través de las historias de familias que se enfrentan a distintos tipos de discapacidad, el autor explica qué significa para los padres querer a hijos diferentes.

 

La frustración nos enseña que unas veces se gana y otras se aprende

La frustración nos enseña que unas veces se gana… y otras se aprende

La frustración nos enseña que unas veces se gana… y otras se aprende 2560 1920 BELÉN PICADO

La vida es alegría y también tristeza; salud y también enfermedad; felicidad y también amargura; es ganar y también perder. La mayoría lo sabemos, al menos en la teoría. En la práctica, se nos olvida cuando no alcanzamos un objetivo por el que hemos luchado duro, cuando nuestras expectativas no se cumplen o si no conseguimos algo que creemos merecer. Esa mezcla de decepción, ira y angustia que experimentamos en situaciones así, se conoce como frustración. Es un estado desagradable, pero pasajero. Sin embargo, las personas con una baja tolerancia a la frustración lo viven como una emoción insoportable y permanente, lo que les genera un alto grado de ansiedad.

Desde que nacemos, nuestra vida es una sucesión de frustraciones

En la primera etapa de la vida, el bebé depende totalmente de los adultos para satisfacer necesidades básicas como la alimentación o el sueño. En ese momento es necesario satisfacerlas de forma inmediata porque esa será la base sobre la que construirán su seguridad y su estabilidad emocional.

Más tarde, a medida que el niño crece va comprobando que el mundo no es un camino de rosas. Por ejemplo, cuando mamá no acude a su lado tan pronto como él quiere o cuando no consigue el juguete que había pedido a los Reyes… Así va aprendiendo que no siempre puede lograr todo lo que desea con la inmediatez que exige.

Es en la infancia cuando a los padres les toca hacer ver a sus hijos que en ocasiones toca esperar o que, incluso esperando, puede que los deseos no se cumplan. Enseñarles a sobrellevar esos momentos forma parte de la educación emocional del niño y le ayuda a adquirir una mayor tolerancia ante la incertidumbre y la falta de control ¿Cómo? Enseñándoles a reconocer y a soportar la frustración y las emociones asociadas como la tristeza o la ira, animándolos a alcanzar objetivos realistas y acordes a su edad, estableciendo límites y normas claras, enseñándoles a responsabilizarse de sus actos… Como dice la psicóloga María Jesús Álava, “la frustración es la llave de la inteligencia” porque ayuda al niño a elaborar recursos que necesitarán cuando estén ante circunstancias difíciles.

Hay que entrenar la tolerancia a la frustración desde la infancia

La importancia de la paciencia

Vivimos en la sociedad de lo inmediato. Cada vez es menor el lapso de tiempo entre querer algo y conseguirlo. Con un simple click podemos hacer la compra, realizar gestiones bancarias, conocer a nuestra futura pareja… Y en estas condiciones se hace muy difícil cultivar la paciencia. En vez de esperar el momento adecuado, analizar la situación o ir paso a paso buscamos triunfar con un chasquido de dedos. Y si fracasamos nos desesperamos, nos enfadamos, nos deprimimos o echamos la culpa al resto del mundo. La frustración nos pone cara a cara con el hecho de que no podemos controlarlo todo en nuestra vida, ni el mundo gira en torno a nuestros deseos y, de paso, nos recuerda la importancia de la paciencia.

Porque aprender a tolerar la frustración pasa por entrenar la paciencia, pero no entendiéndola como resignación o como una espera pasiva sino como fortaleza para atravesar situaciones complicadas sin derrumbarnos. Lo primero es ver en qué situaciones somos impacientes para luego valorar qué factores alimentan nuestra inquietud y qué recursos tenemos para contrarrestarlos. Si, por ejemplo, tienes que ir al médico, sabes que suele ir con retraso y eso te altera, puedes aprovechar para leer o, simplemente, para escuchar música.

La paciencia nos ayuda a afrontar mejor la frustración

Hacer las paces con el fracaso

Éxito y fracaso son dos caras de la misma moneda y ninguna por sí misma nos define como personas. Fracasar o equivocarte no te convierte en un peor ser humano ni conseguir lo que te propones te hace ser mejor. Por otro lado, cuanto más te domine el miedo al error y el temor al rechazo o la burla, más estresado actuarás y más posibilidades tendrás de fallar.

Cuando conseguimos lo que queremos pocas veces nos paramos a reflexionar sobre cómo hemos llegado a ese éxito. Un fracaso, sin embargo, facilita esa reflexión, nos muestra cuáles son nuestros límites y nos recuerda que a veces hay circunstancias sobre las que no tenemos ningún poder.

Si logramos sostener la frustración que conlleva el fracaso comprenderemos que el hecho de no conseguir algo concreto no significa ser un fracasado. Si te quedas enganchado en ese fracaso puntual, la frustración te cegará y no te dejará ver otras posibilidades. Una vez le preguntaron a Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla, si no le frustraba haber fracasado en más de mil intentos. Él respondió: “¡No son mil fracasos! ¡He descubierto mil formas de cómo no debe hacerse una bombilla!”. Cada intento fracasado le enseñaba que esa no era la forma de resolver el problema y que debía buscar otras alternativas.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «10 lecciones que puedes aprender de los fracasos«)

A veces las cosas no salen como esperamos. Y no es el fin del mundo

“Si deseas algo con muchas ganas y se lo pides al universo, lo conseguirás”. Lamentablemente, la vida no funciona así. O al menos, no siempre. Cuando creemos que pensando en positivo lograremos lo que nos propongamos, estamos negando una realidad básica. En la vida pasan cosas que no controlamos y no todo sucede según nuestros deseos. Empeñarnos en negar o cerrar los ojos ante las circunstancias negativas que se cruzan en nuestro camino solo puede provocarnos frustración.

Hacer una pausa mientras vivamos estas situaciones desfavorables nos permitirá analizar y reflexionar sobre lo que ha ocurrido. Si somos capaces de mantener la calma y existe una alternativa será más fácil encontrarla. Y, si no hay ninguna posibilidad de alcanzar nuestro objetivo, al menos sacaremos un aprendizaje de ello y reforzaremos nuestra capacidad de afrontamiento.

La frustración es una parte más de nuestra existencia y hay que aprender a convivir con ella. Cuando aceptemos que a veces las cosas no salen como esperamos, la decepción dejará paso a la esperanza y a la oportunidad de descubrir y experimentar cosas nuevas que seguirán enriqueciendo nuestro día a día.

A veces las cosas no salen como esperamos y el mundo no se acaba por ello

Como dice el cuento Así es la vida, a veces un molesto resfriado nos obliga a cambiar nuestros planes, otras nos hacen un regalo que no nos gusta nada, otras nos sentimos inútiles o impotentes. Hay días en que, cuando más necesitamos a alguien, no aparece y nos sentimos terriblemente solos… Pero, en realidad, todos esos momentos no son más que invitaciones a nuevos descubrimientos. Porque… «así es la vida y no nos la podemos perder».

Si te interesa

Una película

Pequeña Miss Sunshine. Esta deliciosa película de 2006 relata el viaje de una peculiar familia estadounidense, desde Nuevo México hasta California, para apoyar a la hija menor, que sueña con conseguir un título de belleza infantil. Las dificultades irán sucediéndose a lo largo del camino, pero ellos, asumiendo de modo natural cada obstáculo, las convertirán en aprendizajes. No solo saldrán reforzados como familia; también crecerán como individuos.

Un cuento

Así es la vida, de Ana-Luisa Ramírez y Carmen Ramírez. “En la vida, hay veces que deseamos cosas…/ … Y las conseguimos. / Pero también hay veces que, por más que persigamos algo con todas nuestras fuerzas / o incluso lo necesitemos muchísimo, / no hay forma de conseguirlo./ Así es la vida”. Así empieza un cuento precioso sobre la aceptación de la vida tal y como va llegando, unas veces con alegrías, otras veces con tristezas, pero siempre abriendo nuevos caminos para seguir creciendo.

Vacaciones sí, pero sin ansiedad

¿Ansiedad en vacaciones? Cómo evitar que la angustia nos amargue el verano

¿Ansiedad en vacaciones? Cómo evitar que la angustia nos amargue el verano 1920 1280 BELÉN PICADO

El descanso vacacional no siempre es sinónimo de diversión y placer. Sufrir ansiedad en vacaciones es más normal de lo que creemos. Para algunos, la perspectiva de pasar más tiempo con la familia, lejos de obligaciones y rutinas, con todo el tiempo libre del mundo por delante y disfrutando del “dolce far niente”, es motivo de sufrimiento y, a veces, un auténtico tormento.

Durante el resto del año la rutina nos sirve de red de apoyo. Volcarnos en el trabajo o en nuestras obligaciones diarias nos ayuda a quitar el foco de otros problemas, como una situación familiar caótica, dificultades de pareja, etc. Con las vacaciones, la rutina y esa red se rompen y ciertas personas más vulnerables pueden desestabilizarse emocionalmente y experimentar ansiedad.

“¿Cómo es posible que justo ahora que acabo de empezar las vacaciones me asalte la ansiedad?”

Nuestro cerebro cuenta con un sistema innato que nos avisa cuando hay un peligro, pero a veces esa “alarma” se estropea y salta aunque no haya una amenaza real. Es entonces cuando aparece la ansiedad. Veamos, por ejemplo, el caso de Socorro, una mujer perfeccionista y volcada en su trabajo, que necesita tenerlo todo controlado y ocupa cada minuto de su tiempo durante el año. Es muy posible que cuando lleguen las vacaciones y pase de una actividad frenética a la total inactividad, su cuerpo y su mente se resientan. Si esto ya le ha pasado en anteriores ocasiones, su memoria lo habrá archivado y bastará con que se acerque el momento del descanso o simplemente será suficiente con pensar en las vacaciones para que la ansiedad se adueñe de ella.

Planifica tus vacaciones con flexibilidad

Reducir la actividad poco a poco

Nos pasamos tres cuartas partes del año corriendo y con prisas y, de repente, de un día para otro paramos en seco. Cuando vivimos en estado de aceleración permanente tendemos a hacerlo todo deprisa, andar deprisa, conducir deprisa, apurar los semáforos en ámbar… Pero todo cambio necesita un periodo de reajuste. Es mejor reducir la velocidad gradualmente que pisar el freno de repente. Siguiendo con la metáfora del coche, vamos a imaginar que nos vamos de vacaciones al pueblo y durante 400 kilómetros de autovía hemos ido a 120 km/h pero en el pueblo hay que ir a 50 km/h. Si antes de llegar bajamos a 110 durante parte del trayecto, a 90 según nos acercamos, luego a 70 y ya entrado en el pueblo reducimos a 50 tanto el coche como nosotros lo notaremos mucho menos que si pasamos de 110 km/h a 50 km/h en un minuto…

No a las expectativas

La idealización del periodo vacacional solo puede llevarnos a la frustración. Si ya teníamos preocupaciones, esperar que desaparezcan por arte de magia en una semana de crucero es muy poco realista. Probablemente unos días no sean suficientes para solucionar nuestros problemas de pareja o para cambiar nuestra relación con los hijos; lo que sí podemos hacer es aprovecharlos para relajarnos y ver las cosas desde otra perspectiva. Quizás encontremos una salida que se nos había pasado por alto en medio de tantas obligaciones.

Si eres de los que necesita planificar y organizar hasta el último minuto de tu tiempo, añade unas dosis de flexibilidad. Es muy posible que los planes que tanto nos hemos esmerado en trazar no salgan exactamente como esperábamos, pero no debemos dejar que la frustración nos amargue esos días y nos asalte la ansiedad en vacaciones. Incluyamos en nuestra planificación posibles imprevistos, cancelaciones, colas…

Las expectativas también influyen en el destino a elegir. Si nos encanta tomar el sol en la playa y estar cerca del chiringuito, quizás no sea buena idea contratar un trekking de quince días en Nepal, por muy chulas que sean las fotos que nos enseñó nuestro amigo de su viaje del año pasado. Nuestra experiencia se ajustará más a las expectativas que teníamos si elegimos el tipo de vacaciones según nuestro carácter y nuestros gustos.

No olvidemos que las vacaciones son una oportunidad estupenda de cuidarse, disfrutar haciendo lo que a uno le gusta y romper con la monotonía de resto del año.

(En este blog puedes leer el artículo Guía práctica para cuidar tu salud mental en verano)

Una cosa cada vez

Los días previos a salir de vacaciones muchas veces son un motivo más de estrés. Para no terminar desquiciados, lo mejor es empezar los preparativos con tiempo y poner nuestra atención en una cosa cada vez. Y si tenemos hijos es un buen momento para darles algunas responsabilidades acordes a su edad, como preparar los juguetes que van a llevarse o colaborar en hacer su maleta. En estos momentos de caos, las listas también son de gran ayuda. Si salimos tranquilos desde casa es más difícil que nuestro estado de ánimo cambie al llegar a nuestro destino.

Vacaciones en familia

Tómate un respiro

Pese a lo difícil que resulta tomarse un descanso cuando quieres tenerlo todo listo para irte lo antes posible, es necesario hacer un receso de vez en cuando. Si sientes que tus pulsaciones se aceleran y que empiezas a agobiarte, deja lo que estés haciendo. Siéntate, quédate quieto y deja que tu mente vaya donde quiera sin dejar que se detenga en ningún pensamiento que te agite; permite que esa idea pase de largo, como si estuvieras sentado en un tren y tus pensamientos fuesen los paisajes que pasan ante tus ojos. Permanece así cuatro o cinco minutos y continúa con tu tarea.

Si los preparativos te estresan mucho y siempre has sido de los que se marchan al día siguiente de haber cogido las vacaciones, puedes cambiar de estrategia y quedarte en casa los primeros días para acostumbrarte a la nueva situación antes de salir de viaje.

Desconecta

Si se te acelera el pulso solo de pensar en apagar el móvil y olvidarlo en un cajón durante todas las vacaciones, puedes empezar desconectándolo unas horas al día e ir incrementado el periodo de “apagón” hasta ser capaz de dejarlo en casa, el hotel o el apartamento. El mundo seguirá girando aunque tú no estés pendiente del mail o del whatssapp… y, de paso, evitarás uno de los motivos por los que aparece la ansiedad en vacaciones. Otra opción es elegir como destino un lugar sin cobertura, aunque desgraciadamente es algo cada vez más difícil.

Las vacaciones son para relajarse

Día de “asuntos propios”

Dedicarnos tiempo no solo nos desestresará, sino que también nos ayudará a conocernos mejor y a descubrir qué nos hace felices. Aunque viajes en familia o con otros amigos, prueba a pasar un día, o unas horas, por tu cuenta visitando algún lugar que al resto de tus compañeros de viaje no les apetezca conocer o realizando alguna actividad que te guste. Aprender a disfrutar de instantes para nosotros mismos nos ayudará a vivir con mayor intensidad los momentos compartidos con otros.

(Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Ociofobia: Cuando las vacaciones se convierten en un castigo)

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