Salud Mental

El TOC de amores lleva a la persona a dudar continuamente de sus sentimientos hacia su pareja.

«Lo quiero, no lo quiero…»: Así afecta el TOC de amores a tu relación de pareja

«Lo quiero, no lo quiero…»: Así afecta el TOC de amores a tu relación de pareja 1254 836 BELÉN PICADO

«¿Lo quiero de verdad?», «¿Será realmente la mujer de mi vida?», «¿Y si resulta que hay otra persona mejor esperándome?», «Si me fijo en otras personas significa que no lo amo lo suficiente»… Tener dudas cuando estamos en una relación es lo más normal del mundo. Pero si nos pasamos la vida deshojando la margarita y esas dudas aparecen sin motivo aparente, se vuelven obsesivas, empiezan a ocupar gran parte del día, no podemos controlarlas y hacen que vivamos en una angustia constante podríamos estar ante un TOC de amores o TOC relacional.

Aunque no está incluido dentro de las categorías que aparecen en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), el TOC de amores se considera un subtipo del trastorno obsesivo compulsivo. Se trata de un problema cada vez más habitual y que provoca un tremendo sufrimiento en quien lo padece. Hasta el punto de llegar a romper una relación que podría ser estupenda solo para huir de la ansiedad y la angustia.

Trastorno obsesivo compulsivo y TOC de amores

El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia de pensamientos intrusivos, recurrentes, persistentes e incontrolables que producen una gran ansiedad. Esta ansiedad, a su vez, es contrarrestada a través de conductas repetitivas denominadas compulsiones.

Los TOC más conocidos son aquellos en los que las compulsiones consisten en comportamientos y rituales repetitivos como lavarse las manos, ordenar o comprobar las cosas, etc. Sin embargo, también hay un subtipo denominado TOC primariamente obsesivo o TOC puro en el que los pensamientos intrusivos y obsesivos tienen un mayor peso y la compulsión, al ser habitualmente mental, es mucho menos evidente. El TOC relacional pertenecería a este subtipo.

En realidad, es un auténtico círculo vicioso: hay un hecho o una suposición que lleva a la persona a albergar dudas obsesivas acerca de sus propios sentimientos y que le generan mucha ansiedad. Para neutralizar el malestar, recurre a las compulsiones (conductuales o mentales), pero el alivio que obtiene es solo temporal. No tardan en aparecer nuevas dudas… y vuelta a empezar.

De este modo, el problema se prolonga en el tiempo generando un estado permanente de angustia que a menudo complica la intimidad en la pareja (física y emocional) y acaba por bloquear la capacidad de conexión emocional. Dificultades que la persona puede tomar como otro síntoma más de desenamoramiento.

Las dudas obsesivas y permanentes del TOC de amores causan un enorme malestar.

Las obsesiones…

Hay muchísimas preocupaciones, dudas y temores que pueden asaltarnos si tenemos TOC relacional. Estas son algunas de las obsesiones más habituales:

  • Dudas respecto a los sentimientos hacia la pareja. «¿Me atrae lo suficiente?», «¿Es la persona indicada para mí?», «No me enamoré a primera vista, así que quizás no sea amor de verdad», «¿Y si no la quiero?», «Si no pienso en ella todo el día será que no la amo».
  • Enfocarse en los posibles defectos o características negativas de la personalidad o del aspecto físico de la pareja. Experimentar sensación de rechazo. «En ocasiones lo veo y ya no me atrae, incluso me desagrada», «No es lo suficientemente inteligente, guapo, simpático…», «Hay veces que no disfruto del sexo con ella como antes, esto debe de ser una señal de que no me atrae sexualmente y, por tanto, estoy en la relación equivocada».
  • Incertidumbre respecto al futuro como pareja. Cada día que pasa y con cada nueva duda la persona llega a la conclusión de que su relación está abocada al fracaso y la ruptura es inminente.
  • Imágenes intrusivas. En su fantasía, la persona se imagina a sí misma con otro/a y, aunque son imágenes que le atormentan, no es capaz de detenerlas. «En la oficina hay un compañero que me parece atractivo, tal vez eso quiera decir que ya no quiero a mi marido», «He tenido una fantasía sexual con otra persona, seguro que es porque ya no estoy enamorada de mi pareja».
  • Preocupación obsesiva ante la posibilidad de dañar emocionalmente a la pareja al permanecer en una relación sin saber si la ama verdaderamente. Esta preocupación va unida generalmente a la idea de considerarse mala persona y no sentirse merecedor del amor de su pareja.

En el TOC de amores hay mucha incertidumbre respecto al futuro de la relación.

… Y las compulsiones

Ante las obsesiones, la persona con TOC de relación intentará tranquilizarse y eliminar la angustia buscando pruebas, comprobaciones y chequeos constantes para ver si sus sentimientos son reales, sumergiéndose aún más en esta angustiosa espiral de dudas obsesivas. Estas son las compulsiones más comunes:

  • Comparar la relación con relaciones anteriores, con otras parejas o, incluso, con las que salen en películas o novelas. También pueden establecerse comparaciones entre el inicio de la propia relación y la situación actual, que no sale muy bien parada entre otras cosas por estas dudas obsesivas.
  • Buscar en internet las características que debe reunir una «relación perfecta» o, por el contrario, leer con ansia ese artículo que te revela «las 10 señales que indican que ya no amas a tu pareja».
  • Comprobar si mi pareja sigue atrayéndome mirando sus fotografías, observando si me acuerdo de ella cuando no estamos juntos o fijándome en otras personas para ver hasta qué punto me resultan atractivas.
  • Analizar racionalmente cualquier detalle del vínculo. Revisar qué siento al besar a mi pareja o mi nivel de excitación y de conexión al mantener relaciones sexuales. Examinar la historia de mi relación en busca de argumentos que me indiquen si seguiremos juntos mucho tiempo.
  • Hipervigilancia. Estar en continuo estado de alerta, poner constantemente a prueba a mi pareja en busca de señales que muestren si es la adecuada.
  • Autocastigame. El mismo hecho de tener tantas dudas hace que me vea como una mala persona hasta el punto de convertirme en mi más feroz crítico, lo que aumenta la culpabilidad y la ansiedad. Y, de paso, mi autoestima se resiente.
  • Evitar. Con el fin de alejar todo atisbo de duda, haré lo posible por huir de cualquier tipo de intimidad con mi pareja, no le expresaré mis sentimientos ni tendré muestras de cariño y me alejaré de cualquiera que pueda resultarme mínimamente atractivo.

En resumen, me enredaré en una búsqueda constante de pruebas que confirmen (o desmientan) el amor que siento por mi pareja.

¿Por qué aparece el TOC de amores?

Las dudas obsesivas que caracterizan al TOC de amores pueden aparecer en cualquier momento de la relación, bien a partir de un hecho determinado que las desencadene o sin que haya ningún detonante determinado. Llegan cuando la relación empieza a hacerse más seria, cuando ya llevamos un tiempo y nos damos cuenta de que hemos dejado de sentir mariposas en el estómago, si nuestra pareja ha hecho algo que nos ha decepcionado… En ocasiones, incluso, el detonante puede estar en una simple película en la que nos percatamos de que el vínculo que une a la pareja protagonista, por ejemplo, parece mucho más profundo e intenso que el que nosotros mantenemos .

La idealización del amor romántico y las expectativas irreales que conlleva dicha idealización tienen mucho que ver con este problema. No existen las relaciones ideales ni las mariposas se van a quedar a vivir en nuestro estómago para siempre. La conexión emocional entre los miembros de una pareja va mucho más allá de la intensidad de los primeros encuentros. O de querer estar con esa persona cada minuto del día. Es normal que haya momentos en que tu pareja ‘te caiga mal’ o que necesites unos días para ‘echarle de menos’ y eso no significa que no le quieras o que vuestra relación esté en peligro. Un ejemplo más de esta idealización es creer que si alguien está realmente enamorado jamás podría sentir atracción por otra persona.

Otros factores que influyen en su aparición:

  • Modelos inadecuados y experiencias adversas en la infancia. Por ejemplo, ser testigo del divorcio traumático de los padres. O vivir en un hogar donde las figuras de apego mantienen una insana relación de pareja. Un ambiente rígido, controlador y opresivo en los primeros años, además, favorece que se desarrolle una personalidad dependiente, llena de dudas y sin suficiente capacidad para tomar decisiones.
  • Antecedentes familiares de trastornos de ansiedad o trastorno obsesivo compulsivo.
  • Responsabilidad excesiva, perfeccionismo y autoexigencia. Somos personas reales y, como tales, somos seres imperfectos con luces y también con sombras. Al fin y al cabo, esas imperfecciones son las que nos hacen también únicos
  • Intolerancia a la incertidumbre. Cuando una persona necesita tenerlo todo bajo control y no es capaz de tolerar la más mínima ambigüedad, cualquier señal de duda, por mínima que sea, crecerá y crecerá hasta convertirse en una enorme obsesión que la atormentará durante todo el día.
  • Relaciones traumáticas en el pasado. Haber sufrido un importante fracaso sentimental o haber vivido situaciones traumáticas con parejas anteriores también puede influir en la aparición del TOC de amores.
  • Pensamiento todo o nada. Para quien sufre este trastorno no hay término medio. Si aparece un conflicto en la pareja, ni siquiera llega a cuestionarse que pueda tratarse de una simple discusión o de una crisis que pueda resolverse. O la relación es perfecta y totalmente satisfactoria o está destinada al fracaso.

¿Cómo puedo saber si es TOC de amores o si realmente no quiero a mi pareja?

Ya hemos dicho antes que tener dudas respecto a nuestra relación es totalmente normal. Una señal de que estamos ante un TOC de amores es la intensidad y lo disruptivos que sean esos pensamientos. En el TOC nuestra mente se convierte en una centrifugadora: los pensamientos son constantes, incontrolables, intensos y generan mucho malestar. Tanto que puede llegar a impedir realizar con normalidad los quehaceres cotidianos.

Otra pista es que estas dudas son resistentes a cualquier evidencia o prueba de realidad. Da igual las listas de ventajas e inconvenientes que hagas o que recabes las opiniones de cien personas distintas. Y es que las obsesiones pueden llegar a hacer que veamos certezas donde no las hay, aunque la realidad esté poniendo delante de nuestros ojos que nuestros temores no tienen ningún fundamento.

También puede ayudar a aclararse repasar las características del trastorno (que hemos enumerado más arriba).

De cualquier manera, es importante asumir que nunca estaremos seguros al cien por cien de que la pareja que hemos elegido sea la ‘correcta’. Porque enamorarse es un riesgo.  Y cuando decidimos implicarnos en una relación nos exponemos a la posibilidad de tener éxito, pero también a que la cosa no funcione…

Qué hacer

La aceptación es el primer paso. Cuanto más luches contra las obsesiones, mayor será el malestar y más probabilidad de que se refuercen. Del mismo modo, procura no responder a esos pensamientos obsesivos con actos mentales y/o conductuales destinados a que desaparezcan porque se intensificarán más.

Recuerda que los pensamientos solo son pensamientos, no son hechos. Imaginarse algo continua e intensamente no lo convierte en real. Y, a menudo, ni siquiera serán tus pensamientos reales, sino que estarán pasados por el filtro del TOC.

Busca el apoyo de dos o tres personas de confianza a quienes puedas contarles lo que te pasa. Una de esas personas incluso puede ser tu pareja. No se trata de convertir el TOC en el centro de la relación, pero compartirlo te ayudará a aceptarlo y a verlo con naturalidad.

Se trate de TOC o no, si las dudas y los pensamientos obsesivos son recurrentes y te causan malestar lo mejor es solicitar ayuda psicológica.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Es posible sobrevivir a la relación con un psicópata y salir reforzada.

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada)

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada) 1487 706 BELÉN PICADO

«Si tienes un psicópata en tu vida, no te detengas… ¡Corre!». No lo digo yo. Lo dice Robert Hare, psicólogo forense canadiense y uno de los mayores expertos en psicopatía. Así que, si es tu caso, ya sabes cuál es el primer paso para sobrevivir a la relación con un psicópata integrado: alejarte todo lo que puedas. No busques explicaciones, no te engañes pensando que va a cambiar… ¡Corre! Y si resulta que es él quien te ha dejado, aléjate igualmente. Aunque al principio te parezca imposible, con el tiempo mirarás hacia atrás y pensarás «¡De la que me he librado!».

No nos vamos a engañar. El proceso de recuperación tras la relación con un psicópata (o con un narcisista) no es rápido ni fácil. Pero puedes recuperar tu propia vida, mirarte en el espejo y volver a reconocerte.

Para empezar, olvídate de creencias como «Si yo cambio, quizás todo se arregle» o «Si soy más tolerante con él seguro que cambia su actitud conmigo». No. No va a cambiar. Ni por ti, ni por nadie. Los psicópatas no conocen la empatía, la culpa, los remordimientos ni la vergüenza. Quien puede cambiar y transformarse en una sombra de lo que fuiste eres tú si permaneces a su lado.

Para sobrevivir a un psicópata deberás aprender a rodearte de personas que te hagan sentir bien, recuperar tu identidad, mejorar tu autoestima y volver a hacer lo que te gustaba, entre otras cosas. Todo esto es posible. Habrá momentos en que flaquees y es normal. Pero no te rindas porque mereces volver a disfrutar de la vida y posees la capacidad para lograrlo. Tienes una vida por delante que saborear y no puedes permitir que nadie lo impida.

Finalizar la relación

Aunque lo mejor es cortar toda comunicación y alejarte, por lo general, el psicópata no va a tolerar que lo dejes tan fácilmente. Al principio, puede que trate de apelar a tu comprensión y a tu amor, asegurándote que no puede vivir sin ti y prometiéndote por enésima vez que va a cambiar. Incluso es posible que haga por ti cosas que nunca hizo antes. No te dejes engañar. No lo hace por ti, sino para demostrarse a sí mismo que puede tenerte comiendo de su mano cuando quiera. Si esto no le funciona, o bien recurrirá al chantaje emocional haciéndose la víctima y tratando de hacerte sentir culpable o pasará al ataque directo. Te insultará, te ninguneará, intentará humillarte, hablará mal de ti a terceros. Es necesario que contemples todos estos escenarios porque así podrás estar preparada para sus intentos de manipulación.

Todo lo anterior puede ocurrir si eres tú quien rompe la relación. Pero también puede pasar que sea él quien termine contigo porque ya no le seas útil o porque haya encontrado otra persona a quien manipular. En este caso es posible que te sientas terriblemente mal porque se habrá ocupado previamente de hacerte creer que sin él no eres nada. Pero, créeme, es lo mejor que te podría pasar.

En cualquier caso, no esperes encontrar una explicación a este comportamiento repasando mentalmente, una y otra vez, los últimos meses de la relación o sus palabras. Ni tampoco esperes que se disculpe contigo. Desde una mente sana es muy difícil comprender y asumir que un ser humano sea capaz de mostrar, deliberadamente, un comportamiento tan dañino, así que nuestro cerebro buscará una explicación coherente. Pero la realidad es que los psicópatas no tienen empatía y no les importa en absoluto cómo se siente el resto de la Humanidad, tú incluida. Y si alguna vez te ha parecido intuir algo de empatía en su actitud, solo estaba fingiendo para manipularte.

Si un psicópata ha pasado por tu vida cual vendaval, en lo que has de enfocarte es en fortalecerte y en reconectar contigo misma. No es fácil ni rápido, pero es posible sobrevivir e, incluso, salir reforzada.

Nada de contacto

En esto no hay flexibilidades ni negociaciones que valgan. Es necesario e indispensable romper todo contacto con esa persona. Cierra cualquier vía de comunicación. Bloquéalo en whatsapp y en tus redes sociales para no tener que seguir viendo información sobre él. Empapelar su muro con comentarios sobre lo feliz que es e, incluso, con imágenes con su ‘nuevo amor’ será una de sus estrategias para seguir ejerciendo su poder sobre ti. Olvídate también de crearte un perfil falso para espiarlo porque solo conseguirás desestabilizarte y obstaculizar tu proceso de recuperación.

Asimismo, evita encuentros con amistades o personas que tengáis en común y deshazte de lo que pueda recordarte a él (fotos, regalos, ropa, etc.). Y, por supuesto, no quedes para que te dé «una explicación» o para «acabar civilizadamente». Todo esto puede parecer muy extremo, pero una situación así requiere medidas radicales.

Si existe algún vínculo legal, posiblemente tratará de prolongar el proceso de separación. Al fin y al cabo, para él eres de su propiedad y le perteneces. Tanto en este caso como si tenéis hijos, limita el contacto al mínimo. Siempre que sea posible, intenta comunicarte a través de un abogado o dejar ciertos trámites en manos de una tercera persona.

Es normal que al principio te sientas mal, con mucha ansiedad y una enorme sensación de vacío. Te acostarás y levantarás pensando en él, pasarás las horas muertas mirando el móvil y esperarás que aparezca en cualquier momento. También experimentarás sentimientos contradictorios y pasarás de odiarlo a desear que se dé cuenta de lo que ha perdido y vuelva arrepentido y transformado en el hombre que tú querías ver en él. Pasar por todo esto es duro, pero piensa que es un precio muy pequeño a pagar por mantener tu cordura, tu salud emocional y tu bienestar.

¿Vengarte? Ni te lo plantees

Puede que sientas una intensa sed de venganza contra quien tanto daño te ha hecho. Pero, de verdad, es una pésima idea. El mejor desprecio es no hacer aprecio, decía mi abuela. Refrán, que en este ámbito viene a decir que la mejor venganza para un psicópata es la indiferencia total, ignorar por completo su existencia. Además, declarar la guerra a estos sujetos es una batalla perdida. Nunca podrás competir en falta de empatía o, en muchos casos, en crueldad. Mejor enfoca esa energía que te da el enfado en recuperarte y en aprender sobre ti para no repetir patrón a la hora de elegir tu próxima pareja. Eso sí que será una victoria.

En su libro El acoso moral, la psiquiatra Marie-France Hirigoyen advierte: «No se vence nunca a un perverso. A lo sumo, se puede aprender alguna cosa acerca de uno mismo. A la hora de defenderse, a la víctima le dan tentaciones de recurrir a los mismos procedimientos que utiliza su agresor. Sin embargo, debe saber que, si se encuentra en la posición de víctima, es la menos perversa de los dos. La situación no se puede invertir tan fácilmente. Utilizar las mismas armas que el agresor no es de ningún modo aconsejable».

No caigas en la trampa de la triangulación

La triangulación se produce cuando aparece una tercera persona en la vida del psicópata. Bueno, en realidad, más que aparecer es él quien la introduce en escena de forma deliberada. De repente, se muestra encantado con una nueva conquista, le presta mucha atención, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está… Y, por supuesto, se las ingeniará para que te enteres, además de hacerte saber, sutil o descaradamente, que ella tiene todo lo que a ti te falta.

Tú te preguntarás cómo es posible que te haya olvidado con tanta facilidad cuando a ti te está costando tanto sobreponerte a la ruptura. La respuesta está en que él no tiene que recuperarse de unos sentimientos que probablemente no eran sinceros o, al menos, eran muy superficiales. Y, por otra parte, seguramente toda esa dicha de la que presume sea falsa y con ella solo busque aumentar tu inseguridad, dañar tu autoestima y desestabilizarte aún más. Por eso es tan importante que no caigas en esta trampa.

No es oro todo lo que reluce, ni felicidad todo lo que se muestra en las redes sociales. Iñaki Piñuel lo explica en su libro Amor Zero: «Cuando un ex psicópata triangula y te pasa por la nariz su nueva relación no quiere decir que sea muy feliz en ella, sino que provocándote necesita desesperadamente convencerse de que tú no eres suficientemente válido para él o ella y de que ha hecho muy bien sustituyéndote. Eso es señal de que no lo tiene nada claro. Su triunfo es muy precario. Su aparente felicidad es simulada. Un mecanismo psicológico de compensación y proyección explica a la perfección que solamente quien no es feliz necesita decir, contar y probar a los cuatro vientos que es muy feliz».

Tras una relación con un psicópata, corta toda relación con él.

«¿Y si flaqueo?»

Ya dijimos antes que el proceso de recuperación no es fácil ni rápido. A menudo flaquearás y tendrás que hacer una pausa para recordar por qué acabaste (o por qué que te dejara fue lo mejor que te podía pasar). Esos recuerdos que a veces te asaltan y que en tu memoria aparecen como ‘momentos bonitos’ llevan incorporado un filtro de idealización y, de ningún modo, reflejan la realidad de la relación. Es fantástico que la persona a la que amamos tenga detalles o nos diga cosas bonitas… si son sinceras. Pero no cuando son un medio para obtener un beneficio.

Te propongo que hagas una lista con todas las razones por las que te separaste (o por las que estás mucho mejor sin alguien así a tu lado). ¿Te hacía luz de gas? ¿Se dedicaba a humillarte? ¿Hacía que te sintieses culpable? ¿Te aislaba de tus amigos o de tu familia? Una vez que tengas la lista, déjala donde puedas verla y revísala cada vez que tengas la más mínima pizca de nostalgia.

Es necesario que aceptes que todo proceso lleva su tiempo. Respeta tu propio ritmo, escúchate y ve con calma. Sin prisa, pero sin pausa.

Ahora tu prioridad eres tú

El tiempo de estar pendiente de las necesidades de otro se acabó. Ahora te toca priorizarte a ti misma. Trabaja en tu autoestima y practica el autocuidado. Recupera actividades que te gustaban y atrévete a encontrar otras nuevas. Al principio te parecerá imposible porque una de las características del psicópata es que te absorbe toda la energía hasta dejarte anulada y sin fuerzas. Pero poco a poco lo conseguirás. Ahora que has roto ese ‘círculo tóxico’ toca conectar con esas cosas que te hacen feliz, por pequeñas que sean.

Antes hablábamos de la indiferencia como forma de venganza. Pues recuperar todas esas actividades que te gustaban y dejaste de hacer por él es otra vía de demostrarte que no ha podido contigo.

Recupera tu vida social

Retomar la relación con familia y amigos forma parte de la recuperación. Salir y divertirte con gente que realmente te aprecia y te quiere te ayudará en este proceso de desintoxicación. Y si, en el peor de los casos, encuentras menos apoyo del que esperabas siempre puedes conocer a gente nueva. Lo importante es tener una red de apoyo compuesta por personas con quienes puedas contar de forma incondicional y que, si lo necesitas, te recuerden por qué empezaste este proceso de sanación.

Asimismo, puedes descubrir importantes redes de apoyo en otros ámbitos. Por ejemplo, entrando en contacto con grupos de ayuda mutua en los que haya personas en tus mismas circunstancias. Después de todo, quién te va a entender mejor que alguien que haya pasado por lo mismo…

Otro modo de relacionarte es posible

No es extraño que después de la montaña rusa en la que se ha vivido y debido a la intensidad emocional que hay en una relación tan tóxica, una relación normal resulte sosa y aburrida. Y tiene sentido porque te has acostumbrado a vivir en el caos emocional y ahora alguien que te ofrece tranquilidad y estabilidad te resulta extraño y poco familiar. También puede tratarse de un patrón que sigues a la hora de elegir pareja. Tomar conciencia de ello es necesario. Es el primer paso para aprender a relacionarnos de otro modo, evitando involucrarnos una y otra vez en relaciones tóxicas.

Ora posibilidad es que te vuelvas desconfiada y empieces a ver psicópatas y narcisistas por todas partes. O que empieces a salir con alguien y al más mínimo desacuerdo o la más mínima sospecha salgas corriendo. No te angusties. A medida que vayas conociéndote mejor, reconstruyendo tu autoestima, priorizando tus necesidades y aprendiendo a establecer límites sanos, verás cómo desarrollas un eficaz ‘detector’ de personas tóxicas. Y comprenderás que el amor no tiene nada que ver con la manipulación ni con juegos perversos como los que practicaba tu ex pareja.

Busca ayuda profesional

Al haber estado expuesta a un trauma continuado, lo más aconsejable es que acudas a un psicólogo que pueda ayudarte en tu recuperación. Te ayudará a mejorar tu autoestima, te facilitará herramientas de regulación emocional y te acompañará en tu proceso de duelo. Y también podrás recuperar esos recursos que tenías antes de la relación y que tu expareja se encargó de machacar.

En estos casos es especialmente eficaz la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), un abordaje terapéutico avalado científicamente en el tratamiento del trauma. Esta terapia no solo te ayudará a procesar y elaborar los peores momentos de esa relación tóxica, sino también los episodios del pasado con los que dichos momentos podrían estar conectados. Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso.

Y, para terminar, os dejo con estas palabras de esperanza de Mari-France Hirigoyen, refiriéndose a las relaciones de abuso: «La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir».

Hay esperanza después de salir de una relación de maltrato psicológico.

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Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes. Manipuladores, fríos, sin empatía ni remordimientos, aparentemente encantadores y complacientes… En este mismo blog os invito a leer este artículo en el que trazo el retrato robot de un psicópata integrado con la intención de poder identificarlo antes de que sea demasiado tarde.

Los psicópatas integrados son fríos, manipuladores y carentes de empatía.

Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes

Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes 1920 1280 BELÉN PICADO

Hace unos días terminé de ver La Serpiente, miniserie basada en la vida de Charles Sobrahj. Este sujeto, que asesinó en los 70 al menos a doce personas sin que le temblase el pulso, posee los rasgos de un psicópata de manual. Es manipulador, frío, narcisista, sin una pizca de empatía ni de remordimientos y capaz de fingir emociones, que en realidad no experimenta. Pero, ni todos los delincuentes son psicópatas, ni todos los psicópatas han elegido el camino de la delincuencia. Estamos rodeados de psicópatas integrados que no van asesinando por ahí, pero sí pueden hacernos la vida imposible… y de estos últimos vamos a hablar en este artículo.

Tanto los psicópatas criminales como los integrados o subclínicos tienen la misma estructura de personalidad y emociones. La diferencia principal está en si se han involucrado en actividades delictivas, o no. También es importante aclarar que no todas las personas impulsivas, frías o antisociales son psicópatas.

Pero, ¿qué es un psicópata?

A día de hoy no existe un acuerdo unánime respecto a la definición de psicopatía. Pero sí hay características en las que coinciden la mayoría de expertos. Para el psiquiatra estadounidense Harvey Milton Cleckley el síntoma básico sería la deficiente respuesta afectiva hacia los demás, lo que explicaría su comportamiento antisocial. Robert D. Hare, psicólogo forense canadiense, coincide en esa incapacidad para establecer relaciones afectivas y añade elevado egocentrismo y falta de empatía.

En su libro Sin conciencia: El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean, Hare explica: «Los psicópatas son, muchas veces, ingeniosos y se expresan muy bien. Pueden ser conversadores amenos y divertidos, con respuestas rápidas e inteligentes. Frecuentemente, cuentan historias poco probables, pero de alguna manera nos convencen de su veracidad. Ellos siempre quedan bajo la mejor luz. Pueden ser muy efectivos a la hora de presentarse a los demás, encantadores y amables. Para algunos, sin embargo, son demasiado pulidos, se les nota poca sinceridad. Los observadores más astutos suelen tener la impresión de que los psicópatas actúan, que mecánicamente ‘leen un guion».

Aprender a detectar a un narcisista integrado nos ayudará a no caer en sus redes.

Diferencias entre psicopatía, narcisismo y trastorno de la personalidad antisocial

Es habitual que se utilicen los términos psicópata, narcisista o sociópata de forma indistinta. Sin embargo, aunque a menudo van asociados, no se refieren exactamente a lo mismo.

Según algunos expertos, la psicopatía sería una variante agresiva del trastorno de personalidad narcisista. Al igual que el narcisista, el psicópata tiene mecanismos de defensa primitivos, sentimientos excesivos de superioridad y el convencimiento de que tiene derecho a más privilegios que nadie. Sin embargo, a diferencia de este, el psicópata muestra menos ansiedad, peor desarrollo moral y su control de impulsos es más deficiente; de ahí que tenga más problemas en controlar la agresividad.

En lo que se refiere a psicopatía y trastorno antisocial de la personalidad, ambas alteraciones se caracterizan por la inadaptación social y la agresividad. En el caso del sociópata esta agresividad se desencadena como reacción a algo o a alguien.  La agresión y violencia sin motivo aparente, dirigida a conseguir un objetivo concreto, es más propia del psicópata. Además, la falta de remordimiento o de sentimientos de culpa es inherente al temperamento del psicópata y en los sociópatas sí puede haber una mayor capacidad para albergar estos sentimientos.

Respecto a la empatía, el psicópata carece de ella desde su nacimiento. Sin embargo, la persona con trastorno de la personalidad antisocial puede llegar a mostrar cierto grado de empatía y afecto hacia algunas personas de su entorno. También son diferentes en que el primero busca camuflarse socialmente y mantenerse en segundo plano, al contrario que los sociópatas, cuya conducta llama mucho la atención.

¿En qué ámbitos hay más psicópatas integrados?

Un estudio realizado en la Universidad Complutense de Madrid y publicado el pasado mes de agosto en la revista científica Frontiers in inmunology concluyó que el 4,5 por ciento de la población mundial presenta algún grado de psicopatía.

Según la investigación, esta tasa varía en función de diversos factores. Por ejemplo, es más común en hombres (7,9 por ciento frente a 2,9 por ciento en mujeres) y también más habitual en determinados ámbitos laborales. Entre las profesiones con trabajadores más propensos a la psicopatía está la cirugía. Pero también prevalece en abogados, vendedores de telemarketing, políticos, sacerdotes, chefs, empresarios y periodistas. La razón de esto puede deberse, según los autores del estudio, a que son precisamente algunos rasgos propios de la psicopatía los que «facilitan el éxito en estas profesiones». De hecho, los niveles de esta alteración de la personalidad eran más altos en puestos directivos.

Por ejemplo, personas con este perfil pueden tomar decisiones difíciles y asumir más riesgos sin verse afectadas emocionalmente, además de ser mejores manipulando y convenciendo. Por otro parte, muestran una mayor resistencia al caos. Es decir, son capaces de mantener la cabeza fría en las situaciones más estresantes y caóticas, porque en realidad las consecuencias les dan igual.

Según los estudios, hay más psicópatas integrados entre los altos directivos.

Retrato robot de un psicópata integrado

Estamos acostumbrados a asociar el concepto de psicópata con personajes como Charles Sobhraj, Hannibal Lecter o sujetos mucho más cercanos a nosotros, como José Bretón. Pero pensar así es simplificar demasiado. De hecho, la mayoría no son violentos y, mucho menos, homicidas. Están totalmente integrados en la sociedad, al menos a primera vista. «Los psicópatas no son solo los fríos asesinos de las películas. Están en todas partes, viven entre nosotros y tienen formas mucho más sutiles de hacer daño que las meramente físicas. Los peores llevan ropa de marca y ocupan suntuosos despachos, en política. finanzas. La sociedad no los ve, o no quiere verlos, y consiente», expone Robert Hare.

Gracias a los estudios de expertos como Hare y Cleckley, entre muchos otros, podemos trazar un retrato robot bastante acertado de esos psicópatas integrados que se mueven entre nosotros.

  • Es encantador. Pero se trata de un encanto superficial y destinado, sobre todo, a captar el interés de posibles ‘víctimas’. En el caso de Charles Sobhraj, por ejemplo, Andrew Anthony, un periodista que lo entrevistó hace unos años, lo definió como «guapo, encantador y absolutamente sin escrúpulos».
    Ese poder de seducción facilita al psicópata, no solo captar lo que el otro desea, busca o necesita y ganarse su confianza. También le permite encontrar los puntos débiles de su ‘presa’. Y los utilizará en su beneficio. Desde convencerla de iniciar un ‘negocio que le proporcionará suculentos ingresos hasta iniciar una relación sentimental, que con toda probabilidad se convertirá en pesadilla.
    Son expertos en hacer que su víctima se sienta única y especial. Y, como auténticos camaleones, tienen una sorprendente habilidad para cambiar constantemente su forma de actuar, según las necesidades del momento.
  • Tiene una gran facilidad de palabra. La manipulación del lenguaje es una de sus principales armas. Cleckley lo describe muy bien: «Un psicópata puede estar diciéndote Te quiero y, al mismo tiempo, sentirse como si estuviera bebiendo un vaso de agua». Estas personas saben perfectamente lo que queremos y deseamos oír. Y no van a dudar en regalarnos los oídos con un sinfín de halagos y buenas palabras que, por supuesto, no sienten. Usan el lenguaje para confundir, distraer la atención y colocarse ellos mismos en un pedestal. Y lo hacen de manera muy sutil y efectiva.
  • Miente constantemente. Es poco fiable y un mentiroso compulsivo. Los psicópatas integrados se caracterizan por mentir de forma brillante. En ocasiones, sin motivo aparente y sin que haya nada obvio que ganar. Otras, para obtener lo que quieren o perjudicar a alguien. Y si le pillas y se te ocurre enfrentarte, dará la vuelta a la tortilla. Te convertirá a ti en un paranoico y, probablemente, inventará un nuevo embuste para tapar el primero.
    Iñaki Piñuel describe esta asombrosa capacidad para mentir en su libro Amor Zero: «Suelen negarlo todo, respondiendo con evasivas o inventando sobre la marcha nuevas y fabulosas versiones de la realidad. Poseen enorme habilidad para improvisar instantáneamente cualquier mentira que les posibilite un escape inmediato, con intención de desviar la atención de su comportamiento hacia otro tema. Esta perversa habilidad para la mentira resulta enormemente chocante y suele dejar a sus víctimas perplejas y psicológicamente desarboladas».
    Ni son confiables, ni ellos se permiten confiar en nadie. A menudo perciben que los demás tienen malas intenciones. Pero en realidad lo que están haciendo es proyectar en el otro su propia desconfianza.
  • Se cree superior al resto de los mortales. Narcisismo, egocentrismo patológico y desmesurado y sentido de autovaloración grandilocuente son otras características de estos individuos. Este narcisismo, además, hace que sean incapaces de amar. En una relación auténtica y honesta, se establece un vínculo entre iguales y nos permitimos mostrarnos vulnerables ante la otra persona. Pero esto es algo que un psicópata nunca hará.
  • No conoce la empatía. Uno de los rasgos principales que definen al psicópata es su falta de empatía, lo que puede llevarle a ser insensible y muy cruel. Si a una persona no le importan tus sentimientos ni cómo te afecte su conducta, es evidente que no tendrá escrúpulos en hacer lo necesario para lograr sus fines. No importa si estos fines son económicos, sexuales, si busca escalar socialmente o si pretende lograr un ascenso profesional.
    Aquí tenemos que diferenciar la empatía afectiva o emocional de la empatía cognitiva. La primera nos ayuda a identificarnos con los sentimientos de la otra persona; con la segunda podemos entender y reconocer qué está sintiendo, pero desde una perspectiva mental y no desde la emoción propia. El psicópata solo tiene capacidad para experimentar la segunda, pero sí puede llegar a fingir empatía emocional con una finalidad meramente manipuladora.
  • Tiene mucha facilidad para manipular y engañar. Utilizará sus dotes de persuasión, su capacidad observadora y su facilidad para la seducción como herramientas para manipular y lograr sus objetivos. Por ejemplo, vivir a costa del esfuerzo, el trabajo o el dinero de los demás (estilo de vida parasitario).
    El psicópata es muy hábil a la hora de manejar a las personas de su entorno. Aprovechan sus debilidades para controlarles, dominarles o ejercer maltrato psicológico sobre ellas. Para él, el fin justifica los medios.

Los psicópatas integrados tienen una mayor capacidad para manipular y engañar.

  • No conoce los remordimientos, la culpa ni la vergüenza. Lo normal es sentir remordimientos cuando mentimos, manipulamos u obramos en contra de nuestros principios y valores. Pero esto no ocurre con el psicópata, que no va a sentirse culpable, haga lo que haga. Esto no significa que no se dé cuenta de que su conducta está perjudicando a alguien. Es plenamente consciente. Pero no le importa en absoluto.
    Como carece de los escrúpulos morales que a los demás nos hacen recapacitar, disculparnos o arrepentirnos, seguirá actuando igual siempre que la situación lo requiera.  Y si alguna vez se disculpa o muestra arrepentimiento, será mejor que no te fíes porque nunca será verdadero. Solo lo hará si considera que puede sacar algún beneficio.
  • Se mantiene impasible en cualquier circunstancia. Muestra una ausencia de nerviosismo, miedo o ansiedad en situaciones en las que sería normal reaccionar con estas emociones. No se inmuta en momentos de tensión y esto puede dar lugar a una falsa sensación de seguridad a quien está con él.
  • No está loco. Tanto Hare como Cleckley destacan la «ausencia de alucinaciones y otros signos de pensamiento irracional o manifestaciones psicopatológicas». Tanto el psicópata delincuente como el integrado saben perfectamente lo que hacen, son  conscientes de sus actos y distinguen el bien del mal.
  • Tiene dificultades para trazar un plan de vida y seguirlo. Uno de los rasgos que apuntan los expertos es la incapacidad para establecer metas realistas a largo plazo e ir a por ellas. Puede trazar grandes y fantasiosos planes, pero no se parará a pensar en los medios que necesita para lograrlos.
  • No se hace responsable de sus acciones. Como considera que ‘nunca se equivoca’ tampoco aceptará la responsabilidad de sus actos. Ni será capaz de aprender de sus errores o extraer lecciones de las experiencias vividas. Además, si ha cometido alguna ‘fechoría’, y aun anticipando las posibles consecuencias si le pillan, no va a sentir ansiedad ni miedo. Precisamente esta ausencia de nerviosismo o de temor hace que sea tan difícil pillarle. Esta irresponsabilidad también le convierte en un experto en esquivar obligaciones y en culpar a a otros de sus propios errores.
  • Se aburre enseguida. Su impulsividad y la tendencia a aburrirse de cualquier cosa (trabajos, tareas, parejas…) suelen llevarle a una búsqueda continua de nuevos estímulos, experiencias y sensaciones fuertes.
  • Es impulsivo y con dificultades para el autocontrol. La obsesión por conseguir lo que quiere a toda costa le hace casi inmune al castigo y a las posibles consecuencias. Estas circunstancias y el hecho de no sopesar los riesgos de sus acciones aumentan, además, las probabilidades de que pueda recurrir a la violencia. Cuando quiere algo, lo quiere ya y le da igual el coste que pueda tener para él mismo y, sobre todo, para los demás.
  • Es incapaz de establecer vínculos afectivos profundos y a largo plazo. Es habitual que el psicópata sea infiel, tenga una conducta sexual promiscua y encadene (o solape) múltiples parejas. Muchas de las características expuestas anteriormente influyen en esta inestabilidad en sus relaciones. Como no pueden conectar afectivamente y se aburren con facilidad, es probable que abandonen a su pareja cuando hayan conseguido lo que querían. O hayan encontrado sustituto/a. Solo si el psicópata considera que la relación le ‘sale rentable’ (por prestigio, comodidad, causas económicas…) tratará de mantenerla en el tiempo. Eso sí, con infidelidades, humillaciones y/o desvalorizaciones incluidas. En cuanto al sexo, suelen utilizarlo como un modo más de manipulación.
  • Las normas no van con él. Aunque se trate de un psicópata integrado, es habitual que no acepte las normas y se comporte fuera de los patrones de conducta aceptados. Considera que tiene unas normas propias que son mejores y, desde luego, mucho más importantes que las del resto de los mortales. Esto puede llevarle a adoptar alguna que otra conducta antisocial, sin motivos aparentes que la justifiquen.
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En las familias aglutinadas hay un concepto de lealtad mal entendida.

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica 1280 1054 BELÉN PICADO

Teresa tiene 20 años y está en la universidad. Hace unas semanas llegó a mi consulta porque su ansiedad había llegado a tal extremo que temía no poder presentarse a los exámenes. Estudia Derecho, como antes hicieron su padre y su hermano, e incluso colabora en el bufete familiar. En realidad, a ella lo que siempre le gustó fue Historia del Arte; de hecho, se ha planteado cambiar de carrera. Pero sabe que sus padres lo vivirían como una traición y ella, en sus propias palabras, «no podría vivir con esa carga». Por si fuera poco, el chico con el que ha empezado a salir tampoco es del agrado de su familia y está planteándose romper con él para evitar tensiones. Teresa pertenece a una de  esas familias aglutinadas caracterizadas por una tendencia a favorecer el bien del grupo por encima de cualquier necesidad individual.

La familia constituye un sistema dinámico y abierto en continua transformación y la interacción entre sus miembros es tan importante como el respeto a la individualidad de cada uno. Pero para que esta interacción funcione son necesarios límites que regulen las relaciones, tanto entre la familia y el exterior como entre los propios integrantes del sistema.

Límites claros, rígidos y difusos

Según Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, las familias deben funcionar con unos límites adecuados que ayuden a mantener relaciones saludables. Estos límites pueden ser de tres tipos: claros, rígidos y difusos.

Unos límites claros facilitarán la interacción afectiva entre los diferentes miembros a la vez que se respetan los espacios y las funciones de cada uno en el día a día familiar. En este entorno saludable las personas se sienten cómodas compartiendo sus pensamientos y sentimientos sin temor a verse invadidas, juzgadas o rechazadas. El tiempo que se comparte con la familia es importante, pero se respeta también el tiempo en solitario.

Los límites rígidos son propios de las familias desligadas. Los miembros suelen estar aislados entre sí e interactúan con mucha distancia, tendiendo a priorizar la individualidad sobre el grupo. Por este mismo motivo, en estas familias la comunicación y la expresión emocional son bastante difíciles.

Si los límites son difusos, que es lo que ocurre en las familias aglutinadas, habrá una confusión de roles, un exagerado sentido de pertenencia y un concepto de la lealtad familiar mal entendido. Se priorizará el sentido de grupo en detrimento de la autonomía personal. Y en este tipo de familias es en el que vamos a profundizar un poco más.

Cuando los límites son difusos, como ocurre en las familias aglutinadas, hay una confusión de roles.

Exagerado sentido de pertenencia: «Todos para uno y uno para todos»

En la familia aglutinada se pone siempre por delante el sentido de pertenencia, aunque ello suponga que sus miembros pierdan gran parte su autonomía en beneficio del bien grupal. Por una parte, esto aumenta la distancia entre lo que es la familia y lo que está fuera de ella, que muchas veces se ve como peligroso o negativo. De hecho, es habitual que se establezcan unas fronteras rígidas y se rechace o critique todo lo que venga de fuera.

Sin embargo, por otro lado, esa frontera desaparece dentro del propio sistema. Esto significa que todos saben de todos y todos pueden inmiscuirse en la vida de todos, sin importar roles ni jerarquía dentro de la familia y esto incluye a hermanos, primos, tíos, abuelos…

Cuando el aislamiento respecto al exterior se hace muy acusado, puede llegar a haber dificultades de cara a relacionarse con personas ajenas al sistema. Por ejemplo, a la hora de incorporar a la nueva pareja de uno de los miembros. La familia es lo primero y quien venga de fuera tendrá que adaptarse o será criticado o rechazado.

Jerarquía poco definida y confusión de roles

Una de las características de las familias en las que existen unos límites claros es que las jerarquías entre sus diferentes miembros también están bien definidas. Según afirma Minuchin en su libro Familias y terapia familiar: «Debe existir una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos posean niveles de autoridad diferentes».

En las familias aglutinadas, por el contrario, los límites difusos van de la mano de jerarquías de autoridad poco claras. Un ejemplo lo tendríamos en la madre que habla con sus hijos abiertamente sobre temas que pertenecen a la intimidad conyugal. O en los hijos que, desde la misma posición de autoridad que los padres, toman decisiones que no se corresponden con su rol o intervienen de forma directa en los problemas de los padres como pareja (parentalización).

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Este tipo de jerarquía poco definida también favorece que dentro de la familia haya vínculos emocionales de tipo simbiótico («Soy la mejor amiga de mi hija; no tenemos secretos entre nosotras»).

Pérdida de la autonomía individual

Los hijos de familias aglutinadas suelen encontrar grandes dificultades para independizarse y tener una vida propia. De hecho, aun de adultos es muy probable que sigan a la sombra de sus progenitores y sientan que su propia identidad consiste en ser un buen hijo o una buena hija. Incluso casados, pueden llegar a necesitar la aprobación paterna para tomar cualquier decisión acerca de cómo resolver algún problema en su matrimonio o con sus propios hijos.

Dentro de casa tampoco se favorece la intimidad, ni se respeta el espacio privado de cada miembro. Tanto la autonomía como la intimidad y el espacio propio se ven como señal de egoísmo.

En las familias aglutinadas se da prioridad al bien del grupo sobre las necesidades individuales.

Sin espacio para la diferenciación

El concepto de diferenciación se lo debemos al psiquiatra estadounidense Murray Bowen. Hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos los seres humanos ya desde el seno familiar y también está relacionado con nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos del grupo. Esta autonomía, además, nos permite ver con mayor objetividad lo que ocurre dentro de dicho grupo, en este caso la familia.

Lo que ocurre en las familias aglutinadas es que las relaciones entre sus miembros son tan excesivamente cercanas que no permiten la diferenciación. Esta circunstancia es perjudicial, sobre todo, en la adolescencia ya que se obstaculiza el desarrollo de la formación de la identidad.

En estos sistemas, en los que no está bien visto ser distinto, se entorpece cualquier intento por diferenciarse. Y en casos extremos, cualquier conato de un miembro por encontrar su propio camino será vivido por la familia como una traición y el ‘rebelde’ pasará a convertirse en la ‘oveja negra’.

Lealtad mal entendida

Seguir un camino académico o laboral diferente al de la familia (como le ocurre a la joven de la que os hablaba al principio del artículo), proseguir con una relación que no ha sido aprobada por los padres, romper con la tradición de comer todos los domingos en la casa familiar o, simplemente, faltar a un cumpleaños de un pariente se percibe como una traición en las familias aglutinadas.

A menudo este concepto de lealtad mal entendida va unido a una idealización del sistema familiar. De manera consciente, la persona puede pensar que su familia «es perfecta». Sin embargo, a nivel inconsciente, puede haber una gran confusión emocional. Un sentimiento de tristeza, de estar perdido, que puede expresarse en forma de anestesia emocional (no sentir nada, normalizar todo) o de llanto incontrolable. No son pocas las ocasiones en las que un hijo experimenta tal ansiedad y angustia a la hora de buscar su propio camino que opta por postergar o renunciar a sus sueños por temor a decepcionar a sus padres.

También se verá como una deslealtad, por ejemplo, que uno de los hijos rechace el rol que se había elegido para él. Es el caso de familias en las que, implícitamente, se espera que la hija menor renuncie a su propio proyecto personal para quedarse al cuidado de los padres mayores. Se trata de una costumbre que muchas veces se transmite de generación en generación, lo que conlleva que no cumplirla se tome como una traición.

(En este blog puedes leer el artículo «Qué es y como nos afecta el conflicto de lealtades en la familia«)

Dificultades para afrontar los conflictos

En algunas ocasiones y si el problema excede la capacidad de afrontamiento de la familia, el conflicto se ignorará o se ocultará. Esto último ocurre, sobre todo, de cara al exterior (“Los trapos sucios se lavan en casa”).

Dentro del núcleo de las familias aglutinadas es habitual que sea complicado mantenerse al margen de enfrentamientos o discusiones entre sus integrantes. Si están todos presentes, todos opinarán y participarán en la discusión.

Por otra parte, el hecho de que todos los miembros se muestren excesivamente implicados en cualquier conflicto aumentará las probabilidades de que el estrés repercuta en la familia al completo. Y esto, a su vez, reducirá las posibilidades de poder ofrecerse una ayuda efectiva entre ellos.

Aprender a poner límites

Atreverte a decir «no» y a defender tu derecho a tener tu propia identidad y tu propio espacio no es fácil cuando perteneces a una familia aglutinada. Es normal que experimentes culpa, que te sientas como el malo de la película y que te toque enfrentarte a algún que otro conflicto. Pero marcar límites no es sinónimo de ser desleal, sino todo lo contrario. Te ayudará a oxigenar tus relaciones familiares y a posicionarte de una manera más sana, objetiva y respetuosa, no solo contigo mismo sino también con los demás.

Las familias pasan por diferentes etapas en su ciclo vital y es necesario aprender a adaptarse a ellas. Que un hijo quiera independizarse y crear su propia familia o que tenga un criterio diferente al de sus padres, por ejemplo, no significa que esté traicionando al clan.

Es cierto que la cohesión familiar es necesaria para superar las dificultades, pero no de una forma rígida, sino con la suficiente flexibilidad para actuar de manera adecuada ante las situaciones que vayan apareciendo. Por ejemplo, contando con una red de apoyo externa a la que acudir en caso de necesidad. Todos necesitamos de todos y la familia no es una excepción.

Si perteneces a una familia aglutinada, rescata sus fortalezas, como el apoyo o la capacidad de cuidar ‘a la manada’. Pero si hay algo que no te hace bien o te produce malestar, no tienes por qué quedarte con ello.

En resumen, mantener la unión familiar no significa que tengamos que estar unos pegados a otros defendiendo un pensamiento único. Cohesión y unión familiar es conservar una distancia adecuada permitiendo al otro desarrollarse. Es funcionar cada uno desde su espacio y estar en disposición de ayudar a quien lo necesita, pero permitiendo que antes lo intente con sus propios recursos y sin responsabilizarnos de sus problemas. Y también es permitir a cada miembro desarrollar su propio criterio, por muy diferente que sea al del núcleo familiar.

Hay numerosos mitos sobre el abuso sexual infantil que es necesario desterrar.

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar 1680 1050 BELÉN PICADO

El abuso sexual infantil es un problema que nos afecta a todos y a todas, como sociedad y como individuos. Y es mucho más habitual de lo que creemos. Por eso fue tan buena noticia que en 2021 se aprobara en España la primera Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y Adolescencia Frente a la Violencia.

Entre otras cosas, este tipo de violencia supone un factor importante de riesgo para el desarrollo de diversos trastornos mentales. Entre ellos, depresión, ansiedad, adicciones, dificultades a la hora de establecer relaciones o trastornos disociativos.

Además, socialmente es un tema incómodo al que no siempre se le da la visibilidad que merece. Este «mirar a otro lado» favorece que asumamos como ciertas ideas totalmente erróneas. Mitos que obstaculizan la toma de conciencia del problema y distorsionan la visión que tenemos de él. Además, a menudo interfieren tanto en la prevención, como en la detección e intervención en el abuso sexual infantil. Por eso es tan importante desmontar estas falsas creencias y conocer la realidad que se esconde detrás. A continuación, tenéis algunas de las que considero más relevantes (aunque hay muchas más).

1. El abuso sexual infantil  es muy poco frecuente

En realidad, los casos que se denuncian son solo la punta del iceberg. Según Save the Children, en España entre un 10 y un 20 por ciento de la población ha sufrido abusos sexuales durante su infancia. De estas personas, solo denuncia un 15 por ciento. El calvario judicial al que hasta ahora han tenido que enfrentarse la mayoría de las víctimas es uno de los motivos por los que muchas veces se opta por no denunciar.

Es necesario acabar con esta falsa creencia porque, al ver el abuso sexual infantil como algo raro y puntual, estamos restando importancia a un hecho sumamente grave que afecta a toda la sociedad. Para que nos hagamos una idea, si un 20 por ciento de niños y niñas sufren este tipo de violencia, eso es 1 de cada 5. Así que es probable que todos estemos muy cerca de alguna víctima. Tengamos esto muy claro y no cerremos los ojos ante una realidad tan dolorosa como verdadera.

El abuso sexual infantil es mucho más habitual de lo que creemos.

2. Si el abuso fuera verdad habría denunciado en su momento y no 20 años después

La culpa, la vergüenza, el miedo al perpetrador y el temor a no ser creída, puede llevar a la víctima a callar durante muchos años. A menudo, cuando la persona se decide a denunciar, el delito ya ha prescrito.

Precisamente por este motivo la Ley de la Infancia aumentó el plazo de prescripción de los delitos graves contra niños y adolescentes, entre ellos los abusos sexuales. Ahora ese plazo empieza a contar cuando la víctima cumple 35 años y no 18, como ocurría antes, y termina 10 ó 20 años después, según la gravedad del caso.

3. Los niños tienen mucha imaginación y muchos inventan que han abusado de ellos

Los niños no mienten sobre lo que desconocen. De hecho, el número de falsas acusaciones es mínimo. Cuando un niño describe en forma detallada y vívida cualquier tipo de actividad sexual con un adulto, no es cosa de su imaginación. Para empezar a proteger a los niños y adolescentes es fundamental creerles y no dar por sentado que lo que cuentan es mentira o resultado de una fantasía.

Si el niño percibe que no le creemos, lógicamente optará por callarse. Unas veces durante meses y muchas otras durante años en los que el dolor, la desesperación y la desesperanza irán creciendo en su interior.

Es posible que según su edad o su nivel de desarrollo tenga dificultades para explicar qué pasó e, incluso, que cambie la historia o llegue a retractarse de su relato por diferentes causas. Pero eso no significa que no diga la verdad. Por un lado, cambiar la historia es normal e, incluso, puede ser indicador de veracidad, pues el abuso altera la percepción, la atención y la memoria. Por otro, negar los hechos puede deberse al temor que le inspira el agresor, a la incertidumbre ante la reacción de sus familiares o a que esté tratando de proteger al abusador.

Y no hay que olvidar que se trata de algo tan duro y devastador que a menudo para los adultos es más fácil creer que la víctima miente o que se ha ‘confundido’ que aceptar la realidad.

Asimismo, no debemos dejarnos engañar y dudar de la veracidad de los hechos si el menor muestra sentimientos positivos y un vínculo afectivo hacía el perpetrador. A veces se obvia el hecho de que, con frecuencia, el adulto es una persona importante en la vida del niño, convive con él y satisface sus necesidades básicas, estableciéndose un vínculo de dependencia material y emocional.

4. El abuso sexual es provocado por la víctima

Detrás de esta creencia está el intento por parte del pederasta de justificar su propio comportamiento abusivo culpabilizando a la víctima y, de paso, reducir la gravedad de su conducta. No es raro escuchar este tipo de argumentos sobre todo cuando se trata de una chica adolescente y se alude a su indumentaria o a su actitud. Pero desde ningún punto de vista la manera de vestirse de un/a niño/a o un/a adolescente ni sus manifestaciones de cariño pueden confundirse con conductas seductoras con fines sexuales.

En ocasiones, los agresores llegan a afirmar, incluso, que el menor dio su consentimiento ‘olvidando’ que la capacidad y madurez del adulto lo coloca en una situación de evidente ventaja sobre la víctima, por lo que la responsabilidad es exclusiva de dicho adulto.

Este mito está unido a la creencia popular y machista de que los hombres «no son de piedra» y les resulta difícil controlar sus impulsos. Una afirmación que solo es un intento más de depositar la responsabilidad en otros, en este caso en la victima que «lo provocó».

5. Si el niño es muy pequeño no tendrá conciencia del abuso, así que mejor olvidarse del tema

Es frecuente que los adultos crean que si el menor abusado es muy pequeño no tendrá conciencia de lo ocurrido y, por lo tanto, no se acordará ni tendrá secuelas en el futuro. Piensan que el verdadero daño lo provocará el hecho de que el abuso salga a la luz, así que lo mejor es no hablar del tema y tratar de olvidarlo.

Pero nada más lejos de la realidad. Es posible que algunas víctimas no manifiesten problemas muy acusados de conducta o de salud a corto plazo. Pero el trauma permanecerá dentro de ellas, a menudo disociado. Y antes o después habrá un detonante que lo dispare al exterior sin que la víctima entienda qué está ocurriendo.

Esta conducta de mirar hacia otro lado también es habitual cuando el niño es un poco mayor. No se saca el tema o se impide que cuente lo que le pasa, creyendo que así lo olvidará antes. El menor, entonces, sentirá que quizás haya exagerado en su reacción, que no sabe afrontar las situaciones y que lo único que ha conseguido es preocupar y angustiar a los adultos que le apoyan.

Cuando hay un caso de abuso sexual infantil no debemos mirar hacia otro lado.

6. Es beneficioso hablar del abuso cuanto antes

En el extremo opuesto de la creencia anterior, hay quienes están convencidos de que cuanto antes hable el niño de lo ocurrido, antes lo superará. Sin embargo, lo cierto es que, si no se dan las condiciones adecuadas, por ejemplo acudir a terapia, existen muchas probabilidades de que al relatar el abuso se produzca una retraumatización.

En caso de que se denuncie y se inicie un proceso judicial hay que ser especialmente cuidadosos. Presionar al menor para que cuente el abuso una y otra vez puede llevarle a sentirse incomprendido, no escuchado y a revivir el trauma. Para evitar esta victimización secundaria, la ley establece que los menores de 14 años solo deberán declarar una vez y su testimonio se grabará durante la fase de instrucción, es decir, antes del juicio (solo testificarán en el juicio con carácter extraordinario).

Hablar es bueno cuando la víctima se siente preparada para hacerlo y no percibe que le están induciendo a hablar contra su voluntad.

7. El abusador suele ser un desconocido

Las estadísticas demuestran que el mayor número de abusos sexuales se comete dentro de la familia. En este entorno, el agresor tiene mayor acceso al niño, puede aprovecharse mejor del nexo de confianza y cuenta con más oportunidades de iniciar y continuar con el abuso.

Según el estudio La respuesta judicial a la violencia sexual que sufren los niños y las niñas, el 98 por ciento de los agresores son hombres. De estos, el 25, 27 son extraños, el 25,80 son conocidos o forman parte del entorno de la víctima y el 48,94 por ciento pertenecen al ámbito familiar.

Esta falsa creencia está relacionada con otra igualmente equivocada: considerar que cuando el abuso se da dentro de la familia es un asunto privado y no debemos meternos (o pensar que denunciando empeoraremos la situación). TODOS y TODAS tenemos el deber y la obligación de salvaguardar la integridad y los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Respecto a esto, la Ley de la Infancia establece la obligatoriedad de todos los ciudadanos de denunciar los casos de abuso sexual infantil. Cualquier persona que advierta indicios de violencia está obligada a ponerlo en conocimiento de las autoridades y, si puede haber delito, denunciarlo ante a la policía. También pueden denunciar los propios menores sin necesidad de estar acompañados de un adulto.

8. El abuso sexual infantil es fácil de detectar porque las víctimas siempre presentan señales físicas

El abuso sexual no siempre implica contacto físico. Y si lo hay, puede consistir únicamente en tocamientos que no dejan lesiones o evidencia físicas.

En primer lugar, considerar que un caso de abuso se detecta rápidamente es un error. Hay circunstancias que dificultan su identificación. Entre ellas, amenazas del abusador, miedo del niño o niña a que lo castiguen o creencia de la víctima de que no le van a creer o lo van a culpar. Y, quizás, la dificultad más importante estribe en que muchos adultos no están preparados para hacer frente a una realidad como esta. Es más fácil pensar que no está sucediendo realmente, que eso que se ve no es lo que parece, que lo que se sospecha debe ser un error o que, simplemente, uno exagera al sospechar.

Y la creencia de que las víctimas siempre presentan señales físicas es igualmente errónea. El pederasta no siempre utiliza la fuerza física para someter a su víctima. Es más, en la gran mayoría de los casos lo habitual es que recurra a la persuasión y manipulación, mediante juegos, engaños y/o amenazas para involucrar al menor y asegurarse su silencio. Generalmente, los niños no cuestionan lo que hacen los adultos y mucho menos si son sus familiares.

En cualquier caso, no hay que olvidar que la víctima se encuentra bajo una relación de sometimiento, ya sea por temor, afecto o admiración hacia el adulto abusador.

Es un error pensar que las víctimas de abuso sexual infantil siempre presentan señales físicas.

9. Los abusadores sexuales son personas que sufren algún trastorno mental

No hay un estereotipo claro sobre el abusador sexual de menores. Esto significa que puede ser cualquiera. Es más, muchas veces se trata de personas plenamente integradas en la sociedad, comprometidas con su trabajo e incluso que gozan de buena reputación en su entorno.

Suponer que detrás de cada agresor sexual existe alguna psicopatología que explique su conducta abusiva es un error. La mayoría no solo actúan con plena conciencia de lo que hacen, sino que tienen grandes dotes de manipulación.

Quizás por el hecho de que en su entorno social muestran una apariencia intachable, resulta más sencillo y tentador pensar que solo abusan sexualmente de los niños los alcohólicos, los drogadictos, los delincuentes o sujetos con diferentes trastornos mentales.

10. A los niños es mejor no darles información sobre un tema tan delicado, así no les asustamos

Cualquier información va a actuar como prevención del abuso sexual infantil, obviamente adaptándola a cada etapa del desarrollo. Hay numerosos programas educativos diseñados específicamente para enseñar a los niños a poner límites. Y también cuentos que les ayudarán a prevenir y a detectar a tiempo este tipo de violencia.

Lejos de atemorizarlos, una adecuada educación los ayudará a desarrollar habilidades para protegerse. Es necesario que aprendan que su cuerpo es suyo y que hay partes de él que son privadas e íntimas y nadie puede tocar. Y, sobre todo, explicarles que es muy, muy importante pedir ayuda si eso llega a ocurrir o alguien los hace sentir incómodos.

 

Defiende tu derecho a ser diferente.

Oveja negra o chivo expiatorio (II): El derecho a ser diferente

Oveja negra o chivo expiatorio (II): El derecho a ser diferente 1280 984 BELÉN PICADO

En el anterior artículo sobre la figura de la oveja negra dentro de la familia me centraba en cómo una persona llegaba a convertirse en chivo expiatorio y también en la función que cumplía este rol en dicho sistema. En esta ocasión veremos que, aunque no es fácil ser el espejo en el que se reflejan las carencias de nuestro grupo familiar, tenemos que defender nuestro derecho a ser diferentes. Sentir que no encajamos no significa que estemos equivocados o que haya algo malo dentro de nosotros. Simplemente, significa que somos distintos y únicos. Nada más.

Lo primero es confirmar si somos el chivo expiatorio de nuestro sistema familiar. Porque el grado de daño depende en gran parte de lo conscientes que seamos de este rol. Os pongo el ejemplo de Elena, una adolescente de 15 años, cuya madre siempre había favorecido a su hija mayor. La madre no solo comparaba a Elena constantemente con su hermana, sino que la culpaba de cualquier conflicto que tuvieran o de cualquier cosa que pasara en casa. Además, la humillaba a la mínima ocasión. Al principio, Elena ‘aceptó’ esa culpa y creyó cada palabra que le dedicaba su madre. Interiorizó tanto que no era lo suficientemente buena en nada que acabó asumiendo que había algo mal en ella y actuando como se esperaba que lo hiciese. Solo cuando tomó conciencia de lo que ocurría pudo desprenderse de una mochila que no le pertenecía.

Es muy importante tomar conciencia porque, al tratarse de un comportamiento aprendido, con el tiempo podríamos llegar a perpetuar este rol en la familia que formemos, más allá de nuestra familia de origen.

Sentir que no encajamos no significa que haya algo malo dentro de nosotros.

Cómo saber si hay un chivo expiatorio en la familia

Responder a estas preguntas pueden ayudarte a saber si existe una oveja negra en tu familia. O quizás lo seas tú.

  • ¿Alguno de los integrantes de la familia se muestra de forma habitual enfadado, resentido o herido sin un motivo aparente?
  • ¿Las conversaciones familiares se centran casi siempre en las conductas o actitudes de esa persona, sobre todo cuando no está presente?
  • ¿Es habitual que no se la invite a celebraciones y reuniones o que se la mantenga al margen de todo lo relacionado con el grupo familiar (a veces, incluso, de manera no intencionada)?
  • ¿A menudo esa persona se ha visto en medio de situaciones conflictivas, ha pasado por repetidos periodos de ansiedad o depresión o ha tenido relaciones ‘problemáticas’ dentro y fuera de la familia?

Así puede afectar ser la oveja negra

Sufrir el rechazo de los demás puede acabar pasando factura a nuestra salud mental y emocional, especialmente si proviene de la propia familia:

  • Baja autoestima. Si durante años te han repetido hasta la saciedad que todo lo haces mal, que eres «torpe», «un antisocial»«una marimandona», hay muchas probabilidades de que termines asumiendo que eres inferior. Sobre todo, cuando quienes te lo han dicho son tus figuras de apego. Te sentirás inseguro, inútil e incompetente.
  • Culpa. Cuando la mayor parte de tu vida te han responsabilizado de los problemas de las personas de tu alrededor, es lógico que te lo acabes creyendo. El niño que crece como chivo expiatorio de la familia, al final se culpa por cómo lo han tratado. Incluso buscará razones que justifiquen ese maltrato y se percibirá a sí mismo como merecedor de todos los reproches y castigos. Como si fuese realmente malo, inútil e incapaz de hacer nada que pueda ser aceptado.
  • Agresividad. En el otro extremo están las ovejas negras que desarrollan la capacidad de contrarrestar los ataques de sus padres. Exteriorizan su agresividad, como una respuesta natural a las descargas paternas. Cuando un niño siente que toda la ‘basura emocional’ de la familia cae sobre él necesita aprender a defenderse.
  • Problemas a la hora de establecer relaciones. El hecho de tener una mala percepción de ti mismo te llevará a sentir que no mereces recibir amor. Y acabarás saboteando tus relaciones, como un modo inconsciente de confirmar a través del otro la visión que tienes de ti mismo.
  • Desregulación emocional. Al no aprender a gestionar las emociones de un modo sano, es probable que llegues a la edad adulta sin saber regular emociones como el enfado. Esto se puede traducirse en autoagresiones o en explosiones de ira descontrolada.
  • Dependencia. Otro modo de actuar muy habitual es ‘desvivirte’ por demostrar tu valía y ganarte el amor y la aceptación de quienes tanto daño te hicieron, aun siendo consciente de esto último. Y todo esto, a menudo, en detrimento de tus propias aspiraciones e intereses.
  • ‘Hambre de amor’. También es posible que busques fuera del hogar esa validación que nunca tuviste  con el peligro que conlleva. Porque esa ansia de aceptación y de pertenencia puede convertirte en el blanco perfecto de personas y grupos que solo buscan aprovecharse y abusar de tu ‘hambre de amor’. Esto ocurre en ciertas relaciones sentimentales tóxicas en las que un miembro narcisista seduce al chivo expiatorio con toda la falsa validación que este tanto ha anhelado. De este modo, aunque el maltrato llegue poco después, al chivo expiatorio le resultará muy difícil abandonar la relación.
  • Falta de arraigo. Todos necesitamos pertenecer a un grupo que nos sirva de refugio, una red de apoyo que nos cobije cuando lo necesitemos. Esta función la cumple la familia, que nos brinda un hogar al que recurrir. Así que, cuando nos sentimos rechazados por ellos, la sensación de vacío es inevitable, debido la falta de cimientos que nos sostengan o apoyen. Esa falta de pertenencia, ese desarraigo, hará muy difícil que la oveja negra establezca relaciones duraderas.

Ser el chivo expiatorio en la familia puede pasar factura a nuestra salud mental y emocional.

Actuar y pensar de forma distinta a lo que se espera de uno requiere mucho valor

Si te identificas como oveja negra has de saber que no tienes por qué aceptar una situación en la que todos parecen sentirse cómodos, excepto tú. No se trata de iniciar una guerra, sino de defender tu derecho a ser como quieres y a vivir la vida que desees para ti. Y, a veces, defender este derecho pasa por poner distancia, unas veces física, otras psicológica y otras ambas.

  • Tienes derecho a ser tú mismo. Recuerda que la realidad puede interpretarse desde muchos puntos de vista y que en el mundo hay múltiples valores, juicios y opiniones. Y tu forma de ver la vida es tan válida como la de quien la ve de otro modo. No tienes la obligación de ser como tus padres o hermanos, ni siquiera de compartir sus opiniones. Tomar conciencia de que no tenemos que cumplir las expectativas de nadie, ni pensar como quienes nos rodean, es una importante señal de madurez.
  • Sincérate. Antes de tomar una medida más drástica, expresa en el círculo en el que te sientes la oveja negra cuáles son tus sentimientos acerca de esta situación, cómo te afectan sus comentarios y su forma de juzgarte. En algunos casos, la familia o el sistema reaccionará y podrá retomarse la relación desde otro punto mucho más maduro. En otros, será necesario alejarse.
  • Exponer, sí; imponer, no. Aceptar que puedes tener tus propias opiniones y valores, aunque no coincidan con los de tu familia no justifica que trates de imponer tu forma de ver las cosas. Aunque es posible que el diálogo sea complicado, si quieres respeto y ser escuchado es necesario que tú mismo muestres una actitud conciliadora. Ser uno mismo no está reñido con tolerar otras opiniones u otras formas de ser. Practica la escucha activa. Empatiza e intenta entender sus puntos de vista. Quién sabe, quizás te lleves una sorpresa. Recuerda que, al final, el aprendizaje tanto para ti como oveja negra como para tu familia es el mismo: aceptar la diversidad. Y si todo esto no es posible, entonces sí, quizás te toque pasar página.
  • Pasar página. Cuando hemos pasado muchos años soportando los juicios negativos de otros y nos damos cuenta, por fin, de que no hay nada defectuoso en nosotros puede pasar que crezca el resentimiento hacia quienes nos hicieron sentir tan mal durante tanto tiempo. Sobre todo, si nuestros intentos por dialogar no son bien recibidos. El enfado ante esto es una reacción normal, pero si realmente queremos liberarnos de esa influencia es necesario pasar página y no quedarnos enganchados en el rencor. Entrar en una lucha sin cuartel para ver quién es el más fuerte o quién tiene la razón solo contribuirá a aumentar tu malestar. No tienes que demostrar nada. Aléjate de un comportamiento que es tóxico y dañino para ti
  • Aléjate de quienes te desprecian o no te valoran. A la mayoría nos han enseñado a conformarnos con la familia que nos ha tocado y nos han insistido en la obligación de quererlos como son. Y esto ha generado mucho malestar e, incluso, ha sido el origen de traumas en la edad adulta. Es importante romper esa creencia y comprender que tenemos que alejar de nosotros a las personas que nos hacen mal, aunque sean nuestra familia.
  • Trabaja en tu autoestima. Todos los seres humanos somo únicos e irremplazables y, como tales, debemos buscar nuestra propia esencia y nuestro propio camino. Pensar de otro modo o actuar de manera distinta a los demás puede hacernos diferentes, pero nunca malos o torpes. Si, pese a tus intentos, te resulta difícil manejar esta situación y sientes que necesitas ayuda no dudes en consultar con un profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso.

Actuar y pensar de forma distinta a lo que se espera de uno requiere mucho valor.

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Amama. Esta evocadora y poética película de 2015, ambientada en un caserío del País Vasco y dirigida por Asier Altuna, refleja muy bien la figura de la oveja negra en el sistema familiar. Aunque la tradición de la región donde transcurre la historia manda que el caserío familiar no se divida y lo herede el primogénito, será este el primero que se marche de casa, seguido por el segundo hermano. Amaia (Iraia Elias), la más pequeña y la predestinada por la abuela a ser la oveja negra de la familia, es precisamente quien se queda en el hogar. Respondona y con carácter, pero también la más sensible, se rebelará contra el mutismo de su padre, la sumisión de su madre y el silencio de su abuela.

Oveja negra o chivo expiatorio, su función dentro del sistema familiar

Oveja negra o chivo expiatorio (I): Su función dentro del sistema familiar

Oveja negra o chivo expiatorio (I): Su función dentro del sistema familiar 2000 2000 BELÉN PICADO

Ser el rarito, el distinto, el bicho raro, la voz discordante, el bala perdida, el descarriado… Hay muchos adjetivos para denominar a quien cumple el rol de oveja negra o chivo expiatorio. Y en la mayoría de los casos estas personas se ven obligadas a convivir, sin elegirlo, con la permanente sensación de no encajar, de que hay algo defectuoso en ellos. Pero nada más lejos de la realidad. Además de dejar al descubierto los puntos más débiles del grupo que lo ha elegido como tal, con su forma diferente de ver y entender la vida, las ovejas negras incluso pueden aportar nuevos valores y nuevas perspectivas.

Considero el tema lo suficientemente importante como para dedicarle dos artículos. En este veremos en qué condiciones y situaciones (dentro del ámbito familiar) aparece la oveja negra o chivo expiatorio. En el segundo, os contaré cómo puede afectar este rol a quien le es asignado y cómo gestionarlo.

Paciente identificado o designado

En psicología también se conoce a la figura de la oveja negra como paciente identificado o designado. Este a menudo carga con todos los problemas de un grupo, familiar o social. Paciente identificado es el adolescente a quien sus padres llevan a consulta porque sus problemas de conducta afectan seriamente a la convivencia familiar. Sin embargo, cuando se les propone a ellos asistir a algunas sesiones se niegan argumentando que el problema lo tiene el chico y no ellos. Es muy probable que, sin saberlo, ese chaval en realidad esté manteniendo unida a su familia, al distraer la atención de otros problemas más profundos.

Otro ejemplo más que lamentable de chivo expiatorio es el de la persona que ha sufrido un abuso sexual por parte de alguien de la familia y, bien inmediatamente o años después, desvela su secreto. Entonces, el clan no solo desconfía de la veracidad de la historia, sino que, además, trata a la víctima de loca, paranoica, mentirosa… Y todo para mantener un falso equilibrio en el sistema. Otros perfiles muy socorridos para ponerles esta etiqueta son los de quienes sufren algún tipo de trastorno mental o tienen comportamientos alejados de lo socialmente aceptado.

A menudo, se elige para este rol a personas que, sencillamente, son diferentes y cuya manera de pensar difiere del resto de su círculo social o familiar en lo que se refiere a ideas políticas, orientación sexual, carácter, aspecto físico, etc.

A menudo se elige como chivo expiatorio a personas que, simplemente, son diferentes.

La familia como sistema

Las familias son sistemas en los que cada miembro tiene su rol. En este entorno, influidos tanto por la educación como por la herencia familiar, vamos aprendiendo normas de conducta, hábitos, valores y formas de comunicación que sentarán la base de nuestro modo de relacionarnos en el mundo adulto. Así, lo saludable es que la familia evolucione al ritmo en que se desarrollan sus integrantes.

Aunque a veces pueda parecerlo, las interacciones que se dan dentro de la familia no son aleatorias ni casuales. Para Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, cada familia sigue dos tipos de leyes. Por un lado, estarían las leyes más generales, que rigen las interrelaciones en la pareja y definen las jerarquías entre padres e hijos. Y por otro, existen leyes específicas de cada familia, que pueden remontarse incluso a generaciones anteriores. Todas estas leyes se construyen a partir de tres conceptos: roles, reglas y mitos:

  • Los roles son las expectativas y normas que la familia tiene respecto a la posición y conducta de sus miembros. En las familias funcionales son flexibles y van adaptándose e intercambiándose en función de las necesidades. Por ejemplo, aunque el rol cuidador lo tenga la madre, en determinadas circunstancias ese papel lo puede adoptar otro miembro.
    En las familias disfuncionales, sin embargo, los roles no evolucionan, lo que impide a sus integrantes adaptarse a nuevas circunstancias que vayan surgiendo. Es más, hay veces en que la asignación de un rol es tan rígida que la persona termina por integrarla en su personalidad. Justo esto es lo que ocurre cuando se ponen ciertas etiquetas como «el torpe» o «la oveja negra».
  • Las reglas tienen la finalidad de establecer y limitar la conducta de los miembros de la familia para mantener la estabilidad del sistema. Algunas reglas se establecen explícitamente, por ejemplo, dictar las normas de convivencia o el reparto de tareas cuando empieza a constituirse una familia nueva. Sin embargo, la mayoría son implícitas y se sobreentienden sin necesidad de hablar de ellas («Los trapos sucios se lavan en casa»).
    Si bien es cierto que para que un sistema familiar funcione y sobreviva necesita reglas que permitan organizarse y proporcionar una guía de conducta, también es esencial que se garantice cierta flexibilidad, que permita adaptarse a los cambios.
  • Los mitos son creencias compartidas por todos los miembros respecto a los roles y las reglas. Representan la imagen que la familia quiere dar de sí misma y a la vez cumplen la función de encubrir realidades y mantener a salvo secretos (a veces de generación en generación) que producen vergüenza o culpa y resultan difíciles de aceptar. Se convierten en un problema cuando están tan arraigados que acaban convirtiéndose en dogmas que ni siquiera está permitido cuestionarse.
    Entre estos mitos se encuentran los mitos de disculpa y reparación, que incluyen las alianzas entre los miembros de una familia. Por ejemplo, a la hora de depositar sobre una o más personas la responsabilidad de las desgracias o los problemas familiares. De este modo, a quien ejerce el rol del chivo expiatorio se le culpa de todo lo que no funciona bien en el sistema y así los demás integrantes del clan se liberan de toda culpa.

Hijo chivo expiatorio y padres narcisistas

Cuando se asigna a un niño el papel de chivo expiatorio en una familia, automáticamente los demás miembros se quitan de encima toda responsabilidad por sus propios comportamientos. Y también por cualquier problema que aparezca en el núcleo familiar. Para un padre o una madre narcisista es un modo de desviar la atención y de dar sentido a las desgracias que ocurran sin renunciar al papel de progenitor perfecto. Y esto, no solo de cara a los demás, sino también de cara a sí mismo. El adulto no es capaz de aceptar ciertos rasgos propios y los proyecta en uno de sus hijos.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

¿Y qué niño tiene más posibilidades de recibir este rol? Puede ser el que menos cosas en común tenga con sus padres en cuanto a personalidad, temperamento o intereses; el más brillante o con más posibilidades de ‘eclipsar’ a uno o ambos progenitores; el que tiene más tendencia a la depresión o la ansiedad (si los padres no saben cómo enfrentar esta situación pueden asustarse y ‘darle de lado’); o el más invisible (el niño recibe el mensaje de que sus sentimientos no importan e interioriza que no es válido, así que acaba autosaboteándose a sí mismo).

El psicólogo Iñaki Piñuel explica en esta entrevista que la unidad de ciertas familias tóxicas, a las que él denomina «familias zero», suele construirse «sobre la destrucción, marginación o estigmatización de uno de los hijos, que cumple un papel de ‘integrador negativo’ o ‘chivo expiatorio». Según Piñuel, «la víctima atrae como un pararrayos la animadversión del grupo familiar, quedando huérfana psicológicamente y proyectando esa herida emocional de por vida en problemas repetitivos. Estas familias no reconocen a sus chivos expiatorios como víctimas inocentes y justifican sus procesos de victimización encubiertos, acusándolos falsamente de merecer lo que les hicieron. Esas racionalizaciones aseguran la unidad de las ‘familias zero’, a costa de la destrucción de la autoestima y la resiliencia de estos ‘niños perdidos’, que quedan inermes frente a depredadores en la vida adulta».

Un rol tan necesario como incómodo

Como otros grupos sociales, las familias están evolucionando continuamente, bien porque llegan nuevos miembros, por la influencia de las relaciones con otras personas o grupos externos, etc. Pero a veces el sistema se vuelve rígido, se resiste a seguir evolucionando o se cierra a cualquier contacto con el exterior. Es entonces cuando el papel de la oveja negra o chivo expiatorio se hace necesario. Al cuestionar las normas o actuar de forma diferente, crea cierta perturbación que obliga al sistema a movilizarse para restaurar el equilibrio y seguir evolucionando. Por un lado, pone en evidencia los puntos débiles del grupo y por otro lo enriquece al aportar nuevos valores y perspectivas.

Sin embargo, que sea un rol necesario no impide que sea incómodo y desagradable. Sobre todo, cuando la familia se resiste a tomar conciencia de su propia rigidez y proyecta sus carencias en el miembro elegido como chivo expiatorio.

La oveja negra cumple un rol necesario en el sistema familiar.

Las ovejas negras según Bert Hellinger

Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares, escribió un texto muy inspirador dirigido a todas esas personas que se sienten diferentes dentro de sus sistemas familiares:

«Las llamadas Ovejas Negras de la familia son en realidad buscadores natos de caminos de liberación para el árbol genealógico. Aquellos miembros del árbol que no se adaptan a las normas o tradiciones del sistema familiar. Aquellos que desde pequeños buscaban constantemente revolucionar las creencias, yendo en contravía de los caminos marcados por las tradiciones familiares. Aquellos criticados, juzgados e incluso rechazados. Esos, por lo general, son los llamados a liberar el árbol de historias repetitivas que frustran a generaciones enteras.

Las Ovejas Negras, las que no se adaptan, las que gritan rebeldía, cumplen un papel básico dentro de cada sistema familiar. Ellas reparan, desintoxican y crean una nueva y florecida rama en el árbol genealógico. Gracias a estos miembros, nuestros árboles renuevan sus raíces. Su rebeldía es tierra fértil, su locura es agua que nutre, su terquedad es nuevo aire, su apasionamiento es fuego que vuelve a encender el corazón de los ancestros.

Incontables deseos reprimidos, sueños no realizados, talentos frustrados de nuestros ancestros se manifiestan en la rebeldía de dichas ovejas negras buscando realizarse. El árbol genealógico, por inercia, querrá seguir manteniendo el curso castrador y tóxico de su tronco, lo cual hace de la tarea de nuestras ovejas una labor difícil y conflictiva.

Sin embargo, ¿quién traería nuevas flores a nuestro árbol sino fuera por ellas? ¿Quién crearía nuevas ramas? Sin ellas, los sueños no realizados de quienes sostienen el árbol generaciones atrás morirían enterrados bajo sus propias raíces.

Que nadie te haga dudar, cuida tu ‘rareza’ como la flor más preciada de tu árbol. Eres el sueño realizado de todos tus ancestros».

(Si quieres saber más te invito a leer en este mismo blog Oveja negra o chivo expiatorio (II): El derecho a ser diferente)

La obsesión por la justicia puede acabar esclavizándonos.

Cuando la obsesión por la justicia acaba esclavizándonos

Cuando la obsesión por la justicia acaba esclavizándonos 2121 1414 BELÉN PICADO

¿No soportas que hayan ascendido a un compañero en el trabajo cuando tú estabas mucho más preparado para ese puesto? ¿Piensas que no hay derecho a que ese amigo por el que tanto has hecho no te corresponda en la misma medida? Cuando la obsesión por la justicia domina nuestra vida y la buscamos incansablemente en todos los ámbitos de nuestra vida, lo que obtenemos en la mayoría de los casos es enfado, ansiedad y frustración. Dejarnos secuestrar por ese justiciero interiorizado puede hacernos más mal que bien e, incluso, llevarnos a conseguir lo contrario de lo que buscamos: ser nosotros los injustos.

La vida es injusta y un ejemplo clarísimo lo tenemos en la naturaleza. Las arañas comen moscas y eso no es justo para las moscas. Tampoco son justos los terremotos, las inundaciones o las enfermedades. En realidad, la justicia es un concepto inventado por los seres humanos para mejorar la convivencia. Y está muy bien. Pero, en beneficio de nuestra salud mental, tenemos que aceptar que muchas veces esa justicia que exigimos no va a darse. Siempre va a haber personas que trabajen menos que nosotros y cobren más y personas que nos den menos de lo que esperamos de ellas. Simplemente es así.

Solos contra el mundo

Aferrarme a la creencia de que las cosas tienen que ser como yo quiero que sean o que las personas tienen que compartir mi modo de conceptualizar lo que es justo o injusto solo me llevará a la frustración permanente, al estrés y a la infelicidad. Esta actitud no tiene tanto que ver con tener un alto sentido de la justicia como con las expectativas que he generado sobre los demás. Al no coincidir mis expectativas de los otros con su comportamiento, me siento incapaz de gestionar esa información contradictoria así que asumo que el otro está equivocado. El resultado es que acabo convirtiéndome en un cascarrabias y viéndome solo luchando contra el mundo. Porque la realidad es que las expectativas que ponemos en los otros son solo eso: expectativas.

También ocurre que cuando nos erigimos en justicieros y alguien nos defrauda, nos hiere o nos traiciona, sentimos unas ganas inmensas de vengarnos y hacérselo pagar de algún modo. Creemos que así haremos justicia. Nos negamos a abandonar la rabia porque sentimos que hacerlo es como si perdonásemos al otro y eso nos resulta inaceptable. Por supuesto que no es malo buscar justicia, pero nos perjudicará si la ponemos por encima de nuestro bienestar. No se trata de no defender nuestras opiniones o lo que consideramos justo, sino de trabajar en nuestra flexibilidad mental.

Como dice Anabel Gonzalez en su libro Lo bueno de tener un mal día, «pasarnos la vida peleando contra las injusticias, sentenciando lo que es justo e injusto o persiguiendo a quienes obran de forma ‘incorrecta’ no implica que vayamos a cambiar el mundo. Es más, es bastante probable que acabemos amargándonos nosotros y a quienes nos rodean».

Muchas personas se embarcan en interminables procesos judiciales o en conflictos permanentes porque no pueden permitir que el responsable se salga con la suya. Y a menudo, cegados por ese rencor, no se dan cuenta de que lo que hacen apenas afecta al otro, pero sí va destruyendo su propia vida y minando sus relaciones y su bienestar personal.

Aferrarme a la creencia de que las cosas tienen que ser como quiero me llevará a la frustración permanente.

La falacia de justicia ¿Por qué a mí?

La falacia de justicia es una distorsión cognitiva que consiste en juzgar como injusto aquello que no coincide con nuestras creencias, acciones y expectativas. Creemos que el mundo es injusto y nos frustramos. Nos enfadamos con los demás por no ser como nosotros. Nos exasperamos y experimentamos intensos deseos de venganza ante conductas que consideramos incorrectas y reprochables. No soportamos que otros alcancen sus objetivos esforzándonos menos que nosotros.

«¿Por qué a mí?» es una expresión que define muy bien esta forma de pensar y que únicamente lleva a la persona a quedar inmovilizada por la frustración. Al instalarse en ese diálogo interno de queja y desidia, lo único que se obtiene es tristeza y abatimiento.

Los efectos de esta forma de ver las cosas pueden ir desde problemas para manejar la ira a frustración laboral y personal pasando por un aumento de la agresividad física y verbal hacia otras personas.

La falacia de justicia se refleja a menudo en frases como «Si apreciasen mi trabajo, me ascenderían antes que a ese compañero que acaba de llegar a la empresa» o «Si mi amigo me apreciase se preocuparía más por mí». Es tentador hacer suposiciones sobre cómo cambiarían las cosas si la gente se limitara «a jugar limpio» y nos valorara adecuadamente. Pero la realidad es que los demás rara vez van a ver las cosas de la misma forma que nosotros.

¿De dónde viene la obsesión por la justicia?

La rabia es una de las emociones que experimenta el niño desde su nacimiento. Surge del sentimiento de frustración cuando encuentra una discrepancia entre lo que espera o desea que pase y lo que sucede en realidad. Cuando las figuras de apego tienden a rechazar o castigar esas expresiones de enfado, es muy posible que el niño aprenda a ‘ser perfecto’ hasta el punto de desarrollar una preocupación excesiva por ser bueno y disciplinado. Con el tiempo ese querer ser bueno y hacerlo todo de modo impecable irá generalizándose hasta desembocar en una actitud crítica, perfeccionista y excesivamente disciplinada que en realidad oculta una necesidad imperiosa de obtener afecto y amor.

Muchas de estas personas, además, como no son capaces de sacar la rabia abiertamente, encuentran formas encubiertas de hacerlo. Por ejemplo, con críticas, acusaciones o reproches hacia los otros. Como están acostumbradas a que la expresión de rabia implique un castigo o la retirada de amor y reconocimiento por parte de las figuras de apego, encubren tan ‘negativa’ emoción con diferentes y rígidas estrategias morales como la defensa de la justicia por encima de la empatía o la comprensión del otro.

En el fondo, la rigidez que hay en esa necesidad de seguir reglas y normas (muchas veces autoimpuesta) no es más que una defensa, una forma de mantener el control y protegerse de la confusión y la frustración.

Bajo esa máscara de rigidez se oculta a menudo una persona sensible que no sabe cómo gestionar sus emociones y que percibe que van a apreciarle más por lo que hace y cómo lo hace que por lo que es. Y en su necesidad de mantener el control, de que todo sea justo y respete un orden (su orden), a veces consigue lo contrario. Se comporta de forma injusta con quienes le rodean, exigiendo más de lo debido o dando a ciertos hechos más importancia de la que tienen. Pero finalmente quien sale peor parada es ella misma porque esa incapacidad de darse el derecho a equivocarse y a ser libre la incapacita para la felicidad.

La obsesión por la justicia a menudo tiene su origen en la infancia.

 

Si yo tengo la razón me pongo por encima

En esta obsesión por la justicia hay ganancias secundarias, casi siempre inconscientes, que contribuyen a perpetuar esta actitud.

  • Cuando nos alteramos en pro de la justicia sentimos que nos respetan y que tenemos poder sobre los otros. Pero es un poder muy frágil porque hay muchas posibilidades de que los demás acaben por alejarse.
  • Erigirme en defensor de la justicia y estar en posesión de la verdad absoluta me permite estar por encima de los demás y así olvidarme de mis carencias.
  • Si el mundo es injusto conmigo está justificado que me apoye en la autocompasión en vez de responsabilizarme de mí mismo.
  • Proporciona una excusa perfecta para justificar la propia pereza. «Si ellos no hacen nada, yo tampoco tengo que hacerlo».
  • Creerme que tengo un concepto claro de la justicia implica que mis decisiones serán siempre justas.
  • Tengo vía libre para manipular a los demás recordándoles que son injustos conmigo por no pensar o actuar como yo o por no llevar la cuenta exacta de todo lo que hago por ellos. Esta es, sin duda, una manera muy hábil de conseguir que se hagan las cosas a nuestra manera.
  • Puedo justificar un comportamiento vengativo con la excusa de que solo busco que las cosas sean justas. Si lo correcto es devolver un favor, también lo será hacer pagar ‘una maldad’.

Hacernos cargo de nuestra propia vida

Exigir a los demás con la excusa de buscar justicia solo es una manera de evitar el hacernos cargo de nuestra propia vida. En vez de pensar que las cosas son injustas, reflexionemos sobre lo que realmente queremos y busquemos el modo de lograrlo, independientemente de lo que el resto del mundo quiera o haga.

  • Observa tu enfado. Si no puedes evitar enojarte por aquello que consideras injusto, simplemente observa ese enfado y pregúntate: ¿Esa ira está cambiando tu entorno en algo más constructivo? ¿Descargándola sobre el otro vas a conseguir aquello que buscas?
  • Toma conciencia de qué necesidades tuyas no están siendo atendidas. De este modo, en vez de centrarte en el ‘enemigo’, pondrás el foco en tu propia carencia. Una vez que consigas esto último, reflexiona sobre qué puedes hacer tú para cubrir esa necesidad de justicia.
  • Aprende a diferenciar lo que deseas de lo que es injusto. Querer algo con todas tus fuerzas no va a aumentar las posibilidades de conseguirlo. Trata de cambiar expresiones como «Es una injusticia» por otras como «Me habría gustado…» o «Es una lástima que…». En vez de decir «Yo nunca te haría algo así» prueba con «Sé que eres diferente a mí, aunque ahora me resulte difícil aceptarlo».
  • A veces las cosas pasan de un modo diferente al que esperamos. Si te ocurre, en vez utilizar esa circunstancia para instalarte en la queja aprovecha para buscar otras alternativas que te ayuden a conseguirlo la próxima vez. Lamentarte de lo injusto que es el destino contigo solo te servirá para atormentarte y alejarte de tus metas.
  • Los demás tienen el mismo derecho que tú a opinar que su forma de pensar y actuar es la correcta. Cuanto antes lo asumas, menos chascos te llevarás y más tranquilo vivirás. Y, sobre todo, menos amigos perderás.
  • El 50-50 es una fantasía. Deja de buscar el equilibrio perfecto en tus relaciones con los demás. Si eliges ser generoso con alguien no puedes frustrarte continuamente cuando no recibas lo que consideras que te corresponde. Ser generoso o amable es una elección personal. Si lo que recibes no te satisface, es tu responsabilidad decidir cambiar tu actitud con esa persona o seguir siendo como eres. Pero no puedes exigirle que te dé exactamente lo que tú le has dado. Unas veces darás el 70 por ciento y recibirás el 30 por ciento y otras serás tú quien recibas mucho más de lo que das.
  • Exige menos y convence más. Cuando enarbolamos continuamente la bandera de la justicia para exigir que los demás hagan «lo que deben» lo más probable es que nos quedemos solos con nuestra bandera. En lugar de exigir, intenta convencer al otro. Puede que el resultado no sea completamente como esperabas, pero seguro que es mucho mejor que exigiendo. Y si de todas formas no obtienes lo que quieres recuerda que la otra persona tienen tanto derecho a negarse como tú a pedir.

En lugar de exigir, intenta convencer al otro.

  • Antes de juzgar, observa. Cuando una persona triunfa, por ejemplo, quizás haya muchas cosas detrás que no has visto o que no conoces. Puedes elegir frustrarte con el éxito de los demás o aprender de él. Juzgar sin tener toda la información te llevará, precisamente, a ser tú quien cometa la injusticia.
  • Trabaja en tu flexibilidad mental. Contempla otras posibilidades y trata de ponerte en el lugar de los demás. Aunque estés convencido de que solo tú tienes la razón prueba a ver esa misma circunstancia desde otras tres perspectivas diferentes. Si no eres capaz de hacerlo, comenta la situación y cómo te sientes con otra persona, a ser posible que piense de forma diferente a la tuya.
  • Date permiso de equivocarte. Ser perfecto no te va a convertir en mejor persona ni cometer un error va a hacerte peor, así que relájate y permítete ser espontáneo de vez en cuando.

Antes de terminar os propongo una reflexión. Imaginad que un delincuente agrede a una mujer en el metro dejándola malherida y uno de vosotros presencia la escena. ¿Qué haríais?

Opción 1. Perseguir al agresor y retenerlo hasta que llegue la Policía. Al fin y al cabo, es lo que un ciudadano comprometido con la justicia debe hacer.

Opción 2. Atender a la mujer, llamar al 112 y permanecer a su lado hasta que llegue el personal sanitario.

A veces nos toca elegir entre justicia y humanidad.

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