Salud Mental

Perdonar no es olvidar ni justificar

Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón)

Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón) 1920 1280 BELÉN PICADO

Hace unos días tuve ocasión de ver la película Maixabel, aprovechando que estaba en el catálogo de Netflix. Dejando a un lado la soberbia interpretación de sus protagonistas (Blanca Portillo y Luis Tosar), la historia me atrapó por el modo en que trata un tema tan complejo como el perdón y la reparación en casos en los que el daño causado es enorme. Y es que el perdón es un concepto muy delicado de tratar, sobre todo cuando hablamos de situaciones tan graves como el terrorismo, los crímenes de guerra, los abusos sexuales, la violencia de género, etc. En circunstancias así, es normal preguntarse… ¿Realmente se puede perdonar todo? En cualquiera de los casos, perdonar no es olvidar, justificar ni necesariamente implica una reconciliación.

Desde el prisma de la religión se ha equiparado la capacidad de ‘olvidar y pasar página’ con una mayor bondad y generosidad. La Psicología Positiva, por su parte, considera el perdón una de las fortalezas del ser humano y destaca sus efectos positivos sobre nuestro bienestar. Sin embargo, es importante aclarar que ni perdonar nos convierte en mejores personas ni vamos a obtener ningún beneficio si lo hacemos presionados u obligados. Se trata de una opción voluntaria y personal y cada uno la vive de forma diferente. No se puede exigir a alguien que perdone y mucho menos que olvide. El objetivo del perdón es, sobre todo, librarse del dolor para poder seguir adelante.

Una opción voluntaria y personal

Cuando alguien te traiciona, te insulta, te humilla, te agrede física o emocionalmente… es normal experimentar rabia, dolor, tristeza, frustración, deseos de venganza o preguntarse el porqué. Incluso es posible que uno mismo llegue a cuestionarse si ha tenido alguna responsabilidad en ese daño. Desde el punto de vista del comportamiento hacia el agresor, quizás optemos por evitarle o por alejarnos de él. O, por el contrario, decidamos enfrentarnos.

Ante todas estas emociones, pensamientos y conductas, hay distintas opciones. Habrá quienes busquen venganza para hacer ver a su ofensor el daño causado, quienes se protejan desconfiando de los demás y desarrollando un gran temor a exponerse a nuevas experiencias. Y también habrá personas que opten por aceptar el daño que les han hecho, por aprender a gestionar el estrés que esto les genera, por cambiar la forma de interpretar lo que ha ocurrido y por perdonar.

El psicólogo estadounidense Steven Hayes utiliza la metáfora del anzuelo para hablar del concepto del perdón: «Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia; que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes».

Es normal que sintamos resentimiento hacia quien nos ha hecho daño y que, dependiendo del tipo de ofensa, la sola idea de perdonarle nos revuelva el estómago. Pero también es cierto que si nos quedamos alimentando el rencor seremos nosotros quienes acabemos sufriendo más. Creer que de algún modo ese odio dañará a quien nos agredió o nos ofendió es un pensamiento mágico que no va a hacerse realidad y que no tiene ningún fundamento real. Es como tomar veneno esperando que el otro se muera.

El perdón es una opción voluntaria y personal.

En cualquier caso, antes de decidir perdonar, o no, es importante tener claro qué es y qué no es el perdón:

Perdonar implica…

  • Identificar, aceptar y expresar nuestras emociones. Da igual el delito, la injusticia o la ofensa de la que hayamos sido víctimas. Lo primero es identificar lo que estamos sintiendo. Tanto si la situación nos provoca ira, como si nos genera tristeza o frustración estas emociones necesitan ser sentidas, aceptadas y expresadas.
  • Distanciarnos del resentimiento y el rencor. Tenemos todo el derecho del mundo a sentir rabia, odio e incluso a querer vengarnos. Son emociones lógicas que incluso pueden ayudarnos a enfrentarnos a quien nos ha dañado o a salir de una situación que nos está perjudicando. Sin embargo, si nos quedamos enganchados en ellas, la sensación de empoderamiento que nos generaron al principio acabará desapareciendo y dando lugar a más sufrimiento.
  • Salir del rol de víctima. Si bien lo normal es que se sienta empatía hacia las víctimas de cualquier delito, permanecer atrapados en la victimización acabará colocándonos en una posición de indefensión y nos impedirá desarrollar nuestros recursos internos. Perdonar no significa dar el visto bueno a lo ocurrido, sino salir de la relación víctima-verdugo. Pasar de víctima a superviviente.
  • Aceptar que el daño ocurrió. Lo que pasó, pasó. Es parte de nuestro pasado y eso ya no podemos cambiarlo. Pero sí podemos decidir qué hacer con nuestro presente. No se trata de intentar hacer «como si nada» y olvidarlo; se trata de encontrar un lugar donde colocar ese daño y poder seguir viviendo.
  • Facilitar el proceso de duelo. Perdonar también implica iniciar y transitar el duelo por la pérdida de una vida que no salió como esperábamos. Pero para poder completar este proceso, tendremos que ser capaces de reconocer el daño que nos causaron, identificar y aceptar lo que hemos perdido y dejar espacio para experimentar el dolor que todo ello nos causa.
  • Tener la voluntad y la intención de hacerlo. Dejar correr el tiempo no es suficiente. No basta dejar pasar los días, los meses y los años esperando que en algún momento dejaremos de odiar a quien nos hirió o nos olvidemos de lo sucedido. Perdonar requiere la intención y la voluntad de hacerlo y llega (o no) cuando uno se siente preparado.
  • Realizar un proceso que lleva tiempo. El tiempo que necesitamos para perdonar es proporcional al daño causado. A mayor daño, más tiempo para procesar y sanar. Cada persona lleva su ritmo y hay que respetarlo. El perdón es el colofón, el epílogo de todo un proceso que cada uno vive de forma diferente. Es posible, incluso, que nunca lleguemos a perdonar por completo, aunque sí podremos desprendernos de gran parte del resentimiento.
  • Romper el vínculo que nos mantiene encadenados a nuestro ofensor. Cuando alguien nos daña y nos aferramos al odio o al deseo de vengarnos, es como si una cadena nos mantuviera atados a esa persona. En un momento de Maixabel, la protagonista habla con su amiga sobre sus razones para aceptar entrevistarse con quienes asesinaron a su marido: «Yo podría haber sido muchas cosas en la vida y ellos me convirtieron en algo que yo no lo elegí. Estoy ligada a esas personas hasta la muerte y pendiente de lo que digan y de lo que hagan». Perdonar implica cambiar la dinámica que alimentaba esa relación.
  • Hacernos un regalo a nosotros mismos para poder seguir adelante. Perdonar no es algo que hacemos para el otro, para librarlo de su culpa o de su responsabilidad. Lo hacemos para nosotros. Nos permite aligerar el peso del resentimiento y seguir adelante con nuestra vida.
Perdonar nos ayuda a liberarnos del peso del resentimiento.

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Perdonar no es…

  • Olvidar. Cuando alguien dice «Perdono, pero no olvido» muchos piensan que no se trata de un perdón auténtico. Y esto no es cierto. En Los caminos del perdón, Walter Riso deja esta reflexión: «El perdón no es amnesia, entre otras cosas, porque no sería adaptativo borrar al infractor de nuestra base de datos y quedar por ingenuidad en riesgo de un nuevo ataque. ¿Debe el niño olvidar el rostro del abusador que persiste en su afán destructivo?».
  • Excusar o justificar. En Maixabel queda muy bien reflejado este punto. Intentar comprender el porqué o buscar una explicación a los motivos que llevaron a alguien a dañarnos no conlleva que justifiquemos sus actos o que renunciemos a la reparación de ese daño. Además, cuando excusamos a alguien estamos librándole de su responsabilidad y perdonar en ningún caso exime de la responsabilidad sobre las propias acciones. Al perdonar, no estás diciendo que lo que sucedió estuvo bien, ni estás minimizando el dolor que causó.
  • Reconciliarme con quien me hizo daño. El perdón no implica necesariamente una reconciliación. La diferencia entre perdonar y reconciliarse está en que en el primer caso no es obligatoria la colaboración del ofensor. Reconciliarse, sin embargo, es un proceso cuyo fin es restablecer el vínculo y, además, se necesita que haya voluntad por parte de todos los implicados. Por ejemplo, puedo perdonar una infidelidad y no querer seguir adelante con la relación. El perdón sin reconciliación suele darse en situaciones en las que no hay garantía de que el daño no se repita. O también cuando la relación no es igualitaria y, por tanto, la verdadera reconciliación es imposible.
  • Ser débil. Creer que perdonar es un síntoma de debilidad es un error monumental. No permitir que las acciones u ofensas de otros alteren el curso de nuestra vida o nos hagan dudar de quiénes somos y de nuestros valores no es absoluto un signo de debilidad.
  • Reprimir el enfado y hacer como si no hubiera pasado nada. Perdonar no significa que no nos importa lo que nos hagan, sino que no dejamos que ese enfado o malestar se convierta en odio y rencor e inunde toda nuestra vida.
  • Volver a confiar en la otra persona. Si alguien ha traicionado mi confianza, es normal que me cueste volver a confiar. El perdón es un paso importante, pero la reconstrucción de la confianza es un proceso que puede llevar tiempo… o no llegar. Aquí entra en juego el tipo y la gravedad de daño causado.
  • Permitir que me lastimen de nuevo o descuidar mi propia seguridad. Si quien me hizo daño es incapaz de cambiar o sigue actuando igual, tengo todo el derecho a tomar medidas para protegerme, incluso si ya le perdoné. El poder reconstruir la propia seguridad es un elemento necesario en cualquier proceso de perdón.
  • Renunciar a la justicia. En Maixabel, la mediadora que se ocupa de los encuentros restaurativos deja claro a los presos que las entrevistas con las víctimas no implican ningún tipo de reducción de condena. El acto de perdonar no entraña que debamos renunciar a defender nuestros derechos. Tampoco que desistamos de nuestra necesidad de que se haga justicia o que dejemos de luchar por lo que creemos. Más bien se trata de no entrar en un laberinto de odio y venganza.
Luis Tosar y Blanca Portillo en Maixabel

Luis Tosar y Blanca Portillo en «Maixabel».

También podemos decidir no perdonar

Si bien es cierto que cada vez son más los estudios que confirman los beneficios del perdón, tanto para la salud física como para la mental, también existe la posibilidad de que una persona decida no perdonar o no se sienta preparada para hacerlo, aun siendo consciente de que es lo más saludable. Y está en todo su derecho. Como hemos dicho antes, es una decisión voluntaria y personal, que hay que respetar.

Obligarse uno mismo a perdonar o presionar a alguien para que lo haga puede hacer también mucho daño porque es un modo de invalidar su dolor y sus sentimientos.

Por otra parte, hay casos como el abuso sexual infantil o la violencia de género en los que la conveniencia, o no, de plantear la posibilidad de perdonar es un tema especialmente delicado. Y es que un perdón mal entendido puede debilitar aún más la capacidad de protegerse de la víctima, hacerla más vulnerable y facilitar que el abuso se prolongue en el tiempo.

María Prieto-Arsúa y otras autoras, en el artículo El perdón como herramienta clínica en terapia individual y de pareja, explican que los sentimientos y pensamientos negativos tras resultar dañado por otra persona pueden mitigarse de varias maneras y no necesariamente perdonando. Por ejemplo, «aceptando el daño, haciendo re-atribuciones de los sucesos y circunstancias relacionados con la ofensa, manejando el estrés relacionado con el suceso, o mediante el control de la ira consecuente a la ofensa. El perdón es, por tanto, un recurso más (entre varios) para manejar o superar este malestar».

Para terminar, vamos a ver algunos de los factores que influyen en la mayor o menor capacidad para perdonar:

  • La percepción de la gravedad de la ofensa.
  • La historia de victimizaciones anteriores.
  • Las características de quien ha sufrido el daño, como su sistema de valores o sus rasgos de personalidad.
  • Que haya una relación afectiva previa con el ofensor.
  • Que el responsable del daño reconozca los hechos, acepte su responsabilidad y muestre un arrepentimiento sincero.
  • La percepción de intencionalidad que tenga la víctima respecto al daño causado por el agresor.
  • La actitud del ofensor.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Referencias

Bollaín, I. (dir.) (2021). Maixabel [Película]. Kowalski Films; Feel Good Media; ETB; Movistar+; TVE

Casey, K. L. (1998). Surviving abuse: Shame, anger, forgiveness. Pastoral Psychology, 46(4), 223-231

Cooney, A., Allan, A., Allan, M. M., McKillop, D. & Drake, D. G. (2011). The forgiveness process in primary and secondary victims of violent and sexual offences. Australian Journal of Psychology, 63, 107-118

Echeburúa, E. (2013). El valor psicológico del perdón en las víctimas y los ofensores. Eguzkilore, 27, 65-72

Enright, R. D., & Fitzgibbons, R. P. (2015). Forgiveness therapy: An empirical guide for resolving anger and restoring hope. American Psychological Association

Prieto-Ursúa, M. (2023). Sobre la posibilidad de perdón en el abuso sexual infantil. Papeles del Psicólogo, 44(1), 28-35

Prieto-Ursúa, M., Carrasco, M. J., Cagigal de Gregorio, V., Gismero, E., Martínez, M. P., y Muñoz, I. (2012). El perdón como herramienta clínica en terapia individual y de pareja. Clínica Contemporánea, 3, 121-134

Riso, W. (2013). Los caminos del perdón. Medellín: Phronesis

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes... 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas 1920 1920 BELÉN PICADO

El vínculo con la madre es uno de los temas que más surgen en terapia. Y es que el mito de la madre perfecta, sacrificada y abnegada constituye una imagen idealizada muy difícil de sostener. Aún supone un tabú admitir que una madre pueda hacer daño a sus hijos o incluso que no los quiera. Pero ocurre. Cuesta aceptar que, igual que hay madres comprensivas que constituyen una base segura para su descendencia, también hay madres narcisistas, controladoras, victimistas, sobreprotectoras, asfixiantes…

En muchas ocasiones el problema no es la ausencia de amor materno, sino el modo de demostrarlo. Hay madres que quieren a sus vástagos, pero los quieren mal. Hay conductas y actitudes que, unas veces voluntaria y otras involuntariamente, obstaculizan el desarrollo emocional de los hijos. Madres que causan dolor emocional en lugar de brindar apoyo. Aunque desde hace unos años se utiliza mucho el concepto de «madre tóxica», es importante señalar que lo tóxico no es la persona, sino sus comportamientos o el tipo de relaciones que establece con otros.

¿Qué puede llevar a una madre a establecer relaciones dañinas con sus hijos?

Pueden ser muchos los factores que influyan, entre ellos:

  • Miedos e inseguridades que se proyectan en los hijos.
  • Experiencias traumáticas vividas en el pasado
  • Haber sido una hija que no fue amada por sus propias figuras de apego. Algunas mujeres reproducen con su descendencia el tipo de vínculo y los comportamientos que tuvieron con ellas.
  • Sufrir ciertos trastornos mentales (hablo de ello más adelante)
  • Ser madre porque tocaba, porque está «en la naturaleza» de la mujer, por la presión social.

Algunas veces es posible reconducir la relación. Otras, por muy mal visto que esté, alejarse es la mejor opción (o la única). Emprender un proceso de duelo para aceptar que nunca tendremos la madre que esperábamos y que nos habría gustado tener nos liberará y nos ayudará a sanar.

Cómo saber si tu madre está influyendo negativamente en tu bienestar emocional

A continuación, te dejo algunas pistas que te pueden ayudar a reconocer si, con su comportamiento y su actitud, tu madre está minando tu bienestar y tu autoestima. Y en caso de que seas madre, quizás te ayude a identificar si tienes alguna de estas conductas y, si es así, trabajar en ello.

1. Ignora o no acepta tus límites

Hablar con terceras personas de asuntos que atañen a sus hijos, aparecer en casa de estos sin avisar, llamarles varias veces al día y a cualquier hora, tomar decisiones importantes por ellos (elegir su carrera o, incluso, la pareja), escuchar sus conversaciones privadas… Interferir en la vida personal de los hijos o exigir constantemente atención y tiempo, incluso si ellos tienen otras responsabilidades o compromisos puede enturbiar mucho el vínculo materno-filial.

Esta actitud puede generar, por una parte, resentimiento y frustración en el hijo al no sentirse visto como un adulto capaz de tomar decisiones y de vivir su propia vida. Y, por otro lado, el hecho de no sentirse valorado ni respetado le generará inseguridad y una baja autoestima.

2. Utiliza el sentimiento de culpa y vergüenza como arma

Hay madres tremendamente críticas hasta en las situaciones más banales. Se burlan o hacen comentarios negativos sobre el rendimiento académico de sus hijos; critican su apariencia o su forma de hablar… Esta actitud puede desembocar en que la hija o el hijo interiorice un permanente sentimiento de culpa o vergüenza y sienta que hay algo defectuoso dentro de sí.

Quienes conviven con madres que no dudan en juzgarles o ridiculizarles tienen muchas posibilidades de desarrollar en su adultez una actitud desvalorizadora hacia ellos mismos. En lugar de reconocer que una crítica es injusta o producto de la frustración de su madre, la absorben («Si mi madre me trata así es porque soy malo y me lo merezco»).

3. Nunca sabes a qué atenerte con ella

En su libro Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva, Liria Ortiz habla de la «madre inestable» y señala que es el «el comportamiento más difícil que una hija debe enfrentar, pues nunca sabe si aparecerá la ‘madre buena’ o la ‘madre mala».

Esta conducta está relacionada con el estilo de apego desorganizado. Los niños van haciéndose imágenes mentales de cómo son las relaciones en general en función de las que ellos mantienen con sus figuras de apego, sobre todo, con la madre. El hecho de que las personas que le tienen que proteger y cuidar sean precisamente las que maltratan genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. «Estas hijas desarrollan una forma de ver el mundo, la relación con los demás y a sí mismas de manera insegura, hostil y peligrosa, debido a que así ha sido la relación con su madre», explica Ortiz.

4. Es absorbente y dominante

Aparentemente pueden parecer unas madres perfectas porque siempre parecen muy involucradas en la vida de sus hijos. Sin embargo, el «estar encima» tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de su descendencia.

Es esa madre que necesita estar en permanente contacto con su hija, absorbiendo todo su tiempo. Presiona sobre cómo tiene actuar, cómo tiene que vestir, qué debe o no debe decir e, incluso, qué sentimientos son adecuados en cada situación.

El “estar encima” de una madre dominante tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de sus hijos.

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5. Tiene la necesidad de controlar cada paso que das

Este rasgo está muy relacionado con el anterior. Las madres con una personalidad muy controladora suelen dar por supuesto que todo lo que tenga que ver con su familia debe pasar antes por ella, anulando así la capacidad de decisión de sus hijos, limitando su autonomía, coartando su libertad y alimentando, a menudo inconscientemente, una fuerte dependencia emocional.

Otro modo de ejercer control es transmitirles la idea de que si no siguen sus consejos fracasarán en lo que hagan («Lo hago por tu bien», «Soy tu madre y, por tanto, quien mejor sabe lo que te conviene»). De este modo, en un intento de demostrar su amor a través del control, lo que hacen es favorecer la inseguridad y la indefensión.

6. Es excesivamente sobreprotectora

Las madres muy sobreprotectoras suelen caracterizarse por:

  • Miedo al peligro: Temen que algo malo les suceda a sus hijos y tratan de apartarles cualquier obstáculo de su camino por mínimo que sea. Los alientan para que se mantengan dentro de su zona de confort y no tomen ninguna iniciativa.
  • Dificultad para dejar ir: Hacen todo lo posible por retrasar el momento de que sus hijos se independicen y hagan su propia vida. Por ejemplo, realizando tareas que ellos pueden hacer (cocinar, ocuparse de gestiones sin explicar cómo hacerlas, limpiar, etc.)
  • Falta de confianza: No confían en que sus hijos adultos sean capaces de tomar decisiones importantes. Incluso deciden por ellos, convencidas de que no están preparados para hacerlo solos. Se anticipan a los problemas o dificultades que estos puedan encontrar y tratan de resolverlos ellas.
  • Dependencia emocional: Si una madre no tiene una autoestima suficientemente asentada puede llegar a depender demasiado de sus hijos. Hasta el punto de sentir que necesita cuidarlos y protegerlos para sentirse valorada y querida.

Estas actitudes, que parten de la propia inseguridad de la madre, dañarán la autoestima de los hijos e impedirá que  desarrollen sus propias estrategias de afrontamiento.

7. Minimiza tus logros

A Enrique siempre le apasionaron los coches y desde muy joven se interesó por la mecánica. Ha luchado mucho y después de un gran esfuerzo ha conseguido abrir un taller con otro socio. Para él es un sueño cumplido. Sin embargo, su madre, que quería que estudiase Derecho como gran parte de la familia, no solo no le ha apoyado nunca, sino que no pierde ocasión para quitar importancia a este logro. «No entiendo que prefieras pasar el día con las manos llenas de grasa a trabajar con tu padre y labrarte un brillante futuro como abogado».

8. Te ve como su tabla de salvación

Una baja autoestima o el miedo a quedarse solas puede llevar a algunas madres a aferrarse a sus hijos como a una tabla de salvación y a utilizar su relación con ellos como una forma de cubrir sus propias carencias. Por ejemplo, harán todo lo posible por mantenerlos cerca, aunque esto suponga recurrir a toda suerte de manipulaciones y enredos. Sería el caso de la madre que ve en su hija la solución para su soledad.

9. Piensa que tiene la exclusiva de tu amor

Cuando una madre cree que tiene la exclusividad sobre el amor y las atenciones de sus hijos, en el momento en que estos comiencen a salir con una pareja o se vean ‘demasiado’ con ciertos amigos hará lo posible por boicotear esas relaciones. «Tú eres demasiado bueno para esa chica, no te merece» o «Desde que ves tanto a esas amigas, ya ni te acuerdas de mí».

10. Deposita en ti el papel de cuidadora, incluso lo hacía cuando eras una niña

Cuando los hijos se convierten en padres de los padres, de la madre en este caso, hay algo que no va bien. La parentalización se produce cuando en una familia los niños son quienes se ocupan de tareas que la madre debería asumir. En el caso de la hija, por ejemplo, estos quehaceres pueden ir desde el cuidado de los hermanos o de la casa hasta calmar a su progenitora, ejercer de árbitro en las discusiones de los padres, etc.

También puede ocurrir que la madre trate a su hija como a una amiga y busque en ella la atención y el cariño que ella no tuvo. Esto lleva a la hija a sentirse insegura en un rol que no le corresponde, culpable por no poder solucionar los problemas de su madre y sola porque no tiene a la figura materna, que es lo que necesita.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

11. Sufre algún tipo de trastorno mental

A veces, detrás de un comportamiento calificado (quizás demasiado a la ligera) como «tóxico» o «dañino» hay un trastorno que impide a una madre establecer una relación sana y equilibrada con su descendencia. Desde el estrés postraumático, que puede aparecer tras vivir ciertos traumas en la infancia y que a menudo impiden una adecuada crianza de los hijos, hasta una depresión posparto no atendida, trastornos de ansiedad, etc.

Cuando estos problemas no se atienden y no se sigue el correspondiente tratamiento, es fácil que la madre no solo acabe incapacitada para criar a sus hijos, sino que puede llegar a hacerles daño. Es el caso del Síndrome de Munchausen por poderes, un trastorno mental y una forma de maltrato que se produce cuando el cuidador del niño, generalmente la madre, inventa síntomas físicos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo.

La madre con un trastorno narcisista de la personalidad también puede provocar graves secuelas en el desarrollo emocional de sus hijos.

12. Siempre adopta el papel de víctima

Detrás de este rol hay mucho control y manipulación. Al fin y al cabo, lo que se busca con esta conducta es que el hijo o la hija haga exactamente lo que su madre quiere. Un clásico: «Con todo lo que he hecho yo por ti y así me lo pagas».

Además de un pesimismo a veces extremo, en la comunicación a menudo hay una actitud pasivo-agresiva. De este modo, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, la madre se ocupa de hacerles llegar su enfado y su disgusto lamentándose, dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

La madre narcisista ejerce control y manipulación sobre sus hijos.

Imagen de storyset en Freepik

13. Hace constantes comparaciones

Las comparaciones con otras personas forman parte de un juego bastante tóxico: la triangulación narcisista. Si tu madre te recuerda siempre que tu hermano, tu prima o el hijo de la vecina es mucho más inteligente o lo hace todo mejor que tú… estás siendo participante involuntario de esta dinámica.

Esta conducta llevará al hijo o a la hija a sentir que hay algo mal en él o en ella y a pensar que haga lo que haga nunca será suficiente.

(En este blog puedes leer el artículo Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel)

14. Recurre al chantaje emocional

«Si realmente me quisieras, harías esto por mí», «Cualquier día de estos me pasará algo y tú ni te enterarás porque no me llamas nunca». Frases como esta representan el chantaje emocional al que recurren algunas madres.

15. No valida (o minimiza) tus emociones

Una madre invalida tus sentimientos cuando estás atravesando un momento complicado y te hace comentarios como «Te quejas por gusto, tú no sabes lo que es estar mal», «Tú no estás deprimido, lo que te pasa es que tienes la piel muy fina» o «Deja de lloriquear y no seas exagerado, que no es para tanto». Esta actitud es mucho más dañina en casos en los que ha habido algún tipo de maltrato o de abuso (físico, psicológico o sexual) por parte del padre o de alguien cercano a la familia y la madre tilda de exageraciones o no cree en la palabra de su hijo o su hija. La sensación de soledad y de indefensión puede llegar a ser muy invalidante.

16. Impone su criterio y no admite que la cuestiones

Hay madres muy autoritarias y rígidas que imponen siempre su criterio como el único válido. Creen saberlo todo y no escuchan. No toleran que sus hijos tengan su propia opinión, ni entienden sus dudas o sus preocupaciones porque no son capaces de empatizar con ellos. Las consecuencias son hijos con mucha dificultad para dar su punto de vista o tomar decisiones.

17. Recurre a la violencia, física o psicológica

Los malos tratos en la infancia dejan importantes secuelas en la edad adulta. Al normalizar la violencia, una persona puede llegar a replicar esos mismos comportamientos con sus hijos o, en otros casos, involucrarse en relaciones en las que verá normal sufrir la violencia a manos de su pareja.

18. Proyecta en ti sus propias expectativas y sus deseos incumplidos

Una actitud muy dañina es presionar a los hijos para que sean aquello que sus progenitores nunca llegaron a ser. Es el caso de la madre que quiso dedicarse a la música o a la interpretación, pero no pudo hacerlo por diversas circunstancias y deposita en su hija todas las expectativas que ella no fue capaz de cumplir. Por ejemplo, apuntándola desde muy pequeña a canto y llevándola a todos los castings sin pararse a preguntar a la niña si eso es lo que quiere hacer. La frase tipo sería: «Quiero que logres todo lo que yo no pude conseguir».

Suelen ser mujeres con un alto nivel de frustración que proyectan en sus hijas (muchas veces sin darse cuenta) sueños que no cumplieron y que esperan poder alcanzar a través de ellas.

19. Compite continuamente contigo

Se trata de un rasgo propio de madres narcisistas que ven a sus hijas como rivales y que se relacionan con ellas desde los celos, el resentimiento y la crítica (y no precisamente constructiva).

Al contrario de lo que ocurría en el caso anterior, este tipo de madres no dudarán en hacer lo que sea necesario para que sus hijas no tengan éxito en aquello en lo que ellas fallaron. Por ejemplo, señalando sus fallos, diciéndoles que no son suficientemente buenas, ridiculizándolas, etc. O, incluso, culpándolas de su propio fracaso. «Una madre narcisista puede percibir a su hija como una amenaza y cuando esta atrae la atención, quitándosela a su madre, sufre represalias, desprecios y castigos», comenta Karyl McBride en su libro Madres que no saben amar.

El resultado suele ser una baja autoestima, una profunda vergüenza y un gran sentimiento de culpa para la hija, que puede llegar a no sentirse merecedora de los logros que obtenga en la vida.

Una madre narcisista compite continuamente con su hija.

20. Te ve como una extensión de ella

Esta característica está muy relacionada con la anterior. En este caso, la madre va a prestar atención a su hija en la medida en que esta se adapte y cumpla sus deseos. Como solo se centra en sí misma y lo que más le interesa es satisfacer su propio ego, las relaciones entre ambas serán siempre superficiales.

Este tipo de madre ve a su hija como una extensión de ella y, por esta razón, la presionará para que actúe y reaccione como ella lo haría. Según McBride, «esto hace que la hija esté siempre luchando por encontrar la ‘manera’ correcta de responder a su madre para ganarse su amor y aprobación. Pero la madre nunca aprobará que su hija sea ella misma, que es justo lo que esta necesita».

21. Puedes sentir su rechazo

Durante la niñez, buscamos y necesitamos la cercanía de las figuras de apego, especialmente de la madre. Cuando esta tiende a evitar cualquier contacto de tipo afectivo, podemos llegar a la edad adulta experimentando una fuerte sensación de no haber recibido la atención suficiente y con un intenso anhelo de amor y de ser vistas. Y este deseo desesperado y urgente de amor, a su vez, nos llevará a exponernos a vínculos afectivos poco saludables.

22. Es como una fortaleza inexpugnable

Liria Ortiz habla así de la «madre inaccesible»: «La inaccesibilidad emocional puede incluir falta de contacto físico, como abrazar y sostener a su hija. Esto puede ser muy doloroso y también desconcertante. Estos comportamientos dejan a la hija con hambre emocional y a veces exigiendo cercanía desesperadamente. Estas hijas desarrollan un vínculo inseguro y, a menudo, cuando se vuelven adultas, se aferran a relaciones en las cuales necesitan ser admiradas constantemente por sus amigos y por su pareja».

Se trata de madres desconectadas emocionalmente que proporcionan techo y comida, pero no empatizan con sus hijos ni son capaces de darles la seguridad y el apoyo emocional que necesitan. Priorizan el que sus niños vayan siempre limpios, sean obedientes, acudan a un buen colegio y se olvidan de aliviar, escuchar o consolar. («Tienes un techo bajo el que dormir, ropa que vestir y un plato siempre en la mesa. ¿Qué más quieres?»).

23. Disfraza su indiferencia de permisividad

En el extremo opuesto de la madre controladora está la madre demasiado permisiva que se autodefine como ‘la mejor amiga de su hija’. En  algunos casos, lo que hay detrás de este exceso de «dejar hacer» es indiferencia; en otros, distintos grados de dificultad a la hora de afrontar los conflictos. Las consecuencias para los hijos: una baja tolerancia a la frustración.

24. Promueve e inculca los roles de género

A menudo y de forma inconsciente, hay madres que inculcan en sus hijas ideas muy arraigadas aún en la sociedad sobre su rol como mujer, como madre o como esposa. Ideas como que una mujer solo puede ser feliz en pareja, que hay que aguantar ciertas situaciones abusivas o que es mejor adoptar una actitud sumisa para evitarse problemas.

Del mismo modo, pueden favorecer que sus hijos varones repriman sus emociones para ‘preservar’ su masculinidad («Los hombres de verdad no lloran»), restar importancia a comportamientos objetivamente reprobables o fijar en ellos la creencia de que la fuerza es el mejor modo de hacerse respetar.

25. Tienes la sensación de que te ve como una propiedad más

Aquí tenemos otro rasgo marcadamente narcisista. Madres convencidas de que absolutamente todo lo que son y lo que han conseguido los hijos ha sido gracias a ellas. Desde una posición ‘superior’, consideran que haber cuidado y alimentado a sus hijos ya es suficiente motivo de peso para que, en agradecimiento, estén a su servicio y se esfuercen en complacer cada uno de sus deseos. Además, no pierde la ocasión de recordarles que sin ella no valen nada, con la consiguiente merma de autoestima que esto puede generar en los hijos, ya que por mucho que hagan nunca será suficiente.

Referencias bibliográficas

McBride, K. (2013). Madres que no saben amar. Barcelona: Urano

Ortiz, L. (2016). Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva. Montevideo: Editorial Planeta

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20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule)

20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule) 1254 836 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el concepto de narcisismo, lo asociamos a alguien sin empatía, con aires de grandeza y un deseo permanente de admiración. Incluso, es posible que deduzcamos que una persona con estas características probablemente tenga un trastorno. Sin embargo, no es así en todos los casos. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) incluye los anteriores síntomas dentro de los criterios para diagnosticar un trastorno de la personalidad narcisista, pero no siempre tener alguno de estos rasgos indica que hay una psicopatología. En cualquier caso, no está de más aprender a identificar a un narcisista, entre otras cosas, porque así será más difícil caer en sus manipulaciones.

En realidad, el narcisismo no es algo que se tiene o no se tiene, sino que se trata de un rasgo de la personalidad que forma parte de una dimensión continua. El trastorno narcisista estaría en un extremo, pero la mayoría de los individuos con rasgos narcisistas se encuentran en la zona media de ese continuo. Algunos no tienen conciencia de ello. Otros se dan cuenta perfectamente, pero no lo ven como algo negativo porque simplemente están convencidos de que están por encima de los demás.

El problema es que en esa zona media hay muchas personas que, sin ser narcisistas en un grado patológico, sí pueden llegar a hacernos la vida bastante complicada. Entre ellas, puede haber gente muy cercana: tu jefe, tu mejor amiga, tu pareja, tu compañero de trabajo… o tú mismo/a.

Las personas con rasgos narcisistas tienen una visión distorsionada de sí mismas.

A continuación, te dejo 20 pistas que te ayudarán a detectar si hay alguna persona con rasgos narcisistas en tu entorno. El grado de narcisismo dependerá de la cantidad de rasgos que presente y de la mayor o menor intensidad de los mismos.

1. Al principio, es un encanto; luego, no tanto

Cuando conocemos a alguien con rasgos narcisistas es fácil que nos conquiste con su simpatía y su personalidad. Desde el principio se dirigirá a nosotros como si nos conociese de toda la vida e, incluso, es posible que ponga en marcha todo su arsenal de armas de seducción. Sin embargo, no hay que dejarse engañar. En realidad, no le interesa lo que alguien pueda contarle, más allá de que luego le resulte más sencillo manipularle y seducirle para que haga lo que él quiera o se convierta en un integrante más de su club de fans.

2. Siempre es la víctima

Este victimismo se muestra de diferentes maneras. Hay quienes han elaborado un discurso centrado en las cosas malas que les han ocurrido en el pasado y en culpar a los demás de su sufrimiento. Por ejemplo, pueden atrincherarse detrás de ideas como: «Mi vida es un desastre porque mis padres no me dieron el apoyo que necesitaba de niño, así que ahora tienen la obligación de compensarme dándome todo lo que deseo». En otros casos, cualquier comentario que se le haga a un narcisista, por neutro que sea, él lo puede transformar en un ataque o una humillación hacia su persona.

La psicóloga Dolores Mosquera establece dos variantes de este patrón: «Los que han experimentado situaciones difíciles a lo largo de su vida (que en cierto modo pueden explicar su postura y reforzarla) y los que presentan un componente masoquista (aquellos que adoptan esta postura porque así son los ‘que MÁS sufren’ y hay un ‘regusto’ de triunfo en ellos que consiguen mediante esa actitud victimista)».

3. No hay nadie más listo que él

El exceso de confianza en sí mismas y la sobrestimación de sus propias capacidades son habituales en este tipo de personas. No son pocas las ocasiones en que el hecho de creer que están por encima del resto dificulta sus relaciones sociales, aunque esto no impide que sigan en su ‘trono’ porque realmente creen saber más que nadie. Disfrutan, y mucho, de cualquier posición de liderazgo que les permita imponer su criterio y decir a la gente lo que tiene que hacer. Y, a la vez que sobrevaloran sus aptitudes, subestiman las de los demás: todos son tontos menos él.

4. Necesita que le admiren y le adulen

No solo se creen superiores al resto de los mortales, sino que necesitan que los halaguen de forma constante, haciéndose así totalmente dependientes de la validación externa. Y lo que tengan que hacer para ello es lo de menos: mentir, manipular… De hecho, lo que suele moverles es el ansia por obtener la atención y la admiración de los demás. La contrapartida de esta actitud es que, además del desgaste de energía, acaban cayendo en la dependencia emocional algo muy lejano a la imagen omnipotente que intentan mostrar.

5. La culpa siempre es de otro

Da igual lo que pase o si tiene parte de responsabilidad en algo que haya ocurrido. Una persona con rasgos narcisistas nunca se equivoca, ni comete errores, ni tiene la culpa de nada. Echará balones fuera e, incluso, se indignará si te atreves siquiera a insinuar lo contrario y te acusará de tratarle «injustamente». El problema con esto es que así no se puede evolucionar. Asumir la responsabilidad de nuestros errores es necesario para aprender y crecer como personas.

6. El mejor, el más atractivo, el único e inimitable

La grandiosidad es una de las principales características del narcisismo. Estas personas van a sentirse superiores al resto del mundo, aunque no haya una sola razón objetiva para ello. Prepotentes y arrogantes, tienen una visión distorsionada de sí mismas y están convencidas de que son únicas y especiales solo por existir. Por tanto, tienen más derechos que la ‘gente corriente’ y merecen un trato privilegiado.

Este sentimiento de superioridad les lleva a pensar que todo en su vida es perfecto, pero la sensación es fugaz. Como es imposible alcanzar la absoluta perfección y obtener la admiración de todo el mundo, es fácil que la arrogancia acabe dejando paso a todo lo contrario: frustración y, a menudo, ansiedad y depresión.

Las personas narcisistas se creen superiores al resto.

7. Excesivamente competitivo y con muy poco espíritu deportivo

Muy relacionado con la grandiosidad, el afán de sobresalir lleva a este tipo de sujetos a ser altamente competitivos. Buscarán algo en lo que sean mejores y, si ganan, se regodearán en su victoria y harán hincapié en los errores de sus competidores para destacar aún más en la comparación. Pero, si no son buenos como ganadores, aún son peores perdedores. En este caso, es muy probable que resten importancia al éxito ajeno o que recurran a la humillación.

8. Muestra una preocupación por los demás tan excesiva que resulta artificial

Según Mosquera hay un estilo de personalidad narcisista en el que predomina una preocupación por los demás que es percibida desde fuera como excesiva y artificial. Se trata de personas que parecen vivir por y para otros y que, aunque parecen disfrutar complaciendo a los demás, lo que buscan es satisfacer su ego mediante la aprobación y el reconocimiento de lo que hacen. «Es un subtipo que puede ‘explotar’ y ser verbalmente abusivo cuando ‘ya no puede más’ (por la tendencia a acumular resentimiento y rencor cuando los elegidos no responden como él espera)». La psicóloga también habla del «narcisista salvador», que vive para solucionar la vida de los demás. Quienes están dentro de este perfil sobrevaloran sus capacidades y se sienten responsables de lo que les ocurre a otros, atribuyéndose el poder de ser los únicos capaces de solventar los problemas ajenos.

9. Carece de empatía

Otra pista fundamental para identificar a una persona narcisista. El valor del resto de los seres humanos está en función de lo útiles que puedan ser para ella. No los ve como personas sino como instrumentos a su servicio y así es prácticamente imposible que se ponga en el lugar de los otros o que trate de comprender cómo se sienten. Y si ve a alguien angustiado no reaccionará porque, entre otras cosas, no acaban de creerse que esa persona esté realmente tan mal. Lo que sí es posible que haga es fingir una falsa empatía, especialmente si eso le puede ayudar más tarde a obtener algo.

10. Su capacidad de escucha es más bien justita

Las conversaciones con alguien así acaban convirtiéndose en monólogos, lo que dificulta mucho la comunicación. Da igual si tú quieres introducir un tema o aportar un punto de vista diferente, él retomará su discurso. Más que escucharte, aprovechará cualquier pausa que hagas, por breve que sea, para intervenir y volver a lo que le interesa a él. Y si esa pausa no llega, no dudará en interrumpir, convencido de que lo que tiene que decir es mucho más importante. Sin embargo, si siente que le interrumpes tú a él, se molestará y te lo hará saber.

11. Se relaciona de forma superficial

Con lo que has leído hasta aquí, ya te habrás hecho una idea de cómo son las relaciones personales de alguien con tendencias narcisistas. No suele tener amigos íntimos. Primero, porque nunca llega a mostrarse como realmente es. Y segundo, porque el encanto y el interés que muestra al principio no tarda en evaporarse y la gente acaba distanciándose. En el caso de los vínculos amorosos tampoco se involucran realmente en la relación, excepto para tratar de alejar a su pareja de su círculo cercano de forma que solo vivan pendientes de ellos.

12. Se enamora y desenamora en un abrir y cerrar de ojos

En su libro The Narcissist You Know (El narcisista que conoces), Joseph Burgo habla de los narcisistas seductores. Se enamoran con gran facilidad, a menudo de personas que apenas conocen, y con la misma facilidad se desenamoran. Idealizan al otro hasta el punto de verlo como alguien perfecto (en realidad lo que ven es un reflejo de su propia falsa imagen de perfección) y, por tanto, merecedor de su atención. Pero ese espejismo no tarda en esfumarse. Cuando se dan cuenta de que tienen a su lado un ser humano que también tiene defectos, no dudan en acabar con la relación sin contemplaciones.

13. Elige a las personas en función del servicio que puedan prestarle

Alguien con rasgos narcisistas no se relaciona con cualquiera. Lo más seguro es que intente acercarse a personas que considera perfectas como él y que estén ‘a su nivel’, aunque luego con el tiempo se decepcione. Otro criterio a la hora de buscar pareja o amigos es elegir a quienes tienen un alto estatus social o económico. Se esmerará en ganarse la amistad o el amor de alguien atractivo, con poder económico o de una posición social o profesional elevada, no solo porque así refuerza su sensación de valía. También porque en cualquier momento el elegido o la elegida puede resultarle útil. Por ejemplo, para pedirle favores personales o sociales o para presumir de él o de ella.

14. Proyecta en el otro lo que no acepta de sí mismo

Al identificarse con una imagen distorsionada de sí mismo, el narcisista no es capaz de ver cómo es realmente. Y esto mismo le ocurre con los otros. Lo que ve de ellos es una proyección, una imagen que, la mayoría de las veces, le devuelve reflejados los aspectos que niega de sí mismo. Por ejemplo, puede estar convencido de que todo el mundo le tiene envidia porque para él es inaceptable asumir la suya propia. O es probable que desconfíe de alguien que se comporta de forma amable y piense que lo único que quiere es aprovecharse de él.

15. Se esfuerza por ocultar sus emociones, sobre todo su vulnerabilidad

El psicólogo Craig Malkin explica en su libro Replantear el narcisismo que el narcisismo poco saludable se caracteriza por un «intento de ocultar la vulnerabilidad humana normal, especialmente los sentimientos dolorosos de inseguridad, tristeza, miedo, soledad y vergüenza». Esto no significa que evitar ciertas emociones te convierta en narcisista. Pero sí puede ser una señal si las eludes para sentirte especial. «Por ejemplo – especifica Malkin –, pensar que el hecho de que no sientas tristeza (o te convenzas de que no la sientes) te hace diferente al resto de la gente. Que si no te sientes inseguro, eres superior. O que si no amas… tal vez eres único, autosuficiente y libre de la vulnerabilidad que supone depender de otra persona».

Por otra parte, el médico y psicoterapeuta Alexander Lowen afirma que «el grado en que una persona se identifica con sus sentimientos es inversamente proporcional a su grado de narcisismo: cuanto más narcisista es, menos se identifica con sus sentimientos».

16. Siempre necesita tener el control

Una de las razones por las que una persona narcisista intenta no dejarse llevar por sus sentimientos es por el terror que le produce perder el control. «No pueden soportar estar a merced de las preferencias de otros. Les recuerda que no son invulnerables ni completamente independientes, que, de hecho, es posible que tengan que pedir lo que quieren y, lo que es peor, puede que el resto se niegue a dárselo», dice Malkin.

Todo esto hace que el narcisista suela ser obsesivo y perfeccionista: las cosas tienen que hacerse a su manera y, si no, no se hacen. Esta necesidad de controlar se extiende, por supuesto, a las relaciones. Cambiar de planes sin previo aviso, mirar con desaprobación sin llegar a decir nada, ser siempre impuntual… son solo algunos de los métodos de control que llega a utilizar.

17. Es un maestro de la manipulación

El convencimiento de que sus necesidades son lo más importante y, al mismo tiempo, la incapacidad de reconocer las de los demás llevan al narcisista a hacer lo que sea para salirse con la suya. Esto incluye aprovecharse de los demás para lograr sus fines. Una de sus armas favoritas es el efecto luz de gas o gaslighting, un tipo de manipulación tan sutil como perversa que consiste en hacer que alguien llegue a dudar de su realidad y de sus percepciones. Otras formas de conseguir que se haga lo que él quiere son humillar, intimidar, mentir, recurrir al victimismo o involucrar a terceras personas en sus tóxicos juegos (triangulación).

El narcisista es un maestro de la manipulación.

18. Casi nunca pide perdón, al menos de forma sincera

Palabras como «perdón» o «disculpas» no están en su diccionario, excepto cuando es él quien se siente agraviado. Una persona con rasgos narcisistas jamás pide perdón, sobre todo si es evidente que no tiene razón o se ha equivocado. Disculparse y asumir su error le llevaría a entrar en conflicto con esa imagen de perfección que tanto se esfuerza en mantener y no puede permitírselo. En un caso así, es mucho más probable que dé la vuelta a la situación y se convierta él en el ofendido. O, si llega a pedir disculpas, sean totalmente fingidas (y, si puede, no perderá ocasión de acompañarlas de algún reproche).

19. Tiene una autoestima muy frágil

En la mayoría de las ocasiones, detrás de la fachada de arrogancia y superioridad que muestra un narcisista se oculta una autoestima sumamente frágil que depende de los halagos ajenos y de la admiración que pueda despertar en otros. De hecho, cuando no obtiene el reconocimiento deseado y ve cómo se desmorona su fantasía de grandiosidad no es extraño que le invada una insoportable sensación de vacío e, incluso, llegue a caer en una depresión o en alguna adicción.

20. Le cuesta mucho encajar las críticas

Da igual si se trata de una crítica constructiva y hecha desde el mayor respeto. Un narcisista va a ofenderse y probablemente reaccionará con desdén, desprecio y, en algunos casos, con violencia. Justo debido a la necesidad de mantenerse por encima del resto de los mortales, cuando sienta que una opinión está amenazando su posición es fácil que su hostilidad asome de diferentes formas (odio, rencor, ira…). De este modo, descargará su frustración contra aquellas personas que no lo valoran como él cree merecer o contra el mundo en general. Hasta el punto de llegar en ocasiones a recurrir a la violencia física, verbal o psicológica.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Bibliografía

Burgo, Joseph. (2016). The Narcissist You Know: Defending Yourself Against Extreme Narcissists in an All-About-Me Age. New York: Touchstone.

Lowen, Alexander (2000). El narcisismo. La enfermedad de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós.

Malkin, Craig (2021). Replantear el narcisismo: Claves para reconocer y tratar con narcisistas. Eleftheria.

Mosquera, Dolores (2008). Personalidades narcisistas y personalidades con rasgos narcisistas. Revista Persona, 8(2). Buenos Aires, Argentina: Instituto Argentino para el Estudio de la Personalidad.

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden 1255 836 BELÉN PICADO

Ropa, bolsas, revistas, cuadernos… Muchas personas guardamos multitud de objetos por si los necesitamos más adelante, para revisarlos un día que tengamos tiempo o porque tienen un valor emocional. En la mayoría de los casos no tiene mayor importancia. Pero, ¿cuándo pasa de ser algo meramente anecdótico a convertirse en un problema? Si sientes una necesidad irresistible y compulsiva de conservar todo tipo de objetos, te genera ansiedad la sola idea de deshacerse de ellos u ocupan gran parte del espacio disponible de tu casa, quizás tengas un trastorno de acumulación, también denominado trastorno de acumulación compulsiva, síndrome del acumulador compulsivo, o disposofobia.

Antes de continuar, es importante aclarar que coleccionar no es lo mismo que acumular. Cuando coleccionamos algo, lo hacemos con una intención o finalidad a diferencia del acumulador compulsivo que, simplemente, almacena. Asimismo, el coleccionista no acumula cualquier cosa, sino que recopila artículos muy específicos (libros, discos, sellos…). Busca algo determinado siguiendo una planificación, mientras que el acumulador acapara, sin más.

Tampoco hay que confundir el trastorno de acumulación con el síndrome de Diógenes, aunque estén relacionados. Este último, a diferencia del anterior, afecta a personas de edad avanzada, que suelen vivir solas y, por lo general, sufren algún grado de deterioro cognitivo o demencia. También es habitual que haya un abandono extremo de la higiene y el cuidado personal, algo que no ocurre en el acumulador. Por otra parte, los afectados por el síndrome de Diógenes no solo acumulan objetos, sino también basura, alimentos en mal estado, todo tipo de desperdicios e, incluso, animales que han sido abandonados en la calle.

Al trastorno de acumulación compulsiva también se le denomina disposofobia.

¿Qué es el trastorno de acumulación?

Según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM-5) el trastorno de acumulación se caracteriza por la «persistente dificultad de renunciar o separarse de posesiones, independientemente de su valor real, como consecuencia de una fuerte necesidad percibida para conservar los objetos y evitar el malestar asociado a desecharlos».

La persona con este trastorno comienza a acumular cosas compulsivamente y en cantidades exageradas hasta acabar ocupando la mayor parte del espacio disponible de la vivienda o del lugar donde se encuentre. El caos y el desorden resultante no solo causa numerosas molestias y entorpece las actividades diarias, sino que puede llegar a perturbar mucho la convivencia.

Por mucho que al resto del mundo le parezcan trastos inútiles y sin valor, el acumulador experimenta una gran angustia ante la idea de deshacerse o separarse de todas esas pertenencias. Y no solo por el miedo y la inseguridad que esto le genera, sino también porque en muchos casos establece un auténtico vínculo emocional con ellas.

Afecta más a mujeres, suele comenzar en la adolescencia y tiende a empeorar con la edad.

Programados para almacenar

La predisposición a acaparar es bastante común en el reino animal. Las ardillas, por ejemplo, van acumulando y escondiendo frutos y semillas en diversos puntos de su entorno para poder sobrevivir cuando el alimento escasea. Otro ejemplo es el cascanueces de Clark, un ave que puede acaparar más de 10.000 semillas en otoño y recordar su ubicación para recuperarlas en invierno.

Pero no solo es cosa de animales. La evolución también ha programado a los seres humanos para ello. Ese instinto de acumulación, alojado en las zonas filogenéticamente más antiguas de nuestro cerebro, es el que se pone en marcha cuando la disponibilidad de provisiones se vuelve irregular e insegura. Seguro que os acordáis de la compra compulsiva de papel higiénico al principio de la pandemia…

Sin llegar a esos extremos, a la mayoría nos gusta tener comida de más en casa o productos de primera necesidad. Abrir la nevera o la despensa y verla repleta de productos no solo reconforta y proporciona tranquilidad; incluso produce cierto placer. Tanto el trabajo recolector de la ardilla, como el hecho de almacenar grandes cantidades de papel higiénico o el acumular toda suerte de objetos, la mayoría sin utilidad, son conductas que, de un modo u otro, ayudan a experimentar mayor seguridad.

Julita Salmerón y Ariel, dos disposofóbicas de manual

En 2017, el actor Gustavo Salmerón estrenó un documental titulado Muchos hijos, un mono y un castillo con su madre, Julita Salmerón, como protagonista. Entre las posesiones que esta peculiar, algo excéntrica y entrañable mujer guarda como un preciado tesoro hay objetos tan singulares como un retal de los pantalones de su marido, los dientes de sus hijos o algunas vértebras de su abuela. En una entrevista, el propio Salmerón explica: «Lo que mis padres y mi familia tenemos es un síndrome de acumulación compulsiva llamado disposofobia. Consiste en acumular objetos, que no huelen mal ni son basura, no hablamos de Diógenes, sino de pilas de revistas de Fotogramas de los años noventa o de vinilos que jamás oyes. En el caso de mi madre es eso pero a unos niveles extremos».

Julita Salmerón en «Muchos hijos, un mono y un castillo».

El mismo trastorno parece afectar a Ariel, el personaje principal de La Sirenita, que se dedica a recoger y almacenar todo tipo de objetos que va encontrando en restos de naufragios. Son cosas que ni siquiera sabe para qué sirven o que son inútiles, pero con las que llega a crear cierto vínculo emocional. Como muchos disposofóbicos, la joven sirena también tiene problemas para relacionarse con sus iguales.

Factores de riesgo

Hay determinadas circunstancias y características que pueden favorecer que se desarrolle un trastorno de acumulación:

  • Antecedentes familiares. Alrededor de la mitad de acumuladores tienen uno o más familiares que lo son también, lo que hace que acaben viendo esta conducta como algo natural. Y esto tiene más que ver con que los niños repiten lo que ven (aprendizaje por modelado) que con la herencia genética.
  • Tendencia a distraerse fácilmente y dificultad para concentrarse.
  • Perfeccionismo. El miedo a equivocarme y a arrepentirme si tiro algo que luego puedo necesitar o que es importante emocionalmente para mí me llevará, al final, a no tomar decisiones y a dejar todo como estaba. El perfeccionismo también puede llevar a la procrastinación: una y otra vez intento ordenar el caos de mi casa, pero nunca empiezo.
  • Tendencia a la indecisión. El temperamento indeciso es un rasgo de personalidad bastante habitual en estas personas.
  • Experiencias adversas de la vida. Haber vivido un suceso difícil de afrontar o una pérdida importante (muerte de un ser querido, divorcio, haber perdido una vivienda…). Es normal, por ejemplo, que personas que han vivido las carencias de una guerra no solo valoren tanto las cosas materiales, sino que transmitan a sus descendientes el mensaje de que hay que guardarlo todo.
  • Sufrir otras patologías. Muchas de las personas que lo sufren tienen también otros problemas de salud mental, como Trastorno obsesivo compulsivo (TOC), ansiedad generalizada, fobia social, TDAH o depresión.
  • Historia de apego inseguro. Tener una historia de apego disfuncional va a dificultar en muchos casos el desprenderse de objetos, inútiles para muchos, pero especiales para el acumulador.

¿Por qué se acumula de forma compulsiva?

En la mayoría de los casos, este problema es solo la punta visible de un iceberg que a menudo oculta bajo la superficie conflictos emocionales no resueltos. Estos son algunos de los motivos que pueden llevar a acaparar compulsivamente:

  • Mecanismo de defensa. La acumulación compulsiva constituye un mecanismo de defensa, una forma de protegerse frente a amenazas imaginarias y también un modo de ocultar un fuerte sentimiento de inseguridad ante los cambios.
  • Percepción de control. Da igual lo inservibles que nos puedan parecer todos esos cachivaches a los demás. La persona disposofóbica necesita tener sus pertenencias consigo, aunque no sirvan para nada, porque eso les aporta sensación de control. Frente al malestar interno, la inseguridad o el miedo, el acto de acaparar genera alivio y seguridad.
  • Vínculo emocional. A menudo atesoramos recuerdos porque nos conectan a situaciones que han sido emocionalmente importantes para nosotros. El problema llega cuando convertimos esas cosas en una prolongación de nosotros mismos. Para las personas con trastorno de acumulación cada uno de esos artículos es único, especial e insustituible, así que ni se plantean la idea de perderlos. Utilizan las cosas materiales como un modo desesperado de aferrarse a un pasado que no quieren dejar ir. Desprenderse de objetos asociados a experiencias felices es lo mismo que renunciar a esos momentos y a su recuerdo. «Cuando tiras cosas, tiras parte de tu vida», dice Julita Salmerón en un momento de Muchos hijos, un mono y un castillo.
  • Respuesta al trauma. Una de las causas que pueden llevar a la acumulación compulsiva es haber atravesado una situación traumática. Puede que en cierto momento de la vida se haya atravesado una situación de precariedad importante (ruina, guerra, desahucio…) y haya quedado enquistado el miedo a que aquello se repita. O también es posible que haya un duelo no resuelto y la persona conserve determinadas pertenencias como una forma de mantener viva la presencia de lo perdido. Siente que tirarlas es una forma de alejarse de aquello que ya no está. Por otra parte, no es extraño que quien ha sufrido rechazo o abusos de algún tipo se resistan a deshacerse de sus cosas, porque sienten que es lo que hicieron con ellos. Simbólicamente, conservándolas están también rescatándose o cuidándose a sí mismos. Al fin y al cabo, las cosas no nos hacen daño, pero los seres humanos sí.
  • Huir de la soledad. Cuando en la vida no hay vínculos afectivos lo bastante sólidos ni una red de apoyo emocional suficientemente estable, la obsesión por acaparar cosas se convierte en una forma de escapar de la soledad. En estos casos, los objetos funcionan como sustitutos de los afectos y como una forma de llenar ese vacío. En una estancia repleta de muebles, cuadros y múltiples enseres la persona no se siente tan sola. El problema es que el acumular sin orden ni concierto hace que muchas veces el aislamiento sea aún mayor. Por un lado, porque el acumulador no deja que nadie entre en su casa. Por otro, porque, si se lo permite a alguien y este solo ve desorden y ningún lugar donde sentarse, probablemente no quiera volver.
  • Prepararse para el futuro. El miedo a lo que pueda venir o a un posible periodo de escasez puede desembocar en la conducta de adquirir nuevos objetos, conservar los que ya se tenían y almacenarlos todos “por si acaso”.

¿Cómo distinguir entre una persona desordenada y otra acumuladora compulsiva?

Algunos síntomas y signos que pueden ayudarnos a distinguir entre desorden y trastorno de acumulación compulsiva:

  • Dificultad para deshacerse de las pertenencias personales, incluso de aquellas que son inútiles, están inservibles o son de escaso valor. Asimismo, hay una incapacidad para seleccionar o decidir qué cosas sirven y cuáles no. Esto es, en gran parte por el vínculo emocional que se genera con ellas. Por ejemplo, da igual que una plancha no funcione; si perteneció a la abuela es razón suficiente para conservarlo.
  • Angustia ante la sola idea de renunciar a todo o parte de lo acumulado
  • Desorden creciente en casa, en el lugar de trabajo o en cualquier otro espacio, que puede llegar a dificultar el poder moverse con facilidad. A veces, el caos es tal que algunas habitaciones quedan inutilizadas para lo que estaban destinadas en un principio y se pierden cosas importantes (dinero, facturas, documentación). Lo acumulado llega a ocupar hasta dos tercios del espacio habitable del domicilio de manera caótica, complicando bastante la vida diaria. Nunca hay espacio suficiente para guardar todo lo que se acumula. Incluso puede llegarse a buscar otros lugares, como trasteros o garajes, para seguir almacenando.
  • Tendencia a comprar, también de forma compulsiva, una cantidad excesiva de artículos bien porque son una ganga o para almacenarlos «por lo que pueda pasar». No importa si es algo que necesita o no. Esta urgencia se extiende también a recoger cualquier cosa que le den o que encuentre por si le sirve más adelante.
  • Búsqueda de todo tipo de excusas para evitar que familiares o amigos vayan a casa y presencien el desorden. A veces, incluso se impide la entrada a personal técnico que tenga que realizar algún tipo de reparación.
  • Conflictos con aquellas personas que intentan poner orden en el caos, especialmente si conviven con el acumulador.

La imagen inferior pertenece a una serie que muestra 9 fotos de diversas estancias (sala de estar, cocina, dormitorio). Están ordenadas de 1 (sin desorden) a 9 (grado más severo de acumulación), según la cantidad de objetos acumulados. Se trata de la Clutter Image Rating Scale (CIRS), instrumento para evaluar la acumulación compulsiva y la gravedad del desorden.

Clutter Image Rating Scale (CIRS)

Clutter Image Rating Scale (CIRS).

Lo que NO debes hacer si tienes un familiar o un amigo con disposofobia

  • Insistir en ayudarle a ordenar sus cosas. Es muy posible que tu ser querido rechace tu oferta si aún no está motivado para cambiar. Y, sobre todo, si está convencido de que él no tiene un problema. A veces, aunque acepte que tiene un problema, el sentimiento de vergüenza puede dificultar que pida o acepte ayuda. De cualquier manera, recuerda que la motivación no es algo que se pueda forzar.
  • Tomar la decisión de limpiar y ordenar su casa de forma unilateral. El trastorno de acumulación no se soluciona limpiando y ordenando y menos deshaciéndonos de cualquier cosa sin permiso. Sobre todo, si antes no se ha tratado el problema de base que lo ha originado. Lo más probable es que aumente la intensidad de la angustia y la persona acumuladora acabe apegándose todavía más a sus pertenencias. Incluso, la desconfianza puede llevar a que rechace cualquier tipo de ayuda en el futuro.
  • Aleccionarle sobre cómo debe vivir. Todos, incluyendo acumuladores y acumuladoras, tenemos derecho decidir qué hacer con nuestras pertenencias y a elegir cómo queremos vivir.
  • Ponerse en modo «ordeno y mando». En vez de adoptar una posición culpabilizadora y exigirle que se deshaga de «todos esos trastos», es mejor acercarse con empatía y respeto. Tratar de comprender la importancia de esos objetos para la persona a quien nos dirigimos. No se trata tanto de imponer qué debe conservar o tirar, como de descubrir qué podría ayudarle a deshacerse de esas cosas u organizarlas.
  • Invalidarle como persona. En vez de hacerle sentir mal por todo lo que tiene amontonado y recurrir a desafortunados calificativos, ayudarle a ver cómo esto interfiere con los objetivos o valores que él o ella pueda tener. Por ejemplo, si la persona se deshace de los objetos acumulados, podrá tener una vida social más rica.

En terapia

Lo primero es que la persona con trastorno de acumulación tome conciencia de su problema, que no siempre es fácil. El tratamiento pasa por aprender a cuestionarse pensamientos y creencias irracionales acerca de la necesidad de adquirir y acumular cosas y sobre qué valor se les asigna. También habrá que reprocesar las experiencias traumáticas que pudiesen haber desencadenado el trastorno (cuando hay algún trauma la terapia EMDR ha demostrado ser especialmente efectiva). Asimismo, es necesario asumir que puede haber recaídas (y trazar un plan para afrontarlas). Las técnicas de relajación también forman parte del tratamiento y, en ocasiones, puede ser necesario apoyo farmacológico.

El objetivo está en que, poco a poco, la persona acumuladora empiece a desprenderse de lo que tiene acumulado y no sirve y, de paso, aprenda a tolerar el malestar o disgusto que produce el tener que hacerlo.

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados 1254 836 BELÉN PICADO

Cada día, miles de personas se ven obligadas a abandonar su país por sus ideas políticas, su condición sexual o para escapar de la guerra, entre otras muchas causas. Y, aunque sus historias pueden ser muy diferentes, también tienen características en común. Da igual si han huido de Ucrania, Venezuela, Siria o Afganistán. Ansiedad, indefensión, insomnio, tristeza, estado de hipervigilancia o culpa por haber dejado atrás a los seres queridos son solo algunos de los síntomas que se repiten en la mayoría de ellos y que el psiquiatra Joseba Achotegui englobó hace ya veinte años bajo el nombre de Síndrome de Ulises.

Según el informe anual de Tendencias Globales de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado), a finales de 2021 había 89,3 millones de desplazados por guerras, violencia, persecución y violaciones de los Derechos Humanos. Actualmente, y tras la invasión rusa a Ucrania, la cifra supera ya los 100 millones. De un día para otro, hombres, mujeres y niños se ven obligadas a dejar su hogar y a enfrentarse a las situaciones más peligrosas.

Sin embargo, y aunque lleguen a un lugar seguro, muchos de estos refugiados y refugiadas seguirán en estado de alerta durante mucho tiempo. Es posible que sus vidas ya no corran peligro, pero hay una parte de ellos que aún no se siente a salvo. Y es que, a veces, las heridas del alma, aunque menos visibles que las físicas, permanecen durante mucho más tiempo.

Qué es el Síndrome de Ulises

Joseba Achotegui, fundador y director del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, eligió el nombre en recuerdo del protagonista de una de las grandes obras de la mitología clásica, La Odisea. En este relato, Homero cuenta cómo Ulises, tras finalizar la guerra de Troya, tardó nada menos que diez años en poder volver a su hogar. Y en ese tiempo tuvo que enfrentarse a numerosos y peligrosos retos.

Es importante aclarar que el Síndrome de Ulises, también denominado Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple, no es una enfermedad ni un trastorno, aunque incluya síntomas compatibles con la depresión o la ansiedad, por ejemplo. Achotegui lo define como un «cuadro reactivo de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas (…). A nivel metafórico, es como si en una habitación se subiera la temperatura hasta los cien grados. Tendríamos mareos, calambres… ¿Estaríamos enfermos por padecer estos síntomas? Decididamente, no. Cuando saliéramos al aire libre, estos síntomas desaparecerían porque simplemente se corresponderían con un intento de adaptación fisiológica a esa elevada temperatura ante la que no funciona nuestra termorregulación».

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Aunque emigrar nunca ha sido fácil, no es lo mismo dejar tu país porque quieres iniciar un nuevo proyecto de vida que verse obligado a huir de una guerra para salvar tu vida. En este sentido, hay tres tipos de duelos según su intensidad:

  • Duelo simple. Es el duelo migratorio que vive todo aquel que deja su hogar y se refiere a la elaboración de las pérdidas que conlleva este proceso. Cuando la migración es voluntaria, la sociedad de destino es acogedora o hay unas adecuadas estrategias de afrontamiento por parte de la persona migrante, es más fácil que ese duelo sea elaborado.
  • Duelo complicado. Puede ocurrir que la decisión de migrar no sea necesariamente voluntaria, que haya cierto grado de hostilidad en el país de destino y/o que las características emocionales y psicológicas de la persona no sean las más adecuadas. Sin embargo, pese a estas dificultades la persona puede transitar su duelo.
  • Duelo extremo. En este caso, las dificultades son tan grandes que superan la capacidad de adaptación de la persona impidiéndole completar el proceso (este sería el duelo propio del Síndrome de Ulises). Es lo que les ocurre a quienes se ven obligados a huir de su país, casi siempre de forma irregular; a los que llegan a sociedades que no los acogen; o a aquellas personas que por su situación personal, no están emocionalmente preparados para pasar por este proceso de forma adecuada.

Síntomas depresivos, ansiosos, somáticos y disociativos

Joseba Achotegui engloba la sintomatología en cuatro áreas:

1. Área depresiva

Los síntomas más frecuentes en este apartado, relacionado con el apego y con los vínculos que se dejan en el país de origen, son:

  • Tristeza constante. Esta emoción va unida al sentimiento de fracaso por no haber cumplido con las propias expectativas y/o las de la familia, por no poder elaborar todas las pérdidas sufridas, por estar lejos de los seres queridos…
  • Llanto. Es el modo en que se exterioriza esa tristeza y es común tanto en mujeres como en hombres. Aunque estos últimos procedan de culturas donde se les enseñe a controlar el llanto, la emoción es tan intensa que no logran evitarlo.

También suelen darse sentimientos de culpa, baja autoestima y, en ocasiones, ideas de muerte. Sin embargo, estas últimas son muy poco frecuentes. En general, quienes dejan atrás su país son personas con una gran capacidad de lucha.

La situación familiar tiene bastante que ver con la aparición de estos síntomas. De hecho, es habitual que haya más sintomatología depresiva en personas solas que en aquellas que están en el nuevo país con pareja, hijos o familia.

2. Área de ansiedad
  • Tensión y nerviosismo. Esta tensión aparece por las difíciles circunstancias que deben enfrentarse en el día a día, por el enorme esfuerzo que se pone en luchar por sobrevivir y seguir adelante y por el miedo, no solo ante los peligros del trayecto, sino también ante los que puedan encontrarse en el nuevo destino.
  • Pensamientos recurrentes e intrusivos y preocupaciones excesivas debidas a las dificultades inherentes a la nueva situación. La persona migrante tiene que tomar importantes decisiones sin contar con la información suficiente o sin poder analizar diferentes opciones. Y todo esto, a menudo, sin ningún apoyo.
  • Irritabilidad. Es menos frecuente que los anteriores síntomas y depende mucho del lugar de procedencia. En las culturas orientales, por ejemplo, se tiende a controlar más la expresión de las emociones. La irritabilidad se ve más en menores que en adultos.
  • Insomnio. Las preocupaciones y el hecho de que la noche sea el momento en que se sienta más la soledad y vengan todos los miedos, recuerdos o pensamientos intrusivos a menudo dificulta el sueño. Eso sin contar con que, en muchas ocasiones, las condiciones de las viviendas no son las más adecuadas.
3. Área de somatización

A menudo, los síntomas psicológicos van acompañados de problemas físicos, como fatiga, cefalea, astenia, mareos, molestias osteoarticulares, etc.

La cefalea, el síntoma más frecuente junto a la fatiga, suele ser de tipo tensional y se asocia a altos niveles de estrés. En cuanto a la fatiga, la falta de motivación y estímulo hace que la persona se sienta cada vez con menos energías.

4. Área confusional

Cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, pueden aparecer confusión, fallos en la memoria y la atención, desorganización, despersonalización, desrealización, desorientación temporal y espacial.

En la aparición de algunos de estos síntomas disociativos influye, en parte, el hecho de verse obligados, por ejemplo, a intentar pasar desapercibidos. O a tener que mentir para ocultar una situación irregular. Incluso mienten sobre su situación a sus familiares para evitar defraudarlos o preocuparlos. Y todo esto acaba favoreciendo la confusión y la desconfianza en las relaciones.

Factores de riesgo

No todos los refugiados o todos los migrantes van a sufrir el Síndrome de Ulises. Más que de la nacionalidad o del estatus social, por ejemplo, la posibilidad de desarrollarlo depende más de factores como la vulnerabilidad de la persona o el tipo de estresores que tenga que afrontar.

En cuanto al grado de vulnerabilidad, en la capacidad para poder elaborar una situación de duelo extremo influye mucho la edad, la historia personal (experiencias tempranas traumáticas) o posibles problemas de salud previos, tanto físicos como mentales (depresión, abuso de alcohol o de otras sustancias, etc.).

También juegan un papel importante ciertos factores externos a los que la persona va a tener que hacer frente. Hay distintos niveles de estresores: desde las dificultades normales que supone aprender un nuevo idioma y adaptarse a nuevas costumbres hasta limitaciones mucho más graves, como no poder conseguir los papeles o tener que vivir escondido. Estos estresores son:

  • Soledad. La separación forzada de los seres queridos supone para muchos migrantes y refugiados un estresor muy difícil de gestionar, especialmente si están en situación irregular y se encuentran con la imposibilidad de llevar a cabo la reagrupación familiar o ni siquiera pueden ir de visita a su país. Esta soledad es especialmente dura para quienes proceden de culturas «en las que las relaciones familiares son mucho más estrechas y en las que las personas, desde que nacen hasta que mueren, viven en el marco de familias extensas que poseen fuertes vínculos de solidaridad».
  • Duelo por el fracaso del proyecto migratorio. Es sumamente complicado mantener la esperanza ante la ausencia total de oportunidades y cuando no hay manera de dejar de ser un «indocumentado» o de acceder al mercado laboral sin tener que trabajar en condiciones de explotación. Y todo esto después de pasar, en muchas ocasiones, por situaciones muy peligrosas o tras realizar un gran desembolso económico. Si, además, ese fracaso se produce en soledad la desesperanza y el sentimiento de impotencia y desesperación es aún mayor.
  • Lucha por la supervivencia. Los refugiados y migrantes en condiciones extremas se encuentran con grandes dificultades para cubrir necesidades tan básicas como poder alimentarse bien o conseguir un techo bajo el que dormir.
  • Miedo. Los peligros relacionados con el viaje migratorio pueden generar auténtico terror. Desde el trayecto en pateras, en escondites dentro de camiones o bajo las bombas, hasta las amenazas de las mafias, las redes de prostitución o de trata o el riesgo de sufrir abusos de todo tipo.

Para Joseba Achotegui «esta combinación de soledad, fracaso en el logro de los objetivos, vivencia de carencias extremas y terror serían la base psicológica y psicosocial del Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (Síndrome de Ulises)».

Y, por si los problemas con los que se encuentran estas personas fueran pocos, en muchos casos hay una enorme carencia de redes de apoyo social. Esto no hace más que empeorar estos estresores y, de paso, favorecer la aparición del Síndrome de Ulises. No solo están en un país desconocido. En numerosas ocasiones, también se encuentran desprotegidas, sin nadie a quien acudir o pedir ayuda antes situaciones de abusos, violencia o discriminación.

Ansiedad, tristeza, insomnio, confusión o culpa son algunos síntomas del Síndrome de Ulises.

Los niños también

Achotegui explica en una entrevista que el Síndrome de Ulises no solo puede afectar a los niños, sino que, además, estos lo vivirán «en peores condiciones porque están en un proceso de crecimiento y maduración y vivir una migración extrema les afecta profundamente y les desestructura. Se rompen las familias y para los niños es todavía peor que para los adultos, que son personas con más recursos y con un ‘yo’ ya formado».

El hecho de que no puedan expresarse como los adultos no significa que este tipo de situaciones no les afecten. Los profesores de psicología Juan Carlos Fernández y Fernando Miralles y la psicóloga e investigadora Neidy Zenaida Domínguez explican en un artículo que cito al final de este post cómo los niños en edad preescolar pueden mostrar ansiedad por separación o angustia ante personas extrañas, así como trastornos del sueño y, en ocasiones, enuresis. Asimismo, durante la edad escolar es posible que aparezcan «conductas agitadas o desorganizadas» en mayor medida que el miedo o la indefensión que suelen mostrar los adultos. También suelen reflejar el trauma de una forma simbólica, a través del dibujo o del juego.

Es importante también comprender que necesitan mucha protección y apoyo y que lo peor para ellos es la separación de sus padres. De hecho, hay investigaciones que demuestran que, a nivel psicológico, un niño está mejor con sus progenitores, aunque sea bajo un ambiente de violencia.

Bibliografía

Achotegui, J. (2012) Emigrar hoy en situaciones extremas. El Síndrome de Ulises. Aloma, Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 30 (2), pp. 79-86.

Achotegui, J. (2008) Duelo migratorio extremo: el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Revista de Psicopatología y Salud Mental del Niño y del Adolescente, 11, pp. 15-25.

Fernández, J., Domínguez, N. y Miralles, F. (2020) El Síndrome de Ulises: El estrés límite del inmigrante. Revista de Estudios en Seguridad Internacional, 6 (1) pp. 101-117.

«Los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo. Antes de ser desplazados llevaban una vida normal y su mayor sueño es recuperarla» (Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU)

El TOC de amores lleva a la persona a dudar continuamente de sus sentimientos hacia su pareja.

«Lo quiero, no lo quiero…»: Así afecta el TOC de amores a tu relación de pareja

«Lo quiero, no lo quiero…»: Así afecta el TOC de amores a tu relación de pareja 1254 836 BELÉN PICADO

«¿Lo quiero de verdad?», «¿Será realmente la mujer de mi vida?», «¿Y si resulta que hay otra persona mejor esperándome?», «Si me fijo en otras personas significa que no lo amo lo suficiente»… Tener dudas cuando estamos en una relación es lo más normal del mundo. Pero si nos pasamos la vida deshojando la margarita y esas dudas aparecen sin motivo aparente, se vuelven obsesivas, empiezan a ocupar gran parte del día, no podemos controlarlas y hacen que vivamos en una angustia constante podríamos estar ante un TOC de amores o TOC relacional.

Aunque no está incluido dentro de las categorías que aparecen en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), el TOC de amores se considera un subtipo del trastorno obsesivo compulsivo. Se trata de un problema cada vez más habitual y que provoca un tremendo sufrimiento en quien lo padece. Hasta el punto de llegar a romper una relación que podría ser estupenda solo para huir de la ansiedad y la angustia.

Trastorno obsesivo compulsivo y TOC de amores

El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia de pensamientos intrusivos, recurrentes, persistentes e incontrolables que producen una gran ansiedad. Esta ansiedad, a su vez, es contrarrestada a través de conductas repetitivas denominadas compulsiones.

Los TOC más conocidos son aquellos en los que las compulsiones consisten en comportamientos y rituales repetitivos como lavarse las manos, ordenar o comprobar las cosas, etc. Sin embargo, también hay un subtipo denominado TOC primariamente obsesivo o TOC puro en el que los pensamientos intrusivos y obsesivos tienen un mayor peso y la compulsión, al ser habitualmente mental, es mucho menos evidente. El TOC relacional pertenecería a este subtipo.

En realidad, es un auténtico círculo vicioso: hay un hecho o una suposición que lleva a la persona a albergar dudas obsesivas acerca de sus propios sentimientos y que le generan mucha ansiedad. Para neutralizar el malestar, recurre a las compulsiones (conductuales o mentales), pero el alivio que obtiene es solo temporal. No tardan en aparecer nuevas dudas… y vuelta a empezar.

De este modo, el problema se prolonga en el tiempo generando un estado permanente de angustia que a menudo complica la intimidad en la pareja (física y emocional) y acaba por bloquear la capacidad de conexión emocional. Dificultades que la persona puede tomar como otro síntoma más de desenamoramiento.

Las dudas obsesivas y permanentes del TOC de amores causan un enorme malestar.

Las obsesiones…

Hay muchísimas preocupaciones, dudas y temores que pueden asaltarnos si tenemos TOC relacional. Estas son algunas de las obsesiones más habituales:

  • Dudas respecto a los sentimientos hacia la pareja. «¿Me atrae lo suficiente?», «¿Es la persona indicada para mí?», «No me enamoré a primera vista, así que quizás no sea amor de verdad», «¿Y si no la quiero?», «Si no pienso en ella todo el día será que no la amo».
  • Enfocarse en los posibles defectos o características negativas de la personalidad o del aspecto físico de la pareja. Experimentar sensación de rechazo. «En ocasiones lo veo y ya no me atrae, incluso me desagrada», «No es lo suficientemente inteligente, guapo, simpático…», «Hay veces que no disfruto del sexo con ella como antes, esto debe de ser una señal de que no me atrae sexualmente y, por tanto, estoy en la relación equivocada».
  • Incertidumbre respecto al futuro como pareja. Cada día que pasa y con cada nueva duda la persona llega a la conclusión de que su relación está abocada al fracaso y la ruptura es inminente.
  • Imágenes intrusivas. En su fantasía, la persona se imagina a sí misma con otro/a y, aunque son imágenes que le atormentan, no es capaz de detenerlas. «En la oficina hay un compañero que me parece atractivo, tal vez eso quiera decir que ya no quiero a mi marido», «He tenido una fantasía sexual con otra persona, seguro que es porque ya no estoy enamorada de mi pareja».
  • Preocupación obsesiva ante la posibilidad de dañar emocionalmente a la pareja al permanecer en una relación sin saber si la ama verdaderamente. Esta preocupación va unida generalmente a la idea de considerarse mala persona y no sentirse merecedor del amor de su pareja.

En el TOC de amores hay mucha incertidumbre respecto al futuro de la relación.

… Y las compulsiones

Ante las obsesiones, la persona con TOC de relación intentará tranquilizarse y eliminar la angustia buscando pruebas, comprobaciones y chequeos constantes para ver si sus sentimientos son reales, sumergiéndose aún más en esta angustiosa espiral de dudas obsesivas. Estas son las compulsiones más comunes:

  • Comparar la relación con relaciones anteriores, con otras parejas o, incluso, con las que salen en películas o novelas. También pueden establecerse comparaciones entre el inicio de la propia relación y la situación actual, que no sale muy bien parada entre otras cosas por estas dudas obsesivas.
  • Buscar en internet las características que debe reunir una «relación perfecta» o, por el contrario, leer con ansia ese artículo que te revela «las 10 señales que indican que ya no amas a tu pareja».
  • Comprobar si mi pareja sigue atrayéndome mirando sus fotografías, observando si me acuerdo de ella cuando no estamos juntos o fijándome en otras personas para ver hasta qué punto me resultan atractivas.
  • Analizar racionalmente cualquier detalle del vínculo. Revisar qué siento al besar a mi pareja o mi nivel de excitación y de conexión al mantener relaciones sexuales. Examinar la historia de mi relación en busca de argumentos que me indiquen si seguiremos juntos mucho tiempo.
  • Hipervigilancia. Estar en continuo estado de alerta, poner constantemente a prueba a mi pareja en busca de señales que muestren si es la adecuada.
  • Autocastigame. El mismo hecho de tener tantas dudas hace que me vea como una mala persona hasta el punto de convertirme en mi más feroz crítico, lo que aumenta la culpabilidad y la ansiedad. Y, de paso, mi autoestima se resiente.
  • Evitar. Con el fin de alejar todo atisbo de duda, haré lo posible por huir de cualquier tipo de intimidad con mi pareja, no le expresaré mis sentimientos ni tendré muestras de cariño y me alejaré de cualquiera que pueda resultarme mínimamente atractivo.

En resumen, me enredaré en una búsqueda constante de pruebas que confirmen (o desmientan) el amor que siento por mi pareja.

¿Por qué aparece el TOC de amores?

Las dudas obsesivas que caracterizan al TOC de amores pueden aparecer en cualquier momento de la relación, bien a partir de un hecho determinado que las desencadene o sin que haya ningún detonante determinado. Llegan cuando la relación empieza a hacerse más seria, cuando ya llevamos un tiempo y nos damos cuenta de que hemos dejado de sentir mariposas en el estómago, si nuestra pareja ha hecho algo que nos ha decepcionado… En ocasiones, incluso, el detonante puede estar en una simple película en la que nos percatamos de que el vínculo que une a la pareja protagonista, por ejemplo, parece mucho más profundo e intenso que el que nosotros mantenemos .

La idealización del amor romántico y las expectativas irreales que conlleva dicha idealización tienen mucho que ver con este problema. No existen las relaciones ideales ni las mariposas se van a quedar a vivir en nuestro estómago para siempre. La conexión emocional entre los miembros de una pareja va mucho más allá de la intensidad de los primeros encuentros. O de querer estar con esa persona cada minuto del día. Es normal que haya momentos en que tu pareja ‘te caiga mal’ o que necesites unos días para ‘echarle de menos’ y eso no significa que no le quieras o que vuestra relación esté en peligro. Un ejemplo más de esta idealización es creer que si alguien está realmente enamorado jamás podría sentir atracción por otra persona.

Otros factores que influyen en su aparición:

  • Modelos inadecuados y experiencias adversas en la infancia. Por ejemplo, ser testigo del divorcio traumático de los padres. O vivir en un hogar donde las figuras de apego mantienen una insana relación de pareja. Un ambiente rígido, controlador y opresivo en los primeros años, además, favorece que se desarrolle una personalidad dependiente, llena de dudas y sin suficiente capacidad para tomar decisiones.
  • Antecedentes familiares de trastornos de ansiedad o trastorno obsesivo compulsivo.
  • Responsabilidad excesiva, perfeccionismo y autoexigencia. Somos personas reales y, como tales, somos seres imperfectos con luces y también con sombras. Al fin y al cabo, esas imperfecciones son las que nos hacen también únicos
  • Intolerancia a la incertidumbre. Cuando una persona necesita tenerlo todo bajo control y no es capaz de tolerar la más mínima ambigüedad, cualquier señal de duda, por mínima que sea, crecerá y crecerá hasta convertirse en una enorme obsesión que la atormentará durante todo el día.
  • Relaciones traumáticas en el pasado. Haber sufrido un importante fracaso sentimental o haber vivido situaciones traumáticas con parejas anteriores también puede influir en la aparición del TOC de amores.
  • Pensamiento todo o nada. Para quien sufre este trastorno no hay término medio. Si aparece un conflicto en la pareja, ni siquiera llega a cuestionarse que pueda tratarse de una simple discusión o de una crisis que pueda resolverse. O la relación es perfecta y totalmente satisfactoria o está destinada al fracaso.

¿Cómo puedo saber si es TOC de amores o si realmente no quiero a mi pareja?

Ya hemos dicho antes que tener dudas respecto a nuestra relación es totalmente normal. Una señal de que estamos ante un TOC de amores es la intensidad y lo disruptivos que sean esos pensamientos. En el TOC nuestra mente se convierte en una centrifugadora: los pensamientos son constantes, incontrolables, intensos y generan mucho malestar. Tanto que puede llegar a impedir realizar con normalidad los quehaceres cotidianos.

Otra pista es que estas dudas son resistentes a cualquier evidencia o prueba de realidad. Da igual las listas de ventajas e inconvenientes que hagas o que recabes las opiniones de cien personas distintas. Y es que las obsesiones pueden llegar a hacer que veamos certezas donde no las hay, aunque la realidad esté poniendo delante de nuestros ojos que nuestros temores no tienen ningún fundamento.

También puede ayudar a aclararse repasar las características del trastorno (que hemos enumerado más arriba).

De cualquier manera, es importante asumir que nunca estaremos seguros al cien por cien de que la pareja que hemos elegido sea la ‘correcta’. Porque enamorarse es un riesgo.  Y cuando decidimos implicarnos en una relación nos exponemos a la posibilidad de tener éxito, pero también a que la cosa no funcione…

Qué hacer

La aceptación es el primer paso. Cuanto más luches contra las obsesiones, mayor será el malestar y más probabilidad de que se refuercen. Del mismo modo, procura no responder a esos pensamientos obsesivos con actos mentales y/o conductuales destinados a que desaparezcan porque se intensificarán más.

Recuerda que los pensamientos solo son pensamientos, no son hechos. Imaginarse algo continua e intensamente no lo convierte en real. Y, a menudo, ni siquiera serán tus pensamientos reales, sino que estarán pasados por el filtro del TOC.

Busca el apoyo de dos o tres personas de confianza a quienes puedas contarles lo que te pasa. Una de esas personas incluso puede ser tu pareja. No se trata de convertir el TOC en el centro de la relación, pero compartirlo te ayudará a aceptarlo y a verlo con naturalidad.

Se trate de TOC o no, si las dudas y los pensamientos obsesivos son recurrentes y te causan malestar lo mejor es solicitar ayuda psicológica.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Es posible sobrevivir a la relación con un psicópata y salir reforzada.

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada)

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada) 1487 706 BELÉN PICADO

«Si tienes un psicópata en tu vida, no te detengas… ¡Corre!». No lo digo yo. Lo dice Robert Hare, psicólogo forense canadiense y uno de los mayores expertos en psicopatía. Así que, si es tu caso, ya sabes cuál es el primer paso para sobrevivir a la relación con un psicópata integrado: alejarte todo lo que puedas. No busques explicaciones, no te engañes pensando que va a cambiar… ¡Corre! Y si resulta que es él quien te ha dejado, aléjate igualmente. Aunque al principio te parezca imposible, con el tiempo mirarás hacia atrás y pensarás «¡De la que me he librado!».

No nos vamos a engañar. El proceso de recuperación tras la relación con un psicópata (o con un narcisista) no es rápido ni fácil. Pero puedes recuperar tu propia vida, mirarte en el espejo y volver a reconocerte.

Para empezar, olvídate de creencias como «Si yo cambio, quizás todo se arregle» o «Si soy más tolerante con él seguro que cambia su actitud conmigo». No. No va a cambiar. Ni por ti, ni por nadie. Los psicópatas no conocen la empatía, la culpa, los remordimientos ni la vergüenza. Quien puede cambiar y transformarse en una sombra de lo que fuiste eres tú si permaneces a su lado.

Para sobrevivir a un psicópata deberás aprender a rodearte de personas que te hagan sentir bien, recuperar tu identidad, mejorar tu autoestima y volver a hacer lo que te gustaba, entre otras cosas. Todo esto es posible. Habrá momentos en que flaquees y es normal. Pero no te rindas porque mereces volver a disfrutar de la vida y posees la capacidad para lograrlo. Tienes una vida por delante que saborear y no puedes permitir que nadie lo impida.

Finalizar la relación

Aunque lo mejor es cortar toda comunicación y alejarte, por lo general, el psicópata no va a tolerar que lo dejes tan fácilmente. Al principio, puede que trate de apelar a tu comprensión y a tu amor, asegurándote que no puede vivir sin ti y prometiéndote por enésima vez que va a cambiar. Incluso es posible que haga por ti cosas que nunca hizo antes. No te dejes engañar. No lo hace por ti, sino para demostrarse a sí mismo que puede tenerte comiendo de su mano cuando quiera. Si esto no le funciona, o bien recurrirá al chantaje emocional haciéndose la víctima y tratando de hacerte sentir culpable o pasará al ataque directo. Te insultará, te ninguneará, intentará humillarte, hablará mal de ti a terceros. Es necesario que contemples todos estos escenarios porque así podrás estar preparada para sus intentos de manipulación.

Todo lo anterior puede ocurrir si eres tú quien rompe la relación. Pero también puede pasar que sea él quien termine contigo porque ya no le seas útil o porque haya encontrado otra persona a quien manipular. En este caso es posible que te sientas terriblemente mal porque se habrá ocupado previamente de hacerte creer que sin él no eres nada. Pero, créeme, es lo mejor que te podría pasar.

En cualquier caso, no esperes encontrar una explicación a este comportamiento repasando mentalmente, una y otra vez, los últimos meses de la relación o sus palabras. Ni tampoco esperes que se disculpe contigo. Desde una mente sana es muy difícil comprender y asumir que un ser humano sea capaz de mostrar, deliberadamente, un comportamiento tan dañino, así que nuestro cerebro buscará una explicación coherente. Pero la realidad es que los psicópatas no tienen empatía y no les importa en absoluto cómo se siente el resto de la Humanidad, tú incluida. Y si alguna vez te ha parecido intuir algo de empatía en su actitud, solo estaba fingiendo para manipularte.

Si un psicópata ha pasado por tu vida cual vendaval, en lo que has de enfocarte es en fortalecerte y en reconectar contigo misma. No es fácil ni rápido, pero es posible sobrevivir e, incluso, salir reforzada.

Nada de contacto

En esto no hay flexibilidades ni negociaciones que valgan. Es necesario e indispensable romper todo contacto con esa persona. Cierra cualquier vía de comunicación. Bloquéalo en whatsapp y en tus redes sociales para no tener que seguir viendo información sobre él. Empapelar su muro con comentarios sobre lo feliz que es e, incluso, con imágenes con su ‘nuevo amor’ será una de sus estrategias para seguir ejerciendo su poder sobre ti. Olvídate también de crearte un perfil falso para espiarlo porque solo conseguirás desestabilizarte y obstaculizar tu proceso de recuperación.

Asimismo, evita encuentros con amistades o personas que tengáis en común y deshazte de lo que pueda recordarte a él (fotos, regalos, ropa, etc.). Y, por supuesto, no quedes para que te dé «una explicación» o para «acabar civilizadamente». Todo esto puede parecer muy extremo, pero una situación así requiere medidas radicales.

Si existe algún vínculo legal, posiblemente tratará de prolongar el proceso de separación. Al fin y al cabo, para él eres de su propiedad y le perteneces. Tanto en este caso como si tenéis hijos, limita el contacto al mínimo. Siempre que sea posible, intenta comunicarte a través de un abogado o dejar ciertos trámites en manos de una tercera persona.

Es normal que al principio te sientas mal, con mucha ansiedad y una enorme sensación de vacío. Te acostarás y levantarás pensando en él, pasarás las horas muertas mirando el móvil y esperarás que aparezca en cualquier momento. También experimentarás sentimientos contradictorios y pasarás de odiarlo a desear que se dé cuenta de lo que ha perdido y vuelva arrepentido y transformado en el hombre que tú querías ver en él. Pasar por todo esto es duro, pero piensa que es un precio muy pequeño a pagar por mantener tu cordura, tu salud emocional y tu bienestar.

¿Vengarte? Ni te lo plantees

Puede que sientas una intensa sed de venganza contra quien tanto daño te ha hecho. Pero, de verdad, es una pésima idea. El mejor desprecio es no hacer aprecio, decía mi abuela. Refrán, que en este ámbito viene a decir que la mejor venganza para un psicópata es la indiferencia total, ignorar por completo su existencia. Además, declarar la guerra a estos sujetos es una batalla perdida. Nunca podrás competir en falta de empatía o, en muchos casos, en crueldad. Mejor enfoca esa energía que te da el enfado en recuperarte y en aprender sobre ti para no repetir patrón a la hora de elegir tu próxima pareja. Eso sí que será una victoria.

En su libro El acoso moral, la psiquiatra Marie-France Hirigoyen advierte: «No se vence nunca a un perverso. A lo sumo, se puede aprender alguna cosa acerca de uno mismo. A la hora de defenderse, a la víctima le dan tentaciones de recurrir a los mismos procedimientos que utiliza su agresor. Sin embargo, debe saber que, si se encuentra en la posición de víctima, es la menos perversa de los dos. La situación no se puede invertir tan fácilmente. Utilizar las mismas armas que el agresor no es de ningún modo aconsejable».

No caigas en la trampa de la triangulación

La triangulación se produce cuando aparece una tercera persona en la vida del psicópata. Bueno, en realidad, más que aparecer es él quien la introduce en escena de forma deliberada. De repente, se muestra encantado con una nueva conquista, le presta mucha atención, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está… Y, por supuesto, se las ingeniará para que te enteres, además de hacerte saber, sutil o descaradamente, que ella tiene todo lo que a ti te falta.

Tú te preguntarás cómo es posible que te haya olvidado con tanta facilidad cuando a ti te está costando tanto sobreponerte a la ruptura. La respuesta está en que él no tiene que recuperarse de unos sentimientos que probablemente no eran sinceros o, al menos, eran muy superficiales. Y, por otra parte, seguramente toda esa dicha de la que presume sea falsa y con ella solo busque aumentar tu inseguridad, dañar tu autoestima y desestabilizarte aún más. Por eso es tan importante que no caigas en esta trampa.

No es oro todo lo que reluce, ni felicidad todo lo que se muestra en las redes sociales. Iñaki Piñuel lo explica en su libro Amor Zero: «Cuando un ex psicópata triangula y te pasa por la nariz su nueva relación no quiere decir que sea muy feliz en ella, sino que provocándote necesita desesperadamente convencerse de que tú no eres suficientemente válido para él o ella y de que ha hecho muy bien sustituyéndote. Eso es señal de que no lo tiene nada claro. Su triunfo es muy precario. Su aparente felicidad es simulada. Un mecanismo psicológico de compensación y proyección explica a la perfección que solamente quien no es feliz necesita decir, contar y probar a los cuatro vientos que es muy feliz».

Tras una relación con un psicópata, corta toda relación con él.

«¿Y si flaqueo?»

Ya dijimos antes que el proceso de recuperación no es fácil ni rápido. A menudo flaquearás y tendrás que hacer una pausa para recordar por qué acabaste (o por qué que te dejara fue lo mejor que te podía pasar). Esos recuerdos que a veces te asaltan y que en tu memoria aparecen como ‘momentos bonitos’ llevan incorporado un filtro de idealización y, de ningún modo, reflejan la realidad de la relación. Es fantástico que la persona a la que amamos tenga detalles o nos diga cosas bonitas… si son sinceras. Pero no cuando son un medio para obtener un beneficio.

Te propongo que hagas una lista con todas las razones por las que te separaste (o por las que estás mucho mejor sin alguien así a tu lado). ¿Te hacía luz de gas? ¿Se dedicaba a humillarte? ¿Hacía que te sintieses culpable? ¿Te aislaba de tus amigos o de tu familia? Una vez que tengas la lista, déjala donde puedas verla y revísala cada vez que tengas la más mínima pizca de nostalgia.

Es necesario que aceptes que todo proceso lleva su tiempo. Respeta tu propio ritmo, escúchate y ve con calma. Sin prisa, pero sin pausa.

Ahora tu prioridad eres tú

El tiempo de estar pendiente de las necesidades de otro se acabó. Ahora te toca priorizarte a ti misma. Trabaja en tu autoestima y practica el autocuidado. Recupera actividades que te gustaban y atrévete a encontrar otras nuevas. Al principio te parecerá imposible porque una de las características del psicópata es que te absorbe toda la energía hasta dejarte anulada y sin fuerzas. Pero poco a poco lo conseguirás. Ahora que has roto ese ‘círculo tóxico’ toca conectar con esas cosas que te hacen feliz, por pequeñas que sean.

Antes hablábamos de la indiferencia como forma de venganza. Pues recuperar todas esas actividades que te gustaban y dejaste de hacer por él es otra vía de demostrarte que no ha podido contigo.

Recupera tu vida social

Retomar la relación con familia y amigos forma parte de la recuperación. Salir y divertirte con gente que realmente te aprecia y te quiere te ayudará en este proceso de desintoxicación. Y si, en el peor de los casos, encuentras menos apoyo del que esperabas siempre puedes conocer a gente nueva. Lo importante es tener una red de apoyo compuesta por personas con quienes puedas contar de forma incondicional y que, si lo necesitas, te recuerden por qué empezaste este proceso de sanación.

Asimismo, puedes descubrir importantes redes de apoyo en otros ámbitos. Por ejemplo, entrando en contacto con grupos de ayuda mutua en los que haya personas en tus mismas circunstancias. Después de todo, quién te va a entender mejor que alguien que haya pasado por lo mismo…

Otro modo de relacionarte es posible

No es extraño que después de la montaña rusa en la que se ha vivido y debido a la intensidad emocional que hay en una relación tan tóxica, una relación normal resulte sosa y aburrida. Y tiene sentido porque te has acostumbrado a vivir en el caos emocional y ahora alguien que te ofrece tranquilidad y estabilidad te resulta extraño y poco familiar. También puede tratarse de un patrón que sigues a la hora de elegir pareja. Tomar conciencia de ello es necesario. Es el primer paso para aprender a relacionarnos de otro modo, evitando involucrarnos una y otra vez en relaciones tóxicas.

Ora posibilidad es que te vuelvas desconfiada y empieces a ver psicópatas y narcisistas por todas partes. O que empieces a salir con alguien y al más mínimo desacuerdo o la más mínima sospecha salgas corriendo. No te angusties. A medida que vayas conociéndote mejor, reconstruyendo tu autoestima, priorizando tus necesidades y aprendiendo a establecer límites sanos, verás cómo desarrollas un eficaz ‘detector’ de personas tóxicas. Y comprenderás que el amor no tiene nada que ver con la manipulación ni con juegos perversos como los que practicaba tu ex pareja.

Busca ayuda profesional

Al haber estado expuesta a un trauma continuado, lo más aconsejable es que acudas a un psicólogo que pueda ayudarte en tu recuperación. Te ayudará a mejorar tu autoestima, te facilitará herramientas de regulación emocional y te acompañará en tu proceso de duelo. Y también podrás recuperar esos recursos que tenías antes de la relación y que tu expareja se encargó de machacar.

En estos casos es especialmente eficaz la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), un abordaje terapéutico avalado científicamente en el tratamiento del trauma. Esta terapia no solo te ayudará a procesar y elaborar los peores momentos de esa relación tóxica, sino también los episodios del pasado con los que dichos momentos podrían estar conectados. Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso.

Y, para terminar, os dejo con estas palabras de esperanza de Mari-France Hirigoyen, refiriéndose a las relaciones de abuso: «La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir».

Hay esperanza después de salir de una relación de maltrato psicológico.

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Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes. Manipuladores, fríos, sin empatía ni remordimientos, aparentemente encantadores y complacientes… En este mismo blog os invito a leer este artículo en el que trazo el retrato robot de un psicópata integrado con la intención de poder identificarlo antes de que sea demasiado tarde.

Los psicópatas integrados son fríos, manipuladores y carentes de empatía.

Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes

Psicópatas integrados: Cómo detectarlos para no caer en sus redes 1920 1280 BELÉN PICADO

Hace unos días terminé de ver La Serpiente, miniserie basada en la vida de Charles Sobrahj. Este sujeto, que asesinó en los 70 al menos a doce personas sin que le temblase el pulso, posee los rasgos de un psicópata de manual. Es manipulador, frío, narcisista, sin una pizca de empatía ni de remordimientos y capaz de fingir emociones, que en realidad no experimenta. Pero, ni todos los delincuentes son psicópatas, ni todos los psicópatas han elegido el camino de la delincuencia. Estamos rodeados de psicópatas integrados que no van asesinando por ahí, pero sí pueden hacernos la vida imposible… y de estos últimos vamos a hablar en este artículo.

Tanto los psicópatas criminales como los integrados o subclínicos tienen la misma estructura de personalidad y emociones. La diferencia principal está en si se han involucrado en actividades delictivas, o no. También es importante aclarar que no todas las personas impulsivas, frías o antisociales son psicópatas.

Pero, ¿qué es un psicópata?

A día de hoy no existe un acuerdo unánime respecto a la definición de psicopatía. Pero sí hay características en las que coinciden la mayoría de expertos. Para el psiquiatra estadounidense Harvey Milton Cleckley el síntoma básico sería la deficiente respuesta afectiva hacia los demás, lo que explicaría su comportamiento antisocial. Robert D. Hare, psicólogo forense canadiense, coincide en esa incapacidad para establecer relaciones afectivas y añade elevado egocentrismo y falta de empatía.

En su libro Sin conciencia: El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean, Hare explica: «Los psicópatas son, muchas veces, ingeniosos y se expresan muy bien. Pueden ser conversadores amenos y divertidos, con respuestas rápidas e inteligentes. Frecuentemente, cuentan historias poco probables, pero de alguna manera nos convencen de su veracidad. Ellos siempre quedan bajo la mejor luz. Pueden ser muy efectivos a la hora de presentarse a los demás, encantadores y amables. Para algunos, sin embargo, son demasiado pulidos, se les nota poca sinceridad. Los observadores más astutos suelen tener la impresión de que los psicópatas actúan, que mecánicamente ‘leen un guion».

Aprender a detectar a un narcisista integrado nos ayudará a no caer en sus redes.

Diferencias entre psicopatía, narcisismo y trastorno de la personalidad antisocial

Es habitual que se utilicen los términos psicópata, narcisista o sociópata de forma indistinta. Sin embargo, aunque a menudo van asociados, no se refieren exactamente a lo mismo.

Según algunos expertos, la psicopatía sería una variante agresiva del trastorno de personalidad narcisista. Al igual que el narcisista, el psicópata tiene mecanismos de defensa primitivos, sentimientos excesivos de superioridad y el convencimiento de que tiene derecho a más privilegios que nadie. Sin embargo, a diferencia de este, el psicópata muestra menos ansiedad, peor desarrollo moral y su control de impulsos es más deficiente; de ahí que tenga más problemas en controlar la agresividad.

En lo que se refiere a psicopatía y trastorno antisocial de la personalidad, ambas alteraciones se caracterizan por la inadaptación social y la agresividad. En el caso del sociópata esta agresividad se desencadena como reacción a algo o a alguien.  La agresión y violencia sin motivo aparente, dirigida a conseguir un objetivo concreto, es más propia del psicópata. Además, la falta de remordimiento o de sentimientos de culpa es inherente al temperamento del psicópata y en los sociópatas sí puede haber una mayor capacidad para albergar estos sentimientos.

Respecto a la empatía, el psicópata carece de ella desde su nacimiento. Sin embargo, la persona con trastorno de la personalidad antisocial puede llegar a mostrar cierto grado de empatía y afecto hacia algunas personas de su entorno. También son diferentes en que el primero busca camuflarse socialmente y mantenerse en segundo plano, al contrario que los sociópatas, cuya conducta llama mucho la atención.

¿En qué ámbitos hay más psicópatas integrados?

Un estudio realizado en la Universidad Complutense de Madrid y publicado el pasado mes de agosto en la revista científica Frontiers in inmunology concluyó que el 4,5 por ciento de la población mundial presenta algún grado de psicopatía.

Según la investigación, esta tasa varía en función de diversos factores. Por ejemplo, es más común en hombres (7,9 por ciento frente a 2,9 por ciento en mujeres) y también más habitual en determinados ámbitos laborales. Entre las profesiones con trabajadores más propensos a la psicopatía está la cirugía. Pero también prevalece en abogados, vendedores de telemarketing, políticos, sacerdotes, chefs, empresarios y periodistas. La razón de esto puede deberse, según los autores del estudio, a que son precisamente algunos rasgos propios de la psicopatía los que «facilitan el éxito en estas profesiones». De hecho, los niveles de esta alteración de la personalidad eran más altos en puestos directivos.

Por ejemplo, personas con este perfil pueden tomar decisiones difíciles y asumir más riesgos sin verse afectadas emocionalmente, además de ser mejores manipulando y convenciendo. Por otro parte, muestran una mayor resistencia al caos. Es decir, son capaces de mantener la cabeza fría en las situaciones más estresantes y caóticas, porque en realidad las consecuencias les dan igual.

Según los estudios, hay más psicópatas integrados entre los altos directivos.

Retrato robot de un psicópata integrado

Estamos acostumbrados a asociar el concepto de psicópata con personajes como Charles Sobhraj, Hannibal Lecter o sujetos mucho más cercanos a nosotros, como José Bretón. Pero pensar así es simplificar demasiado. De hecho, la mayoría no son violentos y, mucho menos, homicidas. Están totalmente integrados en la sociedad, al menos a primera vista. «Los psicópatas no son solo los fríos asesinos de las películas. Están en todas partes, viven entre nosotros y tienen formas mucho más sutiles de hacer daño que las meramente físicas. Los peores llevan ropa de marca y ocupan suntuosos despachos, en política. finanzas. La sociedad no los ve, o no quiere verlos, y consiente», expone Robert Hare.

Gracias a los estudios de expertos como Hare y Cleckley, entre muchos otros, podemos trazar un retrato robot bastante acertado de esos psicópatas integrados que se mueven entre nosotros.

  • Es encantador. Pero se trata de un encanto superficial y destinado, sobre todo, a captar el interés de posibles ‘víctimas’. En el caso de Charles Sobhraj, por ejemplo, Andrew Anthony, un periodista que lo entrevistó hace unos años, lo definió como «guapo, encantador y absolutamente sin escrúpulos».
    Ese poder de seducción facilita al psicópata, no solo captar lo que el otro desea, busca o necesita y ganarse su confianza. También le permite encontrar los puntos débiles de su ‘presa’. Y los utilizará en su beneficio. Desde convencerla de iniciar un ‘negocio que le proporcionará suculentos ingresos hasta iniciar una relación sentimental, que con toda probabilidad se convertirá en pesadilla.
    Son expertos en hacer que su víctima se sienta única y especial. Y, como auténticos camaleones, tienen una sorprendente habilidad para cambiar constantemente su forma de actuar, según las necesidades del momento.
  • Tiene una gran facilidad de palabra. La manipulación del lenguaje es una de sus principales armas. Cleckley lo describe muy bien: «Un psicópata puede estar diciéndote Te quiero y, al mismo tiempo, sentirse como si estuviera bebiendo un vaso de agua». Estas personas saben perfectamente lo que queremos y deseamos oír. Y no van a dudar en regalarnos los oídos con un sinfín de halagos y buenas palabras que, por supuesto, no sienten. Usan el lenguaje para confundir, distraer la atención y colocarse ellos mismos en un pedestal. Y lo hacen de manera muy sutil y efectiva.
  • Miente constantemente. Es poco fiable y un mentiroso compulsivo. Los psicópatas integrados se caracterizan por mentir de forma brillante. En ocasiones, sin motivo aparente y sin que haya nada obvio que ganar. Otras, para obtener lo que quieren o perjudicar a alguien. Y si le pillas y se te ocurre enfrentarte, dará la vuelta a la tortilla. Te convertirá a ti en un paranoico y, probablemente, inventará un nuevo embuste para tapar el primero.
    Iñaki Piñuel describe esta asombrosa capacidad para mentir en su libro Amor Zero: «Suelen negarlo todo, respondiendo con evasivas o inventando sobre la marcha nuevas y fabulosas versiones de la realidad. Poseen enorme habilidad para improvisar instantáneamente cualquier mentira que les posibilite un escape inmediato, con intención de desviar la atención de su comportamiento hacia otro tema. Esta perversa habilidad para la mentira resulta enormemente chocante y suele dejar a sus víctimas perplejas y psicológicamente desarboladas».
    Ni son confiables, ni ellos se permiten confiar en nadie. A menudo perciben que los demás tienen malas intenciones. Pero en realidad lo que están haciendo es proyectar en el otro su propia desconfianza.
  • Se cree superior al resto de los mortales. Narcisismo, egocentrismo patológico y desmesurado y sentido de autovaloración grandilocuente son otras características de estos individuos. Este narcisismo, además, hace que sean incapaces de amar. En una relación auténtica y honesta, se establece un vínculo entre iguales y nos permitimos mostrarnos vulnerables ante la otra persona. Pero esto es algo que un psicópata nunca hará.
  • No conoce la empatía. Uno de los rasgos principales que definen al psicópata es su falta de empatía, lo que puede llevarle a ser insensible y muy cruel. Si a una persona no le importan tus sentimientos ni cómo te afecte su conducta, es evidente que no tendrá escrúpulos en hacer lo necesario para lograr sus fines. No importa si estos fines son económicos, sexuales, si busca escalar socialmente o si pretende lograr un ascenso profesional.
    Aquí tenemos que diferenciar la empatía afectiva o emocional de la empatía cognitiva. La primera nos ayuda a identificarnos con los sentimientos de la otra persona; con la segunda podemos entender y reconocer qué está sintiendo, pero desde una perspectiva mental y no desde la emoción propia. El psicópata solo tiene capacidad para experimentar la segunda, pero sí puede llegar a fingir empatía emocional con una finalidad meramente manipuladora.
  • Tiene mucha facilidad para manipular y engañar. Utilizará sus dotes de persuasión, su capacidad observadora y su facilidad para la seducción como herramientas para manipular y lograr sus objetivos. Por ejemplo, vivir a costa del esfuerzo, el trabajo o el dinero de los demás (estilo de vida parasitario).
    El psicópata es muy hábil a la hora de manejar a las personas de su entorno. Aprovechan sus debilidades para controlarles, dominarles o ejercer maltrato psicológico sobre ellas. Para él, el fin justifica los medios.

Los psicópatas integrados tienen una mayor capacidad para manipular y engañar.

  • No conoce los remordimientos, la culpa ni la vergüenza. Lo normal es sentir remordimientos cuando mentimos, manipulamos u obramos en contra de nuestros principios y valores. Pero esto no ocurre con el psicópata, que no va a sentirse culpable, haga lo que haga. Esto no significa que no se dé cuenta de que su conducta está perjudicando a alguien. Es plenamente consciente. Pero no le importa en absoluto.
    Como carece de los escrúpulos morales que a los demás nos hacen recapacitar, disculparnos o arrepentirnos, seguirá actuando igual siempre que la situación lo requiera.  Y si alguna vez se disculpa o muestra arrepentimiento, será mejor que no te fíes porque nunca será verdadero. Solo lo hará si considera que puede sacar algún beneficio.
  • Se mantiene impasible en cualquier circunstancia. Muestra una ausencia de nerviosismo, miedo o ansiedad en situaciones en las que sería normal reaccionar con estas emociones. No se inmuta en momentos de tensión y esto puede dar lugar a una falsa sensación de seguridad a quien está con él.
  • No está loco. Tanto Hare como Cleckley destacan la «ausencia de alucinaciones y otros signos de pensamiento irracional o manifestaciones psicopatológicas». Tanto el psicópata delincuente como el integrado saben perfectamente lo que hacen, son  conscientes de sus actos y distinguen el bien del mal.
  • Tiene dificultades para trazar un plan de vida y seguirlo. Uno de los rasgos que apuntan los expertos es la incapacidad para establecer metas realistas a largo plazo e ir a por ellas. Puede trazar grandes y fantasiosos planes, pero no se parará a pensar en los medios que necesita para lograrlos.
  • No se hace responsable de sus acciones. Como considera que ‘nunca se equivoca’ tampoco aceptará la responsabilidad de sus actos. Ni será capaz de aprender de sus errores o extraer lecciones de las experiencias vividas. Además, si ha cometido alguna ‘fechoría’, y aun anticipando las posibles consecuencias si le pillan, no va a sentir ansiedad ni miedo. Precisamente esta ausencia de nerviosismo o de temor hace que sea tan difícil pillarle. Esta irresponsabilidad también le convierte en un experto en esquivar obligaciones y en culpar a a otros de sus propios errores.
  • Se aburre enseguida. Su impulsividad y la tendencia a aburrirse de cualquier cosa (trabajos, tareas, parejas…) suelen llevarle a una búsqueda continua de nuevos estímulos, experiencias y sensaciones fuertes.
  • Es impulsivo y con dificultades para el autocontrol. La obsesión por conseguir lo que quiere a toda costa le hace casi inmune al castigo y a las posibles consecuencias. Estas circunstancias y el hecho de no sopesar los riesgos de sus acciones aumentan, además, las probabilidades de que pueda recurrir a la violencia. Cuando quiere algo, lo quiere ya y le da igual el coste que pueda tener para él mismo y, sobre todo, para los demás.
  • Es incapaz de establecer vínculos afectivos profundos y a largo plazo. Es habitual que el psicópata sea infiel, tenga una conducta sexual promiscua y encadene (o solape) múltiples parejas. Muchas de las características expuestas anteriormente influyen en esta inestabilidad en sus relaciones. Como no pueden conectar afectivamente y se aburren con facilidad, es probable que abandonen a su pareja cuando hayan conseguido lo que querían. O hayan encontrado sustituto/a. Solo si el psicópata considera que la relación le ‘sale rentable’ (por prestigio, comodidad, causas económicas…) tratará de mantenerla en el tiempo. Eso sí, con infidelidades, humillaciones y/o desvalorizaciones incluidas. En cuanto al sexo, suelen utilizarlo como un modo más de manipulación.
  • Las normas no van con él. Aunque se trate de un psicópata integrado, es habitual que no acepte las normas y se comporte fuera de los patrones de conducta aceptados. Considera que tiene unas normas propias que son mejores y, desde luego, mucho más importantes que las del resto de los mortales. Esto puede llevarle a adoptar alguna que otra conducta antisocial, sin motivos aparentes que la justifiquen.
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En las familias aglutinadas hay un concepto de lealtad mal entendida.

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica 1280 1054 BELÉN PICADO

Teresa tiene 20 años y está en la universidad. Hace unas semanas llegó a mi consulta porque su ansiedad había llegado a tal extremo que temía no poder presentarse a los exámenes. Estudia Derecho, como antes hicieron su padre y su hermano, e incluso colabora en el bufete familiar. En realidad, a ella lo que siempre le gustó fue Historia del Arte; de hecho, se ha planteado cambiar de carrera. Pero sabe que sus padres lo vivirían como una traición y ella, en sus propias palabras, «no podría vivir con esa carga». Por si fuera poco, el chico con el que ha empezado a salir tampoco es del agrado de su familia y está planteándose romper con él para evitar tensiones. Teresa pertenece a una de  esas familias aglutinadas caracterizadas por una tendencia a favorecer el bien del grupo por encima de cualquier necesidad individual.

La familia constituye un sistema dinámico y abierto en continua transformación y la interacción entre sus miembros es tan importante como el respeto a la individualidad de cada uno. Pero para que esta interacción funcione son necesarios límites que regulen las relaciones, tanto entre la familia y el exterior como entre los propios integrantes del sistema.

Límites claros, rígidos y difusos

Según Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, las familias deben funcionar con unos límites adecuados que ayuden a mantener relaciones saludables. Estos límites pueden ser de tres tipos: claros, rígidos y difusos.

Unos límites claros facilitarán la interacción afectiva entre los diferentes miembros a la vez que se respetan los espacios y las funciones de cada uno en el día a día familiar. En este entorno saludable las personas se sienten cómodas compartiendo sus pensamientos y sentimientos sin temor a verse invadidas, juzgadas o rechazadas. El tiempo que se comparte con la familia es importante, pero se respeta también el tiempo en solitario.

Los límites rígidos son propios de las familias desligadas. Los miembros suelen estar aislados entre sí e interactúan con mucha distancia, tendiendo a priorizar la individualidad sobre el grupo. Por este mismo motivo, en estas familias la comunicación y la expresión emocional son bastante difíciles.

Si los límites son difusos, que es lo que ocurre en las familias aglutinadas, habrá una confusión de roles, un exagerado sentido de pertenencia y un concepto de la lealtad familiar mal entendido. Se priorizará el sentido de grupo en detrimento de la autonomía personal. Y en este tipo de familias es en el que vamos a profundizar un poco más.

Cuando los límites son difusos, como ocurre en las familias aglutinadas, hay una confusión de roles.

Exagerado sentido de pertenencia: «Todos para uno y uno para todos»

En la familia aglutinada se pone siempre por delante el sentido de pertenencia, aunque ello suponga que sus miembros pierdan gran parte su autonomía en beneficio del bien grupal. Por una parte, esto aumenta la distancia entre lo que es la familia y lo que está fuera de ella, que muchas veces se ve como peligroso o negativo. De hecho, es habitual que se establezcan unas fronteras rígidas y se rechace o critique todo lo que venga de fuera.

Sin embargo, por otro lado, esa frontera desaparece dentro del propio sistema. Esto significa que todos saben de todos y todos pueden inmiscuirse en la vida de todos, sin importar roles ni jerarquía dentro de la familia y esto incluye a hermanos, primos, tíos, abuelos…

Cuando el aislamiento respecto al exterior se hace muy acusado, puede llegar a haber dificultades de cara a relacionarse con personas ajenas al sistema. Por ejemplo, a la hora de incorporar a la nueva pareja de uno de los miembros. La familia es lo primero y quien venga de fuera tendrá que adaptarse o será criticado o rechazado.

Jerarquía poco definida y confusión de roles

Una de las características de las familias en las que existen unos límites claros es que las jerarquías entre sus diferentes miembros también están bien definidas. Según afirma Minuchin en su libro Familias y terapia familiar: «Debe existir una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos posean niveles de autoridad diferentes».

En las familias aglutinadas, por el contrario, los límites difusos van de la mano de jerarquías de autoridad poco claras. Un ejemplo lo tendríamos en la madre que habla con sus hijos abiertamente sobre temas que pertenecen a la intimidad conyugal. O en los hijos que, desde la misma posición de autoridad que los padres, toman decisiones que no se corresponden con su rol o intervienen de forma directa en los problemas de los padres como pareja (parentalización).

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Este tipo de jerarquía poco definida también favorece que dentro de la familia haya vínculos emocionales de tipo simbiótico («Soy la mejor amiga de mi hija; no tenemos secretos entre nosotras»).

Pérdida de la autonomía individual

Los hijos de familias aglutinadas suelen encontrar grandes dificultades para independizarse y tener una vida propia. De hecho, aun de adultos es muy probable que sigan a la sombra de sus progenitores y sientan que su propia identidad consiste en ser un buen hijo o una buena hija. Incluso casados, pueden llegar a necesitar la aprobación paterna para tomar cualquier decisión acerca de cómo resolver algún problema en su matrimonio o con sus propios hijos.

Dentro de casa tampoco se favorece la intimidad, ni se respeta el espacio privado de cada miembro. Tanto la autonomía como la intimidad y el espacio propio se ven como señal de egoísmo.

En las familias aglutinadas se da prioridad al bien del grupo sobre las necesidades individuales.

Sin espacio para la diferenciación

El concepto de diferenciación se lo debemos al psiquiatra estadounidense Murray Bowen. Hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos los seres humanos ya desde el seno familiar y también está relacionado con nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos del grupo. Esta autonomía, además, nos permite ver con mayor objetividad lo que ocurre dentro de dicho grupo, en este caso la familia.

Lo que ocurre en las familias aglutinadas es que las relaciones entre sus miembros son tan excesivamente cercanas que no permiten la diferenciación. Esta circunstancia es perjudicial, sobre todo, en la adolescencia ya que se obstaculiza el desarrollo de la formación de la identidad.

En estos sistemas, en los que no está bien visto ser distinto, se entorpece cualquier intento por diferenciarse. Y en casos extremos, cualquier conato de un miembro por encontrar su propio camino será vivido por la familia como una traición y el ‘rebelde’ pasará a convertirse en la ‘oveja negra’.

Lealtad mal entendida

Seguir un camino académico o laboral diferente al de la familia (como le ocurre a la joven de la que os hablaba al principio del artículo), proseguir con una relación que no ha sido aprobada por los padres, romper con la tradición de comer todos los domingos en la casa familiar o, simplemente, faltar a un cumpleaños de un pariente se percibe como una deslealtad en las familias aglutinadas.

A menudo este concepto de lealtad mal entendida va unido a una idealización del sistema familiar. De manera consciente, la persona puede pensar que su familia «es perfecta». Sin embargo, a nivel inconsciente, puede haber una gran confusión emocional. Un sentimiento de tristeza, de estar perdido, que puede expresarse en forma de anestesia emocional (no sentir nada, normalizar todo) o de llanto incontrolable. No son pocas las ocasiones en las que un hijo experimenta tal ansiedad y angustia a la hora de buscar su propio camino que opta por postergar o renunciar a sus sueños por temor a decepcionar a sus padres.

También se verá como una deslealtad, por ejemplo, que uno de los hijos rechace el rol que se había elegido para él. Es el caso de familias en las que, implícitamente, se espera que la hija menor renuncie a su propio proyecto personal para quedarse al cuidado de los padres mayores. Se trata de una costumbre que muchas veces se transmite de generación en generación, lo que conlleva que no cumplirla se tome como una traición.

Dificultades para afrontar los conflictos

En algunas ocasiones y si el problema excede la capacidad de afrontamiento de la familia, el conflicto se ignorará o se ocultará. Esto último ocurre, sobre todo, de cara al exterior (“Los trapos sucios se lavan en casa”).

Dentro del núcleo de las familias aglutinadas es habitual que sea complicado mantenerse al margen de enfrentamientos o discusiones entre sus integrantes. Si están todos presentes, todos opinarán y participarán en la discusión.

Por otra parte, el hecho de que todos los miembros se muestren excesivamente implicados en cualquier conflicto aumentará las probabilidades de que el estrés repercuta en la familia al completo. Y esto, a su vez, reducirá las posibilidades de poder ofrecerse una ayuda efectiva entre ellos.

Aprender a poner límites

Atreverte a decir «no» y a defender tu derecho a tener tu propia identidad y tu propio espacio no es fácil cuando perteneces a una familia aglutinada. Es normal que experimentes culpa, que te sientas como el malo de la película y que te toque enfrentarte a algún que otro conflicto. Pero marcar límites no es sinónimo de ser desleal, sino todo lo contrario. Te ayudará a oxigenar tus relaciones familiares y a posicionarte de una manera más sana, objetiva y respetuosa, no solo contigo mismo sino también con los demás.

Las familias pasan por diferentes etapas en su ciclo vital y es necesario aprender a adaptarse a ellas. Que un hijo quiera independizarse y crear su propia familia o que tenga un criterio diferente al de sus padres, por ejemplo, no significa que esté traicionando al clan.

Es cierto que la cohesión familiar es necesaria para superar las dificultades, pero no de una forma rígida, sino con la suficiente flexibilidad para actuar de manera adecuada ante las situaciones que vayan apareciendo. Por ejemplo, contando con una red de apoyo externa a la que acudir en caso de necesidad. Todos necesitamos de todos y la familia no es una excepción.

Si perteneces a una familia aglutinada, rescata sus fortalezas, como el apoyo o la capacidad de cuidar ‘a la manada’. Pero si hay algo que no te hace bien o te produce malestar, no tienes por qué quedarte con ello.

En resumen, mantener la unión familiar no significa que tengamos que estar unos pegados a otros defendiendo un pensamiento único. Cohesión y unión familiar es conservar una distancia adecuada permitiendo al otro desarrollarse. Es funcionar cada uno desde su espacio y estar en disposición de ayudar a quien lo necesita, pero permitiendo que antes lo intente con sus propios recursos y sin responsabilizarnos de sus problemas. Y también es permitir a cada miembro desarrollar su propio criterio, por muy diferente que sea al del núcleo familiar.

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