Familia

Oveja negra o chivo expiatorio, su función dentro del sistema familiar

Oveja negra o chivo expiatorio (I): Su función dentro del sistema familiar

Oveja negra o chivo expiatorio (I): Su función dentro del sistema familiar 2000 2000 BELÉN PICADO

Ser el rarito, el distinto, el bicho raro, la voz discordante, el bala perdida, el descarriado… Hay muchos adjetivos para denominar a quien cumple el rol de oveja negra o chivo expiatorio. Y en la mayoría de los casos estas personas se ven obligadas a convivir, sin elegirlo, con la permanente sensación de no encajar, de que hay algo defectuoso en ellos. Pero nada más lejos de la realidad. Además de dejar al descubierto los puntos más débiles del grupo que lo ha elegido como tal, con su forma diferente de ver y entender la vida, las ovejas negras incluso pueden aportar nuevos valores y nuevas perspectivas.

Considero el tema lo suficientemente importante como para dedicarle dos artículos. En este veremos en qué condiciones y situaciones (dentro del ámbito familiar) aparece la oveja negra o chivo expiatorio. En el segundo, os contaré cómo puede afectar este rol a quien le es asignado y cómo gestionarlo.

Paciente identificado o designado

En psicología también se conoce a la figura de la oveja negra como paciente identificado o designado. Este a menudo carga con todos los problemas de un grupo, familiar o social. Paciente identificado es el adolescente a quien sus padres llevan a consulta porque sus problemas de conducta afectan seriamente a la convivencia familiar. Sin embargo, cuando se les propone a ellos asistir a algunas sesiones se niegan argumentando que el problema lo tiene el chico y no ellos. Es muy probable que, sin saberlo, ese chaval en realidad esté manteniendo unida a su familia, al distraer la atención de otros problemas más profundos.

Otro ejemplo más que lamentable de chivo expiatorio es el de la persona que ha sufrido un abuso sexual por parte de alguien de la familia y, bien inmediatamente o años después, desvela su secreto. Entonces, el clan no solo desconfía de la veracidad de la historia, sino que, además, trata a la víctima de loca, paranoica, mentirosa… Y todo para mantener un falso equilibrio en el sistema. Otros perfiles muy socorridos para ponerles esta etiqueta son los de quienes sufren algún tipo de trastorno mental o tienen comportamientos alejados de lo socialmente aceptado.

A menudo, se elige para este rol a personas que, sencillamente, son diferentes y cuya manera de pensar difiere del resto de su círculo social o familiar en lo que se refiere a ideas políticas, orientación sexual, carácter, aspecto físico, etc.

A menudo se elige como chivo expiatorio a personas que, simplemente, son diferentes.

La familia como sistema

Las familias son sistemas en los que cada miembro tiene su rol. En este entorno, influidos tanto por la educación como por la herencia familiar, vamos aprendiendo normas de conducta, hábitos, valores y formas de comunicación que sentarán la base de nuestro modo de relacionarnos en el mundo adulto. Así, lo saludable es que la familia evolucione al ritmo en que se desarrollan sus integrantes.

Aunque a veces pueda parecerlo, las interacciones que se dan dentro de la familia no son aleatorias ni casuales. Para Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, cada familia sigue dos tipos de leyes. Por un lado, estarían las leyes más generales, que rigen las interrelaciones en la pareja y definen las jerarquías entre padres e hijos. Y por otro, existen leyes específicas de cada familia, que pueden remontarse incluso a generaciones anteriores. Todas estas leyes se construyen a partir de tres conceptos: roles, reglas y mitos:

  • Los roles son las expectativas y normas que la familia tiene respecto a la posición y conducta de sus miembros. En las familias funcionales son flexibles y van adaptándose e intercambiándose en función de las necesidades. Por ejemplo, aunque el rol cuidador lo tenga la madre, en determinadas circunstancias ese papel lo puede adoptar otro miembro.
    En las familias disfuncionales, sin embargo, los roles no evolucionan, lo que impide a sus integrantes adaptarse a nuevas circunstancias que vayan surgiendo. Es más, hay veces en que la asignación de un rol es tan rígida que la persona termina por integrarla en su personalidad. Justo esto es lo que ocurre cuando se ponen ciertas etiquetas como «el torpe» o «la oveja negra».
  • Las reglas tienen la finalidad de establecer y limitar la conducta de los miembros de la familia para mantener la estabilidad del sistema. Algunas reglas se establecen explícitamente, por ejemplo, dictar las normas de convivencia o el reparto de tareas cuando empieza a constituirse una familia nueva. Sin embargo, la mayoría son implícitas y se sobreentienden sin necesidad de hablar de ellas («Los trapos sucios se lavan en casa»).
    Si bien es cierto que para que un sistema familiar funcione y sobreviva necesita reglas que permitan organizarse y proporcionar una guía de conducta, también es esencial que se garantice cierta flexibilidad, que permita adaptarse a los cambios.
  • Los mitos son creencias compartidas por todos los miembros respecto a los roles y las reglas. Representan la imagen que la familia quiere dar de sí misma y a la vez cumplen la función de encubrir realidades y mantener a salvo secretos (a veces de generación en generación) que producen vergüenza o culpa y resultan difíciles de aceptar. Se convierten en un problema cuando están tan arraigados que acaban convirtiéndose en dogmas que ni siquiera está permitido cuestionarse.
    Entre estos mitos se encuentran los mitos de disculpa y reparación, que incluyen las alianzas entre los miembros de una familia. Por ejemplo, a la hora de depositar sobre una o más personas la responsabilidad de las desgracias o los problemas familiares. De este modo, a quien ejerce el rol del chivo expiatorio se le culpa de todo lo que no funciona bien en el sistema y así los demás integrantes del clan se liberan de toda culpa.

Hijo chivo expiatorio y padres narcisistas

Cuando se asigna a un niño el papel de chivo expiatorio en una familia, automáticamente los demás miembros se quitan de encima toda responsabilidad por sus propios comportamientos. Y también por cualquier problema que aparezca en el núcleo familiar. Para un padre o una madre narcisista es un modo de desviar la atención y de dar sentido a las desgracias que ocurran sin renunciar al papel de progenitor perfecto. Y esto, no solo de cara a los demás, sino también de cara a sí mismo. El adulto no es capaz de aceptar ciertos rasgos propios y los proyecta en uno de sus hijos.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

¿Y qué niño tiene más posibilidades de recibir este rol? Puede ser el que menos cosas en común tenga con sus padres en cuanto a personalidad, temperamento o intereses; el más brillante o con más posibilidades de ‘eclipsar’ a uno o ambos progenitores; el que tiene más tendencia a la depresión o la ansiedad (si los padres no saben cómo enfrentar esta situación pueden asustarse y ‘darle de lado’); o el más invisible (el niño recibe el mensaje de que sus sentimientos no importan e interioriza que no es válido, así que acaba autosaboteándose a sí mismo).

El psicólogo Iñaki Piñuel explica en esta entrevista que la unidad de ciertas familias tóxicas, a las que él denomina «familias zero», suele construirse «sobre la destrucción, marginación o estigmatización de uno de los hijos, que cumple un papel de ‘integrador negativo’ o ‘chivo expiatorio». Según Piñuel, «la víctima atrae como un pararrayos la animadversión del grupo familiar, quedando huérfana psicológicamente y proyectando esa herida emocional de por vida en problemas repetitivos. Estas familias no reconocen a sus chivos expiatorios como víctimas inocentes y justifican sus procesos de victimización encubiertos, acusándolos falsamente de merecer lo que les hicieron. Esas racionalizaciones aseguran la unidad de las ‘familias zero’, a costa de la destrucción de la autoestima y la resiliencia de estos ‘niños perdidos’, que quedan inermes frente a depredadores en la vida adulta».

Un rol tan necesario como incómodo

Como otros grupos sociales, las familias están evolucionando continuamente, bien porque llegan nuevos miembros, por la influencia de las relaciones con otras personas o grupos externos, etc. Pero a veces el sistema se vuelve rígido, se resiste a seguir evolucionando o se cierra a cualquier contacto con el exterior. Es entonces cuando el papel de la oveja negra o chivo expiatorio se hace necesario. Al cuestionar las normas o actuar de forma diferente, crea cierta perturbación que obliga al sistema a movilizarse para restaurar el equilibrio y seguir evolucionando. Por un lado, pone en evidencia los puntos débiles del grupo y por otro lo enriquece al aportar nuevos valores y perspectivas.

Sin embargo, que sea un rol necesario no impide que sea incómodo y desagradable. Sobre todo, cuando la familia se resiste a tomar conciencia de su propia rigidez y proyecta sus carencias en el miembro elegido como chivo expiatorio.

La oveja negra cumple un rol necesario en el sistema familiar.

Las ovejas negras según Bert Hellinger

Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares, escribió un texto muy inspirador dirigido a todas esas personas que se sienten diferentes dentro de sus sistemas familiares:

«Las llamadas Ovejas Negras de la familia son en realidad buscadores natos de caminos de liberación para el árbol genealógico. Aquellos miembros del árbol que no se adaptan a las normas o tradiciones del sistema familiar. Aquellos que desde pequeños buscaban constantemente revolucionar las creencias, yendo en contravía de los caminos marcados por las tradiciones familiares. Aquellos criticados, juzgados e incluso rechazados. Esos, por lo general, son los llamados a liberar el árbol de historias repetitivas que frustran a generaciones enteras.

Las Ovejas Negras, las que no se adaptan, las que gritan rebeldía, cumplen un papel básico dentro de cada sistema familiar. Ellas reparan, desintoxican y crean una nueva y florecida rama en el árbol genealógico. Gracias a estos miembros, nuestros árboles renuevan sus raíces. Su rebeldía es tierra fértil, su locura es agua que nutre, su terquedad es nuevo aire, su apasionamiento es fuego que vuelve a encender el corazón de los ancestros.

Incontables deseos reprimidos, sueños no realizados, talentos frustrados de nuestros ancestros se manifiestan en la rebeldía de dichas ovejas negras buscando realizarse. El árbol genealógico, por inercia, querrá seguir manteniendo el curso castrador y tóxico de su tronco, lo cual hace de la tarea de nuestras ovejas una labor difícil y conflictiva.

Sin embargo, ¿quién traería nuevas flores a nuestro árbol sino fuera por ellas? ¿Quién crearía nuevas ramas? Sin ellas, los sueños no realizados de quienes sostienen el árbol generaciones atrás morirían enterrados bajo sus propias raíces.

Que nadie te haga dudar, cuida tu ‘rareza’ como la flor más preciada de tu árbol. Eres el sueño realizado de todos tus ancestros».

(Si quieres saber más te invito a leer en este mismo blog Oveja negra o chivo expiatorio (II): El derecho a ser diferente)

En tiempos de coronavirus, podemos preparar a nuestros hijo para que la vuelta al cole sea más fácil.

Vuelta al cole y COVID-19: 10 pautas para preparar emocionalmente a tus hijos

Vuelta al cole y COVID-19: 10 pautas para preparar emocionalmente a tus hijos 1918 1920 BELÉN PICADO

Miedo e incertidumbre son, quizás, las palabras que más se están escuchando en relación a la vuelta al cole de este año. Si normalmente a muchos niños ya les cuesta volver a la rutina escolar, este curso se presenta especialmente complejo debido a la pandemia de coronavirus. Sin embargo, los adultos podemos contribuir, y mucho, a que este regreso no sea traumático. Tanto el miedo como la incertidumbre son emociones que están ahí y que seguirán estándolo, así que lo mejor es preparar emocionalmente a nuestros hijos para que no solo superen la prueba, sino que la conviertan en un aprendizaje que les ayude a desarrollar su resiliencia.

Hay circunstancias, como la crisis sanitaria que estamos viviendo o cualquier tipo de catástrofe natural, que conllevan un alto grado de incertidumbre y un considerable impacto emocional. Pero tanto los adultos como los niños debemos aprender a tolerar un determinado nivel de estrés. Está claro que el virus va a seguir entre nosotros, así que no nos queda más remedio que aprender a convivir con él, con prudencia pero sin miedo. Además, volver al cole es muy importante para el desarrollo de nuestros hijos. El niño necesita estar con sus iguales para poder poner en práctica las habilidades emocionales y relacionales que va aprendiendo en la familia. Teniendo en cuenta y asumiendo que tenemos por delante un curso complejo, os doy algunas pautas para que la vuelta al cole sea más llevadera.

1. Comunicación, ante todo

Hay muchas dudas sobre cómo será este curso. Pero sí sabemos algunas cosas, como que existe la posibilidad de que los alumnos tengan que abandonar las aulas y volver a estudiar desde casa. Ante esta posibilidad, es necesario darles una explicación de lo que puede suceder para reducir en lo posible su incertidumbre. ¿Y cómo? Ante todo, sin preocuparles de más. Les facilitaremos información honesta, sencilla y apropiada a su edad, evitando la sobreinformación (no necesitan saberlo todo).

No es necesario exagerar para que comprendan la situación, ni tampoco pecar de exceso de optimismo o fingir que no ha pasado nada. Responde a sus preguntas, pero no estés hablando continuamente de ello. Si la situación está bien aclarada no tendrán que recurrir a su imaginación para cubrir la falta de información. Para predisponerle positivamente a ir al cole también puedes hablarle del reencuentro con sus amigos, de lo que va a aprender…

2.  Deja que expresen sus sentimientos libremente

Ante una situación que no acaban de comprender, como no poder abrazar a sus amiguitos o tener que separarse de los padres después de muchos meses con ellos, es normal que haya más rabietas y enfados. Los más pequeños no saben nombrar ni gestionar sus emociones, pero tú sí. Valida su emoción y quédate con tu hijo hasta que se le pase. Cuando esté más tranquilo, probablemente sea él mismo quien siga a lo suyo.

En el caso de los adolescentes, algunos se saltan las normas porque no creen que puedan contagiarse. La rebeldía forma parte de esta etapa vital y eso hay que comprenderlo, pero no disculparlo. Convierte tu hogar en un lugar acogedor en el que tu hijo se sienta libre de expresarse, busca un momento en el que estéis todos tranquilos y habla con él desde la calma. Y, sobre todo, no olvides que no va a servirte de nada insistirle y ‘calentarle la cabeza’ si tú no das ejemplo. Y esto nos lleva al tercer consejo.

Ayuda a tus hijos a expresar sus sentimientos.

3. Convierte la imaginación en tu aliada: Juegos y cuentos

Echa mano de tu creatividad para preparar emocionalmente a tus hijos de cara al inicio de las clases. A los más pequeños les va a resultar especialmente difícil no poder abrazar a sus amiguitos y mantener la distancia, así que empieza por enseñarles a expresar su cariño de otra manera: tirando besos, abriendo mucho los brazos como si enviasen un abrazo enorme a la otra persona, saludándose con los codos, etc. (y siempre desde el juego). Los cuentos también son excelentes herramientas. Puedes inventar tus propias historias o recurrir a cuentos ya escritos. Te recomiendo dos:

  • “Hasta que podamos abrazarnos”, de Eoin McLaughlin, ayuda a preparar emocionalmente a los más peques para esta forma diferente de relacionarse a la que tendrán que adaptarse este curso.
  • “La ventana mágica”, de Anabel García Capapey, es una historia tierna y entrañable para enseñar al niño a transitar el miedo y la inseguridad que puede provocarle la vuelta al cole y adaptarse a los cambios que supone una situación como la que estamos viviendo.

4. Presta atención a posibles síntomas de ansiedad

Inquietud, irritabilidad, trastornos del sueño, síntomas físicos (dolor de cabeza, pérdida de apetito o ataques de hambre, fatiga…), dificultades de atención y concentración o problemas de memoria, son alguno síntomas que pueden indicarnos que nuestro hijo sufre ansiedad. Por lo general, a los niños les resulta difícil hablar de sus temores o aflicciones, por lo que los padres debemos fijarnos si están más retraídos de lo habitual, han comenzado a sentirse demasiado preocupados por algo en particular o no duermen las horas suficientes. Ahora bien, aunque es importante observar detenidamente al niño, tampoco deben magnificarse los problemas; si tratamos todas sus preocupaciones como algo muy grave, puede comenzar a pensar que el mundo es un lugar peligroso. No todas las preocupaciones necesitan ayuda profesional; algunas son normales para la edad del niño, e incluso pueden demostrar que está madurando.

5. Enséñale a relajarse

No solo los adultos necesitamos aprender a relajarnos para gestionar mejor el día a día y dar esquinazo al estrés y la ansiedad. Los niños también pueden beneficiarse mucho de juegos y técnicas destinados a calmarlos, a reducir el malestar que pueda producirles enfrentarse a situaciones a las que no están habituados y también a entrenar el autocontrol y la concentración. Hay muchas actividades que pueden aportar calma al niño. Algunas de ellas: hacer yoga, pintar mandalas, escuchar música relajante, practicar ejercicios para aprender a regular la respiración, preparar un frasco de la calma, practicar la técnica de relajación de Koeppen, etc.

Enseñar a tu hijo técnicas de relajación le ayudará a gestionar mejor emociones como la ira o la frustración.

6. Predica con el ejemplo

Los padres son el espejo en el que se miran sus hijos. No olvides que ellos se fijarán siempre antes en tus acciones que en tus palabras porque eres su modelo a seguir. Si tú no utilizas mascarilla o no das excesiva importancia a establecer el adecuado distanciamiento social y luego insistes a tus hijos para que lo hagan solo los confundirás y, probablemente, acaben imitando tu comportamiento. Lo mejor es asentar las medidas desde casa para que luego sea más fácil replicarlas en el colegio. Cuanto más lo hayan interiorizado, más normal será para todos Y no solo eres modelo de conducta, sino también emocional. Los niños continuamente observan los comportamientos y emociones de los adultos en busca de señales sobre cómo manejar sus propios sentimientos.

7. Practica la empatía

A veces olvidamos que nosotros también fuimos niños y adolescentes en algún momento y quitamos importancia a los disgustos de nuestros hijos. Pero para ellos, son problemas importantes. Especialmente en una situación de crisis como la que estamos atravesando a causa del COVID-19, los padres deben estar muy atentos a las señales y sentimientos de sus hijos y empatizar con ellos para generar diálogo y confianza. Tu hijo necesita que le comprendas, que le des seguridad, que le digas que todo está bien. Tenemos que hacerles ver y sentir que juntos encontraremos soluciones a todos los obstáculos que puedan ir surgiendo en el camino.

8. Evita la sobreprotección

Hay dos factores que juegan a favor de los más pequeños de la casa en lo relacionado con la pandemia del coronavirus: su capacidad de adaptación y su habilidad para vivir el ‘aquí y ahora’. La mayoría no está pensando en los posibles rebrotes o en una vuelta al confinamiento. Son los padres los que se plantean este tipo de cuestiones, los que se encuentran más angustiados o temerosos ante la situación. Sobreproteger a los niños y quitarles las piedras del camino afecta a su desarrollo emocional y los hace dependientes e inseguros. No subestimemos la capacidad de superación de nuestros hijos y tratemos de que vivan la situación como una aventura por descubrir. Además, ya se han interrumpido las clases antes, así que si vuelve a ocurrir los niños ya tendrán ese aprendizaje interiorizado.

Evita la sobreprotección y confía en la capacidad de adaptación de tus hijos.

9. Mantén contacto con el colegio

Si en condiciones normales, mantener una comunicación fluida con los profesores es beneficioso para nuestros hijos, en una situación excepcional como esta esa comunicación es aún más esencial. Es necesario unirse y dejar las diferencias a un lado. Si un padre se pone nervioso, no debería pagarlo con el profesor, ni este descargar su frustración con los padres de sus alumnos. Es fácil entender que esto solo perjudicará al alumno. Al fin y al cabo, todos queremos lo mejor para los niños. Nuestros hijos necesitan a sus profesores y compañeros para mejorar su equilibrio emocional.

10. Pide ayuda si la necesitas

Si observas que tu hijo muestra síntomas de ansiedad de forma continuada o le ves más irascible o apagado de lo normal, acude a un psicólogo. En cuanto a ti, padre, madre, cuidador principal, recuerda que para el niño es beneficioso que muestres tus emociones y no las ocultes, pero no lo es ver que las personas que lo cuidan se bloquean. Si la situación te abruma, sientes que no tienes suficientes recursos de afrontamiento y no puedes gestionar tus propias emociones, no tengas reparos en pedir ayuda profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte.

Y recordad algo muy importante. De nuestra capacidad como adultos para convertir los momentos difíciles en aprendizajes dependerá que nuestros hijos desarrollen una adecuada tolerancia al cambio y nuevas formas de gestionar la dificultad.

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Los secretos familiares pueden ser fuente de traumas y heridas emocionales

¿Cómo afectan los secretos familiares a la salud mental y emocional?

¿Cómo afectan los secretos familiares a la salud mental y emocional? 1053 900 BELÉN PICADO

En casi todas las familias hay temas que está prohibido tocar y no son pocos los casos en los que algunos miembros ni siquiera saben por qué. Generalmente mantenemos oculto todo aquello que nos produce vergüenza, dolor o culpa y que no ha sido posible procesar psicológicamente. A menudo, trauma y secretos familiares van unidos.

Los grandes asuntos tabú que suelen ocultarse en las familias tienen que ver con el origen o el nacimiento de alguno de sus miembros (adopciones, hijos fuera del matrimonio); enfermedades mentales; muertes en determinadas circunstancias (suicidios, asesinatos, abortos, muertes a una edad temprana); secretos sexuales (incestos, abusos, infidelidades), asuntos de dinero (ruinas, escasez, pérdidas de juego, herencias); o temas relacionados con guerras o emigraciones.

Lo privado y lo secreto

Es importante aclarar la diferencia entre lo privado y lo secreto. Todos tenemos derecho a proteger nuestra intimidad y a guardar determinadas situaciones o vivencias personales solo para nosotros o compartirlo con quienes deseemos. Tampoco hacen daño ciertos secretos. Por ejemplo, el lenguaje propio que pueden inventar dos niños para que nadie más pueda entenderlos. De hecho, estas conductas ayudan al niño a crear un mundo interno propio y diferente del de los adultos.

En este artículo os hablo sobre esos secretos que conllevan un importante desgaste emocional para quien los posee e influyen negativamente en la comunicación interpersonal. Se trata de secretos que pueden repercutir en la toma de decisiones e, incluso, en la salud mental y emocional tanto de los que conocen la verdad como de los que la ignoran. El grado de participación de varias generaciones (hijos, padres, abuelos…) también determina la gravedad y trascendencia de lo que se oculta.

Hay secretos familiares que conllevan un importante malestar emocional.

¿Por qué aparecen los secretos en las familias?

Generalmente los secretos parten de una situación que, quien los guarda, considera vergonzosa y dolorosa para su entorno. Así que la información se reprime y se esconde hasta llegar a ser parte del inconsciente familiar. Es habitual que se oculten ciertos hechos o informaciones esgrimiendo motivaciones como las de proteger a otros miembros de la familia (generalmente a los hijos), no hacerles daño o no crearles un ‘trauma’. Sin embargo, de forma implícita, también se busca evitar el miedo, la culpa y/o la vergüenza que supondría desvelar una verdad que resulta inaceptable. Se pretende seguir viviendo como si no pasara nada. Como si por ocultar la basura debajo de la alfombra y no hablar de ella fuera a desaparecer. Pero la realidad es que lo evitado siempre encuentra un canal para volver.

Los secretos también pueden crearse a partir de un hecho traumático, debido a la incapacidad de quien lo sufre de hacerle frente. Esta persona reprime y niega dicho episodio. A través del silencio, busca defenderse de su propio sufrimiento y evitar daño al resto de sus seres queridos. Sin embargo, este dolor puede transmitirse a sus descendientes. Es posible que un miembro de la siguiente generación empiece a manifestar síntomas que no comprende, ni sabe de dónde vienen. En algunos casos son un efecto de ese acontecimiento significativo vivido en la familia y ocultado.

Deterioro en la comunicación y las relaciones interpersonales

Algunos efectos que tienen los secretos sobre el sistema familiar:

  • Contribuyen a arrebatar a los integrantes de la unidad familiar la posibilidad de aprender a hacerse cargo, elaborar y superar sus propias dificultades. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando la madre no cuenta a su hijo que su padre se ha suicidado, para ‘protegerle’.
  • Dificultan el establecimiento de relaciones saludables y honestas. Evitar hablar de un hecho doloroso para eludir el sufrimiento tiene efectos nocivos en la comunicación. Primero se intentará no hablar de ese evento en particular y poco a poco la evitación se irá generalizando a otros temas. De este modo, el silencio y la desconfianza se instalarán en la unidad familiar deteriorando cada vez más la comunicación y las relaciones.
  • Favorecen el aislamiento, la tristeza y, en ocasiones, la depresión al no poder procesar algo que la persona percibe, pero que no coincide con lo que su familia le está mostrando.
  • Generan jerarquías de poder y coaliciones que obstaculizan la comunicación y que a veces se convierten en herramientas de control de unos sobre los otros.
  • Originan altos niveles de ansiedad. Mantener un secreto hace que la persona esté permanentemente alerta para que no se le descubra.
  • Mantienen encadenados a los miembros de la familia, estableciendo una lealtad disfuncional (conflicto de lealtades) y dificultando la separación necesaria para crear relaciones sanas fuera del sistema.
  • El secreto opera como una cortina de humo que, aunque no se ve, entorpece la vida familiar. Es como tener un elefante en la habitación, de cuya presencia nadie parece percatarse. Esta metáfora suele utilizarse para referirse a una verdad evidente que es ignorada o a un tema espinoso en el que todos prefieren mirar a otro lado. Sería el caso de un hijo homosexual que vive con su pareja y los padres se refieren a este como “un amigo”, sin llegar nunca a reconocer la orientación sexual de su hijo.

Los secretos de familia • Dificultan el establecimiento de relaciones saludables y honestas.

El alto precio del silencio

Cuando se niegan hechos traumáticos y se convierten en secretos, el precio que paga la familia por guardar silencio puede ser muy alto. Al no poder exteriorizarse, esas verdades ocultas intentarán reprimirse, pero acabarán manifestándose a través de miedos, obsesiones, somatizaciones, conductas disfuncionales…

Estos síntomas se repetirán generación tras generación hasta que esas verdades sean habladas, procesadas, recolocadas y comprendidas. Por ejemplo, es posible que aparezcan problemas de conducta o aprendizaje en los primeros años del colegio de niños que conviven en este tipo de familias. Y es que los niños, aunque creamos que no se enteran de nada, perciben la angustia que están experimentando los adultos cercanos a ellos. Y no solo eso. Cuando lleguen a la edad adulta, es muy probable que fracasen a la hora de crear y mantener vínculos afectivos. Porque la sensación de que se les está ocultando algo se mantendrá en algún lugar del inconsciente y contribuirá a generar desconfianza.

Además, en muchas ocasiones la verdad acaba saliendo a flote y no siempre lo hace de la mejor forma o en el momento más adecuado. Para un hijo descubrir por casualidad o por terceras personas que le han mentido sobre quién es su padre o cuál es su origen puede ser mucho más doloroso y difícil de asumir que si se lo hubieran dicho desde un principio.

Antes de divulgar un secreto…

Compartir verdades de la historia familiar, por dolorosas que sean, ayuda a fortalecer los vínculos y sentar una base de confianza, honestidad, resiliencia y aprendizaje. Pero es esencial cuidar el cómo y el cuándo. Si estás decidido a divulgar un secreto familiar, antes de lanzarte:

  • Analiza la situación. ¿Cómo afectará a la persona o personas a quienes se lo revelarás? ¿Eso que vas a decir es algo que cambiará tu relación con los demás miembros de tu familia o las relaciones entre ellos? ¿Cómo crees que responderías tú?
  • Elige bien el momento. No es buena idea hacerlo durante una celebración familiar, por ejemplo. Aunque todos estén presentes y parezca que así será más rápido y fácil, el hecho de que en estas ocasiones suela haber mucha emoción en el ambiente no te va a ayudar.
  • Actúa con responsabilidad. Piensa si estás preparado para afrontar a corto y largo plazo las consecuencias de tu revelación, ya que no son pocas las ocasiones en las que al revelar un secreto se destapan muchos otros.

Antes de divulgar un secreto familiar, analiza bien la situación.

Ejerciendo de detectives

Investigar en la cronología familiar nos va a ayudar a comprender por qué las cosas fueron cómo fueron, por qué mi madre es tan miedosa o se preocupa tanto por todo, por qué en casa no se habla del suicidio del tío o de las infidelidades del abuelo, etc. Conocer la propia historia y la historia familiar contribuye también a ampliar nuestra consciencia y ver de dónde pueden venir algunas cosas. Por ejemplo, podemos descubrir por qué somos tan vergonzosos o por qué nunca terminamos las cosas que empezamos.

Ahora bien, en caso de sospechar que en tu familia se oculta algo, antes de convertirte en detective, pregúntate si realmente quieres saber la verdad. ¿Estás preparado o preparada para manejar una información que podría cambiar tu vida y la de otros? Ten presente que, según sea el secreto, necesitarás un proceso de readaptación y reacomodación interna que puede ser difícil y doloroso.

En este proceso puede ayudarte mucho contar con la ayuda de un profesional. A veces no es posible descubrir y sacar a la luz ciertos secretos. Pero igualmente se puede trabajar en terapia con lo “no dicho”, con esos lemas familiares que nos “hemos tragado sin masticar” y también con esas emociones que llevamos dentro y no son nuestras (vergüenza, culpa, ira…). Los traumas y las heridas emocionales tienden a transmitirse, de generación en generación y a través de los lazos familiares, hasta que alguien consciente detiene el proceso. (En caso de que necesites ayuda, puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible)

“Lo que es callado en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo” (Françoise Dolto, psicoanalista francesa)

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Película

Frozen. En esta producción de la factoría Disney se muestran claramente cómo influyen ciertos secretos en generaciones posteriores. Documentándome sobre el tema, he encontrado un artículo muy interesante que os recomiendo: Frozen: Los secretos familiares y sus consecuencias.

Apoyar y acompañar a un familiar que tiene cáncer es un camino duro pero enriquecedor.

Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer

Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer 1280 853 BELÉN PICADO

El impacto emocional que conlleva un diagnóstico de cáncer no solo afecta al enfermo, sino también a todo el sistema familiar. Convivir con la enfermedad supone, en el propio enfermo y en las personas más allegadas, un nuevo planteamiento de vida, una reevaluación de las prioridades previamente establecidas, aprender a tolerar la incertidumbre y adaptarse a vivir en el ‘aquí y ahora’. Cuando el oncólogo confirma las peores sospechas, muchos familiares confiesan sentirse perdidos, desorientados y sin tener muy claro cómo ayudar. Acompañar y apoyar a un familiar que tiene cáncer es un proceso duro, pero también puede ser enormemente enriquecedor.

La participación de la familia o la pareja en el proceso es tan importante que, según sea el apoyo y el soporte ofrecido, incluso puede predecirse cómo será la adaptación del enfermo, la aceptación del tratamiento y las complicaciones que puedan ir surgiendo. Si tu pareja o alguien de tu familia está atravesando por este proceso, espero que este artículo te ayude.

El cambio de roles, difícil pero necesario

Tras el impacto inicial del diagnóstico, una alteración frecuente en la rutina familiar es el cambio de roles. Por ejemplo, en una familia donde la mujer es quien suele encargarse de las tareas domésticas, y es ella quien padece cáncer, su pareja o hijos tendrán que empezar a hacerse cargo de las mismas. Esto puede dar lugar, por un lado, a un sentimiento de culpabilidad por parte de la mujer que siempre ha asumido tales funciones y que ahora no puede. Y, por otro, podrían surgir discusiones entre quienes asumen tal responsabilidad por sentirlo como una obligación o por tener la sensación de no estar haciéndolo como se espera de ellos. Lo anterior podría generar discrepancias y resentimientos que será necesario ‘poner sobre la mesa’.

La flexibilidad es esencial. Hablad entre vosotros y encontrad un punto medio y siempre contando con el o la paciente. La persona con cáncer también puede tomar sus propias decisiones, incluida la de pedir ayuda o delegar ciertas tareas. Necesita seguir sintiendo que está al mando de su propia vida.

Cuidado con el optimismo excesivo

Lo normal es que el diagnóstico de cáncer a un ser querido nos genere un profundo malestar emocional. Y no ayuda que, delante de él, ocultemos nuestros sentimientos detrás de un excesivo optimismo y comentarios del estilo “hay que ser positivo” o “si eres fuerte, lo conseguirás”. En realidad, cuando pronunciamos estas frases a menudo no lo hacemos solo por animar, sino también por evitar nuestra propia angustia.

Al querer ser tan ‘positivos’ lo que hacemos, sin darnos cuenta, es lo contrario de lo que pretendemos. El enfermo puede sentirse incomprendido y, a la vez, culpable por no enfrentarse al cáncer como se supone que “debería”.

Es normal que tanto el enfermo como la familia sintáis tristeza, miedo, angustia, impotencia o ira y está bien exteriorizarlo. Solo cuando estos sentimientos se desborden, obstaculicen el proceso o impidan realizar las actividades del día a día será necesario buscar ayuda profesional.

Aprender a vivir con la incertidumbre

Habrá días en que la persona con cáncer se encuentre positiva y animada y otros enfadada, triste o sin ganas de nada. Es parte del proceso y todos os tendréis que habituar a ello. En ello jugará un papel muy importante el estilo de afrontamiento de cada uno ante situaciones nuevas o que suponen una adecuación de sus propias estrategias.

Informarte sobre la enfermedad también te resultará útil. Te dará pistas sobre cómo actuar en cada momento y te proporcionará seguridad y una mayor sensación de control. Al conocer de antemano el proceso, como ciertos cambios físicos y de ánimo, estarás mejor preparado y sabrás qué hacer cuando se presenten.

Ante todo, comunicación

Está bien que preguntes a tu familiar enfermo cómo se siente, cómo está sobrellevando la situación o qué necesita, pero no siempre es necesario que el cáncer sea el tema principal de la conversación. Para él es fundamental poder expresar sus sentimientos, pero, igualmente, la familia debe respetar su deseo de no hablar si no se siente preparado para ello o si, simplemente, no le apetece y prefiere charlar de algo más intrascendente. Asimismo, no presupongas que por estar enfermo no tendrá ánimos de apuntarse a una actividad determinada. Inclúyele en tus planes y deja que se él o ella quien decida.

En la comunicación también son importantes los silencios. Hablar por hablar, solamente para evitar silencios incómodos, puede resultar más molesto todavía. Permanecer unos minutos sin decir nada puede ayudar a ordenar lo que estamos pensando y a expresar mejor lo que sentimos. Una mirada, una sonrisa o una caricia puede comunicar mucho más que una palabra. Y, a veces, coger la mano, sin necesidad de hablar, es el mejor consuelo.

Cuando el cáncer irrumpe en la familia o en la pareja, la comunicación es esencial.

Apoyo en su justa medida

El apoyo es fundamental para el enfermo, pero siempre teniendo en cuenta ciertos factores. Un exceso de apoyo puede generar situaciones de dependencia, paternalismo e incluso de anulación de la persona enferma. Esta puede sentirlo como una fuente de estrés si no está en disposición de aceptarlo o si se siente en deuda por la ayuda recibida. En muchos casos es funcional y sano para el paciente dejarle un espacio de independencia, en especial en la toma de decisiones.

También hay que adaptar el grado de apoyo en función del estadio de la enfermedad. Dependiendo del estado de salud y de la autonomía que pueda sobrellevar el paciente, sus necesidades variarán.

El origen del apoyo es igualmente importante. Según de quién provenga, la persona enferma puede aceptarlo y percibirlo de diferente manera. Así que hay que prestar especial atención en evitar que un miembro de la familia sea quien “decida” qué tipo y quién debe prestar ese apoyo. En los casos en los que el paciente lo estime (y se encuentre en condiciones para ello) se debe respetar su decisión de dejarse ayudar por quien él (o ella) decida.

Tu sufrimiento no es secundario

Tú también eres la prioridad y eso no lo puedes olvidar. Nadie está preparado para una situación así y no tienes el deber de poder con todo, ni de hacerlo todo perfecto. Tampoco es necesario que tengas la palabra adecuada para cada momento, porque habrá muchas ocasiones en las que el enfermo solo necesite que le escuches.

Date permiso para sentir rabia, tristeza o miedo porque es normal que te sientas así. Y si necesitas ayuda de las personas de tu entorno, pídela o acéptala si te la ofrecen. Aprende a delegar. Pide que te acompañen o que te den tu espacio, si eso es lo que quieres. Hay cierta tendencia a olvidarse de las propias necesidades y volcarse en las de la persona enferma y esto es un billete seguro a la depresión. Para cuidar, primero tienes que cuidarte. Buscar ratos libres y actividades que te distraigan; te ayudarán a tomar un poco de aire y cargar las pilas.

Puede venirte bien contar con alguien, un amigo de confianza o un psicólogo, a quien poder expresar abiertamente tus sentimientos sin sentirte culpable. Tienes derecho a flaquear e, incluso, a venirte abajo en ciertos momentos y cuando eso ocurra te vendrá bien tener a alguien en quien apoyarte. Otra opción es acudir a grupos de apoyo o asociaciones de familiares donde podrás compartir tus experiencias con otras personas en tu misma situación. (Si necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te ayudaré a sobrellevar la situación)

Aprender de la enfermedad

En medio de la angustia, el miedo o la tristeza también surgirán extraordinarias enseñanzas. Acompañar a tu ser querido puede ayudarte a descubrir de qué eres capaz, a relativizar las cosas, a vivir el presente y a disfrutar de cada minuto. A menudo, el cáncer cambia las prioridades: cosas que antes nos parecían esenciales dejan de ser tan necesarias y otras a las que no dábamos tanta importancia adquieren un significado especial, como pasar más tiempo con nuestros seres queridos.

Además, un diagnóstico de cáncer puede servir para adoptar un estilo de vida más saludable que implique a toda la familia: alimentación más adecuada, práctica de ejercicio, dejar el tabaco…

Ahora bien, este aprendizaje debe ser conjunto. Según explica la oncóloga Laura Vidal en su libro Queremos estar contigo: Consejos útiles para los familiares y los amigos de los enfermos de cáncer, “los enfermos necesitan tener el apoyo incondicional de los suyos, sentirse acompañados, saber que no están solos frente a la adversidad y, sobre todo, sentirse queridos. Para ellos, contar con los familiares y amigos es una condición indispensable para hacer frente a la enfermedad. Pero no podemos olvidar que la red social la forman personas que también padecen, sienten y, en definitiva, viven el cáncer desde la primera fila”.

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Sobrevivir al cáncer, ¿y ahora qué?. Desde el momento del diagnóstico, sobrevivir al cáncer se convierte en el principal propósito del enfermo y de su familia. Sin embargo, cuando llega el ansiado momento, y por fin se supera la enfermedad, junto a la alegría y el alivio surgen otro cúmulo de emociones con las que no se contaban y que no siempre se saben manejar. Si es tu caso o el de un ser querido, te invito a leer este artículo en este mismo blog.

Afrontar la discapacidad de un hijo conlleva un duelo duro, pero necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario 1920 1280 BELÉN PICADO

Miedo, incertidumbre, culpa e, incluso, enfado son emociones habituales cuando los padres reciben el diagnóstico de discapacidad de un hijo. Se trata de una de las peores situaciones por las que pueden pasar unos padres y genera emociones dolorosas e intensas que ponen a prueba su fortaleza, como individuos y como pareja. Para asumir la nueva realidad y encontrar una nueva ilusión sobre el terreno baldío que han dejado las expectativas incumplidas es necesario pasar por un duelo, que llevará desde la negación de la situación a la aceptación. Afrontar la discapacidad de un hijo y el correspondiente duelo es un proceso duro, pero necesario.

Desde el momento en que surge la idea de tener un hijo, es normal imaginarse cómo será, a quién se parecerá, qué actividades se harán con él… y cuando preguntan a los futuros padres si prefieren niño o niña, la respuesta suele ser: “Da igual, lo importante es que venga sano”. Sin embargo, a veces las expectativas no se cumplen. Y hay que asumir la ‘muerte’ de ese bebé deseado y fantaseado para recibir al niño real. Un niño diferente, con unas necesidades específicas, pero también con otras comunes a todos los bebés del mundo: alimento, descanso, apoyo y, sobre todo, mucho amor.

El niño con discapacidad tiene limitaciones, pero también capacidades que hay que apoyar

Transitar el duelo: de la negación a la aceptación

Según la psiquiatra estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, cuando muere un ser querido las personas atravesamos cinco etapas de duelo. Pero este modelo también puede aplicarse a otros tipos de pérdidas: una ruptura sentimental, la pérdida de un empleo, el diagnóstico de una enfermedad grave, etc. A la hora de afrontar la discapacidad de un hijo, los padres deben enfrentarse a la pérdida del bebé soñado para recibir y aceptar al bebé real. Este difícil camino no solo les ayudará a descubrirse a sí mismos, con sus debilidades y sus fortalezas; también les transformará a ellos y a su entorno más cercano.

  • Negación. Se trata de un mecanismo de defensa que surge tras el diagnóstico. Ayuda a amortiguar el sufrimiento ante una noticia tan dura y también a aplazar parte de ese dolor. En esta fase, es posible que los padres vayan de médico en médico con la esperanza de que alguno les diga que su hijo “se va a curar”.
  • Ira. Los sentimientos de ira y culpa se entremezclan en esta fase. La negación da paso a un sentimiento de enfado contra todo y contra todos, especialmente con quienes más cerca están (pareja, familia, amigos con hijos sanos) e, incluso, con el propio hijo con discapacidad. No es extraño que, en medio de la desesperación, se desee la muerte del bebé o se fantasee con el deseo de que no hubiera nacido. A estos deseos de muerte les sigue una fuerte sensación de culpa que puede llevar a la madre a no soportar separarse del niño o a sobreprotegerle en exceso.
  • Negociación. Los padres empiezan a asumir la nueva situación, aunque aún siguen buscando respuestas, esperando un “milagro” que no llega o anhelando volver al momento en que el niño todavía no había nacido. De algún modo intentan crear una realidad paralela en su imaginación que les proporciona cierta sensación de control.
  • Depresión. A medida que se va comprendiendo la nueva situación y va asumiéndose que el diagnóstico no va a cambiar, se adueña de los padres una profunda sensación de tristeza, vacío e incluso fatiga física. En esta etapa, la validación de esas emociones y la comprensión de las personas cercanas es esencial. Solo transitando y teniendo la posibilidad de manifestar ese dolor será posible llegar a la aceptación.
  • Aceptación. Por fin, se afronta la realidad y es posible traspasar el dolor para abrirse a nuevas posibilidades. Se comprende que el niño tiene limitaciones, pero también capacidades que pueden fomentarse. Esto no significa que sea un momento feliz, pero sí dará paso a una cierta sensación de paz.

Es importante puntualizar que no siempre aparecen todas las etapas, en el mismo orden o con la misma intensidad. También es normal que, una vez se ha llegado a la aceptación, en ciertos momentos de cambio se regrese a alguna de las fases anteriores. Sin embargo, la actitud será ya mucho más positiva que antes del diagnóstico.

Para afrontar la discapacidad de un hijo es necesario atravesar el camino del duelo, adaptarse a la nueva realidad familiar y recuperar la estabilidad emocional. En este trayecto y en el establecimiento del vínculo con el hijo con discapacidad jugará un papel importante la propia historia de apego de los padres y sus experiencias como hijos.

Los padres de un niño con discapacidad pasan por varias etapas de duelo hasta llegar a la aceptación

Cómo afrontar la discapacidad de un hijo

  • Centrarse más en el presente. Preguntarse una y otra vez qué ocurrirá a largo plazo o quién cuidará de nuestro hijo en el futuro solo aumentará la angustia. Poniendo la atención en pequeños pasos y marcándonos objetivos a corto plazo conseguiremos, por un lado, reducir la frustración y la incertidumbre y, por otro, empezar a construir el futuro de nuestro hijo.
  • Contactar con asociaciones o personas que estén en la misma situación. Además de compartir experiencias, esto ayudará a adoptar una nueva perspectiva y comprobar que tener un hijo con una discapacidad no tiene por qué ser una tragedia.
  • Informarse sobre la condición específica de nuestro hijo (características, tratamientos, evolución, recursos sanitarios…) disminuirá la incertidumbre y aumentará la sensación de control.
  • Centrarse en las rutinas diarias comunes a los demás bebés también contribuirá a afrontar la discapacidad de un hijo. Alimentarlo, dormirlo, salir a pasear… ayudará a suavizar la ansiedad y a normalizar la situación. Igualmente beneficioso es recuperar cuanto antes, y en la medida de lo posible, la rutina familiar (atender a los otros hijos, volver al trabajo…) a la vez que se incorporan nuevas actividades (visitas a los especialistas, rehabilitación…).
  • Reconocer al niño más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer, por poco que sea: una sonrisa, un pequeño avance… Acceder a recursos de Atención Temprana, por ejemplo, ayudará a potenciar al máximo dichas capacidades.
  • Practicar el autocuidado. Para hacer felices a los demás, tenemos que ser felices nosotros. Es muy importante buscar espacios para uno mismo que permitan cargar las pilas y renovar energías. Y eso conlleva muchas veces aprender a delegar. Cuidar de un hijo con discapacidad es una carrera de fondo, así que es necesario dosificar las energías.
  • Cuidar la pareja y la unidad familiar. Cuando hay un miembro en la familia con una discapacidad hay cierta tendencia a que todo gire en torno a él y esto no es saludable a largo plazo. Es importante intentar cuidar las relaciones tanto en la pareja como con los demás miembros de la familia, amigos, etc. En el caso de que haya otros hijos, es importante hablar con ellos y explicarles la situación. Por pequeños que sean, la dinámica familiar cambia necesariamente y ellos lo notan.
  • Buscar ayuda psicológica para hacer frente a las nuevas condiciones a las que tendrán que enfrentarse, no solo los padres sino todo el núcleo familiar.

Es importante reconocer al hijo con discapacidad más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer.

“Bienvenidos a Holanda”, carta de la madre de un niño con síndrome de Down

Emily Perl Kingsley, madre de un niño con síndrome de Down, explica muy bien el impacto que supone tener un hijo discapacitado en esta carta:

«Me piden con frecuencia que describa la experiencia de criar a un niño con una incapacidad para tratar de ayudar a personas que no han compartido esta experiencia única a entender y a imaginar cómo se siente. Es así…

Cuando vas a tener un bebé es como si planificaras un viaje de vacaciones fabuloso a Italia. Uno compra un gran número de guías turísticas y hace planes maravillosos. El Coliseo, el David de Miguel Ángel, las góndolas en Venecia. Aprendes frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante.

Después de meses de anhelantes expectativas, el día de partir finalmente llega. Preparas tus maletas y sales de viaje. Varias horas después, el avión aterriza. La azafata entra y dice: «Bienvenidos a Holanda».

«¡¿Holanda?!» exclamas. «“¿Cómo que Holanda? ¡Yo pagué para ir a Italia! Se supone que debo estar en Italia. Toda mi vida he soñado con ir a Italia»».

Pero ha habido un cambio en el plan de vuelo. Han aterrizado en Holanda y allí debes permanecer. Lo importante es que no te han llevado a un lugar horroroso, repugnante, sucio, lleno de pestilencia, carestía y enfermedad. Por lo tanto, debes salir y comprar otras nuevas guías turísticas. Y tienes que aprender un nuevo idioma. Te encontrarás con un nuevo grupo de personas que nunca imaginaste conocer.

Es solo un lugar diferente. Es más calmado que Italia, menos ostentoso que Italia. Pero después de estar allí durante un tiempo,  respiras profundo y miras a tu alrededor. Y empiezas a notar que Holanda tiene molinos de viento. Que Holanda tiene tulipanes. Y que, incluso, tiene pinturas de Rembrandt.

Pero todos los que tú conoces están ocupados yendo y viniendo de Italia… Y todos hacen alarde de lo maravilloso que lo pasaron allá. Y hasta el fin de tu vida, te dirás: «Sí, allí era donde debería haber ido. Eso fue lo que programé». Y ese dolor nunca, nunca, nunca se irá… Porque la pérdida de ese sueño es incomparable.

Pero si te pasas la vida lamentando el hecho de que no llegaste a ir a Italia, no podrás estar libre para gozar las cosas tan especiales, tan hermosas… de Holanda”.

Si te interesa:

Un documental

La historia de Jan. Durante seis años, Bernardo Moll grabó a su hijo, con síndrome de Down. El resultado es un emotivo documental que relata una historia de lucha y superación.

Un libro

Lejos del árbol: Historias de padres e hijos que aprendieron a quererse, de Andrew Solomon. A través de las historias de familias que se enfrentan a distintos tipos de discapacidad, el autor explica qué significa para los padres querer a hijos diferentes.

 

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no? 1500 1000 BELÉN PICADO

La Navidad ideal es aquella que vivimos como deseamos y con las personas que elegimos. Si optamos por pasarla en familia porque ansiamos el reencuentro con nuestros seres queridos, seguro que será fantástico. Sin embargo, también hay personas que, por diferentes razones, prefieren pasar la Navidad sin la familia, con amigos o, incluso, solos. Y estas opciones también son perfectas. Pero… ¿es posible disfrutar de esta época fuera del círculo familiar y las costumbres que se han seguido durante años?

Mucha gente tiene la creencia irracional de que no queda más remedio que reunirse con la familia y no hay otra opción posible. De este modo la Navidad pasa de ser una época de disfrute a convertirse en una sucesión de obligaciones. Las compras, la presión para que todo salga perfecto en Nochebuena o Nochevieja, el peregrinaje por las casas de parientes o la añoranza de los que no están pueden suponer una carga de estrés difícil de gestionar.

Algunas personas se plantean en estos casos romper la tradición y pasar la Navidad sin la familia. Pero los ‘debería’ son un obstáculo complicado de sortear y acaban renunciando a su deseo por no ‘traicionar’ al clan. Esta obligación que nosotros mismos nos imponemos provoca ansiedad y sentimientos de culpa, que impiden adoptar pensamientos más flexibles y visualizar otras opciones.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Foto de Denise Johnson en Unsplash

¿Navidad, dulce Navidad?

Aunque, teóricamente, se trata de una época de euforia, felicidad y buenos deseos, hay quien no considera estos días una ocasión especial para sentirse exultante; al contrario, le invade cierto malestar, que en ocasiones se transforma en ansiedad y angustia. Y entre los factores que pueden influir en este estado está el reencuentro con la familia de origen.

Es posible que nos reunamos con parientes a los que apenas conocemos y solo vemos en estas fechas (tíos o primos segundos a quienes únicamente estamos conectados a través del árbol genealógico) o con familiares más cercanos, pero con los que puede haber algún asunto pendiente. En casos más extremos, incluso, existe algún acontecimiento traumático del pasado en el seno familiar (abusos, maltrato…) que hace que acudir a estas reuniones sea especialmente estresante y doloroso. En estas situaciones pasar la Navidad sin la familia es una opción nada desdeñable.

No es extraño que coincidan en espacio y tiempo individuos con personalidades de lo más dispares, que no se reunirían en otras circunstancias. Y si a esto se suma el consumo de alcohol, la mesa puede convertirse en un auténtico campo de minas. Lo que tienes reprimido se escapa y si surge de forma reactiva y brusca, puede desatarse una bronca que solo enconará más los posibles conflictos.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Imagen de Freepik

Familia de sangre versus familia elegida

Lionel, un periodista argentino asentado en España desde hace varios años relata en este artículo cómo ha vivido la Navidad durante este tiempo. Primero, como la persona que se ve obligada a dejar su hogar y se encuentra en un país desconocido. Luego, como el joven que también quiere disfrutar de estas fechas fuera de la familia: «Hasta hace unos años, me sentía mal saliendo de fiesta en Nochebuena o saliendo demasiado pronto en Nochevieja. Lo primero era la familia y a ellos debía la lealtad. Romper esa idea no sólo nos permitió salir de la casa-búnker para encontrarnos en grupo. Romper con el puritanismo familiar también me llevó a empezar a darle importancia a esa familia escogida, a esa red que mi madre se empeñó en descalificar cuando decía que ‘los amigos van y vienen pero la familia está siempre».

Fuera de los lazos de sangre, a lo largo de la vida vamos creando otros vínculos que elegimos nosotros y que no nos vienen dados por azar. Son personas que nos ayudan a evolucionar, nos apoyan en momentos difíciles, nos escuchan sin juzgar o nos confrontan cuando es necesario… Es la familia elegida. Unas veces es un complemento a la familia de origen y otras cubre las necesidades afectivas que esta no ha podido satisfacer. Lo importante es buscar vínculos seguros y redes afectivas que fomenten el apoyo, la seguridad y el crecimiento y desde donde afrontar los momentos difíciles.

Tomar conciencia de nuestras necesidades y poder escoger con quién estar, así como tener la posibilidad de encontrar otros espacios fuera del seno familiar no solo nos permite valorar más a la gente que nos rodea. También nos ayuda a adquirir recursos para manejarnos en situaciones incómodas que pueden aparecer en la convivencia familiar, como poner distancia cuando algo nos hace daño o aprender a establecer límites.

Pese a que nos han educado para poner a la familia por delante de todo, a veces se generan dinámicas tóxicas que producen malestar y sufrimiento. Es el caso de las familias donde la comunicación no fluye y los problemas van tapándose hasta que explotan en el momento menos adecuado. O aquellas en las que se tiende a culpabilizar a cualquier miembro que trata de seguir su propio criterio. En la mayoría de los casos, no se trata de dinámicas conscientes. Lo que ocurre es que no se ha aprendido a establecer un vínculo seguro: hay buenas intenciones, pero malos métodos.

Imagen de Freepik

Elige lo que te haga feliz

Sumarte a todas y cada una de las reuniones familiares, escaparte a la playa con tu pareja, pasar unos días en la montaña con tus amigos, prepararte una cena rica en casa y ver la tele hasta las tantas… Cualquier opción es perfecta si te hace feliz y, sobre todo, si la eliges tú. Y si este año, por primera vez, decides saltarte la tradición, pasar la Navidad sin la familia y hacer planes sola o solo, con tus amigos o con tu pareja, adelante. Verás que no se acaba el mundo por ello. ¡Felices fiestas!

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