Soledad

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida 1792 1024 BELÉN PICADO

El duelo es un proceso natural y universal que todos atravesamos en algún momento de nuestras vidas; es el precio que pagamos por haber amado, compartido y, de alguna forma, por haber vivido. Sin embargo, pese a que todos transitamos este camino antes o después, no todas las pérdidas reciben la misma consideración. Algunas no solo no están socialmente aceptadas, sino que el dolor que generan se ve deslegitimado por el entorno, como si la persona que ha sufrido esa pérdida tuviera menos derecho a llorarla o su sufrimiento fuera menos válido que el de otros. Se produce entonces un duelo desautorizado, también denominado prohibido o silente.

Como seres sociales que somos, ante una situación de trauma o pérdida lo normal es buscar la conexión con otras personas. En circunstancias así, no es lo mismo estar acompañado de alguien que nos sostiene y que responde a nuestras necesidades emocionales, que vivir esa misma situación en soledad, sin nadie con quien poder compartir lo que nos está sucediendo o nuestros sentimientos.

¿Qué es el duelo desautorizado?

Llamamos duelo desautorizado al que se vive con una pérdida que, por su naturaleza, no es reconocida o validada por quienes nos rodean. Quizá porque el vínculo que perdimos no se considera «legítimo» o «importante» desde una perspectiva social; puede que porque la relación era compleja o la persona fallecida ocupaba un rol controvertido en nuestra vida. O, simplemente, porque nuestro entorno cree que no deberíamos estar «tan afectados».

Aunque se trata de pérdidas tan dolorosas como cualquier otra que esté «mejor vista», quienes las viven reciben mensajes, unas veces sutiles y otras de forma explícita, que invalidan su dolor. Se les dice que «no es para tanto» o se les sugiere de alguna forma que no tienen «derecho a llorar».

Unas veces, son las normas sociales, familiares o culturales las que nos transmiten la idea de que no todas las pérdidas merecen el mismo duelo. Se nos inculca quiénes pueden llorar, por qué tipo de pérdidas y durante cuánto tiempo. Se espera que una persona llore por la muerte de un familiar cercano, pero en el caso de una mascota o una expareja, la sociedad tiende a minimizar ese dolor, considerándolo «menos importante».

En otras ocasiones, sin embargo, es la propia persona quien se niega a sí misma el derecho a sufrir y a expresar lo que siente, diciéndose que su dolor es «exagerado» o que no debería sentirse tan afectada. Por ejemplo, si muere una expareja y tengo una nueva relación yo misma puedo pensar que mi tristeza está fuera de lugar. Y en lugar de permitirme vivir el duelo, minimizaré o reprimiré mis emociones. Este tipo de autocensura no solo me llevará a sufrir en silencio; también dificultará mi proceso de sanación, ya que expresar el dolor es una parte fundamental del duelo.

Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

Foto de Kristina Tripkovic en Unsplash

Tipos de duelo prohibido

Tomando como base la clasificación de Kenneth Doka, que fue quien desarrolló el concepto en 1989, los distintos tipos de duelo desautorizado pueden englobarse en cuatro categorías principales:

1. Cuando la relación no es reconocida

El vínculo entre el doliente y la persona fallecida no es considerado significativo o legítimo por la sociedad, lo que limita el derecho de aquel a expresar su tristeza.

  • Relaciones extramatrimoniales. La pérdida se desautoriza socialmente debido al juicio moral que se impone a estos vínculos, eliminando desde el principio el derecho a la expresión emocional. De este modo, el duelo se vive en silencio, ya que el entorno suele ver este tipo de relaciones como «ilegítimas» y el dolor por la muerte de un/a amante como algo «fuera de lugar».
  • Parejas homosexuales. En contextos donde la homosexualidad no es socialmente aceptada o cuando la relación no ha sido públicamente reconocida, el doliente puede enfrentarse a la pérdida en total soledad, sin el derecho a expresar su dolor o a recibir el apoyo emocional de su comunidad. Esta falta de reconocimiento social también implica, a veces, negar el derecho a despedirse y ser excluido de rituales o eventos donde este rol de pareja no es aceptado (funerales, actos de homenaje…).
  • Amistades y relaciones no familiares. Muchas veces se olvida hasta qué punto puede afectarnos el fallecimiento de amigos u otras personas con quienes existía un vínculo muy estrecho. Frases como «Solo era un amigo» o «No es como perder a un hermano» reflejan esta falta de reconocimiento y omiten el hecho de que una amistad puede ser uno de los vínculos más fuertes en la vida de una persona.
  • Muerte de una expareja. Al no tratarse de una relación vigente, el entorno resta importancia a esta pérdida, asumiendo que no debería generar un dolor significativo. Comentarios como “Pero si ya no estabais juntos” o «Si ya tienes una nueva pareja…» pueden hacer que la persona sienta que no tiene derecho a expresar su pesar o, incluso, que está traicionando a su pareja actual.
  • Pérdida de un paciente o de un alumno. En ciertas profesiones, como las relacionadas con el ámbito sanitario o educativo, llegan a establecerse relaciones muy estrechas. Sin embargo, ante el temor de que se considere inapropiado mostrar abiertamente su tristeza, algunos profesionales optan por ocultar sus emociones ante la muerte de un paciente o un alumno, por ejemplo.
2. Cuando la pérdida no es reconocida

En este caso, la pérdida en sí misma no se considera digna de duelo y no se valida el derecho del doliente a vivir y compartir las emociones propias de este proceso.

  • Muerte de un animal de compañía. La sociedad a menudo subestima el vínculo tan fuerte que puede llegar a establecerse con una mascota, deslegitimando el sufrimiento de quienes viven esta pérdida. Mensajes como «Pero si solo era un animal» o «Puedes conseguir otro» pueden hacer que quien esté atravesando este duelo se sienta incomprendido o incluso ridiculizado.
  • Pérdidas simbólicas. Existen pérdidas que no implican la muerte de alguien, como el envejecimiento o la pérdida de capacidades físicas. Se considera que estos cambios deberían aceptarse sin más, privando a quienes los experimentan de la validación emocional que necesitan.
  • Muertes no reconocidas socialmente y que involucran a personas que, por diversas razones, han sido marginadas o invisibilizadas por la sociedad (personas sin hogar, migrantes, quienes viven en instituciones sociosanitarias o penitenciarias, etc.). Debido a prejuicios y estereotipos, se puede pensar que estas pérdidas ‘no merecen’ un duelo o que resulta «exagerado» sentir pena por ellas.
  • Pérdidas ‘esperadas’. La muerte de alguien cuya partida parecía previsible, ya sea por su edad avanzada o una enfermedad prolongada, suele deslegitimarse bajo la idea de que el duelo debería ser menos intenso o más fácil de sobrellevar. Este tipo de reacción puede hacer que el doliente reprima su tristeza o se sienta culpable por sentir tanto dolor.
  • Muerte perinatal o pérdida gestacional. La pérdida de un bebé antes, durante o poco después del parto es un duelo que se desautoriza con frecuencia, tanto por el personal sanitario que no siempre se muestra empático con los padres, como por la propia familia y la sociedad en general («Ya tendrás otro hijo», “Si venía mal, mejor así”, “La naturaleza es sabia”…). El silencio que rodea estas pérdidas es todavía mayor cuando se trata de un aborto provocado. A menudo se da por hecho que al ser una decisión voluntaria la mujer no sufre y se la deja sin el apoyo necesario. También es habitual que el entorno no sepa nada o que, al ser ella quien lo ha decidido, se espere que se sienta aliviada.
Duelo desautorizado o prohibido

La cuna vacía, de Manuel Ocaranza

3. Cuando el doliente es el excluido

A veces, nuestra necesidad de proteger y de apartar a alguien a quien queremos del dolor hace que le privemos de su derecho legítimo a saber qué está ocurriendo.

  • Niños. Por miedo a dañarlos, no se habla con los niños de la enfermedad grave de un ser querido. O, directamente, se les excluye de los funerales, bajo la creencia de que «no entienden qué está ocurriendo» o por temor a que se desestabilicen. No se tiene en cuenta que ellos también necesitan apoyo emocional para procesar la pérdida.
  • Personas mayores. Como se da por sentado que las personas mayores están más acostumbradas a la pérdida, muchas veces no se les da espacio para expresar su dolor. Este tipo de exclusión puede llevar a un duelo solitario en una etapa de la vida donde el apoyo es crucial.
  • Personas con discapacidad. La sociedad tiende a suponer que quienes tienen alguna discapacidad intelectual no experimentan el duelo «completamente». Esto crea una barrera que limita la expresión de su dolor y su proceso de duelo.
4. Circunstancias particulares de la muerte

El contexto en el que se produce la muerte también es importante. Hay muertes “estigmatizadas” que generan mucho rechazo social, lo que influye en la forma en que el entorno apoya al doliente.

  • Suicidio. Las familias que enfrentan una muerte por suicidio tienen que hacer frente a estigmas y preguntas invasivas que pueden hacerles sentir avergonzadas o juzgadas, dificultando su duelo. (En este blog puedes leer el artículo «Muerte por suicidio (I): Un duelo con mucho enfado, culpa, vergüenza y miedo»)
  • Muerte por sobredosis, sida, etc. Las muertes relacionadas con adicciones o enfermedades socialmente estigmatizadas, como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, también generan muchos juicios de valor. En estos casos, no es extraño que algunas personas del entorno asuman que la muerte es «consecuencia» de las acciones del fallecido, limitando así el apoyo al doliente y haciendo que este se sienta aislado en su dolor.
  • Homicidio. La pérdida de un ser querido en un homicidio es dolorosa y traumática. Además, el estigma asociado a este acto violento puede hacer que el entorno no sepa cómo sostener, generando silencio e incomodidad en lugar de empatía.

Consecuencias del duelo desautorizado y su impacto emocional

El duelo silente, al no recibir la validación ni el apoyo social necesarios, puede afectar de varias formas:

  • Soledad. La falta de comprensión y empatía por parte de familiares, amigos y conocidos lleva a que el doliente se aisle emocionalmente, sintiéndose así más solo en su sufrimiento.
  • Vergüenza y culpa. Al sentir que su sufrimiento no es legítimo o que están exagerando, algunas personas experimentan mucha vergüenza y culpa, llegando incluso a cuestionar si su duelo es «normal». (En este blog puedes leer el artículo «El sentimiento de culpa puede dificultar el proceso de duelo»)
  • Pérdida de la red de apoyo. Cuando no se respeta el dolor, la persona no cuenta con un recurso fundamental en el proceso de duelo: el apoyo de su entorno.
  • Duelo congelado. Precisamente la falta de apoyo y la sensación de no poder compartir su tristeza, puede llevar a que la persona se niegue a sí misma el derecho a llorar su pérdida e interrumpa el proceso natural (duelo congelado). El problema de esto es que, por mucho que se repriman y se metan bajo la alfombra, antes o después esas emociones reaparecerán a causa de otra pérdida u otro evento traumático.
  • Problemas de salud mental. La represión del dolor puede hacer que este se cronifique, aumentando el riesgo de desarrollar problemas como ansiedad, depresión o diversas somatizaciones (el dolor emocional no resuelto se manifiesta en síntomas físicos). Numerosas demandas terapéuticas, como conductas adictivas, depresión y trastornos de conducta, tienen sus raíces en duelos no elaborados y, en muchos casos, en duelos desautorizados.
  • Dificultades en las relaciones. Al sentir que los demás no se ponen en su lugar, el doliente puede sentirse aún más desamparado y es fácil que esta falta de comunicación acabe derivando en tensiones y malentendidos que afectarán negativamente a sus relaciones. Además, esta incomunicación impide que el entorno sepa cómo brindar apoyo.
Duelo desautorizado o prohibido: Vivir en soledad el dolor de la pérdida

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Qué podemos hacer

Si has sufrido una pérdida y sientes que tu duelo está siendo desautorizado, aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Acepta y valida tus emociones. Date permiso para sentir tristeza, rabia, miedo o incluso alivio. Es normal experimentar un cóctel emocional e identificar y aceptar cada uno de esos sentimientos sin juzgarlos es el primer paso hacia la sanación.
  • Rompe el silencio y explica lo que necesitas. Si te sientes cómodo/a, habla con quienes crees que están limitando o minimizando tu dolor. Explícales cómo te sientes y por qué necesitas expresarte sin que nadie te cuestione. Así te asegurarás de que todos comprendan por lo que estás pasando (a veces no hay mala intención, sino desconocimiento).
  • No tengas prisa y respeta tu propio ritmo. No existe un periodo de tiempo «correcto» para sanar. No te dejes influir por presiones externas (o internas) que te empujen a superar la pérdida lo antes posible o, directamente, a ignorarla. Permítete tener recaídas y momentos de tristeza sin culpa, pues el duelo es un proceso que avanza de manera irregular.
  • Busca apoyo en espacios que sientas seguros. Rodéate de personas de confianza dispuestas a escucharte sin juzgar. Y si no encuentras comprensión en tu entorno, busca lugares donde puedas expresarte sin trabas. Puedes hacerlo a través de un diario en el que plasmes tus pensamientos, acudiendo a un grupo de apoyo o solicitando ayuda profesional. La terapia te ofrecerá un espacio seguro donde validar tu duelo y recibir el apoyo emocional que necesitas y mereces. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Y, sobre todo, recuerda: tu dolor es tuyo y nadie tiene el derecho de decirte cómo sentirlo. La sanación comenzará en el momento en que te des permiso para sentir, recordar y llorar. Porque, aunque algunos duelos no sean visibles para todos, cada lágrima y cada recuerdo cuentan.

Referencia bibliográfica

Doka, K. J. (1989). Disenfranchised Grief: Recognizing Hidden Sorrow. Lexington Books.

Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva) 1500 1000 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el término «violencia» lo que suele venirnos a la mente son imágenes de ataques físicos o verbales directos, insultos evidentes o conductas claramente hostiles. Sin embargo, existen otras maneras de ejercerla que, aunque no dejan cicatrices visibles, pueden afectar profundamente a la salud mental. En la vida cotidiana, muchos de nosotros hemos sido testigos, víctimas o incluso perpetradores de lo que se conoce como microviolencia o microagresiones. Estos términos, que suelen utilizarse indistintamente, engloban una serie de actitudes, comentarios y comportamientos que, pese a parecer inocentes, pueden llegar a hacer mucho daño. No obstante, a menudo se minimizan, tachándolos de exageraciones, bromas sin importancia o simples malentendidos.

¿A qué llamamos microagresiones?

Las microagresiones son una forma de violencia psicológica, sutil y a menudo casi imperceptible, que tiene como objetivo minimizar, excluir o desvalorizar a una persona o a un colectivo. A diferencia de las agresiones directas, la microviolencia se manifiesta a través de comportamientos cotidianos como expresiones sarcásticas, desprecios disimulados, miradas o silencios que actúan como castigo, actitudes condescendientes y otras formas de trato despectivo.

Pero no solo buscan herir emocionalmente. En muchos casos, esconden un intento de mantener una posición de control, poder o superioridad sobre el otro. Como discriminar abiertamente por razón de sexo, raza u orientación sexual está mal visto e incluso prohibido legalmente en muchos países, las microagresiones se convierten en una vía para perpetuar estos prejuicios sin enfrentar las consecuencias que traería una agresión más visible.

Por otro lado, no se limitan a un ámbito específico; pueden ocurrir en todo tipo de relaciones y espacios: pareja, familia, entorno académico y laboral, instituciones… Al estar tan vinculadas a la vida cotidiana, muchas veces pasan desapercibidas para quienes las ejercen y también para quienes las sufren.

¿Qué puede tener de malo un simple comentario? (O por qué se trivializa la microviolencia)

Son varias las causas que llevan a restar importancia a esta forma de violencia y, a veces, incluso a negar su existencia.

  • Efecto acumulativo. El problema con ese «chiste» o ese comentario «sin mala intención» está en que no estamos hablando de un acto único. Lo que verdaderamente lastima no es tanto el hecho aislado como su reiteración constante a lo largo del tiempo. Este goteo continuo acaba generando mucho desgaste emocional y un impacto devastador en la autoestima.
  • La intencionalidad cuenta, pero no tanto. No querer hacer daño no disminuye el impacto de nuestras palabras o conductas. La falta de conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos refuerza la idea errónea de que, sin mala intención, el daño es menor o inexistente. Todos somos responsables de lo que hacemos o decimos y de considerar cómo esto afecta a los demás, independientemente de nuestras intenciones.
  • El humor como arma. Muchas ofensas y comentarios hirientes se hacen bajo el paraguas del humor, como si fuera una excusa válida para disfrazar la insensibilidad o la crueldad. Si una broma tiene como objetivo ridiculizar a alguien, no es inofensiva, sino una microagresión disfrazada.
  • Dinámicas sociales profundamente arraigadas. Muchas agresiones están tan enraizadas en la sociedad que quienes las reciben a menudo no las reconocen como tales o no saben cómo responder. Y por esta misma razón, quienes las ejercen no siempre perciben el daño que causan. Al final, esta normalización acaba reforzando las desigualdades y estereotipos hacia ciertos colectivos (mujeres, minorías étnicas, personas LGTBIQA+, etc.).

La normalización de las microagresiones refuerza las desigualdades y favorece la discriminación.

Consecuencias para la salud mental

Los efectos acumulativos de esta forma de violencia pueden dar lugar a:

  • Baja autoestima. Cuando alguien escucha constantemente comentarios despectivos acaba cuestionando su propio valor e interiorizando estos mensajes negativos, convenciéndose de que no merece el mismo respeto que los demás.
  • Ansiedad. Sufrir este tipo de violencia de forma habitual lleva a medir cada cosa que se dice o se hace, para evitar ser objeto de burlas o rechazo, y también a cuestionarse continuamente si las actitudes de los demás son intencionadas («¿Lo habrá dicho en serio o soy yo que estoy exagerando?»). Este estado de alerta constante aumenta los niveles de ansiedad, volviendo el entorno impredecible y hostil.
  • Depresión: Microagresiones recurrentes pueden generar sentimientos de desesperanza, aislamiento y tristeza profunda, lo que aumenta el riesgo de desarrollar un trastorno depresivo.
  • Aislamiento social. En muchas ocasiones, los afectados tienden a aislarse para evitar situaciones de maltrato y comentarios hirientes que los hacen sentir fuera de lugar. Sin embargo, esta actitud termina por privarles del apoyo emocional que necesitan, agudizando todavía más su sensación de soledad.
  • Dificultades en las relaciones. Puede que las agresiones sutiles no desencadenen un conflicto abierto, pero generarán un clima de desconfianza y resentimiento que deteriorará gravemente los vínculos emocionales.

Tipos de microviolencia

1. Microagresiones verbales

Se manifiestan a través de palabras, gestos o expresiones que, aunque parecen inofensivos o incluso halagadores, tienen la intención de menospreciar o herir. En muchas ocasiones, son el reflejo de prejuicios que la persona que los emite no siempre es consciente de tener.

  • Cumplidos envenenados. «Eres muy femenina, no pareces lesbiana”. Este supuesto elogio asume que existe una forma ‘correcta’ de ser lesbiana, lo cual refuerza estereotipos sobre la identidad sexual. Otros cumplidos envenenados: «Vaya, eres más listo de lo que parecía», «Para ser mujer te orientas muy bien», «Admiro tu valentía, ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Sarcasmo. «Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta», «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú». Detrás de expresiones como estas hay una gran dosis de hostilidad y, a menudo, inseguridades disfrazadas de arrogancia.
  • Consejos no solicitados. «Deberías bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud». Esto no es preocupación ni mucho menos, sino una crítica cruel.
  • Difamación. Consiste en propagar comentarios malintencionados o falsos rumores para dañar la reputación de una persona. A veces, lo que comienza como un chisme aparentemente inocente puede propagarse rápidamente dejando a la víctima pocas opciones para defenderse.
2. Microagresiones conductuales

Comportamientos o actitudes que, pese a no ser explícitos, invisibilizan, marginan o excluyen a una persona.

  • Interrumpir a alguien constantemente mientras habla o, por el contrario, ignorarlo por completo.
  • Evitar el contacto visual o físico con una persona por su raza, apariencia, etc. es una forma de transmitir rechazo y discriminación. Un ejemplo es no sentarse junto a alguien en el transporte público o cruzar al otro lado de la calle, basándose únicamente en prejuicios o ideas preconcebidas.
  • Asumir que alguien no puede realizar ciertas tareas. Esto incluye situaciones como no pedir ayuda a un compañero mayor en un trabajo relacionado con tecnología, asumiendo que no está capacitado. O no invitar a un compañero con discapacidad a una salida, bajo la suposición de que no podrá disfrutar.
  • Invisibilización. Ignorar deliberadamente a una persona cuando habla, no responderle, o hablar de ella en su presencia como si no estuviera.
  • Infantilización. Tratar a las personas mayores como si no pudieran tomar decisiones por sí mismas o manejar su vida sin contar con ellas, algo que menoscaba su dignidad y autonomía.
  • Miradas o gestos. El lenguaje no verbal también es una herramienta de microviolencia. Gestos despectivos o miradas de desaprobación pueden ser igual de hirientes que las palabras.

Discriminar a alguien por su edad es una forma de microviolencia.

3. Microviolencia en las relaciones

Ya sea en la pareja, la familia, el grupo de amigos o en entornos laborales, la microviolencia puede manifestarse a través de dinámicas sutiles de control emocional o manipulación.

  • Minimizar los sentimientos del otro. «No puedes enfadarte por una tontería así», «Vaya película te estás montando». Estas expresiones invalidan las emociones del otro, haciéndole sentir que sus sentimientos no son importantes.
  • Desvalorización. Menospreciar y poner en tela de juicio todo lo que dice otra persona, sin importar de qué hable o cuán informada esté («Tú que sabrás», «Anda, cállate que solo dices tonterías»).
  • Micromachismos. Este término, acuñado por el psicólogo Luis Bonino, describe comportamientos cotidianos que buscan mantener una posición de poder sobre las mujeres, limitando su autonomía o subestimando sus capacidades. Un ejemplo: relegar a la mujer a roles de cuidadora, basándose en su «mayor capacidad» para el cuidado.
  • Luz de gas. Esta forma de maltrato psicológico busca hacer que la víctima dude de su percepción y juicio. El agresor envía dos mensajes fundamentales: «Tu pensamiento está distorsionado» y «Mis ideas y mi forma de ver la realidad son las correctas». (En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico«)
  • Triangulación. Manipulación indirecta que involucra a terceros con el fin de generar confusión y desestabilizar a una persona. Sucede, por ejemplo, en familias donde los progenitores están enfrentados e intentan poner a sus hijos en contra del otro. También ocurre cuando dos o más amigos discuten y presionan a un tercero para que tome partido, involucrándolo en el conflicto.
  • Ley del hielo. Ignorar al otro cuando hay un conflicto en lugar de hablar sobre el problema. En estos casos, el silencio se convierte en una herramienta de castigo y control emocional.
  • Críticas a la identidad. Comentarios como «Si fueras más masculino, no pensarían que eres gay», o forzar a la pareja a cambiar su apariencia para ajustarse a lo que se considera socialmente aceptable, son formas de microviolencia que atacan la identidad de la persona.
  • Microviolencia económica. Ocurre cuando un miembro de la pareja se apropia del control del dinero y maneja todas las decisiones financieras, excluyendo al otro.

Cómo identificar si se trata de una microagresión

El primer paso para confrontar la microviolencia es reconocerla, tanto si la sufrimos como si estamos ejerciéndola sin darnos cuenta. Ahora que ya hemos visto algunos tipos de microagresiones (hay bastantes más), vamos a afinar un poco más y conocer algunas claves para detectarlas.

  • Presta atención a tus emociones. Si un comentario o un gesto te hace dudar de tu propio valor o minimiza lo que sientes, y terminas sintiéndote incómodo, humillado o invalidado después de recibirlos, es muy probable que hayas sido víctima de una microagresión.
  • Busca patrones repetidos. Un comentario aislado o una actitud puntual puede quedarse en una impertinencia, sin más. Sin embargo, si estos hechos se repiten constantemente y, además, provienen de la misma persona o entorno, es un indicio claro de microviolencia.
  • Identifica comentarios o actitudes que refuercen estereotipos. También es una señal si sientes que un comentario te coloca en una posición inferior, como «Hablas muy bien nuestro idioma para ser extranjero».
  • Observa el lenguaje no verbal. Gestos despectivos, miradas de desaprobación o la exclusión silenciosa, como no incluir a alguien en una conversación o actividad, son también formas de microagresión.
  • Reflexiona sobre tus propias acciones. A veces, somos nosotros quienes agredimos sin darnos cuenta, replicando comportamientos que hemos interiorizado por la cultura o el entorno en el que crecimos. Pregúntate si has hecho comentarios o has tenido gestos que podrían herir a alguien, aunque no fuera tu intención. O quizás tiendas a interrumpir a personas que percibes en una posición inferior, pero no a quienes ves como autoridad. Todos podemos cometer errores; lo importante es cómo actuamos al hacernos conscientes de ellos.

Ya la he identificado, ¿y ahora qué?

Una vez que hemos aprendido a reconocer cuándo estamos ante una microviolencia, el siguiente paso es saber cómo actuar. Aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte, tanto si eres víctima como autor.

Si eres quien está sufriendo microagresiones…
  • Valida tus emociones. Si un comentario o actitud te hace sentir mal, no ignores ese malestar. Lo que sientes es real. No te culpes ni te cuestiones pensando que «no es para tanto» o que estás «exagerando». Si algo te incomoda, merece atención.
  • Haz visible lo invisible. Si te sientes en una posición segura, verbaliza lo sucedido y expresa cómo te ha afectado. Frases como «Sé que no era tu intención, pero lo que dijiste me hizo sentir incómodo» o «Este tipo de comentarios me hace sentir excluida» te ayudarán a visibilizar la agresión sin atacar. La asertividad consiste en defender nuestro derecho a ser tratados con respeto y dignidad, al mismo tiempo que respetamos a los demás.
  • Establece límites claros. Aprender a a pedir respeto y a decir «no» o de manera firme pero asertiva es esencial para proteger tu bienestar mental y emocional. Por ejemplo, si alguien hace un comentario ofensivo disfrazado de chiste puedes responder algo como «Prefiero que no bromees sobre eso».
  • Busca apoyo. Si este tipo de conductas están afectando a tu día a día y no sabes cómo manejar la situación, busca el apoyo de amigos, familiares o el de un profesional. No tienes que enfrentarlo tú solo/a. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

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Y si te das cuenta de que las estás cometiendo…
  • Reconoce el error sin excusas. No te pongas la defensiva. Si alguien te señala que un comentario o acción tuya fue hiriente, acéptalo sin justificarte. Cuando recurres a expresiones como «Solo estaba bromeando» o «No era mi intención» lo que estás haciendo es desviar la atención del daño causado. Admitir que te equivocaste no te convierte en una mala persona, sino en alguien dispuesto a mejorar.
  • Pide disculpas sinceras. Las disculpas deben ser auténticas y no un «lo siento si te sentiste ofendido» que minimiza tu responsabilidad al transferírsela a la persona herida. Es mucho mejor decir algo como «Lamento haber dicho eso, no me di cuenta de que podría herirte. Gracias por decírmelo». Así, demuestras respeto por los sentimientos del otro y tu disposición a cambiar.
  • Reflexiona e infórmate. Pregúntate por qué hiciste ese comentario o actuaste de esa manera. Muchas veces, ciertos prejuicios están tan arraigados en nosotros que los replicamos de manera automática. Reflexionar sobre nuestras actitudes y educarnos en temas como el respeto, la diversidad y la igualdad es fundamental para evitar repetir esos comportamientos.
Referencias

Bonino, L. (1999). Las microviolencias y sus efectos: claves para su detección. Revista Argentina de Clínica Psicológica, 8(3), 221-233.

Depresión de verano.

Depresión de verano: Cuando el buen tiempo nos amarga la vida

Depresión de verano: Cuando el buen tiempo nos amarga la vida 1920 1280 BELÉN PICADO

«La gente me ve como un bicho raro o creen que bromeo cuando digo que odio el verano. Nadie lo entiende», me decía hace poco Marisa en una sesión. Cuando pensamos en el verano, lo habitual es que se nos dibuje una sonrisa y que enseguida nos vengan a la mente conceptos como vacaciones, descanso, viajes, chiringuitos, encuentros con amigos, diversión, sensación de alegría… Sin embargo, también hay quienes viven esta época del año con tristeza, apatía, falta de motivación y angustia. Y es que hay personas para las que variables como el exceso de luz solar, las altas temperaturas, los cambios en la rutina e, incluso, la presión social de tener que estar siempre dispuesto para la diversión, van asociadas a un cuadro de síntomas emocionales y físicos que se conocen con varios nombres. Depresión de verano, trastorno afectivo estacional inverso o depresión veraniega son algunos de ellos.

Este trastorno afecta al estado de ánimo cuando las temperaturas son más cálidas. El trastorno afectivo estacional de verano es mucho menos común que su homólogo, el trastorno afectivo estacional (TAE) que se produce en otoño e invierno, pero igualmente debilitante para quienes lo sufren. Además, se cree que la incidencia podría aumentar en las próximas décadas, debido a que se espera que el calentamiento global traiga temperaturas más altas y posiblemente más humedad.

Algunas de sus características:

  • Según los criterios establecidos en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) para diagnosticar depresión con un patrón estacional debe comenzar y terminar durante una temporada específica del año (con remisiones completas durante otras temporadas) y aparecer durante, al menos, dos años consecutivos. En el caso del trastorno afectivo inverso o con patrón de verano, reaparece todos los años más o menos en primavera o al comienzo del verano y desaparece en la época otoñal e invernal, mejorando el estado de ánimo en los cortos y fríos días del invierno.
  • Es más frecuente en personas con otros trastornos mentales, como depresión mayor o trastorno bipolar, sobre todo trastorno bipolar tipo II (lo más habitual es tener fases de manía o hipomanía en primavera y verano y fases de depresión en otoño e invierno)
  • Las personas con trastorno afectivo estacional inverso son más propensas a las tentativas de suicidio que las que sufren la versión invernal. De hecho, son ya varios los estudios que relacionan el progresivo aumento de las temperaturas con una mayor tasa de muertes por suicidio.
  • Afecta más a las mujeres que a los hombres.
La depresión de verano o trastorno afectivo estacional inverso afecta más a las mujeres.

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Tristeza estival, depresión de verano y depresión mayor

Summertime Sadness, es una canción de Lana Del Rey que nos habla de la tristeza o melancolía veraniega, ese pequeño bajón anímico o de energía que a veces tenemos en el cambio de estación, pero no debemos confundirlo con el trastorno afectivo estacional inverso, más limitante y con síntomas más parecidos a los de la depresión mayor.

En cuanto a las diferencias entre el TAE de verano y la depresión mayor, esta suele mantenerse durante largas temporadas y deberse a circunstancias vitales adversas o a desajustes neuroquímicos que requieren medicación, mientras que en el caso del la depresión de verano los síntomas desaparecen con el cambio de estación, repitiéndose habitualmente en la misma época cada año.

Síntomas de la depresión de verano

Tanto las personas que padecen TAE en verano como las que lo padecen en invierno comparten ciertos síntomas: fatiga excesiva, falta de interés en actividades del día a día, poca o nula interacción social, apatía, estado de ánimo deprimido, desesperanza y sentimientos de inutilidad, dificultad de concentración… Sin embargo, hay algunos síntomas propios de la versión estival:

  • Ansiedad, a menudo acompañada de nerviosismo o irritabilidad.
    (En este blog puedes leer el artículo «¿Ansiedad en vacaciones? Cómo evitar que la angustia nos amargue el verano«)
  • Hiperactividad y agitación psicomotora. Hay un aumento en la actividad física y mental, a veces con dificultad para mantenerse quieto o concentrado. También puede experimentarse sensación de inquietud y dificultad para relajarse.
  • Pérdida de apetito. Reducción significativa del deseo de comer que puede acompañarse de pérdida de peso.
  • Sensación de aislamiento. El hecho de casi todo el mundo parezca estar pasándolo genial y disfrutando de su tiempo libre, hace que la persona afectada se sienta aún más sola e incomprendida.
  • Insomnio. Problemas para conciliar el sueño o para mantenerlo durante la noche.
  • Mayor irritabilidad y comportamiento violento ocasional. Está demostrado que el clima y las condiciones meteorológicas influyen en el estado de ánimo y en el comportamiento. El calor, en particular, favorece el aumento de agresividad y la irritabilidad.
    (En este blog puedes leer el artículo «El calor influye en el mal humor y aumenta la agresividad«)
Depresión de verano

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Por qué se produce

Aunque las causas exactas no están claras, hay algunos factores que pueden contribuir a la aparición de la depresión de verano. Entre ellos:

  • Desregulación del reloj biológico. La exposición prolongada a la luz solar durante los meses de primavera y verano puede alterar el reloj biológico interno y los ritmos circadianos que regulan los ciclos de sueño-vigilia y otros procesos fisiológicos. Este desequilibrio afecta a la calidad del sueño e influye en los cambios en el estado de ánimo.
  • Variaciones en los niveles de ciertos neurotransmisores. Los cambios estacionales influyen en la producción y regulación de serotonina y dopamina, neurotransmisores que juegan un papel crucial en el estado de ánimo y la energía. Un desequilibrio en estos neurotransmisores durante los meses más luminosos puede contribuir a los síntomas del trastorno afectivo estacional inverso.
  • Aumento de la temperatura. Las altas temperaturas pueden provocar malestar físico y estrés, lo que a menudo exacerba los síntomas de ansiedad y agitación, característicos del trastorno. Además, es habitual que el calor interfiera con el sueño, agravando aún más los síntomas.
  • Cambios en los niveles de melatonina. La melatonina, una hormona que regula el sueño, se produce en respuesta a la oscuridad. Los días más largos y las noches más cortas reducen su producción, lo que contribuye a problemas de sueño y alteraciones anímicas.
  • Ruptura de la rutina. En verano nuestros días suelen ser mucho menos estructurados y las rutinas del resto del año desaparecen. Hay personas a quienes les afecta más esta situación, ya que la rutina les aporta cierta estructura mental y estabilidad emocional.
  • La época en la que hayamos nacido importa. Un equipo de investigadores identificó una región en el cerebro relacionada con el desarrollo del trastorno: el núcleo del rafe dorsal (precisamente aquí se encuentran muchas de las neuronas que controlan los niveles de serotonina). En el estudio, realizado con ratones, se observó que los animales nacidos en condiciones que replicaban las condiciones veraniegas eran menos propensos a la depresión que los nacidos en invierno. Por tanto, cumplir años en verano podría protegerte mientras que cumplirlos en invierno podría hacerte más propenso a sufrir trastornos afectivo estacional inverso.
  • Geografía. Las personas que viven en regiones con climas extremos, donde las variaciones estacionales en luz y temperatura son más pronunciadas, parecen ser más vulnerables a la depresión de verano. Un estudio realizado con personas de Italia e India encontró que este trastorno era más habitual en India, posiblemente debido a las temperaturas más altas del verano en comparación con las del país europeo.
  • Polen. Igualmente, se han propuesto como factor de riesgo para desarrollar TAE de verano la existencia de concentraciones elevadas de polen.
  • Predisposición genética. Hay investigaciones que sugieren que el TAE de verano tiene un componente genético, es decir, que tienen más riesgo de sufrirlo quienes tienen antecedentes familiares de depresión o algún tipo de trastorno del estado de ánimo.
  • Presión social. Llegada la temporada estival, ser feliz, pasarlo bien y multiplicar el número de actividades de ocio se convierte casi en una obligación.
  • Nuestro cerebro va más lento. Se ha observado que a partir de los 36ºC nuestro cerebro funciona más lentamente y su rendimiento se reduce.

Qué podemos hacer

Si cada año la depresión de verano llama a tu puerta, estas pautas pueden ayudarte:

  • Establece una rutina y cúmplela. La estructura que te aporta una rutina constante te proporcionará una sensación de estabilidad y una mayor percepción de control. Además, te ayudará a sentirte más motivado y organizado. Incluye en esa rutina, tanto tus tareas básicas como dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida, como la familia, la vida social (hasta donde te sientes a gusto), el autocuidado, el ejercicio y las actividades creativas.
  • Mantén una adecuada higiene del sueño. Procura mantener una regularidad tanto en la hora de acostarte como en la de levantarte y trata de que tu dormitorio esté oscuro y fresco. Evita también siestas largas durante el día para no alterar el ciclo de sueño nocturno.
  • La actividad física regular y moderada mejorará tu estado de ánimo, al estimular la producción de endorfinas y reducir las hormonas relacionadas con el estrés. Eso sí, en caso de actividades al aire libre, evita las horas de más calor o los días de mayor concentración de polen.
  • Presta atención a tus propias necesidades. Cuando salir o participar en actividades al aire libre y en grupo empieza a convertirse en una obligación, es el momento de detenerte por un instante y observar qué necesitas realmente.
  • A la fresca. Si las altas temperaturas y la luz solar te afectan, busca lugares frescos y con sombra o espacios interiores con una adecuada temperatura durante los picos de calor o humedad. Así evitarás bajones en tu estado de ánimo.

  • Apoyo social. Compartir cómo te sientes con personas de tu confianza te ayudará a mitigar la sensación de aislamiento y de soledad. No es necesario que te apuntes a actividades o reuniones multitudinarias, tú eliges cuándo, cómo y con quién compartir tu tiempo.
  • Dedícate tiempo de calidad. Resérvate tiempo para realizar actividades relajantes o que te resulten placenteras: leer un libro, practicar yoga, escuchar música o cualquier otra cosa que te ayude a desconectar y a aliviar el estrés.
  • Pide ayuda profesional. En el caso de que los síntomas no remitan, te causen una angustia significativa o interfieran con tu funcionamiento diario, no dudes en buscar apoyo. Un profesional de la salud mental te ayudará a evitar que tus síntomas se conviertan en un problema de salud mental más grave. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Referencias bibliográficas

Akram, F., Jennings, T. B., Stiller, J. W., Lowry, C. A., & Postolache, T. T. (2019). Mood Worsening on Days with High Pollen Counts is associated with a Summer Pattern of Seasonality. Pteridines, 30(1), 133–141.

American Psychiatric Association. (2013). DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. (5ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

Florido Ngu, F., Kelman, I., Chambers, J., & Ayeb-Karlsson, S. (2021).  Correlating Heatwaves and Relative Humidity with Suicide (Fatal Intentional Self-harm). Scientific Reports, 11(1), 22175.

Green, N. H., Jackson, C. R., Iwamoto, H., Tackenberg, M. C., & McMahon, D. G. (2015). Photoperiod Programs Dorsal Raphe Serotonergic Neurons and Affective Behaviors. Current Biology : CB, 25(10), 1389–1394.

Tonetti, L., Sahu, S. & Natale, V. (2012). Cross-national Survey of Winter and Summer Patterns of Mood Seasonality: a Comparison Between Italy and India. Comprehensive Psychiatry, 53(6), 837-842.

Miedo a no hacer nada: Cuando las vacaciones se convierten en un castigo

Ociofobia: Cuando las vacaciones se convierten en un castigo

Ociofobia: Cuando las vacaciones se convierten en un castigo 1500 1000 BELÉN PICADO

¿Cómo suelen ser tus vacaciones? ¿Te permites desconectar y descansar? ¿O más bien necesitas tener un programa de actividades preciso y organizado que no deje nada al azar? ¿Eres capaz de quedarte sentado y sin hacer nada durante diez minutos? ¿O aguantas, como mucho, un minuto antes de levantarte y correr en busca de algo ‘productivo’ que hacer (o del móvil)? En pocas palabras, ¿te ha alcanzado la ociofobia?

Aunque muchos esperamos impacientes las vacaciones para permitirnos disfrutar del dolce far niente, a la hora de la verdad no es tan fácil como parece. Cuando llega el momento de desconectar, resulta que nos agobiamos si tenemos dos horas sin un plan, sin una actividad o sin un compromiso social. Algunos lo llaman ociofobia o, lo que es lo mismo, miedo irracional a tener tiempo libre. Otros, simplemente, a lo que tienen verdadera fobia es a la idea de «perder el tiempo».

Sin embargo, lejos de ser una pérdida de tiempo, «parar motores» de vez en cuando es una necesidad. Da igual si nos quedamos un rato mirando por la ventana, si damos un paseo solos y sin un destino prefijado o, simplemente, nos tendemos en la cama a mirar el techo. En cualquiera de estos casos, nuestro cerebro nos lo agradecerá (mucho). A veces, lo que muchos consideran perder el tiempo no solo no es negativo, sino que es necesario para mantener nuestro equilibrio físico y mental.

Por supuesto, esto no significa que tengamos que pasarnos todo el verano en posición horizontal y sin mover una pestaña, pero sí encontrar un equilibrio entre momentos de actividad y de desconexión.

Imagen de wayhomestudio en Freepik

Miedo a no hacer nada

En la era de las prisas y de la productividad, el miedo a no tener algo que hacer, a no estar ocupado con alguna actividad en la que enfocar toda la atención puede llegar a suponer una fuente de estrés.

Hay personas, sobre todo las que tienen rasgos más perfeccionistas, a quienes ocupar su tiempo permanentemente sin dejar un minuto libre les hace sentir más válidas. Además, el estar siempre ocupadas y haciendo algo ‘importante’ les aporta la sensación de estar cumpliendo con las expectativas que los demás y que ellas mismas tienen sobre su eficiencia y su valía.

En otros muchos casos, esa necesidad constante de llenar el tiempo es un modo de evitar quedarse a solas con los propios pensamientos. Sin embargo, recurrir a la evitación no hará que esas emociones y esos pensamientos desaparezcan. Antes o después, acabarán saliendo a flote y, a menudo, lo harán de modo descontrolado. Por ejemplo, en forma de ansiedad.

Soledad, culpa y ansiedad

Esta aversión a la inactividad puede manifestarse de múltiples formas:

  • Sentimiento de culpa ante un tiempo libre que no creemos merecido o que nos vemos en la obligación de ocupar con múltiples y variadas actividades productivas para no sentirnos vagos y ‘flojos’.
  • Sensación de nerviosismo o incapacidad para descansar y relajarse, a menudo favorecida por una tendencia a la hiperexigencia y el perfeccionismo.
  • Ansiedad. Quizás este sea el síntoma más visible y no solo mientras la persona está en pleno momento de ocio. Los síntomas ansiosos también pueden aparecer días, e incluso semanas antes, cuando empieza ya a anticipar y a preocuparse por lo mal que lo va a pasar sin nada que hacer.
    (Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo ¿Ansiedad en vacaciones? Cómo evitar que la angustia nos amargue el verano)
  • FOMO (Miedo a perderse algo). En un mundo hiperconectado, resulta muy complicado dedicarse a no hacer nada sin sentirse culpable o sin experimentar esa desagradable sensación de estar perdiéndonos algo importante.
  • Sentimiento de soledad y de vacío ante la falta de planes o de actividades con que llenar las horas libres. Tener el tiempo ocupado se convierte en una prioridad para no sentir el temible vacío que aparece cuando no tenemos a la vista alguna tarea que realizar.

Office in Small City, Edward Hopper

Por qué tenemos tanta aversión a estar ociosos

Hay varios factores que influyen en el miedo a no hacer nada, entre ellos:

  • Si me detengo y dejo de hacer, me daré cuenta de lo que estoy sintiendo y me tocará escuchar a mis pensamientos. Y no todos estamos preparados para conectar con nosotros mismos sin distracciones o elementos que nos permitan evadirnos. A veces el vacío interior que percibimos es demasiado profundo para atrevernos a explorarlo.
  • Sobrevaloración de la eficacia y la productividad. En la sociedad actual se da una excesiva importancia a ser el más productivo y eficiente en todo aquello que se hace, a la vez que se pone el foco en el logro más que en el proceso.
  • Creencias inculcadas en la infancia, según las cuales aburrirse es algo malo y la inactividad una señal de pereza y vaguería. A menudo no nos damos cuenta, por ejemplo, de que matriculando a nuestros hijos en todos los cursos que a nosotros nos parecen importantes y apuntándoles a un sinfín de actividades extraescolares, lejos de prepararlos para la sociedad, lo que estamos haciendo es comprar todos los boletos para que desarrolle un trastorno de ansiedad, como mínimo.

La importancia de tomarse una pausa

Algunos ejemplos de lo beneficioso que es practicar el arte de no hacer nada, los tenemos en personajes de sobra conocidos. Isaac Newton, por ejemplo, descubrió la ley de la gravedad cuando vio caer una manzana mientras se encontraba descansando bajo un árbol. El filósofo Friedrich Nietzsche acostumbraba a caminar varias horas todos los días porque consideraba que era en esos paseos entre árboles cuando mejores ideas tenía y más fácil le resultaba ordenarlas. Charles Darwin, por su parte, tenía su «camino para pensar», que recorría siempre que necesitaba reflexionar con calma.

Y es que, cuando nos dedicamos a no hacer nada, en realidad estamos haciendo mucho:

  • Recargamos pilas. La inactividad es un recurso esencial para que nuestro cerebro se tome un descanso y recupere la energía perdida. Esta ‘recarga de combustible’ es mucho más fácil y efectiva cuando, además de parar, cambiamos de escenario. Por ejemplo, saliendo a dar un paseo por un parque, sentándonos en la playa simplemente a mirar el horizonte… Ser una persona activa no es incompatible con descansar cuando lo necesitemos. Todos y todas necesitamos descansar para reponer fuerzas, físicas y mentales.
  • Liberamos nuestra creatividad. Cuando dejamos de hacer y nos quedamos a solas con nosotros mismos, en silencio y sin tener un nuevo objetivo en el que enfocar nuestra atención, estimulamos el ingenio y la llegada de nuevas ideas. También es más fácil encontrar soluciones a problemas que nos abruman y en las que ni siquiera habíamos reparado. Según explica Sandi Mann en su libro El arte de saber aburrirse, «el acto de soñar despierto puede proporcionar a las personas la oportunidad de volver a examinar un problema o situación que les preocupa tantas veces como lo deseen, de diversas maneras e incorporando cada vez nueva información y posibles soluciones. se pueden explorar ideas aparentemente ilógicas de una manera que no es factible en la práctica y a través de esta exploración pueden encontrarse soluciones nuevas o más adecuadas a los problemas o situaciones no resueltos».
  • Ayuda a trazar un plan para el futuro. Cuando nos permitimos soñar despiertos y dejamos a nuestra mente divagar es más fácil anticiparnos, planear nuestros próximos pasos y empezar a trazar el camino hacia lo que queremos en nuestra vida.
  • Favorecemos la introspección. De vez en cuando es necesario parar y conectar con uno mismo. No hace falta hacer nada, excepto quedarnos quietos y, por ejemplo, fijarnos únicamente en cómo entra y sale el aire de nuestros pulmones. Este estado nos facilitará, por un lado, ser conscientes de nuestras emociones y nuestras sensaciones; y, por otro, reflexionar sobre dónde estamos y qué necesitamos. Básicamente, es una oportunidad de lujo para conocernos mejor.
  • Ayudamos a nuestro cerebro. Según el científico y escritor Andrew J. Smart, durante los periodos de inactividad nuestro cerebro está muy activo, aunque de una forma diferente. Al igual que un avión tiene un piloto automático, nosotros entramos en un estado similar cuando descansamos y renunciamos al control manual: «El piloto automático tiene claro adónde quieres ir y qué quieres hacer y la única forma de averiguar lo que sabe es dejar de pilotar manualmente el avión y permitir que tu piloto automático te guíe».

(En este blog puedes leer el artículo «Por qué soñar despierto te ayuda a conocerte mejor«)

Nuestro cerebro y nuestro cuerpo necesitan descansar y resetearse

Así puedes entrenar el arte de no hacer nada

Nuestro cerebro y nuestro cuerpo necesitan descansar y resetearse y algunos de nosotros necesitamos aprender a tolerar la incomodidad que eso supone. Saber no hacer nada es un arte y una forma fantástica de autocuidado.

  • Obsérvate. Si te sientes mal cada vez que decides darte un descanso, en vez de evitar la emoción o la sensación que aparece, acéptala y préstale un poco de atención. ¿Te resulta familiar? ¿Cuánto la has sentido antes? Identificar de dónde viene te ayudará a entender mejor qué está ocurriendo y te facilitará el establecer pautas para manejar ese malestar.
  • Paso a paso. En el caso de que parar por completo te resulte demasiado complicado, o incluso te genere ansiedad solo pensar en no hacer nada, ve poco a poco. Reduce el ritmo y descárgate de tus actividades de forma escalonada. Es mejor reducir la velocidad gradualmente que pisar el freno de repente. De todos modos, si aparece el malestar no te rindas. Como el ejercicio, es cuestión de práctica.
  • Entrena. Empieza con ratitos cortos. 5 minutos poniendo la atención únicamente en tu respiración, 10 minutos mirando de manera consciente un paisaje u observando una pared o el techo… y a medida que te sientas cómodo amplía el tiempo. También puedes aprovechar las oportunidades que te ofrece el día a día. Por ejemplo, alarga el tiempo de desayuno. O, mientras esperas en la fila para pagar en la caja del supermercado, dedícate a observar el entorno en vez de sacar el móvil.
  • Ni útil, ni productivo. Además de lo anterior, puedes ir intercalando actividades que te gusten y que no sean útiles ni productivas. Sal a pasear sin rumbo, siéntate en una terraza y tómate un café…
  • Siempre en tu agenda. Sigue practicando el arte de no hacer nada también cuando se terminen las vacaciones. Incluye tiempos de descanso e inactividad en tus jornadas y verás cómo mejora tu eficacia y tu productividad. Dedica al menos una hora al día al a no hacer nada.
  • No tengas miedo a aburrirte. Está demostrado que este estado estimula la creatividad. Cuando tú crees que no haces nada, tu cerebro está procesando información que te permitirá ser creativo y encontrar soluciones a situaciones complicadas. Aprovecha también el aburrimiento como una ocasión para la auto-observación y para reencontrarte contigo. La cantante Miley Cyrus contaba en una entrevista que durante mucho tiempo odió estar aburrida: «Sentía que eso significaba que no estaba haciendo suficiente o que estaba siendo perezosa. Pero ahora me he dado cuenta de que cuando estamos aburridos suele ser cuando nuestra imaginación se libera. Así que no me preocupo tanto de llenar mi tiempo con cosas sin sentido».
  • Entra en contacto con la naturaleza. Un parque, un bosque, una poza, la montaña… Cualquier lugar es válido para reconciliarnos con la naturaleza y dedicarnos, simplemente, a estar para nosotros. Basta con que te tiendas sobre una toalla o sobre el suelo y dejes que tus sentidos se abran al entorno: observa las nubes, escucha el canto de los pájaros, siente la brisa en tu piel, aspira los olores que llegan a tu nariz…
  • Apúntate al niksen. Aprovecha el verano para empezar a practicar el niksen, término holandés que significa, literalmente, «no hacer nada» y que viene a ser lo mismo que el dolce far niente italiano. Aunque el idioma cambia, el concepto es el mismo: poder permanecer en la inactividad sin que la culpa venga a buscarnos. Como explica Annette Lavrijsen, en su libro Niksen, el arte neerlandés de no hacer nada, se trata de desconectar como un modo de autocuidado. Dejamos de intentar optimizar nuestro tiempo a todas horas para dedicar un rato a simplemente ser, y no a hacer.

«Todos los males del hombre proceden de su incapacidad para sentarse en la silla de una habitación y no hacer nada» (Blaise Pascal)

Referencias bibliográficas

Lavrijsen, A. (2021). Niksen, el arte neerlandés de no hacer nada. Barcelona: Libros Cúpula

Mann, S. (2017). El arte de saber aburrirse. Barcelona: Plataforma editorial

Smart, A.J. (2015). El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro. Madrid: Clave Intelectual

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden

Trastorno de acumulación compulsiva: Mucho más que desorden 1255 836 BELÉN PICADO

Ropa, bolsas, revistas, cuadernos… Muchas personas guardamos multitud de objetos por si los necesitamos más adelante, para revisarlos un día que tengamos tiempo o porque tienen un valor emocional. En la mayoría de los casos no tiene mayor importancia. Pero, ¿cuándo pasa de ser algo meramente anecdótico a convertirse en un problema? Si sientes una necesidad irresistible y compulsiva de conservar todo tipo de objetos, te genera ansiedad la sola idea de deshacerse de ellos u ocupan gran parte del espacio disponible de tu casa, quizás tengas un trastorno de acumulación, también denominado trastorno de acumulación compulsiva, síndrome del acumulador compulsivo, o disposofobia.

Antes de continuar, es importante aclarar que coleccionar no es lo mismo que acumular. Cuando coleccionamos algo, lo hacemos con una intención o finalidad a diferencia del acumulador compulsivo que, simplemente, almacena. Asimismo, el coleccionista no acumula cualquier cosa, sino que recopila artículos muy específicos (libros, discos, sellos…). Busca algo determinado siguiendo una planificación, mientras que el acumulador acapara, sin más.

Tampoco hay que confundir el trastorno de acumulación con el síndrome de Diógenes, aunque estén relacionados. Este último, a diferencia del anterior, afecta a personas de edad avanzada, que suelen vivir solas y, por lo general, sufren algún grado de deterioro cognitivo o demencia. También es habitual que haya un abandono extremo de la higiene y el cuidado personal, algo que no ocurre en el acumulador. Por otra parte, los afectados por el síndrome de Diógenes no solo acumulan objetos, sino también basura, alimentos en mal estado, todo tipo de desperdicios e, incluso, animales que han sido abandonados en la calle.

Al trastorno de acumulación compulsiva también se le denomina disposofobia.

¿Qué es el trastorno de acumulación?

Según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM-5) el trastorno de acumulación se caracteriza por la «persistente dificultad de renunciar o separarse de posesiones, independientemente de su valor real, como consecuencia de una fuerte necesidad percibida para conservar los objetos y evitar el malestar asociado a desecharlos».

La persona con este trastorno comienza a acumular cosas compulsivamente y en cantidades exageradas hasta acabar ocupando la mayor parte del espacio disponible de la vivienda o del lugar donde se encuentre. El caos y el desorden resultante no solo causa numerosas molestias y entorpece las actividades diarias, sino que puede llegar a perturbar mucho la convivencia.

Por mucho que al resto del mundo le parezcan trastos inútiles y sin valor, el acumulador experimenta una gran angustia ante la idea de deshacerse o separarse de todas esas pertenencias. Y no solo por el miedo y la inseguridad que esto le genera, sino también porque en muchos casos establece un auténtico vínculo emocional con ellas.

Afecta más a mujeres, suele comenzar en la adolescencia y tiende a empeorar con la edad.

Programados para almacenar

La predisposición a acaparar es bastante común en el reino animal. Las ardillas, por ejemplo, van acumulando y escondiendo frutos y semillas en diversos puntos de su entorno para poder sobrevivir cuando el alimento escasea. Otro ejemplo es el cascanueces de Clark, un ave que puede acaparar más de 10.000 semillas en otoño y recordar su ubicación para recuperarlas en invierno.

Pero no solo es cosa de animales. La evolución también ha programado a los seres humanos para ello. Ese instinto de acumulación, alojado en las zonas filogenéticamente más antiguas de nuestro cerebro, es el que se pone en marcha cuando la disponibilidad de provisiones se vuelve irregular e insegura. Seguro que os acordáis de la compra compulsiva de papel higiénico al principio de la pandemia…

Sin llegar a esos extremos, a la mayoría nos gusta tener comida de más en casa o productos de primera necesidad. Abrir la nevera o la despensa y verla repleta de productos no solo reconforta y proporciona tranquilidad; incluso produce cierto placer. Tanto el trabajo recolector de la ardilla, como el hecho de almacenar grandes cantidades de papel higiénico o el acumular toda suerte de objetos, la mayoría sin utilidad, son conductas que, de un modo u otro, ayudan a experimentar mayor seguridad.

Julita Salmerón y Ariel, dos disposofóbicas de manual

En 2017, el actor Gustavo Salmerón estrenó un documental titulado Muchos hijos, un mono y un castillo con su madre, Julita Salmerón, como protagonista. Entre las posesiones que esta peculiar, algo excéntrica y entrañable mujer guarda como un preciado tesoro hay objetos tan singulares como un retal de los pantalones de su marido, los dientes de sus hijos o algunas vértebras de su abuela. En una entrevista, el propio Salmerón explica: «Lo que mis padres y mi familia tenemos es un síndrome de acumulación compulsiva llamado disposofobia. Consiste en acumular objetos, que no huelen mal ni son basura, no hablamos de Diógenes, sino de pilas de revistas de Fotogramas de los años noventa o de vinilos que jamás oyes. En el caso de mi madre es eso pero a unos niveles extremos».

Julita Salmerón en «Muchos hijos, un mono y un castillo».

El mismo trastorno parece afectar a Ariel, el personaje principal de La Sirenita, que se dedica a recoger y almacenar todo tipo de objetos que va encontrando en restos de naufragios. Son cosas que ni siquiera sabe para qué sirven o que son inútiles, pero con las que llega a crear cierto vínculo emocional. Como muchos disposofóbicos, la joven sirena también tiene problemas para relacionarse con sus iguales.

Factores de riesgo

Hay determinadas circunstancias y características que pueden favorecer que se desarrolle un trastorno de acumulación:

  • Antecedentes familiares. Alrededor de la mitad de acumuladores tienen uno o más familiares que lo son también, lo que hace que acaben viendo esta conducta como algo natural. Y esto tiene más que ver con que los niños repiten lo que ven (aprendizaje por modelado) que con la herencia genética.
  • Tendencia a distraerse fácilmente y dificultad para concentrarse.
  • Perfeccionismo. El miedo a equivocarme y a arrepentirme si tiro algo que luego puedo necesitar o que es importante emocionalmente para mí me llevará, al final, a no tomar decisiones y a dejar todo como estaba. El perfeccionismo también puede llevar a la procrastinación: una y otra vez intento ordenar el caos de mi casa, pero nunca empiezo.
  • Tendencia a la indecisión. El temperamento indeciso es un rasgo de personalidad bastante habitual en estas personas.
  • Experiencias adversas de la vida. Haber vivido un suceso difícil de afrontar o una pérdida importante (muerte de un ser querido, divorcio, haber perdido una vivienda…). Es normal, por ejemplo, que personas que han vivido las carencias de una guerra no solo valoren tanto las cosas materiales, sino que transmitan a sus descendientes el mensaje de que hay que guardarlo todo.
  • Sufrir otras patologías. Muchas de las personas que lo sufren tienen también otros problemas de salud mental, como Trastorno obsesivo compulsivo (TOC), ansiedad generalizada, fobia social, TDAH o depresión.
  • Historia de apego inseguro. Tener una historia de apego disfuncional va a dificultar en muchos casos el desprenderse de objetos, inútiles para muchos, pero especiales para el acumulador.

¿Por qué se acumula de forma compulsiva?

En la mayoría de los casos, este problema es solo la punta visible de un iceberg que a menudo oculta bajo la superficie conflictos emocionales no resueltos. Estos son algunos de los motivos que pueden llevar a acaparar compulsivamente:

  • Mecanismo de defensa. La acumulación compulsiva constituye un mecanismo de defensa, una forma de protegerse frente a amenazas imaginarias y también un modo de ocultar un fuerte sentimiento de inseguridad ante los cambios.
  • Percepción de control. Da igual lo inservibles que nos puedan parecer todos esos cachivaches a los demás. La persona disposofóbica necesita tener sus pertenencias consigo, aunque no sirvan para nada, porque eso les aporta sensación de control. Frente al malestar interno, la inseguridad o el miedo, el acto de acaparar genera alivio y seguridad.
  • Vínculo emocional. A menudo atesoramos recuerdos porque nos conectan a situaciones que han sido emocionalmente importantes para nosotros. El problema llega cuando convertimos esas cosas en una prolongación de nosotros mismos. Para las personas con trastorno de acumulación cada uno de esos artículos es único, especial e insustituible, así que ni se plantean la idea de perderlos. Utilizan las cosas materiales como un modo desesperado de aferrarse a un pasado que no quieren dejar ir. Desprenderse de objetos asociados a experiencias felices es lo mismo que renunciar a esos momentos y a su recuerdo. «Cuando tiras cosas, tiras parte de tu vida», dice Julita Salmerón en un momento de Muchos hijos, un mono y un castillo.
  • Respuesta al trauma. Una de las causas que pueden llevar a la acumulación compulsiva es haber atravesado una situación traumática. Puede que en cierto momento de la vida se haya atravesado una situación de precariedad importante (ruina, guerra, desahucio…) y haya quedado enquistado el miedo a que aquello se repita. O también es posible que haya un duelo no resuelto y la persona conserve determinadas pertenencias como una forma de mantener viva la presencia de lo perdido. Siente que tirarlas es una forma de alejarse de aquello que ya no está. Por otra parte, no es extraño que quien ha sufrido rechazo o abusos de algún tipo se resistan a deshacerse de sus cosas, porque sienten que es lo que hicieron con ellos. Simbólicamente, conservándolas están también rescatándose o cuidándose a sí mismos. Al fin y al cabo, las cosas no nos hacen daño, pero los seres humanos sí.
  • Huir de la soledad. Cuando en la vida no hay vínculos afectivos lo bastante sólidos ni una red de apoyo emocional suficientemente estable, la obsesión por acaparar cosas se convierte en una forma de escapar de la soledad. En estos casos, los objetos funcionan como sustitutos de los afectos y como una forma de llenar ese vacío. En una estancia repleta de muebles, cuadros y múltiples enseres la persona no se siente tan sola. El problema es que el acumular sin orden ni concierto hace que muchas veces el aislamiento sea aún mayor. Por un lado, porque el acumulador no deja que nadie entre en su casa. Por otro, porque, si se lo permite a alguien y este solo ve desorden y ningún lugar donde sentarse, probablemente no quiera volver.
  • Prepararse para el futuro. El miedo a lo que pueda venir o a un posible periodo de escasez puede desembocar en la conducta de adquirir nuevos objetos, conservar los que ya se tenían y almacenarlos todos “por si acaso”.

¿Cómo distinguir entre una persona desordenada y otra acumuladora compulsiva?

Algunos síntomas y signos que pueden ayudarnos a distinguir entre desorden y trastorno de acumulación compulsiva:

  • Dificultad para deshacerse de las pertenencias personales, incluso de aquellas que son inútiles, están inservibles o son de escaso valor. Asimismo, hay una incapacidad para seleccionar o decidir qué cosas sirven y cuáles no. Esto es, en gran parte por el vínculo emocional que se genera con ellas. Por ejemplo, da igual que una plancha no funcione; si perteneció a la abuela es razón suficiente para conservarlo.
  • Angustia ante la sola idea de renunciar a todo o parte de lo acumulado
  • Desorden creciente en casa, en el lugar de trabajo o en cualquier otro espacio, que puede llegar a dificultar el poder moverse con facilidad. A veces, el caos es tal que algunas habitaciones quedan inutilizadas para lo que estaban destinadas en un principio y se pierden cosas importantes (dinero, facturas, documentación). Lo acumulado llega a ocupar hasta dos tercios del espacio habitable del domicilio de manera caótica, complicando bastante la vida diaria. Nunca hay espacio suficiente para guardar todo lo que se acumula. Incluso puede llegarse a buscar otros lugares, como trasteros o garajes, para seguir almacenando.
  • Tendencia a comprar, también de forma compulsiva, una cantidad excesiva de artículos bien porque son una ganga o para almacenarlos «por lo que pueda pasar». No importa si es algo que necesita o no. Esta urgencia se extiende también a recoger cualquier cosa que le den o que encuentre por si le sirve más adelante.
  • Búsqueda de todo tipo de excusas para evitar que familiares o amigos vayan a casa y presencien el desorden. A veces, incluso se impide la entrada a personal técnico que tenga que realizar algún tipo de reparación.
  • Conflictos con aquellas personas que intentan poner orden en el caos, especialmente si conviven con el acumulador.

La imagen inferior pertenece a una serie que muestra 9 fotos de diversas estancias (sala de estar, cocina, dormitorio). Están ordenadas de 1 (sin desorden) a 9 (grado más severo de acumulación), según la cantidad de objetos acumulados. Se trata de la Clutter Image Rating Scale (CIRS), instrumento para evaluar la acumulación compulsiva y la gravedad del desorden.

Clutter Image Rating Scale (CIRS)

Clutter Image Rating Scale (CIRS).

Lo que NO debes hacer si tienes un familiar o un amigo con disposofobia

  • Insistir en ayudarle a ordenar sus cosas. Es muy posible que tu ser querido rechace tu oferta si aún no está motivado para cambiar. Y, sobre todo, si está convencido de que él no tiene un problema. A veces, aunque acepte que tiene un problema, el sentimiento de vergüenza puede dificultar que pida o acepte ayuda. De cualquier manera, recuerda que la motivación no es algo que se pueda forzar.
  • Tomar la decisión de limpiar y ordenar su casa de forma unilateral. El trastorno de acumulación no se soluciona limpiando y ordenando y menos deshaciéndonos de cualquier cosa sin permiso. Sobre todo, si antes no se ha tratado el problema de base que lo ha originado. Lo más probable es que aumente la intensidad de la angustia y la persona acumuladora acabe apegándose todavía más a sus pertenencias. Incluso, la desconfianza puede llevar a que rechace cualquier tipo de ayuda en el futuro.
  • Aleccionarle sobre cómo debe vivir. Todos, incluyendo acumuladores y acumuladoras, tenemos derecho decidir qué hacer con nuestras pertenencias y a elegir cómo queremos vivir.
  • Ponerse en modo «ordeno y mando». En vez de adoptar una posición culpabilizadora y exigirle que se deshaga de «todos esos trastos», es mejor acercarse con empatía y respeto. Tratar de comprender la importancia de esos objetos para la persona a quien nos dirigimos. No se trata tanto de imponer qué debe conservar o tirar, como de descubrir qué podría ayudarle a deshacerse de esas cosas u organizarlas.
  • Invalidarle como persona. En vez de hacerle sentir mal por todo lo que tiene amontonado y recurrir a desafortunados calificativos, ayudarle a ver cómo esto interfiere con los objetivos o valores que él o ella pueda tener. Por ejemplo, si la persona se deshace de los objetos acumulados, podrá tener una vida social más rica.

En terapia

Lo primero es que la persona con trastorno de acumulación tome conciencia de su problema, que no siempre es fácil. El tratamiento pasa por aprender a cuestionarse pensamientos y creencias irracionales acerca de la necesidad de adquirir y acumular cosas y sobre qué valor se les asigna. También habrá que reprocesar las experiencias traumáticas que pudiesen haber desencadenado el trastorno (cuando hay algún trauma la terapia EMDR ha demostrado ser especialmente efectiva). Asimismo, es necesario asumir que puede haber recaídas (y trazar un plan para afrontarlas). Las técnicas de relajación también forman parte del tratamiento y, en ocasiones, puede ser necesario apoyo farmacológico.

El objetivo está en que, poco a poco, la persona acumuladora empiece a desprenderse de lo que tiene acumulado y no sirve y, de paso, aprenda a tolerar el malestar o disgusto que produce el tener que hacerlo.

El miedo a la soledad conduce a una búsqueda desesperada de compañía y el disfrute del tiempo compartido se transforma en dependencia.

¿Por qué tenemos tanto miedo a la soledad? (Y cómo reconciliarnos con ella)

¿Por qué tenemos tanto miedo a la soledad? (Y cómo reconciliarnos con ella) 1920 1279 BELÉN PICADO

Es normal que la idea de quedarse solo produzca cierta sensación de vértigo, cierta incomodidad. Como dijo Aristóteles hace ya unos cuantos siglos, «el hombre es un ser social por naturaleza», así que es lógico querer compartir parte de nuestro tiempo con otras personas. Por muy autónomos e independientes que seamos, las relaciones interpersonales son esenciales para mantener nuestro equilibrio psicológico y proteger nuestra salud mental y emocional. El problema llega cuando el miedo a la soledad conduce a una búsqueda desesperada de compañía y el disfrute del tiempo compartido se transforma en dependencia.

Por lo general, este miedo no aparece solo. Suele ir acompañado de dependencia emocional, baja autoestima, sensación de vacío y tristeza, inquietud, necesidad desproporcionada de rodearse de gente o de llenar el vacío con cualquier medio que anestesie la mente (televisión, redes sociales), miedo al abandono, etc. En ocasiones la persona puede acabar desarrollando una auténtica fobia, con mareos, taquicardias, dificultad para respirar, pensamientos rumiativos y otros síntomas propios de la ansiedad.

Paradójicamente, algunas personas, por temor a que les abandonen y quedarse de nuevo solas, optan por no tener relaciones o, si las tienen, evitan implicarse demasiado. De este modo, lo que hacen es justo lo contrario de lo que necesitan. Se aíslan aún más aumentando así su angustia y su malestar. Y luego están quienes, sin detenerse a pensar si eso es realmente lo que desean o necesitan, llenan sus días de actividades y de citas. Todo vale antes que parar, escucharse y dejar que salgan a la superficie todo el dolor y el malestar interno que se ha ido acumulando. No nos damos cuenta de que, cuanto más intentemos huir de esa angustiosa sensación de soledad, más nos perseguirá.

¿Por qué nos da tanto miedo la soledad?

El temor a quedarnos solos puede tener su origen en varias causas. Si hemos vivido algo doloroso en el pasado (un desengaño sentimental, por ejemplo) que nos haya puesto frente a frente con el más total aislamiento, es lógico que por nada del mundo queramos volver a pasar por lo mismo. También puede ocurrir que hayamos sufrido un trauma que ha quedado sin procesar. Por ejemplo, si sufrí un robo en mi casa estando yo dentro, es muy probable que no quiera quedarme sola de ninguna manera.

También juegan un papel muy importante cuestiones de carácter social. Vivimos en una sociedad en la que se nos inculca la creencia de que para tener una vida plena debemos tener pareja estable, crear una familia, tener un círculo social cuanto más amplio mejor… En pocas palabras, todo menos estar solos. De hecho, llegadas a cierta edad, no son pocas las personas que consideran un fracaso no haber alcanzado alguno de estos objetivos.

Desde otra perspectiva, podemos relacionar el miedo a la soledad con la supervivencia de nuestra especie. Hace millones de años, para aquellos hombres que comenzaron a establecer las primeras comunidades humanas, ser expulsados del grupo suponía una muerte segura. Así que ya entonces el cerebro empezó a asociar aislamiento y soledad a situaciones peligrosas que había que evitar, sí o sí.

En el origen del miedo a la soledad juegan un papel muy importante cuestiones de carácter social.

La importancia del estilo de apego

El origen del miedo a la soledad también tiene mucho que ver con el estilo de apego. Cuando nacemos somos totalmente dependientes y vulnerables. Necesitamos un adulto para sobrevivir y, según cómo este cubra nuestras necesidades, así será nuestra relación con la soledad en la edad adulta.

Si las figuras de apego no atienden adecuadamente las necesidades del niño, recurren a amenazas como dejarle solo si se porta mal o le dejan a solas a propósito para que «se haga más fuerte e independiente», lo único que conseguirán es que ese niño cuando crezca no esté preparado para afrontar la soledad. Ya de adulto, puede ocurrir que la idea de quedarse solo le produzca tanta angustia que, para no sentirla, se aferre a cualquier persona, aunque sea la que menos le convenga. O puede pasar que, con tal de tener a alguien a su lado, recurra al control y a la manipulación (por ejemplo, haciendo sentir a su pareja culpable permanentemente para que no le deje).

Otra opción es que se dedique a coleccionar aventuras y relaciones superficiales sin llegar a profundizar en ninguno de esos vínculos. Si cada semana me enrollo con alguien distinto no tendré tiempo de estar solo y, de paso, como no me comprometo me ahorro que me hagan daño.

La dificultad para estar solo también es una característica de las familias preocupadas, como explica la psiquiatra Anabel González en su libro No soy yo: «Para adaptarse, los niños pueden absorber el sistema y volverse muy dependientes. Se sienten muy inseguros haciendo cosas solos, y buscan siempre al adulto para poderse calmar. Este patrón puede continuar hasta la vida adulta y teñir todas las relaciones futuras. La persona no se verá como un ser autónomo, no tolerará la soledad, la distancia o las pérdidas. Sentirá a los demás como partes de sí misma y creerá que no es nada sin ellos».

¿Estar en pareja a cualquier precio?

El miedo a quedarse solos empuja a muchos a iniciar o mantener relaciones de pareja insatisfactorias. Incluso hay estudios que lo corroboran, como uno llevado a cabo en la Universidad canadiense de Toronto. En la investigación se contó con participantes de edades comprendidas entre los 17 y los 78 años. De estos, el 40 por ciento confesó que temía no tener un compañero a largo plazo; un 18 por ciento aseguró que le aterraba convertirse en solterón/a; el 12 por ciento temía perder a su pareja actual; el 11 por ciento, envejecer solo; el 7 por ciento, no tener hijos y no formar una familia; otro 7 por ciento indicó que se sentiría inútil si se quedaba solo; el 4 por ciento temía los juicios negativos de otros; y el 0,7% dijo que cualquier relación, por horrible que fuese, era mejor que ninguna.

Según la responsable del estudio, Stephanie Spielmann, «quienes tienen un temor más fuerte a la soltería son menos exigentes a la hora de escoger pareja y tienen más posibilidad de permanecer en relaciones infelices y/o aceptar a personas que no les convienen», .

El miedo a la soledad es, desde luego, una de las peores excusas que podemos encontrar para aferrarnos a personas o relaciones que no nos convienen. Es el camino más directo a la insatisfacción permanente y a la dependencia emocional. Nos autoengañaremos diciéndonos que es amor, insistiremos en luchar por algo que ya no existe y todo por no ser capaces de ver que en realidad lo único que hay es miedo. Miedo a estar solos.

En las relaciones de pareja, el miedo a la soledad también va muy unido al miedo al abandono. Es posible que una determinada conducta, frase o actitud de nuestra pareja nos conecte con experiencias similares que tuvieron nuestras figuras de apego con nosotros. Y, para comprobar que nuestro compañero o compañera no es como nuestros cuidadores, buscaremos y pediremos continuas pruebas que nos confirmen que no se va a marchar. Si, además, ya nos ha ocurrido antes en otras relaciones, este temor se agudizará.

Habitación en Nueva York, Edward Hopper

Habitación en Nueva York, de Edward Hopper

Miedo a la soledad, ansiedad por separación y autofobia

El miedo a la soledad es un concepto muy amplio. En la mayoría de las ocasiones, se trata de un temor de carácter difuso que puede presentarse de diferentes maneras (miedo a no tener pareja, a quedarse solo en la vejez, a no tener amigos…) y no siempre supone una alteración mental que pueda derivar en un trastorno. Se pasa mal, pero no hay ansiedad.

Por otra parte, el miedo que aparece en la ansiedad por separación tiene que ver con la angustia que se experimenta al separarse de ciertas personas cercanas y queridas con las que existe un mayor vínculo. Además de los síntomas propios de la ansiedad, en parte por la incertidumbre de cuándo volverá dicha persona, hay una intensa necesidad de saber dónde se encuentra y una excesiva preocupación ante la posibilidad de que sufra algún daño.

(En este blog puedes leer el artículo «Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amor?»)

En el caso de la autofobia, también conocida como eremofobia, isolofobia o monofobia, lo que se produce es un miedo intenso y desproporcionado a estar con uno mismo (puede experimentarse, incluso, estando rodeado de gente). Detrás suele haber una inadecuada regulación emocional y el miedo a enfrentarse a los propios pensamientos. Si no he aprendido a gestionar mis emociones, cuando esté o me sienta solo me abrumarán y haré lo que sea con tal de evitarlas.

Tanto en la autofobia como en la ansiedad por separación pueden experimentarse síntomas físicos propios de la ansiedad, como aceleración del pulso y taquicardia, sensación de mareo y pérdida de control sobre sí mismo, sensación de ahogo y falta de aire, etc. A nivel cognitivo se produce un temor exagerado e irracional, al ver la soledad como una amenaza y un peligro. Como si algo terrible fuera a ocurrirme estando solo.

Disfrutar de la soledad es posible

Necesitamos reconciliarnos con la soledad. Estar a solas es esencial para conocernos mejor, reencontrarnos con nosotros mismos y conectar con nuestras propias necesidades. Es paradójico, pero si consigues llegar a disfrutar de estar solo te darás cuenta de que estás en la mejor compañía, la tuya. ¿Y cómo lograrlo? Aquí os dejo algunas pautas para descubrir las ventajas de la soledad y perderle el miedo.

  • Toma conciencia de tu miedo. Si sigues empeñado en autoengañarte diciéndote que la soledad no te afecta y continúas recurriendo a todo tipo de ‘parches’ para evitarla, tu angustia y tu malestar aumentarán.
  • Practica la introspección. Dedicar tiempo al silencio, a estar contigo mismo y a reflexionar te hará mucho más consciente de la realidad que te rodea.  Además, te ayudará a verlo todo con mayor claridad. Para poder modificar esas sensaciones negativas, es necesario conectar con ellas y entender su origen. Solo así aprenderás a regularlas. La mayoría de las respuestas que buscamos fuera, en realidad están dentro de nosotros. Solo tenemos que escucharnos.
  • Fuera creencias irracionales. Detecta, cuestiona y desmonta todas esas ideas que te han ido inculcando y que has terminado repitiéndote como una letanía: «Estar solo es un fracaso», «Nunca seré feliz si no consigo tener pareja o formar una familia», «Estar sola significa que nadie me quiere, que no soy válida o que hay algo malo en mí». Creencias como estas lo único que hacen es alimentar el miedo a la soledad, así que sustitúyelas por otras más reales, útiles y adaptativas.
  • Date un baño de silencio. Una de las ventajas de estar con nosotros mismos es que podemos disfrutar del silencio. Además, de fortalecer el sistema inmune, reduce el estrés, mejora la calidad del sueño y la memoria, fomenta la creatividad y ayuda a la concentración.
  • Haz planes… contigo. Busca ratos de soledad para leer, escuchar música, salir a tomar un café, dar un paseo, ir al cine, practicar alguna afición o, incluso, viajar. Y cuando estés en ello, valóralo. En vez de repetirte qué triste es salir a pasear solo, piensa en lo genial que es ir a tu ritmo, deteniéndote cada vez que te apetezca y fijándote en todas esas cosas que habitualmente, cuando vas con alguien, se te escapan. Es posible que al principio notes cierto malestar, pero pronto dejará paso a una sensación de seguridad y confianza. No hace falta que empieces por lo más complicado. Comienza por pequeños retos y a medida que los alcances y te sientas más seguro márcate nuevos objetivos.

Reconcíliate con la soledad.

  • Respiración y relajación. Si la soledad te genera ansiedad, recurre a técnicas que te ayuden a reducirla: respiración abdominal o diafragmática, técnicas de relajación, mindfulness, yoga, movimiento (baile o estiramientos), etc.
  • Busca ayuda profesional. Si crees que ese miedo a la soledad está limitando y obstaculizando tu vida y no puedes superarlo solo, no dudes en pedir ayuda. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso.

Y recuerda que el mejor antídoto contra el miedo a la soledad es dejar de esforzarte en evitarla y darle su espacio. Si aprendemos a estar solos mejorará nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima. Nuestras relaciones serán mucho más auténticas y satisfactorias porque no necesitaremos estar con alguien al precio que sea, únicamente por tener compañía. Saber estar solo es, en realidad, señal de madurez, de autonomía y de riqueza personal.

«La soledad es el hecho más profundo de la condición humana. El hombre es el único ser que sabe que está solo» (Octavio Paz)

La escritora Almudena Grandes dio voz a las emociones y al alma humana

La escritora Almudena Grandes y el talento de dar voz a las emociones

La escritora Almudena Grandes y el talento de dar voz a las emociones 2048 1366 BELÉN PICADO

La literatura siempre ha estado estrechamente ligada a la psicología. Y Almudena Grandes, además de escritora, fue una profunda conocedora del alma humana. Porque me gustaba cómo escribía y porque admiraba su destreza con la pluma y la palabra, lamenté profundamente su muerte, ocurrida el 27 de noviembre de 2021. Sin embargo, por encima de la tristeza y de la sensación de pérdida, prima el agradecimiento porque, por muchos años que pasen, ella seguirá viviendo a través de sus personajes y de sus historias.

Cuando el escritor cuenta una historia crea un vínculo con el lector y pone a su disposición todo un universo de emociones, pensamientos, relaciones humanas… Y por muy inverosímiles que, en ocasiones, puedan parecer esas historias, siempre habrá algo distintivo en algún personaje (una fortaleza, una debilidad, un rasgo de su temperamento…) que nos lleve inmediatamente a sentimos reflejados. Las buenas historias no solo nos cautivan, sino que hacen que nos identifiquemos con las emociones de sus personajes. «Todos los libros que nos gustan nos cuentan nuestra vida porque hablan de nosotros», expresó Almudena Grandes en cierta ocasión. Y ella a lo largo de su obra ha ido relatando nuestra vida y también la de quienes nos precedieron. Con tanta contundencia como delicadeza.

De la búsqueda de la identidad al trauma transgeneracional

Desde su primer libro, Las edades de Lulú, la escritora Almudena Grandes ha retratado como nadie la psicología humana y lo ha hecho desde múltiples perspectivas. La búsqueda de Lulú de su propia identidad, la dependencia de Malena hacia su hermana melliza en Malena es un nombre de tango o la importancia de los vínculos emocionales elegidos frente a los lazos de sangre, en Inés y la alegría. Incluso la locura y la inteligencia de Aurora Rodríguez Carballeira en La madre de Frankenstein.

En El lector de Julio Verne la escritora madrileña refleja cómo la amistad y la literatura pueden salvar una infancia marcada por la guerra. Ella misma contó en una entrevista para el portal hoyesarte.com cómo los libros le sirvieron de refugio en su propia niñez:

«Tuve una infancia pacífica y en lo material muy confortable, pero era una niña muy gorda y muy poco popular. Era la típica niña poco agraciada y peluda que no tenía amigas. Y leía porque era mucho más feliz leyendo que viviendo. Lo que encontraba en los libros eran vidas mucho mejores que la mía y la de quienes tenía alrededor. Leer me proporcionaba una felicidad desconocida si miraba hacia mí misma y mi realidad. (…) Hay una categoría, en la que yo misma me inscribo, de lectores insaciables que en su momento fueron niños que pudiéramos llamar raros o infelices, aunque ya digo que yo no fui infeliz. La literatura tiene un poder tan grande de mejorar la vida que en algunos momentos puede resultar hasta peligrosa, porque si te descuidas puede llegar a suplantar tu realidad hasta descolocarte».

Las pésimas consecuencias de mantener ocultos ciertos secretos familiares, así como los traumas transgeneracionales derivados de la guerra (El corazón helado) han sido también temas recurrentes en su obra. Igual que el peso de la soledad o los estereotipos en torno a la mujer. En Los aires difíciles y en Atlas de la geografía humana, por ejemplo, las protagonistas se ven empujadas a lidiar con la soledad en distintas formas y a vivir en un interminable conflicto entre lo que sus valores y creencias y el régimen social y educacional en el que han crecido.

La escritora Almudena Grandes ha retratado como nadie la psicología humana.

Almudena Grandes a través de sus palabras…

Almudena Grandes nunca se irá del todo. Siempre nos quedarán sus historias, sus personajes y sus reflexiones tanto en su obra como fuera de ella.

Pedir ayuda

«Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, ¿Sabes? Pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla». (Los besos en el pan)

De relaciones y dependencia

«Había sido demasiado amor, tanto como el que yo podía dar, más del que me convenía. Fue demasiado amor. Y luego, nada». (Castillos de cartón)

«Era demasiado amor. Demasiado grande, demasiado complicado, demasiado confuso, y arriesgado, y fecundo, y doloroso. Tanto como yo podía dar, más del que me convenía. Por eso se rompió. No se agotó, no se acabó, no se murió, sólo se rompió, se vino abajo como una torre demasiado alta, como una apuesta demasiado alta, como una esperanza demasiado alta». (Castillos de cartón)

El peso de la soledad

«Y estaba sola, me sentía sola, incapaz de hablar, que es quizás la peor forma de la soledad».

Ser mujer

«Ser una mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especie. Y nada más, porque todo lo demás es cultura». (Malena es un nombre de tango)

Maternidad

«Hace mucho tiempo descubrí que lo fundamental para una madre  trabajadora es renunciar a la perfección. Eso es lo fundamental. Lo que hay que hacer es controlar mucho la culpa y si los niños una noche cenan pizza, pues no pasa absolutamente nada. (…) Lo que es importante con los hijos es tener hijos deseados y quererlos mucho. Cada una lo hace lo mejor que puede. No hay más».

Felicidad (e infelicidad)

«La expectativa de felicidad es más intensa que la propia felicidad, pero el dolor de una derrota consumada supera siempre la intensidad prevista en sus peores cálculos». (El corazón helado)

«Nuestra felicidad o infelicidad depende de nuestra disposición mental. Aspirar a la perfección lleva a la infelicidad».

Alegría

«Con el tiempo aprendí que la alegría era un arma superior al odio, las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento». (Las tres bodas de Manolita)

Vivir, disfrutar cada momento y atesorar buenos recuerdos

«Luego alcancé a comprender que el tiempo nunca se gana, y nunca se pierde, que la vida se gasta, simplemente». (Malena es un nombre de tango)

«En la vida hay que extraer el placer de todas las cosas, hasta de las más pequeñas».

«Por fortuna, tengo muchos buenos recuerdos. El 11 de enero de 1989, cuando recibí una carta que me informaba de que Las edades de Lulú era finalista de La Sonrisa Vertical; la noche del 20 de abril de 1994, la primera que compartí con Luis García Montero; la felicidad esencial, incomparable, que sentí al amamantar a mis hijos…”

En sus libros, la escritora Almudena Grandes ofrece espléndidos retratos psicológicos de sus personajes.

Aprender del pasado

«Ha pasado mucho tiempo, me dirán, y tendrán razón, pero todos llevamos aún el polvo de la dictadura en los zapatos, ustedes también, aunque no lo sepan». (El corazón helado)

«Es un error pensar que la memoria tiene que ver solo con el pasado. Tiene que ver con el presente y con el futuro, porque si no sabemos de dónde venimos no podremos saber quiénes no queremos ser ni a quién nos queremos parecer».

«Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante porque, de repente, éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?». (Los besos en el pan)

«Como los recuerdos dolían, no recordaban; como las lágrimas herían, no lloraban; como los sentimientos debilitaban, no sentían». (Las tres bodas de Manolita)

Secretos familiares

«Cada familia tiene un armario cerrado lleno hasta arriba de pecados mortales». (El corazón helado)

«Entonces pensó que el silencio pesa tal vez en quien calla más que la incertidumbre en quien no sabe». (El corazón helado)

Almudena y el alma humana

«Todos nos dejamos engañar a la vez, y no porque seamos tontos, sino porque las buenas personas son fáciles de engañar». (El corazón helado).

«- ¿Entonces los nazis no eran malos? -Sí, claro que eran malos. Pero los otros también eran malos. Y sin embargo, había buenos en los dos bandos, buenas personas. Así que es muy complicado saber quiénes eran los malos malos de verdad y quiénes eran los malos menos malos, ¿Comprendes? -No.» (El corazón helado)

«La literatura teje y desteje desde hace siglos un inmenso tapiz fabricado con las historias que condensan los hilos de la existencia humana».

«La literatura no tiene que ver con las respuestas, sino con las preguntas. Las certezas son mucho menos valiosas que las dudas, y las contradicciones representan más un estímulo que una dificultad».

«El territorio de la cultura es la emoción. Las experiencias artísticas, los libros, las películas, las imágenes, la música, por supuesto, son emociones. Son vidas de más. Una persona que lee libros, que ve películas, que va a conciertos vive más. No más años, pero sí muchas más experiencias que una persona que, digamos, vegeta al margen de la cultura».

El cáncer

“El cáncer, una enfermedad como otra cualquiera, es, desde luego, un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo».

Sobre la muerte

Extracto de una entrevista publicada en La Vanguardia en 2019:

-Entrevistador: Si supiera que mañana es el último día de su vida, ¿qué aconsejaría a los que se quedan?

-Almudena Grandes: Que luchen por su felicidad, que aprendan a ser egoístas en el buen sentido de la palabra, que no dejen que nadie tome decisiones en su nombre y, sobre todo, que intenten hacer todo eso sin dejar de ser buenas personas.

-Entrevistador: ¿Cuál sería su epitafio?

-Almudena Grandes: Pues nunca se me ha ocurrido pensarlo, la verdad es que el pensamiento funeral no es mi fuerte… Pero me gustaría algo parecido al célebre verso de Machado: fue, en el buen sentido de la palabra, buena.

 

Solo abrazando la tristeza y dejándola fluir esta irá diluyéndose hasta desaparecer.

Emociones incomprendidas: Por qué necesitamos abrazar la tristeza (y no huir de ella)

Emociones incomprendidas: Por qué necesitamos abrazar la tristeza (y no huir de ella) 1920 1280 BELÉN PICADO

«Venga, no pasa nada», «Tú eres fuerte y puedes con todo», «Al mal tiempo, buena cara»… Estar triste no está de moda. Muere un ser querido y nos ‘hipermedicamos’. Nos deja nuestra pareja y nos refugiamos en el alcohol. Tenemos un bajón y asaltamos el frigorífico o nos da por comprar una taza o un cuaderno de Mr. Wonderful para motivarnos… Todo sirve cuando se trata de anestesiarnos y cerrar la puerta a una emoción tan beneficiosa como necesaria. Todo menos abrazar la tristeza o llorar, no vaya a ser que si empezamos nos desbordemos y no podamos parar.

La tristeza es una de las emociones básicas que, junto al enfado, el miedo, el asco y la alegría, compartimos con el resto de seres humanos desde que nacemos. Y, como las demás, también es necesaria para un sano desarrollo emocional. Es normal y apropiado estar apenado ante una pérdida significativa  o cuando fracasamos en algo importante para nosotros. No tenemos que sentirnos culpables por estar afligidos ni obligados a sonreír siempre. No pasa nada si no podemos con todo. Aprender a regular nuestras emociones pasa por reivindicar y defender el derecho a estar triste, por aceptar la tristeza como algo inherente a la propia vida.

Es  verdad que la actitud ante la vida y ante la realidad que nos va tocando vivir influye en cómo nos sentimos. Pero igualmente importante es entender que no todo depende de uno mismo, que no siempre conseguiremos aquello que nos proponemos y que vamos a sufrir pérdidas a lo largo de nuestra vida que nos dolerán.

Sin embargo, en vez de detenernos a sentir, lo que hacemos habitualmente es rechazar esa sensación de pesadumbre y desasosiego, hasta el punto de bloquearla, unas veces negándola, otras anestesiándola, algunas cambiando el foco del malestar… No nos damos cuenta de que, por mucho que intentemos negarla, la tristeza seguirá ahí y cuanto más nos resistamos a aceptarla más probabilidades habrá de que se intensifique.

La tristeza es necesaria para un sano desarrollo emocional.

¿Por qué nos ponemos tristes?

Cuando se enciende una lucecita en el cuadro de instrumentos del coche lo normal es que prestemos atención porque sabemos que nos está avisando de que algo no marcha bien. Pues lo mismo ocurre con las emociones: son señales de que hay algo a lo que debemos atender. En el caso de la tristeza, nos prepara para iniciar un proceso que nos ayudará a superar pérdidas, desilusiones o fracasos.

Nos entristecemos cuando las personas, los lugares o incluso los objetos que nos importan están en peligro, sufren algún percance o los perdemos. También cuando no cumplimos nuestras propias expectativas y fracasamos en algo que nos importaba conseguir o  al sentirnos decepcionados con alguien. Cuando percibimos que estamos indefensos ante un hecho inesperado o creemos no tener recursos de afrontamiento suficientes. Ante el sentimiento de soledad. Ante el dolor crónico o  el diagnóstico de una enfermedad…

Otra circunstancia que puede generarnos pesar es compararnos con los demás y deducir que cualquiera es más feliz que nosotros. Esto ocurre especialmente con las redes sociales, que distorsionan de forma considerable nuestra visión de la realidad.

No es lo mismo tristeza que depresión

Estar triste no es estar deprimido. Ni enfermo. Una diferencia importante entre ambos conceptos es que la tristeza es una emoción y la depresión, una alteración del estado de ánimo. La tristeza que aparece en la depresión es intensa, más duradera y está asociada a otros síntomas como anhedonia (incapacidad de sentir placer), abulia (falta excesiva de energía y motivación), falta de concentración, desesperanza y problemas de sueño y/o de apetito, entre otros.

Precisamente uno de los motivos que llevan a intentar escapar de la tristeza es el temor a deprimirnos. Sin embargo, sentirse triste no significa, ni mucho menos, estar inevitablemente abocado a este trastorno mental. De hecho, una persona deprimida no siempre se muestra triste. Además, cuanto más la negamos  mayor es el riesgo de que se cronifique y sea más difícil gestionarla.

Por otra parte, mientras la tristeza aparece ante determinadas experiencias negativas, en la depresión no siempre hay un desencadenante claro, sino que puede ser el resultado de la interacción de varios factores (genéticos, neurobiológicos, ambientales…).

La importancia de validar la tristeza en los más pequeños

Cuántos padres se dejan la piel para que sus hijos no conozcan la frustración y sean constantemente felices, sin darse cuenta de que, de este modo, están consiguiendo justo lo contrario de lo que pretenden. Cuando un niño o una niña está triste hemos de acoger y validar su emoción. Si inmediatamente le compramos algo para que se alegre o le decimos frases como «No llores que te pones muy fea», «No es para tanto», o «Venga, que los chicos fuertes no lloran», aprenderá que estar triste no está bien. Y se acostumbrará a enterrar cualquier atisbo de este sentimiento por temor a que no le acepten.

En la película Del revés (Inside Out) se ve muy claramente el papel tan importante que juega la tristeza en las emociones de la pequeña protagonista: aunque la primera parte de la infancia de Riley ha estado ‘dirigida’ por Alegría, será Tristeza quien la ayude a recuperar el equilibrio emocional. Y también se muestra lo necesario y sanador que es el hecho de que los padres de Riley validen y acojan la tristeza de su hija.

Del revés (Inside Out)

Una emoción necesaria para conectar con los demás

Son muchos los beneficios que nos aporta la tristeza, entre ellos:

  • Ayuda a superar y asimilar las pérdidas. Cuando la tristeza aparece a consecuencia de una pérdida (la muerte de un ser querido, un despido laboral, una ruptura de pareja…) nos ayuda a reconstruirnos mental y emocionalmente y a adaptarnos a una nueva realidad sin aquello que ya no está. Pero para que cumpla su función adaptativa es necesario que la dejemos fluir y no bloqueemos el proceso recurriendo a fármacos, alcohol, etc.
  • Permite ahorrar energía. El sentimiento de aflicción, en general, ralentiza el funcionamiento de la persona sobre todo en lo referente a los procesos cognitivos y conductuales. De este modo se evita un derroche innecesario de energía. Al fin y al cabo, no tiene mucho sentido insistir en luchar contra una situación para la que no se dispone de recursos suficientes o que, sencillamente, no tiene solución.
  • Favorece la capacidad de reflexión, introspección y reparación. Entre sus funciones también está la de mantenernos a salvo y protegidos mientras recuperamos fuerzas. Según expresa Tim Lomas en su libro El poder positivo de las emociones negativas, «la tristeza es como la voz dulce y tranquilizadora de la enfermera, que nos calma para que podamos dormir y nos ordena que nos acostemos sanos y salvos hasta la llegada de los rayos de sol». Se trata de una emoción que permite conectar con las propias necesidades, centrar la atención en uno mismo y tomar así cierta distancia de situaciones que resultan dolorosas. Al practicar la introspección y replegamos sobre nosotros mismos es más fácil analizar qué está sucediendo, encajarlo en nuestra historia de vida y comprender por qué nos sentimos así. De este modo, podremos encontrar pensamientos alternativos, reorganizar nuestra conducta y adaptarla a la nueva situación.
  • Facilita las relaciones y conectar con los demás. Una de las formas en que la tristeza nos protege y ampara cuando somos más vulnerables es invitando a quienes nos rodean a cuidarnos. Necesitamos que nos acompañen en los momentos difíciles. Como seres sociales que somos, precisamos de la presencia, el apoyo y la ayuda de otros. La pena compartida genera una sensación de unión, comprensión y cariño. Por ejemplo, buscar apoyo y consuelo en nuestro entorno cuando hemos sufrido una pérdida refuerza el sentimiento de conexión y pertenencia, ayudando a mitigar el dolor y la sensación de soledad.
  • Permite ver con mayor claridad. Lomas dice que «las lágrimas de la tristeza son como la lluvia que limpia la tierra y ayuda a ver con más claridad el camino que queremos tomar». Un camino que quizás no habíamos visto antes de la pérdida o del desencadenante que dio lugar al sentimiento de aflicción. No es extraño que sea en los momentos más bajos cuando hayamos tenido algún tipo de ‘revelación’, como tomar conciencia de que nuestro jefe no es especialmente leal y justo con nosotros. O descubrir que alguien a quien considerábamos nuestro amigo es solo buen compañero cuando se trata de salir de fiesta.
  • Contribuye a revisar nuestra jerarquía de prioridades. La tristeza nos recuerda, desde una perspectiva más sensible y delicada, lo que realmente importa. Nos ayuda a valorar las cosas que tenemos en la vida y, a menudo, a cambiar nuestro orden de prioridades. Durante el confinamiento, por ejemplo, muchos nos dimos cuenta del valor que tenían detalles en los que antes de la pandemia no habíamos reparado, como un simple paseo o salir a tomar un café con un amigo.

La tristeza nos ayuda a conectar con los demás.

Reconciliarnos con nuestra tristeza

Aunque suene paradójico, solo permitiéndonos sentirla, la tristeza irá diluyéndose hasta desaparecer. Aprender a identificarla, hacerla consciente, aceptarla y expresarla es el mejor modo de convertirla en nuestra amiga y aliada.

  • Aprende a identificarla. A veces, para no conectar con el dolor de la tristeza tendemos a disfrazarla de enfado y no solo nos olvidamos de que sigue ahí, sino que obtenemos lo contrario de lo que necesitamos. Por ejemplo, si necesito consuelo, pero me muestro agresivo con quien puede proporcionármelo lo más probable es que esa persona, en vez de acercarse, se aleje. Así que el primer paso es determinar qué emoción estoy sintiendo. Generalmente, cuando estamos tristes experimentamos sensaciones físicas como un nudo en el estómago o en la garganta, opresión en el pecho, etc.
  • Permítete sentir la pena. Es necesario encontrar momentos para replegarse sobre uno mismo, aceptar y sostener esa aflicción y prestar atención al mensaje que nos está dando. Si escuchas lo que tiene que decirte tu tristeza y la dejas fluir acabará por diluirse y recuperarás el equilibrio.  Esforzarte por evitarla a toda costa y verla como un problema acabará conduciéndote a un eterno bucle de insatisfacción.
  • Deja espacio al llanto. Las lágrimas cumplen una función liberadora y también de comunicación con los demás. El llanto facilita que obtengamos la atención, el consuelo y el apoyo que necesitamos cuando la pena nos invade. Llorar calma, reduce los niveles de ansiedad, ayuda a respirar mejor y facilita la conexión con los demás.
  • Déjate abrazar. Como bien expresa Anabel González en su libro Lo bueno de tener un mal día, «nada diluye mejor la tristeza que el abrazo de alguien que está entendiendo cómo nos sentimos y nos transmite ‘estoy aquí’. En el fondo de la tristeza siempre hay una pérdida, y el encuentro profundo con otro ser humano es lo que realmente necesitamos para atenuar esa sensación». Michael Murphy, investigador en la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh (Estados Unidos) estudió qué pasaba cuando las personas con algún conflicto interpersonal recibían un abrazo ese mismo día. Curiosamente, al principio notaban menos las emociones positivas (y más las negativas) que quienes que no habían sido abrazados. Sin embargo, al día siguiente, los que habían recibido el abrazo iban sintiéndose cada vez mejor; cosa que no ocurría con los que no habían sido abrazados. Esto podría deberse a que cuando percibimos el apoyo de alguien cercano nos permitimos dar rienda suelta a nuestras emociones. De este modo, el malestar va desapareciendo y dejando paso a emociones positivas. Ocurre, por ejemplo,  cuando ante una pérdida importante tratamos de mantener el tipo y hacemos todo lo posible por contener las lágrimas; de pronto, alguien se acerca, nos abraza con cariño y no podemos hacer nada para contener el llanto. Al principio parece que notamos más la tristeza, pero luego sentimos cómo el malestar se ha suavizado (atenuado).

(Este texto forma parte de la serie Emociones Incomprendidas, que también incluye artículos sobre la envidia, la vergüenza y la ira)

Duelo migratorio: el precio de emigrar buscando una nueva vida.

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida 1024 600 BELÉN PICADO

Nostalgia, morriña, añoranza, gorrión o saudade son algunas de las palabras que suelen utilizarse para describir el sentimiento de pérdida que invade a quien deja atrás su país en busca de una nueva vida. A menudo no se le presta la suficiente atención pero, como en el caso de otras pérdidas, se necesita un periodo de adaptación para elaborar lo ocurrido y acomodarse a la nueva realidad. Igual que pasamos un duelo cuando muere un ser querido o ante una ruptura amorosa, es necesario que transitemos este proceso emocional y cognitivo cuando emigramos. Es el duelo migratorio.

Emigrar siempre es difícil e implica numerosos cambios, muchos de ellos inesperados pues nunca se sabe con certeza qué deparará el nuevo lugar al que se va. Los procesos migratorios exponen a quienes los viven a cambios muy drásticos y ponen a prueba su capacidad de adaptación.

Si bien lo habitual es que este duelo se supere tarde o temprano, no hay que subestimarlo ni evitarlo. Es necesario conectar con las emociones, permitirse vivir ciertos momentos de angustia y tristeza y transitar este camino para elaborar las múltiples pérdidas que supone dejar atrás el que fue nuestro hogar.

Pero no solo quien se marcha atravesará este proceso. Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo, porque pierden la presencia de un ser querido, aunque sigan en contacto con él a través de todos los medios que actualmente hay disponibles. El duelo de quienes se quedan será más o menos llevadero en función de las circunstancias en que se dé la separación, de la relación que se tenía con el emigrante, del rol que ocupaba en la familia, de si la separación es o no definitiva, de la situación económica en la que se quede la familia, etc.

Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo.

La madre del emigrante, de Ramón Muriedas Mazorra.

Un duelo múltiple, recurrente y transgeneracional

Pese a tener numerosas similitudes con otros tipos de duelos, el duelo migratorio posee características que lo hacen diferente y que enumera Joseba Achotegui, psiquiatra especializado en migración.

  • Es múltiple. Muy posiblemente ninguna experiencia, ni siquiera la muerte de un ser querido, supone tantos cambios. Quien emigra puede pasar, como mínimo, por siete duelos diferentes, ya que deja atrás: la familia y los amigos; la lengua; la cultura, con sus costumbres, religión y valores; la tierra (paisaje, colores, olores); el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso social), el contacto con su grupo de pertenencia; y la seguridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión).
  • Es parcial. En la migración, el objeto de la pérdida (el país de origen con todo lo que representa) no se pierde de forma definitiva. Es más, se puede seguir en contacto con los familiares e incluso volver temporalmente o de forma definitiva.
  • Es recurrente. El sentimiento de nostalgia y el vínculo con el país de origen van a reavivarse cada vez que la persona tenga contacto con su país, bien porque vaya de vacaciones, reciba la visita o la llamada telefónica de un compatriota o incluso cuando escucha música de su tierra. Y esto ocurre porque esos vínculos siguen activos toda la vida, unas veces de modo más consciente y otras de modo más inconsciente.
  • Es transgeneracional. Si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en el país de acogida, el duelo también lo sufrirán sus hijos y nietos. El que lleguen a integrarse dependerá de la actitud de los padres frente al país que les acoge, de la actitud que tengan los hijos frente al mismo; y también depende de que el país al que llegan sepa o no acogerlos. Muchos hijos de inmigrantes no se sienten ni del país en el que viven ahora, pese a haber nacido ahí, ni del país que dejaron sus padres.
  • Va acompañado de sentimientos de ambivalencia. El emigrante siente amor hacia su país de origen y al mismo tiempo experimenta mucha rabia porque ese mismo país no le supo dar las oportunidades o la seguridad necesarias para poder quedarse. Por otro lado, en su papel de inmigrante, siente cariño por la tierra que le está acogiendo y dando una nueva oportunidad para salir adelante, y a la vez ira por el esfuerzo que supone este cambio y porque en ocasiones no se le acepta como un igual.

Síntomas del duelo migratorio

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración, la propia personalidad del emigrante, el momento del ciclo vital en que se encuentre, la realidad con la que se tope en el país de destino, el motivo que le llevó a tomar la decisión, etc.  En cualquier caso, suelen aparecer:

  • Nostalgia y tristeza al recordar la pérdida de todo lo que se ha dejado en el país de origen, que puede ir acompañada de una profunda sensación de soledad.
  • Preocupación por un futuro incierto.
  • Temor a la pérdida de identidad. Si el choque cultural es muy acusado o los habitantes del lugar de destino muestran rechazo, la sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia podría llevar al recién llegado a aislarse y desarrollar cierto rechazo a integrarse a la vez que se refugiará cada vez más en sus compatriotas.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento ante la sensación de haber ‘abandonado’ a la familia.
  • Dificultad de disfrutar del momento presente y de acoger las nuevas experiencias con talante positivo.

Junto a estas emociones, es común que aparezcan otros problemas como ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad, alteraciones del sueño, dolores de cabeza de tipo tensional asociados a las preocupaciones, fatiga, etc.

Lo normal es que estos síntomas vayan desapareciendo con el tiempo. Una correcta elaboración del duelo migratorio implicará asimilar lo nuevo y sentirse parte del país de acogida, pero sin olvidar ni rechazar el lugar de origen.

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración.

Cuando las dificultades bloquean la capacidad de afrontamiento

En circunstancias normales, el modo de enfrentarse al duelo migratorio depende más de las propias estrategias y recursos para hacer frente a los cambios, que de tener una determinada edad, nacionalidad o estatus social y económico.

Sin embargo, existen ciertos factores que dificultan la adaptación y generan un estrés añadido, con el consiguiente riesgo de que el duelo migratorio simple, que es el habitual, pase a convertirse en duelo extremo. Entre esos factores están: la soledad por la separación de los seres queridos, amenazas constantes de detención y expulsión, sentimientos de vulnerabilidad ante la carencia de derechos en el país de destino, enfrentarse a una lucha diaria por sobrevivir (falta de alimentos, de un techo bajo el que dormir o imposibilidad de encontrar trabajo).

Cuando el inmigrante sufre una situación de crisis permanente, aparece el denominado Síndrome de Ulises o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, un cuadro de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas.

Cuidado con las expectativas

En muchas ocasiones la persona idealiza el lugar de destino y solo tiene en mente la posibilidad de llegar a un lugar con una mayor calidad de vida y grandes oportunidades profesionales. Sin embargo, pocas veces se piensa en la implicación a nivel emocional y personal que puede producir ese cambio. Para que el ‘aterrizaje’ no sea tan brusco, ahí van unas cuantas ideas:

  • Infórmate. Antes de tomar la decisión, procura estar totalmente informado del peligro del trayecto si es el caso, de cómo es la vida dónde quieres asentarte, de la cultura, de las leyes laborales, de tus derechos y de la posibilidad de contar con una red de apoyo social. Y, sobre todo, ten en cuenta que emigrar implica pérdidas y vas a tener que pasar por una serie de duelos. Saberlo de antemano, te ayudará mucho en el proceso. Igualmente, sopesa los beneficios que te traerá abandonar tu hogar, pero también a lo que tendrás que renunciar.
  • Comparte tu decisión con la familia. Si ya lo tienes claro, haz partícipes a tus seres queridos de tu decisión. Permitir que todos los miembros de la familia participen contribuirá a que ese cambio de vida sea visto como un desafío apasionante. Todos se sentirán involucrados y comprometidos y el dolor de tu partida se suavizará.
  • Acepta tus emociones. Los sentimientos de tristeza, miedo o ansiedad forman parte del proceso normal de adaptación. No los evites.
  • Cuidado con las expectativas. Idealizar el lugar que se convertirá en nuestro hogar puede llevar a que el choque con la realidad sea mayor, entre otras cosas, por las dificultades que entraña adaptarse a otro país, a otra cultura y, a veces, a otro idioma. Todos queremos tener éxito cuando nos lanzamos en busca de un objetivo, pero hay circunstancias que no dependen de nosotros y que pueden dificultar el proceso. Igualmente desaconsejable es idealizar lo que dejaste atrás y creer que si vuelves todo estará mejor que cuando te marchaste.
  • No te encierres. La socialización es fundamental en la primera etapa de asentamiento. Una vez que hayas llegado a tu destino, busca amistades nuevas que puedan ayudarte a encontrar empleo o, simplemente, a sentirte más acompañado. Contactar con personas de tu mismo país puede hacerte más fácil la adaptación, porque ya pasaron por algo similar y pueden darte consejos prácticos y útiles. Igualmente beneficioso será relacionarte con habitantes originarios de allí donde llegues. Tener diferentes perspectivas te ayudará a adaptarte.

Sentirse acompañado ayuda, y mucho, a superar el dolor de haber dejado atrás el hogar.

  • Mantén una actitud positiva. Que los momentos de nostalgia no te hagan olvidar los aspectos positivos de tu decisión. En la mayoría de los casos, emigrar es más una solución que un problema. Puede ser una experiencia muy enriquecedora y repleta de aprendizajes. Y cuando tus fuerzas flaqueen, recuerda por qué tomaste la decisión.
  • No olvides tus raíces. Adaptarte a tu nuevo hogar no implica renunciar a tus raíces y a tu propia identidad. Cuando reniegas de tu país, tu cultura y tu gente también están dejando de ser tú y dejando a un lado tus valores y principios. Si bien es cierto que resulta necesario establecer cierta distancia para poder integrar los nuevos aspectos que brinda el país de acogida, no hay que desapegarse por completo de lo que ha conformado tu visión de la vida y del mundo. Además, es muy importante hablar a los hijos de su país de origen, de su historia, sus costumbres, tradiciones, paisajes, etc. Tus raíces también son parte de su identidad y deberían estar orgullosos de ellas.
  • Convierte el hecho de ser extranjero o extranjera en una ventaja. Seguro que hay muchas cosas que puedes ofrecer y sabes hacer y que los locales del país al que llegas no conocen. Convierte lo que en un principio puede ser un impedimento en una oportunidad.
  • Conserva tus aficiones en la medida de lo posible. Cuando todo tu entorno es nuevo, poner un poco de continuidad en tu vida te ayudará a mantenerte conectado con lo que te resulta familiar. ¿Te apasiona el senderismo? Hazte miembro de un grupo. ¿Te gusta jugar fútbol? Busca un equipo. Tener algo en común, además, te ayudará a la hora de establecer nuevas amistades.
  • Haz un altar de recuerdos. Elige un lugar especial (una mesa, una pared, una estantería…) y coloca fotos u objetos especiales que te conecten con tu tierra. Con el tiempo podrás añadir también algún objeto o alguna imagen del que es ahora tu nuevo hogar. Eso te servirá para integrar tus experiencias pasadas con tu presente.
  • Acepta que todo cambia, incluso los que se quedaron. En el caso de que decidas volver a tu tierra, asume que ya no serás la misma persona que cuando se marchó. Y lo mismo ocurrirá con tus seres queridos. Si regresas esperando reencontrar todo tal como lo dejaste, la decepción será inevitable.
  • Busca ayuda profesional si la necesitas. Si pasado un tiempo prudencial, el malestar por lo que has dejado atrás se prolonga es conveniente buscar ayuda profesional. Evitarás que la situación se agrave y tu duelo se complique. (Si lo necesitas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)
Pasar solo el aislamiento por coronavirus también tiene ventajas.

Aprendiendo de la soledad en tiempos de coronavirus

Aprendiendo de la soledad en tiempos de coronavirus 1920 1276 BELÉN PICADO

(Esta vez os traigo la historia de Soledad, una historia que podría ser la mía, la vuestra o la de cualquiera de los miles de personas que están pasando estos difíciles momentos solos en sus casas)

Hoy ha empezado la primavera. Hace una semana me vi obligada, como muchísimas personas, a iniciar un periodo de aislamiento que no tengo claro cuándo terminará. Hace dos, en mi empresa decidieron que era prescindible y me despidieron. Hace un mes, mi pareja me confesó que se había enamorado de otra persona, recogió sus pertenencias en un tiempo récord y se fue de casa. Dicen que al perro flaco, todo se le vuelven pulgas… o coronavirus, vete tú a saber.

Así que aquí estoy, mirando por la ventana de mi patio interior, más sola que la una y oliendo la comida de la vecina en vez de aspirar el aroma del campo. No veo flores, ni escucho pájaros dando la bienvenida a la primavera. En su lugar, saboreo el gusto, algo amargo, de la soledad. Una soledad que, potenciada por el aislamiento para frenar la expansión del COVID-19, a veces se hace especialmente pesada. Y, sin embargo, es justo esta combinación la que me está regalando un gran aprendizaje.

La soledad puede regalarnos un enriquecedor aprendizaje.

Aceptar y gestionar las emociones menos agradables

Tristeza, desesperación, ira, miedo… Mi tendencia siempre ha sido ignorar o reprimir cualquier emoción que me resulte desagradable saliendo de compras, apuntándome a cualquier plan por poco que me apeteciera. Durante este tiempo, sin embargo, me he permitido llorar, estar triste, enfadada e incluso asustada. He dado a mis emociones el espacio que merecían, las he escuchado, las he acogido y de todas ellas he recibido un regalo. La tristeza me ha facilitado la introspección y me ha ayudado a conectar conmigo misma. El enfado me ha dado fuerza para poner límites y decir “no” a quien intenta traspasarlos. El miedo me ha recordado la necesidad de tomar medidas para cuidarme y ser prudente.

Descubrir que el aburrimiento es la semilla de la creatividad

He comprobado en mis propias carnes lo acertadas que era las conclusiones de un estudio de la Universidad del Estado de Pensilvania, en Estados Unidos. En esa investigación, los psicólogos Karen Gasper y Brianna Middlewood mostraron un vídeo a los participantes y comprobaron que aquellos que estaban más aburridos obtuvieron mejores resultados en un test de creatividad que quienes se encontraban relajados o se sentían eufóricos. En mi caso, unos monigotes en una tarde de aburrimiento van camino de convertirse en un cómic con un pequeño y regordete virus como protagonista.

El sielencio tiene numerosos beneficios.

Disfrutar del silencio

Consciente de que entre los beneficios del silencio está el fortalecimiento del sistema inmune, tan necesario en la situación que vivimos, lo he practicado con premeditación y alevosía. Pero esa no es su única ventaja. El silencio, además, reduce el estrés, mejora la calidad del sueño y la memoria, permite una mayor introspección, fomenta la creatividad y ayuda a la concentración.

Un estudio llevado a cabo por investigadores alemanes concluyó que dos horas de silencio al día bastan para estimular la creación de nuevas neuronas en el hipocampo (zona del cerebro implicada en la memoria, las emociones y el aprendizaje). Así que todos los días, durante un par de horas, pongo en silencio el móvil, desconecto cualquier aparato electrónico, me olvido de estadísticas, noticias y memes… y me doy un relajante baño de silencio.

Descubrir que estar solo no es lo mismo que sentirse solo  

Pasar tanto tiempo en casa y salir cada día a las 20.00 a aplaudir al personal sanitario me está permitiendo conocer a mis vecinos. Y como estoy sola y tengo mucho tiempo libre, me entretengo charlando con algunos. La vecina del cuarto ya me ha invitado a cenar el primer día que finalice el aislamiento. “Para celebrarlo”, me ha dicho.

Además, he desempolvado mi lista de contactos y casi todos los días hablo con algún amigo que se quedó en algún punto del camino que en cierto momento compartimos. Incluso hoy he quedado con unas amigas para cenar y brindar por la primavera. Virtualmente, eso sí, que todas somos muy responsables. Ya que no podemos recurrir al contacto físico, que sería lo ideal, vamos a utilizar los medios de que disponemos para mejorar nuestro bienestar y mantenernos conectados a las personas que nos importan. La tecnología no es buena ni mala, todo depende del uso que hagamos de ella.

Se puede estar físicamente aislado sin sentirse solo, del mismo modo que podemos sentirnos solos sin estar necesariamente aislados. 

Es importante mantenernos conectado con las personas que nos importan.

De cualquier modo, pasemos el periodo de aislamiento solos o acompañados, ninguno volveremos a ser los mismos cuando esto termine. Como decía el escritor Haruki Murakami: «…Y una vez que la tormenta termine, no recordarás como lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro que la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta no serás la misma persona que entró en ella. De eso trata esta tormenta».

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