Si en el anterior artículo hablamos de las emociones más habituales que aparecen ante una muerte por suicidio y que marcan la diferencia con otros duelos, en esta ocasión vamos a ver algunas pautas que pueden ayudarnos a transitar el complicado proceso del duelo por suicidio.
Lo primero es tratar de aceptar la realidad y no obsesionarnos mientras intentamos comprender lo que ha pasado desde nuestros propios esquemas mentales. No es muy buena idea ir una y otra vez al pasado para analizar, a posteriori, cada detalle del suceso con los conocimientos que quizás tengamos ahora y pero no cuando ocurrió todo. No hay que olvidar que en muchos casos es posible que la persona que decide quitarse la vida oculte información sobre su estado y no acepte ayuda o no sepa cómo pedirla. Simplemente, aceptemos nuestras emociones y seamos lo más compasivos que podamos con nosotros mismos.
Preguntas sin respuesta y emociones desbordadas
Las primeras semanas después de la pérdida, el dolor, a veces, es tan intenso que apenas deja concentrarse, retener la más mínima información e, incluso, se hace difícil respirar. Sin embargo, esto no significa que estés perdiendo la razón. Se trata de una reacción normal ante una experiencia extremadamente difícil y angustiante.
Tampoco estás volviéndote loco o loca cuando te sientes invadido por la rabia, la culpa o la confusión. Son respuestas habituales en el duelo por suicidio. Si sientes rabia contra la persona que se ha quitado la vida, contra el mundo, contra Dios o contra ti mismo, toma conciencia de ello y exprésala. No pasa nada porque exteriorices el enfado. Lo mismo sirve para la culpa y otros sentimientos que es mejor dejar ir.
Y si te sientes culpable por aquello que hiciste o, tal vez, por lo que dejaste de hacer, transita el camino del perdón. Y en el caso de que la culpa sea real, de forma parcial o en su totalidad, transfórmala en responsabilidad. Emprende acciones concretas de reparación, reales o simbólicas, que ayuden a corregir en lo posible los errores cometidos. Si te responsabilizas en vez de sentirte culpable, podrás hacerte cargo de ellos sin llegar a desvalorizarte como persona. Pero, sobre todo, recuerda que lo más importante es que te perdones a ti mismo.
En caso de que sientas que son otros quienes te culpan, plantéate la posibilidad de que, quizás, ese pensamiento sea una proyección. A menudo, gran parte de lo que pensamos que los demás dicen de nosotros no es más que un reflejo de lo que, en lo más profundo, sentimos o pensamos sobre nosotros mismos.
En cualquier caso, recuerda que la decisión no fue tuya. Nadie es la única influencia en la vida de otra persona.
Asimismo, es normal que al principio te preguntes una y otra vez «¿Por qué?» intentando encontrar una respuesta. Posiblemente lo harás hasta que aceptes la realidad y ya no lo necesites o, al menos, hasta que te sientas satisfecho con las respuestas parciales que hayas podido encontrar.
Vigila los flashbacks
El impacto de un suceso así, tanto si se presencia o simplemente con imaginarlo, puede llegar a ser muy intenso. Tanto, que es posible reexperimentar dicho evento a través de flashbacks. Es habitual tenerlos en las primeras semanas y a través de distintos sentidos (algo que veamos, un sonido, un olor o a través del tacto, por ejemplo). Pero si continúan después de los dos primeros meses, podríamos estar ante un trastorno por estrés postraumático. Si es tu caso, no dudes en buscar ayuda profesional.
Tú decides con quién, cómo cuándo hablar
Cada persona tiene todo el derecho a decidir si contar, o no, la realidad de lo ocurrido; a quién decírselo o a quién no; y qué parte desea compartir y cuál guardarse. Si no queremos compartirlo, estamos en nuestro derecho, pero es importante que seamos conscientes del porqué. ¿Es por miedo a que nos juzguen? ¿Por vergüenza? ¿Es porque aún no estamos preparados? Ahora bien, si decidimos contarlo, tenemos que estar preparados para la posibilidad de escuchar algún comentario inapropiado y también para que dicho comentario nos desestabilice. De igual forma, podemos responder, o no, sin sentirnos obligados.
Reivindica la vida y no te centres en el modo de morir
Quienes toman la decisión de acabar con su vida, también fueron personas con virtudes, valores y fortalezas. Quizás tu ser querido era una persona generosa, leal, divertida, inteligente, sensible… Y puedes seguir recordándolo en esas facetas. Es muy triste que al final de la vida de una persona la gente solo se quede con la forma en que murió y olvide todo aquello que lo hacía un ser especial. Justamente esto ocurre a menudo con el suicidio, que el recuerdo que queda se reduce al modo de morir. En vez de borrar parte de su vida, recuérdala e, incluso, celébrala.
- Reúne a familiares y/o amigos e intercambiad anécdotas y experiencias que hayáis compartido. O realizad algún ritual que os ayude a sobrellevar mejor la pérdida, pero sin olvidar todo lo que os unía a esa persona.
- Puedes escribir una carta a tu ser querido manifestándole todo aquello que no le pudiste decir en vida y expresando tus pensamientos y tus sentimientos. Será como vuestra despedida y te ayudará a solucionar asuntos pendientes. También puedes escribir un diario. Elaborar una narrativa completa de lo que pasó y conectar las palabras con esos sentimientos intensos que estás experimentando te ayudará a dar cierto significado a lo que ocurrió y a lo que este hecho produjo en ti.
- Otra opción es crear tu propio libro de recuerdos sobre la persona fallecida. En él puedes incluir historias sobre los acontecimientos familiares, fotografías o dibujos realizados por diferentes miembros de la familia, incluidos los niños, y cualquier cosa que se te ocurra. Esta actividad puede ayudarte a recordar viejas historias y finalmente a elaborar el duelo con una imagen más realista de tu ser querido.
- Es importante reservar un tiempo cada día, si es posible a la misma hora y en el mismo sitio, de modo que puedas llorar, recordar a la persona muerta, rezar, meditar…
Es necesario poner palabras al dolor
El silencio enquista el dolor. Ante una muerte tan desgarradora como lo es la muerte por suicidio, muchos no sabemos cómo comportarnos o qué decir y optamos por alejarnos de la familia del fallecido. O tratamos de cambiar de tema cada vez que sale en una conversación porque tenemos la equivocadísima idea de que así estamos ayudando a los supervivientes. Así hasta que el nombre del fallecido deja pronunciarse. En realidad, de este modo solo se está dificultando más el proceso de recuperación porque el no poder hablar de lo sucedido aumenta la sensación de aislamiento e incomprensión.
El dolor necesita expresarse en palabras, así que, si quieres ayudar a alguien que haya perdido a alguien a causa de un suicidio, escúchale. Permítele expresarse como necesite y no tengas miedo a pronunciar el nombre del fallecido. Es posible que la persona llore, pero piensa que es mucho más doloroso que nadie hable de ello. Además, las lágrimas son sanadoras.
Y si eres tú quien ha perdido a alguien no te encierres en ti mismo y comparte tus pensamientos con quien sepa escucharte y con quien puedas expresar tus sentimientos con libertad.
Contacta con algún grupo de ayuda mutua
Cuando se ha producido una muerte por suicidio no es fácil para los supervivientes encontrar a alguien con quien poder hablar y compartir su dolor. Si, en general, los grupos de ayuda mutua suelen ser de gran apoyo, en estas circunstancias tienen un especial valor terapéutico.
En estos encuentros, además de tener la oportunidad de expresar tu dolor en un ambiente de respeto y comprensión, te resultará muy beneficioso el poder compartirlo con otros que han pasado por algo similar. Por otra parte, el hecho de que, cuando te sientes sumido en la más profunda desesperación, puedas ver cómo algunas de esas personas han logrado mitigar esa angustia, aunque aún persista la tristeza, te será de gran ayuda y te proporcionará algo de esperanza.
Prepárate para las recaídas
Si llevas un tiempo tranquilo y, de pronto, las emociones regresan como un tsunami, puede ser que, simplemente, estés experimentando un vestigio de dolor, pequeños ‘retazos’ que aún quedan. Al fin y al cabo, despedirte y aceptar lo ocurrido no significa que borres de tu vida los recuerdos de tu relación con ese ser querido.
Es normal sentir de vez en cuando punzadas de dolor y tristeza, especialmente en fechas significativas. Lo que ya no lo es tanto, es seguir ocupándonos en exceso del recuerdo de la persona y su suicidio y que esto interfiera en nuestra propia vida transcurrido un lapso ‘razonable’ de tiempo. Este lapso prudente, y siempre teniendo en cuenta que cada caso es diferente, suele ser de uno a dos años, con avances a lo largo del camino… Y también con recaídas.
Cómo explicárselo a los niños
Si ya es difícil para un adulto aceptar que un ser querido se haya quitado la vida, mucho más para un niño. Es lógico que sintamos la tentación de protegerle no diciéndole nada o edulcorando la realidad. Sin embargo, lo más seguro es que acabe enterándose de una forma u otra, así que siempre será mejor que seamos nosotros quien se lo digamos. El niño que pasa por una situación de este tipo necesita saber para integrar la experiencia en su vida y así poder superarla. Mentir no solo no suele dar buenos resultados, sino que nos ganaremos su desconfianza.
En el artículo Cómo ayudar a un niño a afrontar la muerte de un ser querido os doy varias pautas, pero cuando es un suicidio hay particularidades a tener en cuenta. Por ejemplo, el modo de contárselo. Lo mejor es utilizar un lenguaje sencillo y, sobre todo, adaptado a su edad y nivel madurativo. Si el familiar fallecido padecía depresión, se le puede decir algo así como «A mamá le le dio una especie de ataque al corazón, pero en el cerebro (o un paro cardíaco en el cerebro)» o que tenía una «enfermedad especial del pensamiento y de los sentimientos».
También pueden aprovecharse situaciones de la vida cotidiana para ayudar al niño a entender las diferencias entre la muerte natural y el suicidio. La muerte natural ocurre cuando partes de nuestro cuerpo se enferman, no funcionan y no podemos conseguir que mejoren; esto puede ocurrir a cualquier edad, pero sucede con más frecuencia en la vejez. Es algo normal y nos pasará a todos, es parte de la vida. El suicidio ocurre cuando una persona enferma de los sentimientos se quita la vida.
En el caso de los más pequeños se puede buscar alguna metáfora para explicar el suicidio. Alma Serra ha encontrado una que me parece muy acertada y la ha reflejado en un cuento: Delfín. Una Historia de Principio a FIN. En su blog, esta psicóloga especialista en duelo explica cómo hay personas que pueden llegar a tener el «Síndrome del delfín»:
«Se sienten atrapadas, como cuando los delfines entran en un acuario y no pueden salir. Dan vueltas y más vueltas. Hay veces que ven el mar lejos pero no pueden llegar a él. Otras veces solo lo pueden oler. Recuerdan cuando eran felices con sus amigos, familiares… y un día, casi sin darse cuenta, se sienten atrapados sin saber qué hacer para salir.
La gente los ve alegres en sus peceras gigantes mientras se mueven y saltan para buscar la salida, pero ellos están tristones, confusos, no saben con quién tienen que hablar o a quién pedir ayuda y, poco a poco, a veces sin que nadie se dé cuenta, se van haciendo daño para no seguir viviendo esa pesadilla. Los delfines son uno de los pocos animales que deciden si quieren morir antes de ser muy viejecitos y así, dejar de pensar en lo felices que eran cuando estaban en el mar. Así, cuando hay personas que se sienten igual, se dice que tienen el ‘Síndrome del delfín’, porque no saben cómo expresar lo que sienten y hay veces que se pueden llegar a hacer daño o morir por cumplir el mismo sueño que el delfín, ver su propio mar».
Recupera tu vida
Está claro que tras un evento traumático de este calibre nada volverá a ser igual, pero eso no significa que no puedas superarlo. Aunque al principio te parezca imposible, saldrás adelante. Algunas personas que han pasado por este proceso comentan que uno nunca olvida algo así, pero sí se puede aprender a vivir con ello. Aprender a convivir con el dolor es necesario. No puedes esperar a que el dolor desaparezca para volver a vivir porque se enquistará y cronificará.
En este camino a la ‘normalización’ te tocará trabajar la paciencia contigo mismo y también con aquellos que tal vez no entiendan lo que ha ocurrido. Eso sí, no dejes que nadie te diga qué o cómo debes sentirte.
Centrarte en el presente también te ayudará. Aprende a enfocarte en el ‘aquí y ahora’ y retoma lo antes posible las rutinas y las tareas del día a día. Planifica actividades agradables, aunque las vivas con menos intensidad. Es importante retomarlas y facilitar momentos para desconectar y estar tranquilo.
Y si ves que el duelo se alarga demasiado o las emociones se desbordan y te impiden seguir con tu día a día, no dudes en pedir ayuda profesional.
(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
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A continuación, os facilito algunas webs en las que podéis encontrar información y recursos:
- Papageno. Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio
- Fundación Española para la Prevención del Suicidio
- Después del suicidio. Asociación de Supervivientes (DSAS)
- Red AIPIS-FAeDS. Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicido
y Familiares y Allegados en Duelo por Suicidio (Esta asociación ha publicado una guía que pretende orientar a personas que están atravesando este proceso. Puedes acceder a ella desde aquí) - Teléfono de la Esperanza (717 00 37 17). Funciona las 24 horas del día, siete días a la semana.
Os invito también a leer, en este mismo blog, el artículo Prevenir el suicidio es posible y todos podemos ayudar