Identidad

Carnaval y psicología. Humor y transgresión como terapia colectiva

Carnaval y psicología: Humor y transgresión como terapia colectiva

Carnaval y psicología: Humor y transgresión como terapia colectiva 1920 1280 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el Carnaval, es fácil imaginar un gran despliegue de color, música y disfraces. Sin embargo, más allá de ser una fiesta bulliciosa y aparentemente caótica, esta celebración representa un espacio de liberación en el que también tenemos la oportunidad de explorar aspectos de nuestra identidad individual y colectiva, así como de reforzar nuestro sentido de comunidad. En este artículo exploraremos la relación entre Carnaval y psicología para comprender hasta qué punto esta festividad influye en nuestra manera de expresarnos, relacionarnos y gestionar nuestras emociones.

El Carnaval no es solo es festejo y diversión, sino también un reflejo de la psique humana y del contexto social en el que se desarrolla. Al ser un espacio en el que se permite la suspensión temporal de ciertas normas, facilita la expresión de emociones reprimidas y actúa como un mecanismo de equilibrio psicológico y social. Por eso, analizarlo desde la psicología nos ayuda a comprender su atractivo y el impacto que tiene en nuestra manera de comportarnos.

El origen del Carnaval

A lo largo de la historia, diversas culturas han celebrado festividades en las que, por un tiempo limitado, se invertían o flexibilizaban las reglas y los roles sociales. Estos periodos no solo ofrecían un respiro frente a las normas establecidas, sino que también contribuían a restablecer el orden con mayor facilidad. Dentro de estas tradiciones se encuentra el Carnaval, cuyos orígenes se remontan a antiguas festividades paganas ligadas a los ciclos de la naturaleza y a rituales de transición.

Aunque algunos historiadores han señalado similitudes con ciertos ritos egipcios y mesopotámicos, su antecedente más reconocido se sitúa en las Saturnalia y Lupercalia romanas. Mientras que durante las Saturnalia se invertía temporalmente el orden establecido, las Lupercalia tenían un marcado carácter de purificación y fertilidad.

Con la llegada del cristianismo, el Carnaval se integró en el calendario litúrgico como el periodo previo a la Cuaresma, en el que se permitían ciertos excesos antes de los días de abstinencia y penitencia. Su esencia radicaba en la dualidad: desorden y disciplina, permisividad y arrepentimiento. Ya en la Edad Media, la fiesta adquirió un tono más popular con el uso de máscaras y disfraces, que permitían burlarse de las autoridades sin temor a represalias.

A lo largo de los siglos, la carga ritual ha ido perdiéndose, pero algunos de sus elementos esenciales han perdurado. Los disfraces, por ejemplo, han pasado de ser un medio para garantizar el anonimato a convertirse en una forma de expresión creativa, mientras que la sátira sigue vigente, especialmente en lugares como Cádiz, donde las chirigotas transforman el humor en una herramienta de crítica social.

Detalle de «El combate entre don Carnal y doña Cuaresma», Pieter Bruegel el Viejo (1559).

Descontrol con control: un mecanismo de regulación social

Desde la Antigüedad, muchas sociedades han permitido momentos de transgresión como una forma de preservar el equilibrio social. En la Edad Media, el Carnaval era un paréntesis en el que las jerarquías se desdibujaban y el exceso se toleraba sin que esto pusiera en peligro el orden establecido. De hecho, se trataba de un «caos controlado«, un periodo de relajación de ciertas normas dentro de límites claros, que garantizaba que la normalidad regresara sin resistencia.

Esta misma lógica sigue presente en la actualidad de formas más sutiles. Es el caso de Halloween, los festivales de música o incluso algunas costumbres en el ámbito laboral, como permitir ir con ropa más informal en la oficina un día a la semana (lo que en algunos países se conoce como Casual Friday). Estas prácticas funcionan como válvulas de escape: ciertas normas se flexibilizan temporalmente, pero todo ocurre dentro de un marco estructurado que permite volver al orden habitual una vez finalizado el evento.

El Carnaval, por tanto, es un recordatorio de que incluso las estructuras más rígidas necesitan momentos de flexibilidad. Su equilibrio entre libertad y control ha permitido su permanencia a lo largo de los siglos, demostrando que, paradójicamente, la mejor manera de mantener el orden es concediendo, de vez en cuando, un respiro al caos.

Liberar tensiones

Entre sus múltiples funciones, el Carnaval actúa como una válvula de escape emocional. La vida en sociedad nos exige controlar nuestros impulsos y emociones, lo que inevitablemente genera tensiones que, si no se liberan de forma adecuada, pueden acumularse y afectar a nuestra salud mental. Durante esta festividad, la energía reprimida encuentra una vía de salida a través del baile, la risa y la celebración colectiva, proporcionando un alivio que contribuye a restaurar el equilibrio emocional.

En este contexto, el Carnaval puede dar lugar a una auténtica catarsis colectiva, permitiendo la expresión de emociones y comportamientos que en la vida diaria suelen estar limitados por las normas sociales. Sigmund Freud describía el inconsciente como el lugar donde se almacenan deseos y pulsiones que, debido a las reglas culturales, no siempre podemos exteriorizar. Durante el Carnaval, estas barreras simbólicas se relajan, facilitando que muchas de esas inhibiciones se disuelvan y permitiendo que nos expresemos con mayor espontaneidad.

Transgresión y el placer de lo prohibido

En la vida cotidiana, seguimos normas y adoptamos distintos roles según el contexto. El sociólogo Erving Goffman, en su teoría del «teatro de la vida», explica cómo adoptamos diferentes “máscaras” para encajar en las expectativas del entorno. Sin embargo, durante el Carnaval, esta estructura se rompe temporalmente: las jerarquías se difuminan, las reglas se flexibilizan y lo que en otro momento se consideraría inapropiado no solo se permite, sino que se alienta y celebra.

Esta inversión de normas genera una intensa sensación de placer y libertad. La posibilidad de actuar sin las restricciones habituales produce una descarga emocional que reduce el estrés y fomenta la expresión espontánea. Desde la neurociencia y la psicología del comportamiento se ha demostrado que la transgresión moderada en un entorno seguro puede activar el sistema de recompensa del cerebro, liberando dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la motivación. Esta reacción química explica por qué muchas personas viven el Carnaval con tanta euforia e intensidad

Más que un simple exceso, el placer de lo prohibido en Carnaval cumple una función psicológica: permite experimentar el descontrol dentro de un marco estructurado, ofreciendo una vía legítima para la transgresión sin consecuencias.

Foto de Houcine Ncib en Unsplash.

Máscaras y disfraces: identidad, libertad y juego

Ponerse una máscara o un disfraz no es solo una cuestión de diversión o tradición. También es una forma de explorar la propia identidad y romper con la rutina. Durante el Carnaval, disfrazarnos nos da la oportunidad de desinhibirnos y asumir distintos roles, mostrando facetas de nuestra personalidad que normalmente permanecen ocultas o metiéndonos en la piel de personajes a quienes admiramos o incluso tememos.

Desde el punto de vista psicológico, el acto de disfrazarse cumple varias funciones, entre ellas:

  • Favorece la desinhibición. La posibilidad de ocultar el rostro o cambiar de apariencia atenúa la sensación de vulnerabilidad y permite comportarse con mayor libertad, sin temor al juicio ajeno.
  • Fomenta la socialización. En Carnaval, la identidad individual se diluye en un espíritu colectivo, reforzando los lazos sociales y el sentido de pertenencia.
  • Propicia el juego simbólico. Como ocurre en el teatro o en los juegos infantiles, asumir otro rol nos invita a experimentar sin presiones, a desarrollar la creatividad y a interactuar con los demás de una manera distinta.
  • Promueve el autoconocimiento. Al elegir un disfraz, estamos proyectando parte de nuestro mundo interior. Algunas personas optan por personajes opuestos a su personalidad habitual, mientras que otras escogen figuras con las que se identifican.

Los disfraces y máscaras no solo transforman nuestra apariencia externa, sino que también nos brindan la oportunidad de explorar nuestra identidad en un espacio sin restricciones.

Superar el miedo al ridículo

El Carnaval ofrece un contexto único para romper con las inhibiciones y dejar atrás el miedo al ridículo. En el día a día, el temor al juicio social limita muchas de nuestras expresiones y comportamientos, llevándonos a actuar dentro de los márgenes de lo «aceptable». Sin embargo, durante esta festividad se genera un ambiente que invita a la espontaneidad y a liberarse de estos miedos.

Durante estos días, la risa y la exageración se convierten en aliadas para desafiar la vergüenza. Lo absurdo, lo inesperado y lo extravagante no solo son bienvenidos, sino que forman parte esencial de la celebración. Quien normalmente teme llamar la atención, en Carnaval encuentra una oportunidad para expresarse sin reservas, protegido por el anonimato del disfraz y la permisividad del contexto festivo.

Además del disfraz, la música y el ambiente festivo crean un espacio en el que las personas se sienten más cómodas para moverse, bailar e interactuar sin preocuparse por el qué dirán. En definitiva, el Carnaval es un escenario donde se rompe la barrera del ridículo y se celebra la espontaneidad. Bailar sin reservas, reírse de uno mismo y jugar con la propia imagen permiten una libertad difícil de alcanzar en la vida cotidiana.

El Carnaval como vehículo de cohesión social

Festividades colectivas como el Carnaval no solo son una fuente de diversión, sino también un poderoso mecanismo de cohesión social. Al participar en un ritual compartido, se fortalece el sentido de pertenencia y se estrechan los lazos de grupo.

El filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro La desaparición de los rituales, subraya la importancia de estos actos simbólicos en la estructura social. Según él, los rituales no solo transmiten valores y normas compartidas, sino que también transforman el mundo en un lugar predecible y acogedor, dotándolo de significado y generando estabilidad. En este sentido, el Carnaval nos permite sentirnos parte de un todo, reforzando el vínculo con nuestra comunidad a través de una celebración que trasciende lo individual.

Este fenómeno es similar al que ocurre en eventos deportivos o conciertos, donde la emoción compartida fortalece la sensación de unidad. La música y el baile desempeñan también un papel clave: al sincronizar movimientos y emociones, las personas experimentan una conexión colectiva que reduce la sensación de soledad y fomenta la complicidad entre los participantes.

En un mundo donde el ritmo acelerado y la digitalización fomentan cada vez más el aislamiento y la desconexión social, estas celebraciones siguen siendo fundamentales. Nos recuerdan que somos parte de algo más grande, una comunidad que, al menos por unos días, se mueve al mismo compás.

(En este blog puedes leer el artículo «El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor?«)

Carnaval y psicología

Foto de Quino Al en Unsplash.

Humor, diversión y crítica social

La risa, el juego y la espontaneidad son esenciales para el bienestar emocional, y el Carnaval los convierte en protagonistas. Durante esta celebración, el humor y la diversión alivian el estrés, mejoran el estado de ánimo y fortalecen las relaciones interpersonales.

Cuando reímos, el cerebro libera endorfinas, neurotransmisores que generan placer y bienestar, al tiempo que disminuyen los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Además, la música, el baile y la interacción social amplifican estos efectos, permitiéndonos desconectar de nuestras preocupaciones diarias y disfrutar plenamente del momento presente.

Dentro del Carnaval, la sátira y la parodia también desempeñan un papel clave. Un ejemplo de ello es el Carnaval de Cádiz, en el que las chirigotas funcionan como una forma de crítica social. A través del humor, se ridiculizan figuras de poder, se cuestionan normas establecidas y se denuncian problemas de actualidad. Este componente satírico refleja lo que el teórico Mijaíl Bajtín llamaba «cultura carnavalesca», un espacio donde el humor se convierte en una herramienta simbólica para dar voz a quienes normalmente tienen menos espacios de expresión.

(En este blog puedes leer el artículo «Tomarse las cosas con humor mejora la salud mental y emocional«)

Referencias bibliográficas

Bajtín, M. (1987). La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: El contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza Editorial.

Goffman, E. (2006). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Han B. C. (2019). La desaparición de los rituales: Una topología del presente. Barcelona: Editorial Herder

Panksepp, J. (1998). Affective Neuroscience: The Foundations of Human and Animal Emotions. New York: Oxford University Press

Zuckerman, M. (1994). Behavioral Expressions and Biosocial Bases of Sensation Seeking. New York: Cambridge University Press

En las familias aglutinadas hay un concepto de lealtad mal entendida.

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica 1280 1054 BELÉN PICADO

Teresa tiene 20 años y está en la universidad. Hace unas semanas llegó a mi consulta porque su ansiedad había llegado a tal extremo que temía no poder presentarse a los exámenes. Estudia Derecho, como antes hicieron su padre y su hermano, e incluso colabora en el bufete familiar. En realidad, a ella lo que siempre le gustó fue Historia del Arte; de hecho, se ha planteado cambiar de carrera. Pero sabe que sus padres lo vivirían como una traición y ella, en sus propias palabras, «no podría vivir con esa carga». Por si fuera poco, el chico con el que ha empezado a salir tampoco es del agrado de su familia y está planteándose romper con él para evitar tensiones. Teresa pertenece a una de  esas familias aglutinadas caracterizadas por una tendencia a favorecer el bien del grupo por encima de cualquier necesidad individual.

La familia constituye un sistema dinámico y abierto en continua transformación y la interacción entre sus miembros es tan importante como el respeto a la individualidad de cada uno. Pero para que esta interacción funcione son necesarios límites que regulen las relaciones, tanto entre la familia y el exterior como entre los propios integrantes del sistema.

Límites claros, rígidos y difusos

Según Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, las familias deben funcionar con unos límites adecuados que ayuden a mantener relaciones saludables. Estos límites pueden ser de tres tipos: claros, rígidos y difusos.

Unos límites claros facilitarán la interacción afectiva entre los diferentes miembros a la vez que se respetan los espacios y las funciones de cada uno en el día a día familiar. En este entorno saludable las personas se sienten cómodas compartiendo sus pensamientos y sentimientos sin temor a verse invadidas, juzgadas o rechazadas. El tiempo que se comparte con la familia es importante, pero se respeta también el tiempo en solitario.

Los límites rígidos son propios de las familias desligadas. Los miembros suelen estar aislados entre sí e interactúan con mucha distancia, tendiendo a priorizar la individualidad sobre el grupo. Por este mismo motivo, en estas familias la comunicación y la expresión emocional son bastante difíciles.

Si los límites son difusos, que es lo que ocurre en las familias aglutinadas, habrá una confusión de roles, un exagerado sentido de pertenencia y un concepto de la lealtad familiar mal entendido. Se priorizará el sentido de grupo en detrimento de la autonomía personal. Y en este tipo de familias es en el que vamos a profundizar un poco más.

Cuando los límites son difusos, como ocurre en las familias aglutinadas, hay una confusión de roles.

Exagerado sentido de pertenencia: «Todos para uno y uno para todos»

En la familia aglutinada se pone siempre por delante el sentido de pertenencia, aunque ello suponga que sus miembros pierdan gran parte su autonomía en beneficio del bien grupal. Por una parte, esto aumenta la distancia entre lo que es la familia y lo que está fuera de ella, que muchas veces se ve como peligroso o negativo. De hecho, es habitual que se establezcan unas fronteras rígidas y se rechace o critique todo lo que venga de fuera.

Sin embargo, por otro lado, esa frontera desaparece dentro del propio sistema. Esto significa que todos saben de todos y todos pueden inmiscuirse en la vida de todos, sin importar roles ni jerarquía dentro de la familia y esto incluye a hermanos, primos, tíos, abuelos…

Cuando el aislamiento respecto al exterior se hace muy acusado, puede llegar a haber dificultades de cara a relacionarse con personas ajenas al sistema. Por ejemplo, a la hora de incorporar a la nueva pareja de uno de los miembros. La familia es lo primero y quien venga de fuera tendrá que adaptarse o será criticado o rechazado.

Jerarquía poco definida y confusión de roles

Una de las características de las familias en las que existen unos límites claros es que las jerarquías entre sus diferentes miembros también están bien definidas. Según afirma Minuchin en su libro Familias y terapia familiar: «Debe existir una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos posean niveles de autoridad diferentes».

En las familias aglutinadas, por el contrario, los límites difusos van de la mano de jerarquías de autoridad poco claras. Un ejemplo lo tendríamos en la madre que habla con sus hijos abiertamente sobre temas que pertenecen a la intimidad conyugal. O en los hijos que, desde la misma posición de autoridad que los padres, toman decisiones que no se corresponden con su rol o intervienen de forma directa en los problemas de los padres como pareja (parentalización).

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Este tipo de jerarquía poco definida también favorece que dentro de la familia haya vínculos emocionales de tipo simbiótico («Soy la mejor amiga de mi hija; no tenemos secretos entre nosotras»).

Pérdida de la autonomía individual

Los hijos de familias aglutinadas suelen encontrar grandes dificultades para independizarse y tener una vida propia. De hecho, aun de adultos es muy probable que sigan a la sombra de sus progenitores y sientan que su propia identidad consiste en ser un buen hijo o una buena hija. Incluso casados, pueden llegar a necesitar la aprobación paterna para tomar cualquier decisión acerca de cómo resolver algún problema en su matrimonio o con sus propios hijos.

Dentro de casa tampoco se favorece la intimidad, ni se respeta el espacio privado de cada miembro. Tanto la autonomía como la intimidad y el espacio propio se ven como señal de egoísmo.

En las familias aglutinadas se da prioridad al bien del grupo sobre las necesidades individuales.

Sin espacio para la diferenciación

El concepto de diferenciación se lo debemos al psiquiatra estadounidense Murray Bowen. Hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos los seres humanos ya desde el seno familiar y también está relacionado con nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos del grupo. Esta autonomía, además, nos permite ver con mayor objetividad lo que ocurre dentro de dicho grupo, en este caso la familia.

Lo que ocurre en las familias aglutinadas es que las relaciones entre sus miembros son tan excesivamente cercanas que no permiten la diferenciación. Esta circunstancia es perjudicial, sobre todo, en la adolescencia ya que se obstaculiza el desarrollo de la formación de la identidad.

En estos sistemas, en los que no está bien visto ser distinto, se entorpece cualquier intento por diferenciarse. Y en casos extremos, cualquier conato de un miembro por encontrar su propio camino será vivido por la familia como una traición y el ‘rebelde’ pasará a convertirse en la ‘oveja negra’.

Lealtad mal entendida

Seguir un camino académico o laboral diferente al de la familia (como le ocurre a la joven de la que os hablaba al principio del artículo), proseguir con una relación que no ha sido aprobada por los padres, romper con la tradición de comer todos los domingos en la casa familiar o, simplemente, faltar a un cumpleaños de un pariente se percibe como una traición en las familias aglutinadas.

A menudo este concepto de lealtad mal entendida va unido a una idealización del sistema familiar. De manera consciente, la persona puede pensar que su familia «es perfecta». Sin embargo, a nivel inconsciente, puede haber una gran confusión emocional. Un sentimiento de tristeza, de estar perdido, que puede expresarse en forma de anestesia emocional (no sentir nada, normalizar todo) o de llanto incontrolable. No son pocas las ocasiones en las que un hijo experimenta tal ansiedad y angustia a la hora de buscar su propio camino que opta por postergar o renunciar a sus sueños por temor a decepcionar a sus padres.

También se verá como una deslealtad, por ejemplo, que uno de los hijos rechace el rol que se había elegido para él. Es el caso de familias en las que, implícitamente, se espera que la hija menor renuncie a su propio proyecto personal para quedarse al cuidado de los padres mayores. Se trata de una costumbre que muchas veces se transmite de generación en generación, lo que conlleva que no cumplirla se tome como una traición.

(En este blog puedes leer el artículo «Qué es y como nos afecta el conflicto de lealtades en la familia«)

Dificultades para afrontar los conflictos

En algunas ocasiones y si el problema excede la capacidad de afrontamiento de la familia, el conflicto se ignorará o se ocultará. Esto último ocurre, sobre todo, de cara al exterior (“Los trapos sucios se lavan en casa”).

Dentro del núcleo de las familias aglutinadas es habitual que sea complicado mantenerse al margen de enfrentamientos o discusiones entre sus integrantes. Si están todos presentes, todos opinarán y participarán en la discusión.

Por otra parte, el hecho de que todos los miembros se muestren excesivamente implicados en cualquier conflicto aumentará las probabilidades de que el estrés repercuta en la familia al completo. Y esto, a su vez, reducirá las posibilidades de poder ofrecerse una ayuda efectiva entre ellos.

Aprender a poner límites

Atreverte a decir «no» y a defender tu derecho a tener tu propia identidad y tu propio espacio no es fácil cuando perteneces a una familia aglutinada. Es normal que experimentes culpa, que te sientas como el malo de la película y que te toque enfrentarte a algún que otro conflicto. Pero marcar límites no es sinónimo de ser desleal, sino todo lo contrario. Te ayudará a oxigenar tus relaciones familiares y a posicionarte de una manera más sana, objetiva y respetuosa, no solo contigo mismo sino también con los demás.

Las familias pasan por diferentes etapas en su ciclo vital y es necesario aprender a adaptarse a ellas. Que un hijo quiera independizarse y crear su propia familia o que tenga un criterio diferente al de sus padres, por ejemplo, no significa que esté traicionando al clan.

Es cierto que la cohesión familiar es necesaria para superar las dificultades, pero no de una forma rígida, sino con la suficiente flexibilidad para actuar de manera adecuada ante las situaciones que vayan apareciendo. Por ejemplo, contando con una red de apoyo externa a la que acudir en caso de necesidad. Todos necesitamos de todos y la familia no es una excepción.

Si perteneces a una familia aglutinada, rescata sus fortalezas, como el apoyo o la capacidad de cuidar ‘a la manada’. Pero si hay algo que no te hace bien o te produce malestar, no tienes por qué quedarte con ello.

En resumen, mantener la unión familiar no significa que tengamos que estar unos pegados a otros defendiendo un pensamiento único. Cohesión y unión familiar es conservar una distancia adecuada permitiendo al otro desarrollarse. Es funcionar cada uno desde su espacio y estar en disposición de ayudar a quien lo necesita, pero permitiendo que antes lo intente con sus propios recursos y sin responsabilizarnos de sus problemas. Y también es permitir a cada miembro desarrollar su propio criterio, por muy diferente que sea al del núcleo familiar.

Duelo migratorio: el precio de emigrar buscando una nueva vida.

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida 1024 600 BELÉN PICADO

Nostalgia, morriña, añoranza, gorrión o saudade son algunas de las palabras que suelen utilizarse para describir el sentimiento de pérdida que invade a quien deja atrás su país en busca de una nueva vida. A menudo no se le presta la suficiente atención pero, como en el caso de otras pérdidas, se necesita un periodo de adaptación para elaborar lo ocurrido y acomodarse a la nueva realidad. Igual que pasamos un duelo cuando muere un ser querido o ante una ruptura amorosa, es necesario que transitemos este proceso emocional y cognitivo cuando emigramos. Es el duelo migratorio.

Emigrar siempre es difícil e implica numerosos cambios, muchos de ellos inesperados pues nunca se sabe con certeza qué deparará el nuevo lugar al que se va. Los procesos migratorios exponen a quienes los viven a cambios muy drásticos y ponen a prueba su capacidad de adaptación.

Si bien lo habitual es que este duelo se supere tarde o temprano, no hay que subestimarlo ni evitarlo. Es necesario conectar con las emociones, permitirse vivir ciertos momentos de angustia y tristeza y transitar este camino para elaborar las múltiples pérdidas que supone dejar atrás el que fue nuestro hogar.

Pero no solo quien se marcha atravesará este proceso. Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo, porque pierden la presencia de un ser querido, aunque sigan en contacto con él a través de todos los medios que actualmente hay disponibles. El duelo de quienes se quedan será más o menos llevadero en función de las circunstancias en que se dé la separación, de la relación que se tenía con el emigrante, del rol que ocupaba en la familia, de si la separación es o no definitiva, de la situación económica en la que se quede la familia, etc.

Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo.

La madre del emigrante, de Ramón Muriedas Mazorra.

Un duelo múltiple, recurrente y transgeneracional

Pese a tener numerosas similitudes con otros tipos de duelos, el duelo migratorio posee características que lo hacen diferente y que enumera Joseba Achotegui, psiquiatra especializado en migración.

  • Es múltiple. Muy posiblemente ninguna experiencia, ni siquiera la muerte de un ser querido, supone tantos cambios. Quien emigra puede pasar, como mínimo, por siete duelos diferentes, ya que deja atrás: la familia y los amigos; la lengua; la cultura, con sus costumbres, religión y valores; la tierra (paisaje, colores, olores); el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso social), el contacto con su grupo de pertenencia; y la seguridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión).
  • Es parcial. En la migración, el objeto de la pérdida (el país de origen con todo lo que representa) no se pierde de forma definitiva. Es más, se puede seguir en contacto con los familiares e incluso volver temporalmente o de forma definitiva.
  • Es recurrente. El sentimiento de nostalgia y el vínculo con el país de origen van a reavivarse cada vez que la persona tenga contacto con su país, bien porque vaya de vacaciones, reciba la visita o la llamada telefónica de un compatriota o incluso cuando escucha música de su tierra. Y esto ocurre porque esos vínculos siguen activos toda la vida, unas veces de modo más consciente y otras de modo más inconsciente.
  • Es transgeneracional. Si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en el país de acogida, el duelo también lo sufrirán sus hijos y nietos. El que lleguen a integrarse dependerá de la actitud de los padres frente al país que les acoge, de la actitud que tengan los hijos frente al mismo; y también depende de que el país al que llegan sepa o no acogerlos. Muchos hijos de inmigrantes no se sienten ni del país en el que viven ahora, pese a haber nacido ahí, ni del país que dejaron sus padres.
  • Va acompañado de sentimientos de ambivalencia. El emigrante siente amor hacia su país de origen y al mismo tiempo experimenta mucha rabia porque ese mismo país no le supo dar las oportunidades o la seguridad necesarias para poder quedarse. Por otro lado, en su papel de inmigrante, siente cariño por la tierra que le está acogiendo y dando una nueva oportunidad para salir adelante, y a la vez ira por el esfuerzo que supone este cambio y porque en ocasiones no se le acepta como un igual.

Síntomas del duelo migratorio

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración, la propia personalidad del emigrante, el momento del ciclo vital en que se encuentre, la realidad con la que se tope en el país de destino, el motivo que le llevó a tomar la decisión, etc.  En cualquier caso, suelen aparecer:

  • Nostalgia y tristeza al recordar la pérdida de todo lo que se ha dejado en el país de origen, que puede ir acompañada de una profunda sensación de soledad.
  • Preocupación por un futuro incierto.
  • Temor a la pérdida de identidad. Si el choque cultural es muy acusado o los habitantes del lugar de destino muestran rechazo, la sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia podría llevar al recién llegado a aislarse y desarrollar cierto rechazo a integrarse a la vez que se refugiará cada vez más en sus compatriotas.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento ante la sensación de haber ‘abandonado’ a la familia.
  • Dificultad de disfrutar del momento presente y de acoger las nuevas experiencias con talante positivo.

Junto a estas emociones, es común que aparezcan otros problemas como ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad, alteraciones del sueño, dolores de cabeza de tipo tensional asociados a las preocupaciones, fatiga, etc.

Lo normal es que estos síntomas vayan desapareciendo con el tiempo. Una correcta elaboración del duelo migratorio implicará asimilar lo nuevo y sentirse parte del país de acogida, pero sin olvidar ni rechazar el lugar de origen.

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración.

Cuando las dificultades bloquean la capacidad de afrontamiento

En circunstancias normales, el modo de enfrentarse al duelo migratorio depende más de las propias estrategias y recursos para hacer frente a los cambios, que de tener una determinada edad, nacionalidad o estatus social y económico.

Sin embargo, existen ciertos factores que dificultan la adaptación y generan un estrés añadido, con el consiguiente riesgo de que el duelo migratorio simple, que es el habitual, pase a convertirse en duelo extremo. Entre esos factores están: la soledad por la separación de los seres queridos, amenazas constantes de detención y expulsión, sentimientos de vulnerabilidad ante la carencia de derechos en el país de destino, enfrentarse a una lucha diaria por sobrevivir (falta de alimentos, de un techo bajo el que dormir o imposibilidad de encontrar trabajo).

Cuando el inmigrante sufre una situación de crisis permanente, aparece el denominado Síndrome de Ulises o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, un cuadro de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas.

Cuidado con las expectativas

En muchas ocasiones la persona idealiza el lugar de destino y solo tiene en mente la posibilidad de llegar a un lugar con una mayor calidad de vida y grandes oportunidades profesionales. Sin embargo, pocas veces se piensa en la implicación a nivel emocional y personal que puede producir ese cambio. Para que el ‘aterrizaje’ no sea tan brusco, ahí van unas cuantas ideas:

  • Infórmate. Antes de tomar la decisión, procura estar totalmente informado del peligro del trayecto si es el caso, de cómo es la vida dónde quieres asentarte, de la cultura, de las leyes laborales, de tus derechos y de la posibilidad de contar con una red de apoyo social. Y, sobre todo, ten en cuenta que emigrar implica pérdidas y vas a tener que pasar por una serie de duelos. Saberlo de antemano, te ayudará mucho en el proceso. Igualmente, sopesa los beneficios que te traerá abandonar tu hogar, pero también a lo que tendrás que renunciar.
  • Comparte tu decisión con la familia. Si ya lo tienes claro, haz partícipes a tus seres queridos de tu decisión. Permitir que todos los miembros de la familia participen contribuirá a que ese cambio de vida sea visto como un desafío apasionante. Todos se sentirán involucrados y comprometidos y el dolor de tu partida se suavizará.
  • Acepta tus emociones. Los sentimientos de tristeza, miedo o ansiedad forman parte del proceso normal de adaptación. No los evites.
  • Cuidado con las expectativas. Idealizar el lugar que se convertirá en nuestro hogar puede llevar a que el choque con la realidad sea mayor, entre otras cosas, por las dificultades que entraña adaptarse a otro país, a otra cultura y, a veces, a otro idioma. Todos queremos tener éxito cuando nos lanzamos en busca de un objetivo, pero hay circunstancias que no dependen de nosotros y que pueden dificultar el proceso. Igualmente desaconsejable es idealizar lo que dejaste atrás y creer que si vuelves todo estará mejor que cuando te marchaste.
  • No te encierres. La socialización es fundamental en la primera etapa de asentamiento. Una vez que hayas llegado a tu destino, busca amistades nuevas que puedan ayudarte a encontrar empleo o, simplemente, a sentirte más acompañado. Contactar con personas de tu mismo país puede hacerte más fácil la adaptación, porque ya pasaron por algo similar y pueden darte consejos prácticos y útiles. Igualmente beneficioso será relacionarte con habitantes originarios de allí donde llegues. Tener diferentes perspectivas te ayudará a adaptarte.

Sentirse acompañado ayuda, y mucho, a superar el dolor de haber dejado atrás el hogar.

  • Mantén una actitud positiva. Que los momentos de nostalgia no te hagan olvidar los aspectos positivos de tu decisión. En la mayoría de los casos, emigrar es más una solución que un problema. Puede ser una experiencia muy enriquecedora y repleta de aprendizajes. Y cuando tus fuerzas flaqueen, recuerda por qué tomaste la decisión.
  • No olvides tus raíces. Adaptarte a tu nuevo hogar no implica renunciar a tus raíces y a tu propia identidad. Cuando reniegas de tu país, tu cultura y tu gente también están dejando de ser tú y dejando a un lado tus valores y principios. Si bien es cierto que resulta necesario establecer cierta distancia para poder integrar los nuevos aspectos que brinda el país de acogida, no hay que desapegarse por completo de lo que ha conformado tu visión de la vida y del mundo. Además, es muy importante hablar a los hijos de su país de origen, de su historia, sus costumbres, tradiciones, paisajes, etc. Tus raíces también son parte de su identidad y deberían estar orgullosos de ellas.
  • Convierte el hecho de ser extranjero o extranjera en una ventaja. Seguro que hay muchas cosas que puedes ofrecer y sabes hacer y que los locales del país al que llegas no conocen. Convierte lo que en un principio puede ser un impedimento en una oportunidad.
  • Conserva tus aficiones en la medida de lo posible. Cuando todo tu entorno es nuevo, poner un poco de continuidad en tu vida te ayudará a mantenerte conectado con lo que te resulta familiar. ¿Te apasiona el senderismo? Hazte miembro de un grupo. ¿Te gusta jugar fútbol? Busca un equipo. Tener algo en común, además, te ayudará a la hora de establecer nuevas amistades.
  • Haz un altar de recuerdos. Elige un lugar especial (una mesa, una pared, una estantería…) y coloca fotos u objetos especiales que te conecten con tu tierra. Con el tiempo podrás añadir también algún objeto o alguna imagen del que es ahora tu nuevo hogar. Eso te servirá para integrar tus experiencias pasadas con tu presente.
  • Acepta que todo cambia, incluso los que se quedaron. En el caso de que decidas volver a tu tierra, asume que ya no serás la misma persona que cuando se marchó. Y lo mismo ocurrirá con tus seres queridos. Si regresas esperando reencontrar todo tal como lo dejaste, la decepción será inevitable.
  • Busca ayuda profesional si la necesitas. Si pasado un tiempo prudencial, el malestar por lo que has dejado atrás se prolonga es conveniente buscar ayuda profesional. Evitarás que la situación se agrave y tu duelo se complique. (Si lo necesitas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)

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