Estilos de apego

Ansiedad por separación: Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo

Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo?

Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo? 1792 1024 BELÉN PICADO

Sentir malestar al alejarnos de nuestros seres queridos es algo normal, e incluso adaptativo, ya que tendemos a buscar el contacto humano para sentirnos seguros y calmados. Sin embargo, hay personas que sienten una angustia realmente severa con solo imaginar que su pareja o cualquier ser querido se aleje o sufra algún daño. A este miedo desproporcionado a estar lejos de personas significativas se le conoce como ansiedad por separación.

Pero, ¿cuándo se convierte en un problema esa preocupación que todos sentimos ante la posibilidad de separarnos de alguien importante para nosotros (padres, hijos, pareja, amigos muy cercanos, etc), o incluso de lugares con los que sentimos un vínculo emocional significativo? Esta respuesta emocional se vuelve disfuncional y desadaptativa cuando la angustia se vuelve extrema y persistente. Cuando empezamos a experimentar un miedo irracional y una ansiedad desproporcionada incluso ante separaciones breves o cotidianas. Además, dependiendo de la intensidad, puede llegar a interferir muy seriamente en el funcionamiento diario, limitar la propia capacidad para ser autónomo y generar relaciones dependientes y conflictivas.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) incluye el Trastorno de Ansiedad por Separación dentro del grupo de trastornos de ansiedad y lo define como «el miedo o ansiedad, intenso y persistente, causado por la separación, probable o real, de una persona con la que se tiene un vínculo psicológico estrecho».

Por ejemplo, una persona adulta con este trastorno puede evitar salir de casa si eso implica estar lejos de su pareja o de su familia. En muchos casos, es posible que aparezca, incluso, un temor irracional a que ocurra una desgracia en ausencia de esa figura significativa. Y esto lleva a patrones de comportamiento de evitación y sobreprotección.

Aunque es común que cuando escuchamos hablar de este trastorno pensemos enseguida en los más pequeños, no es solo cosa de niños. De hecho, un estudio realizado por profesionales de la psicología, en el que participaron 38.993 adultos de 18 países, concluyó que el 43,1% de los casos de ansiedad por separación suelen manifestarse a partir de los 18 años.

Ansiedad por separación

Factores que contribuyen a la ansiedad por separación en adultos

En realidad, no hay una única causa que explique por qué algunas personas desarrollan este trastorno, sino que se trata de una combinación de factores genéticos, biológicos, psicológicos y ambientales. Algunos de los más importantes:

1. Experiencias traumáticas y pérdidas significativas

La exposición a eventos traumáticos durante la infancia, como la muerte de una de las figuras de apego, el abandono por parte de estas o pasar por separaciones abruptas y/o prolongadas, puede llegar a suponer un profundo impacto en el desarrollo emocional del niño y generar en él un miedo intenso al abandono, que puede mantenerse en la edad adulta.

Este podría ser el caso de una persona que perdió a un cuidador durante su infancia podría experimentar un miedo extremo a perder a una pareja en su vida adulta, desencadenando una intensa necesidad de cercanía y validación y facilitando que se cree una dependencia emocional.

2. Factores genéticos y biológicos

Algunos estudios han demostrado que ciertos desequilibrios en los neurotransmisores relacionados con el estrés y la ansiedad, como la serotonina y la dopamina, pueden aumentar la sensibilidad a la separación y dificultar la regulación emocional.

Además, las personas con antecedentes familiares de trastornos de ansiedad tienen un mayor riesgo de desarrollar esta psicopatología. Aunque la genética no es determinante, sí establece una predisposición que, combinada con factores ambientales y psicológicos, puede potenciar la aparición del trastorno de ansiedad por separación.

3. Estilo de apego inseguro

La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby, establece que los vínculos emocionales tempranos con los cuidadores no solo son esenciales para la supervivencia durante la infancia, sino que también influyen profundamente en la forma en que los adultos nos manejamos emocionalmente y en nuestras relaciones. Según este psicólogo británico, esas primeras interacciones van a predecir cómo buscaremos seguridad, cómo nos regularemos emocionalmente y también cómo vamos a enfrentarnos a la separación.

De este modo, cuando un niño se siente seguro con sus cuidadores, desarrollará un estilo de apego seguro que le permitirá explorar el mundo con confianza, sabiendo que puede regresar a una base segura cuando sea necesario. Sin embargo, si los cuidadores son inconsistentes o negligentes, el niño desarrollará un estilo de apego inseguro. Y esas experiencias tempranas de inseguridad le van a predisponer en etapas posteriores de su vida a sufrir diversos trastornos, entre ellos el trastorno de ansiedad por separación.

Por ejemplo, si mis padres que alternaron la atención excesiva con la indiferencia generarán en mí un estilo de apego preocupado (también denominado ansioso o ambivalente). Esto se reflejará, más tarde, en una dependencia emocional constante y un temor irracional al abandono. En este caso, mi ansiedad por separación no solo se traducirá en el miedo a perder a alguien físicamente, sino también en la inseguridad sobre si esa persona podrá satisfacer mis necesidades emocionales básicas de amor, seguridad y apoyo. Este miedo, además, puede llevar a comportamientos extremos, como la necesidad de contacto constante, sacrificios personales por la relación y una incapacidad severa para gestionar la distancia física y emocional.

Por otro lado, los estilos de apego evitativo y desorganizado también pueden contribuir al desarrollo de este trastorno, aunque de formas diferentes. En el primer caso, la ansiedad de separación se manifestará como una negación de las propias necesidades emocionales o en forma de dificultades para establecer vínculos significativos («Si no me implico demasiado, no me dolerá cuando te vayas»). En el estilo de apego desorganizado, la persona teme tanto el rechazo que acaba evitando establecer relaciones profundas para protegerse de la posible pérdida («Te busco, pero en cuanto me siento vulnerable, levanto un muro»).

Ansiedad por separación

«Separation Anxiety», de George Hughes.

4. Entornos familiares sobreprotectores o controladores

Crecer en un entorno sobreprotector, donde los cuidadores restringen la autonomía del niño para «protegerlo» de todo tipo de fracasos o peligros, va a generar en este la percepción de que el mundo es un lugar inseguro y peligroso.

En algunas familias, conocidas como familias aglutinadas, donde los vínculos son excesivamente estrechos, se limita el desarrollo de la autonomía física y emocional, fomentando una dependencia excesiva hacia las figuras de apego. La consecuencia es que en la adultez este patrón se manifestará como un miedo persistente a la separación y dificultades para afrontar los desafíos sin el apoyo constante de los demás.

Si crecí en un entorno donde siempre me recordaban «No puedes hacer esto sola» es muy probable que al llegar a adulta tenga dificultades para tomar decisiones o manejar la distancia emocional en relaciones importantes para mí, reforzando así la ansiedad por separación.

5. Parentalización durante la infancia

La ansiedad por separación también puede estar vinculada a casos de parentalización o inversión de roles. Por ejemplo, es muy posible que una madre que en su infancia sufrió abandono, institucionalización o una carencia extrema de atención y cuidados, llegue a desarrollar un patrón de apego ansioso que la lleve, al convertirse en madre, a retener a su hijo de manera excesiva. Por miedo a la separación, limitará la independencia de su hijo y demandará constantemente sus cuidados como estrategia para evitar cualquier tipo de distanciamiento, incluso a costa de su desarrollo social y personal.

(En este blog puedes leer el artículo «Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias)«)

6. Eventos vitales estresantes

Cambios importantes como la muerte de un ser querido, mudanzas, rupturas amorosas, independizarse de los padres o la paternidad/maternidad pueden actuar como disparadores. Esto ocurre porque, a menudo, dichos cambios activan recuerdos emocionales no resueltos en la infancia (la pérdida de una figura de apego, por ejemplo). Y es más frecuente si hay dificultades para adaptarse a los cambios. O también si existe un patrón de dependencia emocional o se ha estado expuesto a otros factores predisponentes.

7. Factores psicológicos y de personalidad

Las características individuales también juegan un papel importante en la aparición de la ansiedad por separación. Personas con baja autoestima, alta sensibilidad a la ansiedad o una baja tolerancia a la incertidumbre tienden a buscar apoyo externo constante para sentirse valoradas y seguras.

Asimismo, el perfeccionismo y la necesidad de control pueden intensificar los síntomas ante la incapacidad para manejar la separación de manera adecuada.

8. Presencia de otros trastornos mentales

Es habitual que el trastorno de ansiedad por separación coexista con otras psicopatologías. Es el caso del trastorno obsesivo-compulsivo, la fobia social, el trastorno de pánico, la depresión mayor o el trastorno bipolar, entre otros.

Estas condiciones no solo exacerban la angustia por separación, sino que también dificultan su tratamiento, ya que los síntomas se entrelazan y refuerzan mutuamente. De este modo, una persona con trastorno de pánico puede experimentar ataques de ansiedad intensos ante la anticipación de una separación. Por su parte, alguien con depresión puede percibir la distancia emocional como una confirmación de sus temores de rechazo o abandono.

¿Con qué síntomas se manifiesta la ansiedad por separación?

El trastorno de ansiedad por separación en adultos se caracteriza por una combinación de síntomas emocionales, conductuales y físicos:

  • Preocupación excesiva y persistente por la seguridad y el bienestar de los seres queridos. Este tipo de pensamientos son intrusivos, difíciles de controlar y pueden incluir anticipaciones catastróficas, como accidentes, enfermedades o agresiones. Además, es una preocupación que no disminuye por mucho que se asegure a la persona afectada que no existe un peligro real.
  • Angustia ante la separación. El solo hecho de anticipar una separación, por pequeña que sea, provoca episodios de ansiedad intensa. Durante la separación real, además, esta angustia se intensifica llegando a generar reacciones emocionales desproporcionadas (llanto, ataques de pánico…).
  • Miedo irracional a la pérdida y totalmente desproporcionado en relación con el contexto. Puede manifestarse en situaciones cotidianas, como cuando un ser querido se ausenta por unas horas para ir a trabajar. El temor abrumador a que esa separación sea definitiva refuerza la dependencia emocional.
  • Sentimientos de soledad o vacío. La separación de la figura de apego puede generar una sensación de abandono y desamparo, acompañada de un vacío emocional profundo. Esto, a su vez, lleva a evitar la soledad y a buscar compañía constante para calmar esta angustia.
  • Evitación de actividades independientes. Se evitan situaciones que impliquen estar lejos de la persona con quien se tenga un vínculo significativo.
  • Búsqueda constante de contacto. Necesidad de estar en contacto permanente con el ser querido mediante llamadas, mensajes o visitas frecuentes. Esto puede percibirse como algo invasivo y agobiante y generar conflictos serios en la relación.
  • Resistencia a separarse de la figura de apego. El afectado puede negarse a salir de casa sin la compañía de la persona con quien mantiene un vínculo estrecho o evitar cualquier actividad autónoma.
  • Manifestaciones psicosomáticas. Antes o durante la separación, suelen aparecer dolores de cabeza, mareos, tensión muscular, molestias gastrointestinales como náuseas o vómitos…
  • Alteraciones del sueño. Es habitual la dificultad para dormir lejos de la figura de apego o tener pesadillas recurrentes relacionadas con la separación.
  • Reacciones fisiológicas asociadas a la ansiedad. Durante episodios de separación o mientras se anticipan, pueden aparecer taquicardia, sudoración excesiva, sensación de opresión en el pecho, dificultad para respirar o, incluso, ataques de pánico.
  • Dificultades de concentración. La preocupación constante por la seguridad de la figura de apego interfiere con la capacidad de concentrarse en el trabajo, los estudios u otras actividades.
  • Deterioro de las relaciones interpersonales. La necesidad excesiva de atención y contacto suele generar muchos conflictos en las relaciones, especialmente cuando las conductas son percibidas como exigentes o desproporcionadas.

Ansiedad por separación

¿Cómo puede ayudarte la psicoterapia?

Como os decía al principio, es normal sentir malestar cuando nos separamos de alguien importante para nosotros. Pero si ese malestar se convierte en un miedo desproporcionado, persistente y que comienza a interferir con tu vida diaria, no dudes en buscar ayuda profesional. En terapia, encontrarás un espacio seguro donde abordar las causas de tu ansiedad, entender tus patrones emocionales y trabajar hacia una mayor autonomía. ¿Cómo?

  • Identificando las causas subyacentes de tu angustia y comprendiendo su origen emocional .
  • Reconociendo y modificando tus patrones de pensamiento negativo.
  • Aportándote estrategias para manejar la ansiedad (técnicas de relajación y respiración, exposición gradual, habilidades de afrontamiento, etc.)
  • Fortaleciendo tu autonomía emocional y reforzando la confianza en tus habilidades.
  • Mejorando tus vínculos. Aprenderás a identificar dinámicas problemáticas en tus relaciones, a comunicarte de una forma asertiva para expresar tus necesidades y a establecer límites saludables, así como a aceptar los que te pongan a ti.
  • Reprocesando experiencias traumáticas. Si tu ansiedad de separación está relacionada con eventos traumáticos del pasado, la terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) puede ayudarte a integrar esas vivencias de manera saludable, reduciendo su impacto en tu presente.
  • Reparando tu estilo de apego. En el caso de que tu ansiedad de separación esté vinculada a un estilo de apego inseguro, en terapia tendrás la oportunidad de identificar cómo ha influido tu estilo de crianza en tus relaciones actuales y de fomentar un apego más seguro, basado en la confianza, la autonomía y el equilibrio emocional. Y, de paso, aprenderás a regular tus emociones de manera independiente y a fortalecer tu autoestima.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Bowlby, J. (1985). La separación afectiva. Barcelona: Paidós.

Lafuente, M. J. y Cantero, M. J. (2010). Vinculaciones afectivas. Apego, amistad y amor. Madrid: Pirámide

Silove, D., Alonso, J., Bromet, E., Gruber, M., Sampson, N., Scott, K., Andrade, L., Benjet, C., Caldas de Almeida, J. M., De Girolamo, G., de Jonge, P., Demyttenaere, K., Fiestas, F., Florescu, S., Gureje, O., He, Y., Karam, E., Lepine, J. P., Murphy, S., Villa-Posada, J., … Kessler, R. C. (2015). Pediatric-Onset and Adult-Onset Separation Anxiety Disorder Across Countries in the World Mental Health Survey. The American Journal of Psychiatry, 172(7), 647–656.

Una buena diferenciación pasa por mantener la propia individualidad y ser uno mismo sin perder la conexión emocional con los demás.

Qué es la diferenciación y cómo influye para establecer relaciones sanas

Qué es la diferenciación y cómo influye para establecer relaciones sanas 1196 876 BELÉN PICADO

Los seres humanos nos debatimos permanentemente entre la necesidad de pertenencia y la necesidad de ser autónomos. Si conseguimos mantener nuestra individualidad sin perder la conexión emocional con los demás, el resultado serán relaciones sanas y enriquecedoras. Para alcanzar este equilibrio necesitamos haber desarrollado un adecuado nivel de diferenciación, algo que depende, en gran medida, del ambiente familiar en el que hayamos crecido.

El concepto de diferenciación se lo debemos al psiquiatra estadounidense Murray Bowen. Hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos ya desde el seno familiar y a nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos del grupo. También tiene que ver con la habilidad para diferenciar la propia experiencia interna (sensaciones, emociones, pensamientos) de la de los demás.

Según Bowen, el proceso de diferenciación del self (o diferenciación de sí mismo) se va desarrollando a dos niveles: el nivel intrapsíquico, que refleja cómo nos relacionamos con nosotros mismos, y el nivel interpersonal, que tiene que ver con el modo en que establecemos vínculos con los demás.

Nivel intrapsíquico: diferenciando emociones de pensamientos

Está relacionado con la habilidad para distinguir entre pensamientos y emociones, de modo que la persona puede escoger cómo actuar y también elegir si recurrir a su parte cognitiva o emocional en función de lo que sea más conveniente, tanto para ella como para la situación en la que se encuentra.

Este nivel cuenta con dos componentes: reactividad emocional y posición del yo.

  • La reactividad emocional es la tendencia a reaccionar a situaciones de estrés con un alto nivel de activación y de manera irracional.
  • La posición del yo se refiere a la habilidad para poder experimentar y comunicar los propios pensamientos y sentimientos sin necesidad de modificarlos para cumplir las expectativas de los demás y sin responsabilizar al otro de lo que yo pienso o siento.

Por ejemplo, alguien con un bajo nivel de diferenciación intrapsíquica encontrará dificultades para pensar con claridad y tenderá a actuar de forma hipersensible o impulsiva, empujado por la ansiedad o la intensidad emocional. O bien, se irá al otro extremo: adoptará una actitud excesivamente racionalizadora y evitará el contacto, lo que le dificultará comprender tanto sus propias emociones como las ajenas.

Por el contrario, una persona con un adecuado nivel de diferenciación tiene una visión realista de sí misma, así como de sus propios valores, prioridades, necesidades… Es capaz de alcanzar sus metas sin tener que renunciar a relacionarse con otros, pero también sin necesidad de depender de ellos. Como sabe distinguir pensamientos y emociones, podrá vivir estas con intensidad y, a la vez, pensar con claridad antes de actuar. Y algo también muy importante: no se abrumará ante los sentimientos de otros.

Una persona con un adecuado nivel de diferenciación tiene una visión realista de sí misma.

Nivel interpersonal: Buscando el equilibrio entre autonomía y conexión emocional

Este nivel hace alusión a la capacidad para mantener el equilibrio entre la propia autonomía y la intimidad con los otros. La persona diferenciada sabe estar emocionalmente próxima a los demás sin llegar a fusionarse y sin perder su propia identidad. Asimismo, comprende que el afecto, el amor y la aprobación de otros es algo muy deseable, pero no indispensable, lo que le ayuda a establecer compromisos sanos.

En cambio, quien tiene un bajo nivel de diferenciación será muy reactivo emocionalmente a los dictados de los miembros de la familia de origen o a las expectativas de personas significativas. Y reaccionará ante ello adaptándose o rebelándose.

Bowen distingue varios estilos relacionales en el nivel interpersonal:

  • Fusión con los otros. Se produce cuando hay una implicación emocional excesiva en las relaciones íntimas. Un ejemplo sería renunciar a mantener el propio criterio asumiendo el del otro para evitar conflictos y desencuentros. Además, hay mucho miedo al abandono y ansiedad ante la distancia o la separación, lo que favorece la dependencia emocional. Este estilo estaría relacionado con el apego inseguro ambivalente o ansioso.
  • Corte emocional. Tendencia a manejar la ansiedad en las relaciones poniendo distancia emocional y/o física. Se trata de personas que, al tener poca capacidad para establecer lazos emocionales de intimidad, tienden a la evitación del contacto físico y emocional. Este estilo se correspondería con el apego inseguro evitativo o distanciante.
  • Dominio de los otros. Ocurre cuando a alguien le cuesta tolerar opiniones distintas a la suya o es propenso a presionar a los demás para que se amolden a sus propios intereses. Son personas tajantes y dogmáticas que suelen enzarzarse en continuas luchas de poder.

Cuando la diferenciación es baja, tanto la proximidad como la distancia son una amenaza: «Si me acerco demasiado, me atrapas», «Si me distancio demasiado, te pierdo» o «Necesito el contacto, pero temo que me invadas».

Diferenciación y apego

Al nacer, el bebé depende totalmente de la madre para, poco a poco, ir separándose de ella y encontrando su propia individualidad. Precisamente para que se genere un estilo de apego seguro es necesario que los cuidadores encuentren un delicado equilibrio entre favorecer la autonomía del niño permitiéndole explorar y, a la vez, sean base segura y refugio cuando el pequeño lo necesite.

A medida que el niño crece como una persona separada de su madre (primero física y luego emocionalmente), va adquiriendo habilidades para sentir, pensar y actuar por sí mismo al tiempo que aprende a establecer relaciones con los demás. Este proceso de diferenciación adquiere una especial importancia en la adolescencia, etapa en la que se experimenta una mayor necesidad de tomar distancia de la familia de origen. Se empieza también a cuestionar el modelo parental y se da más prioridad a los iguales. En este periodo, tan importante en la formación de la identidad, cuanta mayor diferenciación de las figuras de apego, mejor capacidad para tomar decisiones propias. Y también mayor probabilidad de que el adolescente se convierta en un adulto flexible, autónomo e independiente emocionalmente.

Una buena diferenciación está relacionada con un estilo de apego seguro.

De generación en generación

Nuestro grado de diferenciación está estrechamente relacionado con el de nuestras figuras de apego. Es de esperar que unos cuidadores bien diferenciados favorezcan a su vez una diferenciación adecuada en sus hijos. En estos sistemas, cuando se produzcan cambios propios del ciclo vital de la familia (nacimientos, adolescencia, enfermedades, emancipación de un hijo ya adulto, etc.) se podrán transitar de forma natural, respetando la autonomía de sus miembros, pero sin perder la conexión emocional y la capacidad de apoyo.

Sin embargo, una familia poco diferenciada tenderá a ser exigente y demandante e impedirá la diferenciación de sus integrantes. Es el caso de las familias aglutinadas, donde no solo hay una confusión de roles, sino también un exagerado sentido de pertenencia y un concepto de la lealtad familiar mal entendido, priorizando el sentido de grupo en detrimento de la autonomía personal. ¿El resultado? Hijos indiferenciados, bien con tendencia a la fusión o bien con tendencia a la desconexión emocional.

Los primeros actuarán de manera dependiente, dando excesiva importancia a sus relaciones por encima de su propia identidad. En cuanto a los ‘desconectados’, es posible que pongan distancia o, incluso, que corten todo vínculo con el sistema. Sin embargo, muy probablemente buscarán crear una «familia sustituta» en otras relaciones (amigos, parejas), donde seguirán adoptando la misma dinámica que con la familia de origen. Es decir, cuando en uno de esos grupos o dentro de la pareja se genere alguna tensión o conflicto, la persona huirá de nuevo de la situación. Y así una y otra vez. También puede ocurrir que una persona que corte totalmente el contacto con un padre crítico o negligente, por ejemplo, acabe depositando en su pareja o en sus hijos esa necesidad de aprobación o cuidados que no recibió en su día.

Generalmente, cuando una familia bloquea u obstaculiza el proceso de diferenciación de sus miembros hay varias generaciones previas que hicieron lo mismo. Y es que el grado de diferenciación va transmitiéndose de una generación a la siguiente. José de Jesús Vargas Flores y colaboradores lo explican en el artículo La dinámica de la familia y la diferenciación: «De manera implícita, el individuo lleva internalizados los conflictos, problemas, formas de ver la vida y soluciones que han pertenecido a sus padres y a generaciones pasadas. Tanto, que es difícil que sea detectado por la persona».

La diferenciación según el género: «Shame»

La falta de diferenciación suele manifestarse de forma distinta en hombres y mujeres. En su Manual de Terapia Sistémica, Alicia Moreno utiliza la película Shame (Steve McQueen, 2011) como ejemplo para explicar estas diferencias:

«El protagonista es adicto al sexo, está enganchado a pornografía en Internet, se masturba y tiene encuentros sexuales con desconocidas de forma compulsiva. Evita cualquier contacto emocional y no tiene ninguna relación significativa, de pareja o amistad. Cuando su única hermana, con la que habitualmente evita tener contacto, aparece en su casa a pedirle ayuda, su nivel de ansiedad (y su compulsión) se disparan; no puede tolerar su exceso de emocionalidad y actitud tan dependiente hacia él y los hombres de los que permanentemente se ‘engancha’. En la película queda implícito que ambos fueron víctimas de unos padres muy dañinos, y que no han tenido ningún otro vínculo familiar protector.

Desde el punto de vista de la diferenciación, ambos tienen un nivel similar. El ‘enganche’ emocional de ella y el ‘enganche’ sexual de él y su ‘alergia’ a los vínculos afectivos serían las dos caras de la misma moneda. Los extremos de fusión o hiper-individualidad que representan de forma exagerada y estereotipada los roles característicos de hombres y mujeres con una baja diferenciación. Él desconecta de sus emociones y de todo contacto personal significativo (cut-off), dando una imagen de triunfador seguro de sí mismo centrado en sus logros profesionales. Ella, por el contrario, parece una persona desbordada por sus necesidades de dependencia, sin capacidad para pensar con claridad ni hacerse cargo de su vida, cuya responsabilidad deposita en otros (en este caso, en su hermano igualmente frágil e incapaz de tolerar la intensidad de un vínculo afectivo)».

Michael Fassbender y Carey Mulligan en "Shame"

Michael Fassbender y Carey Mulligan en «Shame».

Cómo obtener una buena diferenciación

Mejorar nuestro grado de diferenciación respecto a la familia de origen conlleva esfuerzo y constancia. Y también supondrá un impacto en nuestro entorno para el que debemos prepararnos. Cuando el cambio comience a producirse, lo más probable es que haya reacciones en ese entorno en un intento por restablecer el antiguo equilibrio.

Algunas pautas para mejorar nuestro grado de diferenciación:

  • Tomar conciencia sobre nuestro modo de relacionarnos y también conocer en profundidad cómo funcionan nuestros diferentes sistemas relacionales (amigos, familia, pareja, etc.). Esto nos ayudará a generar vínculos más sanos y auténticos.
  • Distinguir patrones emocionales disfuncionales y transformar el papel que jugamos en ellos. Es necesario que nos atrevamos a expresar, de forma calmada y reflexiva, nuestra perspectiva sobre temas emocionalmente relevantes para nosotros. Independientemente de quién esté a favor o en contra.
  • Identificar nuestras necesidades, establecer nuestros valores o trazar nuestros proyectos vitales.
  • Salir de esa posición de dependencia que lleva a buscar la aprobación de los demás, a depositar la responsabilidad en otros (por ejemplo, en unos padres que vemos como inadecuados) o a seguir aferrados a determinadas expectativas familiares que no son las nuestras.
  • Abordar asuntos pendientes, duelos no resueltos o conflictos de lealtades con la familia de origen, en vez de poner distancia.
  • Ir paso a paso. Como indica Moreno, «los movimientos hacia la diferenciación deben ser cuidadosos y modestos. En lugar de intentar dar un gran paso en una relación muy fusionada (p. ej., confrontar a mi madre con el hecho de que voy a dejar de una vez de ‘hacer de madre’ con ella, y que necesito que ella me cuide), es preferible elegir pequeñas acciones que vayan en dirección al cambio (compartir con ella algunas de las dificultades que tengo en mi vida; pedirle que me cocine algo rico; decirle que esta vez no le puedo prestar dinero».
  • Pedir ayuda profesional. Abandonar un patrón que lleva acompañándonos toda la vida no es tarea fácil. Si el proceso te resulta demasiado complicado, no dudes en pedir ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Referencias bibliográficas

Kerr, M. E. y Bowen, M. (1988). Family evaluation: An approach based on Bowen theory. W W Norton & Co.

Moreno, A. (2014). Manual de Terapia Sistémica. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Vargas, J. J., Ibáñez, E.J y Mares, K. (2016). La dinámica de la familia y la diferenciación. Alternativas en psicología, 33, 133-159.

El miedo a la soledad conduce a una búsqueda desesperada de compañía y el disfrute del tiempo compartido se transforma en dependencia.

¿Por qué tenemos tanto miedo a la soledad? (Y cómo reconciliarnos con ella)

¿Por qué tenemos tanto miedo a la soledad? (Y cómo reconciliarnos con ella) 1920 1279 BELÉN PICADO

Es normal que la idea de quedarse solo produzca cierta sensación de vértigo, cierta incomodidad. Como dijo Aristóteles hace ya unos cuantos siglos, «el hombre es un ser social por naturaleza», así que es lógico querer compartir parte de nuestro tiempo con otras personas. Por muy autónomos e independientes que seamos, las relaciones interpersonales son esenciales para mantener nuestro equilibrio psicológico y proteger nuestra salud mental y emocional. El problema llega cuando el miedo a la soledad conduce a una búsqueda desesperada de compañía y el disfrute del tiempo compartido se transforma en dependencia.

Por lo general, este miedo no aparece solo. Suele ir acompañado de dependencia emocional, baja autoestima, sensación de vacío y tristeza, inquietud, necesidad desproporcionada de rodearse de gente o de llenar el vacío con cualquier medio que anestesie la mente (televisión, redes sociales), miedo al abandono, etc. En ocasiones la persona puede acabar desarrollando una auténtica fobia, con mareos, taquicardias, dificultad para respirar, pensamientos rumiativos y otros síntomas propios de la ansiedad.

Paradójicamente, algunas personas, por temor a que les abandonen y quedarse de nuevo solas, optan por no tener relaciones o, si las tienen, evitan implicarse demasiado. De este modo, lo que hacen es justo lo contrario de lo que necesitan. Se aíslan aún más aumentando así su angustia y su malestar. Y luego están quienes, sin detenerse a pensar si eso es realmente lo que desean o necesitan, llenan sus días de actividades y de citas. Todo vale antes que parar, escucharse y dejar que salgan a la superficie todo el dolor y el malestar interno que se ha ido acumulando. No nos damos cuenta de que, cuanto más intentemos huir de esa angustiosa sensación de soledad, más nos perseguirá.

¿Por qué nos da tanto miedo la soledad?

El temor a quedarnos solos puede tener su origen en varias causas. Si hemos vivido algo doloroso en el pasado (un desengaño sentimental, por ejemplo) que nos haya puesto frente a frente con el más total aislamiento, es lógico que por nada del mundo queramos volver a pasar por lo mismo. También puede ocurrir que hayamos sufrido un trauma que ha quedado sin procesar. Por ejemplo, si sufrí un robo en mi casa estando yo dentro, es muy probable que no quiera quedarme sola de ninguna manera.

También juegan un papel muy importante cuestiones de carácter social. Vivimos en una sociedad en la que se nos inculca la creencia de que para tener una vida plena debemos tener pareja estable, crear una familia, tener un círculo social cuanto más amplio mejor… En pocas palabras, todo menos estar solos. De hecho, llegadas a cierta edad, no son pocas las personas que consideran un fracaso no haber alcanzado alguno de estos objetivos.

Desde otra perspectiva, podemos relacionar el miedo a la soledad con la supervivencia de nuestra especie. Hace millones de años, para aquellos hombres que comenzaron a establecer las primeras comunidades humanas, ser expulsados del grupo suponía una muerte segura. Así que ya entonces el cerebro empezó a asociar aislamiento y soledad a situaciones peligrosas que había que evitar, sí o sí.

En el origen del miedo a la soledad juegan un papel muy importante cuestiones de carácter social.

La importancia del estilo de apego

El origen del miedo a la soledad también tiene mucho que ver con el estilo de apego. Cuando nacemos somos totalmente dependientes y vulnerables. Necesitamos un adulto para sobrevivir y, según cómo este cubra nuestras necesidades, así será nuestra relación con la soledad en la edad adulta.

Si las figuras de apego no atienden adecuadamente las necesidades del niño, recurren a amenazas como dejarle solo si se porta mal o le dejan a solas a propósito para que «se haga más fuerte e independiente», lo único que conseguirán es que ese niño cuando crezca no esté preparado para afrontar la soledad. Ya de adulto, puede ocurrir que la idea de quedarse solo le produzca tanta angustia que, para no sentirla, se aferre a cualquier persona, aunque sea la que menos le convenga. O puede pasar que, con tal de tener a alguien a su lado, recurra al control y a la manipulación (por ejemplo, haciendo sentir a su pareja culpable permanentemente para que no le deje).

Otra opción es que se dedique a coleccionar aventuras y relaciones superficiales sin llegar a profundizar en ninguno de esos vínculos. Si cada semana me enrollo con alguien distinto no tendré tiempo de estar solo y, de paso, como no me comprometo me ahorro que me hagan daño.

La dificultad para estar solo también es una característica de las familias preocupadas, como explica la psiquiatra Anabel González en su libro No soy yo: «Para adaptarse, los niños pueden absorber el sistema y volverse muy dependientes. Se sienten muy inseguros haciendo cosas solos, y buscan siempre al adulto para poderse calmar. Este patrón puede continuar hasta la vida adulta y teñir todas las relaciones futuras. La persona no se verá como un ser autónomo, no tolerará la soledad, la distancia o las pérdidas. Sentirá a los demás como partes de sí misma y creerá que no es nada sin ellos».

¿Estar en pareja a cualquier precio?

El miedo a quedarse solos empuja a muchos a iniciar o mantener relaciones de pareja insatisfactorias. Incluso hay estudios que lo corroboran, como uno llevado a cabo en la Universidad canadiense de Toronto. En la investigación se contó con participantes de edades comprendidas entre los 17 y los 78 años. De estos, el 40 por ciento confesó que temía no tener un compañero a largo plazo; un 18 por ciento aseguró que le aterraba convertirse en solterón/a; el 12 por ciento temía perder a su pareja actual; el 11 por ciento, envejecer solo; el 7 por ciento, no tener hijos y no formar una familia; otro 7 por ciento indicó que se sentiría inútil si se quedaba solo; el 4 por ciento temía los juicios negativos de otros; y el 0,7% dijo que cualquier relación, por horrible que fuese, era mejor que ninguna.

Según la responsable del estudio, Stephanie Spielmann, «quienes tienen un temor más fuerte a la soltería son menos exigentes a la hora de escoger pareja y tienen más posibilidad de permanecer en relaciones infelices y/o aceptar a personas que no les convienen», .

El miedo a la soledad es, desde luego, una de las peores excusas que podemos encontrar para aferrarnos a personas o relaciones que no nos convienen. Es el camino más directo a la insatisfacción permanente y a la dependencia emocional. Nos autoengañaremos diciéndonos que es amor, insistiremos en luchar por algo que ya no existe y todo por no ser capaces de ver que en realidad lo único que hay es miedo. Miedo a estar solos.

En las relaciones de pareja, el miedo a la soledad también va muy unido al miedo al abandono. Es posible que una determinada conducta, frase o actitud de nuestra pareja nos conecte con experiencias similares que tuvieron nuestras figuras de apego con nosotros. Y, para comprobar que nuestro compañero o compañera no es como nuestros cuidadores, buscaremos y pediremos continuas pruebas que nos confirmen que no se va a marchar. Si, además, ya nos ha ocurrido antes en otras relaciones, este temor se agudizará.

Habitación en Nueva York, Edward Hopper

Habitación en Nueva York, de Edward Hopper

Miedo a la soledad, ansiedad por separación y autofobia

El miedo a la soledad es un concepto muy amplio. En la mayoría de las ocasiones, se trata de un temor de carácter difuso que puede presentarse de diferentes maneras (miedo a no tener pareja, a quedarse solo en la vejez, a no tener amigos…) y no siempre supone una alteración mental que pueda derivar en un trastorno. Se pasa mal, pero no hay ansiedad.

Por otra parte, el miedo que aparece en la ansiedad por separación tiene que ver con la angustia que se experimenta al separarse de ciertas personas cercanas y queridas con las que existe un mayor vínculo. Además de los síntomas propios de la ansiedad, en parte por la incertidumbre de cuándo volverá dicha persona, hay una intensa necesidad de saber dónde se encuentra y una excesiva preocupación ante la posibilidad de que sufra algún daño.

(En este blog puedes leer el artículo «Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amor?»)

En el caso de la autofobia, también conocida como eremofobia, isolofobia o monofobia, lo que se produce es un miedo intenso y desproporcionado a estar con uno mismo (puede experimentarse, incluso, estando rodeado de gente). Detrás suele haber una inadecuada regulación emocional y el miedo a enfrentarse a los propios pensamientos. Si no he aprendido a gestionar mis emociones, cuando esté o me sienta solo me abrumarán y haré lo que sea con tal de evitarlas.

Tanto en la autofobia como en la ansiedad por separación pueden experimentarse síntomas físicos propios de la ansiedad, como aceleración del pulso y taquicardia, sensación de mareo y pérdida de control sobre sí mismo, sensación de ahogo y falta de aire, etc. A nivel cognitivo se produce un temor exagerado e irracional, al ver la soledad como una amenaza y un peligro. Como si algo terrible fuera a ocurrirme estando solo.

Disfrutar de la soledad es posible

Necesitamos reconciliarnos con la soledad. Estar a solas es esencial para conocernos mejor, reencontrarnos con nosotros mismos y conectar con nuestras propias necesidades. Es paradójico, pero si consigues llegar a disfrutar de estar solo te darás cuenta de que estás en la mejor compañía, la tuya. ¿Y cómo lograrlo? Aquí os dejo algunas pautas para descubrir las ventajas de la soledad y perderle el miedo.

  • Toma conciencia de tu miedo. Si sigues empeñado en autoengañarte diciéndote que la soledad no te afecta y continúas recurriendo a todo tipo de ‘parches’ para evitarla, tu angustia y tu malestar aumentarán.
  • Practica la introspección. Dedicar tiempo al silencio, a estar contigo mismo y a reflexionar te hará mucho más consciente de la realidad que te rodea.  Además, te ayudará a verlo todo con mayor claridad. Para poder modificar esas sensaciones negativas, es necesario conectar con ellas y entender su origen. Solo así aprenderás a regularlas. La mayoría de las respuestas que buscamos fuera, en realidad están dentro de nosotros. Solo tenemos que escucharnos.
  • Fuera creencias irracionales. Detecta, cuestiona y desmonta todas esas ideas que te han ido inculcando y que has terminado repitiéndote como una letanía: «Estar solo es un fracaso», «Nunca seré feliz si no consigo tener pareja o formar una familia», «Estar sola significa que nadie me quiere, que no soy válida o que hay algo malo en mí». Creencias como estas lo único que hacen es alimentar el miedo a la soledad, así que sustitúyelas por otras más reales, útiles y adaptativas.
  • Date un baño de silencio. Una de las ventajas de estar con nosotros mismos es que podemos disfrutar del silencio. Además, de fortalecer el sistema inmune, reduce el estrés, mejora la calidad del sueño y la memoria, fomenta la creatividad y ayuda a la concentración.
  • Haz planes… contigo. Busca ratos de soledad para leer, escuchar música, salir a tomar un café, dar un paseo, ir al cine, practicar alguna afición o, incluso, viajar. Y cuando estés en ello, valóralo. En vez de repetirte qué triste es salir a pasear solo, piensa en lo genial que es ir a tu ritmo, deteniéndote cada vez que te apetezca y fijándote en todas esas cosas que habitualmente, cuando vas con alguien, se te escapan. Es posible que al principio notes cierto malestar, pero pronto dejará paso a una sensación de seguridad y confianza. No hace falta que empieces por lo más complicado. Comienza por pequeños retos y a medida que los alcances y te sientas más seguro márcate nuevos objetivos.

Reconcíliate con la soledad.

  • Respiración y relajación. Si la soledad te genera ansiedad, recurre a técnicas que te ayuden a reducirla: respiración abdominal o diafragmática, técnicas de relajación, mindfulness, yoga, movimiento (baile o estiramientos), etc.
  • Busca ayuda profesional. Si crees que ese miedo a la soledad está limitando y obstaculizando tu vida y no puedes superarlo solo, no dudes en pedir ayuda. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso.

Y recuerda que el mejor antídoto contra el miedo a la soledad es dejar de esforzarte en evitarla y darle su espacio. Si aprendemos a estar solos mejorará nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima. Nuestras relaciones serán mucho más auténticas y satisfactorias porque no necesitaremos estar con alguien al precio que sea, únicamente por tener compañía. Saber estar solo es, en realidad, señal de madurez, de autonomía y de riqueza personal.

«La soledad es el hecho más profundo de la condición humana. El hombre es el único ser que sabe que está solo» (Octavio Paz)

La pandemia de coronavirus supone un gran desafío para las personas con tendencia a la hipocondría.

Hipocondría y coronavirus: Pautas para sobrevivir a la cuarentena

Hipocondría y coronavirus: Pautas para sobrevivir a la cuarentena 2560 1707 BELÉN PICADO

Corren malos tiempos para los hipocondríacos. Una de las patologías que se ha agravado con la llegada a nuestras vidas del coronavirus es la hipocondría o ansiedad por la salud. Cuando sufres este trastorno vives inmerso en un peregrinaje sin fin que te lleva a visitar a médicos y más médicos en busca de la confirmación de una dolencia grave que estás convencido de sufrir. Ya en la consulta, el facultativo te examina y te asegura que no tienes absolutamente nada. Sientes cierto alivio. Pero esa tranquilidad te dura poco. Muy pronto una nueva interpretación de ciertas sensaciones o señales físicas que aparecen en tu cuerpo disparará tu ansiedad y vuelta a empezar.

El hipocondríaco vive permanentemente angustiado ante la posibilidad de sufrir una enfermedad grave. Pero ese miedo solo es la punta del iceberg y actúa como tapadera de otras emociones que la persona no se permite exteriorizar y de las que ni siquiera es consciente. Debajo de esa ansiedad puede haber tristeza, enfado, vergüenza, culpa, autoexigencia, miedo al rechazo y también un alto grado de intolerancia a la incertidumbre.

La hipocondría se caracteriza por el miedo persistente a sufrir una enfermedad grave.

La hipocondría no es ningún cuento

Muchas veces la preocupación excesiva por la salud (o la falta de ella) se toma a risa. Pero este trastorno no es ningún cuento, ni quien lo padece se lo inventa. La hipocondría no solo causa un considerable sufrimiento, sino que obstaculiza el funcionamiento de la persona en todas las áreas (personal, laboral, social…). Además, debido a la pandemia de coronavirus, este malestar se está incrementando hasta convertirse en una auténtica pesadilla para el hipocondríaco. En ello influye, entre otros motivos, el estado de incertidumbre general que estamos viviendo, la reducción de recursos sociales y comunitarios, la sobreexposición a la información (muchas veces alarmista) y también el propio confinamiento.

Es posible que algunos penséis que, al permanecer en casa debido a la cuarentena, la persona con este problema se sentirá más segura. Y no es así. Si bien evitará exponerse a situaciones que aumenten su temor a enfermar (contacto físico con otras personas o acudir a lugares públicos como supermercados), no le angustian solo los estímulos externos. Las señales somáticas de su propio cuerpo también disparan la angustia del hipocondriaco. De hecho, señales como una ligera sensación de picor, una casi inapreciable elevación de la temperatura corporal o un mínimo carraspeo bastan para que se las interprete como prueba segura de haber contraído el COVID-19. Ni siquiera el propio cuerpo es un lugar seguro. Es como estar en un callejón sin salida.

La importancia del modelo de apego en la infancia

El detonante de la hipocondría puede ser la vivencia de una muerte o de una enfermedad grave en alguien del entorno o, sin ir más lejos, una situación excepcional como la que estamos viviendo. También se ha demostrado la relación entre este trastorno y la depresión o el estrés. Sin embargo, el origen hay que buscarlo mucho más atrás, en el tipo de apego que se tuvo en la infancia.

Vamos a verlo con un ejemplo. María, de 60 años, llegó un día a mi consulta totalmente fuera de sí y derivada por su doctor. Le habían salido unas manchas y estaba convencida de que era cáncer de piel, pese a que el médico le había asegurado que eran manchas propias de la edad y que no revestían ninguna gravedad. El pánico a enfermar, tanto ella como sus seres queridos, había acompañado  a esta paciente “desde siempre”.

Repasando su biografía, me contó que, aunque ella no se acordaba, cuando tenía 2 años murió su hermanito mayor, de 5, víctima de una leucemia. A partir de aquel momento, los padres se obsesionaron con la salud de la pequeña María, llevándola al pediatra al menor síntoma y limitando mucho el contacto con otros niños por temor a que la contagiaran “algo malo”. De este modo, María interiorizó la obsesión de sus padres por la salud y creció con la idea de que el mundo es un lugar peligroso y lleno de amenazas. Y también con la sensación de que había algo defectuoso en su cuerpo y que, en cualquier momento, podría enfermar e incluso morir.

Igual que queremos a los demás como nos quisieron a nosotros, también nos tratamos como nos trataron. Si las figuras de apego no constituyeron un ancla de seguridad y no proporcionaron un apego seguro, difícilmente la persona, cuando llegue a la edad adulta, podrá sentirse segura, entre otras cosas porque no lo aprendió.

El niño necesita que sus padres le ofrezcan una base segura desde donde explorar el mundo.

 

Qué puedes hacer si eres hipocondríaco

  • Asume que la posibilidad de contraer el coronavirus existe. Pero es eso: una posibilidad. El hecho de que en el prospecto de un medicamento se enumeren veinte efectos secundarios que pueden aparecer, con distinto nivel de probabilidad, no significa que te vayan a tocar a ti todos. Nadie está a salvo de enfermar. Pero esto no puede ser una excusa para no disfrutar de todo lo bonito que la vida nos ofrece cada día (sí, incluso durante el confinamiento). No se trata de despreocuparse ni de exponerse a peligros de forma gratuita. Basta con buscar el equilibrio entre el cuidado personal y el disfrute de la vida.
  • Alerta, sí; alarma, no. Sé prudente y presta atención a ciertos síntomas si has estado en contacto con alguien enfermo o en situación de riesgo, pero siempre aplicando el sentido común y huyendo de pensamientos negativos innecesarios. Si este tipo de pensamientos y preocupaciones te asaltan a menudo, te invito a leer otro artículo de este blog: Comerse la cabeza: cuando la preocupación se vuelve patológica.
  • Deja de prepararte con la esperanza de sufrir menos en el hipotético caso de que enfermes. Siento decirte que eso es imposible. Nadie tiene la capacidad de adivinar el futuro y tu cerebro (ni el de nadie) no va a entender si la información que introduces en él es real o no. Imaginándote que tienes los síntomas de cualquier enfermedad, lo único que vas a conseguir es angustiarte y tener una crisis de ansiedad.
  • Evita el exceso de información relacionada con el coronavirus. Puedes delegar en alguien en quien confíes para que acceda antes a las noticias y seleccione las que menos malestar puedan generarte.
  • La distracción es el mejor modo de cambiar tu foco de atención. Realiza actividades que te mantengan entretenido, estimulen tu creatividad y, mucho mejor, si no conllevan el uso de dispositivos electrónicos. Puedes cocinar, pintar, escuchar música, incluso sacar esos juegos de mesa que tenías guardados en el armario desde hace años.
  • Trabaja en tu asertividad. Descubrirás que puedes manifestar tus deseos, expresar tus desacuerdos y conseguir cariño sin tener que ‘ponerte enfermo’.
  • Practica alguna técnica de relajación. Experimentarás sensaciones gratificantes  y placenteras que sustituirán ese desasosiego interno.
  • Echa mano del sentido del humor. Para superar hay que desdramatizar y tienes un ejemplo en Woody Allen, quizás el hipocondríaco más conocido de la historia. El director de cine estadounidense recurrió al humor para plasmar su propio trastorno en algunas de sus películas: Annie Hall, Hannah y sus hermanas o La última noche de Boris Gruchenko.
  • La próxima vez que te visite la ansiedad, ve más allá del síntoma. Intenta determinar cuál es el problema y pregúntate si estás enfadado con alguien o si te ha pasado recientemente algo que te ha perturbado o te ha generado malestar emocional. Cuando expreses tus sentimientos y resuelvas el conflicto, es muy posible que tu ansiedad disminuya o, incluso, desaparezca. Muchas veces el verdadero miedo que está detrás de la ansiedad es el miedo a nuestras propias emociones y sentimientos. De forma inconsciente, la persona aprovecha esa ansiedad para desviar su propia atención de lo que ocurre en su interior. El pánico al COVID-19, por ejemplo, puede estar encubriendo otros miedos y complejos personales.
  • Si convives o estás pasando la cuarentena con una persona con hipocondría, las claves para facilitar la convivencia están en la paciencia, la empatía y la comprensión. Contar con un entorno que le apoye es esencial para que se sienta seguro.

Recurrir a alguna técnica de relajación ayudará a reducir el desasosiego interno del hipocondríaco.

Cómo puede ayudarte la terapia EMDR

Si pese a todo lo anterior, la ansiedad no desaparece y tus temores te impiden llevar una vida normal, no dudes en buscar ayuda profesional. La Desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares permite acceder a recuerdos almacenados de manera disfuncional en la memoria, y relacionados con hechos asociados a la hipocondría, e integrarlos en las redes neuronales.

La terapia EMDR, además, es de gran ayuda en la reparación del apego cuando ha habido un apego inseguro en la infancia. Con la ayuda del psicólogo aprenderás a hacerte cargo por ti mismo de los cuidados que no obtuviste. Y lo harás con conciencia y compasión. Aprenderás a tratarte bien, no solo a nivel somático, sino también psicológico y emocional. Y dejarás de mirar tu cuerpo con miedo y rechazo para empezar a verlo como un lugar seguro en el que sentirte a salvo. En caso de que necesites ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible.

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El apego inseguro está estrechamente relacionado con el alcoholismo

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido 1920 1280 BELÉN PICADO

El vínculo que el niño establece con sus figuras de referencia, en particular cuando hay un apego inseguro, está relacionado con el alcoholismo en la edad adulta. La supervivencia de un bebé depende totalmente de sus padres o, en su caso, de las personas que ejercen de cuidadoras. La misión de estas es enseñarle a gestionar sus emociones, ejercer de base segura desde la que el niño explore el mundo que le rodea y ser un refugio al que recurrir en caso de peligro.

Si el sistema funciona correctamente, se establecerá un apego seguro. Pero puede suceder que los cuidadores no sepan ayudar al bebé a regularse o, peor aún, que sean la fuente de amenaza. En este caso, el niño tendrá que buscar otras figuras de apego o desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Lo hará a través de objetos o actividades que le aporten la sensación de calma que no ha podido encontrar en quienes deberían habérsela proporcionado. La búsqueda de algo externo que mitigue esa ansiedad y esa angustia puede desembocar, en la edad adulta, en adicciones como el alcoholismo.

Dependiendo de la calidad del vínculo entre el niño y sus cuidadores puede establecerse un estilo de apego seguro o un estilo de apego inseguro. Y este, a su vez, puede ser evitativo (o distanciante), ansioso (o preocupado o ambivalente) y desorganizado.

Apego seguro

Todas las necesidades del bebé han estado cubiertas. El niño ha interiorizado que es querido y valioso para sus figuras de apego, por lo que es capaz de alejarse sin temor a perderlas. Con el tiempo, se convertirá en un adulto capaz de gestionar sus emociones. Además, no temerá el contacto afectivo ni tampoco se angustiará en caso de no encontrarlo y le resultará fácil entablar relaciones significativas con otras personas.

Según un estudio realizado por los psiquiatras María Teresa de Lucas y Francisco Montañés, los individuos con un apego seguro pueden experimentar con sustancias durante la adolescencia como una conducta exploratoria. Sin embargo, quienes presentan un estilo de apego inseguro recurren a ellas como un modo de enfrentarse a la angustia emocional. Y, posiblemente, continuarán haciéndolo en la edad adulta.

El apego seguro puede ser un factor de protección contra la adicción al alcohol

Apego inseguro evitativo (o distanciante)

Los cuidadores no están disponibles para el niño. Este acaba aprendiendo que sus necesidades no importan y que no puede contar con los cuidadores porque no servirá de nada. En la edad adulta estas personas buscan tenerlo todo controlado. Pero cuando se agotan y pierden ese control, tratan de regularse con sustancias que les impidan sentir la ansiedad. El alcohol, por ejemplo.

La estrategia más básica para evitar la ansiedad que provoca la falta de control es la evitación. Beber se convierte en un medio para evitar sensaciones desagradables, partes de la personalidad que no gustan o la creencia de ser defectuoso… Según el psicólogo Manuel Hernández, «la evitación mediante sustancias, juego, compras o sexo compulsivo tienen en común que ayudan a evitar el malestar interno, no permiten que lo que nos hace daño se haga consciente y ayudan a evitar la conexión con un mundo interno que está muy degradado y vacío».

Apego inseguro ansioso/preocupado/ambivalente

Los cuidadores son incoherentes e imprevisibles en sus respuestas a las demandas del niño: unas veces, afectuosos y otras, distantes. El niño se muestra confuso, no sabe qué esperar y sus reacciones oscilan entre el rechazo y la irritabilidad y la búsqueda desesperada de contacto. Ya de adulto muestra una gran ansiedad y preocupación por ser amado y por sentirse valioso. Al contrario de lo que ocurre con el apego inseguro evitativo, no tratan de controlar porque nunca han sentido que tuvieran el control. En su caso, el objetivo es mantener un contacto emocional constante con alguien y para lograrlo hacen cualquier cosa. Por ejemplo, beber para no sentirse excluidos de las relaciones sociales.

Apego inseguro desorganizado

Las personas que tienen que proteger y cuidar son precisamente las que maltratan y esto genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. Ya de adultos, se autorregularán a través de autolesiones, abuso de sustancias como el alcohol o relaciones muy conflictivas.

Si, además, se han producido abusos sexuales en la infancia, para el niño puede resultar mucho más doloroso el hecho de que sus padres no lo apoyen o no le crean que el propio abuso. Y si el agresor es una de las figuras de apego el trauma es mucho más grave. En estos casos, es habitual que surjan emociones de culpa y vergüenza y se mantengan en la edad adulta. Estos sentimientos de menosprecio hacia uno mismo unidos a la creencia irracional de merecerlo, puede llevar a la persona a abusar del alcohol como una forma de autocastigo.

Alcoholismo y apego inseguro

Beber para escapar del dolor, el vacío y la inseguridad

Cuando durante la infancia se ha vivido una situación de abandono, negligencia o malos tratos, muchas veces las secuelas perduran en la edad adulta. Es posible que la persona beba como un medio de huir del dolor, el vacío y la sensación de inseguridad.

  • Evitar el dolor. Si no se desarrollaron estrategias de afrontamiento en la niñez, la persona puede recurrir al alcohol como un calmante que apague el dolor y la angustia. Dice Eckhart Tolle que «mucha gente hace uso del alcohol, las drogas, el sexo, la comida (…) como anestésicos, en un intento inconsciente de apartar esa incomodidad básica». El alcoholismo se convierte así en una forma de automedicación, ya que el dolor, la ansiedad y el malestar se alivian, al menos temporalmente. Pero todo es una ilusión, ya que precisamente lo que se utiliza como intento de solucionar un problema, se convertirá en otro más a resolver.

  • Provocar un estado de euforia que ayude a escapar del vacío. Frente a un momento difícil, un acontecimiento complicado o un duelo, por ejemplo, es normal que experimentemos cierta sensación de vacío. Esta sensación será puntual si nuestras figuras de referencia nos ayudaron a calmarnos, a gestionar nuestras emociones, a entender que todo pasa por perturbador que sea. Pero cuando esas figuras no han atendido las necesidades del niño, este aprende que nadie calmará su angustia. Cuando sea adulto buscará sustitutos que llenen un vacío que no deja de crecer y que le recuerda la soledad y la angustia vividas. Por desgracia, la euforia y la falsa alegría que se encuentra en el alcohol es fugaz y no hace otra cosa que empeorar la situación.
  • Vencer la inseguridad. Cuando hay un apego seguro y existe una amenaza, el niño acude al cuidador y este le proporciona la protección que necesita. En estas condiciones, la experiencia de base segura se interioriza y el niño se convertirá en un adulto capaz de confiar en los demás y en sí mismo. Se sentirá seguro en el mundo y capaz de poder hacer frente a las dificultades. Jeremy Holmes explica en Teoría del apego y psicoterapia: En busca de la base segura que los adultos disponen de una zona interna que funciona como base segura y a la que se dirigen cuando lo necesitan, “especialmente como parte de su regulación de afecto”. Sin embargo, si esta base segura no ha existido en los primeros años se recurrirá a conductas patológicas “que incluyen los atracones de comida o la muerte por inanición, el abuso de sustancias, la masturbación compulsiva o las autolesiones voluntarias”. Según Holmes, estos comportamientos ponen en marcha la base segura interna y adquieren “una función tranquilizadora, aunque sea de forma autodestructiva”.

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