Alteraciones del sueño

El sonambulismo en adultos puede estar causado por numerosos factores.

Todo lo que tienes que saber sobre el sonambulismo en adultos

Todo lo que tienes que saber sobre el sonambulismo en adultos 1920 1280 BELÉN PICADO

¿Te ha ocurrido alguna vez haber escuchado ruidos por la noche y al levantaros encontrar a tu pareja, tu hijo o a una compañera de piso haciendo cosas extrañas en modo ‘zombie’? O quizás tú mismo o tú misma hayas sido protagonista de estas involuntarias incursiones nocturnas… En cualquiera de los dos casos, es muy posible que se trate de un episodio de sonambulismo o noctambulismo. Aunque este trastorno del sueño es más común en niños y tiende a desaparecer en la adolescencia, en algunos casos se mantiene hasta la adultez. Incluso puede ocurrir que los episodios aparezcan por primera vez en la edad adulta (se estima que el sonambulismo en adultos tiene una prevalencia del 3 por ciento).

Como ocurre con la parálisis del sueño, de la que ya he hablado en otro artículo de este blog, el sonambulismo también ha sido un tema muy socorrido en todas las vertientes del arte, desde el cine a la música, la pintura y la literatura. Sufren este trastorno, por ejemplo, la protagonista de la ópera La sonámbula, de Vincenzo Bellini, y el personaje principal de Macbeth, una de las obras más conocidas de William Shakespeare. También son numerosas las películas en las que el sonambulismo tiene un papel protagonista, entre ellas un clásico del cine mudo: El Gabinete del Doctor Caligari (1920).

Lady Macbeth, el personaje de Shakespeare, sufría sonambulismo.

«Lady Macbeth», de Henry Fuseli.

Cómo se produce el sonambulismo

Los seres humanos tenemos un ciclo de sueño con dos fases principales: la fase NoREM y la fase REM (te cuento más en el artículo ¿Qué ocurre en nuestro cerebro mientras dormimos?). La fase noREM, a su vez, se divide en cuatro estadios que abarcan desde que empezamos a adormecernos hasta que entramos en el sueño profundo.

Generalmente, los episodios de sonambulismo aparecen en los dos últimos estadios, justo cuando entramos en el sueño profundo. Más o menos, durante las tres primeras horas tras quedarnos dormidos. En este periodo, la persona puede recibir algún tipo de estímulo (escuchar algún ruido, sentir ganas de ir al baño…) que la lleva iniciar una serie de comportamientos de distinta complejidad, entre los que se encuentran levantarse de la cama y deambular por la casa.

Los episodios siempre suelen producirse por la noche y casi nunca durante una siesta. Esto se debe a que, por lo general, las siestas son cortas y no se llegan a alcanzar los estadios de sueño profundo en los que se produce el sonambulismo.

Tanto la Clasificación Internacional de los Trastornos del Sueño (ICSD) como el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) incluyen el sonambulismo en el grupo de las parasomnias (conductas anormales y percepciones alteradas que tiene lugar durante el sueño o en las transiciones entre el sueño y la vigilia). Y, más concretamente, dentro de los trastornos del despertar del sueño no REM.

Factores que facilitan su aparición

Las causas por las que se produce esta parasomnia aún no están claras, pero sí se sabe que hay factores que influyen en su aparición:

  • Historia familiar. Esta parasomnia tiene un alto componente hereditario: el 80 por ciento de los pacientes con sonambulismo tiene algún pariente que lo sufre. No obstante, no siempre es suficiente con tener antecedentes familiares. A menudo, tiene que darse una serie de factores precipitantes o disparadores (periodos de mucho estrés, privación continuada de sueño, determinados trastornos psiquiátricos o alteraciones neurológicas, etc.)
  • Consumo de determinados fármacos. El sonambulismo puede aparecer como efecto secundario de ciertos medicamentos. Entre ellos, algunos hipnóticos (zolpidem), antipsicóticos (haloperidol, olanzapina y risperidona) o antidepresivos (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina).
  • Alcohol y cafeína. Ambas sustancias interfieren en la calidad del sueño y facilitan los episodios.
  • Fatiga, estrés, ansiedad. Un cambio de entorno, haber sufrido una pérdida importante o estar atravesando un periodo de mucho estrés en el trabajo son solo algunas de las circunstancias que pueden facilitar su aparición.
  • Mala higiene del sueño. Privación del sueño, continuos cambios e interrupciones en el horario de dormir.
  • Sufrir otros trastornos del sueño. El sonambulismo también puede ser provocado por ciertas patologías que interfieren en el sueño y lo interrumpen. Es el caso de la apnea obstructiva del sueño o el síndrome de piernas inquieta.
  • Psicopatologías previas. Investigadores de la Universidad de Stanford (EE. UU.) recogieron información acerca de la salud mental de más de 19.000 personas y encontraron que aquellas con depresión tenían 3,5 veces más probabilidades de tener sonambulismo. También presentaban «significativamente más probabilidades» de sufrirlo, quienes mostraban dependencia o abuso de alcohol y aquellos que sufrían trastorno obsesivo compulsivo (TOC).

Las personas con depresión tienen más probabilidades de sufrir episodios de sonambulismo.

Características del sonambulismo

Hay una serie de características propias de este trastorno del sueño:

  •  Las conductas durante el episodio pueden ser muy variadas. Desde acciones automáticas y estereotipadas, como gesticular, señalar algo, sentarse en la cama o caminar por la habitación, hasta otras mucho más complejas y que requieren un mayor control motor. Por ejemplo, la persona puede ser capaz de vestirse, tocar un instrumento musical, ponerse a mover muebles… Hay casos en los que el sonámbulo puede llegar a conducir un vehículo. También pueden darse otros comportamientos tan extraños como orinar en un armario o en un rincón de la habitación pensando que se está en el baño.
  • Ojos abiertos y mirada perdida. Como el sonámbulo permanece con los ojos abiertos durante el episodio, puede parecer despierto, pero si nos fijamos veremos que tiene la mirada fija y perdida. En realidad, ni está totalmente despierto ni totalmente dormido, sino que permanece atrapado en un estado intermedio entre la vigilia y el sueño, denominado despertar parcial o incompleto.
  • Aunque el sistema motor está activo, la conciencia solo lo está en parte. Por ejemplo, pese a mantener los ojos abiertos y caminar, no llega a ser consciente de lo que ve ni de adónde va. Cree que se encuentra en un sitio distinto al que está en realidad o puede tropezar con objetos fuera de su sitio. Además, es receptivo a los sonidos y puede asustarse ante un ruido fuerte e intenso.
  • Los episodios suelen durar desde algunos minutos hasta media hora o algo más. Lo normal es que, después, el sonámbulo regrese a su cama por iniciativa propia o continúe durmiendo en cualquier otro sitio (en un sofá, en el suelo).
  • Por la mañana no se acuerda de nada. Es habitual que al día siguiente la persona no recuerde haberse levantado por la noche. A diferencia de los niños, en los que la amnesia suele ser completa, en el caso de los adultos es posible que haya un recuerdo mínimo o vago de lo sucedido (una escena o imagen).
  • Resulta muy difícil despertarlo y si llega a hacerlo lo más seguro es que se produzca un breve periodo de confusión o desorientación. En ocasiones, si insistimos mucho en despertarlo y lo hacemos de forma brusca podemos causar una mayor agitación y provocar conductas de huida o, incluso, agresivas.
  • La persona sonámbula puede hablar o decir cosas incomprensibles e inconexas, pero va a ser insensible a nuestros esfuerzos por comunicarnos con ella. Y en el caso de que responda alguna pregunta su respuesta carecerá de sentido.
  • Somnolencia diurna. A menudo, el precio de tanto movimiento por la noche es que durante el día la persona se encuentre cansada y le cueste cumplir con sus tareas.
  • Percepción alterada del dolor. Es bastante probable que si eres de los que te levantas dormido y te haces daño durante una de tus excursiones nocturnas ni siquiera te despiertes. Investigadores de la Universidad francesa de Montpellier realizaron un estudio con personas sonámbulas que habían tenido lesiones de diferente consideración durante la noche (incluidas fracturas de huesos). Según los resultados obtenidos, casi el 80 por ciento de quienes sufren este trastorno pueden lesionarse al levantarse dormidas y no sentir dolor hasta después de despertarse por la mañana. El mismo estudio concluyó que la mayoría de los sonámbulos sufre con frecuencia dolores de cabeza y migrañas durante el día.
  • Conductas violentas. Ocasionalmente, esta parasomnia puede incluir un comportamiento violento hacia los demás. Según los investigadores Helen M. Stallman y Andrea Bari, la violencia durante el sonambulismo es «de tipo impulsivo y reactivo, en lugar de premeditado y proactivo» y explican que es más común que se produzca «durante un encuentro fortuito o cuando el sonámbulo es abordado por otra persona, en vez de que sea aquel quien vaya en busca de una persona específica». En la mayoría de los casos se trata de reacciones de lucha y/o huida, a menudo provocadas por la emoción del miedo.
  • A veces, la persona sonámbula también puede tener terrores nocturnos. Quien sufre esta parasomnia siente un terror repentino que se refleja en una agitación intensa, frecuencia cardiaca y respiración aceleradas.  Y todo ello acompañado por gritos o llanto (las personas sonámbulas suelen ser silenciosas).

Los terrores nocturnos pueden aparecer junto a los episodios de sonambulismo.

¿Es peligroso?

En general, los episodios puntuales de sonambulismo no suelen ser un problema grave ni necesitan tratamiento, salvo que se repitan con mucha frecuencia (varios a la semana) o supongan algún peligro para quien los sufre o para quienes estén cerca. Por ejemplo, lesionarse al tropezar con algo mientras se camina dormido, realizar alguna acción potencialmente peligrosa (salir por una ventana, cocinar o intentar conducir) o tener un comportamiento violento. Tanto en estos casos, como si hay dificultades para realizar las tareas cotidianas o se altera de forma significativa el sueño del sonámbulo o de otras personas, lo mejor es solicitar ayuda profesional.

Hay dos formas especiales en las que puede presentarse esta parasomnia y que pueden generar problemas: cuando el sonambulismo aparece junto a una conducta alimentaria relacionada con el sueño y cuando va acompañado de comportamiento sexual relacionado con el sueño.

En el primer caso, se producen episodios nocturnos en los que la persona come o bebe de forma compulsiva e involuntaria. A veces, incluso llega a cocinar. El problema está en que como no tiene conciencia de lo que está haciendo, es posible que lo que prepare no sea lo más adecuado. O que cometa un error que le salga caro. Por ejemplo, beberse un vaso de leche hirviendo, tomar algo que no sea comestible o provocar un accidente en la cocina (dejarse el gas encendido o enchufar el horno y provocar un incendio).

En el comportamiento sexual relacionado con el sueño, también denominado sexsomnia o sexo del sueño, la persona lleva a cabo conductas de tipo sexual (masturbación, caricias, tocamientos, relaciones sexuales…) de las que no es consciente ni recuerda al despertar. Como podéis imaginar, además de resultar sumamente incómodo al día siguiente, este comportamiento puede generar muchos problemas en las relaciones interpersonales e, incluso, tener consecuencias legales.

Qué podemos hacer

Tanto si eres tú el sonámbulo o la sonámbula, como si vives con alguien que se levanta dormido por las noches, es conveniente tomar ciertas precauciones para evitar sustos y tratar de prevenir los episodios:

  • Crear un entorno seguro. En primer lugar y para evitar accidentes, debemos adaptar el espacio. Cuando los objetos siempre están en el mismo sitio, puede que la persona sonámbula los esquive. Pero también es posible que se tropiece o pierda el equilibrio. Lo mejor es retirar objetos o muebles que supongan un obstáculo, así como mantener fuera de su alcance elementos con los que pueda hacerse daño (cuchillos, cables, tijeras…). Cuidado también con escaleras, puertas o ventanas: hay que asegurarse de que están cerradas o bloqueadas.
  • Despertarle no es la mejor idea (y no porque vayas a matarlo o pueda volverse loco, como asegura alguna leyenda urbana que circula por ahí). Intentar despertar a la persona durante un episodio, sobre todo de forma brusca, es algo que debemos evitar. Además de que será muy difícil, si forzamos la situación lo único que conseguiremos es confundirlo más y que huya o nos agreda. Si se da el caso, lo mejor es hablarle en tono relajado y guiarle de vuelta a la cama con delicadeza. Pese a no ser conscientes de lo que está ocurriendo, sí perciben ciertos estímulos, como una voz conocida y tranquilizadora.
  • Mantener una adecuada higiene de sueño. Seguir una rutina y un horario regular de sueño, dormir las horas suficientes. Y, en la medida de lo posible, evitar la privación de sueño y las situaciones que generen estrés. A veces, incluir pequeñas siestas diurnas contribuye a prevenir los episodios. Realizar alguna actividad relajante antes de ir a la cama también puede ayudar.
  • Nada de alcohol. Si tienes tendencia a sufrir episodios de sonambulismo o cualquier otro trastorno del sueño, olvídate del alcohol, especialmente antes de irte a dormir.
  • Descartar la existencia de otros trastornos que provoquen o empeoren el sonambulismo y revisar si se está tomando algún fármaco que esté favoreciendo su aparición.
  • Estrés y ansiedad bajo control. En caso de que haya alguna circunstancia o situación que esté causando un elevado nivel de estrés, puede resultar útil poner en práctica prácticas de relajación, ejercicios de respiración o, cuando sea necesario, iniciar un proceso de terapia (si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte).
Referencias

American Psychiatric Association. (2013). DSM-5. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. (5ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

Gómez Siurana, E., Díaz Román, M. e Iznaola Muñoz, C. (2019). Grupo de Trastornos de la Conducta y del Movimiento durante el Sueño, Sociedad Española de Sueño, capítulo 1. Parasomnias NREM en el adulto.

Lopez, R., Jaussent, I., & Dauvilliers, Y. (2015). Pain in Sleepwalking: A Clinical Enigma. Sleep, 38(11), pp. 1693–1698.

Ohayon, M. M., Mahowald, M. W., Dauvilliers, Y., Krystal, A. D., & Léger, D. (2012). Prevalence and comorbidity of nocturnal wandering in the U.S. adult general population. Neurology, 78(20), pp. 1583–1589.

Stallman, H. M., & Bari, A. (2017). A biopsychosocial model of violence when sleepwalking: Review and reconceptualisation. BJPsych Open, 3(2), pp. 96–101.

Hay varios factores que hacen que la invasión rusa de Ucrania nos afecte psicológicamente más que otros conflictos bélicos.

¿Por qué la invasión rusa de Ucrania nos afecta tanto psicológicamente?

¿Por qué la invasión rusa de Ucrania nos afecta tanto psicológicamente? 1920 1280 BELÉN PICADO

El otro día, en un grupo de whatsapp que comparto con otras psicólogas, una compañera comentaba que estaba viendo en consulta a muchos pacientes afectados por la guerra. Yo misma, que no soy especialmente aprensiva, me sorprendí experimentando un escalofrío la mañana que vi en el periódico que el ejército ruso se había hecho con el control de la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa. Desde ese día, yo también he observado como algunos de mis pacientes me confesaban su temor. “Cuando aún no me he quitado la ansiedad por el covid, ahora viene esto…”, me decía uno de ellos. Y es que, tras dos años de una pandemia que todavía no ha terminado, la invasión rusa de Ucrania ha acabado por desbordar emocionalmente a muchas personas. Angustia, ansiedad, tristeza, alteraciones del sueño, miedo… son algunos de los síntomas que se han agudizado desde que comenzó el conflicto.

Empatía, indiferencia o rechazo, ¿reacciones opuestas?

Aunque los mecanismos de nuestro cerebro a menudo resulten incomprensibles, su objetivo último siempre es la supervivencia. ¿Y por qué digo esto? Porque ante el sufrimiento ajeno pueden ponerse en marcha mecanismos de defensa en apariencia incompatibles y contradictorios, pero que buscan lo mismo: protegernos.

El hecho de ser una guerra relativamente cercana, más aún gracias a las redes sociales, puede despertar un exceso de empatía y llevarnos a la tristeza, a la angustia o a un intenso deseo de ser útiles.

Sin embargo, también puede ponerse en marcha otro tipo de sistema de protección y que ocurra todo lo contrario. Es posible que la información que recibamos nos genere una absoluta indiferencia, a veces teñida de una mayor o menor dosis de humor negro. O que dicha información nos genere tanto rechazo que no queramos ver ni una sola noticia sobre el tema y necesitemos distanciarnos porque no soportamos la ansiedad que nos provoca. Esta es otra forma de protegernos de una información para la que no estamos preparados. Y eso no nos hace más fríos o insensibles que quienes se implican más.

Así que, en circunstancias así, no hay reacciones «normales» ni «anormales». Simplemente, cada uno lidia con sus propias ‘guerras internas’, se adapta a las circunstancias y cuida de su salud mental como puede o ha aprendido. Dependerá en gran medida de la capacidad de afrontamiento y de la resiliencia de cada uno.

El Coloso, de Asensio Julià y Francisco de Goya.

Por qué nos afecta tanto una guerra que se libra a miles de kilómetros

Son varios los factores que hacen que la invasión rusa de Ucrania esté afectándonos psicológicamente más que otros conflictos:

Estamos agotados

Nuestra salud mental ya está bastante tocada debido a otro trauma colectivo: la pandemia de coronavirus. Esta guerra y el temor a sus imprevisibles consecuencias ha venido a romper el delicado equilibrio emocional en el que muchas personas se encontraban. Y es que dos años tratando de adaptarnos al estrés que ha supuesto el covid-19 ha minado considerablemente nuestras reservas emocionales.

El estrés es una respuesta adaptativa que da nuestro organismo ante demandas, internas o externas, que en principio resultan amenazantes. Ante un acontecimiento estresante se produce una movilización de recursos fisiológicos y psicológicos para poder afrontarlo y así aumentamos nuestro rendimiento y nuestra capacidad de adaptación.

Sin embargo, cuando esta situación deja de ser puntual y se mantiene en el tiempo nuestra capacidad para afrontar esas demandas va agotándose y nuestra salud, tanto física como mental, deteriorándose. Estamos más irritables, más tristes, cualquier situación nueva (como este conflicto) nos produce ansiedad, nos levantamos ya agotados y desganados… Y si, además, ya teníamos problemas antes y contábamos con pocos recursos para afrontar el estrés, la situación empeorará aún más.

La cercanía geográfica y la conexión con conflictos previos

Si bien no es el primer conflicto bélico que tiene lugar en los últimos años, es normal que nos influya más y no solo por la proximidad geográfica y las implicaciones políticas y económicas que puede tener (que también). Además de esto, a muchas personas les conecta con otros enfrentamientos bélicos que tuvieron lugar en el pasado y que fueron enormemente traumáticos.

En el caso de los mayores que vivieron la Guerra Civil española las imágenes de la invasión rusa de Ucrania les están trayendo de nuevo a la memoria el dolor y el miedo que ellos mismos experimentaron. Incluso muchos de sus descendientes están viéndose afectados. Porque el trauma también se transmite de generación en generación. Según la psicóloga Helene Delucci, experta en trauma transgeneracional, algunas experiencias traumáticas «dejan heridas emocionales que se extienden a los miembros de las generaciones posteriores, aunque no hayan experimentado lo sucedido».

La cercanía geográfica influye en que este conflicto nos afecte más que otros.

Nuestras creencias sobre el mundo se tambalean

Según la teoría sobre el trauma psicológico de Ronnie Janoff-Bulman, las personas albergamos un conjunto de creencias esenciales, sobre el mundo, sobre nosotras mismas y sobre los otros, que nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno. Creemos que el mundo es un lugar seguro, que lo que sucede en él tiene sentido y que hay cierta predictibilidad que nos permite comprenderlo y manejar la incertidumbre ante las novedades e incongruencias que vamos encontrando. Asimismo, tendemos a pensar que las cosas no ocurren por azar y que las personas recibimos o nos ocurre lo que nos merecemos («Si soy buena persona, me pasarán cosas buenas»).

Pues bien, ante un trauma, individual o colectivo, estas creencias se vienen abajo al tomar conciencia de nuestra fragilidad como seres humanos en un mundo que no solo no es controlable y seguro, sino que es injusto e impredecible. De repente, tenemos la sensación de que no sabemos dónde va ese mundo que creíamos predecible, no somos capaces de entenderlo ni de controlarlo («No puedo confiar en nadie», «El mundo es un lugar peligroso»). Todo esto nos genera indefensión y ansiedad y también incertidumbre e impotencia. Incertidumbre sobre lo que está por venir e impotencia al no poder hacer nada ante una situación que no podemos controlar.

Sobredosis de información

Hace ocho años, en 2014, ya se produjo una guerra entre Rusia y Ucrania, pero en aquella ocasión no tuvo la trascendencia que está teniendo ahora. Y esto es, en gran medida, por el creciente protagonismo de las redes sociales, que antes se utilizaban sobre todo como entretenimiento y ahora se han convertido en un altavoz más para la difusión de todo tipo de información. Da igual si estamos, o no, emocionalmente preparados para recibir cierto tipo de material. El caso es que, nada más abrir cualquier red social, de pronto aparecen delante de nuestros ojos, y sin elegirlo, imágenes y vídeos con tanques entrando en las ciudades, bombardeos, ciudadanos huyendo…

Como ya ocurrió con el covid-19, el exceso de información sobre la invasión rusa de Ucrania está haciendo más mal que bien. Y es que, en tiempos difíciles como los que estamos viviendo, cualquier hecho puede convertirse en una noticia que nos encoja el corazón. El hecho de estar constantemente informados supone una sobrecarga emocional muy difícil de gestionar para muchos, además de que un exceso de noticias puede llevarnos a tener una visión sumamente distorsionada de lo que está ocurriendo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) utiliza el término ‘infodemia’ para referirse a esta sobredosis de información y la consiguiente dificultad para diferenciar entre la que es válida y la que no lo es.

Qué podemos hacer

Obviamente, un conflicto armado como la invasión rusa de Ucrania siempre supone una tragedia para quienes lo están presenciando en primera persona. Y ese dolor no puede compararse con la preocupación de los que lo vivimos desde fuera. Sin embargo, esto no significa que no tengamos que cuidarnos.

  • Cuídate. Rescata las herramientas y los recursos que te han sido útiles para superar estos dos años de pandemia. Recuerda qué te ha ayudado a disminuir el estrés y a regular tus emociones en este tiempo y echa mano de ello.
  • Valida tus emociones. Experimentar miedo, preocupación y cierto grado de ansiedad es algo totalmente normal en situaciones como la que estamos viviendo. Es el modo que tiene nuestro organismo de lidiar con la incertidumbre. Identificar, expresar y validar estas emociones, así como compartirlas con otras personas te ayudará a disminuir el malestar. Y si observas que se prolongan en el tiempo o aumentan de intensidad, no dudes en buscar apoyo profesional (si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte).
  • Dosifica la información. Está bien estar informados, pero no es necesario ni nos hará bien dejarnos llevar por un torrente de noticias e imágenes muchas veces repetitivas. En muchas ocasiones no solo no nos aportan nada nuevo, sino que nos generan angustia y preocupación. Es más, de vez en cuando lo que necesitamos es desconectar. Si sientes que te estás saturando, lee un libro, escucha música o sal a dar un paseo en vez de quedarte enganchado o enganchada a las noticias.
  • Acepta que no puedes controlarlo todo. Aunque nuestro cerebro prefiera lo estable y lo predecible, lo cierto es que hay muchas situaciones que están fuera de nuestro control. Guerras, pandemias o catástrofes naturales son buen ejemplo de ello. En vez de gastar toda tu energía en intentar controlar lo que no depende de ti o en imaginar los peores escenarios y peligros posibles, céntrate en el «aquí y ahora» y en lo que sí puedes hacer.
  • Busca en qué puedes ayudar. Si el sentirte impotente te genera mucho malestar y quieres mostrar tu solidaridad con el pueblo ucraniano puedes sumarte a alguna iniciativa.  Tienes la opción de apoyar con tu donación la labor de las ONG que trabajan en primera línea del conflicto. O, si lo prefieres, colaborar con pequeñas asociaciones que también están aportando su trabajo y su solidaridad. Otra posibilidad es el ofrecimiento como familia de acogida o el acogimiento temporal a refugiados que lleguen a España.

La invasión rusa de Ucrania ha hecho tambalear nuestras creencias sobre un mundo previsible y seguro.

¿Y los niños?

En primer lugar, no les dejemos fuera de lo que ocurre ni nos comportemos como si no se enterasen de nada porque no es así. Ya sea porque lo han oído en el colegio, en la televisión o nos hayan escuchado a nosotros, saben que algo importante está pasando. Así que lo mejor es no esconderles las cosas, hablar con ellos y resolver sus dudas sobre la invasión rusa de Ucrania. Siempre adaptándonos a su edad, con un lenguaje sencillo y en tono tranquilizador, sin alarmarles. Y si hay algo a lo que no sepamos responder, no pasa nada por aceptarlo y decir que no lo sabemos. Lo importante es darles confianza para que se sinceren sobre sus dudas y temores.

Antes de hablar, podemos ‘tantearles’ para ver lo que saben o cuáles son exactamente sus preocupaciones. Debemos ser cuidadosos: no aportar detalles que no sean necesarios y evitar darles demasiados datos. Si para los adultos es importante evitar el exceso de información, lo es mucho más para los niños. Estos días no son los mejores para dejarles ver informativos. No solo no van a entender algunas imágenes ni van a saber situarlas en un contexto, sino que pueden generarles miedo o alteraciones del sueño, como insomnio o pesadillas.

En cualquier caso, cuando se aborde el tema hay que recalcar al niño que la familia estará a salvo y hacerle entender que no corre peligro.

Como padres y figuras de referencia, también es fundamental cuidarnos nosotros mismos para que puedan ver en nosotros la base segura que necesitan. Si nos miran y ven calma en nuestro rostro, ellos se tranquilizarán. Si, por el contrario, nos ven angustiados, eso es lo que percibirán.

También es posible que no expresen sus miedos con palabras, pero que se muestren más demandantes o nos pidan más abrazos o besos de lo habitual. Animarlos a expresar sus emociones, validarlas y estar dispuestos a conversar sobre lo que sienten les ayudará.

REFERENCIAS

Janoff–Bulman, R. (1992). Shattered Assumptions: Towards a New Psychology of Trauma. New York: The Free Press.

Dellucci, H. (2017). Les Traumatismes Transgénérationnels. Trouver du sens en prenant en compte ce qui nous dépasse … . En: Tarquinio, C. Brennstuhl, M.J., Dellucci, H., Iracane, M., Rydberg, J.A., Silvestre, M. & Zimmermann, E. Manuel de Psychothérapie EMDR: introduction et approfondissement pratique et psychopathologique. París: Dunod.

La parálisis del sueño es la incapacidad temporal de moverse durante el paso de sueño a vigilia.

Parálisis del sueño o la angustia de despertar y no poder moverte

Parálisis del sueño o la angustia de despertar y no poder moverte 2121 1414 BELÉN PICADO

Marta se despertó una mañana y se asustó al comprobar que no podía moverse. «Mis ojos estaban abiertos, pero mi cuerpo no reaccionaba; ni mis brazos ni mis piernas me respondían. Ni siquiera podía llamar a mi madre que estaba en el dormitorio contiguo porque la voz tampoco me salía. Pero eso no fue lo peor; de pronto sentí una presencia, como una sombra maligna encaramada sobre mi pecho presionándolo e impidiéndome respirar. Sentía que me ahogaba. Era como estar atrapada en mi propio cuerpo». Podría ser la escena de una película de terror, pero es el relato de una paciente describiendo un episodio de parálisis del sueño.

La Clasificación Internacional de los Trastornos del Sueño (International Classification of Sleep Disorders o ICSD) incluye la parálisis del sueño dentro del grupo de las parasomnias (conductas anormales y percepciones alteradas que tiene lugar durante el sueño o en las transiciones entre el sueño y la vigilia). Afecta por igual a hombres y mujeres y, con frecuencia, los episodios empiezan durante la adolescencia, entre los 14 y los 17 años. Según diferentes estudios, hasta el 50 o el 60 por ciento de la población general ha experimentado al menos una vez este fenómeno.

Se trata de una experiencia que, aunque no es grave, sí resulta muy angustiosa y no solo por la incapacidad de moverse. También por las alucinaciones que a menudo la acompañan y el temor intenso que provocan. De hecho, históricamente se ha relacionado este trastorno del sueño con fenómenos paranormales como posesiones demoniacas, viajes astrales o, incluso, abducciones extraterrestres. Desde la Antigüedad y en distintas culturas, se han representado y descrito esas alucinaciones en forma de presencias y criaturas malignas que aparecen en mitad de la noche para aterrorizar a quien duerme.

Los nombres que se utilizan en diferentes países para designar la parálisis del sueño tienen mucho que ver con este tipo de visiones. En el libro de la investigadora Shelley Adler, Sleep Paralysis: Nightmares, nocebos and the Mind Body Connection, se ofrece una extensa recopilación de estos términos. Por ejemplo, en México es común la expresión «se me subió el muerto»; en China se refieren al trastorno como ‘Bei guai chaak’ (siendo presionado por un fantasma); los húngaros lo llaman ‘Boszorkany-nyomas’ (presión de las brujas); en Camboya, ‘Khmaoch sâgkât’ (el fantasma que te empuja hacia abajo), etc.

Incluso el cine ha recurrido en numerosas ocasiones a este trastorno del sueño, sobre todo en el género de terror. Es el caso de series como La maldición de Hill House (Netflix) o películas como El Ente (1982), Dead Awake (2016), Slumber: El demonio del sueño (2017) y Mara (2018), entre muchas otras.

The Nightmare, de Henry Fuseli

«The Nightmare», de Henry Fuseli.

Qué es la parálisis del sueño

La parálisis del sueño es la incapacidad transitoria para realizar movimientos voluntarios, incluida la imposibilidad de hablar, durante la transición entre el estado de sueño y la vigilia. Pese a la angustia que puede llegar a provocar, no existe peligro alguno para la vida ya que no afecta a funciones vitales como la respiración o el latido del corazón. Se trata de una parálisis motora que afecta a todos los músculos, excepto a los que mueven los globos oculares, al diafragma (para que podamos seguir respirando) y al músculo cardiaco.

Puede producirse inmediatamente después de quedarse dormido (hipnagógica) o al despertar (hipnopómpica) y su duración oscila entre unos segundos y varios minutos. Después, la parálisis desaparece de forma espontánea. Durante ese breve lapso de tiempo, la persona permanece consciente y es capaz de ver lo que ocurre a su alrededor, pero su cuerpo no le responde. Otra característica es que el episodio puede aparecer durante el periodo de sueño principal o en siestas diurnas.

No hay que confundir este trastorno con las pesadillas. Aunque estas también ocurren durante la fase REM del sueño, la persona permanece dormida, no suelen ir acompañadas de la sensación de opresión en el pecho, no hay inmovilidad y muchas veces no se recuerdan. En la parálisis del sueño, sin embargo, se permanece consciente y se recuerda todo perfectamente.

Sensación de asfixia, alucinaciones y angustia

Además de la inmovilidad, los principales síntomas de la parálisis del sueño son:

  • Sensación de asfixia. La sensación de opresión en el pecho se debe a que la parálisis de los músculos intercostales impide realizar una respiración profunda. Aunque no hay un riesgo real de ahogarse, esta desagradable sensación de asfixia, a su vez, genera mucha ansiedad.
  • Alucinaciones. En el documento Grupo de trastornos de la conducta y del movimiento durante el sueño, realizado por la Sociedad Española del Sueño (SES), se especifica que entre el 25 por ciento y el 75 por ciento de los casos la parálisis se acompaña de experiencias alucinatorias. Estas pueden ser auditivas (ruidos, zumbidos, susurros, crujidos); visuales (personas, animales, percepción de objetos o de luz); táctiles (opresión en el pecho, sensación de ser tomado por las manos y las muñecas); cinestésicas (volar, levitar, caerse, salir del propio cuerpo); o tener la sensación de que hay una presencia amenazante en la habitación. Todas ellas hacen que el evento sea todavía más desagradable.
  • Angustia. Tanto la sensación de asfixia como las alucinaciones que se experimentan aumentan considerablemente el temor y la angustia. Si, además, en el entorno cultural se tiende a asociar este fenómeno a hechos sobrenaturales o paranormales o se dan explicaciones fantásticas que no tienen ninguna base científica, el miedo será mucho mayor.

Las alucinaciones son uno de los principales síntomas de la parálisis del sueño.

Cómo ocurre: Falta de coordinación entre el cerebro y las neuronas  motoras

Los seres humanos tenemos un ciclo de sueño con dos fases principales: la fase NoREM y la fase REM (te cuento más sobre ello en otro artículo de este mismo blog: ¿Qué ocurre en nuestro cerebro mientras dormimos?). En la fase REM, además de fijarse los recuerdos de lo que hemos vivido durante al día y ser el momento en el que soñamos, también se produce una total relajación muscular.

Según el neurólogo Baland Jalal, el cerebro bloquea las neuronas motoras y los músculos quedan tan relajados que es imposible moverlos, lo que impide que representemos en la realidad lo que estamos viviendo en el sueño (y nos hagamos daño de forma involuntaria). La parálisis del sueño se produce cuando nos despertamos antes de que esas neuronas motoras vuelvan a activarse. O bien cuando se bloquean antes de tiempo (si el episodio aparece justo antes de dormirnos). En cuanto a las alucinaciones, Jalal las asocia a una proyección distorsionada de la propia imagen corporal: «Una alteración funcional de la corteza parietal (derecha) puede dar lugar a la típica alucinación del ‘intruso en el dormitorio».

Tipos de parálisis del sueño

La parálisis del sueño puede aparecer de tres formas:

  • De forma aislada. Suele presentarse así en personas sanas y, por lo general, al despertar. Está asociada a una mala higiene del sueño, altos niveles de estrés, excesivo cansancio o acumulación de falta de sueño.
  • Transmitida de forma familiar. Esta forma tiene un componente genético y es más común al inicio del sueño. Es muy poco frecuente.
  • Asociada a otra patología. La parálisis es uno de los síntomas más comunes de la narcolepsia: según la ICSD, entre el 17 y el 40 por ciento de personas que la sufren dicen experimentar parálisis del sueño. Al igual que en la forma familiar, también suele aparece justo antes de dormirse. En estos casos, la parálisis puede producirse de forma repetida y asociada a otros síntomas, como crisis de sueño a lo largo del día y pérdidas repentinas del tono muscular (cataplexia).

Factores que influyen en su aparición

Entre los factores que pueden favorecer los episodios de parálisis del sueño están:

  • Mantener patrones irregulares de sueño. Por ejemplo, debido a cambios rápidos de zona horaria (jet lag) o a trabajos nocturnos o por turnos.
  • Dormir boca arriba.
  • La privación continuada de sueño.
  • Estar sometido a altos niveles de estrés de forma sostenida en el tiempo.
  • Tener malos hábitos de sueño.
  • Antecedentes familiares.

Algunos estudios también han encontrado una mayor incidencia de este trastorno en personas con ansiedad, depresión, apnea del sueño, trastorno por estrés postraumático o trastorno de pánico.

La parálisis del sueño desaparece de forma espontánea.

Qué podemos hacer

Teniendo en cuenta que la parálisis del sueño se produce a menudo cuando hay una mala higiene del sueño, prevenir su aparición pasa por mantener unos buenos hábitos en este aspecto. Esto incluye, acostarse y levantarse siguiendo un horario lo más regular posible, descansar un número adecuado de horas y no acumular falta de sueño. Los ejercicios de relajación o la meditación antes de dormir también pueden ayudar.

En caso de experimentar un episodio, en primer lugar es importante recordar que se trata de algo temporal y que no se corre ningún peligro, ya que las funciones vitales de nuestro organismo siguen funcionando con normalidad. También suele ser útil una estimulación sensitiva leve por parte de otra persona.

Una vez superado el episodio, lo mejor es levantarse de la cama y procurar estar despierto unos minutos antes de acostarse de nuevo para evitar que se repita.

Técnica Meditación-Relajación

Además de sus investigaciones en el campo de la parálisis del sueño, Baland Jalal ha desarrollado una intervención que combina un tipo de meditación con relajación muscular. La Técnica Meditación-Relajación (o Terapia MR) consiste, básicamente, en seguir cuatro pasos durante el episodio:

  1. Reevaluación del significado del ataque (Reevaluación cognitiva). Tomar conciencia de que la experiencia es común, benigna y temporal y de que las alucinaciones son un subproducto típico de los sueños, en concreto de la fase REM. De este modo, se está dando un nuevo sentido al fenómeno y se le está quitando ese halo ‘fantasmagórico’.
  2. Distanciamiento psicológico y emocional. Recordar que no hay razón para tener miedo o preocuparse. De hecho, tanto el miedo como la preocupación solo empeorarán la situación e, incluso, pueden prolongarla. También ayudará repetirse que no es un evento paranormal o sobrenatural. Solo se trata de una respuesta de nuestro cuerpo.
  3. Meditación focalizando la atención en el interior. Enfocar la atención hacia el interior de uno mismo, dirigiéndola a un objeto emocionalmente positivo (el recuerdo de un ser querido o de un hecho agradable, una canción, una oración…). Mantener una atención plena en el objeto o episodio elegido y comprometerse emocionalmente con él, es decir, reflexionar sobre sus aspectos positivos, volviendo a él cada vez que se produzca una distracción. Lo que se busca es ignorar los síntomas corporales y los estímulos externos (alucinaciones) y cambiar el foco de la atención, del exterior al interior.
  4. Relajación muscular. Mientras se permanece con la atención focalizada en el interior, relajar los músculos, evitando los intentos de moverlos o flexionarlos. Tampoco se intentará controlar la respiración. Se trata de adoptar una actitud de aceptación y sin juicios hacia los síntomas físicos.

Jalal recomienda mantener los ojos cerrados durante todo el episodio y evitar los intentos por moverse. También aconseja a quienes suelen tener episodios recurrentes practicar la técnica regularmente, incluso en ausencia de crisis, y hacerlo tumbándose boca arriba, que es cuando más se produce la parálisis. Así, cuando aparezcan será más fácil realizar el ejercicio y no verse demasiado abrumado por el miedo subjetivo y por las características más desagradables de la atonía muscular o la dificultad al respirar.

En caso de que la parálisis del sueño esté asociada a otro trastorno (estrés postraumático, narcolepsia, etc.) es necesario el tratamiento de dicha patología. (Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré en el proceso)

La anhedonia es la incapacidad de sentir placer por cosas de las que antes se solía disfrutar.

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19)

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19) 1280 853 BELÉN PICADO

La situación creada por la pandemia de coronavirus está poniendo a prueba nuestras estrategias de afrontamiento y, en general, nuestra salud mental. Uno de los síntomas que ha ido haciéndose más habitual a medida que se ha ido prolongando esta situación de incertidumbre ha sido la anhedonia.  En 1897, el psicólogo y filósofo Théodule Armand Ribot bautizó con este término a la incapacidad (total o parcial) para sentir placer, satisfacción o interés por actividades con las que se solía disfrutar. Es como una «anestesia al revés»: en vez de evitar que sintamos dolor, nos impide sentir placer.

En ocasiones aparece de forma puntual y en personas sin ninguna psicopatología cuando se ven expuestas a factores potencialmente estresantes, como lo está siendo la COVID-19. Sin embargo, lo común es que se experimente como efecto secundario de algunos medicamentos o como un síntoma de ciertos trastornos: depresión, distimia, ansiedad, esquizofrenia, trastorno por estrés postraumático, adicción a sustancias, etc.

En los últimos meses hemos pasado tanto tiempo en casa que es normal que haya momentos de aburrimiento en los que nada parece satisfacernos. De hecho, todos hemos pasado por etapas en las que nos han dejado de gustar cosas que antes nos encantaban. El asunto cambia cuando deja de ser una circunstancia ocasional para convertirse en recurrente y generalizarse a muchos aspectos de nuestra vida. Hasta el punto de pensar que no hay nada que nos importe e, incluso, tener la sensación de que nada tiene sentido.

A menudo, la anhedonia va acompañada por: cambios de peso, problemas de sueño, fatiga o sensación de tener poca energía, disminución de la libido, dificultad para concentrarse, sentimientos negativos hacia uno mismo y los demás y, en ocasiones, ideación suicida. La persona tiende a aislarse, reduce su actividad y se va abandonando poco a poco en aspectos como la higiene personal, la alimentación o las relaciones.

También es habitual el sentimiento de culpa, e incluso de vergüenza, por no poder disfrutar de lo que antes sí producía placer y que otros sí disfrutan. Y esto puede obstaculizar el buscar ayuda.

El confinamiento por coronavirus ha aumentado los casos de anhedonia.

Dopamina y sistema de recompensa

Nuestro cerebro libera una sustancia química, la dopamina, que interviene en la activación del sistema de recompensa. Cuando este circuito funciona correctamente la dopamina es la responsable de la sensación de placer que experimentamos al comer, escuchar una pieza musical, tener relaciones sexuales o coger en brazos a un hijo recién nacido, por ejemplo.

La anhedonia se produce cuando hay una alteración del sistema de recompensa. O cuando en situaciones de estrés y ansiedad el cerebro deja de producir dopamina.

Tipos de anhedonia

Hay personas que son incapaces de experimentar placer y disfrute en general, mientras que a otras solo les ocurre en ciertos contextos.

  • Anhedonia física. Incapacidad para experimentar placer frente a sensaciones físicas agradables como un abrazo,  estímulos físicos como la comida, etc.
  • Anhedonia social. Se produce cuando la persona no disfruta del contacto con los demás ni tiene interés por relacionarse. Si la situación se mantiene puede llevar al aislamiento y a la desconexión emocional hacia los demás.
  • Anhedonia musical. Incapacidad para emocionarse o disfrutar al escuchar una melodía, aunque otras actividades sí produzcan sensaciones placenteras. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Barcelona y del Instituto Neurológico de Montreal, en Canadá, confirmó que hay personas sin ningún trastorno de base que pueden identificar si una pieza musical es triste o alegre, pero no llegan a convertir esa percepción en emoción.
  • Anhedonia eyaculatoria. Pese a que se cree que la eyaculación siempre es placentera y va asociada al orgasmo, no siempre es así. La anhedonia eyaculatoria se produce cuando la eyaculación no va acompañada del placer del orgasmo.

Anhedonia, apatía y alexitimia

La anhedonia suele confundirse con la apatía y la alexitimia, aunque son conceptos diferentes. La anhedonia está relacionada con la apatía porque ambos son síntomas de trastornos como la depresión, pero no son lo mismo. La apatía hace referencia a la ausencia o pérdida del interés y motivación por las cosas, pero esto no implica que una vez que se hagan no se disfruten.

En el segundo caso, mientras que las personas con anhedonia dejan de sentir emociones placenteras, quienes tienen alexitimia sí las sienten. Lo que ocurre es que son incapaces de reconocerlas. Además, en la anhedonia hay un estado previo en el que sí se sentía placer, mientras que en la alexitimia no existe ese ‘estado anterior normal’.

La Melancolía, de Paul Gauguin

La Melancolía, de Paul Gauguin.

La anhedonia como mecanismo de defensa ante un evento traumático

Las experiencias traumáticas que han impactado gravemente en la vida de una persona también pueden conducir a la anhedonia. En estos casos, funciona como un mecanismo de defensa para distanciarse de aquello que resulta doloroso. De forma puntual, dicho mecanismo puede resultar útil, pero si se vuelve crónico acabará interfiriendo en la capacidad para disfrutar. Por ejemplo, sufrir una violación puede provocar que el placer que se sentía al tener relaciones sexuales desaparezca. En esta y otras situaciones similares, es posible que la persona, al no poder soportar el dolor emocional que ese hecho le provocó, se anestesie inconscientemente. De este modo no siente las emociones negativas, pero tampoco las positivas.

En general, las personas que han sufrido un trauma están más acostumbradas a llevar a cabo acciones destinadas a evitar el dolor y el miedo, que a buscar emociones positivas asociadas al placer. Al estar preocupadas por los posibles peligros, no han aprendido a prestar atención a aquello que podría aportarles placer. Incluso es posible que desconozcan qué actividades les brindan sensaciones de bienestar, qué les suscita curiosidad o interés o qué estímulos sensoriales les parecen más agradables.

En el caso de que haya habido abusos sexuales acompañados de excitación sexual, la víctima puede haber sentido una mezcla compleja de sensaciones de dolor y excitación (ante la estimulación de una zona erógena puede haber una respuesta genital involuntaria, el cuerpo responde aunque la mente no acompañe). Y cabe la posibilidad de que en el futuro anestesie inconscientemente la sensación de placer. Bien porque se sienta culpable o “mala persona” por la excitación que sintió durante los abusos, o bien porque tenga miedo de que el dolor y la vergüenza aparezcan junto con el placer.

No dejes para mañana lo que puedes disfrutar hoy

Las personas con anhedonia viven inmersas en un eterno círculo vicioso: la falta de capacidad para disfrutar lleva a no realizar actividades y la falta de actividad alimenta la anhedonia. Tenemos que hacer para tener ganas de hacer. Pero siempre siendo realistas y poniéndonos objetivos sencillos y asequibles.

  • Crea tus propias rutinas. Retomar de forma progresiva tus actividades cotidianas y establecer ciertas rutinas básicas en las que incluyas actividades con las que antes disfrutabas te ayudará a motivarte.
  • Entrena tus sentidos. Practica Mindfulness y céntrate en cada uno de tus sentidos de manera consciente. Por ejemplo, cuando salgas de casa fíjate en los colores y en cada detalle de lo que ves. Disfruta del olor a tierra mojada después de la lluvia. O trata de identificar el mayor número posible de sonidos que escuches. El tacto puedes entrenarlo experimentando con distintas texturas y el gusto, comiendo con conciencia plena, saboreando y fijándote en las características de cada alimento.
  • Adquiere nuevas habilidades y capacidades. Iníciate en algún deporte, aprende a tocar un instrumento musical, busca una academia donde te enseñen a bailar swing, tango o salsa… Aprender cosas nuevas y experimentar la satisfacción asociada a dominar actividades que hasta ahora te resultaban difíciles te motivará y te ayudará a aumentar tu tolerancia a la frustración.
  • Escribe un ‘diario de pequeñas alegrías’. A veces nuestras expectativas son demasiado altas y muy poco realistas. Esperamos que nos suceda algo estupendo, excitante y maravilloso para ser felices y nos olvidamos de la satisfacción que pueden proporcionar las pequeñas alegrías diarias. Fíjate en lo que tienes alrededor, vuelve a conectar con esos pequeños instantes y apúntalos cuando te sucedan.
  • Pide ayuda si la anhedonia se prolonga. Todos hemos experimentado cierto grado de anhedonia en alguna ocasión. Pero si esa sensación se intensifica o se prolonga en el tiempo, es necesario pedir ayuda profesional. Podría estar avisándonos de la presencia de algún trastorno. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Entrena tus sentidos.

Ejercicio para plantar cara a la anhedonia, paso a paso

  1. En un folio, escribe en una columna 10 cosas que hayas disfrutado haciendo en el pasado. Cosas que te hayan aportado placer, felicidad, alegría y de las que guardas buenos recuerdos… (Si te toca estar en confinamiento, escribe también cosas que puedan hacerse dentro de casa). La razón de esto es ayudarte a identificar aquello que una vez te hizo sentir vivo, aunque ahora no te imagines haciéndolo.
  2. A continuación, piensa en cuánta emoción, felicidad y placer te evoca cada una de esas actividades. Califícalas de 1 a 10 y escribe la puntuación correspondiente a la derecha de cada enunciado.
  3. Reflexiona sobre lo difícil que es para ti hacer cada una de esas actividades. Piensa cuánto esfuerzo, tiempo y planificación se requieren para llevarlas a cabo. Y de nuevo puntúa cada una de 1 a 10, siendo 1 «Bastante fácil» y 10 «Imposible». Esta puntuación la añadirás a la  derecha de la «puntuación de disfrute».
  4. Ahora toca encontrar el equilibrio entre el disfrute y el esfuerzo requerido para hacer cada cosa. Resta la cifra que pusiste en esfuerzo de la que indicaste en disfrute. Por ejemplo, si en la actividad «Leer un libro» tu índice de disfrute ha sido 5 y el de esfuerzo ha sido 2 el valor de la actividad será 3 (5-2=3). Repite esta operación en cada una de las actividades.
  5. Observa las actividades con el valor más alto. Estas son probablemente las más fáciles de realizar y las que te proporcionarán mayor disfrute. La clave es realizar dichas actividades, aunque tengas que forzarte un poco. Esto te motivará a seguir delante y te ayudará a reparar tu sistema cerebral de recompensa. Ahora bien, no basta con decir que lo vas a hacer. Da la vuelta a tu hoja de papel y escribe las fechas y horas en que te comprometes a hacer cada cosa. Da igual si te rindes después de cinco o diez minutos. Lo importante es que lo has intentado. Una vez que estés disfrutando ya de las actividades de mayor valor, intenta trabajar en las de menor valor también. Pero, sobre todo, no seas demasiado duro contigo y ten paciencia.
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Duelo migratorio: el precio de emigrar buscando una nueva vida.

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida

Duelo migratorio: El precio de emigrar buscando una nueva vida 1024 600 BELÉN PICADO

Nostalgia, morriña, añoranza, gorrión o saudade son algunas de las palabras que suelen utilizarse para describir el sentimiento de pérdida que invade a quien deja atrás su país en busca de una nueva vida. A menudo no se le presta la suficiente atención pero, como en el caso de otras pérdidas, se necesita un periodo de adaptación para elaborar lo ocurrido y acomodarse a la nueva realidad. Igual que pasamos un duelo cuando muere un ser querido o ante una ruptura amorosa, es necesario que transitemos este proceso emocional y cognitivo cuando emigramos. Es el duelo migratorio.

Emigrar siempre es difícil e implica numerosos cambios, muchos de ellos inesperados pues nunca se sabe con certeza qué deparará el nuevo lugar al que se va. Los procesos migratorios exponen a quienes los viven a cambios muy drásticos y ponen a prueba su capacidad de adaptación.

Si bien lo habitual es que este duelo se supere tarde o temprano, no hay que subestimarlo ni evitarlo. Es necesario conectar con las emociones, permitirse vivir ciertos momentos de angustia y tristeza y transitar este camino para elaborar las múltiples pérdidas que supone dejar atrás el que fue nuestro hogar.

Pero no solo quien se marcha atravesará este proceso. Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo, porque pierden la presencia de un ser querido, aunque sigan en contacto con él a través de todos los medios que actualmente hay disponibles. El duelo de quienes se quedan será más o menos llevadero en función de las circunstancias en que se dé la separación, de la relación que se tenía con el emigrante, del rol que ocupaba en la familia, de si la separación es o no definitiva, de la situación económica en la que se quede la familia, etc.

Los familiares y amigos que se quedan en el lugar de origen también viven su propio duelo.

La madre del emigrante, de Ramón Muriedas Mazorra.

Un duelo múltiple, recurrente y transgeneracional

Pese a tener numerosas similitudes con otros tipos de duelos, el duelo migratorio posee características que lo hacen diferente y que enumera Joseba Achotegui, psiquiatra especializado en migración.

  • Es múltiple. Muy posiblemente ninguna experiencia, ni siquiera la muerte de un ser querido, supone tantos cambios. Quien emigra puede pasar, como mínimo, por siete duelos diferentes, ya que deja atrás: la familia y los amigos; la lengua; la cultura, con sus costumbres, religión y valores; la tierra (paisaje, colores, olores); el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso social), el contacto con su grupo de pertenencia; y la seguridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión).
  • Es parcial. En la migración, el objeto de la pérdida (el país de origen con todo lo que representa) no se pierde de forma definitiva. Es más, se puede seguir en contacto con los familiares e incluso volver temporalmente o de forma definitiva.
  • Es recurrente. El sentimiento de nostalgia y el vínculo con el país de origen van a reavivarse cada vez que la persona tenga contacto con su país, bien porque vaya de vacaciones, reciba la visita o la llamada telefónica de un compatriota o incluso cuando escucha música de su tierra. Y esto ocurre porque esos vínculos siguen activos toda la vida, unas veces de modo más consciente y otras de modo más inconsciente.
  • Es transgeneracional. Si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en el país de acogida, el duelo también lo sufrirán sus hijos y nietos. El que lleguen a integrarse dependerá de la actitud de los padres frente al país que les acoge, de la actitud que tengan los hijos frente al mismo; y también depende de que el país al que llegan sepa o no acogerlos. Muchos hijos de inmigrantes no se sienten ni del país en el que viven ahora, pese a haber nacido ahí, ni del país que dejaron sus padres.
  • Va acompañado de sentimientos de ambivalencia. El emigrante siente amor hacia su país de origen y al mismo tiempo experimenta mucha rabia porque ese mismo país no le supo dar las oportunidades o la seguridad necesarias para poder quedarse. Por otro lado, en su papel de inmigrante, siente cariño por la tierra que le está acogiendo y dando una nueva oportunidad para salir adelante, y a la vez ira por el esfuerzo que supone este cambio y porque en ocasiones no se le acepta como un igual.

Síntomas del duelo migratorio

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración, la propia personalidad del emigrante, el momento del ciclo vital en que se encuentre, la realidad con la que se tope en el país de destino, el motivo que le llevó a tomar la decisión, etc.  En cualquier caso, suelen aparecer:

  • Nostalgia y tristeza al recordar la pérdida de todo lo que se ha dejado en el país de origen, que puede ir acompañada de una profunda sensación de soledad.
  • Preocupación por un futuro incierto.
  • Temor a la pérdida de identidad. Si el choque cultural es muy acusado o los habitantes del lugar de destino muestran rechazo, la sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia podría llevar al recién llegado a aislarse y desarrollar cierto rechazo a integrarse a la vez que se refugiará cada vez más en sus compatriotas.
  • Sentimientos de culpa o arrepentimiento ante la sensación de haber ‘abandonado’ a la familia.
  • Dificultad de disfrutar del momento presente y de acoger las nuevas experiencias con talante positivo.

Junto a estas emociones, es común que aparezcan otros problemas como ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad, alteraciones del sueño, dolores de cabeza de tipo tensional asociados a las preocupaciones, fatiga, etc.

Lo normal es que estos síntomas vayan desapareciendo con el tiempo. Una correcta elaboración del duelo migratorio implicará asimilar lo nuevo y sentirse parte del país de acogida, pero sin olvidar ni rechazar el lugar de origen.

El duelo migratorio puede vivirse de muchas formas según las condiciones en que se realice la migración.

Cuando las dificultades bloquean la capacidad de afrontamiento

En circunstancias normales, el modo de enfrentarse al duelo migratorio depende más de las propias estrategias y recursos para hacer frente a los cambios, que de tener una determinada edad, nacionalidad o estatus social y económico.

Sin embargo, existen ciertos factores que dificultan la adaptación y generan un estrés añadido, con el consiguiente riesgo de que el duelo migratorio simple, que es el habitual, pase a convertirse en duelo extremo. Entre esos factores están: la soledad por la separación de los seres queridos, amenazas constantes de detención y expulsión, sentimientos de vulnerabilidad ante la carencia de derechos en el país de destino, enfrentarse a una lucha diaria por sobrevivir (falta de alimentos, de un techo bajo el que dormir o imposibilidad de encontrar trabajo).

Cuando el inmigrante sufre una situación de crisis permanente, aparece el denominado Síndrome de Ulises o síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, un cuadro de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas.

Cuidado con las expectativas

En muchas ocasiones la persona idealiza el lugar de destino y solo tiene en mente la posibilidad de llegar a un lugar con una mayor calidad de vida y grandes oportunidades profesionales. Sin embargo, pocas veces se piensa en la implicación a nivel emocional y personal que puede producir ese cambio. Para que el ‘aterrizaje’ no sea tan brusco, ahí van unas cuantas ideas:

  • Infórmate. Antes de tomar la decisión, procura estar totalmente informado del peligro del trayecto si es el caso, de cómo es la vida dónde quieres asentarte, de la cultura, de las leyes laborales, de tus derechos y de la posibilidad de contar con una red de apoyo social. Y, sobre todo, ten en cuenta que emigrar implica pérdidas y vas a tener que pasar por una serie de duelos. Saberlo de antemano, te ayudará mucho en el proceso. Igualmente, sopesa los beneficios que te traerá abandonar tu hogar, pero también a lo que tendrás que renunciar.
  • Comparte tu decisión con la familia. Si ya lo tienes claro, haz partícipes a tus seres queridos de tu decisión. Permitir que todos los miembros de la familia participen contribuirá a que ese cambio de vida sea visto como un desafío apasionante. Todos se sentirán involucrados y comprometidos y el dolor de tu partida se suavizará.
  • Acepta tus emociones. Los sentimientos de tristeza, miedo o ansiedad forman parte del proceso normal de adaptación. No los evites.
  • Cuidado con las expectativas. Idealizar el lugar que se convertirá en nuestro hogar puede llevar a que el choque con la realidad sea mayor, entre otras cosas, por las dificultades que entraña adaptarse a otro país, a otra cultura y, a veces, a otro idioma. Todos queremos tener éxito cuando nos lanzamos en busca de un objetivo, pero hay circunstancias que no dependen de nosotros y que pueden dificultar el proceso. Igualmente desaconsejable es idealizar lo que dejaste atrás y creer que si vuelves todo estará mejor que cuando te marchaste.
  • No te encierres. La socialización es fundamental en la primera etapa de asentamiento. Una vez que hayas llegado a tu destino, busca amistades nuevas que puedan ayudarte a encontrar empleo o, simplemente, a sentirte más acompañado. Contactar con personas de tu mismo país puede hacerte más fácil la adaptación, porque ya pasaron por algo similar y pueden darte consejos prácticos y útiles. Igualmente beneficioso será relacionarte con habitantes originarios de allí donde llegues. Tener diferentes perspectivas te ayudará a adaptarte.

Sentirse acompañado ayuda, y mucho, a superar el dolor de haber dejado atrás el hogar.

  • Mantén una actitud positiva. Que los momentos de nostalgia no te hagan olvidar los aspectos positivos de tu decisión. En la mayoría de los casos, emigrar es más una solución que un problema. Puede ser una experiencia muy enriquecedora y repleta de aprendizajes. Y cuando tus fuerzas flaqueen, recuerda por qué tomaste la decisión.
  • No olvides tus raíces. Adaptarte a tu nuevo hogar no implica renunciar a tus raíces y a tu propia identidad. Cuando reniegas de tu país, tu cultura y tu gente también están dejando de ser tú y dejando a un lado tus valores y principios. Si bien es cierto que resulta necesario establecer cierta distancia para poder integrar los nuevos aspectos que brinda el país de acogida, no hay que desapegarse por completo de lo que ha conformado tu visión de la vida y del mundo. Además, es muy importante hablar a los hijos de su país de origen, de su historia, sus costumbres, tradiciones, paisajes, etc. Tus raíces también son parte de su identidad y deberían estar orgullosos de ellas.
  • Convierte el hecho de ser extranjero o extranjera en una ventaja. Seguro que hay muchas cosas que puedes ofrecer y sabes hacer y que los locales del país al que llegas no conocen. Convierte lo que en un principio puede ser un impedimento en una oportunidad.
  • Conserva tus aficiones en la medida de lo posible. Cuando todo tu entorno es nuevo, poner un poco de continuidad en tu vida te ayudará a mantenerte conectado con lo que te resulta familiar. ¿Te apasiona el senderismo? Hazte miembro de un grupo. ¿Te gusta jugar fútbol? Busca un equipo. Tener algo en común, además, te ayudará a la hora de establecer nuevas amistades.
  • Haz un altar de recuerdos. Elige un lugar especial (una mesa, una pared, una estantería…) y coloca fotos u objetos especiales que te conecten con tu tierra. Con el tiempo podrás añadir también algún objeto o alguna imagen del que es ahora tu nuevo hogar. Eso te servirá para integrar tus experiencias pasadas con tu presente.
  • Acepta que todo cambia, incluso los que se quedaron. En el caso de que decidas volver a tu tierra, asume que ya no serás la misma persona que cuando se marchó. Y lo mismo ocurrirá con tus seres queridos. Si regresas esperando reencontrar todo tal como lo dejaste, la decepción será inevitable.
  • Busca ayuda profesional si la necesitas. Si pasado un tiempo prudencial, el malestar por lo que has dejado atrás se prolonga es conveniente buscar ayuda profesional. Evitarás que la situación se agrave y tu duelo se complique. (Si lo necesitas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)
Distimia o vivir con el ánimo por los suelos

Distimia: Vivir amargados y con el ánimo por los suelos

Distimia: Vivir amargados y con el ánimo por los suelos 1920 1454 BELÉN PICADO

Todos tenemos malas rachas, etapas en las que no tenemos ganas de nada o días en los que pensamos que habría sido mejor no levantarnos de la cama. Pero pasado el bache, recuperamos el buen humor y seguimos adelante. Sin embargo, si ese estado de apatía, tristeza y desgana se queda contigo durante largas temporadas es posible que estés sufriendo distimia.

Esta patología, también denominada trastorno depresivo recurrente, tiene un carácter cíclico y es habitual que haya días, e incluso semanas (nunca más de dos meses) en las que la persona esté casi bien, aunque cansada, con ánimo más bien introspectivo, trastornos del sueño y también con dificultad para afrontar nuevas situaciones.

Los síntomas más comunes en la distimia

Sentimientos de incompetencia y de culpa, pérdida generalizada de interés por actividades que antes resultaban agradables, pesimismo, aislamiento social son algunos de los síntomas característicos de esta patología. También suele haber alteraciones del apetito y del sueño, bajo rendimiento escolar o laboral, fatiga crónica, baja autoestima y dificultad para tomar decisiones. Las personas con distimia se aturden con pequeñas dificultades, no son capaces de disfrutar de las experiencias positivas (anhedonia) y se agobian con pensamientos obsesivos. Además, se desconcentran con facilidad, incluso en actividades de ocio como leer o ver una película, y a menudo tienen crisis de ansiedad.

Ese malestar persistente y continuado y una baja tolerancia a la frustración también hacen que la persona se muestre susceptible, irritable, e incluso a veces agresiva. Al no saber qué les ocurre, se les puede tachar de “amargados” y “cascarrabias”, condición que a su vez repercute en la calidad de las relaciones sociales tanto a nivel familiar como en otros ámbitos. La vida sexual es una más de las áreas que se ven afectadas.

Como lo normal es que se inicie a finales de la infancia o principios de la adolescencia, puede confundirse con los altibajos emocionales propios de esta etapa y no diagnosticarse hasta la edad adulta, cuando los síntomas y las dificultades empiezan a hacerse más evidentes.

La tristeza crónica o la anhedonia son síntomas de la distimia

Cuestión de serotonina y experiencias traumáticas

Los trastornos depresivos en general, y la distimia en particular, están relacionados con un déficit de serotonina. Esta sustancia química, conocida también como hormona de la felicidad, regula el estado de ánimo y es esencial en el funcionamiento del cerebro. Si nos enfrentamos a periodos largos de tensión o difíciles a nivel emocional, nuestro organismo consumirá más serotonina de lo normal y acabará produciéndose un déficit de la misma.

En cuanto al componente hereditario, la distimia parece ser más frecuente si en la familia hay otros casos. Asimismo, haber vivido experiencias traumáticas tempranas o estar expuestos a largo periodos de estrés también puede influir en su aparición.

Menos intensa y más duradera que la depresión

Esta forma crónica de depresión se diferencia de la depresión mayor sobre todo en la intensidad y duración de los síntomas. En la distimia:

  • Son más leves, lo que complica el diagnóstico, ya que la persona aprende a vivir con ello y acaba asumiendo que es lo normal y que su carácter “es así”. A diferencia de quien sufre depresión mayor, la persona con distimia es capaz de cumplir con sus responsabilidades y enfrentarse a sus actividades diarias, aunque lo hace con desgana y, prácticamente, “con el piloto automático”.
  • Son más duraderos. Según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales DSM-V, estamos ante una distimia cuando las alteraciones del estado de ánimo duran al menos dos años en los adultos o un año en los niños.

Pese a que lo habitual es que los síntomas sean más leves en la distimia, la intensidad puede cambiar con el tiempo y presentarse episodios de depresión mayor antes o durante el periodo distímico (en este caso estaríamos ante una “depresión doble”).

Los síntomas de la distimia son más leves y más duraderos que los de la depresión mayor

A menudo, no llega sola

Antes de determinar un diagnóstico, es necesario descartar otras causas. Hay enfermedades como el hipotiroidismo que comparten con los trastornos depresivos ciertos síntomas y estos también pueden deberse a efectos de ciertos medicamentos.

Por otra parte, es habitual que la distimia se presente junto a otras dolencias físicas, como el dolor crónico, la fibromialgia o el síndrome de colon irritable. Asimismo, suele presentarse junto al trastorno de depresión mayor, trastornos de ansiedad o abuso de sustancias.

Cómo tratar la distimia

Por lo general, el tratamiento combina psicoterapia y la administración de antidepresivos que compensen el déficit de serotonina, aunque todo dependerá de la gravedad de los síntomas y del grado en que estos interfieran en la vida de la persona. En el proceso terapéutico la psicoeducación juega un papel muy importante, ya que si la persona aprende identificar sus emociones y pensamientos negativos le resultará más fácil revertirlos.

Tras un tiempo en terapia, lo habitual es que el paciente se lleve una agradable sorpresa al descubrir que no es la persona amargada que creía y ver que, por fin, puede disfrutar de la vida, experimentar placer y ser optimista respecto al futuro.

La persona con distimia puede volver a disfrutar de la vida

Cuándo acudir al psicólogo

Responde a las siguientes preguntas lo más sinceramente posible:

1. ¿Te sientes habitualmente triste, desesperanzado o con poco ánimo durante varios días o semanas?

2. ¿Estos períodos son interrumpidos por otros en los que te encuentras más o menos bien, aunque esta sensación positiva nunca permanece más de dos meses seguidos?

3. ¿Dejas de disfrutar de tus intereses y actividades durante los períodos depresivos?

4. Cuando atraviesas estos momentos, ¿experimentas…

  • … Dificultad para dormir o, por el contrario, somnolencia continua?
  • … Alteraciones en el apetito?
  • … Poco nivel de energía o fatiga crónica?
  • … Sentimientos inadecuados y baja autoestima?
  • … Poca productividad en el desarrollo de tus actividades?
  • … Dificultad para concentrarte, prestar atención o pensar con claridad?
  • … Abandono de amigos y familiares?
  • … Poco interés a la hora de disfrutar de actividades placenteras?
  • … Irritabilidad y poca paciencia con las personas a tu cargo?
  • … Actitud pesimista hacia el futuro y nostalgia acerca del pasado?
  • … Angustia o lloras y te entristeces con frecuencia?
  • … Ideas recurrentes de muerte y/o suicidio?
  • … Sentimientos de desánimo o inquietud, con bajo nivel de actividad y menor sociabilidad?

Si has respondido Sí a las preguntas 1, 2 y 3, y al menos a tres de los síntomas que corresponden a la 4, sería conveniente que consultases con un profesional.

Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y hablamos más en profundidad sobre ello.

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