Aceptación

Cómo identificar un duelo complicado (y la serie «Katla» puede ayudar)

Cómo identificar un duelo complicado (y la serie «Katla» puede ayudar) 1920 1280 BELÉN PICADO

Existe un dolor para el que nadie está preparado: la muerte de un ser querido. Y, aunque se trata de una experiencia universal, cada uno lo afrontamos de forma diferente. En cualquier caso, transitar este camino es necesario para poder seguir adelante sin esa persona que ya no está. En la mayoría de los casos el proceso avanza de forma natural hasta llegar a la aceptación de la pérdida. Sin embargo, hay circunstancias que lo obstaculizan y lo bloquean hasta desembocar en un duelo patológico (también llamado duelo complicado, duelo inconcluso o duelo no resuelto). Como el tema es muy amplio, en este artículo me centro en las características y en los tipos que hay. Y, para terminar, os hablo de Katla, serie de Netflix que, precisamente, tiene en los duelos inconclusos su tema principal.

El psiquiatra Mardi Horowitz define el duelo complicado como «la intensificación del duelo a un nivel en que la persona está desbordada, recurre a conductas desadaptativas o permanece inacabablemente en este estado sin avanzar en el proceso del duelo hacia su resolución».

En su libro Aprender de la pérdida: Una guía para afrontar el duelo, Robert A. Niemeyer explica  que podemos quedar atascados de muchas maneras: «El duelo puede estar aparentemente ausente, cronificarse o representar una amenaza para nuestra vida». Esto es más probable «en pérdidas traumáticas o cuando se trata de una muerte ‘fuera de tiempo’ o que no está ‘sincronizada’ con el ciclo vital familiar. Es el caso de la muerte de un niño, que priva a sus padres y hermanos no solo de su presencia, sino también del futuro que esperaban que tuviera».

Características del duelo complicado

  • Duración. Cada persona lleva un ritmo diferente a la hora de procesar una pérdida significativa, pero se estima que, por término medio, ese tiempo suele oscilar desde varios meses hasta dos años, aproximadamente.
  • Negación y anestesia emocional. La persona no acepta ni comprende esa pérdida y eso la lleva a una especie de anestesia emocional que le impide llorar o expresar sentimientos de dolor, tristeza y rabia. Además, no puede abrirse a quienes le rodean, le es imposible hablar del fallecido…  Casi todo parece resultarle indiferente. Y es muy posible que si le preguntamos cómo está, nos responda con un escueto “bien” y cambie de tema. Lo que está ocurriendo, en realidad, es que su mente ha puesto en marcha ciertos mecanismos de defensa para protegerse de un dolor demasiado intenso que no puede afrontar.
  • Somatización. La negación de lo ocurrido o la anestesia emocional no impide que el cuerpo refleje las emociones y el estrés que conllevan un proceso de duelo. El cuerpo grita lo que la boca y la mente callan. El duelo no resuelto se manifiesta casi siempre en forma de somatizaciones: insomnio, alteraciones digestivas, dolor muscular, problemas de piel, cefaleas… No es extraño que la persona acuda constantemente al médico, sin ser consciente de que el origen de su malestar físico está en el malestar emocional que no está afrontando.
  • Hipersensibilidad. Es normal que cuando perdemos a alguien importante, su recuerdo nos provoque emociones intensas y difíciles de gestionar, pero poco a poco esa sensibilidad va disminuyendo y vamos acostumbrándonos a una nueva realidad en la que el dolor deja paso a la nostalgia. En el caso del duelo complicado, esa hipersensibilidad se mantiene en el tiempo. Cualquier imprevisto o pequeño problema se vive de manera desproporcionada. El doliente siente que no pueden tomar decisiones ni reflexionar con calma y que todo se le hace ‘un mundo’. Esa sensibilidad extrema no se manifiesta solo cuando se habla de la pérdida, sino en diferentes ámbitos de la vida. Cualquier pequeño contratiempo puede suponer un desafío insuperable.
  • Culpabilización. La culpa es una reacción habitual, pero cuando es desproporcionada en relación al tiempo que se mantiene y a la intensidad, puede dar lugar a un duelo patológico. En realidad, las circunstancias por las que la persona se culpa suelen ser hechos habituales en el día a día. Lo que ocurre es que los magnifica tras la pérdida al pensar que ya nunca podrá saldar esa ‘deuda’.  Incluso es posible que sienta que sus emociones tras el fallecimiento no son todo lo negativas que ‘deberían’. Asimismoo  puede ocurrir que cuando ya comienza a asimilar la realidad, la culpa vuelva en forma de autorreproche por retomar actividades agradables, en definitiva, por seguir viviendo.

Quedarse atrapado en la culpa es una de las características del duelo complicado.

  • Desesperanza. La falta de ilusión por el futuro y la desesperanza pueden adueñarse del doliente, sobre todo si su existencia giraba en torno a la persona fallecida. O si esta era su principal fuente de sostén emocional, social y/o económico. Ante la falta del ser querido, la vida deja de tener sentido y la persona se limita a sobrevivir con el ‘piloto automático’, a dejarse llevar y a sumergirse en una cotidianeidad que para ella ya no tiene sentido.
  • Problemas relacionales. Quien se queda atascado en la rabia y en la negación de la pérdida tiene serias dificultades para mantener una buena relación con el entorno. Además de no encontrar motivación para cuidar sus relaciones, a menudo le falta la paciencia y no es capaz de disfrutar de la familia, la pareja, los amigos e incluso de los hijos.
  • Trastornos mentales. El duelo no resuelto puede favorecer que empeoren trastornos mentales previos o el desarrollo de nuevas psicopatologías, como el trastorno depresivo, ideación suicida, diversas adicciones o trastornos de la conducta alimentaria.
  • Disociación. Mecanismos de defensa como la evitación o la disociación permiten al doliente minimizar su sufrimiento, pero a costa de alterar la capacidad de contactar consigo mismo y con los demás. Alba Payás lo explica en su libro Las tareas del duelo: «La persona se disocia de ese mundo interno y externo que la conecta con recuerdos relacionados con la muerte del ser querido. Pero a la vez se separa también de otras posibles experiencias placenteras relacionadas con la vida y con los que quedan. Esto explica por qué la mayoría de las personas que desarrollan un duelo complicado acaban experimentando la sensación de aislamiento: el sistema defensivo se retroalimenta, fijándose y distorsionando la realidad cada vez más, inhibiendo la espontaneidad, limitando la flexibilidad y alterando la capacidad de relacionarse de una manera sana con uno mismo y con el mundo. El precio de no sentir el dolor del duelo es también cerrarse a la posibilidad de experimentar los cambios necesarios para poder volver a vivir la vida con plenitud».

(Si después de leer este apartado, te sientes identificado o identificada con varias de estas características puedes ponerte en contacto conmigo y te ayudaré a transitar tu duelo)

Tipos de duelo complicado

  • Duelo crónico. Síntomas que al principio son normales, e incluso adaptativos, se prolongan en el tiempo sin que la persona acepte la pérdida. Es habitual en personas con un estilo de apego inseguro ansioso o ambivalente y en situaciones en que existía una acusada relación de dependencia (económica o afectiva). Para evitar el desamparo, el doliente permanece aferrado al vínculo con el fallecido. Le resulta muy difícil realizar tareas cotidianas por sí solo y revive de manera reiterada y acentuada pensamientos o sentimientos dolorosos asociados a la pérdida. También se produce cuando la relación en vida ha sido difícil y ambigua, alternando periodos de enfado con otros de tranquilidad. En este caso, es posible que la persona se vea inmersa en un duelo crónico en el que pasará continuamente del alivio al autorreproche, al resentimiento o a la culpa.
  • Duelo retrasado (inhibido, suprimido o pospuesto). La persona se focaliza en recuperarse y en retomar su vida normal lo antes posible, sin darse el tiempo suficiente para asumir la pérdida. Pasa el tiempo, cree que lo tiene totalmente superado y, de repente, un día sufre otra pérdida o, incluso, vive una experiencia que le conecta con aquel dolor que disoció y ‘enterró’. Entonces, sin poder explicarse por qué, aparecen síntomas totalmente desproporcionados con respecto a lo que le está ocurriendo en el presente. El duelo pospuesto se asocia a personalidades con estilos de apego inseguro evitativo.
  • Duelo intensificado o exagerado. El doliente se siente desbordado por el dolor. Experimenta los síntomas del duelo con una intensidad tan alta que, para evadirse, recurre a conductas desadaptativas. Abusa del alcohol o las drogas, se centra obsesivamente en el trabajo, en salir o en cualquier conducta que le permita sobrellevar la angustia, etc. Todo esto puede llevar a desarrollar trastornos como ansiedad, depresión, adicciones, fobias…

El duelo complicado puede llevar a desarrollar trastornos como ansiedad o depresión.

  • Duelo enmascarado. La persona experimenta síntomas o lleva a cabo conductas que le causan dificultades, pero sin darse cuenta de que están relacionadas con la pérdida. Por ejemplo, puede experimentar síntomas físicos similares a los del fallecido antes de morir, somatizaciones (dolores de cabeza, problemas digestivos, molestias musculares); desarrollar problemas psicopatológicos (ansiedad, trastornos alimentarios); o tener conductas desadaptativas, (depresión inexplicable, abandono de obligaciones, hiperactividad).
  • Duelo desautorizado, silente o prohibido. Son duelos que, pese a conllevar un gran dolor, no están socialmente aceptados y no reciben comprensión por parte del entorno. Es el caso de una pareja homosexual no reconocida públicamente en la que muere uno de sus miembros. O cuando se trata de una relación de amantes. Asimismo, el duelo silente puede darse en la muerte por suicidio, por enfermedades como el sida o por una sobredosis, por ejemplo. En estos casos, familia y amigos pueden experimentar cierta vergüenza y/o culpa y evitar hablar de su pérdida.  El aborto, a veces, también se trata con silencio y secretismo. Si no se ha llegado a comunicar el embarazo, es posible que se oculte todo el proceso para evitar dar explicaciones. Sin embargo, esto hace que no se pueda elaborar el duelo por el hijo perdido.
  • Duelo traumático. Si la muerte es inesperada o traumática (suicidios, homicidios, pérdidas múltiples), el duelo puede verse obstaculizado por un sufrimiento anormalmente intenso. Y también por síntomas propios del trastorno de estrés postraumático: pesadillas, flashbacks o recuerdos intrusivos recurrentes. Todo esto dificulta el proceso, agravando o prolongando la sensación de incredulidad, rabia y enfado e impidiendo la aceptación de la muerte. A esto se añade, a menudo, la presencia de otros trastornos, como ansiedad, trastornos del sueño, depresión, etc.
  • Duelo suspendido o congelado. Cuando no hay un cuerpo que acompañe la certeza de la muerte, como ocurre con los desaparecidos, transitar el camino del duelo es especialmente complicado. En ocasiones, incluso, el proceso puede llegar a prolongarse indefinidamente. Por un lado, el doliente se aferra a cualquier señal que pueda interpretar como una posibilidad de que su ser querido no haya muerto. Por otro, asumir su pérdida definitiva le genera un intenso sentimiento de culpa.

«Katla», una serie sobre duelos no resueltos

La muerte y el duelo siempre han sido temas muy recurrentes en el cine y la televisión. Y este es el caso de la serie islandesa Katla, historia dirigida por Baltasar Kormákur que gira en torno al duelo complicado y la culpa. De hecho, si la habéis visto, seguro que podéis identificar en los personajes algunas de las características y los tipos de duelo patológico que he enumerado más arriba.

En Katla, la mayoría de los protagonistas permanecen encadenados al pasado y a personas que ya no están. Bien porque han muerto o bien porque han experimentado un drástico cambio en su propia identidad. En cualquier caso, dichos personajes no son capaces de completar el duelo correspondiente. (A partir de aquí encontraréis algún spoiler)

Van a ser unos seres a los que llaman «suplantadores» (versiones de familiares fallecidos e, incluso, dobles de personas que siguen vivas) los que irán apareciendo para ayudar a los humanos a afrontar sus duelos inconclusos. Y, de paso, deshacer el nudo que aprisiona su vida y les impide seguir adelante. Es el caso, por ejemplo, de Grima. Siendo niña presenció, junto a su hermana Asa, el suicidio de su madre. Ya adultas, Asa desaparece y, desde ese momento, su hermana se sume en una profunda depresión incapaz de asumir su pérdida. Muy posiblemente el duelo por su hermana está sacando a la luz otro duelo no resuelto, el del suicidio de su madre.

Al duelo no resuelto de Grima por el suicidio de su madre se suma la incapacidad para aceptar la muerte de su herman.

Grima primero recibirá la visita de la suplantadora de Asa, que le ayudará a aceptar la muerte de su hermana. Y luego será su propio doble quien le mostrará que es posible seguir adelante y vivir en paz con sus muertos.

La serie también muestra otras historias. Como la de un matrimonio destrozado y al borde del divorcio que no es capaz de superar la muerte de su hijo.

El proceso para desbloquear un duelo inconcluso pasa por contactar, comprender y aceptar el dolor que se ha quedado atascado dentro de nosotros. Haciendo un paralelismo con los «suplantadores» de Katla, es como si una parte de nosotros tuviese que surgir de lo más profundo de nuestro mundo interno y hacerse notar para que tomemos conciencia de que tenemos un asunto pendiente que resolver, un trauma que sanar. Y solo contactando con esa parte y escuchando lo que nos quiere decir podremos finalizar el proceso y seguir adelante con nuestra vida.

(Si queréis profundizar en la relación entre la serie Katla y los duelos inconclusos, os recomiendo leer este post de Jaume Cardona en el blog Cine y psicología)

El selfie puede ser una eficaz herramienta de autoconocimiento.

El selfie como terapia y herramienta de autoconocimiento

El selfie como terapia y herramienta de autoconocimiento 1920 1281 BELÉN PICADO

Vincent Van Gogh, Frida Kahlo, Picasso… A lo largo de la Historia del Arte han sido numerosos los artistas que han recurrido a los autorretratos como una forma de mostrar cómo se sentían, expresar sus emociones o lidiar con sus demonios internos. Este uso, terapéutico y sanador, también puede generalizarse a los autorretratos fotográficos, incluidos los que se hacen con la cámara del móvil. Ya sé que los selfies no están muy bien vistos por algunos sectores. Sin embargo, pese a su mala fama no siempre son síntoma de narcisismo, vanidad, exhibicionismo o postureo. A veces, incluso, hay que ver también el selfie como terapia y como herramienta de autoconocimiento.

Los orígenes de la fotografía terapéutica se remontan a la década de los ochenta. En esos años, a la fotógrafa británica Jo Spence se le ocurrió la idea de convertir su arte en una herramienta para visibilizar diversos procesos personales y sociales. Uno de estos trabajos fue realizar una serie de autorretratos en los que mostraba su lucha contra el cáncer de mama.

Fotografía y salud mental

Son muchos los fotógrafos que han visto en el autorretrato un modo de sanar emocional y mentalmente. La fotógrafa estadounidense Samantha Geballe, por ejemplo, ha recurrido a esta modalidad para reflejar de forma honesta y conmovedora (y también cruda) su ansiedad y su dificultad para aceptar su cuerpo. «Mi trabajo se centra en el retrato conceptual, lo que permite la exploración de las emociones humanas desde dentro hacia fuera. Estoy trabajando en una serie de autorretratos centrados en la imagen corporal y la salud, que reta a los espectadores con la pregunta ¿De qué forma te aceptas a ti mismo?», expresa a propósito de su trabajo.

Por otra parte, Broken Light Collective es un proyecto internacional que reúne a fotógrafos de todo el mundo. Son profesionales con diversos trastornos mentales (esquizofrenia, depresión, trastorno límite de la personalidad, etc.) que en cierto momento de sus vidas encontraron en la fotografía una efectiva forma de terapia.

A menudo el autorretrato se ha utilizado como un modo de canalizar emociones difíciles.

Un vehículo de expresión

Igual que hay personas a las que resulta más fácil comunicarse a través de la música o el dibujo que por medio de la palabra, también hay quienes encuentran en la fotografía un mejor vehículo de expresión. A través del autorretrato podemos desahogarnos, mostrar cómo nos sentimos o canalizar emociones complicadas de aceptar como la vergüenza, la tristeza o la ira. El autorretrato nos ayuda a reflexionar sobre nuestra propia identidad, a aceptarnos a nosotros mismos y también a vernos desde otras perspectivas diferentes a las que estamos acostumbrados.

No me parece descabellado establecer un paralelismo entre el autorretrato y escribir un diario. En el diario, cada una de las palabras que escribimos va dejando pistas sobre lo que esconde nuestro mundo emocional. Del mismo modo, en el autorretrato, con cada disparo de nuestra cámara (o de nuestro móvil) también estamos inmortalizando, sin quererlo, una parte de nuestra intimidad y de ese mundo emocional.

En ambos casos, es posible que al principio empecemos escribiendo o fotografiando aquello que buscamos de  forma consciente y voluntaria. Pero, si dejamos a un lado el control y nos dejamos fluir, siempre habrá un momento, tanto con las palabras como con las imágenes, en el que acabaremos reflejando nuestra verdadera esencia. Aspectos que a menudo permanecen ocultos incluso para nosotros.

La cara más favorecedora del selfie

Aunque es cierto que muchos profesionales reniegan de la democratización del autorretrato a través de las cámaras incrustadas en los móviles, a nivel terapéutico y bien utilizados los selfies pueden constituir un buen instrumento de autoconocimiento. A través de él, tenemos la oportunidad de expresar quiénes somos, fantasear con quiénes queremos ser y elegir cómo mostramos al mundo. Incluso el ángulo desde el que nos tomamos la foto ya constituye una forma de comunicación no verbal. Por otra parte, el hecho de poder decidir qué imagen mostrar, también aporta cierta sensación de control.

Hacerse selfies no es algo malo en sí mismo, ni tiene por qué indicar que existe un trastorno mental. Es más, puede tener efectos positivos, como se desprende de un estudio realizado en la Universidad de California y publicado en la revista especializada Psychology of Well-Being. Durante cuatro semanas 41 estudiantes, de entre 18 y 36 años, tuvieron que hacer tres tipos de fotos. Una modalidad era hacerse un selfie todos los días mientras sonreían. Otra, fotografiar algo que les hiciera felices. Y la tercera, fotografiar algo que pensaran que haría feliz a alguien (imagen que luego deberían enviar a esa persona). A cada participante se le asignó al azar un tipo de fotos y, finalizado el experimento, los investigadores vieron que los estados de ánimo positivos habían aumentado en los tres grupos.

Algunos de los voluntarios que se habían hecho los selfies comentaron que se sentían cada vez más seguros y cómodos con sus fotos sonriendo. Los que fotografiaron los objetos que les hacían felices se volvieron más reflexivos y agradecidos. Y los que tomaron las instantáneas para hacer felices a los demás, además de sentirse más tranquilos, explicaron que el hecho de conectar con sus amigos y familia les había ayudado a aliviar el estrés.

Selfie como terapia y autorretrato terapéutico

Si conseguimos combinar los conceptos «selfie» y «autoconocimiento», el resultado puede ser muy terapéutico y esclarecedor. Además de utilizar las autofotos  como una forma de mostrarnos a los demás, también constituyen una herramienta para conocernos mejor y encontrar en nosotros mismos la mirada de aceptación que a veces buscamos en otros.

La fotógrafa Cristina Núñez ha creado un método de trabajo terapéutico basado en su propio proceso personal, al que denomina The Self-Portrait Experience. Ella misma comenzó a hacerse autorretratos para sentirse mejor y superar una complicada adolescencia. «Para mí fue una especie de autoterapia para superar mis problemas de autoestima. Encontré una manera de expresar lo que realmente necesitaba y de compartir con los demás mi propia vulnerabilidad. El hecho de fotografiarme a mí misma en diferentes estados emocionales, en fotos que no me gustan, y mostrarlas supuso para mí un refuerzo muy positivo», cuenta en esta entrevista.

En los autorretratos que propone Cristina no hay filtros ni postureo. Solo están la cámara y la persona, con sus emociones y sus inseguridades. Y es en esa soledad cuando lo inconsciente se hace real, hasta el punto de que en ocasiones es complicado reconocerse uno mismo una vez que se ve el resultado. Es una manera diferente de mirarnos y de aprender a aceptarnos a la vez que mejoramos nuestra autoestima. Al fin y al cabo, no solo estamos hechos de sonrisa y amabilidad. También llevamos dentro miedos, frustraciones e inseguridades. Y atrevernos a mostrarnos así de vulnerables nos hace todavía más valientes y auténticos.

Por suerte, no necesitamos una cámara fotográfica profesional para este trabajo de profundización interior. También a través de la cámara del móvil podemos jugar a experimentar. Por ejemplo, combinando selfies actuales con imágenes del pasado o elaborando un diario fotográfico compuesto de autofotos en diferentes circunstancias. O realizando collages con imágenes en las que nos atrevamos a mostrar las emociones que más tememos y que tanto nos cuesta exteriorizar. En pocas palabras, utilizar los selfies para explorar nuestras luces, pero también para acercarnos a nuestras sombras.

Con los selfies podemos explorar nuestras luces y acercarnos a nuestras sombras.

Cómo saber si nos estamos ‘pasando’ con los selfies

Como en todo, en el término medio está la virtud. ¿Cuándo se convierte el selfie en un hábito nocivo o, lo que es lo mismo, en ‘selfitis’? Pues deberíamos empezar preocuparnos si nos pasamos el día autofotografiándonos continuamente y subiendo las imágenes de forma compulsiva a las redes sociales. O también si somos incapaces de subir una foto sin antes haber hecho toda suerte de retoques o haber aplicado filtros y más filtros que enmascaren nuestros ‘defectos’. Igualmente es mala señal estar pendientes de los ‘likes’, hasta el punto de angustiarnos si no recibimos la retroalimentación o el feedback que esperamos.

La tecnología y las redes sociales están ahí y ahí van a seguir. Igual que ya había personas obsesionadas con su imagen mucho antes de la llegada de los selfies. Así que aprendamos a hacer un uso responsable de ellos (y enseñemos a nuestros hijos), sin llegar tampoco al extremo de demonizarlos.

Está bien jugar y experimentar, pero sin perder nunca de vista la diferencia entre el mundo real y el virtual.

 

La escucha activa exige concentración, empatía y mucha práctica.

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca 1920 1166 BELÉN PICADO

Recordad por un momento vuestra última conversación con vuestra pareja, un compañero de trabajo o un amigo. ¿Diríais que realmente le escuchasteis? ¿O estabais más pendientes de la respuesta o el consejo que ibais a dar a continuación? ¿Sois de lo que escucháis hasta el final o interrumpís con frecuencia para dar vuestra opinión? Escuchar con conciencia plena y centrados en lo que nos cuenta el otro no es tarea fácil. La escucha activa exige concentración, empatía y un alto grado de compromiso con la persona que está hablando. Y práctica, mucha práctica.

Cuando escuchamos a alguien de manera activa y consciente estamos prestando atención a lo que está diciendo y, a la vez, conectando con las emociones y los pensamientos que subyacen a su mensaje para conocer realmente cómo se siente. Pero la escucha activa también es:

  • Dejar claro a a la persona que nos está comunicando algo que realmente le estamos atendiendo y comprendiendo.
  • Esforzarnos por centrar toda nuestra atención en aquello que nos está comunicando.
  • Mostrar disponibilidad y verdadero interés por quien habla.
  • Practicar la empatía y ser capaces de ponernos en el lugar de nuestro interlocutor.
  • Recibir sus palabras sin juzgar y haciéndole ver que hemos entendido lo que pretendía comunicarnos (estemos, o no, de acuerdo).
  • Uno de los ingredientes básicos de la inteligencia emocional y del crecimiento personal.

¿Por qué nos cuesta tanto?

La falta de comunicación de la que nos quejamos tan a menudo se debe en gran parte a que no sabemos escuchar. Cuántas veces hacemos como que escuchamos cuando en realidad estamos pensando en otra cosa. O hablamos con alguien a la vez que miramos el móvil o la pantalla del ordenador. Y así la comunicación es imposible.

Escuchar requiere, en muchas ocasiones, más esfuerzo del que hacemos al hablar. Y no siempre estamos dispuestos a ello. De hecho, a nivel cerebral estamos programados para hablar. Es más, hay estudios que demuestran que obtenemos mayor placer cuando hablamos que cuando escuchamos. Una de estas investigaciones se llevó a cabo en la Universidad de Harvard y los responsables de la misma encontraron que cuando hablamos de nosotros mismos se activan zonas cerebrales relacionadas con las sensaciones placenteras y los estados motivacionales asociados a estímulos como el sexo y la buena comida.

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir. O pensamos que como nosotros estamos en posesión de la verdad absoluta y el otro está equivocado no merece la pena prestarle demasiada atención.

Otras veces creemos, equivocadamente, que hablando vamos a ejercer más influencia que escuchando. Por ejemplo, damos por hecho que, para caer bien, tenemos que ser interesantes e impresionar al otro. Esto, a menudo, nos lleva a hablar de nosotros sin parar cuando, en realidad, lo que deberíamos hacer es escuchar más. Si quieres causar buena impresión, interésate por lo que el otro tiene que contarte, consigue que se sienta especial. ¿Alguna vez os ha pasado que habéis tenido una primera cita y la otra persona se ha dedicado todo el tiempo a enumerar sus virtudes sin haceros una sola pregunta sobre vosotros? A mí me ha ocurrido más de una vez y nunca he querido repetir.

Tampoco facilita la escucha elegir un mal momento para hablar. Por ejemplo, intentar mantener una conversación en un lugar donde otros pueden interrumpirnos, o cuando no hay tiempo suficiente para profundizar en lo que nos queremos decir.

En su libro El arte de saber escuchar, el filósofo Francesc Torrealba explica: «Escuchar es olvidarse de las propias preocupaciones para dar protagonismo al otro. Es un acto de generosidad y humildad que requiere trascender el ego. Estamos tan apegados a nuestro ego, que el otro se convierte en un ser extraño, un ente que habita en un universo paralelo».

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir.

Diferencias entre oír y escuchar

¿Te ha pasado alguna vez que alguien te está contando algo y de repente notas que pierdes el hilo y que tu pensamiento se va a otro lado? Sin embargo, sigues oyendo la voz de esa persona… Para que la comunicación sea efectiva, no basta solo con oír; también tenemos que escuchar. El diccionario de la Real Academia Española ya nos da una pista:

  • Oír: «Percibir con el oído los sonidos».
  • Escuchar: «Prestar atención a lo que se oye».

La diferencia entre ambos términos está, básicamente, en la intencionalidad y en el poner conciencia y atención. Escuchar es un acto intencional que tiene por objetivo comprender al otro. Por otro lado, escuchar implica un esfuerzo que no es necesario para oír y tiene una connotación activa al contrario que oír, que es un acto pasivo.

Beneficios de la escucha activa

  • Contribuye a evitar malentendidos y, por tanto, facilita la resolución de conflictos.
  • Mejora la autoestima de quien habla al sentirse valorado y percibir que lo que dice es importante para el oyente.
  • Aumenta el nivel de empatía que se tiene hacia las demás personas.
  • Fortalece las relaciones. La corriente de confianza que se crea con la escucha activa ayuda a crear nuevos vínculos y a fortalecer los que ya están establecidos. En este sentido, lo que damos repercutirá en nosotros.
  • Mejora el nivel de inteligencia emocional. Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman saber escuchar es una de las principales habilidades de las personas con altos niveles de inteligencia emocional.

Escuchar con todo el cuerpo

Para una buena escucha activa no basta con aguzar el oído, hay que poner todo el cuerpo al servicio del proceso. El lenguaje no verbal es tan importante como el verbal.

  • Establece contacto visual. Mirar a tu interlocutor le transmitirá que estás prestándole atención y te interesa lo que te está contando.
  • Sonríe. Una leve sonrisa en determinados momentos favorecerá la empatía y que la otra persona interprete que su mensaje está siendo bien recibido. Esto, a su vez, le dará confianza y la animará a proseguir. Además, crearás un clima distendido entre ambos.
  • Presta atención a tu postura corporal. Por lo general, cuando escuchamos activamente tendemos a inclinarnos ligeramente hacia adelante. Procura también mantener una postura abierta, evitando cruzar los brazos.
  • Actúa de espejo. El reflejo automático o ‘mirroring’ consiste en imitar los gestos y expresiones de quien habla e indica que estamos en sintonía con sus sentimientos y atentos a lo que nos explica. Además, favorece la empatía. Eso sí, siempre y cuando se realice con discreción y de forma muy sutil. De hecho, si realmente estás escuchando lo más probable es que ya lo estés haciendo de forma inconsciente.

La importancia de las emociones

La escucha activa requiere que no nos conformemos con lo que nuestro interlocutor está expresando explícitamente. Si queremos captar en profundidad lo que intenta transmitirnos tenemos que prestar atención a la emoción que hay detrás de lo que está diciendo y validarla. Esa será una de las mayores demostraciones de empatía e implicación.

Del mismo modo, debemos acoger sus emociones si las expresa abiertamente o se siente invadido por ellas, por ejemplo, a través del llanto. En estos casos, evitemos frases como «No es para tanto», «Mejor, vamos a cambiar de tema» o «No llores, anímate». En numerosas ocasiones, este tipo de expresiones no van destinadas a aliviar al otro sino a librarnos de nuestra propia incomodidad. Simplemente, escuchemos y aceptemos sus emociones, como hace el personaje de Tristeza en esta escena de la película Inside Out (Del Revés).

Cómo ser un buen escuchador

La escucha activa es una habilidad que requiere práctica y, sobre todo, estar dispuestos a aceptar otras opiniones y otras formas de pensar con empatía y humildad.

  • Ponte en su lugar. Mientras tu interlocutor habla, intenta ponerte en su lugar y entender su postura. Esto no supone necesariamente compartir sus opiniones ni justificar o aprobar su comportamiento. Simplemente, acéptalo sin juicios y trata de comprender qué motivaciones, necesidades y expectativas le han llevado a pensar y a hacer las cosas como las hace.
  • Apaga el móvil. Evita las distracciones y busca un tiempo y espacio adecuados para mantener una conversación. Si no se dan las condiciones idóneas o tú no te sientes con la disposición mental adecuada es mejor que te sinceres con la otra persona y pospongáis vuestra charla.
  • Utiliza palabras de refuerzo. Alguna palabra o frase positiva pueden afianzar a quien habla al transmitirle que estamos dedicándole toda nuestra atención y validando su punto de vista. Pero tampoco hay que utilizarlas en exceso o perderán su efecto. Si, además, asentimos mientras el otro habla mucho mejor.
  • Parafrasea. Cuando verificamos o repetimos con nuestras propias palabras lo que nuestro interlocutor acaba de decir conseguimos dos cosas: transmitirle que estamos atentos y asegurarnos de que hemos entendido bien. No podemos obviar que, a veces, nuestras creencias personales o ciertas suposiciones y juicios pueden distorsionar lo que escuchamos. Igualmente útil es preguntar para clarificar la información y resumir de vez en cuando lo que hemos escuchado.
  • No tengas miedo a los silencios. Los silencios dan tiempo a pensar y a encontrar las palabras precisas, así que no niegues ese derecho a tu interlocutor y frena tus ganas de intervenir antes de tiempo. Del mismo modo, si no sabes qué decir, antes de hablar por hablar es preferible que permanezcas callado. Lejos de ser incómodo, bien utilizado el silencio anima a seguir hablando.
  • Si te distraes, admítelo. Todos podemos distraernos un momento, así que no te preocupes si pierdes el hilo de la conversación. Simplemente, admítelo y pide a tu interlocutor que repita lo que estaba diciendo.
  • Evita juzgar. Cuando alguien nos habla acerca de lo que piensa o siente, su modo de percibir la realidad no necesariamente tiene que coincidir con el nuestro. Por ello es tan importante evitar cualquier juicio. Menospreciar, reprochar o minusvalorar las palabras de nuestro interlocutor solo nos llevará a perder la objetividad y a que la otra persona opte por no decir nada por miedo a ser juzgada. Seamos tolerantes, flexibles y aceptemos plenamente lo que dice el otro.
  • Resiste la tentación de dar consejos. La mayoría de las veces cuando una persona nos está contando algo que le ha ocurrido o que le preocupa, no está buscando consejo ni opinión. Lo hace, sobre todo, para desahogarse y porque necesita sentir que hay alguien a su lado para escucharla. Si no te lo pide expresamente, evita esos consejos que, probablemente, estarán basados en tu propia experiencia y no en la suya. A menudo creemos que no ofrecer nuestros consejos es sinónimo de desinterés o de falta de implicación. Y no es así. Al escuchar al otro, estamos favoreciendo que pueda escucharse a sí mismo, reflexionar y extraer sus propias conclusiones.
  • No interrumpas. Es tremendamente molesto que te interrumpan y no te dejen terminar de decir lo que quieres, pero por desgracia también es algo que cada vez está más normalizado (no hay más que ver algunos debates y tertulias en radio o televisión). La escucha activa implica no interrumpir a la otra persona mientras habla a menos que sea absolutamente necesario. Por ejemplo, si lo que le vas a decir es sumamente importante o necesitas pedir que te repita algo porque no entendiste bien. Cuando interrumpimos a alguien, implícitamente le estamos mostrando que no nos interesa lo que nos está contando y que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo suyo.

La escucha activa implica resistir la tentación de dar consejos y de juzgar al otro.

Si has llegado hasta aquí, seguro que ya tienes la respuesta a la pregunta del título. En caso de que no sea así, te dejo con esta sabia frase de Epícteto:

«Nacemos con dos oídos y una boca por una razón: para escuchar el doble de lo que hablamos»

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Un libro

Momo. La protagonista de este libro de Michael Ende es una niña con un don muy especial: saber escuchar. El autor define así a este entrañable personaje: «Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.  Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres…».

Aprender a regular el dolor crónico es posible.

Cerrar la puerta al dolor crónico para vivir mejor (teoría de la compuerta)

Cerrar la puerta al dolor crónico para vivir mejor (teoría de la compuerta) 1270 1118 BELÉN PICADO

El dolor, aunque desagradable, es tan necesario para la supervivencia como lo es el hambre o la sed. Funciona como una señal de alarma que envía el organismo al cerebro cuando detecta que se ha producido una lesión o que algo no funciona correctamente. Por ejemplo, el dolor que sentimos cuando nos quemamos nos empuja a retirar la mano del fuego. Sin embargo, el dolor no siempre es adaptativo. Y este es el caso del dolor crónico.

Mientras que el dolor agudo tiene una función clara (avisarnos de que algo no va bien), el dolor crónico es más complejo y difícil de tratar. Puede prolongarse más allá de la curación de la enfermedad o herida (lumbalgia), aparecer y desaparecer de forma recurrente sin guardar relación con ninguna causa orgánica conocida (migrañas) o producirse a causa de una patología conocida pero difícil de tratar (artritis, dolor oncológico…). Además de no tener ninguna función protectora, a menudo está asociado a importantes alteraciones psicológicas, como depresión o ansiedad, e impide a quien lo sufre llevar una vida normal.

La buena noticia es que se puede cerrar la puerta al dolor y aprender a vivir, pese a él. Teniendo en cuenta que cada uno lo vive de modo diferente, incluso la misma persona lo experimenta de forma distinta según el momento, se trata de conocer qué cosas puedes hacer tú para aprender a modular tu dolor. Para ello, os voy a explicar en qué consiste la teoría de la compuerta.

Pero antes, vamos a descubrir cómo son los mecanismos del dolor…

Cómo experimentamos el dolor

Se suele pensar que el dolor se genera en los órganos, en los huesos, en los músculos o en los tejidos. Sin embargo, lo cierto es que se produce en el cerebro. El dolor no es dolor hasta que nuestro cerebro procesa la información sensorial que recibe del cuerpo y la valora en función de las sensaciones físicas, pero también de las emociones, las creencias y nuestras experiencias previas. Esto significa que las mismas señales sensoriales pueden traducirse como dolor, o no, en función de cómo se procesen cuando la información llega al cerebro.

Todo empieza cuando los nociceptores, unos receptores que tenemos repartidos por el cuerpo, captan un estímulo nocivo. A través de las fibras nerviosas a las que están unidos, esa información emprende su camino con destino a la médula espinal y al cerebro.

Al llegar al cerebro esa información se reenvía a tres zonas: la corteza somatosensorial, relacionada con las sensaciones físicas; el sistema límbico, en el que se experimentan las emociones; y la corteza prefrontal, donde se forma el pensamiento.

También es posible que, en ocasiones, se produzca una respuesta refleja al alcanzar la médula espinal y la señal sea inmediatamente reenviada por los nervios motores hasta el punto original del dolor, provocando la contracción muscular. Esto puede observarse en el reflejo que provoca pisar un objeto punzante o tocar algo caliente.

El dolor se produce en el cerebro.

Ilustración incluida en la obra de Descartes «Traite de l’homme» (Tratado del Hombre).

La teoría de la compuerta

La teoría de la compuerta fue formulada por el psicólogo Ronald Melzack y el neurocientífico Patrick Wall en 1965. Básicamente afirma que la presencia de estímulos no dolorosos puede bloquear o reducir la sensación dolorosa, evitando que viaje al sistema nervioso central.

Para entenderlo mejor, vamos a visualizar la sensación de dolor, ya captada por los nociceptores, viajando por las fibras nerviosas hacia a la médula espinal (como hemos visto el apartado anterior). Junto a esas fibras, más finas, hay otras más gruesas que llevan información con otro tipo de sensaciones como el tacto o la presión. Y ahora, justo antes de que ambos tipos de fibras alcancen la médula para seguir su viaje hasta el cerebro, imaginemos una serie de compuertas. Pues bien, cuanta mayor sea la actividad de las fibras grandes comparadas con las fibras finas las compuertas se cerrarán y, en consecuencia, la persona percibirá menos dolor. Esto explicaría por qué disminuye el dolor cuando el cerebro está experimentando una sensación de distracción o se produce simultáneamente un estímulo táctil (frotarse la mano después de darse un golpe).

Esto significa que gracias a estas compuertas podemos aumentar nuestra sensación de control y reducir el sufrimiento que nos produce el dolor crónico.

Factores físicos, emocionales, psicológicos y sociales

A continuación, os enumero algunos factores que contribuyen a que se cierre o se abra la compuerta del dolor:

  • Factores físicos. Abren la compuerta y, por tanto, incrementan el dolor: la tensión muscular, un nivel de actividad física inapropiado (forzar demasiado o no moverse nada), posturas inadecuadas, hipersensibilización de la zona dolorida, intensidad de la señal de dolor, gravedad o extensión de la lesión. Por el contrario, los factores físicos que cierran la compuerta y contribuyen disminuir el dolor: medicación específica, práctica de ejercicio adecuado, masajes. Aquí estarían incluidas muchas de las cosas que hacemos, la mayoría de manera automática, para aliviarnos. Entre ellas, frotar una zona o sacudirla después de un golpe, soplar cuando nos quemamos o acariciar a un niño que se ha dado un golpe mientras le cantamos «Sana, sana, culito de rana…».
  • Factores emocionales. Abren la compuerta: ansiedad, altos niveles de estrés, centrarse en la tristeza y/o la soledad, depresión, ira, miedo, inquietud y todo tipo de emociones negativas. Cierran la compuerta: la aceptación, la alegría, la esperanza, la ilusión, una actitud positiva.
  • Factores psicológicos. Abren la compuerta: pensamientos de impotencia, focalizar la atención o los pensamientos en el dolor, pensamientos catastrofistas, aburrimiento, mantener un estilo de comunicación inadecuado. Aquí incluiríamos la atribución que se hace al dolor. Por ejemplo,  la intensidad de un dolor en el pecho que asocias a una indigestión será diferente que si crees estar sufriendo un infarto. Aun siendo el mismo dolor, la intensidad no será la misma. La sensación de falta de control sobre el dolor es otro factor que influye en cómo se percibe («El dolor controla mi vida»). Cierran la compuerta: pensamientos positivos o distractores, ejercicios de relajación, implicación en alguna actividad placentera, distracción (si me pillo un dedo con la puerta y a los pocos minutos alguien me habla la intensidad del dolor será menor que si vuelvo a centrarme exclusivamente en lo mucho que me duele).
  • Factores sociales. Abren la compuerta: aislamiento, actitud conflictiva, falta de apoyo, falta de confianza en el entorno social (cuidadores, médicos, familia, amigos). Cierran la compuerta: sentirse comprendido, establecer y mantener relaciones interpersonales de calidad, apoyo social, reforzar vínculos familiares y de amistad.

En la percepción del dolor influyen factores físicos, emocionales, psicológicos y sociales.

Entonces, ¿cómo podemos cerrar la puerta al dolor?

Hasta ahora hemos visto que lo que sentimos, la actitud que tenemos y cómo nos comportamos influye, y mucho, en cómo percibimos el dolor. Así que ahora vamos a ver qué podemos hacer nosotros para regularlo y cerrar la compuerta.

  • Conocer y entender nuestro dolor. La información es poder, así que cuanto mejor conozcas tus sensaciones dolorosas, mejor podrás lidiar con ellas. Aprender cómo funciona el mecanismo del dolor y qué lo desencadena te dará una mayor sensación de control y te ayudará a afrontarlo y a seguir adelante con tu vida.
  • Aceptar, que no resignarse. Aceptar el dolor crónico es tomar conciencia de las limitaciones que conlleva, pero eso no quiere decir quedarse anclado en el sufrimiento y en la resignación. En realidad, la aceptación contribuye a habituarnos al dolor y, por tanto, a hacerlo más tolerable. Además, al habituarnos a él, también disminuye la ansiedad, el miedo y la depresión.
  • Y si sientes que no te comprenden, acéptalo también. Una de las características del dolor es su subjetividad. Cuando algo nos duele, cada uno lo sentimos e interpretamos de forma personal. Todos tenemos un umbral del dolor y una tolerancia diferente, así que nadie puede llegar a comprender del todo tu dolor, aunque lo intente. A esta subjetividad también contribuyen los recuerdos de cada uno relacionados con el dolor, que también moldean nuestra experiencia.
  • Aprende a manejar tus emociones. Los sentimientos de frustración, tristeza, ira, estrés, inutilidad, impotencia, etc., influyen notablemente en la autoestima y en la percepción del dolor, así que cuanto antes aprendas a gestionarlos, mucho mejor.
  • Practica el autocuidado. Retomar tareas que te resulten agradables y animarte a realizar alguna actividad física que se adapte a tu situación favorecerá una mayor sensación de control sobre tu cuerpo y una mejor conexión contigo mismo. Eso sí, evita sobreesfuerzos y no ‘fuerces la máquina’. Una dieta saludable, una adecuada higiene del sueño y cuidar las relaciones sociales también te ayudarán a cerrar la compuerta.
  • Apúntate al Mindfulness. A través de la atención plena, aprende a observar la experiencia de dolor sin juzgarla, sin reaccionar a ella, trabajando la conciencia sobre tus sensaciones físicas, disminuyendo la hiperalerta y favoreciendo un estado de equilibrio emocional.

El autocuidado es esencial para sobrellevar el dolor crónico.

Cómo te puede ayudar el psicólogo

El hecho de que el dolor tenga un importante componente psicológico no quiere decir que te lo inventes. Solo que hay mecanismos que contribuyen a mantenerlo e, incluso, a empeorarlo. A continuación te cuento cómo puede ayudarte iniciar un proceso terapéutico con un profesional de la psicología.

En primer lugar, es necesario comprender el origen de tu dolor desde un punto de vista cognitivo y emocional, elaborar una ‘biografía’ de ese dolor e indagar en el mensaje que tiene para ti. Si tu síntoma pudiera hablarte, ¿qué mensaje crees que te daría? ¿Qué estaba pasando en tu vida cuando llamó a tu puerta?. Cuando te caías o te hacías daño en tu infancia, ¿cómo reaccionaban tus figuras de apego?

Asimismo, hay que abordar los síntomas ansiosos o depresivos, si los hay; trabajar la gestión de emociones como la ira o el miedo; y aprender técnicas de relajación y respiración, así como sustituir esas creencias negativas que mantienen abiertas las puertas al dolor por pensamientos más adaptativos.

Durante el proceso de terapia también es preciso traer a la consciencia las ganancias secundarias que obtenemos ‘manteniendo’ el dolor. ¿Qué podrías perder si desapareciese? A menudo, están asociadas a las necesidades que no fueron cubiertas a través de un apego seguro. A veces, cuando la persona no se sintiese vista, el dolor se convirtiera en una manera de hacerse ver a través del síntoma.

Son varios los beneficios que se obtienen, en la mayoría de los casos de modo inconsciente. Entre ellos, el afecto de la familia, el cuidado, el descanso, evadir determinadas situaciones, que te dejen tranquilo, que te hagan la compra, que tus hijos te llamen más a menudo, tener un tema fácil de conversación, no salir de casa, no tener relaciones sexuales, etc. Muchas veces lo que hace la persona es buscar, a través de la enfermedad o el dolor, una identidad que siente que no tiene.

El dolor crónico a menudo está asociado con una historia de trauma complejo, por ejemplo, con el abuso sexual en la infancia, con el abuso físico, o con otras experiencias adversas de la vida. Cuando la persona ha vivido algún trauma que no ha sido adecuadamente procesado o asimilado es muy probable que lo somatice en forma de dolor. Procesar esas experiencias a través de la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR) ayudará a resolver el conflicto y también a que el dolor desaparezca. La hipnosis, por su parte, también puede ayudar al incidir directamente en los mecanismos psicológicos de percepción del dolor.

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Vídeo: El dolor se produce en el cerebro. En este vídeo publicado por la Sociedad Española del Dolor se explica de un modo muy sencillo cómo se produce el dolor y qué podemos hacer para reducirlo.

Libro. Permiso para quejarse: Lo que el dolor cuenta de ti. El neurólogo Jordi Montero, referente en el estudio y tratamiento del dolor crónico, habla sobre la necesidad de expresar el dolor y también sobre la estrecha relación que tiene con las emociones.

(Si después de leer este artículo, consideras que necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto conmigo; estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Identificar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes 1920 1316 BELÉN PICADO

¿Compartirías tu momento más vergonzoso con otras personas? ¿Cómo te sientes cuando tienes que exponer un trabajo o un informe en clase o en el trabajo? Si al pensar en ello experimentas miedo, vergüenza, inseguridad o ansiedad es probable que se deba a que son situaciones en las que te sientes vulnerable. Tendemos a relacionar el término vulnerabilidad con debilidad, vergüenza, incomodidad o con la sensación de sentirnos desprotegidos. Nos sentimos así, por ejemplo, cuando compartimos con alguien un aspecto difícil de nuestra vida, cuando exponemos nuestros sentimientos sin saber qué respuesta vamos a recibir, cuando nos enfrentamos a un reto por primera vez… Estamos educados para fingir que somos fuertes y podemos con todo y tememos que nos rechacen si flaqueamos o que alguien pueda utilizar cualquier posible ‘debilidad’ en nuestra contra. Ahora lo que tenemos que aprender es que la vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Atreverse a arriesgar

Según el diccionario de la Real Academia Española, una persona vulnerable es alguien «que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente». Así que, si nos atenemos al significado literal, todos somos vulnerables, por mucho que nos empeñemos en ocultarlo.  A todos pueden herirnos. Pero el concepto de vulnerabilidad es mucho más amplio que esta escueta y limitada definición.

Para Brené Brown, socióloga e investigadora estadounidense, ser vulnerable es «atreverse a arriesgarse». Arriesgarnos a dejar de fingir que somos los más fuertes y no nos afecta nada; a decir «te quiero» primero, sin saber cuál va a ser la respuesta de la otra persona; a involucrarnos en una relación (de cualquier tipo) que puede funcionar… o no. En resumen, ser vulnerable es atrevernos a quitarnos la máscara y mostrarnos como somos, con nuestros miedos, nuestra vergüenza y nuestras inseguridades.

Pero conseguir esto no es fácil. En su libro El poder de ser vulnerable, Brown explica que nosotros mismos creamos escudos para ‘protegernos’ de las situaciones en las que podemos sentirnos vulnerables. En primer lugar, nos protegemos de la dicha al no permitimos sentir mucha alegría por miedo a que en cualquier momento algo salga mal. Además, insistimos en alimentar el perfeccionismo como forma de evitar la vergüenza de cometer un error. Y, por si esto fuera poco, nos anestesiamos emocionalmente a través de cualquier cosa que nos libre del dolor, la incomodidad y el sufrimiento (abuso de sustancias como alcohol o drogas, comida en exceso, trabajo en exceso…).

Ser vulnerable es atreverse a arriesgarse.

Vulnerabilidad no equivale a debilidad

Cuando nos pasamos la vida ocultando nuestra propia vulnerabilidad y vemos que otras personas no son capaces o no quieren ocultar ni reprimir sus emociones es fácil sentir rechazo por ellas. En vez de apreciar que se atrevan a mostrarse como son, dejamos que nuestros miedos e inseguridades se transformen en juicios y críticas.

Para Brené Brown, vulnerabilidad es «incertidumbre, riesgo y exposición emocional»: «Despertarnos cada mañana y amar a alguien que puede que no nos corresponda, cuya seguridad no podemos garantizar, que puede seguir en nuestra vida o desaparecer de la noche a la mañana, que puede sernos fiel hasta el día de su muerte o traicionarnos mañana…, eso es vulnerabilidad. El amor es incierto. Es un riesgo increíble. Y amar a alguien da lugar a que estemos expuestos a las emociones. Sí, da miedo, y sí, estamos expuestos a que nos hagan daño, pero ¿te imaginas cómo sería la vida sin amar o ser amados?

Exponer nuestro arte, escritos, fotografías o ideas en el mundo sin ninguna garantía de que van a ser aceptadas o valoradas…, eso también es vulnerabilidad. Sumergirnos en los momentos de alegría de nuestra vida, aunque sepamos que son pasajeros, aunque el mundo nos advierta de que no cantemos muy alto para no invitar al desastre…, eso es una forma muy intensa de vulnerabilidad».

Como parte de una de sus investigaciones, Brown preguntó a los participantes «¿Qué es para ti la vulnerabilidad?» y la mayoría de las respuestas tenían que ver con asumir riesgos, afrontar la incertidumbre y exponerse a las emociones. Algunas de esas respuestas fueron: «Sacarme la máscara con la esperanza de que mi verdadero yo no sea demasiado decepcionante»; «Es muy incómodo y aterrador, pero me impulsa a sentirme humano y vivo»; «Dar el primer paso hacia lo que más temes»«Es como tener un nudo en la garganta y una losa en el pecho»; «No tragarme más las cosas»«Es como llegar al aterrador punto más alto de una montaña rusa cuando estás a punto de llegar al borde y caer al vacío; «La vulnerabilidad es como estar desnudo en el escenario y esperar el aplauso en vez de las carcajadas»; «Es estar desnudo cuando todo el mundo está vestido».

¿Os parece que en alguna de estas respuestas hay el menor atisbo de debilidad?

La vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad, sino de fortaleza.

La vulnerabilidad como oportunidad de crecimiento y conexión

Para convertir la vulnerabilidad en fortaleza lo primero es identificar las situaciones que nos hacen sentir vulnerables, observar cómo solemos actuar (¿Qué hago cuando me siento emocionalmente expuesto/a, incómodo/a o inseguro/a?) y preguntarnos qué vale la pena hacer, aunque fracasemos. Las siguientes pautas también pueden ayudaros:

  • ¿Te sientes vulnerable? Admítelo. Imagina que tienes que dar una charla y sientes pánico cada vez que tienes que dirigirte a más de tres personas. Cuando tu mayor preocupación es evitar que se note el nerviosismo y gastas toda tu energía en intentar que nadie se dé cuenta, lo que consigues es justo lo contrario: más nervios y más inseguridad. Y aunque te pasa una y otra vez, sigues empeñándote en intentar lo mismo: que no se te note. ¿Por qué no pruebas otra cosa distinta? Reconoce ante tu audiencia que estás nervioso/a. Admitir tu vulnerabilidad no solo te ayudará a respirar más tranquilo/a y a ver que no se acaba el mundo, sino que tu público se sentirá mucho más cerca de ti y apreciará tu valor por reconocer tu temor. Cuando alguien abraza su propia vulnerabilidad le resulta mucho más fácil conectar con la vulnerabilidad del otro y acercarse a él de una forma más honesta y auténtica.
  • Acepta tus imperfecciones. Cometer errores o sentirse en ocasiones inadecuado, inseguro o temeroso es algo universal y nos sucede a todos. Sé comprensivo y compasivo contigo, no te castigues.
  • Pon tu vulnerabilidad al servicio de la conexión con el otro y hazlo de manera honesta, responsable y valiente. Antes de compartir una experiencia o ponerte en una situación que te hace sentir vulnerable, pregúntate: ¿Por qué quiero compartir esto?, ¿Qué resultado o consecuencia espero al compartirlo?, ¿Cuáles son mis intenciones?, ¿Realmente estoy intentado generar una conexión con esta persona? Según Brené Brown, las personas que aceptan su vulnerabilidad y sus imperfecciones sienten menos vergüenza y les resulta más fácil conectar con los otros. Cuando levanto un muro de aparente seguridad para que nadie pueda ver mis debilidades, puede que a corto plazo me proteja. Sin embargo, también me aislará y me alejará de los demás.
  • Escoge con cuidado a las personas con quienes permitirte ser vulnerable. Arriesgarnos a compartir nuestras experiencias o algunos de nuestros miedos no significa que nos convirtamos en un libro abierto ante cualquier interlocutor. Plantéate si esa persona te hace sentir cómodo/a, si sientes que con ella puedes ser tú mismo/a, si te apetece sinceramente que te conozca mejor o a ti te interesa conocerla mejor o si esa persona ha compartido sus experiencias contigo. La vulnerabilidad nos ayuda a crear lazos y a establecer vínculos con otras personas, pero para que funcione es necesario que haya confianza, cierta reciprocidad y también establecer límites. A veces será necesario seguir con nuestra máscara y reservar nuestra fragilidad para otra ocasión, pero nunca hay que confundir esa máscara con nuestra esencia.

Elige bien a la persona antes la que vas a mostrarte vulnerable.

  • Atrévete a aceptar y experimentar emociones que te incomodan, como el miedo, la decepción, el sufrimiento y la vergüenza. Uno de los inconvenientes de evitar sentir las emociones más desagradables es que también cerramos la puerta a las que son positivas, como el amor, la compasión, el perdón, la gratitud, la alegría o la empatía. Y es que los seres humanos no estamos diseñados para anestesiar selectivamente una emoción.
  • No tengas reparos a la hora de pedir ayuda. Buscar ayuda no quiere decir que hayas fracasado o que seas débil, sino todo lo contrario. Significa que estás cuidándote y haciendo lo necesario para estar mejor. Hay personas que piensan que nadie mejor que uno mismo para solucionar sus propios problemas, pero no siempre es así. Muchos pensamientos y conductas están dirigidos por nuestro inconsciente y necesitamos que nos echen una mano para tomar conciencia de lo que nos ocurre. Del mismo modo, cuando los problemas nos desbordan es mucho mejor tener a alguien que no esté tan vinculado emocionalmente con la situación y que sea capaz de ver eso que se nos escapa. Es un error creer que podemos afrontarlo todo nosotros solos o que podemos controlar cualquier circunstancia.

Cuando admitimos nuestra vulnerabilidad estamos abriéndonos al mundo, conectándonos emocionalmente con los demás y mostrándonos lo suficientemente flexibles como para escuchar opiniones distintas a las nuestras sin dar por hecho que esas opiniones están destinadas a atacarnos. Las personas realmente seguras de sí mismas no son las que se creen las más fuertes o las más infalibles, sino aquellas que son capaces de reconocer sus debilidades y aceptarlas sin pensar que por ello tienen menos valor.

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The Call to Courage (Sé valiente). En este documental, disponible en Netflix, Brené Brown nos desafía a ser valientes y, por tanto, a practicar la vulnerabilidad. «No puedes ser una cosa sin la otra», asegura. Según la socióloga, la valentía de una persona se mide según su capacidad para ser vulnerable. Igualmente interesante es su charla TED El poder de la vulnerabilidad (En inglés con subtítulos en español).

 

La emoción de la vergüenza cumple una importante función social.

Emociones incomprendidas: La función social de la vergüenza

Emociones incomprendidas: La función social de la vergüenza 1280 1352 BELÉN PICADO

Miedo, confusión, bloqueo, deseo de ser invisible… Son algunas de las sensaciones típicas de la vergüenza. ¿Quién no se ha dicho alguna vez “Tierra trágame” tras una metedura de pata, una caída tonta o una intervención desafortunada? Sin embargo, pese al malestar que podamos llegar a experimentar, también es importante reconocer el valor adaptativo y, especialmente, la función social de la vergüenza.

Todas las emociones son respuestas generadas por nuestro organismo para adaptarnos al entorno. En el caso de la vergüenza, cierta dosis es, incluso, una señal de salud mental. Hay patologías mentales entre cuyas características está la desinhibición de la conducta. En cuanto a los psicópatas, no experimentan vergüenza porque no han desarrollado la capacidad de empatizar ni conectar con los demás. Así que sentir un poco de vergüenza, después de todo, no está tan mal…

Mecanismo de regulación social

La vergüenza es una emoción autoconsciente. Esto significa que aparece cuando hago una valoración negativa de mí mismo al considerar que he incumplido, o podría llegar a incumplir, una norma social o personal, con el consiguiente riesgo de ser rechazado. Siento que hay algo en mí que no es aceptable y, por tanto, debo ocultarlo, bien ocultándome yo o bien mostrándome de una forma socialmente aceptable. Por lo tanto, cumple una poderosa función de regulación social. Como mamíferos que somos, estamos programados para buscar la aprobación y el apoyo del grupo. Lo que hace la vergüenza es ayudarnos a evitar la experiencia de sentir el ‘rechazo de la manada’

El propósito de esta emoción es, entonces, ayudarnos a cumplir las expectativas sociales, de forma que seamos aceptados por el grupo, favoreciendo, de paso, nuestro sentimiento de pertenencia. En su modo más funcional, la vergüenza es una forma sana de proteger nuestra imagen ante los demás y mantener nuestros vínculos sociales.

La vergüenza nos ayuda a mantener los vínculos sociales.

Por ejemplo, Manolo sale por primera vez con un grupo del que le gustaría formar parte y en un momento dado, todos proponen ir a un restaurante determinado. Él preferiría ir a otro sitio, pero por corte y como parece ser el único que piensa diferente, opta por no decir nada y sumarse al plan. En este caso, la vergüenza está funcionando como mecanismo de adaptación al grupo.

Os pongo otro ejemplo de vergüenza adaptativa. Tengo que hacer una exposición en clase, pero no me la preparo lo suficiente y el resultado es una nota baja y una llamada de atención del profesor. Eso me hace sentir cierto bochorno, no solo porque he sido sancionada socialmente, sino también porque siento que me he fallado a mí misma. Así que este sentimiento, aunque desagradable, me lleva a mejorar mis siguientes intervenciones.

¿Cuándo se convierte en desadaptativa?

Cuando es adaptativa, la vergüenza nos ayuda a corregir conductas y actitudes social o personalmente mal vistas, protege nuestra conexión con los demás y previene el aislamiento social.

Entonces, ¿cuándo se vuelve patológica? Volviendo al ejemplo de Manolo, su vergüenza puede convertirse en desadaptativa si generaliza esa forma de actuar a otros ámbitos, empieza a creer que es menos válido que los demás y la emoción le desborda hasta el punto de interferir en su día a día. A estas situaciones suelen acompañarles mensajes del tipo “No valgo nada”, “Da igual lo que diga porque no les va a interesar y se van a reír de mí”, “Sé que si lo intento voy a hacer el ridículo”, “Nunca seré tan inteligente o tan abierto o tan simpático como ellos”… Todas estas frases recogen el sentimiento de no ser digno, de no ser aceptado o de ser enjuiciado.

Cómo se desarrolla la vergüenza

Antes de los 3 ó 4 años, los niños no sienten vergüenza porque aún no han desarrollado el pensamiento social. Es a partir de esa edad, una vez que adquieren conciencia de sí mismos, cuando ya tienen la capacidad de experimentar esta emoción. Aprenderán entonces que también existe el mundo del otro, comenzarán a notar su mirada y, en consecuencia, empezarán a verse reflejados en ella.

Como explica el psicólogo Manuel Hernández, “al regañar a sus hijos, la mayoría de las veces de forma controlada, los padres les generan una sensación de vergüenza y malestar con el fin de educarlos y evitar conductas peligrosas o inapropiadas”. Cuando hay un apego seguro estas «rupturas momentáneas del vínculo de apego son sanas y permiten un aprendizaje y una autonomía del niño, que aprenderá paulatinamente a regularse por sí mismo en el ámbito social en ausencia de sus cuidadores”.

Este tipo de intercambios entre padres e hijos son necesarios para que estos adquieran autocontrol y aprendan a modular tanto su conducta como sus emociones.

Los niños empiezan a sentir vergüenza sobre los 3 ó 4 años.

Reconcíliate con tu vergüenza

La clave para gestionar y aprovechar la función adaptativa de esta emoción es aceptarla y escucharla:

  • Escucha a tu avergonzador interno. A menudo el sentimiento de vergüenza es el resultado del enfrentamiento entre dos partes de nosotros mismos: nuestro ‘yo avergonzado’ y nuestro ‘yo avergonzador’. Presta atención a este último. ¿Cómo es? ¿Qué le dice a tu ‘yo avergonzado’? ¿Le informa de que se ha equivocado de forma cuidadosa para que aprenda de sus errores? ¿O le ridiculiza y le hace sentir indigno? Si estás atento, la vergüenza puede ser una alarma infalible que te indique cuándo toca reequilibrar algo respecto a tu relación con los demás. Tú puedes enseñar a tu avergonzador interno a sustituir el modo ‘examinador’ por el modo ‘colaborador’.
  • Mírate desde fuera. Si hay algo en particular que te da vergüenza, imagina que le ocurre a otra persona. ¿La juzgarías del mismo modo en que te juzgas tú? Si no nos avergonzamos de alguien a quien le ha pasado lo que a nosotros o que se siente como nosotros, tampoco deberíamos avergonzarnos de nosotros mismos, ¿no crees?
  • Cultiva la empatía. Si admito ante alguien un hecho o un aspecto de mí que me causa pudor y recibo de ese interlocutor un “A mí también me pasa”, es muy probable que mi malestar desaparezca o, al menos, se reduzca bastante. Para Brené Brown, profesora e investigadora estadounidense, la empatía es el antídoto de la vergüenza. En su charla TED Escuchar a la vergüenza lo explicó así: “Si ponemos la vergüenza en una placa de Petri (recipiente utilizado en los laboratorios para cultivar microorganismos), se necesitan tres cosas para que la vergüenza se desarrolle de forma exponencial: secretismo, silencio y juicio. Si se pone la misma cantidad de vergüenza en una placa de Petri y se rocía con empatía, la vergüenza no puede sobrevivir”.
  • Abraza tu vulnerabilidad. En una investigación sobre los conceptos de ‘vergüenza’ y ‘conexión’, Brené Brown encontró que las personas que aceptaban su vulnerabilidad y sus imperfecciones sentían menos vergüenza y les resultaba menos esfuerzo conectar con otros. Cuando levanto un muro de aparente seguridad para que nadie pueda ver mis debilidades ni adivinar mi vergüenza puede que a corto plazo ese muro me proteja. Sin embargo, también me aislará y me alejará de los demás.
  • Exponte gradualmente. La vergüenza es algo natural que puede sentir todo el mundo. No temas experimentarla. Hazlo poco a poco. Comienza exponiéndote a las situaciones que menos vergüenza te den hasta finalizar con las que más embarazo te causen. Por ejemplo, si sueles arreglarte mucho porque crees que te rechazarán si te muestras al natural o porque tú mismo (o tú misma) te avergüenzas de alguna parte de tu aspecto físico, prueba a presentarte sin arreglar delante de una persona de confianza. Aunque al principio sientas algo de vértigo, experimentarás que esa otra cara también es aceptable para los demás.

Hablar en público puede generar mucha vergüenza.

  • Busca un entorno seguro. Cuando vamos a empezar a exponernos, es muy importante encontrar un contexto seguro y apropiado, donde nos sintamos protegidos y donde nos acepten sin juzgarnos. Todos necesitamos formar parte de un grupo que nos acoja con nuestras luces y nuestras sombras y en el que podamos ser nosotros mismos. Sin tener que ocultar aspectos claves de nuestra personalidad o aparentar lo que no somos solo para ser aceptados.
  • Pide ayuda. Si la vergüenza te limita y hace que no puedas desempeñar tus actividades del día a día con normalidad pide ayuda profesional. Un psicólogo puede proporcionarte ese entorno seguro que necesitarás para exponerte y te acompañará en la reparación de tus heridas emocionales.

(Este texto forma parte de la serie Emociones Incomprendidas, que también incluye artículos sobre la envidia, la ira y la tristeza)

Prepararse psicológicamente es clave para afrontar el aislamiento por coronavirus

8 claves para afrontar el aislamiento por coronavirus en casa

8 claves para afrontar el aislamiento por coronavirus en casa 1920 1280 BELÉN PICADO

Muchos  ya habréis hecho acopio de provisiones para afrontar desde casa el aislamiento por coronavirus, pero prepararse psicológicamente no es tan sencillo. Es lógico que un cambio de rutina tan drástico como un encierro no elegido provoque un impacto psicológico negativo en quien lo sufre. De hecho, un equipo de psicólogos del King’s College de Londres acaba de publicar un estudio en el que se concluye que esos efectos a veces se mantienen meses, e incluso años, después de haber finalizado el periodo de cuarentena. Entre los efectos que se enumeran la investigación, se encuentran “trastornos emocionales, depresión, estrés, bajo estado de ánimo, irritabilidad, insomnio, síntomas de estrés postraumático, ira y agotamiento emocional”.

La buena noticia es que, si sabemos con antelación qué nos puede ocurrir durante el tiempo que permanezcamos dentro de casa, será más fácil prepararnos y tomar las medidas adecuadas para reducir su impacto en nuestra salud mental. La actitud y nuestra capacidad de aceptación y adaptación es lo que va a marcar la diferencia entre desesperarnos o salir reforzados de la experiencia. La realidad es la que es y no podemos elegir lo que nos pasa, pero sí la actitud con que lo enfrentamos.

1. El miedo puede ser tu aliado

En general, todas las personas tienen miedo a enfermar, pero la intensidad de dicho temor va a depender mucho de los rasgos de personalidad de cada uno y de cómo afronte este tipo de situaciones. En cualquier caso, no hay que olvidar que el miedo nos ayuda a garantizar nuestra supervivencia. Por ello, vamos a escucharlo, comprenderlo y actuar en consecuencia… desde la lógica. La mejor forma de superar el miedo a enfermar es aceptarlo.

En vez de empeñarnos en negar el riesgo o, en el otro extremo, dejarnos llevar por la histeria colectiva, aprovechemos su función adaptativa. Vamos a utilizarlo como un recurso que nos motive a llevar a cabo rutinas de autocuidado y a ser prudentes, sin caer en el alarmismo. Alerta, sí; alarma, no.

Centrarnos en lo que sí depende de nosotros y asumir que hay muchas cosas en la vida que no podemos controlar, nos ayudará a entrenar la tolerancia a la incertidumbre.

2. Empatía y altruismo

La ocasión que se nos presenta es única para dejar de mirarnos el ombligo y centrar la atención en quienes nos rodean. Si en vez de pensar que estamos obligados a permanecer en casa, vemos el aislamiento por coronavirus como un acto solidario para proteger a los demás, la experiencia será mucho más llevadera y daremos un significado positivo a algo que en principio es negativo e indeseado. Al fin y al cabo, todos conocemos a alguien que está dentro de los grupos más vulnerables al virus y, de este modo, estamos colaborando para evitar que enfermen.

Un ejemplo de lo que os comento es la iniciativa global y responsable #YoMeQuedoEnCasa, que ha tomado fuerza en los últimos días y que busca concienciar a la población contra la expansión del coronavirus.

La campaña #YoMeQuedoEnCasa busca concienciar a la población contra la expansión del coronavirus.

3. Establece una rutina y planifica el tiempo

La pérdida de la rutina habitual es uno de los factores más estresantes para las personas en cuarentena. Recientemente, Juan Manuel Parra, el médico de Urgencias que en 2014 atendió a Teresa Romero (la única paciente con ébola en España), explicó en una entrevista qué hizo para que las dos semanas que pasó aislado fuesen más llevaderas: “Me llevé unos libros, un ordenador, un disco duro con películas y me puse un horario para establecer una rutina: levantarme a tal hora, desayuno, actividad deportiva, un ratito de televisión, otro de lectura, un momento de estudio, de dibujo, algo de videojuegos… Los médicos me preguntaron si necesitaba algo, y les pedí una colchoneta para hacer deporte y moverme”.

Aprovecha el aislamiento por coronavirus para leer ese libro o ver esas películas que tienes pendientes, realizar algunos arreglos en casa o hacer cualquier cosa que te ayude a estar ocupado y a distraer la mente. La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos recuerda también la importancia de mantener unas rutinas regulares de sueño, seguir una alimentación adecuada y hacer ejercicio con regularidad.

Ahora bien, del mismo modo que es necesario tener la mente ocupada, también lo es encontrar momentos para desconectar. Dentro de tu rutina diaria, incluye espacios para practicar alguna técnica de relajación o de respiración. Si te acostumbras a practicarlas una o dos veces al día, te será mucho más fácil recurrir a ellas en caso de una crisis de ansiedad. El Mindfulness, el yoga y la meditación también pueden ser grandes aliados.

4. Que no falta el buen humor y el espíritu positivo

Entre las recomendaciones del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid para salvaguardar la salud mental, se incluye mantener una actitud optimista. En vez de ponerte en lo peor, piensa que el mayor número de personas que enferma se recupera y muchas ya han compartido su experiencia a través de diferentes medios.

Y también es importante que no pierdas el sentido del humor porque es el mejor antídoto contra el miedo: cuanto más nos atemoriza algo, mayor es la necesidad de reírnos de ello. Sin duda, la gran cantidad de memes que corren como la pólvora a través de las redes sociales te ayudarán a sobrellevar mejor el encierro.

El buen humor es el mejor antídoto contra el miedo al coronavirus.

5. Información, sí; sobreinformación, no

El flujo constante de noticias sobre el COVID-19 puede agobiarte más que tranquilizarte, así que infórmate de forma regular y en momentos concretos del día, pero no estés constantemente pendiente. Y siempre desde las plataformas de las autoridades sanitarias, para evitar las fake news. En cuanto a las informaciones que se transmiten a través de redes sociales y whatsapp, sé prudente y trata de no contribuir a la confusión compartiendo noticias, vídeos o audios que pueda ser bulos.

En caso de que durante el aislamiento por coronavirus sospeches que podrías haberte contagiado, recuerda que hay un teléfono en cada Comunidad Autónoma para informarte. Puedes encontrarlos en la web del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social.

6. El contacto con el exterior es esencial

Esto es especialmente importante si vives solo, ya que habrá momentos en que la soledad pese más. Mantener tu vida social, aunque sea a través del móvil o de Skype, contribuirá a que te sientas acompañado. Según la Asociación Americana de Psicología (APA), «conectarse en redes sociales puede fomentar una sensación de normalidad y ofrecer un importante medio para compartir sentimientos y aliviar el estrés». Igualmente, si el aislamiento por coronavirus lo pasas con tu familia, no dejes de mantener el contacto con amigos y parientes.

Es necesario mantener el contacto con familiares y amigos.

7. Disfruta del tiempo en familia

Muchas personas lamentan no pasar suficiente tiempo de calidad junto a sus seres queridos debido a sus múltiples obligaciones, así que estos días pueden ser una oportunidad de oro para resarcirte. Podéis ordenar fotos juntos, ver una serie, disfrutar de un juego de mesa o, simplemente, charlar.

Si tienes hijos, habla con ellos y facilítales información honesta y apropiada a su edad. Si experimentan emociones perturbadoras como miedo o tristeza, anímales a expresarlas (por ejemplo, a través del juego o el dibujo). Y recuerda que los menores continuamente observan los comportamientos y emociones de los adultos en busca de señales sobre cómo manejar sus propios sentimientos.

Mantener una rutina es también muy importante para los más pequeños. Trata de que su horario cambie lo menos posible e intercala los momentos de estudio con los de ocio.

8. Pide ayuda cuando la necesites

Los momentos de angustia son normales en situaciones excepcionales como la que estamos viviendo, pero no todos los vivimos con la misma intensidad. Si durante el aislamiento por coronavirus te sientes mal anímicamente o experimentas síntomas de ansiedad de forma reiterada, no te lo guardes para ti. A veces compartir nuestro malestar con familiares o amigos puede ayudarnos a relativizar y a recuperar la normalidad.

Y si, pese a intentarlo, ves que la situación te está superando y la ansiedad es tan elevada que se hace muy difícil controlarla, no dudes en recurrir a un profesional. Recuerda que muchos psicólogos también trabajan online. En caso de que necesites ayuda, puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible.

“A un hombre pueden robarle todo, menos una cosa: la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias” (Viktor Frankl)

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El complejo de superioridad oculta un complejo de inferioridad no superado.

Complejo de superioridad o cómo ocultar mi inseguridad

Complejo de superioridad o cómo ocultar mi inseguridad 1920 1216 BELÉN PICADO

Las abuelas son muy sabias y cada uno de los refranes que hemos heredado de ellas encierran grandes verdades. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces” es un dicho popular que refleja con mucho acierto el concepto de complejo de superioridad. En realidad, y por mucho que estas personas traten de exteriorizar una confianza en sí mismas a toda prueba y el convencimiento de estar por encima del bien y del mal, esta falsa seguridad solo es un mecanismo de defensa al que recurren, a menudo inconscientemente, para ocultar una baja autoestima y un gran sufrimiento.

Complejo de inferioridad camuflado

Actitud arrogante y prepotente. Opinión excesivamente positiva sobre el valor y las habilidades de uno mismo. Preocupación por “el qué dirán”. Terror a perder el control. Tendencia a imponer sus propias reglas y a juzgar a los demás, pero con muy poca capacidad de autocrítica y de asumir los propios errores. Necesidad de sentirse admirados y convencimiento de que son objeto de envidia. Estas son algunas de las características que presentan las personas con complejo de superioridad.

A primera vista, podría parecer que se tienen en muy alta estima y son muy seguras de sí mismas. Sin embargo, esa seguridad se sostiene sobre una estructura tan frágil que bastaría un pequeño golpe de aire para venirse abajo. Y justo eso es lo que tratan de evitar.

Alfred Adler, psicólogo austríaco que acuñó el término “complejo de superioridad” a principios del siglo XX, lo explicaba como un mecanismo de defensa inconsciente al que se recurre en un intento de protegerse de un sentimiento de inferioridad sin superar. Estos sujetos sienten que son ellos contra el mundo y, si en algún momento se sienten acorralados, un instinto irracional de protección los llevará a atacar antes de que alguien pueda hacerles daño.

El complejo de superioridad intenta camuflar un sentimiento de inferioridad.

El niño necesita aceptación incondicional

Durante la infancia, a la vez que vamos forjando nuestra forma de ver el mundo, también asentamos el modo en que nos vemos a nosotros mismos y cómo nos relacionamos con los demás. En este proceso es crucial el tipo de relación con nuestras figuras de apego, generalmente los padres.  Un apego seguro, que conlleva un amor incondicional y un apoyo sin cortapisas, ayudará a que el niño interiorice que merece ser amado y aceptado, independientemente de sus fortalezas, limitaciones o logros.

Especialmente importante es la etapa entre los 5 y los 12 años, periodo en el que se busca una mayor validación en los adultos y en los iguales. Si el niño no recibe la aceptación que necesita y, en su lugar, obtiene la respuesta de no ser lo suficientemente válido es probable que desarrolle un sentimiento de inferioridad e inadecuación. En muchos casos, esta sensación puede convertirse en motivación para superarse. Sin embargo, cuando es muy intensa y se mantiene en el tiempo, es posible que el niño la oculte tras un acusado sentimiento de superioridad. Así compensará sus supuestas debilidades.

El niño puede ocultar un sentimiento de no ser válido tras un falsa imagen de superioridad.

¿Qué lleva a una persona a adoptar esta postura ante su entorno?

En algunas familias, uno de los padres presenta complejo de superioridad y el hijo adopta el mismo modelo de mecanismo de defensa, al no aprender otra manera de solucionar los conflictos. En otras, el niño crece en un ambiente en el que los adultos continuamente le estén comparando con otros críos dejándole siempre en una posición de inferioridad. Como respuesta, es posible que adopte una posición opuesta en un intento de neutralizar el dolor que le provoca la situación.

Asimismo, un niño que ha sido rechazado, humillado e insultado, sin que sus figuras de apoyo le hayan enseñado a defenderse de modo asertivo, puede desarrollar dos posturas extremas. Se somete y se sitúa en una situación de inferioridad… O crea su propia realidad en la que está por encima del resto y aprende a adoptar una posición de superioridad con la esperanza de que le dejen en paz y como un modo de hacer más llevadero un sufrimiento que le desborda.

Esta actitud arrogante también es propia de algunas personas que durante toda su vida han sido sometidas a una gran exigencia. Bien porque han tenido unas figuras de referencia inflexibles y autoritarias que han basado su educación en resaltar los errores más que en reforzar las virtudes; o bien porque han crecido en un ambiente en el que se les ha exigido estar siempre a “una altura” imposible de mantener. En estos casos, el temor a ser rechazado por no ser “suficiente” puede acabar transformando un profundo sentimiento de inferioridad en complejo de superioridad. Esta actitud generará rechazo en el entorno cercano y este rechazo, a su vez, aumentará el resentimiento, creándose un círculo difícil de romper.

Sanar al niño herido que se oculta tras ese complejo de superioridad

Generalmente, las personas con complejo de superioridad han creado un muro de tal magnitud para proteger su frágil autoestima que no son conscientes de que tengan ningún problema. Y mucho menos se plantean aceptar la ayuda de nadie. Cuando por fin la buscan es porque, o bien, su conducta les ha acarreado muchos problemas, especialmente en el terreno de las relaciones, o bien porque han acabado agotados de fingir y ya son incapaces de ocultarse a sí mismos el sufrimiento que están experimentando.

Una vez en terapia, el objetivo es sanar a ese niño herido que se oculta tras el complejo de superioridad. Reconocer ese dolor que subyace al enfado y al resentimiento, acogerlo y empatizar con él. Se trata de que la persona comprenda cómo ha llegado a este punto, asuma que es valiosa por sí misma, más allá de otros factores externos, y aprenda a relacionarse desde su propia esencia.

También se trabajará autoestima y asertividad como alternativas a una seguridad mal entendida. Todos tenemos fortalezas y puntos débiles. Ni las primeras nos hacen mejores que los demás, ni las limitaciones nos hacen peores. Mientras pongamos el foco en lo que otros tienen y nosotros no, nos distraeremos de lo verdaderamente importante: la búsqueda de nuestra propia autorrealización.

Iniciar un proceso de crecimiento personal contribuirá, además, a ajustar la autoexigencia con nosotros y con los demás y a adquirir las herramientas que en su momento no se obtuvieron.

Es necesario sanar al niño herido que se oculta tras ese complejo de superioridad.

Empatía y aceptación

Conocer el sufrimiento y las carencias que hay bajo esa capa de falsa arrogancia puede ayudar al entorno de una persona con complejo de superioridad a empatizar y comprenderla. De esta forma, podrá romperse el círculo que perpetúa el rechazo.

Asimismo, también les ayudará que nos olvidemos de la competitividad. Enzarzarnos en una carrera para ver quién es mejor en algo, solo activarán su necesidad de defenderse. Si nos olvidamos de tener la razón y adoptamos una actitud más conciliadora es posible que consigamos que nos muestre su lado más cercano y honesto.

Incluso podemos aprovechar nuestra relación con una persona con complejo de superioridad para conocernos mejor. Si, pese a nuestra mejor disposición, nos sorprende con una nueva altanería pongamos el foco sobre nosotros mismos. ¿Qué es exactamente lo que nos molesta tanto? ¿Tiene algo que ver con nosotros? Al fin y al cabo, si tenemos claro que no tenemos nada que demostrar, esa ilusoria superioridad no debería afectarnos.

(Si te sientes identificado con lo que expongo en este artículo, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu camino de aceptación)

Afrontar la discapacidad de un hijo conlleva un duelo duro, pero necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario

Afrontar el nacimiento de un hijo con discapacidad: Un duelo necesario 1920 1280 BELÉN PICADO

Miedo, incertidumbre, culpa e, incluso, enfado son emociones habituales cuando los padres reciben el diagnóstico de discapacidad de un hijo. Se trata de una de las peores situaciones por las que pueden pasar unos padres y genera emociones dolorosas e intensas que ponen a prueba su fortaleza, como individuos y como pareja. Para asumir la nueva realidad y encontrar una nueva ilusión sobre el terreno baldío que han dejado las expectativas incumplidas es necesario pasar por un duelo, que llevará desde la negación de la situación a la aceptación. Afrontar la discapacidad de un hijo y el correspondiente duelo es un proceso duro, pero necesario.

Desde el momento en que surge la idea de tener un hijo, es normal imaginarse cómo será, a quién se parecerá, qué actividades se harán con él… y cuando preguntan a los futuros padres si prefieren niño o niña, la respuesta suele ser: “Da igual, lo importante es que venga sano”. Sin embargo, a veces las expectativas no se cumplen. Y hay que asumir la ‘muerte’ de ese bebé deseado y fantaseado para recibir al niño real. Un niño diferente, con unas necesidades específicas, pero también con otras comunes a todos los bebés del mundo: alimento, descanso, apoyo y, sobre todo, mucho amor.

El niño con discapacidad tiene limitaciones, pero también capacidades que hay que apoyar

Transitar el duelo: de la negación a la aceptación

Según la psiquiatra estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, cuando muere un ser querido las personas atravesamos cinco etapas de duelo. Pero este modelo también puede aplicarse a otros tipos de pérdidas: una ruptura sentimental, la pérdida de un empleo, el diagnóstico de una enfermedad grave, etc. A la hora de afrontar la discapacidad de un hijo, los padres deben enfrentarse a la pérdida del bebé soñado para recibir y aceptar al bebé real. Este difícil camino no solo les ayudará a descubrirse a sí mismos, con sus debilidades y sus fortalezas; también les transformará a ellos y a su entorno más cercano.

  • Negación. Se trata de un mecanismo de defensa que surge tras el diagnóstico. Ayuda a amortiguar el sufrimiento ante una noticia tan dura y también a aplazar parte de ese dolor. En esta fase, es posible que los padres vayan de médico en médico con la esperanza de que alguno les diga que su hijo “se va a curar”.
  • Ira. Los sentimientos de ira y culpa se entremezclan en esta fase. La negación da paso a un sentimiento de enfado contra todo y contra todos, especialmente con quienes más cerca están (pareja, familia, amigos con hijos sanos) e, incluso, con el propio hijo con discapacidad. No es extraño que, en medio de la desesperación, se desee la muerte del bebé o se fantasee con el deseo de que no hubiera nacido. A estos deseos de muerte les sigue una fuerte sensación de culpa que puede llevar a la madre a no soportar separarse del niño o a sobreprotegerle en exceso.
  • Negociación. Los padres empiezan a asumir la nueva situación, aunque aún siguen buscando respuestas, esperando un “milagro” que no llega o anhelando volver al momento en que el niño todavía no había nacido. De algún modo intentan crear una realidad paralela en su imaginación que les proporciona cierta sensación de control.
  • Depresión. A medida que se va comprendiendo la nueva situación y va asumiéndose que el diagnóstico no va a cambiar, se adueña de los padres una profunda sensación de tristeza, vacío e incluso fatiga física. En esta etapa, la validación de esas emociones y la comprensión de las personas cercanas es esencial. Solo transitando y teniendo la posibilidad de manifestar ese dolor será posible llegar a la aceptación.
  • Aceptación. Por fin, se afronta la realidad y es posible traspasar el dolor para abrirse a nuevas posibilidades. Se comprende que el niño tiene limitaciones, pero también capacidades que pueden fomentarse. Esto no significa que sea un momento feliz, pero sí dará paso a una cierta sensación de paz.

Es importante puntualizar que no siempre aparecen todas las etapas, en el mismo orden o con la misma intensidad. También es normal que, una vez se ha llegado a la aceptación, en ciertos momentos de cambio se regrese a alguna de las fases anteriores. Sin embargo, la actitud será ya mucho más positiva que antes del diagnóstico.

Para afrontar la discapacidad de un hijo es necesario atravesar el camino del duelo, adaptarse a la nueva realidad familiar y recuperar la estabilidad emocional. En este trayecto y en el establecimiento del vínculo con el hijo con discapacidad jugará un papel importante la propia historia de apego de los padres y sus experiencias como hijos.

Los padres de un niño con discapacidad pasan por varias etapas de duelo hasta llegar a la aceptación

Cómo afrontar la discapacidad de un hijo

  • Centrarse más en el presente. Preguntarse una y otra vez qué ocurrirá a largo plazo o quién cuidará de nuestro hijo en el futuro solo aumentará la angustia. Poniendo la atención en pequeños pasos y marcándonos objetivos a corto plazo conseguiremos, por un lado, reducir la frustración y la incertidumbre y, por otro, empezar a construir el futuro de nuestro hijo.
  • Contactar con asociaciones o personas que estén en la misma situación. Además de compartir experiencias, esto ayudará a adoptar una nueva perspectiva y comprobar que tener un hijo con una discapacidad no tiene por qué ser una tragedia.
  • Informarse sobre la condición específica de nuestro hijo (características, tratamientos, evolución, recursos sanitarios…) disminuirá la incertidumbre y aumentará la sensación de control.
  • Centrarse en las rutinas diarias comunes a los demás bebés también contribuirá a afrontar la discapacidad de un hijo. Alimentarlo, dormirlo, salir a pasear… ayudará a suavizar la ansiedad y a normalizar la situación. Igualmente beneficioso es recuperar cuanto antes, y en la medida de lo posible, la rutina familiar (atender a los otros hijos, volver al trabajo…) a la vez que se incorporan nuevas actividades (visitas a los especialistas, rehabilitación…).
  • Reconocer al niño más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer, por poco que sea: una sonrisa, un pequeño avance… Acceder a recursos de Atención Temprana, por ejemplo, ayudará a potenciar al máximo dichas capacidades.
  • Practicar el autocuidado. Para hacer felices a los demás, tenemos que ser felices nosotros. Es muy importante buscar espacios para uno mismo que permitan cargar las pilas y renovar energías. Y eso conlleva muchas veces aprender a delegar. Cuidar de un hijo con discapacidad es una carrera de fondo, así que es necesario dosificar las energías.
  • Cuidar la pareja y la unidad familiar. Cuando hay un miembro en la familia con una discapacidad hay cierta tendencia a que todo gire en torno a él y esto no es saludable a largo plazo. Es importante intentar cuidar las relaciones tanto en la pareja como con los demás miembros de la familia, amigos, etc. En el caso de que haya otros hijos, es importante hablar con ellos y explicarles la situación. Por pequeños que sean, la dinámica familiar cambia necesariamente y ellos lo notan.
  • Buscar ayuda psicológica para hacer frente a las nuevas condiciones a las que tendrán que enfrentarse, no solo los padres sino todo el núcleo familiar.

Es importante reconocer al hijo con discapacidad más allá de sus limitaciones y poner el foco en lo que puede hacer.

“Bienvenidos a Holanda”, carta de la madre de un niño con síndrome de Down

Emily Perl Kingsley, madre de un niño con síndrome de Down, explica muy bien el impacto que supone tener un hijo discapacitado en esta carta:

«Me piden con frecuencia que describa la experiencia de criar a un niño con una incapacidad para tratar de ayudar a personas que no han compartido esta experiencia única a entender y a imaginar cómo se siente. Es así…

Cuando vas a tener un bebé es como si planificaras un viaje de vacaciones fabuloso a Italia. Uno compra un gran número de guías turísticas y hace planes maravillosos. El Coliseo, el David de Miguel Ángel, las góndolas en Venecia. Aprendes frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante.

Después de meses de anhelantes expectativas, el día de partir finalmente llega. Preparas tus maletas y sales de viaje. Varias horas después, el avión aterriza. La azafata entra y dice: «Bienvenidos a Holanda».

«¡¿Holanda?!» exclamas. «“¿Cómo que Holanda? ¡Yo pagué para ir a Italia! Se supone que debo estar en Italia. Toda mi vida he soñado con ir a Italia»».

Pero ha habido un cambio en el plan de vuelo. Han aterrizado en Holanda y allí debes permanecer. Lo importante es que no te han llevado a un lugar horroroso, repugnante, sucio, lleno de pestilencia, carestía y enfermedad. Por lo tanto, debes salir y comprar otras nuevas guías turísticas. Y tienes que aprender un nuevo idioma. Te encontrarás con un nuevo grupo de personas que nunca imaginaste conocer.

Es solo un lugar diferente. Es más calmado que Italia, menos ostentoso que Italia. Pero después de estar allí durante un tiempo,  respiras profundo y miras a tu alrededor. Y empiezas a notar que Holanda tiene molinos de viento. Que Holanda tiene tulipanes. Y que, incluso, tiene pinturas de Rembrandt.

Pero todos los que tú conoces están ocupados yendo y viniendo de Italia… Y todos hacen alarde de lo maravilloso que lo pasaron allá. Y hasta el fin de tu vida, te dirás: «Sí, allí era donde debería haber ido. Eso fue lo que programé». Y ese dolor nunca, nunca, nunca se irá… Porque la pérdida de ese sueño es incomparable.

Pero si te pasas la vida lamentando el hecho de que no llegaste a ir a Italia, no podrás estar libre para gozar las cosas tan especiales, tan hermosas… de Holanda”.

Si te interesa:

Un documental

La historia de Jan. Durante seis años, Bernardo Moll grabó a su hijo, con síndrome de Down. El resultado es un emotivo documental que relata una historia de lucha y superación.

Un libro

Lejos del árbol: Historias de padres e hijos que aprendieron a quererse, de Andrew Solomon. A través de las historias de familias que se enfrentan a distintos tipos de discapacidad, el autor explica qué significa para los padres querer a hijos diferentes.

 

Cambiar la perspectiva para perder el miedo a la muerte

¿Miedo a la muerte? Cambia la perspectiva y recibe cada día como un regalo

¿Miedo a la muerte? Cambia la perspectiva y recibe cada día como un regalo 1920 1280 BELÉN PICADO

El miedo a la muerte es algo intrínseco al ser humano. En él confluyen el temor ancestral a lo desconocido, a no saber cómo será ese momento, al dolor, a dejar a nuestros seres queridos, a la soledad completa del momento previo y, sobre todo, a dejar de existir. Desde el punto de vista de nuestro instinto de supervivencia, cierto grado de preocupación puede considerarse normal e incluso necesario. Si no fuéramos conscientes de nuestra propia finitud, podríamos llevar a cabo conductas que pondrían en peligro nuestra integridad física. El problema surge cuando esa preocupación se convierte en obsesión y ocupa nuestros pensamientos la mayor parte del día (si quieres saber más acerca de las preocupaciones patológicas, incluida la referente a la muerte, puedes leer mi artículo Comerse la cabeza: Cuando la preocupación se vuelve patológica).

En parte, este temor se ha agudizado por el cambio que se ha producido en el concepto. Hasta mediados del siglo XX, por ejemplo, era habitual que se velara a los difuntos en casa. La muerte no se veía como algo amenazador o extraño, sino como una parte natural del ciclo de la vida. Ahora, sin embargo, no solo la hemos sacado de casa para llevarla a hospitales y tanatorios; también evitamos nombrarla (no sea que la llamemos sin querer). Se nos ha olvidado que vida y muerte están unidas hasta el punto de que una no existe sin la otra. Teniendo en cuenta esto es paradójico que se multipliquen los libros, cursos y charlas relacionados con la inteligencia emocional y con darle un nuevo sentido a la existencia y en ninguna se hable de la necesidad de encontrar un sentido a su final.

La muerte forma parte de la vida

Hemos desarrollado tantas estrategias para alejarnos e intentar evitar lo inevitable  que no estamos preparados para enfrentarnos a ella y la sola idea de pensar en nuestro propio final o en el de un ser querido se nos hace insoportable. Es un tema tabú y hablar de ello, el colmo del mal gusto. «El olvido de la muerte es la deserción de la vida misma», decía Unamuno.

Para perder el miedo a la muerte es importante cambiar la perspectiva. En vez de negarla, tomemos conciencia del tiempo limitado que nos queda porque solo así valoraremos realmente cada día de nuestra vida y lo recibiremos como un regalo. El problema que tiene cerrar los ojos para no ver algo que no nos gusta es que tampoco vemos todo lo bonito que nos rodea.

1. Presta a cada problema la atención que merece

Pregúntate hasta qué punto eso que tanto te preocupa es realmente importante. Asumiendo que tu tiempo (y el de todos) es limitado, te darás cuenta de que muchos de tus problemas no son tan graves y el temor al fracaso o al que dirán dejarán de quitarte el sueño.

2. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy

Y esto sirve para todos los ámbitos de tu vida. El ayer ya se fue y mañana no sabes qué ocurrirá, así que céntrate en el presente que es lo único real. ¿Tienes un deseo? ¿Te gustaría conseguir algo? Bien, pues decide, concreta y trabaja en ello, pero no te duermas en los laureles pensando que “total, aún queda tiempo”. No tienes toda la eternidad

3. Celebra la vida con las personas que te importan

Expresa lo que sientes a tus seres queridos. Como no sabes cuánto tiempo os queda para estar juntos, diles todos los “te quiero”, “te extraño” o “quiero verte” que tengas reservados para una ocasión especial. Busca cada día momentos para celebrar la vida con las personas que te importan. Y si ha habido algún malentendido entre vosotros, hablad sobre ello sea cual sea la decisión que toméis. Cuantos menos asuntos pendientes, mejor.

4. Vive con conciencia y gratitud

Anota al final del día al menos un momento que haya merecido la pena vivir, un instante de esos que, al recordarlos, te dibujan una sonrisa y da gracias por ello.

“No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito”, declaró el neurólogo Oliver Sacks tras saber que padecía un cáncer en fase terminal.

Vive con conciencia y gratitud

5. Colecciona momentos

La satisfacción que te generará comprar un móvil de última generación durará exactamente lo que tarde en salir el siguiente modelo y el día que venga a buscarte la Parca no podrás llevarlo contigo. Sin embargo, las experiencias que vivas no solo te acompañarán hasta el final, sino que su valor irá incrementándose con el paso del tiempo. Colecciona instantes en vez de cosas materiales.

6. ¿Cómo quieres que sea tu vida a partir de hoy?

¿Cómo te gustaría ser recordado cuando ya no estés? Reflexionar sobre ello te ayudará a visualizar cómo quieres que sea tu vida a partir de hoy.

¿Qué harías hoy si fuese el último día de tu vida? Si mañana ya no estuvieras aquí, ¿con quién te gustaría compartir tus últimos momentos? ¿A quién le escribirías una carta de despedida y qué le dirías en ella? ¿Qué asunto pendiente solucionarías?

“Durante los últimos 33 años de mi vida, he mirado al espejo cada mañana y me he preguntado: ‘¿Si hoy fuera el último día de mi vida, me gustaría hacer lo que voy a hacer hoy?’. Si la respuesta es no demasiados días seguidos, sé que algo tengo que cambiar (…). Recordar que pronto habré fallecido, es la herramienta más importante que jamás he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida” (Steve Jobs, durante el discurso que dio en la Universidad de Stanford en 2005).

7. Cosas que hacer antes de morir

Haz una lista con todo aquello que te gustaría hacer antes de morir y ponte manos a la obra. Es triste, pero a veces es necesario sufrir alguna experiencia que nos ponga al borde de la muerte o experimentar la pérdida de alguien cercano para que seamos conscientes de la fugacidad de la vida. Esto es lo que le pasó a Candy Chang, una artista plástica que tras perder a una persona muy querida para ella convirtió la fachada de una casa abandonada de Nueva Orleans en un mural. En él escribió una larga lista de frases que comenzaban con «Antes de morir quiero…» para que la gente las completara. El experimento urbano ha recorrido numerosos países, entre ellos España.

¿Qué te gustaría hacer antes de morir?

En caso de que, a pesar de poner en práctica lo anterior, el miedo siga generándote una ansiedad persistente, anormal e injustificada (tanatofobia) y te sientas incapaz de seguir normalmente con tu vida cotidiana, pide ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo, estaré encantada de ayudarte).

Si te interesa

Una película:

“Coco”. En la cultura mexicana, a diferencia de lo que ocurre en la nuestra, la vida y la muerte están unidas de forma indisoluble. Y esta es la base sobre la que se asienta esta maravillosa película de dibujos animados, producida por Pixar y dirigida por Lee Unkrich en 2017. Aporta una visión de la muerte llena de color, humor e imaginación.

Un cuento:

“El pato y la muerte”, de Wolf Erlbruch. Un día, el pato se percata de alguien le sigue. “¿Quién eres? ¿Por qué me sigues tan cerca y sin hacer ruido?”, pregunta. Y la muerte le contesta: “Me alegro de que por fin me hayas visto. Soy la muerte”. El pato se asusta: “¿Ya vienes a buscarme?». «He estado cerca de ti desde el día que naciste…, por si acaso…”. En este cuento, el autor presenta a la muerte con sencillez e incluso con amabilidad, pero sin fantasías ni sentimentalismos. Un libro para hablar sobre el tema con los niños y también para ayudar a cambiar la visión de los adultos.

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