Hay personas que necesitan el riesgo para sentirse vivas. Personas que buscan continuos chutes de adrenalina y experiencias que les lleven al límite, llegando a poner en riesgo su integridad física, sus relaciones y, en ocasiones, su vida. Pero, ¿sabíais que esta permanente búsqueda de emociones fuertes puede acabar derivando en una adicción a la adrenalina?
No solo me refiero a actividades abiertamente peligrosas y arriesgadas, sino también a otras mucho más «moderadas», al menos en apariencia. Seguro que alguno de vosotros tiene un amigo que se lo pasa en grande provocando continuamente discusiones, cuanto más acaloradas mejor. O quizás alguien de vuestro entorno es de quienes apuran hasta el último momento para entregar una tarea académica o un informe importante en el trabajo.
Cuando escuchamos el término «adicción», normalmente pensamos en drogas, alcohol, juego… Pero también podemos engancharnos al riesgo. Y es que la adrenalina, si bien es esencial para la supervivencia, también puede convertirse en una peligrosa enemiga. En este sentido y para ser más exactos, más que una adicción a la sustancia en sí, lo que se desarrolla es una búsqueda compulsiva de los efectos que la adrenalina proporciona.
Lamentablemente la confusión entre valentía y temeridad hace que este tipo de adicción sea difícil de identificar y de admitir. El hecho de que, socialmente, a estas personas se las vea como ejemplo de arrojo y valentía no hace más que reforzar su conducta e impedir que se den cuenta de que es posible que tengan un problema. Ya lo decía el mismísimo Cervantes en un pasaje de Don Quijote: «¿No sabes tú que no es valentía la temeridad?».
Pero, ¿qué es la adrenalina?
Hay una hormona que juega un papel esencial en esa euforia y en esa ‘descarga eléctrica’ que se experimenta al sentir cerca el aliento del peligro: la adrenalina. Esta sustancia química, también denominada epinefrina, se libera, sobre todo, en momentos de peligro, estrés y excitación. Es esencial para nuestra supervivencia porque nos ayuda a adaptarnos al medio y nos prepara para un mejor afrontamiento de situaciones excepcionales.
¿Cómo funciona? Cuando tu cerebro interpreta que estás en una situación de riesgo envía señales desde el hipotálamo hasta las glándulas suprarrenales, que están encima de cada riñón, para que estas liberen adrenalina en el torrente sanguíneo. Prácticamente de forma instantánea tu organismo se activará para ponerse en modo de lucha o huida. Aumentará tu frecuencia cardiaca y tu presión sanguínea, se dilatarán tus vías respiratorias, tu respiración se hará más rápida e incluso disminuirá tu percepción del dolor. Tendrás un «subidón de adrenalina» en toda regla.
A su vez, la adrenalina estimula la producción de dopamina, conocida como hormona del placer y asociada también con distintas adicciones. Precisamente, esta última es la que va a encargarse de que nos sintamos tan bien que queramos repetir.
Entonces, os preguntaréis, si estamos ante una respuesta normal y necesaria para nuestro organismo, ¿cómo es posible que llegue a desarrollarse una adicción?
¿Cuándo empieza el ‘enganche’?
Como hemos dicho, que se libere cierta cantidad de adrenalina durante una situación estresante no solo es necesario sino también beneficioso porque agudiza los sentidos y prepara al cuerpo para hacer frente al peligro, ya sea este real o imaginado.
Sin embargo, cuando en esas circunstancias extremas esta hormona se segrega en exceso y se produce a la vez una mayor liberación de dopamina, puede suceder que la persona empiece a buscar estas sensaciones del mismo modo que un adicto busca el subidón de otro tipo de drogas. Incluso llegando a la participación compulsiva en actividades peligrosas o comprometedoras sin tener en cuenta las consecuencias físicas, mentales, legales o económicas que deriven de ellas.
Aunque se trata de una adicción de tipo conductual, denominada así porque no hay ninguna sustancia externa implicada, hay síntomas similares a los que se dan en las adicciones con sustancias:
- Experimentar un fuerte impulso o ansia de llevar a cabo una actividad de alto riesgo.
- Sufrir síntomas de abstinencia como frustración e inquietud cuando no se puede participar en dicha actividad. Un estudio realizado en 2016 analizó este tipo de síntomas en ocho escaladores de roca. Después de un período sin escalar, los participantes experimentaron estados negativos similares a los percibidos por personas con adicciones a sustancias durante un tiempo sin consumir.
- Perder el interés por otras aficiones u ocupaciones con las que no se alcance ese grado de euforia.
- Insistir en llevar a cabo esas conductas, pese a las consecuencias negativas, como lesiones, problemas en las relaciones, en el ámbito laboral, etc.
- Volverse cada vez más adicto al deporte o a la actividad a medida que aumenta la exposición y la experiencia.
Cómo se manifiesta la adicción a la adrenalina
Esta búsqueda compulsiva de la euforia y la excitación que proporcionan las descargas de adrenalina toman diversas formas:
- Práctica de deportes extremos o elección de profesiones que implican cierta dosis de riesgo (militar, bombero, altos ejecutivos que tienen que lidiar con niveles muy altos de presión…).
- Comportamientos antisociales o participación en actividades ilícitas.
- Conductas peligrosas que ponen en riesgo la integridad física y, a veces, la propia vida (conducción temeraria, actividades de riesgo sin las necesarias medidas de seguridad, consumo de alcohol y otras drogas).
- Mantener relaciones sexuales de riesgo, sin protección o en lugares públicos donde exista la posibilidad de ser sorprendidos. Estas personas suelen ser más activas sexualmente y tienen una mayor tendencia a sentirse insatisfechos en relaciones estables.
- Apurar al máximo y dejarlo todo para el último momento: desde tareas de clase a pagos de facturas, revisiones médicas o entregas de proyectos laborales importantes… Hay quienes aseguran rendir mucho más bajo presión y trabajar mejor con la energía y excitación provocadas por la frenética necesidad de completar una tarea.
- Búsqueda permanente de conflictos. La búsqueda de emociones intensas también puede manifestarse a través de una necesidad constante de estar siempre en medio de todos los conflictos.
- Tener la agenda repleta. La adicción a la adrenalina puede estar, incluso, detrás de la necesidad compulsiva de mantener un horario de trabajo o una vida social en los que no hay hueco para nada.
También en el ámbito laboral pueden producirse situaciones complicadas cuando hay un jefe o un compañero ansioso por conseguir una descarga de adrenalina. Algunos ejemplos:
- Asumir riesgos excesivos. Un empresario puede comprar una empresa que no puede permitirse o un empleado aceptar más proyectos de los que puede llevar a cabo.
- Crear un entorno de trabajo excesivamente competitivo. Las personas con adicción a la adrenalina pueden fomentar la competitividad con sus compañeros o volverse abusivas y déspotas.
- Adicción al trabajo. Algunas profesiones facilitan más que otras que haya continuas descargas de adrenalina. Un cirujano, por ejemplo, puede sentir un subidón de esta hormona antes o después de una operación y renunciar a los descansos necesarios con tal de volver a experimentar ese alto nivel de euforia.
El alto precio de vivir al límite
Todas las adicciones tienen como propósito llenar un enorme vacío interior, escapar del dolor, la frustración o la ansiedad y mantener a raya pensamientos y sentimientos aterradores, desagradables o molestos. En el caso del adicto a la adrenalina ocurre que, por una parte, cuando se alcanza cierto umbral de activación o excitación uno se habitúa y cada vez será necesario ir arriesgando más para poder alcanzar el mismo efecto. Por otra, la percepción del riesgo es cada vez menor y uno tiende a ser cada vez más imprudente.
Sin embargo, ese bienestar, esa euforia y ese hormigueo en el estómago que provocan la adrenalina tienen también una cara oscura. Además de poner en riesgo la propia seguridad y la de otras personas, esta ansia por estar siempre en la cuerda floja conlleva otras consecuencias negativas, entre ellas:
- Deterioro en las relaciones personales.
- Alteraciones de salud. La adrenalina segregada en exceso puede provocar hipertensión, estrés crónico, cefaleas, ansiedad, náuseas, insomnio, mareos, irritabilidad, problemas cardiacos si se mantiene el nivel elevado mucho tiempo, etc.
- Problemas en el ámbito laboral y/o académico.
- Mayor propensión al abuso de sustancias o a caer en otras adicciones conductuales, como la ludopatía o la adicción al sexo.
- La adicción a la adrenalina puede llegar a desembocar en el conocido como síndrome de Pontius. La percepción del peligro de quienes lo sufren está totalmente alterada y ven como normales situaciones y actividades que objetivamente son muy peligrosas.
Nuestra personalidad también influye: la búsqueda de sensaciones
Hay una dimensión de nuestra personalidad estrechamente relacionada con una mayor o menor susceptibilidad a las adicciones en general y a la adicción a la adrenalina en particular: la búsqueda de sensaciones. El psicólogo estadounidense Marvin Zuckerman entendía este rasgo como el deseo de tener «sensaciones y experiencias nuevas, variadas, complejas e intensas, así como la disposición a correr riesgos físicos, sociales, legales y financieros con tal de obtenerlas». E identificó cuatro componentes dentro de esta variable:
- Búsqueda de emociones, aventuras y riesgo. Deseo de realizar actividades físicas que requieran velocidad, peligro, fuerza, novedad…
- Búsqueda de experiencias. Necesidad de nuevas experiencias físicas, sensoriales o mentales a través de la música, los viajes o el arte, así como búsqueda de un estilo de vida no conformista con personas afines y no convencionales.
- Desinhibición. Tendencia a participar en actividades sociales en ausencia de control o de cualquier tipo de inhibición: consumo de drogas y alcohol, fiestas o eventos en los que vale todo, conductas sexuales de riesgo…
- Susceptibilidad al aburrimiento. Aversión a las experiencias repetitivas, al trabajo rutinario y a la gente predecible.
Además, dentro de los «buscadores de sensaciones», Zuckerman diferenció dos subtipos.
- Personas que llevan a cabo una búsqueda no impulsiva socializada de sensaciones. Sienten atracción por las emociones fuertes y las aventuras, buscan vivir con intensidad, huyen de la rutina, les gustan los cambios y las novedades y están abiertos a nuevas experiencias. Sin embargo, no asumen riesgos innecesarios y pueden inhibir su conducta sin mayor problema para una mejor adaptación social.
- Quienes se distinguen por una búsqueda impulsiva y no socializada de sensaciones. Este subtipo muestra una mayor desinhibición, mayor búsqueda de experiencias y más predisposición a aburrirse fácilmente. También presentan una mayor tendencia a la agresividad y a caer en adicciones o conductas antisociales. No se detienen a medir las consecuencias a largo plazo de sus actos, sino que lo que más les mueve es alcanzar el mayor grado de placer inmediato, tanto a nivel biológico (descarga de dopamina), como psicológico (para eliminar el malestar emocional).
Adicción a la adrenalina como consecuencia de un trauma
A menudo, detrás de una conducta de riesgo que implique un subidón de adrenalina hay un trauma enquistado. Muchas personas traumatizadas están buscando continuamente experiencias que nos causarían rechazo o nos asustarían a la mayoría de los mortales. Algunas de ellas mencionan, además, una desagradable sensación de vacío y de aburrimiento cuando no están enfadados, bajo presión o realizando alguna actividad peligrosa.
Del mismo modo que hay personas traumatizadas que intentan anestesiar su dolor con drogas o alcohol, también las hay que necesitan experiencias y emociones fuertes para salir de la insensibilización que les provocó el trauma. Bessel Van Der Kolk, uno de los mayores expertos mundiales en trauma, explica en su libro El cuerpo lleva la cuenta: «Muchas personas se hacen cortes para que la insensibilización desaparezca, mientras que otras prueban con cosas como el puenting o realizan actividades de alto riesgo como la prostitución o el juego. Cualquiera de estos métodos puede aportarles una falsa y paradójica sensación de control». Llevar a cabo conductas de riesgo o mal vistas para muchos es el único modo que encuentran de salir de esa anestesia emocional y de experimentar sensaciones físicas que les recuerden que están vivos.
Vamos a imaginar a un niño. Se llama Manuel y vive entre palizas, gritos y humillaciones. Cada vez que su padre abre la puerta al regresar a casa el cerebro de Manuel provoca una descarga de adrenalina. Esta hace que el niño se ponga en acción y corra a esconderse a su habitación. Si la situación se repite una y otra vez, es muy probable que esa descarga se produzca ante todo tipo de situaciones estresantes. Esto conlleva un peligro. Aunque este sistema de protección le ayudó en su infancia, si ya de adulto cada vez que necesita percibir que tiene el control sobre una situación sigue recurriendo de forma automática a cualquier actividad o conducta que le reporte un subidón de adrenalina, la solución va a convertirse en un problema mucho mayor.
Vivir intensamente sin ponernos en riesgo
Aprender a gestionar el estrés sin tener que recurrir al subidón de adrenalina es posible. Los ejercicios de respiración, la meditación, las técnicas de relajación o el yoga son formas mucho más saludables de afrontar situaciones que nos alteran o que sentimos que no controlamos.
De cualquier modo, si eres un buscador de sensaciones y te gusta vivir intensamente, recuerda que no tienes que ponerte en peligro continuamente. Ni involucrarte en situaciones complicadas o comprometidas. Hay muchas formas de experimentar una descarga de adrenalina en entornos seguros y controlados: súbete a una montaña rusa, aficiónate a las películas de terror o a las scape room… Y si te gustan los deportes de riesgo, adelante, pero practícalos siempre en condiciones seguras y no dejes de lado otras aficiones.
Si tu atracción por la adrenalina está causándote demasiados problemas, busca apoyo profesional. La terapia puede ayudarte a encontrar la causa que subyace a esa necesidad de vivir siempre al límite. Además, aprenderás formas más adaptativas de gestionar esas emociones desagradables y dolorosas que intentas evitar a través del riesgo. Y si esta dependencia se ha desencadenado a raíz de un trauma u otro trastorno podrás ocuparte también de ello.
(Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
«Ser valiente no es carecer de miedo, sino procesarlo de tal manera que no te impida funcionar. Que la adrenalina no mande sobre ti» (Walter Riso)
Bibliografía
Schultz, D.P. y Schultz, S.E. (2010). Teorías de la personalidad (9ª Edición). México DF: Cengage Learning.
Van der Kolk, B. (2014). El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Barcelona: Ed. Eleftheria
Zuckerman, M. (1994). Behavioral expressions and biosocial bases of sensation seeking. Cambridge: Cambridge University Press.