Solecito, descanso, viajes, terrazas, el mar, la montaña… La época estival representa para la mayoría de nosotros una pausa muy esperada: un respiro en medio del año y una oportunidad para desconectar y renovar energías. Pero no siempre ocurre así. A veces, los cambios de rutina, el calor, las expectativas o una mayor vida social terminan agotándonos más de lo que nos recargan. Por eso, cuidar tu salud mental en verano es tan importante.
Para que los próximos meses no se te atraganten, te propongo algunas claves que te ayudarán a vivir unos meses sin demasiados sobresaltos. El objetivo no es tener un verano perfecto, sino uno más consciente y adaptado a tus verdaderas necesidades.
1. Prioriza tu sueño
Durante el verano, el reloj interno se desajusta con facilidad. Los días son más largos, anochece más tarde, las cenas se retrasan y los horarios habituales de sueño suelen alterarse. A esto se suma el calor nocturno, que dificulta tanto conciliar el sueño como mantenerlo durante la noche. Todo ello tiene un impacto en la salud mental: dormir mal no solo provoca cansancio, sino que también afecta a la memoria, la concentración, el estado de ánimo y la tolerancia a la frustración.
Para cuidar tu descanso en esta época, procura mantener cierta regularidad tanto en la hora de acostarte como en la de levantarte, incluso en vacaciones. Puedes permitirte algo de flexibilidad, pero intenta no desajustar del todo tus horarios: a tu cuerpo le viene bien seguir un ritmo más o menos estable.
Adapta también el entorno. Asegúrate de que tu dormitorio esté oscuro, fresco y silencioso. Usa ventiladores si el calor lo exige, y evita las pantallas al menos una hora antes de dormir, ya que la luz azul dificulta la producción de melatonina, la hormona que regula el ciclo del sueño.
2. ¿Necesitas más descanso? Haz sitio a la siesta
La siesta breve es uno de los recursos más eficaces para recargar tu energía física y mental. Lejos de ser una muestra de pereza, tiene beneficios demostrados: mejora la memoria, el estado de ánimo, la concentración y la capacidad de tomar decisiones. Conviene que sea corta (entre 20 y 30 minutos) para que no interfiera con el sueño nocturno.
Ahora bien, descansar no siempre implica dormir. Puedes encontrar otras formas de descanso que se adapten a ti: tumbarte con los ojos cerrados en silencio, escuchar música relajante o simplemente quedarte quieto unos minutos mirando por la ventana. A veces, un rato de verdadera desconexión recarga más que una hora de ocio agitado.
(En este blog puedes leer el artículo Dormir la siesta, el yoga ibérico que favorece nuestra salud mental)

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3. Ten en cuenta cómo el calor afecta a tu estado de ánimo
El calor no solo impacta en el cuerpo. También influye en el estado de ánimo y en la capacidad para regular las emociones. En los días especialmente calurosos, el organismo trabaja sin descanso para mantener una temperatura interna estable, lo que a menudo provoca irritabilidad, fatiga y dificultad para concentrarse.
No es casual que, durante las olas de calor, aumenten los conflictos, la sensación de agobio o la ansiedad. El sistema nervioso está menos disponible para gestionar emociones complejas porque buena parte de la energía se destina a sostener el equilibrio térmico. Es como si el cuerpo entrara en «modo supervivencia».
En esos días, reduce el ritmo, organiza tus actividades en las horas más frescas, busca sombra, hidrátate bien y, sobre todo, háblate con más amabilidad.
(En este blog puedes leer el artículo El calor influye en el mal humor y aumenta la agresividad)
4. Un poco de rutina también viene bien
Una idea muy extendida sobre el verano es que debe ser un tiempo completamente libre, sin horarios ni obligaciones. Y si bien muchas personas agradecen alejarse del ritmo frenético del resto del año, perder por completo cualquier estructura puede generar más desorientación que descanso, sobre todo en quienes necesitan cierta previsibilidad para sentirse en equilibrio.
No se trata de reproducir el mismo nivel de exigencia ni de planificar cada día como si fuera una jornada laboral. Pero sí resulta saludable mantener una rutina ligera y flexible. Dormir y despertarse a horas parecidas, establecer un horario aproximado para las comidas o dedicar un rato diario al descanso o a actividades que te hagan sentir bien —leer, caminar, escribir—favorece el bienestar emocional.
No hace falta que haya un orden estricto: pueden dejarse márgenes amplios, cambiar cada semana o incluir espacios para lo imprevisto. Lo importante es que esa mínima organización te ayude a ordenar el día y evitar el caos mental.
5. Muévete (sin exigencias ni presión)
La actividad física regular —aunque sea suave— mejora el estado de ánimo, regula el sueño, reduce la ansiedad y favorece la conexión entre cuerpo y mente. Sin embargo, en estos meses puede costar más mantener este hábito: el calor, los cambios de rutina o el cansancio acumulado suelen desmotivarnos con facilidad.
La buena noticia es que no hacen falta grandes esfuerzos para notar los beneficios. Caminar al atardecer, nadar, bailar sin motivo o pasear sin rumbo ya son formas válidas de moverse y cuidarse.
Eso sí, si haces ejercicio al aire libre, evita las horas de más calor. Elige momentos que te resulten agradables y actividades que te hagan disfrutar. El objetivo no es rendir ni exigirte, sino sentirte mejor.
6. Ojo con las expectativas
A menudo imaginamos el verano como una época ideal: playas paradisíacas, cuerpos bronceados, atardeceres maravillosos, amigos riendo alrededor de una mesa. Y si no estamos viviendo algo así, sentimos que algo falla. Esa visión idealizada genera una presión constante por vivir un verano «a la altura», lo que no solo puede desilusionarnos, sino también alimentar el malestar emocional e incluso contribuir a síntomas depresivos.
Cuando idealizamos en exceso, dejamos de ver el presente. Empezamos a comparar nuestra experiencia con lo que creemos que «deberíamos» estar viviendo, lo que alimenta la culpa y el descontento. Esto se intensifica con la exposición continua a redes sociales, donde los demás parecen estar siempre disfrutando o viviendo cosas extraordinarias.
Pero no hace falta que el verano sea espectacular para que merezca la pena. También puede ser tranquilo, sin grandes planes y aun así ofrecerte momentos valiosos. Bajar las expectativas no es resignarse, sino abrirse a lo que hay: aceptar que no todo saldrá como esperabas, que habrá días monótonos o relaciones menos idílicas de lo que imaginabas… y que todo eso forma parte de la experiencia. A menudo, cuando dejas de perseguir lo ideal y te centras en lo real, descubres el valor de instantes que antes pasaban desapercibidos. La clave no está en que todo encaje, sino en estar presente, sin exigencias.
7. Haz pausas digitales
Como decía en el anterior apartado, durante el periodo estival, las redes sociales se llenan de imágenes de vidas aparentemente perfectas. Este bombardeo visual intensifica la tendencia a la comparación y es fácil que genere un profundo sentimiento de insuficiencia, soledad y tristeza si nuestra realidad no se parece a lo que vemos.
Por eso, hacer pausas digitales —o al menos reducir el tiempo en redes— puede ser muy reparador. Intenta reservar momentos sin pantallas: una mañana sin móvil, una tarde sin redes, una noche sin notificaciones. Observa qué cambia cuando no estás tan expuesto/a a esos estímulos.
Además, al dejar de compartir todo lo que haces tú también, te das la oportunidad de estar más presente. No todo tiene que ser fotografiado o publicado. Algunas experiencias ganan valor precisamente cuando las vives solo para ti. Volver a habitar el momento sin mirarlo desde fuera es una forma profunda de reconectar contigo.

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8. Practica el arte de no hacer nada
Vivimos en una cultura que valora la productividad por encima de casi todo. Por eso, tomarse un rato sin un objetivo concreto puede generar inquietud, aburrimiento o culpa. Pero el verano, con su cadencia más suave, es un momento propicio para recuperar un arte olvidado por muchos: el de no hacer nada… sin sentir que estás perdiendo el tiempo.
No se trata de desconectar para luego rendir más. Tampoco de llenar cada minuto de planes, aunque sean agradables. Se trata, simplemente, de dejar que el tiempo pase, sin más: mirar por la ventana, sentarte en silencio, observar cómo cae la tarde sin hacer otra cosa a la vez.
Estas pausas improductivas no solo son legítimas: también resultan muy reparadoras. Ayudan a calmar el sistema nervioso, a liberar espacio mental y a recobrar el contacto contigo mismo/a, sin prisa y sin presión.
9. Reconecta con lo sencillo
En un mundo cada vez más acelerado y saturado de estímulos, volver a lo sencillo no solo es una forma de descanso, sino también una manera de volver a lo que de verdad nos nutre. El verano ofrece un contexto ideal para recuperar gestos tan simples como sentarse a la sombra con un libro, andar descalzo sobre la tierra, saborear una fruta con calma o escuchar el sonido del agua.
Estas experiencias, en apariencia triviales, son en realidad puertas de entrada al presente, el único lugar donde podemos sentirnos verdaderamente vivos. Además, ayudan a reducir la sobrecarga mental, calman el sistema nervioso y activan sensaciones corporales que nos anclan, nos serenan y nos sostienen.
10. Da espacio a esas emociones que has mantenido alejadas
Durante el año, la agenda se llena de tareas, compromisos y urgencias. Esa actividad constante actúa como una barrera: deja fuera emociones que, aunque presentes, quedan relegadas. Por eso, no es raro que en verano —cuando el ritmo baja— empiecen a emerger la tristeza, la ansiedad, una vaga sensación de vacío.
Lejos de significar que algo va mal, puede ser simplemente que, por fin, hay silencio suficiente para escuchar. Tu mundo interno encuentra hueco para mostrarse. Y, aunque al principio incomode, también es una oportunidad para reencontrarte contigo sin filtros ni exigencias.
Empieza por gestos sencillos: escribir lo que te viene, pasear sin distracciones, observar lo que aparece en tu cuerpo. Practicar esa escucha sin juicio —estar contigo sin intentar cambiar nada— puede favorecer que surjan comprensiones muy valiosas. A veces, en lo que incomoda, se esconde justo lo que más necesitabas mirar.
11. Cuida tus vínculos (sin forzar)
En verano suele aumentar la vida social: reuniones familiares, planes en grupo, viajes compartidos, visitas imprevistas… Y aunque muchos de estos encuentros resultan placenteros, también pueden llegar a ser agotadores si se viven desde la obligación o el compromiso más que desde el deseo.
Incluso la convivencia prolongada con personas cercanas puede generar tensiones si no dejamos espacio para la individualidad. Hay quienes disfrutan mucho del contacto social, pero también quienes se sienten fácilmente desbordados si no encuentran momentos de calma para recargar su energía.
Por eso, cuidar la forma en que te relacionas en esta época también forma parte del autocuidado. No se trata de aislarte, sino de encontrar el equilibrio: elegir con quién y cómo compartes tu tiempo y darte permiso para reservar espacios solo para ti.
Además, escuchar y respetar tus ritmos también es una manera de cuidar a los demás porque ayuda a que los vínculos se sostengan desde la autenticidad, sin forzarlos ni desgastarlos.

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12. Si viajas, que sea con conciencia
Viajar puede ser una experiencia enriquecedora: abre la mente, rompe con la rutina, activa la curiosidad, estimula la creatividad y ofrece nuevas perspectivas sobre nosotros mismos y el mundo. Pero no siempre lo vivimos así.
A veces, agotados tras un año intenso, proyectamos sobre el viaje la expectativa de que lo compense todo: el cansancio, el malestar acumulado o las tensiones no resueltas. Y cuando no resulta tan reparador como imaginábamos, llega la decepción. También puede ocurrir que el estrés de los preparativos, la convivencia intensa o los imprevistos logísticos nos generen más ansiedad que disfrute.
Viajar con conciencia implica soltar la necesidad de que todo salga perfecto. Es abrirse a lo inesperado y dejar que el error también forme parte del camino. A menudo, lo mejor de un viaje no está en lo planeado, sino en lo que aparece sin buscarlo: una conversación inesperada, un paisaje que no estaba en el mapa, esa sensación de libertad que no se puede fotografiar.
Y si este año no viajas, sea cual sea el motivo, recuerda que eso no te resta nada. No necesitas moverte lejos para descansar o disfrutar. También puedes redescubrir tu ciudad, volver a lugares que habías olvidado o explorar rincones cercanos con una mirada nueva. A veces, lo que necesitamos está más cerca de lo que imaginamos.
13. Pide ayuda si lo necesitas
Existe la creencia errónea de que en verano, sí o sí, toca estar bien. Como si el sol o las vacaciones tuvieran el poder mágico de disipar la ansiedad, la tristeza o cualquier malestar emocional. Pero el sufrimiento no desaparece solo porque haga buen tiempo. Al contrario, en esta época puede volverse más evidente precisamente porque hay más espacio para notar lo que solemos dejar en segundo plano.
Algunas personas se sienten solas, desubicadas o desconcertadas sin saber muy bien por qué. Otras reviven emociones que creían superadas. Y muchas simplemente conviven con una incomodidad difusa, difícil de poner en palabras, pero que siempre está presente y pesa.
Si te reconoces en algo de esto, no te culpabilices ni minimices lo que sientes con frases como «No debería sentirme así en verano» o «Ya se me pasará». El primer paso para cuidar tu salud mental es validar tu experiencia, aunque no encaje con lo que esperabas.
Y si sientes que algo te desborda o que todo se te hace cuesta arriba, no te aísles. Buscar un espacio seguro donde poder expresarte también es una forma de cuidado.
(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)