Archivos Mensuales :

noviembre 2025

Profecía autocumplida. Por qué aquello que tanto temes acaba sucediendo

Profecía autocumplida: Por qué aquello que tanto temes acaba sucediendo

Profecía autocumplida: Por qué aquello que tanto temes acaba sucediendo 1920 1280 BELÉN PICADO

“Lo veía venir”, “Sabía que saldría mal”, “Estaba claro que no podría”… Todos hemos pensado algo así alguna vez, como si realmente pudiéramos adelantarnos a lo que va a ocurrir. Pero detrás de esa sensación no hay magia ni un don especial para ver el futuro: lo que suele haber es un mecanismo psicológico conocido como profecía autocumplida. Lo que creemos sobre nosotros, sobre los demás o sobre cómo funciona el mundo influye en cómo miramos, actuamos e interpretamos lo que pasa. Y, casi sin darnos cuenta, acabamos actuando de manera que la realidad termina pareciéndose a lo que esperábamos.

Lo vemos a diario: si temo que me rechacen, me vuelvo frío y distante y el otro se aleja; si creo que mi pareja no me escucha, dejo de compartir y la relación se enfría; si pienso que mi jefe no confía en mí, trabajo con más inseguridad y me equivoco más. Lo mismo ocurre a mayor escala: prejuicios, estereotipos, etiquetas…

En todos los casos, el proceso es parecido: las expectativas guían nuestras acciones, y las acciones generan respuestas que refuerzan lo que pensábamos al inicio.

Qué es la profecía autocumplida

El sociólogo Robert K. Merton introdujo el término en 1948 para explicar cómo una creencia equivocada puede desencadenar comportamientos que terminan convirtiéndola en real. Su ejemplo más conocido es el de un banco que acaba hundiéndose porque se extiende el rumor de que va a quebrar: el miedo provoca la retirada masiva de dinero y eso, precisamente, lo hunde.

Años después, los psicólogos Robert Rosenthal y Lenore Jacobson demostraron que este mecanismo también actúa en el ámbito de las relaciones interpersonales. Sus estudios confirmaron que las expectativas pueden cambiar la percepción y el comportamiento, tanto de quien las tiene como de las personas sobre las que recaen. Basta una idea —positiva o negativa— para modificar la manera en que tratamos a alguien, y ese trato influye en cómo esa persona actúa.

Tipos de profecía autocumplida: Pigmalión, Golem y Galatea

Este fenómeno puede manifestarse de varias maneras, dependiendo de si las expectativas vienen de fuera (Pigmalión y Golem) o de dentro (Galatea).

1. Efecto Pigmalión: cómo la confianza ajena impulsa la propia

El nombre procede de un mito griego. Pigmalión era un escultor que talló una estatua tan bella y perfecta que acabó enamorándose de ella. Le hablaba, la cuidaba y la trataba como si estuviera viva. Ante la intensidad de ese amor, la diosa Afrodita se conmovió y dio vida a la escultura.

Esta metáfora resume la idea de que cuando tratamos a alguien como si fuera capaz, aumentan las posibilidades de que lo sea.

Rosenthal y Jacobson demostraron este principio con un experimento realizado en una escuela. Dijeron a varios profesores que ciertos alumnos tenían un “gran potencial intelectual” (en realidad habían sido elegidos al azar). Meses después, esos niños destacaron sobre el resto. Lo que ocurrió fue que los docentes, convencidos de sus capacidades, les ofrecieron más estímulo, más tiempo y más atención. Y los alumnos respondieron dando lo mejor de sí.

Esto ocurre en cualquier ámbito: un jefe que confía en su equipo aumenta su motivación; una pareja que ve fortalezas donde el otro solo ve dudas favorece su crecimiento; un terapeuta que cree en los recursos de sus pacientes refuerza su proceso de cambio.

Pigmalión y Galatea

«Pygmalion and Galatea», Jean-Léon Gérôme.

2. Efecto Golem: cuando las expectativas negativas de otros nos limitan

Es el reverso del efecto Pigmalión. Su nombre procede del Golem de la tradición judía: una figura de barro creada para servir y obedecer a su amo, pero que a veces se vuelve incontrolable por no tener criterio propio. Es una imagen que ilustra bien cómo funcionan las expectativas negativas: actúan como un molde rígido que acaba deformando la identidad del otro. Cuando miramos a alguien desde la desconfianza, el desprecio o la crítica, es más fácil que esa persona termine viéndose como la ven los demás y comportándose como se espera de ella.

Un profesor convencido de que un alumno “no da para más” le explicará y exigirá menos y lo ignorará más. Esto llevará al estudiante a desmotivarse y a bajar su rendimiento, lo que el profesor interpretará como una confirmación de su expectativa inicial. Lo mismo ocurre en el trabajo o en pareja: cuando alguien siente que el otro ya ha decidido quién es, actúa atrapado por ese papel.

3. Efecto Galatea: el poder de nuestra propia mirada

Galatea es el nombre de la estatua que Pigmalión esculpió y que cobró vida gracias a su fe y su amor. Lo que refleja este efecto es el poder de las expectativas internas. Somos nosotros quienes damos forma a lo que creemos ser capaces de hacer.

Cuando confiamos en nuestras posibilidades, nos implicamos más, afrontamos mejor los obstáculos y buscamos soluciones. En cambio, si pensamos que no valemos o que vamos a fracasar, es fácil que actuemos con miedo o ni siquiera lo intentemos.

En terapia uno de los mayores avances llega cuando la persona deja de pensar “ojalá cambie” y empieza a sentir “puedo cambiar”. La mirada del otro ayuda, pero la interna es la que sostiene el proceso.

Cómo funcionan las expectativas

Se cuenta que un grupo de ranas organizó una competición para subir a lo alto de una torre. Era una prueba muy difícil y, desde el primer salto, las que miraban desde abajo empezaron a comentar:

—No lo conseguirán.

—Está demasiado alto.

—Qué locura intentarlo.

Una a una, las competidoras fueron abandonando, agotadas o desanimadas. Todas menos una, que siguió saltando hasta llegar arriba del todo. Cuando bajó, las demás la rodearon sorprendidas y le preguntaron cómo lo había conseguido.

Entonces descubrieron que era sorda.

Este cuento resume bien cómo funcionan las expectativas. A veces abandonamos enseguida, no porque no podamos, sino porque damos demasiado peso a lo que otros esperan de nosotros o a nuestras propias dudas. Y otras, en cambio, conseguimos más de lo previsto, simplemente porque no escuchamos esas voces que nos frenan.

Nuestro cerebro busca más coherencia que verdad. Tendemos a fijarnos en lo que encaja con lo que ya creemos y a ignorar lo que lo contradice. Es el sesgo de confirmación: seleccionamos, casi sin darnos cuenta, la información que coincide con nuestra manera de ver el mundo. Por eso, cuando esperamos que algo salga mal, vemos con más claridad los indicios de fracaso y restamos valor a los signos de mejora.

A esto se suma el componente emocional. Cada expectativa activa una emoción —confianza, miedo, entusiasmo o alerta— que influye en cómo interpretamos la situación y en cómo actuamos. Si anticipamos rechazo, nos ponemos a la defensiva; si esperamos comprensión, nos mostramos más abiertos. Y estas reacciones provocan respuestas distintas en los demás, reforzando el resultado que temíamos o deseábamos.

En definitiva, las expectativas no solo predicen: ayudan a construir lo que ocurre. Por eso conviene prestar atención a los mensajes que emitimos y a los que permitimos que nos influyan.

Profecía autocumplida y expectativas

Imagen de cookie_studio en Freepik.

Las primeras profecías se forman en la infancia

Desde los primeros vínculos aprendemos qué esperar del mundo y de los demás. Las miradas, los gestos y las respuestas de quienes nos cuidan nos enseñan si es seguro mostrar lo que sentimos, si seremos atendidos cuando necesitamos ayuda o si es mejor callar para no molestar. Con el tiempo, esas experiencias se convierten en creencias estables sobre nosotros mismos y sobre las relaciones.

Si en la infancia sentimos que solo recibíamos cariño cuando éramos “buenos” o no dábamos problemas, es probable que en la vida adulta busquemos aprobación o evitemos el conflicto para no decepcionar. Si crecimos con críticas, rechazo o indiferencia, tal vez aprendimos a protegernos antes de que alguien pudiera hacernos daño. En ambos casos intentamos evitar el malestar repitiendo un patrón que, sin querer, lo mantiene.

Ahí es donde el apego y la profecía autocumplida se encuentran. Las expectativas que se formaron en los primeros años —“me van a dejar”, “no soy suficiente”— pueden reactivarse cuando algo nos recuerda ese miedo inicial. Entonces respondemos desde ese guion antiguo: quien teme ser abandonado se aferra o vigila; quien teme ser invadido se aleja; quien se siente poco valioso deja pasar oportunidades o se conforma con menos de lo que desea.

Consecuencias de dejarse llevar por las profecías autocumplidas

Cuando nos dejamos arrastrar por este fenómeno, las consecuencias aparecen en muchos planos: no solo afecta a lo que conseguimos, sino también a cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos:

  • Deterioro de la autoestima. Cuando alguien escucha con frecuencia que no sirve, que siempre se equivoca o que “no es como los demás”, puede acabar creyéndoselo. Esa idea se convierte en un filtro desde el que interpreta todo: los errores parecen pruebas de incapacidad y los logros, una cuestión de suerte, una casualidad. Con el tiempo disminuye la confianza en uno mismo, aparecen las dudas y aumenta la sensación de no estar nunca a la altura.
  • Miedo al error. Cuando damos por hecho que fallaremos —“seguro que lo haré mal”, “voy a hacer el ridículo”— actuamos como si ese resultado ya estuviera decidido. Esa expectativa lleva a evitar hablar, pedir ayuda o intentar algo nuevo. Al no intentarlo, no aparece ninguna experiencia que contradiga la creencia inicial. Así, el miedo al error no solo paraliza: también crea el escenario perfecto para que la predicción se cumpla.
  • Relaciones tensas o desequilibradas. Si tratamos a alguien como incapaz o poco fiable, es probable que acabe comportándose así. Y si esperamos juicios, reproches o abandono, reaccionaremos a la defensiva, generando justo la distancia que temíamos. También ocurre al revés: cuando alguien se siente obligado a cumplir las expectativas ajenas —ser el fuerte, el complaciente, el que siempre puede con todo—, puede acabar agotado y atrapado en un rol rígido. En ambos casos, las relaciones pierden espontaneidad y bienestar.
  • Desgaste emocional y físico. Vivir anticipando el fallo, el rechazo o el fracaso mantiene el cuerpo alerta. Esto se traduce en más tensión muscular, cansancio, insomnio o dificultad para concentrarse. Con el tiempo, esta activación constante erosiona el equilibrio emocional: aparecen irritabilidad, agotamiento o la sensación de estar “en modo supervivencia”, sin espacio para el disfrute o la calma.
  • Refuerzo de estereotipos. Las profecías autocumplidas también operan en lo social, cuando un grupo es visto a través de prejuicios o etiquetas. Si se da por hecho que ciertos colectivos son menos capaces, responsables o válidos, esa creencia acaba condicionando las oportunidades reales de las personas. El resultado es un círculo vicioso: las expectativas negativas limitan el acceso a recursos y apoyo, y esas limitaciones se interpretan después como confirmación del estereotipo.

Cómo romper el círculo

A continuación, te dejo algunas pautas que pueden ayudar a reducir el efecto de las profecías autocumplidas:

  • Toma conciencia del guion que se repite. Observa qué pensamientos o actitudes aparecen una y otra vez: “no valgo para esto”, “nadie me entiende”, “no puedo evitarlo”. Detectar ese patrón te ayudará a diferenciar entre lo que eres y lo que haces o lo que piensas. No es que “seas así”, sino que has aprendido a reaccionar de esa forma. Y lo aprendido puede cambiarse.
  • Cambia tu respuesta habitual. No siempre podemos controlar lo que pensamos, pero sí elegir cómo respondemos. Por ejemplo, si tiendes a aislarte cuando temes el rechazo, prueba a sostener un poco más el contacto. Si sueles pensar que tu esfuerzo no servirá, inténtalo igualmente, aunque solo sea un paso pequeño para comprobar qué pasa. Romper el círculo consiste en hacer algo distinto justo cuando todo en ti empuja a repetir lo de siempre.
  • Cuestiona la interpretación que das a los hechos. Antes de dar por cierto algo, pregúntate si tienes pruebas o si solo es una suposición. Puedes contrastarlo, preguntar o, al menos, reconocer que quizá lo ves así porque temes que sea cierto. Este pequeño paso frena la inercia de la profecía y te permite actuar desde lo que realmente está ocurriendo, no desde lo que imaginas.
  • Busca explicaciones alternativas. Cuando te descubras dando por cierta una interpretación, imagina al menos dos o tres opciones más, aunque te parezcan poco probables. Si alguien no te saluda y piensas que es porque le caes mal, añade otras hipótesis. Por ejemplo, quizá no te haya visto o iba ensimismado en sus cosas. Así ayudas a tu mente a no quedarse con una sola versión de la historia. Este simple gesto debilita la profecía y amplía la perspectiva.

  • Revisa tus expectativas hacia los demás. Observa qué idea tienes del otro. Si das por hecho que no va a cambiar o que volverá a fallar, tu trato reflejará esa desconfianza y terminará generando justo lo que temes. Prueba a mirar con curiosidad, dejando espacio para que el otro te sorprenda. Así el vínculo se apoya en lo que pasa, no en lo que anticipas.
  • Reformula tu lenguaje interno. El modo en que te hablas puede mantener viva la profecía sin que lo notes. No es lo mismo decir “soy un desastre” que “esta vez me he equivocado”. La primera frase nos encierra en una etiqueta; la segunda reconoce un error concreto y deja espacio para hacerlo distinto la próxima vez. Cambiar “soy” por “estoy”, “siempre” por “a veces”, o añadir un “todavía” parece algo mínimo, pero cambia la forma en que te ves y actúas.
  • Busca miradas nutritivas. Las personas que nos rodean influyen en cómo nos vemos. Elige vínculos donde haya respeto, confianza y apoyo, no críticas ni juicios constantes. Estar cerca de quien ve tus capacidades, incluso cuando tú dudas de ellas, reforzará esa parte de ti que quiere avanzar.
  • Pide ayuda. Si notas que tus profecías se repiten una y otra vez y están relacionadas con heridas antiguas —rechazo, abandono o sensación de no ser suficiente—, busca acompañamiento profesional. La terapia puede ayudarte a revisar esas experiencias, comprender su origen y construir una manera más amable y realista de mirarte. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)
Referencias bibliográficas

Bowlby, J. (1989). Una base segura: Aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Barcelona: Paidós.

Merton, R. K. (1948). The self-fulfilling prophecy. The Antioch Review, 8(2), 193–210.

Rodríguez Pérez, H., & Ortega Ochoa, L. (2024). Exploración de la profecía autocumplida en la pareja: papel de la autoestima en estilos de afrontamientos agresivos y sumisos. MLS Psychology Research, 7(2), 33–46.

Rosenthal, R. y Jacobson, L. (1971). Pigmalión en la escuela: Expectativas del maestro y desarrollo intelectual de los alumnos. Madrid: Marova.

Szumski, G., & Karwowski, M. (2019). Exploring the Pygmalion effect: The role of teacher expectations, feedback, and self-fulfilling prophecy in education. Educational Psychology Review, 31(4), 1–30.

Guía para personas cuidadoras

Guía para personas cuidadoras: Encontrar el equilibrio entre cuidar y cuidarse

Guía para personas cuidadoras: Encontrar el equilibrio entre cuidar y cuidarse 1536 1024 BELÉN PICADO

En España, cuatro de cada diez personas adultas se encargan del cuidado de alguien mayor, enfermo o dependiente. La mayoría de estas personas cuidadoras realizan su labor sin horarios, sin reconocimiento, sin remuneración y con escaso apoyo. En su mayor parte son mujeres de entre 45 y 64 años, muchas de ellas hijas, esposas o madres que intentan conciliar el trabajo, la familia y la atención constante a quien depende de ellas.

Cuidar es un acto de amor y de compromiso, pero cuando se sostiene durante demasiado tiempo sin descanso ni ayuda también se convierte en una fuente de desgaste. Por eso es tan importante que, si estamos al cargo de alguien, prestemos atención a nuestro propio autocuidado. Solo así, alejaremos el riesgo de caer en el agotamiento físico, la sobrecarga emocional y otros problemas de salud mental como el síndrome del cuidador.

Los mecanismos psicológicos que hay detrás de cuidar

Atender las necesidades de alguien que depende de ti no es solo una cuestión práctica. En esta tarea también entran en juego emociones, creencias y formas de relacionarse que se aprendieron mucho antes. Cada persona cuida desde su historia y desde lo que le enseñaron sobre el amor y la responsabilidad.

Cuidar desde la exigencia. Muchas personas cuidadoras sienten que tienen que poder con todo. Si descansan, se sienten culpables; si delegan, piensan que fallan; y si se quejan, creen que son egoístas. Detrás de esa exigencia suele haber una creencia muy arraigada: “Mi valor depende de lo bien que cuide”. El cuidado, entonces, deja de ser una forma de acompañar y se convierte en un examen diario. Ya no basta con estar; hay que hacerlo todo perfecto. Pero nadie puede mantener ese ritmo sin pagarlo caro. Cuando el cuidado se vive como una obligación constante de rendir, se pierde lo más importante: la conexión con quien se cuida y con una/o misma/o.

El peso de la culpa. La culpa acompaña a muchos cuidadores. Aparece al pensar que no se hace suficiente, que falta paciencia o que no se siente lo que “se debería sentir”. En algunos hogares, además, pesa la mirada ajena: familiares que opinan sin implicarse o comentarios que confunden amor con sacrificio. Esa culpa suele empujar a hacer cada vez más y a exigirse hasta quedarse sin fuerzas.

Necesidad de control. Cuando la vida de otra persona depende en parte de ti, es comprensible querer tenerlo todo bajo control. Parece una forma de garantizar que nada se escape, pero esa sensación de seguridad es engañosa. Revisar cada detalle, corregir constantemente o no dejar que otros participen genera una tensión que acaba agotando. A menudo, esa necesidad de control es una manera de calmar el temor a que algo vaya mal o a que el esfuerzo no sea suficiente.

Emociones incómodas. Entre lo que una persona cree que debería sentir al cuidar y lo que realmente siente suele haber una gran distancia. Puede experimentar amor y ternura, pero también cansancio, enfado o incluso rechazo. Y eso no la convierte en peor cuidadora. En muchas historias de vida se aprendió que las emociones “negativas” debían ocultarse: que mostrarse irritada o harta era una falta de cariño. Por eso, a menudo se reprimen en cuanto aparecen. Pero lo que no se expresa termina manifestándose de otras formas: tensión, insomnio, tristeza o una sensación de vacío difícil de nombrar. Puedes querer mucho y, al mismo tiempo, sentirte agotada.

personas cuidadoras

Imagen de Freepik.

Patrones aprendidos. Muchas personas cuidadoras no aprendieron a cuidarse, sino a cuidar, porque desde la infancia asumieron responsabilidades que no les correspondían. Eran quienes calmaban a sus padres, mediaban en los conflictos familiares o intentaban mantener la armonía en el hogar. En psicología, a esto se le llama parentalización: ocurre cuando la jerarquía familiar se invierte y el menor acaba ocupándose de tareas o emociones que deberían asumir los adultos.

En estos entornos, el cariño y el reconocimiento aparecen cuando el niño es servicial y complaciente, no cuando expresa sus propias necesidades. Así aprende e interioriza que, para ser querido, debe cuidar y callar. En la edad adulta, ese guion puede reactivarse cuando alguien cercano enferma o depende de él, y siente que solo tiene valor cuando ayuda o se hace cargo de los demás. Con el tiempo, lo que en la infancia fue una forma de adaptarse se convierte en una carga demasiado pesada.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

Pérdida de identidad. Con el tiempo, el cuidado puede ocupar tanto espacio que deja poco margen para uno mismo. Los días se organizan en función del otro, y lo que antes era importante —el trabajo, las amistades, los intereses personales— va quedando en segundo plano. Hay quienes llegan a un punto en el que les cuesta incluso reconocer qué les gusta, qué necesitan o quiénes son fuera del rol de cuidar. No es solo una cuestión de tiempo o de cansancio. A veces, detrás hay una forma de entender el amor o el deber que hace que cuidarse parezca un gesto de deslealtad o de falta de entrega. Cuando toda la identidad gira en torno al otro, se pierde el propio centro.

Cuidar no es salvar. Cuando queremos profundamente a alguien, aceptar su dolor puede resultar insoportable. De ahí nace el impulso de salvar: hacer todo lo posible para que no sufra, incluso cuando no está en nuestras manos cambiar lo que ocurre. Ese deseo, aunque nace del amor, puede convertirse en una trampa. Muchos cuidadores sienten que, si no logran aliviar el sufrimiento del otro, están fallando. Pero ese intento de salvar termina dejando sin fuerzas y haciendo que quien cuida se sienta solo y desbordado. Cuidar no es borrar el dolor ni tener todas las respuestas. Es acompañar dentro de los propios límites, con atención, respeto y la conciencia de que quien cuida también necesita apoyo.

Cuidar sin perderte en el intento

El bienestar de quien acompaña o atiende también importa. Si estás en ese camino, aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte a mantener el equilibrio entre las necesidades de la persona a tu cargo y las tuyas propias.

1. Aprende a pedir ayuda y suelta un poco el control

No puedes hacerlo todo sola. Nadie puede, aunque a veces cueste aceptarlo. Pedir ayuda no es rendirse ni ser menos capaz: es reconocer que cuidar bien también implica cuidarte tú.

Delega cuando lo necesites, sin esperar a estar agotada. Si lo haces demasiado tarde, es fácil que la petición salga acompañada de enfado o reproche. Sé clara: explica qué necesitas y cuándo —una compra, un traslado, unas horas de compañía— y deja que cada persona ayude a su manera.

Confiar no es desentenderse, es aceptar que los demás pueden cuidar de forma diferente y que eso también está bien. El miedo a que algo salga mal o a perder el control es comprensible, pero intentar tenerlo todo bajo vigilancia solo te desgasta. Permite que otros participen, aunque se equivoquen o lo hagan distinto. Lo importante no es que todo quede perfecto, sino que puedas descansar, respirar y seguir acompañando sin romperte por dentro.

2. Sé realista con lo que puedes hacer

Planificar solo sirve si lo que te propones es posible. Cuando organices tus jornadas, incluye también tus propias necesidades: dormir, comer, asearte y descansar. Si esas cosas básicas no tienen espacio, el plan no funcionará.

Aprende a distinguir lo urgente de lo importante y acepta que las prioridades cambian según el momento, el cansancio o el estado de ánimo. No pasa nada si un día no se plancha o si la comida es más sencilla. Hay tareas que pueden esperar o hacerse con menos frecuencia, pero si terminas siempre sin un respiro, el cuerpo y la mente acabarán pasándote factura.

Contar con una mínima estructura ayuda a que el tiempo no se te vaya resolviendo urgencias. Puedes dividir las tareas en tres grupos: las imprescindibles, las importantes y las que pueden esperar. Las primeras se hacen; las segundas se valoran según la energía del día; las últimas, si es posible, se aplazan o se delegan.

3. Cuida tu cuerpo

El cuerpo no es solo un instrumento para cuidar, también es el lugar donde se acumula el cansancio. Dolores musculares, migrañas o problemas digestivos son señales de tensión sostenida que conviene escuchar antes de que se conviertan en un aviso más serio.

Duerme lo que necesites, aliméntate de forma equilibrada y busca momentos para moverte: caminar, estirarte o respirar con calma puede ayudarte más de lo que imaginas. También es importante no descuidar las revisiones médicas y pedir ayuda profesional si algo preocupa. El descanso y el movimiento no son un premio, son parte del cuidado. Cuando el cuerpo se recupera, la mente también encuentra espacio para respirar.

4. Practica la autocompasión

Cuidar también implica cuidar de ti. No puedes estar bien si te hablas con dureza cada vez que te equivocas o no llegas a todo. Permítete cansarte, frustrarte o fallar. Cuando algo no salga como esperabas, párate un momento y pregúntate qué necesitas en lugar de reprocharte lo que hiciste mal.

Practicar la autocompasión no significa rendirse ni “mirarse el ombligo”. Significa reconocer que eres humana y que estás haciendo lo mejor que puedes con los recursos que tienes hoy. Cuando cambias la crítica por comprensión, se abre un espacio para descansar y reponerte.

Háblate como lo harías con un amigo en tu situación, date permiso para parar sin justificarte y reconoce el esfuerzo que haces cada día, incluso cuando nadie lo ve. Tratarte con amabilidad no te hace menos responsable; te hace más capaz de cuidar sin perderte en el intento.

Autocuidado en personas cuidadoras

Imagen de pch.vector en Freepik

5. Escucha tus emociones

Cuidar durante mucho tiempo remueve muchas emociones. Frustración, culpa, miedo, tristeza o irritabilidad son respuestas normales ante una situación que exige tanto. Negarlas o intentar controlarlas solo aumenta el malestar; reconocerlas y darles espacio ayuda a aliviarlas.

Puedes practicar una autoobservación breve: detenerte unos segundos al día para notar qué sientes y ponerle nombre. Identificar la emoción permite tomar distancia y entender mejor qué necesitas. Hablar con alguien de confianza o con un profesional también ayuda a elaborar lo que vives sin volcarlo sobre la persona a la que atiendes.

Si te invade el enfado, date unos minutos antes de responder. Si aparece la culpa, recuérdate que nadie puede hacerlo todo bien todo el tiempo. A veces basta con reconocer “estoy saturada” para que la presión empiece a bajar. Escuchar lo que sientes no es un lujo: es parte del autocuidado.

6. Recupera tus espacios

No importa si son cinco minutos o una tarde entera: contar con un tiempo para ti te ayudará a recordar que tu vida no se reduce al cuidado. Pasear, leer, charlar con alguien o simplemente quedarte en silencio son formas sencillas de descansar por dentro y recuperar perspectiva.

Retomar pequeñas rutinas o actividades que antes te hacían bien —escuchar música, cocinar sin prisa, cuidar una planta— ayuda a mantener viva tu identidad. No es una huida del rol de cuidador, sino una manera de no perderte en él.

7. Pon límites, también a la persona cuidada

Poner límites no es distanciarse, es cuidar de la relación. Cuando estás disponible todo el tiempo, acabas agotada y la otra persona también pierde parte de su independencia.

Marcar horarios, turnos y momentos de descanso ayuda a que el cuidado sea sostenible. Decir “ahora necesito parar” no es falta de entrega: es reconocer que también tienes necesidades.

A veces, quien recibe los cuidados pide más ayuda de la que realmente necesita, por miedo o por costumbre. En esos casos, anímale a hacer lo que todavía puede, aunque le lleve más tiempo o lo haga de otra forma. Fomentar su autonomía no solo aliviará tu carga, también reforzará su confianza y su sensación de valía.

8. Mantén tu red de apoyo

El cuidado puede aislar si no se pone atención. No dejes que todo gire en torno a esa responsabilidad. Hablar con amigos, familiares o personas que estén pasando por algo parecido ayuda a desahogarte y recordar que no estás sola.

Relacionarte con otros cuidadores también puede darte alivio y nuevas ideas: escuchar cómo afrontan ellos el día a día te ayudará a sentirte comprendida y a descubrir otras formas de organizarte o de pedir ayuda.

Y no descuides los vínculos que te conectan con la vida fuera del cuidado. Reír, compartir una comida o hablar de algo diferente no es una pérdida de tiempo: es una manera de recargar energía y volver con más calma.

autocuidado en personas cuidadoras

Imagen de Freepik

9. Busca apoyo profesional si lo necesitas

Hay momentos en los que el cansancio o la sensación de vacío se hacen demasiado grandes para manejarlos a solas. Un espacio terapéutico puede ofrecerte un lugar donde hablar sin sentirte juzgada, comprender qué te está pasando y encontrar nuevas formas de afrontar lo que vives.

En terapia puedes revisar esas ideas que a veces te pesan —la necesidad de hacerlo todo bien, la culpa por descansar o la creencia de que cuidarte es egoísta—, aprender a poner límites y reconocer tus propias necesidades sin sentirte mal por ello. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

10. Recuerda por qué cuidas

En medio del cansancio y las rutinas, es fácil perder de vista el motivo por el que cuidas. Detenerte un momento a pensar en ello —el afecto, la gratitud, el compromiso o simplemente el vínculo que te une a esa persona—ayuda a reconectar con la parte más humana de esta tarea.

No elimina el esfuerzo, pero ofrece perspectiva. Permite mirar más allá del agotamiento y reencontrarte con los gestos que aún tienen valor: una sonrisa, una conversación tranquila o una mirada de complicidad. Esos momentos, aunque pequeños, sostienen mucho más de lo que parece.

Cuidar también deja aprendizajes. Por ejemplo, enseña a ir más despacio, a valorar lo cotidiano o a descubrir nuevas formas de querer. Recuerda que, detrás del esfuerzo, sigue habiendo un lazo que da sentido a lo que haces.

Referencias bibliográficas

Da Silva Rodrigues, C. Y. (2019). Ser cuidador: Estrategias para el cuidado del adulto mayor. Ciudad de México: Editorial El Manual Moderno.

Fundación Caser. Guía básica de autocuidado para personas cuidadoras.

VML The Cocktail. (2025, 9 mayo). El futuro de los cuidados: un estudio sobre mayores dependientes y cuidadores [Informe].

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.