Cada día, miles de personas se ven obligadas a abandonar su país por sus ideas políticas, su condición sexual o para escapar de la guerra, entre otras muchas causas. Y, aunque sus historias pueden ser muy diferentes, también tienen características en común. Da igual si han huido de Ucrania, Venezuela, Siria o Afganistán. Ansiedad, indefensión, insomnio, tristeza, estado de hipervigilancia o culpa por haber dejado atrás a los seres queridos son solo algunos de los síntomas que se repiten en la mayoría de ellos y que el psiquiatra Joseba Achotegui englobó hace ya veinte años bajo el nombre de Síndrome de Ulises.
Según el informe anual de Tendencias Globales de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado), a finales de 2021 había 89,3 millones de desplazados por guerras, violencia, persecución y violaciones de los Derechos Humanos. Actualmente, y tras la invasión rusa a Ucrania, la cifra supera ya los 100 millones. De un día para otro, hombres, mujeres y niños se ven obligadas a dejar su hogar y a enfrentarse a las situaciones más peligrosas.
Sin embargo, y aunque lleguen a un lugar seguro, muchos de estos refugiados y refugiadas seguirán en estado de alerta durante mucho tiempo. Es posible que sus vidas ya no corran peligro, pero hay una parte de ellos que aún no se siente a salvo. Y es que, a veces, las heridas del alma, aunque menos visibles que las físicas, permanecen durante mucho más tiempo.
Qué es el Síndrome de Ulises
Joseba Achotegui, fundador y director del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, eligió el nombre en recuerdo del protagonista de una de las grandes obras de la mitología clásica, La Odisea. En este relato, Homero cuenta cómo Ulises, tras finalizar la guerra de Troya, tardó nada menos que diez años en poder volver a su hogar. Y en ese tiempo tuvo que enfrentarse a numerosos y peligrosos retos.
Es importante aclarar que el Síndrome de Ulises, también denominado Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple, no es una enfermedad ni un trastorno, aunque incluya síntomas compatibles con la depresión o la ansiedad, por ejemplo. Achotegui lo define como un «cuadro reactivo de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas (…). A nivel metafórico, es como si en una habitación se subiera la temperatura hasta los cien grados. Tendríamos mareos, calambres… ¿Estaríamos enfermos por padecer estos síntomas? Decididamente, no. Cuando saliéramos al aire libre, estos síntomas desaparecerían porque simplemente se corresponderían con un intento de adaptación fisiológica a esa elevada temperatura ante la que no funciona nuestra termorregulación».
Aunque emigrar nunca ha sido fácil, no es lo mismo dejar tu país porque quieres iniciar un nuevo proyecto de vida que verse obligado a huir de una guerra para salvar tu vida. En este sentido, hay tres tipos de duelos según su intensidad:
- Duelo simple. Es el duelo migratorio que vive todo aquel que deja su hogar y se refiere a la elaboración de las pérdidas que conlleva este proceso. Cuando la migración es voluntaria, la sociedad de destino es acogedora o hay unas adecuadas estrategias de afrontamiento por parte de la persona migrante, es más fácil que ese duelo sea elaborado.
- Duelo complicado. Puede ocurrir que la decisión de migrar no sea necesariamente voluntaria, que haya cierto grado de hostilidad en el país de destino y/o que las características emocionales y psicológicas de la persona no sean las más adecuadas. Sin embargo, pese a estas dificultades la persona puede transitar su duelo.
- Duelo extremo. En este caso, las dificultades son tan grandes que superan la capacidad de adaptación de la persona impidiéndole completar el proceso (este sería el duelo propio del Síndrome de Ulises). Es lo que les ocurre a quienes se ven obligados a huir de su país, casi siempre de forma irregular; a los que llegan a sociedades que no los acogen; o a aquellas personas que por su situación personal, no están emocionalmente preparados para pasar por este proceso de forma adecuada.
Síntomas depresivos, ansiosos, somáticos y disociativos
Joseba Achotegui engloba la sintomatología en cuatro áreas:
1. Área depresiva
Los síntomas más frecuentes en este apartado, relacionado con el apego y con los vínculos que se dejan en el país de origen, son:
- Tristeza constante. Esta emoción va unida al sentimiento de fracaso por no haber cumplido con las propias expectativas y/o las de la familia, por no poder elaborar todas las pérdidas sufridas, por estar lejos de los seres queridos…
- Llanto. Es el modo en que se exterioriza esa tristeza y es común tanto en mujeres como en hombres. Aunque estos últimos procedan de culturas donde se les enseñe a controlar el llanto, la emoción es tan intensa que no logran evitarlo.
También suelen darse sentimientos de culpa, baja autoestima y, en ocasiones, ideas de muerte. Sin embargo, estas últimas son muy poco frecuentes. En general, quienes dejan atrás su país son personas con una gran capacidad de lucha.
La situación familiar tiene bastante que ver con la aparición de estos síntomas. De hecho, es habitual que haya más sintomatología depresiva en personas solas que en aquellas que están en el nuevo país con pareja, hijos o familia.
2. Área de ansiedad
- Tensión y nerviosismo. Esta tensión aparece por las difíciles circunstancias que deben enfrentarse en el día a día, por el enorme esfuerzo que se pone en luchar por sobrevivir y seguir adelante y por el miedo, no solo ante los peligros del trayecto, sino también ante los que puedan encontrarse en el nuevo destino.
- Pensamientos recurrentes e intrusivos y preocupaciones excesivas debidas a las dificultades inherentes a la nueva situación. La persona migrante tiene que tomar importantes decisiones sin contar con la información suficiente o sin poder analizar diferentes opciones. Y todo esto, a menudo, sin ningún apoyo.
- Irritabilidad. Es menos frecuente que los anteriores síntomas y depende mucho del lugar de procedencia. En las culturas orientales, por ejemplo, se tiende a controlar más la expresión de las emociones. La irritabilidad se ve más en menores que en adultos.
- Insomnio. Las preocupaciones y el hecho de que la noche sea el momento en que se sienta más la soledad y vengan todos los miedos, recuerdos o pensamientos intrusivos a menudo dificulta el sueño. Eso sin contar con que, en muchas ocasiones, las condiciones de las viviendas no son las más adecuadas.
3. Área de somatización
A menudo, los síntomas psicológicos van acompañados de problemas físicos, como fatiga, cefalea, astenia, mareos, molestias osteoarticulares, etc.
La cefalea, el síntoma más frecuente junto a la fatiga, suele ser de tipo tensional y se asocia a altos niveles de estrés. En cuanto a la fatiga, la falta de motivación y estímulo hace que la persona se sienta cada vez con menos energías.
4. Área confusional
Cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, pueden aparecer confusión, fallos en la memoria y la atención, desorganización, despersonalización, desrealización, desorientación temporal y espacial.
En la aparición de algunos de estos síntomas disociativos influye, en parte, el hecho de verse obligados, por ejemplo, a intentar pasar desapercibidos. O a tener que mentir para ocultar una situación irregular. Incluso mienten sobre su situación a sus familiares para evitar defraudarlos o preocuparlos. Y todo esto acaba favoreciendo la confusión y la desconfianza en las relaciones.
Factores de riesgo
No todos los refugiados o todos los migrantes van a sufrir el Síndrome de Ulises. Más que de la nacionalidad o del estatus social, por ejemplo, la posibilidad de desarrollarlo depende más de factores como la vulnerabilidad de la persona o el tipo de estresores que tenga que afrontar.
En cuanto al grado de vulnerabilidad, en la capacidad para poder elaborar una situación de duelo extremo influye mucho la edad, la historia personal (experiencias tempranas traumáticas) o posibles problemas de salud previos, tanto físicos como mentales (depresión, abuso de alcohol o de otras sustancias, etc.).
También juegan un papel importante ciertos factores externos a los que la persona va a tener que hacer frente. Hay distintos niveles de estresores: desde las dificultades normales que supone aprender un nuevo idioma y adaptarse a nuevas costumbres hasta limitaciones mucho más graves, como no poder conseguir los papeles o tener que vivir escondido. Estos estresores son:
- Soledad. La separación forzada de los seres queridos supone para muchos migrantes y refugiados un estresor muy difícil de gestionar, especialmente si están en situación irregular y se encuentran con la imposibilidad de llevar a cabo la reagrupación familiar o ni siquiera pueden ir de visita a su país. Esta soledad es especialmente dura para quienes proceden de culturas «en las que las relaciones familiares son mucho más estrechas y en las que las personas, desde que nacen hasta que mueren, viven en el marco de familias extensas que poseen fuertes vínculos de solidaridad».
- Duelo por el fracaso del proyecto migratorio. Es sumamente complicado mantener la esperanza ante la ausencia total de oportunidades y cuando no hay manera de dejar de ser un «indocumentado» o de acceder al mercado laboral sin tener que trabajar en condiciones de explotación. Y todo esto después de pasar, en muchas ocasiones, por situaciones muy peligrosas o tras realizar un gran desembolso económico. Si, además, ese fracaso se produce en soledad la desesperanza y el sentimiento de impotencia y desesperación es aún mayor.
- Lucha por la supervivencia. Los refugiados y migrantes en condiciones extremas se encuentran con grandes dificultades para cubrir necesidades tan básicas como poder alimentarse bien o conseguir un techo bajo el que dormir.
- Miedo. Los peligros relacionados con el viaje migratorio pueden generar auténtico terror. Desde el trayecto en pateras, en escondites dentro de camiones o bajo las bombas, hasta las amenazas de las mafias, las redes de prostitución o de trata o el riesgo de sufrir abusos de todo tipo.
Para Joseba Achotegui «esta combinación de soledad, fracaso en el logro de los objetivos, vivencia de carencias extremas y terror serían la base psicológica y psicosocial del Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (Síndrome de Ulises)».
Y, por si los problemas con los que se encuentran estas personas fueran pocos, en muchos casos hay una enorme carencia de redes de apoyo social. Esto no hace más que empeorar estos estresores y, de paso, favorecer la aparición del Síndrome de Ulises. No solo están en un país desconocido. En numerosas ocasiones, también se encuentran desprotegidas, sin nadie a quien acudir o pedir ayuda antes situaciones de abusos, violencia o discriminación.
Los niños también
Achotegui explica en una entrevista que el Síndrome de Ulises no solo puede afectar a los niños, sino que, además, estos lo vivirán «en peores condiciones porque están en un proceso de crecimiento y maduración y vivir una migración extrema les afecta profundamente y les desestructura. Se rompen las familias y para los niños es todavía peor que para los adultos, que son personas con más recursos y con un ‘yo’ ya formado».
El hecho de que no puedan expresarse como los adultos no significa que este tipo de situaciones no les afecten. Los profesores de psicología Juan Carlos Fernández y Fernando Miralles y la psicóloga e investigadora Neidy Zenaida Domínguez explican en un artículo que cito al final de este post cómo los niños en edad preescolar pueden mostrar ansiedad por separación o angustia ante personas extrañas, así como trastornos del sueño y, en ocasiones, enuresis. Asimismo, durante la edad escolar es posible que aparezcan «conductas agitadas o desorganizadas» en mayor medida que el miedo o la indefensión que suelen mostrar los adultos. También suelen reflejar el trauma de una forma simbólica, a través del dibujo o del juego.
Es importante también comprender que necesitan mucha protección y apoyo y que lo peor para ellos es la separación de sus padres. De hecho, hay investigaciones que demuestran que, a nivel psicológico, un niño está mejor con sus progenitores, aunque sea bajo un ambiente de violencia.
Bibliografía
Achotegui, J. (2012) Emigrar hoy en situaciones extremas. El Síndrome de Ulises. Aloma, Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 30 (2), pp. 79-86.
Achotegui, J. (2008) Duelo migratorio extremo: el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Revista de Psicopatología y Salud Mental del Niño y del Adolescente, 11, pp. 15-25.
Fernández, J., Domínguez, N. y Miralles, F. (2020) El Síndrome de Ulises: El estrés límite del inmigrante. Revista de Estudios en Seguridad Internacional, 6 (1) pp. 101-117.
«Los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo. Antes de ser desplazados llevaban una vida normal y su mayor sueño es recuperarla» (Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU)