Cuando la rutina empieza a anestesiar los sentidos no hay mejor manera de despertar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones que coger la maleta o la mochila y viajar. Y no es necesario irse al otro extremo del mundo o pasar un mes lejos de casa. Bastan un par de días para reconectar con nuestras sensaciones y nuestra esencia y recordarnos que estamos vivos. Porque los beneficios psicológicos de viajar no están tanto en los kilómetros recorridos o en el tiempo que estemos fuera como en las vivencias disfrutadas. Tomándome la libertad de cambiar ligeramente el título de un tema de Extremoduro, «viajar ensancha el alma».
Sea cual sea tu plan, si has elegido un destino lejano, disfrútalo. Y, si eres de los que han decidido quedarse a este lado de la frontera, disfrútalo igualmente. En cualquier lugar encontrarás opciones para oxigenar cuerpo y mente y recargar pilas. Seguro que más cerca de lo que crees hay multitud de rincones que explorar y de los que disfrutar.
Desconectar, practicar habilidades sociales, abrir la mente y desterrar prejuicios, decir adiós al estrés (aunque solo sea por unos días)… los beneficios psicológicos de viajar son muchos. A continuación, te dejo diez razones por las que merece la pena hacerlo.
1. Reduce el estrés y la ansiedad
Los viajes son paréntesis necesarios en nuestra vida que nos permiten oxigenarnos y recargar las pilas. Hasta la más corta de las escapadas puede ayudarnos a relajarnos y a lidiar con el estrés. Preocupaciones y tensiones se desvanecen. Desconectamos de la rutina, de los problemas diarios y nos enfocamos en vivir el presente, dejando a un lado la angustia por el pasado o las preocupaciones por el futuro.
Ya sea en plena naturaleza, disfrutando de la piscina o la playa e, incluso, en un resort con todo incluido si eso es lo que necesitas. Lo importante es que puedas centrarte en el ‘aquí y ahora’ y olvidarte, aunque solo sea por unos días, de rutinas y preocupaciones.
Cuando viajas, resulta más fácil disfrutar con conciencia de todos esos momentos que pasas por alto en el día a día, incluida la compañía de tus seres queridos, pasar un rato agradable con alguien a quien acabas de conocer o, simplemente, disfrutar de una puesta de sol. No hay más obligación que disfrutar.
2. Potencia la capacidad para resolver problemas
Cuando viajamos estamos saliendo de nuestra zona de confort. Vivimos experiencias que a menudo conllevan tomar decisiones y resolver contratiempos, nos exponemos a situaciones nuevas que ponen a prueba nuestra tolerancia a la incertidumbre…
Se trata de circunstancias y desafíos que, quizás, no estemos acostumbrados a encontrar en la vida diaria. Pero justo son esos retos los que nos llevan a abrir nuestra mente y a descubrir nuevos puntos de vista, nuevas estrategias y modos de solucionar problemas que quedarán en nuestro ‘caja de recursos’.
3. Mejora las habilidades sociales
Los viajes son estupendas oportunidades para conocer gente nueva y practicar nuestras habilidades sociales y de comunicación. Y esto es especialmente beneficioso si nos cuesta relacionarnos con otras personas. A menudo, se dan situaciones en las que, casi sin darnos cuenta, nos encontramos hablando con un perfecto desconocido e, incluso, sorprendiéndonos de nuestra capacidad de socializar. Al fin y al cabo, los lugares no están completos sin las personas que los habitan. Si realmente queremos conocer la cultura de un país, no basta con leer la guía correspondiente; el viaje será mucho más enriquecedor si nos paramos a hablar con sus habitantes y, sobre todo, s i nos paramos a escucharles.
En caso de que optes por un viaje organizado, no solo conocerás gente en tu destino; también podrás poner a prueba tus dotes comunicativas y socializadoras con tus compañeros de viaje. Es posible que en los primeros días te cueste un poco más, pero verás que te sueltas enseguida. Y, si te animas a viajar solo o sola, este beneficio será mucho mayor.
4. Abre la mente y derriba prejuicios
Viajar es la mejor solución para deshacerse de estereotipos y prejuicios. Nos enriquece emocional y mentalmente. Nos convierte en personas más tolerantes, empáticas, flexibles y respetuosas. Nos permite descubrir que hay otros puntos de vista diferentes a los nuestros, otras formas de pensar, otras visiones, otras formas de hacer las cosas. Ni mejores, ni peores que las que conocemos. Solo diferentes.
Conocer otros países ayuda a desmitificar creencias, a desechar ideas preconcebidas y a romper estereotipos que muchas veces no sabíamos ni que teníamos. Nada mejor que conocer otras realidades, culturas y costumbres para darnos cuenta de todo lo que podemos aprender si nos quitamos la venda de los prejuicios.
Pero también podemos decir adiós a muchos recelos quedándonos dentro de nuestras fronteras. Solo tenemos que escuchar, pero no únicamente con los oídos. También es necesario mantener abiertos mente y corazón.
5. Favorece el autoconocimiento
Abandonar durante una temporada nuestro entorno nos ayuda a conectar con nosotros mismos y a tomar perspectiva sobre quiénes somos, qué queremos y qué es realmente importante en nuestra vida. Puede cambiar nuestra forma de ver las cosas y la vida en general. Puede que, incluso, se modifiquen nuestras prioridades y empecemos a dar menos importancia a las cosas materiales y a apreciar otras que antes no valorábamos.
Además, al tener que afrontar situaciones nuevas, nos hacemos conscientes de recursos que poseemos y en los que no habíamos reparado. Y, de paso, desarrollamos otros nuevos.
Este autoconocimiento es mucho más potente cuando nos atrevemos a dejar los miedos y las inseguridades a un lado y nos animamos a viajar solos. Así es más fácil percibir cómo nos sentimos ante diferentes situaciones y, algo muy importante, estamos cara a cara con esas emociones que normalmente evitamos. Si no habéis probado, os animo a hacerlo. Y en caso de que una semana o quince días os parezca demasiado tiempo para empezar, animaos a hacer una escapada de un par de días. Veréis como vuestra conciencia y todos vuestros sentidos se despiertan y se abren de par en par.
6. Constituye un antídoto contra el miedo y las inseguridades
La mejor forma de superar los miedos es exponernos a ellos. Además, en la mayoría de las ocasiones, una vez que estamos ante esas situaciones que tanto temor nos producían nos damos cuenta de que no eran para tanto. Un temor muy común es negarnos a ir a un país donde no hablan nuestro idioma por temor a tener algún contratiempo y no poder comunicarnos. Sin embargo, os sorprendería lo que hace el lenguaje gestual, un papel y un bolígrafo para dibujar o tener un simple mapa a mano.
Cuando viajas relativizas determinadas creencias y, casi sin percatarte de ello, esos temores se desvanecen. Y lo mismo ocurre con los miedos que puedas tener por lo que te han contado sobre un país y sus habitantes. Compruébalo por ti mismo y date la oportunidad de experimentar si es cierto. Obviamente, no se trata de que te vayas a un lugar objetivamente inseguro y peligroso. La prudencia es necesaria en cualquier situación, pero también lo es aprender a distinguir el miedo que sentimos frente a un peligro real del que aparece ante situaciones que no controlamos o que no nos resultan familiares.
7. Es un aprendizaje constante
Vivir experiencias únicas en entornos diferentes a los que estamos acostumbrados nos deja aprendizajes que no solo mejoran nuestra cultura y conocimiento, sino que también nos mejoran como personas. Viajar proporciona visiones diferentes, y mucho más auténticas, sobre la manera de vivir de otras gentes, su historia, su religión, cómo se relacionan o su forma de afrontar las dificultades.
Un viaje no solo supone una lección de historia, conocimiento del medio, geografía o idiomas. Si estamos abiertos a aprender y a sumergirnos en otras culturas, es muy posible que nos llevemos muchas lecciones aprendidas a casa, sobre todo lecciones de vida.
8. Estimula el cerebro y fortalece las redes neuronales
La rutina es nefasta para el cerebro. Por el contrario, exponernos a nuevos lugares, olores, sabores, sensaciones y sonidos es tremendamente beneficioso para nuestra masa gris. El neurólogo José Manuel Moltó lo explica muy bien en esta entrevista: «Nuestras neuronas pueden crear nuevas conexiones, incluso se pueden formar neuronas nuevas, pero para ello es fundamental entrenar y estimular el cerebro. Y hay tres elementos clave para hacerlo: enfrentar a nuestro cerebro a la novedad, la variedad y el desafío. Viajar cumple con los tres».
Situaciones tan simples como aprender nuevas calles, hacer un mapa mental del lugar donde uno está o tener que comunicarse en otro idioma estimulan el cerebro y lo vuelven más plástico y creativo. Viajar requiere aprender y memorizar todo lo que al principio nos resulta extraño y desconocido hasta hacerlo familiar. Esto es un desafío y un auténtico entrenamiento acelerado para el cerebro.
9. Estimula la creatividad
Otro de los beneficios psicológicos de viajar es que transforma nuestro modo de ver las cosas. Gracias a la neurociencia sabemos que entrar en contacto con nuevos lugares y experiencias favorece la flexibilidad cognitiva (capacidad de la mente para ir saltando entre distintas ideas) y la habilidad para conectar elementos que no tienen relación aparente o inmediata. Y ambos aspectos son claves en el pensamiento creativo.
Ahora bien, no basta con visitar un lugar para convertirnos en ‘estrellas’ de la creatividad. Para que el beneficio sea mayor, hay que sumergirse en la cultura y vivir experiencias multiculturales, es decir, establecer relaciones con el entorno y sus gentes.
10. Ayuda a ser un poco más feliz
Según una investigación dirigida por el profesor de Psicología Thomas Gilovich en la Universidad Estatal de San Francisco (Estados Unidos), viajar aporta más felicidad que comprar cosas materiales. «Nuestras mayores inversiones deberían dedicarse a crear recuerdos sobre la base de experiencias y vivencias personales, como las que se generan viajando», explica Gilovich en las conclusiones de esta investigación. La razón está en que la suma de las experiencias y los recuerdos almacenados de dichas vivencias aportan bienestar a largo plazo, frente a la satisfacción momentánea que se siente al comprar algo.
Además, un viaje proporciona placer por partida triple: cuando lo planificamos y visualizamos, durante el propio viaje; y después, cuando lo evocamos, ya que los recuerdos generan sensaciones placenteras similares a las que se perciben cuando estamos viviendo la experiencia.
Viajar para huir o viajar para crecer
«Podrás recorrer el mundo, pero tendrás que regresar a ti», decía el filósofo Krishnamurti. Hay una gran diferencia entre viajar para escapar y viajar para crecer como persona. Los problemas no solo nos acompañan por muy lejos que vayamos, sino que cada vez nos pesarán más. A veces, creemos que basta con alejarnos de los conflictos para que desaparezcan por sí solos y no nos damos cuenta de que hasta que no los afrontemos seguirán con nosotros, vayamos donde vayamos.
Cuando viajamos para huir, las experiencias no nos nutren y se convierten en un peso más que cargamos en la mochila. Ni los paisajes más bellos ni los destinos más exóticos van a cambiar eso. Porque casi todo nos recordará el problema que no resolvimos o la conversación que dejamos pendiente. Y así no se puede disfrutar de un viaje.
Cuando viajamos para crecer, todos nuestros sentidos se enfocan en absorber experiencias que se convertirán en alimento para el alma. Aprenderemos, disfrutaremos, nuestra mente se abrirá y nuestra perspectiva de las cosas cambiará. Y a la vuelta, todo estará incluso mejor de lo que lo dejamos. Porque cuando nosotros cambiamos y evolucionamos, todo evoluciona con nosotros, como un engranaje perfecto.
Las respuestas siempre están dentro de nosotros, así que no nos servirá de nada buscarlas fuera, ya sea en otras personas o en un destino al otro lado del mundo.