Violencia

Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva) 1500 1000 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el término «violencia» lo que suele venirnos a la mente son imágenes de ataques físicos o verbales directos, insultos evidentes o conductas claramente hostiles. Sin embargo, existen otras maneras de ejercerla que, aunque no dejan cicatrices visibles, pueden afectar profundamente a la salud mental. En la vida cotidiana, muchos de nosotros hemos sido testigos, víctimas o incluso perpetradores de lo que se conoce como microviolencia o microagresiones. Estos términos, que suelen utilizarse indistintamente, engloban una serie de actitudes, comentarios y comportamientos que, pese a parecer inocentes, pueden llegar a hacer mucho daño. No obstante, a menudo se minimizan, tachándolos de exageraciones, bromas sin importancia o simples malentendidos.

¿A qué llamamos microagresiones?

Las microagresiones son una forma de violencia psicológica, sutil y a menudo casi imperceptible, que tiene como objetivo minimizar, excluir o desvalorizar a una persona o a un colectivo. A diferencia de las agresiones directas, la microviolencia se manifiesta a través de comportamientos cotidianos como expresiones sarcásticas, desprecios disimulados, miradas o silencios que actúan como castigo, actitudes condescendientes y otras formas de trato despectivo.

Pero no solo buscan herir emocionalmente. En muchos casos, esconden un intento de mantener una posición de control, poder o superioridad sobre el otro. Como discriminar abiertamente por razón de sexo, raza u orientación sexual está mal visto e incluso prohibido legalmente en muchos países, las microagresiones se convierten en una vía para perpetuar estos prejuicios sin enfrentar las consecuencias que traería una agresión más visible.

Por otro lado, no se limitan a un ámbito específico; pueden ocurrir en todo tipo de relaciones y espacios: pareja, familia, entorno académico y laboral, instituciones… Al estar tan vinculadas a la vida cotidiana, muchas veces pasan desapercibidas para quienes las ejercen y también para quienes las sufren.

¿Qué puede tener de malo un simple comentario? (O por qué se trivializa la microviolencia)

Son varias las causas que llevan a restar importancia a esta forma de violencia y, a veces, incluso a negar su existencia.

  • Efecto acumulativo. El problema con ese «chiste» o ese comentario «sin mala intención» está en que no estamos hablando de un acto único. Lo que verdaderamente lastima no es tanto el hecho aislado como su reiteración constante a lo largo del tiempo. Este goteo continuo acaba generando mucho desgaste emocional y un impacto devastador en la autoestima.
  • La intencionalidad cuenta, pero no tanto. No querer hacer daño no disminuye el impacto de nuestras palabras o conductas. La falta de conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos refuerza la idea errónea de que, sin mala intención, el daño es menor o inexistente. Todos somos responsables de lo que hacemos o decimos y de considerar cómo esto afecta a los demás, independientemente de nuestras intenciones.
  • El humor como arma. Muchas ofensas y comentarios hirientes se hacen bajo el paraguas del humor, como si fuera una excusa válida para disfrazar la insensibilidad o la crueldad. Si una broma tiene como objetivo ridiculizar a alguien, no es inofensiva, sino una microagresión disfrazada.
  • Dinámicas sociales profundamente arraigadas. Muchas agresiones están tan enraizadas en la sociedad que quienes las reciben a menudo no las reconocen como tales o no saben cómo responder. Y por esta misma razón, quienes las ejercen no siempre perciben el daño que causan. Al final, esta normalización acaba reforzando las desigualdades y estereotipos hacia ciertos colectivos (mujeres, minorías étnicas, personas LGTBIQA+, etc.).

La normalización de las microagresiones refuerza las desigualdades y favorece la discriminación.

Consecuencias para la salud mental

Los efectos acumulativos de esta forma de violencia pueden dar lugar a:

  • Baja autoestima. Cuando alguien escucha constantemente comentarios despectivos acaba cuestionando su propio valor e interiorizando estos mensajes negativos, convenciéndose de que no merece el mismo respeto que los demás.
  • Ansiedad. Sufrir este tipo de violencia de forma habitual lleva a medir cada cosa que se dice o se hace, para evitar ser objeto de burlas o rechazo, y también a cuestionarse continuamente si las actitudes de los demás son intencionadas («¿Lo habrá dicho en serio o soy yo que estoy exagerando?»). Este estado de alerta constante aumenta los niveles de ansiedad, volviendo el entorno impredecible y hostil.
  • Depresión: Microagresiones recurrentes pueden generar sentimientos de desesperanza, aislamiento y tristeza profunda, lo que aumenta el riesgo de desarrollar un trastorno depresivo.
  • Aislamiento social. En muchas ocasiones, los afectados tienden a aislarse para evitar situaciones de maltrato y comentarios hirientes que los hacen sentir fuera de lugar. Sin embargo, esta actitud termina por privarles del apoyo emocional que necesitan, agudizando todavía más su sensación de soledad.
  • Dificultades en las relaciones. Puede que las agresiones sutiles no desencadenen un conflicto abierto, pero generarán un clima de desconfianza y resentimiento que deteriorará gravemente los vínculos emocionales.

Tipos de microviolencia

1. Microagresiones verbales

Se manifiestan a través de palabras, gestos o expresiones que, aunque parecen inofensivos o incluso halagadores, tienen la intención de menospreciar o herir. En muchas ocasiones, son el reflejo de prejuicios que la persona que los emite no siempre es consciente de tener.

  • Cumplidos envenenados. «Eres muy femenina, no pareces lesbiana”. Este supuesto elogio asume que existe una forma ‘correcta’ de ser lesbiana, lo cual refuerza estereotipos sobre la identidad sexual. Otros cumplidos envenenados: «Vaya, eres más listo de lo que parecía», «Para ser mujer te orientas muy bien», «Admiro tu valentía, ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Sarcasmo. «Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta», «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú». Detrás de expresiones como estas hay una gran dosis de hostilidad y, a menudo, inseguridades disfrazadas de arrogancia.
  • Consejos no solicitados. «Deberías bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud». Esto no es preocupación ni mucho menos, sino una crítica cruel.
  • Difamación. Consiste en propagar comentarios malintencionados o falsos rumores para dañar la reputación de una persona. A veces, lo que comienza como un chisme aparentemente inocente puede propagarse rápidamente dejando a la víctima pocas opciones para defenderse.
2. Microagresiones conductuales

Comportamientos o actitudes que, pese a no ser explícitos, invisibilizan, marginan o excluyen a una persona.

  • Interrumpir a alguien constantemente mientras habla o, por el contrario, ignorarlo por completo.
  • Evitar el contacto visual o físico con una persona por su raza, apariencia, etc. es una forma de transmitir rechazo y discriminación. Un ejemplo es no sentarse junto a alguien en el transporte público o cruzar al otro lado de la calle, basándose únicamente en prejuicios o ideas preconcebidas.
  • Asumir que alguien no puede realizar ciertas tareas. Esto incluye situaciones como no pedir ayuda a un compañero mayor en un trabajo relacionado con tecnología, asumiendo que no está capacitado. O no invitar a un compañero con discapacidad a una salida, bajo la suposición de que no podrá disfrutar.
  • Invisibilización. Ignorar deliberadamente a una persona cuando habla, no responderle, o hablar de ella en su presencia como si no estuviera.
  • Infantilización. Tratar a las personas mayores como si no pudieran tomar decisiones por sí mismas o manejar su vida sin contar con ellas, algo que menoscaba su dignidad y autonomía.
  • Miradas o gestos. El lenguaje no verbal también es una herramienta de microviolencia. Gestos despectivos o miradas de desaprobación pueden ser igual de hirientes que las palabras.

Discriminar a alguien por su edad es una forma de microviolencia.

3. Microviolencia en las relaciones

Ya sea en la pareja, la familia, el grupo de amigos o en entornos laborales, la microviolencia puede manifestarse a través de dinámicas sutiles de control emocional o manipulación.

  • Minimizar los sentimientos del otro. «No puedes enfadarte por una tontería así», «Vaya película te estás montando». Estas expresiones invalidan las emociones del otro, haciéndole sentir que sus sentimientos no son importantes.
  • Desvalorización. Menospreciar y poner en tela de juicio todo lo que dice otra persona, sin importar de qué hable o cuán informada esté («Tú que sabrás», «Anda, cállate que solo dices tonterías»).
  • Micromachismos. Este término, acuñado por el psicólogo Luis Bonino, describe comportamientos cotidianos que buscan mantener una posición de poder sobre las mujeres, limitando su autonomía o subestimando sus capacidades. Un ejemplo: relegar a la mujer a roles de cuidadora, basándose en su «mayor capacidad» para el cuidado.
  • Luz de gas. Esta forma de maltrato psicológico busca hacer que la víctima dude de su percepción y juicio. El agresor envía dos mensajes fundamentales: «Tu pensamiento está distorsionado» y «Mis ideas y mi forma de ver la realidad son las correctas». (En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico«)
  • Triangulación. Manipulación indirecta que involucra a terceros con el fin de generar confusión y desestabilizar a una persona. Sucede, por ejemplo, en familias donde los progenitores están enfrentados e intentan poner a sus hijos en contra del otro. También ocurre cuando dos o más amigos discuten y presionan a un tercero para que tome partido, involucrándolo en el conflicto.
  • Ley del hielo. Ignorar al otro cuando hay un conflicto en lugar de hablar sobre el problema. En estos casos, el silencio se convierte en una herramienta de castigo y control emocional.
  • Críticas a la identidad. Comentarios como «Si fueras más masculino, no pensarían que eres gay», o forzar a la pareja a cambiar su apariencia para ajustarse a lo que se considera socialmente aceptable, son formas de microviolencia que atacan la identidad de la persona.
  • Microviolencia económica. Ocurre cuando un miembro de la pareja se apropia del control del dinero y maneja todas las decisiones financieras, excluyendo al otro.

Cómo identificar si se trata de una microagresión

El primer paso para confrontar la microviolencia es reconocerla, tanto si la sufrimos como si estamos ejerciéndola sin darnos cuenta. Ahora que ya hemos visto algunos tipos de microagresiones (hay bastantes más), vamos a afinar un poco más y conocer algunas claves para detectarlas.

  • Presta atención a tus emociones. Si un comentario o un gesto te hace dudar de tu propio valor o minimiza lo que sientes, y terminas sintiéndote incómodo, humillado o invalidado después de recibirlos, es muy probable que hayas sido víctima de una microagresión.
  • Busca patrones repetidos. Un comentario aislado o una actitud puntual puede quedarse en una impertinencia, sin más. Sin embargo, si estos hechos se repiten constantemente y, además, provienen de la misma persona o entorno, es un indicio claro de microviolencia.
  • Identifica comentarios o actitudes que refuercen estereotipos. También es una señal si sientes que un comentario te coloca en una posición inferior, como «Hablas muy bien nuestro idioma para ser extranjero».
  • Observa el lenguaje no verbal. Gestos despectivos, miradas de desaprobación o la exclusión silenciosa, como no incluir a alguien en una conversación o actividad, son también formas de microagresión.
  • Reflexiona sobre tus propias acciones. A veces, somos nosotros quienes agredimos sin darnos cuenta, replicando comportamientos que hemos interiorizado por la cultura o el entorno en el que crecimos. Pregúntate si has hecho comentarios o has tenido gestos que podrían herir a alguien, aunque no fuera tu intención. O quizás tiendas a interrumpir a personas que percibes en una posición inferior, pero no a quienes ves como autoridad. Todos podemos cometer errores; lo importante es cómo actuamos al hacernos conscientes de ellos.

Ya la he identificado, ¿y ahora qué?

Una vez que hemos aprendido a reconocer cuándo estamos ante una microviolencia, el siguiente paso es saber cómo actuar. Aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte, tanto si eres víctima como autor.

Si eres quien está sufriendo microagresiones…
  • Valida tus emociones. Si un comentario o actitud te hace sentir mal, no ignores ese malestar. Lo que sientes es real. No te culpes ni te cuestiones pensando que «no es para tanto» o que estás «exagerando». Si algo te incomoda, merece atención.
  • Haz visible lo invisible. Si te sientes en una posición segura, verbaliza lo sucedido y expresa cómo te ha afectado. Frases como «Sé que no era tu intención, pero lo que dijiste me hizo sentir incómodo» o «Este tipo de comentarios me hace sentir excluida» te ayudarán a visibilizar la agresión sin atacar. La asertividad consiste en defender nuestro derecho a ser tratados con respeto y dignidad, al mismo tiempo que respetamos a los demás.
  • Establece límites claros. Aprender a a pedir respeto y a decir «no» o de manera firme pero asertiva es esencial para proteger tu bienestar mental y emocional. Por ejemplo, si alguien hace un comentario ofensivo disfrazado de chiste puedes responder algo como «Prefiero que no bromees sobre eso».
  • Busca apoyo. Si este tipo de conductas están afectando a tu día a día y no sabes cómo manejar la situación, busca el apoyo de amigos, familiares o el de un profesional. No tienes que enfrentarlo tú solo/a. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Imagen de freepik

Y si te das cuenta de que las estás cometiendo…
  • Reconoce el error sin excusas. No te pongas la defensiva. Si alguien te señala que un comentario o acción tuya fue hiriente, acéptalo sin justificarte. Cuando recurres a expresiones como «Solo estaba bromeando» o «No era mi intención» lo que estás haciendo es desviar la atención del daño causado. Admitir que te equivocaste no te convierte en una mala persona, sino en alguien dispuesto a mejorar.
  • Pide disculpas sinceras. Las disculpas deben ser auténticas y no un «lo siento si te sentiste ofendido» que minimiza tu responsabilidad al transferírsela a la persona herida. Es mucho mejor decir algo como «Lamento haber dicho eso, no me di cuenta de que podría herirte. Gracias por decírmelo». Así, demuestras respeto por los sentimientos del otro y tu disposición a cambiar.
  • Reflexiona e infórmate. Pregúntate por qué hiciste ese comentario o actuaste de esa manera. Muchas veces, ciertos prejuicios están tan arraigados en nosotros que los replicamos de manera automática. Reflexionar sobre nuestras actitudes y educarnos en temas como el respeto, la diversidad y la igualdad es fundamental para evitar repetir esos comportamientos.
Referencias

Bonino, L. (1999). Las microviolencias y sus efectos: claves para su detección. Revista Argentina de Clínica Psicológica, 8(3), 221-233.

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar? 1600 900 BELÉN PICADO

Quitar la vida a otro ser humano es uno de los actos más extremos y perturbadores que puede llevar a cabo una persona. Semanas después de que Daniel Sancho confesase haber matado y descuartizado al cirujano Edwin Arrieta, mucha gente sigue preguntándose qué se le pudo pasar por la cabeza. Joven, guapo, hijo de uno de los actores más reconocidos y admirados de nuestro país, sin grandes problemas económicos (al menos aparentemente), educado en buenos colegios… Cuando alguien de estas características y tan alejado del perfil de asesino que suele aparecer en las noticias de sucesos comete un crimen así, es inevitable preguntarse: ¿Cualquiera puede matar en un momento dado y en determinadas circunstancias? ¿Qué puede llevar a alguien a cruzar esa línea y quitar la vida a otra persona?

En realidad, no existe una única respuesta que explique completamente por qué una persona llega a matar. Más bien, alcanzar ese extremo es producto de una interacción compleja de factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales que interactúan de manera única en cada individuo.

«El hombre es un lobo para el hombre»

Cuando Thomas Hobbes decía que «el hombre es un lobo para el hombre» algo de razón tenía. Los hombres se han matado entre sí desde la Prehistoria llevados por motivos muy variados: celos, venganza, defensa del territorio o del grupo, obtención de recursos, miedo… De hecho, el primer asesinato documentado de la historia tuvo lugar en Atapuerca hace nada menos que 430.000 años.

Así que, sí, los seres humanos matan y han matado a otros congéneres en cualquier cultura, en cualquier tiempo y en cualquier lugar del planeta.

Sobre la capacidad del ser humano para hacer daño, habla la psicóloga Julia Shaw en una entrevista para BBC Mundo: «Todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a los demás. Y cuando comencemos a comprender lo que nos puede conducir por caminos oscuros, podemos comenzar a entender por qué otros los han elegido».

Y para refrendar esta afirmación, Shaw remite a un estudio sobre el que habla en su libro Hacer el mal. En dicha investigación, la mayoría de los participantes admitieron haber fantaseado con matar a otras personas, incluidos conocidos y seres queridos: «Estos pensamientos son normales. Por suerte, llevarlos a la realidad no lo es. Vemos a menudo que quienes acaban cometiendo asesinatos no fantasearon con eso como hacen los malos de las películas; en cambio, con frecuencia es el resultado de una pelea que va demasiado lejos o de los celos. La mayoría de las veces, el asesinato no es el resultado de la planificación meticulosa de un sádico o psicópata, es mucho más probable que sea una mala decisión de la que la persona se arrepiente inmediatamente y que la persigue para el resto de su vida».

La agresividad es innata, la violencia se aprende

Llegados a este punto, es fácil concluir que cualquiera tiene la capacidad de acabar con la vida de otra persona, lo que no significa que todos y todas vayamos a convertirnos en asesinos. O, dicho de otro modo, la agresividad es innata y forma parte de nuestra naturaleza; la violencia, sin embargo, se aprende.

Según asegura José Sanmartín en La mente de los violentos, los seres humanos tenemos la exclusiva de la violencia: «La agresividad es común al lobo y al humano. La violencia, no. La violencia depende íntimamente de lo aprendido a lo largo de la historia personal de cada uno. Según sea lo aprendido, se actuará en el campo agresivo. Si se ha aprendido que la vida del otro no vale nada, no será difícil saltar por encima de ese mandamiento impreso por la evolución de nuestra naturaleza que nos ordena no matar a un miembro de nuestra misma especie. La violencia, en definitiva, es una resultante de la incidencia de la cultura sobre la biología. Somos agresivos por naturaleza, pero violentos por cultura».

Duelo a garrotazos, Francisco de Goya

Duelo a garrotazos, Francisco de Goya.

¿Qué factores pueden influir en una persona para recurrir a la violencia más extrema? 

Si bien cada caso es único y no hay un perfil psicológico universal que pueda aplicarse a todas las personas que cometen un asesinato, sí existen ciertos patrones y aspectos psicológicos genéricos que podrían influir en este tipo de comportamiento. Vamos a ver algunos:

1. Trastornos mentales

Es importante señalar que la gran mayoría de las personas con trastornos mentales no son violentas y que la presencia de una enfermedad mental no es un predictor confiable de comportamiento violento. Dicho esto, sí es cierto que hay ciertas psicopatologías que pueden estar asociadas con un mayor riesgo de violencia en circunstancias específicas, ya que pueden alterar el juicio, la percepción de la realidad, la toma de decisiones o dar lugar a respuestas desproporcionadas a la situación. Es el caso de abuso de sustancias, la esquizofrenia, el trastorno de personalidad antisocial o el trastorno bipolar, entre otros. Sin embargo, a menudo son solo un elemento añadido a una compleja interacción entre múltiples factores.

En el caso de la psicopatía, el hecho de que una persona tenga rasgos psicopáticos (falta de empatía, manipulación, falta de remordimiento, comportamiento antisocial) no significa necesariamente que tenga un trastorno de la personalidad.

Igualmente, el que alguien que acaba de cometer un asesinato se muestre tranquilo, desconectado emocionalmente y sin aparentes signos de remordimiento o arrepentimiento, como le ocurrió a Daniel Sancho, no significa necesariamente y en todos los casos que sea un psicópata. Otra posible explicación estaría en que es posible que su sistema interno haya puesto en marcha un mecanismo de defensa denominado disociación mediante el cual una persona desconecta su experiencia emocional y cognitiva de su conciencia y de lo que está viviendo.

En esencia, la disociación actúa como una especie de «apagado» emocional que permite afrontar circunstancias difíciles sin sentirse completamente abrumada por ellas. Esta desconexión puede reflejarse a través de síntomas como despersonalización, desrealización o amnesia disociativa.

(Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño)

2. Desensibilización

La exposición constante a la violencia, ya sea en la vida real o a través de los medios de comunicación, y la normalización de ciertas conductas en la sociedad puede conducir a una pérdida gradual de la sensibilidad emocional hacia el sufrimiento de los demás. De este modo, lo que una vez fue inadmisible acaba volviéndose tolerable y aceptable. Si, además, ya se han protagonizado previamente episodios de agresividad o violencia, la escalada será más acusada y la desensibilización, aún mayor.

3. Ver al otro como causa de un daño, amenaza u obstáculo

Uno de los factores que pueden llevar a alguien a perpetrar actos de violencia extrema como el asesinato es ver a la otra persona como causante de un daño, una amenaza a la propia integridad o a la del círculo más cercano, o como un obstáculo para alcanzar ciertos objetivos. Desde esta perspectiva, es posible que se acaben interpretando las acciones o las palabras del otro como amenazantes o perjudiciales para los propios intereses, bienestar o seguridad.

Se trata de una percepción distorsionada en la que pueden influir desde experiencias previas a prejuicios, estereotipos y otros factores que afectan la manera en que interpretamos las intenciones de los demás. También las emociones. La sensación de que alguien supone una amenaza para mí o los míos puede generarme emociones muy intensas (miedo, ira, frustración) y acabar afectando negativamente a mi toma de decisiones y a mi control de impulsos. Esto, a su vez, interferirá con mi capacidad de considerar las consecuencias a largo plazo de mis actos y aumentará la probabilidad de una respuesta impulsiva o agresiva.

En el caso de Daniel Sancho, esta percepción podría haberle llevado a concluir que matar a Edwin Arrieta era la única manera de solucionar un problema que le tenía angustiado. Él mismo declaró a un programa de televisión: «Edwin me amenazaba a mí y a toda mi familia. Si no hacía lo que pedía… Me decía que ya sabía lo que era Colombia y lo que un hombre con 100 millones de dólares era capaz de hacer».

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Daniel Sancho

4. Historia personal

Experiencias traumáticas, negligencia en la crianza, abuso en la infancia (físico, psicológico o sexual) o eventos percibidos como estresantes pueden afectar profundamente la forma en que las personas manejan sus emociones y responden a situaciones extremas e influir en su predisposición a la violencia. Del mismo modo, los traumas no resueltos pueden contribuir a reducir la capacidad de una persona para manejar de manera adaptativa situaciones difíciles.

La acumulación de episodios de comportamiento agresivo a lo largo del tiempo también podría contribuir a una desensibilización y minimización de la gravedad de determinadas acciones, facilitando que se produzca una escalada en la violencia. Muchas veces, la progresión es gradual y comienza con pequeños incidentes que, si no se abordan adecuadamente, podrían ir intensificándose hasta llegar a una situación irreversible.

Por supuesto, la historia personal no determina automática y necesariamente la propensión a la violencia. Aunque las experiencias pasadas pueden afectar profundamente a la persona, no constituyen una sentencia definitiva.

5. Situaciones de estrés, desesperación y angustia extremos

En situaciones de ira, miedo extremo o desesperación, las personas pueden actuar impulsivamente. La sensación de estar atrapado en una situación sin salida y la percepción de no tener otras opciones pueden llevar a soluciones desesperadas y a cometer actos violentos que en otras circunstancias no se plantearían.

A menudo, un homicidio acaba siendo el resultado de una serie de eventos y tensiones acumulados que el individuo no sabe afrontar. Disputas y conflictos interpersonales, problemas financieros, rupturas amorosas, abuso de sustancias u otras circunstancias que causen un nivel extremo de estrés y desesperación pueden llevar a un punto crítico.

En el caso de Daniel Sancho es posible que la idea de terminar con la relación que mantenía con su víctima acabase convirtiéndose en una obsesión constante. Los pensamientos rumiativos y repetitivos acerca de la situación podrían haber amplificado su estrés y ansiedad contribuyendo a la creencia de que el asesinato era la única solución.

6. Problemas de control de la ira y baja tolerancia a la frustración

La impulsividad, la falta de habilidades para manejar las emociones o un historial de ira incontrolada, resentimiento y hostilidad puede aumentar la probabilidad de que alguien recurra a la violencia en situaciones de conflicto o cuando se enfrente a desafíos que excedan sus estrategias de afrontamiento.

Daniel Sancho quería casarse con otra persona que no era Edwin y no supo canalizar la frustración que le suponía el hecho de que este se negase a terminar la relación. Al final recurrió a una forma extrema y desadaptativa de liberar la frustración y la rabia, sin pararse a pensar en las consecuencias.

Antes, su falta de habilidades para lidiar con la frustración y controlar su ira ya había provocado varios encontronazos con la justicia.

7. Pocas habilidades en resolución de conflictos

La incapacidad para manejar situaciones difíciles o comunicarse y negociar de manera constructiva y asertiva puede conducir a situaciones extremas. Hay personas que carecen de habilidades adecuadas para resolver conflictos de modo pacífico y tienden a recurrir a la violencia como única solución a sus problemas.

¿Qué empuja a una persona a matar?

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8. Falta de empatía

La empatía y la compasión actúan como «freno» frente a la posibilidad de llevar a cabo un acto violento. A partir de ahí, es lógico inferir que si alguien carece de habilidades empáticas, tiene dificultades para conectarse emocionalmente con los demás y muestra una conciencia moral reducida será más propenso a recurrir a la violencia como forma de resolver problemas o descargar frustraciones. Al no conectar emocionalmente con la víctima y no comprender sus sentimientos es más fácil minimizar su sufrimiento.

9. Narcisismo

Creerse más listo que nadie, falta de empatía, aires de grandeza, necesidad constante de admiración y atención o echar siempre la culpa al otro son solo algunas manifestaciones del narcisismo. Obviamente, estas características no indican que alguien sea capaz de cometer un crimen. Sin embargo, ciertos aspectos de este rasgo pueden influir en la inclinación hacia actos violentos.

Además de caracterizarse por su falta de empatía, de la que hablaba en el anterior apartado, los sujetos que presentan un alto grado de narcisismo son especialmente sensibles a las críticas y a la percepción de ser menospreciados. Si sienten que su autoimagen está siendo amenazada, pueden reaccionar con ira o violencia como forma de defender su autoestima.

Igualmente, necesitan tener el control de todo. Un control rígido que aplican sobre su entorno y las personas que le rodean. Y si sienten que lo están perdiendo o que alguien está desafiando su autoridad, podrían recurrir a la agresión como una manera de restablecer su dominio o su autoridad.

Algo parecido ocurre con su deseo de dominación. Su necesidad de sentirse superiores y poderosos puede manifestarse en comportamientos violentos, incluido el asesinato, como un medio de imponer su supremacía y demostrar su poder.

10. Disonancia cognitiva

La teoría de la disonancia cognitiva, desarrollada por el psicólogo Leon Festinger, explora la incomodidad emocional y mental que uno siente cuando tiene creencias, actitudes o comportamientos que son discrepantes entre sí. En el contexto de un crimen, este concepto puede desempeñar un papel importante en la forma en que el perpetrador afronta y justifica su acción.

Teniendo en cuenta que un asesinato es un acto extremadamente grave y en conflicto con las normas sociales y morales que predominan en la sociedad, así como con los valores y principios de la mayoría de las personas, es normal que quien llegue a este extremo experimente una intensa disonancia cognitiva entre lo que ha hecho y su comprensión interna de lo que es correcto. Una posibilidad para reducirla es recurrir a la justificación, racionalizando y alegando que tenía razones válidas para hacer lo que hizo. Esta tendencia a justificarse, además, será mayor cuanto más irreversible sea la acción llevada a cabo.

Otro mecanismo para reducir la disonancia cognitiva es el sumergirse en el autoengaño. ¿Cómo? Distorsionando la realidad, omitiendo detalles incriminatorios o creando una narrativa que permita mantener una imagen positiva de uno mismo a pesar de las propias acciones.

Referencias bibliográficas

Sala, N., Arsuaga, J. L., Pantoja-Pérez, A., Pablos, A., Martínez, I., Quam, R. M., Gómez-Olivencia, A., Bermúdez de Castro, J. M., & Carbonell, E. (2015). Lethal Interpersonal Violence in the Middle Pleistocene. PLoS ONE 10(5)

Sanmartín, J. (2002). La mente de los violentos. Barcelona: Ariel

Shaw, J. (2019) Hacer el mal. Un estudio sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño. Barcelona: Temas de hoy

Mitos sobe la violencia de género que es necesario desmontar

12 mitos sobre la violencia de género que es necesario desmontar

12 mitos sobre la violencia de género que es necesario desmontar 1920 1280 BELÉN PICADO

Los mitos son creencias acerca de la naturaleza de algunas cosas, simplificaciones de algún aspecto de la realidad que son compartidas por una sociedad o una cultura. Estas creencias se caracterizan por que se expresan de forma rígida y absoluta, tienen la capacidad de influir en mayor o menor medida en el pensamiento y en el comportamiento de las personas y se dan por verdaderas, aunque no haya pruebas que las sustenten. En el caso de los mitos sobre la violencia de género, por ejemplo, están muy extendidas ciertas ideas, como que este fenómeno solo se da en familias de bajos recursos o que las víctimas no salen de ahí porque no quieren.

Mantener estos mitos contribuye a:

  • Reducir el apoyo a las víctimas. Jay Peters, investigador y profesor de la Universidad estadounidense de Maine, explica: «Tomados en su conjunto, los mitos (sobre la violencia de género) están pensados para reducir el apoyo social a las víctimas transformándolas de víctimas inocentes de un crimen potencialmente letal en individuos que consciente o inconscientemente decidieron ser maltratados. De hecho, de acuerdo con estos mitos, la víctima no es realmente una víctima porque ella podría haber evitado el abuso, probablemente lo provocó, e inconscientemente lo deseaba».
  • Minimizar la importancia del problema y presentarlo como algo excepcional e, incluso, marginal.
  • Extender la idea de que solo les ocurre a «los demás».
  • Responsabilizar a las mujeres de la violencia que sufren, lo que obstaculiza la detección precoz y tiene terribles consecuencias en su salud mental.
  • Limitar la responsabilidad de los agresores, buscando atenuantes para su conducta. Por ejemplo, poniendo el acento en ciertos factores o circunstancias de la vida que han llevado a un maltratador en concreto a ejercer la violencia.

Los mitos sobre la violencia de género pueden llegar a veces, incluso a negar la existencia de este tipo de violencia. Por eso es tan importante desmontarlos. Estos son algunos de los más relevantes.

1. El maltrato se produce sobre todo en familias y con personas de pocos recursos

Si existe esta percepción es porque en esos casos la violencia es más visible y púbica. Pero ni los maltratadores ni las mujeres maltratadas corresponden a un perfil concreto. La violencia de género se produce en todos los niveles socioeconómicos y culturales.

«No me podía imaginar lo que pasó. Es guapa, tiene buena posición económica y es muy independiente. A mí esto me enseña que nos puede pasar a todas», señala la amiga de una mujer víctima de violencia de género en un reportaje publicado en el periódico El Mundo. Lo que ocurre es que, a menudo, cuando se trata de una mujer con una buena posición económica, social o profesional o bien tarde más en denunciar por vergüenza, o su entorno la presiona para esconder su situación o, incluso, no se la reconoce como víctima. Por otra parte, estas mujeres no suelen recurrir a entidades públicas, sino que tienen acceso a la atención privada de médicos, abogados y psicólogos. Esto permite ocultar el problema y, a la vez, alimenta la falsa creencia de que solo hay violencia de género en familias desestructuradas y con problemas económicos.

2. Los hombres que maltratan sufren algún trastorno mental

Lo que hace este mito es favorecer que se justifique la violencia, evitando con ello que la sociedad condene el maltrato. De hecho, la proporción de las agresiones cometidas por la pareja y vinculadas a trastornos mentales suele ser relativamente bajas.

Además, ser violento no implica que se sufra una psicopatología. Son numerosos los agresores que solo actúan con violencia dentro de casa, mientras que delante del resto de personas se muestran amables, encantadores y pacíficos. Es el caso, por ejemplo, de los psicópatas integrados. Harvey Milton Cleckey y Robert D. Hare, expertos en este tipo de perfil destacan la «ausencia de alucinaciones y otros signos de pensamiento irracional o manifestaciones psicopatológicas».

(En este mismo blog tienes un artículo sobre psicópatas integrados)

Algunos mitos sobre la violencia de género favorecen que se justifique el maltrato.

3. Los hombres que maltratan a su pareja (o expareja) fueron, a su vez, niños maltratados o presenciaron violencia entre sus padres

El niño que ha crecido en una familia en la que se han producido situaciones de violencia de género puede acabar aprendiendo e interiorizando que esa es la forma natural de relacionarse entre un hombre y una mujer. Y luego, en la edad adulta, reproducir ese patrón con su pareja. Sin embargo, no hay una relación causa y efecto. Es decir, no todos los niños que han presenciado malos tratos o los han recibido van a convertirse en adultos maltratadores.

4. El abuso de alcohol y/o drogas es responsable de la violencia de género

Esta es una creencia totalmente errónea. El consumo de alcohol u otras sustancias puede favorecer y aumentar las posibilidades de que se produzca una conducta violenta, pero ni mucho menos es la causa. Ni el alcohol ni otras sustancias por sí mismas determinan el comportamiento de quien las consume. Es más, muchas personas actúan violentamente contra los miembros de su familia sin haber tomado alcohol o drogas. Y, del mismo modo, hay muchas personas adictas que no son violentas. En realidad, el maltrato tiene su base en la propia estructura psicológica de quien recurre a él.

Según el Protocolo de Actuación Sanitaria ante la Violencia Contra las Mujeres, editado por la Consejería de Salud del Gobierno de La Rioja, lo más significativo del consumo de alcohol y otras drogas en el ámbito de la violencia de género es que «permiten al hombre autorizarse a llevar adelante una previa intencionalidad y a la vez, tranquilizar su conciencia y anular su autocrítica. Se bebe para pegar y no se pega por beber. Generalmente, los hombres que maltratan saben cuándo y con quién ser violentos».

5. Los hombres que maltratan a su pareja o expareja lo hacen porque son impulsivos y pierden el control

Ser impulsivo no es sinónimo de ser violento. La mayoría de las veces, las agresiones, tanto físicas como psicológicas o sexuales, no son producto de una explosión de ira incontrolable. Al contrario, se trata de acciones premeditadas que buscan hacer daño y someter a la víctima. Como he mencionado antes, a menudo los hombres que son violentos con su pareja luego se muestran amables y pacíficos en el trabajo o en la calle, incluso pueden ser personas reconocidas y respetadas en otros ámbitos.

Por otra parte, lo habitual es que las agresiones no supongan un hecho aislado, sino que suelen ser repetidas y recurrentes.

6. El origen de la violencia de género está en que los hombres son violentos por naturaleza

Los hombres no son violentos por el mero hecho de pertenecer al género masculino y tener más testosterona. Aunque a menudo se asocia esta hormona masculina al aumento de agresividad, no hay evidencias que lo demuestren. Si esto fuera así, muchos hombres con altos niveles de testosterona estarían implicados en continuos episodios de violencia y no es así. Se trata más de una cuestión cultural. Los comportamientos violentos son conductas aprendidas a partir de modelos familiares y sociales que consideran la violencia como un recurso válido para resolver conflictos. Un maltratador no nace, se hace.

Además, si esto fuera así, todos los hombres irían por la vida peleándose con cualquiera que les disgustase, no se sometiera a sus deseos o no cumpliese sus expectativas, independientemente del género.

Cada uno de nosotros podemos elegir si actuar de modo violento, o no. Afirmar que la violencia es cuestión de tener mal carácter o de la propia naturaleza masculina, hace que el agresor rechace su responsabilidad sobre su conducta.

Mios sobre la violencia de género

7. Un hombre no maltrata porque sí, algo habrá hecho la mujer para provocarlo

Esta falsa creencia lleva a que la víctima se sienta culpable y piense que, si no hubiera adoptado una conducta determinada, habría podido evitar la violencia de su agresor. El maltrato no depende de lo que haga, o no, la mujer, sino del significado que el hombre atribuya a ese comportamiento. De hecho, este puede encontrar provocadora cualquier actitud que implique lo que él considera una ruptura del rol que debe adoptar la mujer (por ejemplo, el de atención y cuidado).

Es cierto que la conducta de una persona puede provocar enfado en otra, pero recurrir a la violencia es responsabilidad exclusiva de quien la ejerce. No hay ninguna ‘provocación’ que justifique una agresión.

Además, cuando se ha iniciado el ciclo de la violencia da igual lo que la mujer haga. Muchas víctimas intentan reducir las agresiones tratando de complacer a su pareja y, sin embargo, no sirve de nada, ya que el agresor siempre encontrará motivos para dejar clara su posición de poder a través del maltrato.

8. Los malos tratos son cosas de pareja y no tienen por qué ‘ventilarse’

No es raro que, ante una situación de maltrato, escuchemos frases como «Eso es cosa de dos», «Mejor no meterse en los asuntos de pareja», «Los trapos sucios mejor lavarlos en casa«… Pero no estamos ante un asunto privado, sino ante un tema que nos afecta a todos como sociedad porque este tipo de violencia se da también en otros contextos, como el de la educación o el laboral. La violencia de género es responsabilidad de todos y de todas y relegarla al ámbito familiar o de pareja lo único que hace es deslegitimar su alcance.

9. Si hay hijos, lo mejor es aguantar en la relación para que no sufran

Nunca será beneficioso para un niño o una niña permanecer en un entorno marcado por la violencia. Exponerlos de forma directa o indirecta al maltrato dejará en ellos importantes secuelas físicas, psicológicas y emocionales: inseguridad, problemas de conducta, baja autoestima, miedos, pesadillas, retraso en el desarrollo del lenguaje, problemas de aprendizaje e interacción social, ansiedad, sentimientos de culpa, trastorno por estrés postraumático, etc. Por ello, lo más responsable y beneficioso para ellos es protegerles, alejándolos de estas situaciones.

La Academia Americana de Pediatría (AAP) ha reconocido que «ser testigo de violencia doméstica puede ser tan traumático para el niño como ser víctima de abusos físicos o sexuales».

10. La mujer que ‘aguanta’ una situación de maltrato es porque quiere. Si no, se iría

Las mujeres que sufren malos tratos por parte de sus parejas lo pasan terriblemente mal. Sin embargo, son muchas y complejas las razones que explican por qué permanecen en esa situación: falta de medios suficientes para mantenerse a sí mismas y a sus hijos, la vergüenza, el qué dirán, el sentimiento de culpa, el miedo, la esperanza en que el agresor cambie, la propia anulación psicológica que supone el maltrato, la falta de apoyos…

Hay que tener en cuenta que el hecho de que esta situación se produzca dentro de una relación afectiva hace aún más difícil identificar el maltrato, sobre todo en el caso de mujeres que han crecido en una familia donde el uso de la violencia estaba normalizado. También influyen en ello ciertos mensajes como «Quien bien te quiere te hará llorar», «Si te pego es porque te quiero y me importas» o «A mí me duele más que a ti».

Otro componente que dificulta que la mujer se vaya es el temor a que no la crean, especialmente si se trata un agresor cuyo comportamiento es totalmente diferente fuera del hogar que de puertas para adentro.

(En este blog tienes un artículo sobre los motivos por los que la mujer maltratada no abandona a su agresor)

Los mitos sobre la violencia de género contribuyen a mantener la situación de maltrato.

11. El maltrato psicológico no es tan grave como la violencia física

El abuso emocional continuado, aun cuando no exista violencia física, provoca en las víctimas consecuencias muy graves en la salud física (colon irritable, trastornos gastrointestinales, dolor crónico…) y mental (depresión, ansiedad, pérdida de autoestima, trastornos del sueño, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático, etc.).

A menudo, los daños que no se ven son más severos y duraderos que los físicos. El maltrato psicológico arrasa y anula la autonomía, la autoestima y la voluntad de la mujer, lo que dificulta que ponga límites y pueda romper la relación. De cualquier forma, es muy raro que solo se dé un solo tipo de maltrato. Normalmente violencia física y psicológica suelen ir unidas y en muchas ocasiones no son los únicos tipos de maltrato. Además de estas dos formas de violencia de género, hay otras que a menudo se interrelacionan entre sí: violencia verbal, violencia económica, violencia sexual, violencia vicaria y violencia socieconómica.

12. Los casos de violencia de género son escasos, se trata de un fenómeno puntual y muy localizado

Basta con repasar las estadísticas para desmentir este mito.

  • En 2021, hubo 30.141 víctimas por violencia de género en España (datos del Instituto Nacional de Estadística).
  • Según datos de la Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU), «la forma más común de violencia experimentada por las mujeres en todo el mundo es la violencia dentro de la pareja».
  • Un estudio, liderado por la Organización Mundial de la Salud y publicado en la revista científica The Lancet, concluye que el 27 por ciento de la población femenina mundial ha sufrido alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de sus parejas hombres. Esto supone una de cada cuatro mujeres.

 

Teléfono gratuito de atención a víctimas de malos tratos por violencia de género: 016 (funciona 24 horas del día los 365 días del año)

 

Referencias

Bosch-Fiol, E., y A. Ferrer-Pérez, V. (2012). Nuevo mapa de los mitos sobre la violencia de género en el siglo XXI. Psicothema, 24(4), pp. 548-554.

Consejería de Salud Gobierno de La Rioja (2010). Protocolo de actuación sanitaria ante la violencia contra las mujeres. Logroño: Consejería de Salud. Gobierno de La Rioja

Peters, J. (2008). Measuring myths about domestic violence: Development and initial validation of the domestic violence myth acceptance scale. Journal of Aggression, Maltreatment & Trauma, 16(1), pp.1-21.

Sardinha, L., Maheu-Giroux, M., Stöckl, H., Meyer,S. R. y García-Moreno, C. (2022). Global, Regional, and National Prevalence Estimates of Physical or Sexual, or Both, Intimate Partner Violence Against Women in 2018. The Lancet, 399, pp. 803-813.

El efecto luz de gas o gaslighting es una forma de maltrato tan sutil como devastador.

Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico

Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico 1280 853 BELÉN PICADO

«¡Estás mal de la cabeza!», «¡No sabes captar una broma!», «¡Te lo tomas todo a la tremenda!»… Si escuchas estas frases de forma habitual y, además, te sientes impotente, agotada y con serias dudas sobre tu salud mental es posible que estés siendo víctima de una forma de maltrato psicológico tan sutil como perverso y devastador: el efecto luz de gas o gaslighting.

El término proviene de una obra teatro del 1938, Gas Light, que años después sería llevada al cine por George Cukor y que en España se estrenó con el título de Luz que agoniza. En ella, un individuo interpretado por Charles Boyer se dedica a alterar todo el entorno en que vive con su esposa (Ingrid Bergman) hasta conseguir que ella dude de su propia percepción de la realidad y de su cordura.

A lo largo de los años, este tipo de abuso emocional se ha visto en numerosas películas y series. En El practicante (Netflix), por ejemplo, hay un momento en que el personaje que interpreta Mario Casas esconde unas pastillas y hace creer a su novia que ha sido ella quien le ha dejado sin ellas. “No puedo más, me estoy volviendo loca. Estoy segura de que dejé las pastillas ahí”, confiesa más tarde la mujer a su amiga.

Controlar, someter y anular

El efecto luz de gas es una forma de violencia cuyo objetivo es controlar, someter y anular; no solo se busca modificar el comportamiento de la víctima, sino también su identidad. Con su actitud, el abusador o gaslighter está enviando dos mensajes fundamentales a su víctima: «Tu pensamiento está distorsionado» y «Mis ideas y mi forma de ver la realidad son las correctas y verdaderas».

La persona que lo sufre cree que realmente ve cosas donde no las hay y que está volviéndose loca, así que comienza a encerrarse en sí misma, a depender cada vez más de quien está ejerciendo esta manipulación sobre ella y, en definitiva, a aislarse. Es como esa lluvia fina y constante que al principio parece que no moja, pero acaba calándote hasta los huesos.

En ocasiones, este tipo de maltrato va acompañado por violencia física o es la antesala de la misma. No es extraño que cuando te están humillando durante mucho tiempo y llegan los primeros golpes ya estás tan anulada que no eres capaz de reaccionar y pedir ayuda.

La persona que sufre luz de gas puede llegar a dudar de su propia cordura.

¿Me están haciendo luz de gas?

Es importante aclarar que, si bien en este artículo me refiero a la relación de pareja, la mayoría de situaciones que enumero a continuación pueden extrapolarse a otros ámbitos. Igualmente, aunque lo habitual es que la víctima sea la mujer, también hay hombres que sufren gaslighting. En cualquier caso, se trata de un maltrato tan sutil que no resulta fácil identificarlo. Una señal importante para detectarlo es la continuidad en el tiempo. Si las situaciones siguientes se repiten una y otra vez, es muy posible que te estén haciendo luz de gas.

  • Miente en detalles tontos. Descubres que la otra persona miente en cosas pequeñas y hasta cierto punto absurdas, pero luego habla de ello con tanto convencimiento que te hace dudar. Y no solo eso, siempre te lleva la contraria en todo, incluso en los temas más banales. Él siempre tiene razón. Al final eres tú quien acaba mintiendo para adaptarte a su realidad y evitar conflictos.
  • No se responsabiliza de sus propias conductas. Siempre te dice que el problema es tuyo e insiste en que «necesitas ayuda» o «estás loca». Es más, cualquier tipo de duda que manifiestes acerca de estas afirmaciones las convertirá en pruebas de que realmente estás «perdiendo la cabeza». Por ejemplo, puede minar tu autoconfianza comentando de forma explícita lo atractiva que es una amiga tuya, comparándote con ella e, incluso, llegando a coquetear delante de ti (esta estrategia se denomina triangulación). Cuando tú te molestes o te quejes de su conducta te tachará de «insegura» y de tener «celos sin motivo». Y, al final, eres tú quien acaba pidiendo perdón.
  • Adopta el papel de víctima. Da la vuelta a las situaciones y se convierte en la víctima. Has quedado a cenar con tus amigas y justo antes de salir te dice que le encanta que lo pases bien, aunque seguro que se aburrirá mucho sin ti y te echará de menos. Pero te quiere tanto que no le importa. Tú dudas, él insiste en que salgas y luego pasa la noche enviándote mensajes, preguntándote qué haces, si vas a volver pronto, diciéndote que no podrá dormirse hasta que vayas a casa porque está preocupado… No solo no disfrutas de la velada, sino que te sientes culpable y, encima, cuando vuelves a verle dedicas las pocas energías que te quedan a consolarle. ¿Resultado? Vas espaciando tus salidas con los amigos («Para que no sufra o, al menos, hasta que se sienta más seguro de mí») hasta eliminarlas por completo.
  • Proyecta en ti sus carencias. El gaslighter te trasladará sus rasgos negativos o desplazará hacia ti la responsabilidad de sus comportamientos. De este modo, tú acabarás aceptando que eres egoísta, cruel o retorcida, justo las características que lo definen a él.
  • Niega haber dicho cosas que le has escuchado. Da igual que tengas pruebas o la total seguridad de que escuchaste perfectamente lo que dijo; él lo negará. Habéis hecho planes para salir el fin de semana y cuando llega el momento lo niega: «Yo nunca he dicho eso, no hemos quedado en nada ¿Por qué te inventas cosas? Cada día estás peor». Se reafirma en su postura repitiéndolo una y otra vez y tú, para no discutir, acabas claudicando. La primera vez te quedas descolocada. A partir de la tercera es posible que empieces a dudar de ti misma. Y así, cada vez le resultará más fácil que cedas. Llega un momento en que dudas no solo de tu memoria, sino de tu propia realidad.
  • Disfraza de humor lo que es una humillación. El abusador justifica sus salidas de tono o sus comentarios hirientes asegurando que «solo era una broma» y ridiculizándote por ser «una sosa» o «no tener sentido del humor». Esto ocurre en privado, pero también puede hacerlo en público. Recuerda: Si el chiste no te hace gracia, no es un chiste; si te sientes humillada, no es un chiste.
  • Te da una de cal y otra de arena. En un momento te pone por las nubes y te dice lo maravillosa que eres y lo feliz que es contigo y, en un abrir y cerrar de ojos, te culpa de todo; te tilda de exagerada y se burla de tu «exceso de sensibilidad». En psicología a esto se le llama refuerzo intermitente y es uno de los motivos por los que es tan difícil salir de una situación de maltrato. Si por regla general mi pareja me critica y, de vez en cuando y de forma totalmente aleatoria, me dice alguna cosa bonita, voy a quedarme ahí ‘enganchada’ haciendo todo lo posible para que me ‘toque premio’. Acabaré creyendo que si yo cambio la otra persona también lo hará.
  • Te dice una cosa, pero con el lenguaje no verbal expresa otra. Por ejemplo, tu pareja te pregunta por qué estás tan callada y cuando te animas a compartir tus sentimientos con la esperanza de que las cosas se arreglen entre vosotros, te pone cara de «Ya estás otra vez con lo mismo…». Esta interacción que consiste en transmitir al mismo tiempo dos mensajes contradictorios, uno a través de la comunicación verbal y otro con la no verbal, se le denomina doble vínculo. Genera mucha confusión e inseguridad porque no sabemos a qué atenernos.
    (En este blog puedes leer los artículos «Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios» y «Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo«)

El gaslighter puede decirte una cosa y con el lenguaje no verbal mostrar otra muy diferente.mostratt

  • Constantemente quita validez a lo que dices. Da igual de lo que hables y del grado de conocimiento que tengas sobre ello. Siempre te menosprecia, te lo discute todo y lo pone en tela de juicio: «Tú que sabrás», «Anda, cállate que solo dices tonterías».
  • Critica a la gente que quieres. A la más mínima sospecha de que tu familia o tus amigos puedan percatarse de que lo vuestro no va bien y vea que su influencia sobre ti peligra, tu pareja va a empezar a hablar mal de ellos, a decirte que te dejas influir demasiado por tus amistades, que tu familia le mira mal o que tus amigos te critican a tus espaldas. También puede pasar lo contrario: que ante tus seres queridos se muestre solícito, comprensivo y encantador. Así será mucho más difícil que las personas cercanas se percaten de que algo va mal.
  • Pone en duda tus propios sentimientos. Estás expresando cómo te sientes y de repente te ves justificando tus emociones, tus opiniones y tus propias experiencias. Sabes que es absurdo, pero sigues tratando de demostrar que realmente estás triste o molesta por algo e intentas desesperadamente argumentar tu punto de vista. Y, en vez de recibir comprensión, te topas con respuestas como: «Es imposible que sientas eso», «Eres demasiado sensible», «Eres una exagerada» o «Vaya películas te montas».
  • Si te atreves a dejarlo, orquestará una campaña de calumnias contra ti. Cuando descubras su hipocresía y pongas tierra de por medio, es más que probable que primero se muestre arrepentido para que vuelvas con él. Y si no lo consigue pasará al ataque: tratará de hacerse la víctima, poner a tu familia o a tus amigos en tu contra y sabotearte en cualquier ámbito. También puede pasar que ponga sus ojos en otra posible víctima y te deje sin la más mínima vacilación.

Así transcurre el proceso

Al principio, cuando alguien empieza a hacerte luz de gas, es posible que te rebeles, te enfades y discutas durante horas sin llegar a ninguna conclusión. Ese enfado dejará paso, casi sin darte cuenta, primero a la sorpresa, luego a la confusión y finalmente a la resignación. Estas señales y otras similares acaban siendo tan habituales que normalizas lo que te ocurre. Asumes que malinterpretas los hechos, que quizás no los recuerdas bien o no son tan graves, que todo son exageraciones tuyas, invenciones o paranoias.

Te convences de que no estás a la altura de la persona que tienes al lado. Incluso te sientes afortunada de que siga contigo pese a tus «múltiples fallos» y a que «no vales nada». Y como lo último que quieres es decepcionarle o enfadarle y que acabe hartándose y abandonándote, dejas de opinar, de defenderte, de intentar explicarle tu punto de vista… Y, poco a poco, dejas de ser tú misma. Paradójicamente, acabas creyendo que solo podrás encontrar la felicidad al lado de la persona que te humilla y te ignora y que solo lo tienes a él.

Escucha a tu intuición y confía en ella

Por muy camuflado que se presente, el gaslighting es maltrato. Pero no estás indefensa.

  • Haz explícitos los mensajes ambiguos que la otra persona intenta lanzarte. Por ejemplo, si te dice que no está enfadado pero sus gestos indican lo contrario, házselo ver. Puedes decirle algo así como: «Estás diciéndome que no estás enfadado, pero tus gestos y tu expresión indican lo contrario, ¿quieres hablar de algo?«.
  • No te calles. Valora tus opiniones y no dejes pasar la ocasión de exponerlas por no discutir. En cualquier tipo de relación es importante respetar el punto de vista del otro, así como sus sentimientos o sus experiencias y esto es un camino de doble dirección. Igualmente, todos tenemos derecho a manifestar dudas acerca de lo que dicen nuestros seres queridos o a estar en desacuerdo con ellos. Y eso no nos convierte en malas personas.
  • Aprende a identificar el objetivo de una conversación. Un diálogo en el que existe una reciprocidad no debería generar miedo, vergüenza o confusión. En el momento en que una conversación deja de buscar el entendimiento entre dos personas y se convierte en una lucha de poder lo mejor es dar la charla por terminada.
  • Deja de buscar su aprobación. No cedas a la tentación de intentar convencerle de tu punto de vista. Con una persona abusiva, narcisista y controladora tu opinión valdrá muy poco e intentar convencerle de que tienes razón será como predicar en el desierto. En lugar de decir «Tienes razón», prueba con: «Entiendo lo que me dices, pero no estoy de acuerdo» o «Esta es mi realidad aunque tú la veas de otro modo».
  • Valida tus sentimientos. Tus emociones no son un tema objeto de debate. Nadie tiene derecho a decirte o a poner en duda qué sientes, qué piensas o quién eres. No invalides tus sentimientos por quedar bien con la otra persona y mucho menos pidas disculpas por sentir.

Nadie tiene derecho a decirte o a poner en duda qué sientes, qué piensas o quién eres.

  • Confía en tu intuición. Si sientes que hay algo raro, que algo no te cuadra, escúchate porque tú eres la persona que mejor te conoce.
  • Trabaja en tu autoestima porque es el mejor antídoto contra este tipo de manipulación. Cuanto más confíes en ti misma más difícil será que caigas en las redes de un gaslighter. Aprende a poner límites y si te sientes herida o molesta no lo dejes pasar.
  • Rodéate de una red apoyo. No pierdas el contacto con tu familia y tus amigos, apóyate en ellos siempre que lo necesites y contrasta con ellos tus percepciones.
  • Pon distancia. Si es un hecho aislado y las situaciones se hacen habituales, aléjate de la persona que te está haciendo luz de gas. Tomar distancia te ayudará a tomar plena conciencia de lo que está ocurriendo.
  • Busca ayuda. Si ves que la situación te supera o que las personas que te rodean no terminan de ver el problema,  buscar ayuda profesional. Si lo deseas puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte.
Puede interesarte

Lectura. Efecto Luz de Gas: Detectar y sobrevivir a la manipulación invisible de quienes intentan controlar tu vida. Robin Stern es psicoanalista, investigadora y experta en inteligencia emocional. En este libro explica cómo funciona este tipo de manipulación y ayuda a detectar y a identificar si nos están haciendo  luz de gas.

(Si quieres saber más sobre el tema, te invito a leer Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad)

¿Por qué la mujer maltratado no deja a su maltratador?

Violencia de género. ¿Por qué la mujer maltratada no deja a su maltratador?

Violencia de género. ¿Por qué la mujer maltratada no deja a su maltratador? 1996 2102 BELÉN PICADO

Una de las preguntas que más escucho cuando sale el tema de la violencia de género es: ¿Cómo es posible que una mujer maltratada no abandone a su maltratador? ¿Por qué aguanta? Y la respuesta no es nada sencilla… Para entender a estas víctimas de la violencia de género antes hay que comprender el proceso en el que se ven inmersas. En primer lugar, es importante tener en cuenta que lo habitual es que una historia de malos tratos empiece como muchas historias de amor. Chico conoce chica y se muestra educado, atento y cariñoso. La llama, es detallista, la colma de atenciones, hace que se sienta especial. Un ‘príncipe azul’ en toda regla… que irá convirtiéndose en sapo sin prisa, pero sin pausa.

El mito del amor romántico

A lo largo de las épocas, el amor ha estado sujeto a aprendizajes culturales y a condicionamientos sociales. Este sentimiento ha sido exaltado por canciones, películas, novelas, etc. y la mujer lo ha entendido, tradicionalmente, como una entrega total. Y así ha convertido al hombre amado en el centro de su existencia, adaptándose a él, perdonándole y justificándole todo.

Según el ideal de amor romántico, las mujeres que han sido educadas para que su vida gire en torno al amor no solo buscarán un príncipe azul que las salve, las proteja y cubra sus necesidades. También se atribuirán ellas mismas la responsabilidad del cuidado y el mantenimiento de las relaciones. Y esto generará sentimientos de culpa cuando se produzcan conflictos o fracasos de la relación.

En muchos casos, estas creencias reforzarán el ciclo de la violencia. Cuando en una relación de maltrato hay una agresión y detrás viene el arrepentimiento la mujer perdona al maltratador en el convencimiento de que su amor “lo cambiará”. Y seguirá dando nuevas oportunidades y generándose falsas expectativas basadas en que “el amor todo lo puede”.

De este modo, cuando se plantea abandonar al hombre que tanto daño está haciéndola, para ella es mucho más que romper una relación. Es abandonar un proyecto vital. Renunciar al amor se vive como el fracaso absoluto de su vida.

El mito del amor romántico tiene una estrecha relación con la violencia de género

El síndrome de la rana hervida

Estaba una rana tranquilamente dentro de una cazuela llena de agua, ignorando que la cazuela estaba calentándose a fuego lento. Al cabo de un rato, el agua estaba tibia y el pequeño anfibio, como la sentía agradable, siguió nadando. Poco a poco, la temperatura fue subiendo, pero la rana no se inquietó; era un poco friolera, así que el calorcito le venía bien. Una mezcla de fatiga y somnolencia empezó a apoderarse de ella, apenas sin darse cuenta.

Llegó un momento en que el agua se puso caliente de verdad y a nuestra amiga ya empezó a parecerle desagradable. Sin embargo, ya no le quedaban fuerzas para saltar y escapar del recipiente, así que se limitó a aguantar. Tenía la esperanza de que en algún momento el agua se enfriara. Pero el líquido no solo no se enfrió, sino que subió aún más de temperatura hasta que la rana acabó hervida. Así que murió sin haber hecho el menor esfuerzo por salir de la cazuela.

Está claro que si la rana se hubiera metido con el agua a cincuenta grados habría salido inmediatamente de un salto. Lo que viene a decirnos este relato de Olivier Clerc es que “un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía”. Lo mismo ocurre en el caso de la violencia de género. Cuando el inicio es brusco e intenso, es muy posible que la víctima busque ayuda externa o intente separarse. Sin embargo, si al principio el maltrato va produciéndose poco a poco y solo en ciertas ocasiones, la mujer restará importancia al primer insulto, humillación o empujón y elegirá luchar para que la relación salga adelante.

El síndrome de la rana hervida guarda una estrecha relación con la situación de la víctima de malos tratos

La indefensión aprendida

Las mujeres víctimas de violencia de género desarrollan lo que el psicólogo Martin Seligman denominó ‘indefensión aprendida’, que consiste en que la persona que está siendo víctima de maltrato ‘aprende’ que no puede defenderse haga lo que haga. Como los episodios de maltrato se dan independientemente de cómo actúe la mujer, esta siente que no controla la situación y que está a merced de su agresor. Estos sentimientos impiden creer que las cosas pueden cambiar y dificultan que la víctima se enfrente a sus temores y pida ayuda.

Además, en situaciones así la autoestima queda muy dañada. Hay tal alteración de la percepción de la realidad, que la mujer puede negarse a dejar al maltratador por temor a no encontrar a alguien mejor que él o, incluso, por creer que no merece a alguien mejor.

El ciclo de la violencia

Que el maltrato no sea continuo, sino que se alternen fases de agresión con las de cariño o calma dificulta que la víctima rompa con la situación. Esto fue lo que observó la psicóloga estadounidense Leonore Walker, llegando a identificar un ciclo que se repite en los casos de violencia de género y que consta de tres fases:

  • Acumulación de la tensión: La hostilidad del hombre va en aumento sin motivo aparente para la mujer. El agresor puede demostrar su violencia de forma verbal y, en algunas ocasiones, con agresiones físicas y/o con cambios repentinos de ánimo, que la mujer no acierta a comprender y que suele justificar, ya que no es consciente del proceso de violencia en el que se encuentra inmersa. De esta forma, la víctima siempre intenta calmar a su pareja, procura complacerle y evitar aquello que le moleste, creyendo que así eludirá los conflictos. Incluso llega a creer que algunos de esos conflictos los provoca ella.
  • Explosión: La tensión aumenta hasta estallar, lo que conlleva agresiones físicas, psicológicas y sexuales. Estas pueden ser graves, hasta el punto provocar fuertes secuelas físicas y psicológicas e, incluso, un alto riesgo para la vida. En este momento, la mujer siente que no tiene ningún tipo de control sobre la situación. Su capacidad de reacción se reduce mucho, centrándose básicamente en proteger su integridad física. Suele ser en esta fase cuando se plantea pedir ayuda.
  • Reconciliación o “luna de miel”. El agresor tiende a arrepentirse y a pedir perdón y, para evitar que la relación se rompa, puede recurrir a la manipulación afectiva (regalos, caricias, promesas…). Eso sí, también suele negar su responsabilidad en el conflicto y transferir la culpa a la mujer. Esta, por su parte, desea tanto que la relación funcione que confía en que todo cambiará y, con frecuencia, retira la denuncia y/o rechaza la ayuda ofrecida por familia, amigos o servicios sociales y sanitarios. Algunas de las justificaciones que da es que su pareja tiene problemas y debe ayudarle a resolverlos.

Con el paso del tiempo las dos primeras fases se mantendrán y agudizarán. Sin embargo, la fase de arrepentimiento, que es la que ha actuado como mantenedora de la relación, tenderá a desaparecer.

¿Quien bien te quiere te hará llorar?

Muchas víctimas de maltrato proceden de familias en las que el uso de la violencia estaba normalizado. La violencia se aprende, tanto a ejercerla como a sufrirla; así que la mujer que la sufrió en su infancia tenderá a repetir el patrón en su vida adulta. Además, como para ella una bofetada, un insulto o una humillación eran algo cotidiano, le resultará difícil distinguir la situación de maltrato. En esta situación también influyen mensajes familiares muy peligrosos como “Quien bien te quiere te hará llorar”, “Si te pego o te castigo es porque te quiero y me importas” o “Me duele a mí más que a ti”.

Si me quiere, no me hiere

Espero haber respondido, al menos en parte, a la pregunta que da por título a este artículo. Y si conoces o sabes de alguien que esté en esta situación quizás sería buena idea sustituir la expresión “Si sigue con él por algo será” por “Sé por qué sigues con él y no es tu culpa”. Aprovecho también para recordaros que existe un teléfono gratuito de atención a víctimas de malos tratos por violencia de género que funciona 24 horas del día los 365 días del año: 016.

Si te interesa

Una película

“Te doy mis ojos”. Se estrenó en el año 2000, pero por desgracia el tema que trata sigue vigente. La película refleja con rigor y sensibilidad la gran complejidad que puede haber en una historia de malos tratos. En ella se muestran algunos conceptos de los que hablo en este artículo, como el ciclo de la violencia y la indefensión aprendida. Está dirigida por Icíar Bollaín y protagonizada por Luis Tosar y Laia Marull.

 

El calor influye en el mal humor y aumenta la agresividad

El calor influye en el mal humor y aumenta la agresividad

El calor influye en el mal humor y aumenta la agresividad 3456 5184 BELÉN PICADO

Un calor moderado invita a salir más y a estar de buen talante, pero cuando las temperaturas suben de forma excesiva o se produce una ola de calor, calor y mal humor están directamente unidos…

¿Os acordáis de la primera escena de la película “Un día de furia”? El personaje de Michael Douglas está en un enorme atasco bajo un sol abrasador, soportando las bocinas de otros coches, a niños gritando, el aire acondicionado estropeado… De pronto, no lo soporta más, abandona el vehículo en mitad de la autopista y se marcha a pie. En realidad, y como se ve durante el resto de la trama, tiene motivos para estar estresado y de mal humor, pero el calor sofocante tiene mucho que ver en su reacción.

A más calor, más violencia

Está demostrado que el clima y las condiciones meteorológicas influyen en el estado de ánimo y en el comportamiento. El calor, en particular, favorece el aumento de agresividad, la irritabilidad y las tasas de suicidio. Incluso Shakespeare, en su obra “Romeo y Julieta”, hace referencia a esta influencia en la primera escena: “Amigo Mercucio, pienso que es mejor que nos moderemos, porque hace bastante calor, y los Capuletos andan exaltados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre”.

En nuestro país, desde que empezaron a registrarse oficialmente las muertes por violencia machista en 2003 se ha comprobado que julio es el mes que suele cobrarse más víctimas. Para corroborar esta relación entre calor y violencia de género, el año pasado se publicó una investigación en la revista científica Science of the Total Enviroment. En ella se concluía que la temperatura se asocia con el riesgo de comportamiento violento y con el aumento de casos de violencia contra las mujeres. Según los autores, el riesgo de que una mujer muera a manos de su pareja o expareja aumenta hasta un 40 por ciento tres días después de una ola de calor y un 28,8 por ciento por cada grado que supere los 34.

Pero el estudio de la relación entre el calor y la violencia no es nuevo. A mediados del siglo XIX el estadístico belga Adolphe Quetelet estableció unas curiosas “leyes térmicas”. Según estas leyes, los delitos contra las personas son más habituales en verano, los delitos contra la propiedad se cometen más en invierno y los delitos sexuales son más frecuentes en primavera.

A más calor, más agresividad

El hipotálamo, un termostato en nuestro cerebro

Cuando nuestra temperatura corporal oscila entre 35 y 40 grados, el cerebro funciona sin problema. Ahora bien, si esa cifra aumenta el hipotálamo tiene que trabajar de más para reequilibrar el organismo. Esta región del cerebro controla funciones básicas para la supervivencia como la alimentación, la lucha o huida ante un peligro, la conducta sexual, el sueño o la temperatura corporal. Al subir la temperatura los termorreceptores de la piel envían la información al hipotálamo. Este, para recuperar el equilibrio, activará ciertos procesos, como la sudoración, la vasodilatación o la producción de adrenalina. Y es justo esto lo que afecta a nuestro estado de ánimo.

  • La adrenalina es una hormona que se genera cuando el cerebro considera que el organismo está siendo amenazado y lo prepara para la lucha o la huida. En el caso del calor no hay un peligro real pero la respuesta es la misma, apareciendo síntomas propios de un cuadro de ansiedad, como irritación, agresividad, insomnio, dificultades para concentrarse…
  • El objetivo de la vasodilatación y la sudoración es facilitar la pérdida de calor a través de la piel. Pero este proceso conlleva también un aumento en la frecuencia cardiaca y respiratoria y, en consecuencia, una mayor dificultad para conciliar y mantener el sueño. Y, claro, no pegar ojo aumenta también el cansancio y la somnolencia por el día.

Esta sería la explicación biológica que empareja calor y mal humor. Sin embargo, ese mal talante también se ve influido por otros factores. Uno es la impotencia que nos genera la falta de control sobre la situación. Otro, la disminución de la motivación para realizar actividades que, de antemano, no nos resultan muy gratificantes.

El calor se sufre más en caso de depresión, ansiedad o trastorno bipolar

  • Las personas que padecen ansiedad tienen más probabilidades de sufrir una crisis durante las olas de calor, por lo explicado anteriormente. También es posible que el calor provoque síntomas similares a una crisis y que la persona los confunda con un ataque de ansiedad sin serlo.
  • Las personas meteorosensibles sufren en mayor grado las temperaturas extremas pues acusan más los cambios meteorológicos. Aunque lo normal es que en primavera y verano se sientan más activas y alegres, el profesor de psicología de la Universidad CEU San Pablo Fernando Miralles explica que si el calor es excesivo están más apáticas y malhumoradas.
  • Cuando las temperaturas extremas se mantienen entre tres y cinco días (ola de calor), afectan un 14 por ciento más a quienes están diagnosticados de un trastorno mental. Este es el caso del trastorno bipolar o la depresión. Según un estudio realizado en la Universidad estadounidense de Stanford, el progresivo aumento de las temperaturas está relacionado con una mayor tasa de suicidios.
  • Por otra parte, el hipertirodismo se caracteriza, entre otros síntomas, por nerviosismo, insomnio. Irritabilidad e intolerancia al calor. Así que las altas temperaturas contribuyen que dichos síntomas sean más acusados.

(En este blog puedes leer el artículo «Depresión de verano: Cuando el buen tiempo nos amarga la vida«)

El calor se sufre más si hay un trastorno mental

Qué podemos hacer para romper la relación entre calor y mal humor

  • En cierto modo, la sensación térmica depende de la percepción de cada uno, así que la reacción al calor también es diferente según la persona. Como cuanto más nos focalicemos en la incomodidad, más intenso percibiremos nuestro malestar, lo mejor es desviar nuestra atención a otros estímulos externos.
  • Si conoces alguna técnica de relajación (respiración diafragmática, relajación progresiva de Jacobson), es el momento de ponerla en práctica para mantener la calma. Recuerda que a más desesperación, más agitación y mayor sensación de calor.

Enfócate en las cosas positivas del verano

  • El verano también nos aporta muchas cosas positivas, así que trata de enfocarte en ellas.
  • Sigue las recomendaciones básicas como mantener hidratado tu cuerpo, utilizar ropa holgada y de algodón y buscar lugares con sombra o con buena climatización. Si conservas tu temperatura corporal a niveles adecuados, tu hipotálamo te lo agradecerá.

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