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¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones

¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones 1500 844 BELÉN PICADO

Casi todos, en algún momento, hemos sido pasivo-agresivos. Decimos «sí» cuando en realidad queremos decir «no», evitamos hablar de lo que nos molesta o respondemos con un seco «nada» cuando nos preguntan qué nos sucede. Optamos por disfrazar nuestro enfado en lugar de expresarlo abiertamente, creyendo que al callar o disimular evitamos el conflicto. Sin embargo, la realidad es que la emoción no desaparece, solo que encuentra una vía más sutil —y muchas veces más dañina— para manifestarse. Y el comportamiento pasivo-agresivo es precisamente eso: una forma indirecta de expresar frustración, ira o resentimiento.

Aunque puede parecer inofensivo en un principio, con el tiempo esta conducta deteriora las relaciones, genera confusión y alimenta el malestar, tanto en quien la ejerce como en quien la recibe. Lo complicado es que, al tratarse de un patrón de comportamiento encubierto, no siempre es fácil de identificar, y mucho menos de corregir.

(Te invito a leer, en este blog, el artículo «Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)«)

A continuación, te cuento qué puedes hacer si crees, o has notado, que podrías estar actuando de manera pasivo-agresiva. Con un poco de conciencia y práctica, verás que es posible transformar la forma en que te comunicas y mejorar tus relaciones.

Identifica y reconoce tu comportamiento y tus emociones

El primer paso para cambiar cualquier patrón de conducta es tomar conciencia de él. La pasivo-agresividad suele manifestarse de manera automática, como una forma de manejar el malestar sin enfrentar directamente el conflicto. Para romper con este hábito, es fundamental identificar cuándo y cómo te comportas así y, sobre todo, las emociones que están detrás de tu actitud. Este tipo de comportamiento suele encubrir sentimientos con los que no nos sentimos del todo cómodos, como la ira, la frustración o el resentimiento. Sin embargo, como habrás notado, ignorar una emoción solo hace que se vuelva más intensa y difícil de gestionar.

Algunas señales de que podrías estar acumulando enfado:

  • En situaciones que te molestan, en lugar de expresar tu desacuerdo, recurres al sarcasmo o a la ironía.
  • Sientes irritación o resentimiento con frecuencia, aunque no siempre identificas una razón clara.
  • Saboteas, postergas o incluso olvidas tareas y compromisos en vez de decir abiertamente que no quieres hacer algo.
  • Te sientes culpable por enfadarte y evitas reconocerlo y expresarlo.
  • Te cuesta decir «no» y, en su lugar, buscas formas indirectas de resistirte a las peticiones de los demás.

Además, la pasivo-agresividad no siempre es un reflejo del enojo reprimido; en muchos casos, encubre emociones como miedo, tristeza o inseguridad, que pueden estar relacionadas con el temor al rechazo, la confrontación o el juicio de los demás. En estas situaciones, en lugar de expresar el malestar abiertamente, se recurre a actitudes evasivas o indirectas como mecanismo de protección. Reconocer estas emociones ocultas ayuda a comprender mejor el propio comportamiento y a gestionarlo de manera más saludable.

Cambiar el comportamiento pasivo-agresivo para mejorar las relaciones

Reconcíliate con tu ira

Uno de los mitos más comunes sobre la ira es la creencia de que reconocerla nos llevará inevitablemente a explotar o a dañar a los demás, por lo que lo mejor sería evitarla o ignorarla. Sin embargo, ni es una emoción negativa ni desaparece simplemente por reprimirla. Al contrario, es una señal interna que nos informa de que algo no está bien, como una necesidad no satisfecha, una injusticia percibida o un límite que ha sido sobrepasado. Por ello, es fundamental reconocerla y entender su mensaje.

Cuando notes que algo te irrita, en lugar de reprimirlo o reaccionar con pasivo-agresividad, haz una pausa y reflexiona:

  • ¿Qué es exactamente lo que te está molestando?
  • ¿Cuál es la necesidad insatisfecha detrás de ese malestar?
  • ¿Estás evitando enfrentar un conflicto por miedo al rechazo o a la confrontación?

Permítete sentir la emoción sin juzgarla ni actuar impulsivamente. Puedes escribir en un diario sobre lo que te molesta, practicar la respiración profunda para calmarte antes de reaccionar o verbalizar lo que sientes en un entorno seguro. Aceptar tu ira y gestionarla de forma consciente es clave para dejar atrás la pasivo-agresividad y construir una comunicación más clara y honesta.

(En este blog puedes leer el artículo «Emociones incomprendidas: Cómo gestionar la ira para mejorar tu autoestima«)

Escucha tu cuerpo

Cuerpo y emociones están estrechamente conectados. Si prestas atención, notarás que cuando alguien traspasa tus límites o cuando una situación te genera malestar, tu cuerpo responde de inmediato con sensaciones físicas como opresión en el pecho, un nudo en la garganta o el estómago o rigidez muscular. Sin embargo, quienes tienen un patrón pasivo-agresivo suelen ignorar estas señales, justificando sus reacciones o minimizando su malestar físico.

Sintonizarte con las señales de tu cuerpo te ayudará a reconocer lo que realmente sientes antes de que se manifieste en forma de pasivo-agresividad. Algunas estrategias útiles:

  • Escaneo corporal. Cierra los ojos y recorre mentalmente tu cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, identificando zonas de tensión o incomodidad. Pregúntate: ¿Qué emoción puede estar relacionada con esta sensación?
  • Atención a los cambios físicos. Observa si ciertos eventos o personas generan reacciones como un aumento en la frecuencia cardíaca, respiración entrecortada o rigidez en el cuello.
  • Mindfulness. Practicar la atención plena te ayuda a ser consciente de tus emociones sin juzgarlas ni reprimirlas. Notar cómo tu cuerpo reacciona ante diferentes situaciones te permitirá reconocer y gestionar tus emociones antes de que se transformen en actitudes pasivo-agresivas.

A medida que aprendas a escuchar a tu cuerpo con mayor atención, descubrirás que te proporciona información valiosa sobre lo que necesitas. Si notas una reacción física ante ciertas personas o situaciones, tu cuerpo te está enviando una señal de que algo no está bien. Escúchalo: puede ser el momento de establecer un límite o expresar tu malestar de forma asertiva.

Explora el origen de este comportamiento

El comportamiento pasivo-agresivo no surge de la nada. En la mayoría de los casos, es una estrategia de afrontamiento aprendida en la infancia o en experiencias pasadas, especialmente en entornos donde expresar ciertas emociones de manera directa no era permitido o era castigado.

Si creciste en un hogar donde uno o ambos progenitores utilizaban la agresión pasiva, es posible que ahora te cueste reconocer que esta forma de comunicación no es la única ni la más saludable. O tal vez aprendiste que expresar ira o frustración traía consecuencias negativas, como rechazo, desaprobación o castigo, lo que te llevó a buscar maneras indirectas de manifestar tu descontento.

Asimismo, si pasaste mucho tiempo intentando agradar a tus padres, cumpliendo expectativas inalcanzables o buscando su aprobación sin éxito, es probable que este patrón se haya trasladado a tus relaciones actuales. Esto puede generar frustración cuando no obtienes el reconocimiento que esperas, reforzando la pasivo-agresividad como mecanismo para gestionar esa insatisfacción.

La clave para romper este ciclo es cuestionar las creencias aprendidas y reflexionar sobre su impacto en tu vida actual:

  • ¿Dónde aprendiste que expresar tus emociones no era seguro o aceptable?
  • ¿Cómo se manejaban los conflictos en tu hogar?
  • ¿Intentas complacer a los demás en exceso y te frustras cuando no recibes lo mismo a cambio?
  • ¿Reprimes tus sentimientos por miedo al rechazo o al juicio de los demás?

Explorar el origen de tu comportamiento pasivo-agresivo no significa culpar a tu pasado, sino entenderlo para poder cambiar.

Establece límites sanos

Los límites son las fronteras que establecemos en nuestras relaciones para proteger nuestro bienestar emocional, físico y mental. Nos ayudan a definir qué estamos dispuestos a aceptar y qué no, permitiéndonos mantener interacciones más equilibradas y respetuosas.

Sin embargo, para alguien con tendencia a la pasivo-agresividad poner límites puede ser sumamente difícil. Es posible que sus fronteras sean difusas o inexistentes, lo que le dificulta diferenciar entre sus propias necesidades y las de los demás. También puede existir el miedo a que, si pone un límite, la otra persona se aleje o reaccione negativamente. Como resultado, se evita la confrontación y se expresa el descontento de manera indirecta.

Cómo empezar a poner límites sin culpa:

  • Identifica qué te incomoda. Muchas veces, la pasivo-agresividad surge cuando accedemos a cosas que realmente no queremos hacer.
  • Define lo que estás dispuesto a aceptar y lo que no. Reflexiona sobre tus necesidades y establece reglas claras para ti mismo.
  • Exprésate con claridad. En lugar de ignorar tu malestar o reaccionar con evasivas, comunica tu límite de forma directa. Por ejemplo, si un amigo insiste en pedirte favores constantemente, en lugar de acceder con resentimiento, puedes decir: «Hoy no puedo ayudarte, pero espero que encuentres una solución».
  • Sé consistente. Un límite solo funciona si lo sostienes en el tiempo. No temas reafirmarlo si la otra persona no lo respeta de inmediato.
  • Recuerda que poner límites no significa ser egoísta. Decir «no» cuando es necesario y priorizar tu bienestar no es egoísmo, sino un acto de respeto hacia ti mismo.

Cuando comienzas a establecer límites, notarás que disminuyen la ansiedad y el resentimiento, y que la comunicación se vuelve más clara. Además, cuanto más definidos estén, mejor te sentirás contigo mismo y más saludables serán tus relaciones.

Poner límites sanos ayuda a dejar atrás el comportamiento pasivo-agresivo

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Practica la asertividad

La pasivo-agresividad es lo opuesto a la asertividad. Mientras que la primera se basa en la evasión, la falta de claridad y la expresión indirecta del malestar, la comunicación asertiva implica expresar lo que sientes, piensas y necesitas de manera clara, directa y respetuosa. No se trata de imponer tu voluntad, sino de comunicarte con honestidad, sin agresividad ni sumisión.

Cómo desarrollar la comunicación asertiva:

  • Exprésate abiertamente en lugar de esperar que los demás adivinen lo que necesitas. Por ejemplo, en vez de suspirar o poner mala cara cuando alguien no hace lo que esperabas, di con claridad: «Me gustaría que lo hiciéramos de esta manera».
  • Habla en primera persona. Comunica cómo te sientes sin culpar ni atacar. Es más efectivo decir «Me siento frustrada cuando llegas tarde porque valoro mucho nuestro tiempo juntos» que «Siempre llegas tarde y eso me irrita mucho».
  • Olvídate del sarcasmo y las indirectas. Evita responder con frases como «No te preocupes, ya lo hago yo… como siempre» y prueba con expresiones más directas: «Me gustaría que compartiéramos esta tarea para que no recaiga solo en mí».
  • Practica la escucha activa. La asertividad también implica saber escuchar. Presta atención a los sentimientos y necesidades de los demás y demuestra interés en su perspectiva.
  • Aprende a decir «no» sin culpa. No siempre es posible complacer a los demás sin descuidarte. A veces, es necesario priorizarte. Es válido decir: «Ahora mismo no puedo ayudarte con esto».

El objetivo de la comunicación asertiva no es ganar una discusión o tener la razón, sino construir acuerdos donde ambas partes se sientan escuchadas y respetadas. Además, la asertividad ayuda a que los demás comprendan exactamente qué necesitas o esperas, reduce la frustración y los malentendidos, y fomenta vínculos más equilibrados y satisfactorios.

Reformula los conflictos

Para muchas personas con un patrón pasivo-agresivo, el conflicto es una fuente de ansiedad, ya que lo perciben como una amenaza a la armonía en sus relaciones o, peor aún, como un riesgo de perderlas. Como resultado, evitan la confrontación a toda costa, lo que solo conduce a la acumulación de resentimiento.

Al igual que la ira, el conflicto tiene una inmerecida mala fama. Crecer en un entorno donde los desacuerdos se evitaban o, por el contrario, se resolvían de manera agresiva puede hacer que lo veamos como algo negativo o peligroso. Sin embargo, cuando aprendemos a reformular el conflicto como una oportunidad de crecimiento en lugar de como una amenaza, nuestra forma de afrontarlo cambia por completo. Antes de dar por hecho que un desacuerdo llevará inevitablemente a una discusión destructiva, pregúntate qué puedes aprender de la situación y de la otra persona o cómo podéis llegar a una solución beneficiosa para ambos.

Cómo transformar los conflictos:

  • Normaliza las diferencias. Es imposible estar siempre de acuerdo en todo. Un conflicto no significa que una relación esté en peligro, sino que puede ser una oportunidad para dialogar y encontrar soluciones de manera constructiva.
  • Exprésate con asertividad. En lugar de acumular malestar y expresarlo de modo pasivo-agresivo, verbaliza tu punto de vista con claridad y respeto, tal como mencioné en el anterior apartado.
  • Practica la empatía. No se trata solo de dar a conocer tu posición, sino también de comprender la perspectiva de la otra persona. Haz preguntas abiertas y muestra interés genuino por sus sentimientos.
  • Evita las excusas y ponerte a la defensiva. Si has cometido un error, reconócelo sin justificarte. Eso sí, recuerda que una disculpa sincera no solo consiste en decir «Lo siento», sino en demostrar con hechos que te importa cómo se siente la otra persona y que estás dispuesto a mejorar.
  • Sustituye la evitación por el afrontamiento. En vez de huir del conflicto o responder con sarcasmo y resentimiento, céntrate en encontrar soluciones. Puedes probar con «¿Cómo podemos resolver esto de una manera que funcione para ambos?».

Si se gestiona bien, el conflicto no es una amenaza, sino una oportunidad para mejorar la comunicación, reforzar la confianza y fortalecer nuestras relaciones.

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Busca apoyo profesional si es necesario

Cambiar un patrón de comportamiento arraigado como el pasivo-agresivo no siempre es fácil y en ocasiones es necesario buscar apoyo profesional. A veces, el simple hecho de reconocer que actuamos de este modo no es suficiente para cambiarlo.

Un/a psicólogo/a te ayudará a…

  • Comprender el origen de tu conducta pasivo-agresiva y a explorar cómo las experiencias que viviste moldearon tu forma de interactuar con los demás.
  • Identificar los desencadenantes. Es posible que ciertos eventos o personas activen tu tendencia a la pasivo-agresividad sin que seas plenamente consciente.
  • Aprender nuevas formas de comunicación y adquirir recursos para expresar tus necesidades y emociones de forma clara y asertiva, sin necesidad de recurrir a la manipulación o la evasión.
  • Canalizar sentimientos como la ira y el resentimiento de una manera más adaptativa.
  • Sanar tus heridas del pasado. Si tu comportamiento pasivo-agresivo tiene raíces en tu infancia, la terapia te ayudará a comprender y procesar esas experiencias para que dejen de condicionar tu presente.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Falta de adherencia al tratamiento: ¿Haces ghosting a tu psicólogo?

Falta de adherencia al tratamiento: Por qué haces ‘ghosting’ a tu terapeuta

Falta de adherencia al tratamiento: Por qué haces ‘ghosting’ a tu terapeuta 1500 1000 BELÉN PICADO

No vamos a engañarnos. Iniciar un proceso terapéutico no es una decisión fácil. Desde que tomamos la determinación hasta que elegimos terapeuta y cogemos el teléfono pueden pasar días, semanas, meses… o no llegar nunca. Y aun cuando ya hemos empezado la terapia, pueden aparecer múltiples razones, muchas de ellas inconscientes, para dejarla. Y de eso quiero hablar: de la adherencia al tratamiento. O, mejor dicho, de la falta de adherencia al tratamiento.

En principio, es lógico suponer que si uno tiene un problema psicológico y decide buscar ayuda profesional es porque está dispuesto a implicarse para resolver lo que le está haciendo sufrir. Sin embargo, existen muchos factores para que esto no ocurra. De hecho. según una revisión de 669 estudios realizados con casi 84.000 pacientes, alrededor del 20 por ciento de estos habían abandonado la psicoterapia antes de haber completado el tratamiento.

Pero, ¿qué es exactamente la adherencia al tratamiento? Si delimitamos el concepto al ámbito de la psicoterapia podríamos definirlo como el grado de compromiso del paciente con la terapia, incluyendo el cumplimiento de las tareas e indicaciones del profesional, así como la asistencia a las citas programadas.

Factores que influyen en las faltas continuadas o en el abandono de la terapia

Revisar las causas que llevan a alguien a faltar a las sesiones de manera reiterada, a no cumplir las tareas o a abandonar la terapia antes de tiempo es importante tanto para el profesional como para el paciente. En el caso del primero, porque le proporciona una información muy valiosa para saber qué está pasando y encontrar el modo de mejorar la adherencia al tratamiento. Y en el caso del paciente porque quizás tome conciencia de formas de actuar que tiene en otros ámbitos de su vida y también de posibles mecanismos de defensa inconscientes que están detrás de su conducta. Por ejemplo, no sería fruto de la casualidad que, si en tu día a día eres de los que rehúyen conflictos, discusiones o conversaciones incómodas, de pronto hagas ‘ghosting’ a tu terapeuta justo cuando estabais entrando en algún tema difícil.

El miedo al cambio es uno de los factores que influyen en la falta de adherencia al tratamiento.

A continuación, vamos a ver algunas de estas razones que llevan a faltar o a ‘desertar’ de la terapia:

Expectativas poco realistas sobre la terapia

Puede ocurrir que esté convencida de que lo mío tiene una solución rápida y, tras asistir a la primera sesión, darme cuenta, no solo de que no es así, sino también de que se trata de un proceso que va a requerir un trabajo y una constancia para la que quizás no esté tan preparada como pensaba. O quizás yo creía que la terapia iba solo de desahogarme y no me imaginaba hasta qué punto iba a tener que afrontar momentos de intenso dolor emocional.

Otra falsa expectativa tiene que ver con el pensamiento mágico de suponer que por el mero hecho de acudir a terapia y sentarme delante del psicoterapeuta ya me voy a curar. Sin necesidad de esforzarme ni tener que poner demasiado de mi parte. Y, claro, cuando pasan tres o cuatro sesiones (o menos) y veo que sigo igual, decido que la terapia ‘no funciona’ y no vuelvo.

En realidad, la terapia no es un remedio mágico, sino un proceso que requiere tiempo y esfuerzo, tanto por parte del paciente como del profesional.

Factores económicos y ambientales

No hay duda de que las dificultades económicas son uno de los motivos que pueden llevar a la interrupción de la terapia o a no mantener una regularidad en cuanto a la asistencia, ya que existen otras necesidades básicas más inmediatas que cubrir. Otros factores ambientales que influyen en la falta de adherencia al tratamiento van desde motivos laborales a la dificultad para desplazarse hasta la consulta, pasado por la falta de apoyo por parte del entorno más próximo.

En cuanto a la falta de apoyo, puede ocurrir, por ejemplo, que se haga creer a la persona que ir a terapia es una pérdida de tiempo. Detrás de este intento por sembrar el desánimo a menudo se esconden prejuicios o creencias muy arraigadas cultural y socialmente asociadas al estigma que todavía pesa sobre la salud mental. Igualmente, no es extraño que estas actitudes aparezcan justo cuando la persona empieza a avanzar en su proceso, poniendo límites o comunicando sus necesidades, por ejemplo.

El apoyo social y emocional de familiares y amigos es fundamental y no tenerlo puede hacer que los pacientes se sientan solos y desanimados y afectar negativamente a la adherencia al tratamiento.

Ciertos problemas de salud mental

Hay psicopatologías que obstaculizan la adherencia al tratamiento, en el sentido de que sus síntomas pueden influir en la motivación y la capacidad para seguir adelante con la psicoterapia. En el caso de trastornos de ansiedad, en un estudio se comprobó que el principal motivo para que los participantes no acudieran a sus citas era precisamente el mismo por el que estaban en tratamiento. Aunque la mayoría expresaron su esperanza de que este les llevara a una mejoría, su ansiedad antes de las visitas aumentaba hasta tal punto que no podían acudir ese día.

También se ha observado una mayor tasa de abandono en adicciones, trastornos de personalidad, como el trastorno límite de personalidad (TLP), y en los trastornos de la conducta alimentaria.

Baja diferenciación

El concepto de diferenciación, también denominado individuación, hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos ya desde nuestras primeras interacciones con nuestras figuras de apego y alude a nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos, de mantener el equilibrio entre nuestra propia autonomía y la intimidad con los otros. Una persona diferenciada sabe estar emocionalmente próxima a los demás sin llegar a fusionarse y sin perder su propia identidad.

(Si te interesa este tema te invito a leer en este mismo blog el artículo Qué es la diferenciación y cómo influye para establecer relaciones sanas)

Si soy una persona con una baja diferenciación y decido iniciar una terapia es posible que repita en mi relación con el profesional el patrón de vínculo que tuve con mi figura de apego principal. ¿Cómo? Faltando repetidamente a mis sesiones y, a menudo, sin avisar. Y, aunque parezca lo contrario, no lo hago por fastidiar a mi psicólogo o por falta de compromiso con mi proceso, sino que estoy poniendo en marcha un intento inconsciente de diferenciarme, de establecer una línea divisoria entre yo y el otro, en este caso el terapeuta.

Hay muchos factores que influyen en la falta de adherencia al tratamiento psicoterapéutico.

Falta de motivación para el cambio

Como comentaba al principio del artículo, tomar la decisión de involucrarse en un proceso terapéutico no es fácil. Según el modelo de los estadios de cambio desarrollado por James Prochaska y Carlo Diclemente, transitamos por varias fases hasta generar un cambio en nuestro comportamiento:

  • Fase de precontemplación: No considero que tenga ningún problema y, por tanto, tampoco hay una intención de cambiar la situación. En esta etapa está quien acude a terapia por presiones externas (orden judicial, ultimátum de la familia o la pareja…). Es el momento en el que hay un mayor riesgo de abandono.
  • Fase de contemplación. Hay cierta ambivalencia. Por un lado, empiezo a tomar conciencia de que hay algo que no funciona y estoy más abierta a la idea de recibir tratamiento. Pero, por otro, todavía tengo dudas así que es posible que llegue a posponer o abandonar la idea. «¿Me ayudará esto?», «¿Vale la pena invertir tiempo, dinero y esfuerzo?» son algunos de los pensamientos más comunes.
  • Fase de preparación. La motivación es mayor y ahora sí hay una toma de decisión. Llamo para concertar mi primera cita. Aquí la falta de adherencia puede producirse si encuentro demasiadas dificultades para adaptarme al proceso.
  • Fase de acción. Me implico, sigo las pautas del profesional que he elegido y comienzo a ver resultados. Si hay un apoyo adecuado y tengo recursos para ir afrontando los desafíos de la terapia el riesgo de abandono será mínimo.
  • Fase de mantenimiento. Trabajo para consolidar lo logrado y prevenir posibles recaídas. El riesgo de abandono en esta etapa está asociado a la creencia de que, como me veo mejor, ya no necesito terapia, lo que podría llevarme a dejarla antes de tiempo.
  • Recaída. El modelo de Prochaska y DiClemente reconoce las recaídas como una parte natural del proceso de cambio, pero como paciente puedo desanimarme y abandonar la terapia si no cuento con el apoyo necesario para manejar y superar la recaída.
No hay feeling con el psicólogo

La alianza terapéutica es fundamental, de hecho, es uno de los mayores predictores del éxito del proceso. Del mismo modo que la falta de feeling con el terapeuta es uno de los motivos principales por los que se deja la terapia. El espacio de terapia debe ser un lugar donde sentirnos cómodos y seguros, donde poder permitirnos el mostrarnos vulnerables. Si no se percibe conexión con el profesional o su personalidad o actitud no inspira confianza, el paciente acabará faltando cada vez más a las sesiones.

Igualmente, es posible que la falta de sintonía tenga que ver con la corriente que sigue el psicoterapeuta o con su método de trabajo. Puede molestarnos que sea demasiado directivo o, por el contrario, no gustarnos que sea demasiado «blando y permisivo». Es posible que hable demasiado o que lo que no nos guste es que recurra demasiado a los silencios…

También están los «coleccionistas de psicólogos«. Muchas veces, la búsqueda constante de diferentes profesionales y esa permanente insatisfacción respecto la terapia están relacionadas con factores psicológicos y emocionales del propio paciente. Entre ellos, una personalidad con un alto componente de impulsividad, expectativas poco realistas, la dificultad para establecer vínculos y para confiar (muchas veces originados en los vínculos tempranos con las figuras de apego) o dificultades para tolerar ciertas emociones.

Actitudes inadecuadas del profesional

En este caso no se trata tanto de que no haya química con nuestro terapeuta, sino que, directamente, percibamos ciertas actitudes que consideramos inadecuadas. Por ejemplo, sentirnos intimidados, juzgados o sentir que se minimizan nuestros problemas o sufrimiento. También puede ocurrir que el profesional no nos aporte una información clara y comprensible sobre aquello por lo que le estamos preguntando. O quizás no sepa sostenernos cuando nos desregulamos en consulta.

En El ejercicio de la psicología aplicada. La profesión del psicólogo se recogen las características que debe mostrar el profesional para favorecer la adherencia psicoterapéutica.

Según los autores, el psicoterapeuta debe ser «abierto (comprensivo con el punto de vista del otro), cálido (afectivo, próximo, cariñoso), amigable (afable y cercano), atento (pendiente tanto de lo que el otro dice como de lo que hace), seguro (se percibe que sabe lo que hace y por qué lo hace), fiable (resulta creíble y digno de confianza), respetuoso (con los valores y la manera de comunicarse del otro), honesto (se le percibe sincero y honrado), experimentado (se maneja con soltura en el trato del problema psicológico de que se trate) y flexible (se adapta tanto a las características del otro como a las posibles modificaciones del curso previsto para el tratamiento si los resultados no se presentan en la línea de lo esperado por las hipótesis formuladas)».

Miedo al cambio

A los seres humanos no nos gusta el cambio. Así que, a menudo y sin darnos siquiera cuenta, hacemos lo posible por auto sabotearnos y volver a lo que conocíamos. En el caso del compromiso con la terapia, es probable que, de forma inconsciente, evaluemos la relación entre los beneficios y los costos percibidos del cambio que supondrá el proceso. Si percibimos que el esfuerzo y la inversión de tiempo y dinero son significativos, hay muchas posibilidades de que desistamos.

De la mano de esta resistencia al cambio también va el temor a perder nuestra propia identidad. Las personas a menudo nos identificamos con ciertas características, roles o comportamientos, incluidos síntomas y emociones que, por dolorosos que sean, llevan tanto tiempo con nosotros que los consideramos una parte más de nuestra personalidad.

El importante papel de los mecanismos de defensa en la adherencia al tratamiento

El miedo al cambio del que os acabo de hablar lleva, entre otras cosas, a aferrarse a los mecanismos de defensa. Se trata de estrategias psicológicas inconscientes cuyo objetivo es ayudarnos a mantener nuestro equilibrio interior. En el ámbito de la terapia, pueden manifestarse a través de conductas, actitudes, pensamientos o emociones de rechazo o de ambivalencia hacia el tratamiento o hacia la relación con el propio terapeuta, por ejemplo.

Estos mecanismos nos ayudan a defendernos de pensamientos y sentimientos negativos que pueden generarnos dolor y angustia y amenazar nuestra autoimagen. Sin embargo, aunque en ocasiones pueden ser útiles, en determinadas situaciones suponen un importante obstáculo, por ejemplo, en la adherencia al tratamiento. Identificarlos y saber cómo funcionan es esencial para que no interfieran en nuestra decisión de iniciar y mantener el proceso.

Algunos mecanismos de defensa que se ponen en marcha en nuestro inconsciente influyendo en nuestro compromiso con la terapia:

  • Negación. El paciente se niega a aceptar o reconocer una realidad incómoda. ¿Cómo? Por ejemplo, negando o minimizando la gravedad del problema («Eso ya lo tengo superado»). Este mecanismo puede llevar a no buscar ayuda o a abandonar de forma prematura, al no aceptar completamente la realidad de la situación.
Negar la realidad o minimizar del problema es uno de los mecanismos de defensa que interfiere en la adherencia al tratamiento.

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  • Evitación. En el contexto terapéutico, se manifiesta cuando el paciente trata de eludir situaciones y conversaciones que le generan malestar emocional o que percibe como amenazantes. La evitación aparece en actitudes como faltar a sesiones justo cuando se ha empezado a tocar algún tema difícil. O, directamente, abandonar la terapia asegurando que ya se está bien.
  • Racionalización. Necesidad de buscar argumentos y razones tranquilizadoras y aparentemente lógicas para justificar comportamientos, motivaciones o pensamientos que si hiciéramos conscientes nos generarían un conflicto. A veces, argumentos como «Estoy demasiado ocupado con el trabajo y la familia en este momento, así que voy a dejar las sesiones» o «Ahora mismo no puedo permitírmelo económicamente» aparecen justo cuando se está llegando a temas complicados en terapia. En este caso, recurrir a la racionalización nos permite evitar el malestar que nos causaría afrontar aspectos emocionales o personales demasiado dolorosos.
  • Desplazamiento. Este mecanismo de defensa permite redirigir ciertos pensamientos, emociones o impulsos demasiado incómodos, dolorosos o difíciles de afrontar desde su fuente de origen hacia un objetivo menos amenazante. Supongamos que a diario tengo que lidiar con un jefe que me humilla delante de mis compañeros y me asigna tareas que no me corresponden. Siento una ira muy intensa hacia él, pero sé que expresarla tendría consecuencias, así que opto por callarme y aguantar el chaparrón. Sin embargo, cuando llego a terapia aprovecho cualquier excusa para criticar y cuestionar a mi psicólogo y poner en duda la efectividad de la terapia. En realidad, lo que estoy haciendo es desplazar el enfado con mi jefe hacia mi terapeuta, que representa un blanco menos peligroso. El problema de esto es que esta percepción distorsionada del proceso terapéutico influirá negativamente en la alianza terapéutica y en la adherencia al tratamiento,
Referencias bibliográficas

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Granås, J., Strand, J. & Sand, P. (2022). A patient perspective on non-attendance for psychotherapy in psychiatric outpatient care for patients with affective disorders, Nordic Psychology, 11 1-15

Olivares, J., Macià, D., Olivares, P. J., y Rosa, A. I. (2012). El ejercicio de la psicología aplicada. La profesión de psicólogo. Madrid: Pirámide.

Prochaska, J. O., & DiClemente, C. C. (1984). The transtheoretical approach: Crossing traditional boundaries of therapy. Homewood, IL: Dow/Jones Irwin.

Swift, J. K., & Greenberg, R. P. (2012). Premature discontinuation in adult psychotherapy: a meta-analysis. Journal of consulting and clinical psychology, 80(4), 547–559

Las recaídas en terapia no son un fracaso, sino que forman parte del proceso terapéutico.

Recaídas en terapia: Aprender de los tropiezos para poder seguir adelante

Recaídas en terapia: Aprender de los tropiezos para poder seguir adelante 1920 1280 BELÉN PICADO

Uno de los factores que más desaniman durante el proceso terapéutico son las recaídas. Cuando ya pensábamos que habíamos conseguido nuestro objetivo (o estábamos cerca de alcanzarlo), nos encontramos volviendo a caer en lo mismo o recurriendo a estrategias poco adaptativas que creíamos haber dejado atrás. Y sentimos que retrocedemos y que volvemos a la casilla de salida cuando, en realidad, no es así. Es importante asumir que los bajones llegarán y hay que prepararse para ello. De este modo, cuando aparezcan las recaídas en terapia, no sentiremos que nuestro problema no tiene solución o que nunca llegaremos a superarlo.

Lo habitual es que el concepto de recaída se utilice en el tratamiento de adicciones. Pero puede extrapolarse a cualquier motivo que nos lleve a terapia y que implique algún tipo de cambio en nuestra vida (ansiedad, depresión, problemas de autoestima, dependencia emocional, trastornos alimentarios, etc.). Teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones llegamos a terapia con formas de funcionar y con patrones aprendidos muy arraigados, sería poco realista por nuestra parte suponer que podemos cambiar esa realidad de un día para otro.

Las recaídas en terapia no suponen un fracaso; son normales, esperables y forman parte del proceso de recuperación. Es más, deberíamos verlas como una oportunidad para aprender y asentar nuestra evolución. Al fin y al cabo, si hay un retroceso en algún punto del camino es porque antes se produjo un avance y una mejoría.

Ojo, que con esto no quiero decir que sean necesarias o que lo adecuado sea tenerlas; solo que son parte de la realidad de la terapia. Si resulta que los retrocesos son frecuentes y más numerosos que los avances es que hay algo que no acaba de funcionar y tocará replantearse la estrategia terapéutica.

Habrá que valorar si estamos ante una recaída normal y puntual. O puede tratarse de algo más serio (algún tipo de defensa o de bloqueo, una limitación personal hacia el cambio, etc.).

Lo normal es que las recaídas sean cada vez más espaciadas en el tiempo, de más corta duración y menos intensas. En cualquier caso, los aprendizajes que hemos adquirido no se van a borrar.

Como cualquier proceso en la vida que implique cambios, el proceso terapéutico no es algo estable o lineal, sino que conlleva avances y retrocesos. La realidad es impredecible y nos sorprende con situaciones con las que no contábamos. Situaciones que pueden hacer tambalear nuestra estabilidad y la percepción de seguridad conseguida en terapia. En ciertas circunstancias es normal que, ante el temor de que nuestras nuevas herramientas no sean suficientes, se activen estrategias desadaptativas que en su día nos ayudaron a mantenernos a flote. De algún modo, es una vuelta a la zona de confort que ya conocemos.

Las recaídas no suponen un fracaso; son normales, esperables y forman parte del proceso de recuperación.

¿Miedo a terminar la terapia?

Imaginemos a un paciente que está a punto de finalizar su tratamiento después de haber alcanzado prácticamente los objetivos establecidos. De pronto, tiene una especie de crisis sin un motivo específico y vuelve a adoptar ciertos patrones desadaptativos que ya había superado. Aparentemente, no hay un motivo que explique este retroceso. Lo único fuera de lo habitual es que su psicólogo le comunicó que, en vista de su satisfactoria evolución, en breve le daría el alta. Nuestro paciente aún no es consciente de ello, pero detrás de este bajón está el miedo. El miedo a regresar a su día a día sin el sostén que ha supuesto su terapeuta.

Como especifica Francisco Javier Labrador en su libro Situaciones difíciles en terapia, es habitual que en estas circunstancias:

  • Se produzca un retroceso importante y brusco en los avances terapéuticos logrados, volviendo a aparecer las conductas superadas.
  • Aparezca un bajo estado de ánimo de forma repentina.
  • Surjan nuevos problemas: miedo, reducción de la autoconfianza, problemas familiares o laborales…
  • El paciente manifieste abiertamente su desconfianza con el progreso terapéutico, señalando que no está realmente «curado» o preparado para abandonar la terapia.

Estas recaídas cerca del final del proceso terapéutico pueden implicar también una ganancia secundaria para el paciente, pues es una forma de mantener el vínculo con su terapeuta.

Mejor no darles más importancia de la que tienen

Prepararse para posibles retrocesos no significa que haya que alarmarse antes de tiempo. Ni tampoco hay que dar a las recaídas en terapia más importancia de la que muchas veces tienen. Verlas como algo insoportable o como una prueba de que nunca nos recuperaremos solo dificultará más el proceso.

Es normal que te enfades, te entristezcas o tengas miedo de volver a la casilla de salida. Sean cuales sean tus emociones, acéptalas, dales su espacio y valídalas, pero no te machaques.

¿Cómo ayudan las recaídas?

Si asumo que es muy probable que tenga alguna recaída, estaré más preparado para afrontarla.  Incluso puedo aprovechar para aprender a identificar posibles situaciones o factores que pueden afectarme negativamente. Y  buscar estrategias a las que recurrir en caso de que sea necesario.

Las recaídas en terapia pueden ser una estupenda oportunidad para consolidar los logros obtenidos. También para realizar los ajustes necesarios y prepararme de cara a futuras situaciones complicadas que podrían hacerme flaquear. Por otra parte, aceptar que habrá momentos de crisis contribuirá a liberarme del sentimiento de culpa. Y, de paso, me permitirá mejorar mi tolerancia a la frustración.

Las recaídas en terapia pueden ser una estupenda oportunidad para consolidar los logros obtenidos.

Prevención de recaídas

Una vez que hemos aceptado que vamos a dar algún que otro paso atrás, veamos algunos puntos a tener en cuenta:

  • Las recaídas no siempre adoptan la misma forma. Un ejemplo: Durante años Elena recurría al alcohol cada vez que algo no salía como esperaba o si no lograba hacer frente a una situación complicada. Gracias a un intenso proceso terapéutico, dejó de beber y se preparó para posibles recaídas. Un año después de recibir el alta, Elena volvió a concertar una cita con su psicólogo. Estaba atravesando un momento muy duro. Y, aunque no había vuelto a probar el alcohol, sí había empezado a comprar compulsivamente para calmar la ansiedad.
  • Antes de finalizar la terapia, tenemos que aprender a identificar, analizar y anticipar posibles dificultades y contratiempos que podrían aparecer en el camino y entorpecer nuestro progreso. Una vez hecho esto, es el momento de interiorizar estrategias específicas para afrontar esas posibles situaciones difíciles
  • Atención a los disparadores. Es necesario reconocer aquellas señales que nos avisan de que algo nos está afectando demasiado y podría dar lugar a una recaída.
  • Asienta cada paso que des. Imagina que el proceso terapéutico es una escalera y tienes que subirla para llegar al piso superior. Si vas afianzando cada paso, vas sujetándote en la barandilla cuando es necesario y subes los escalones de uno en uno, observando bien donde pones el pie, es posible que tropieces en algún escalón. Pero siempre es más fácil reiniciar la subida desde el peldaño inferior o desde dos peldaños más abajo, que caer de nuevo a la base de la escalera.

Es lógico que con el tiempo aparezcan nuevas dificultades, pero eso no quiere decir que no estemos preparados para afrontarlas. Ten presentes todas esas situaciones que antes te desbordaban y ahora eres capaz de manejar. Ya dispones de habilidades y estrategias para hacerles frente, solo tiene que utilizarlas.

Y si llega el tropiezo…

Cuando se produce una recaída es importante analizarla y comprender qué ha ocurrido para haber necesitado volver a los viejos hábitos. Si lo conseguimos, no solo habremos aprendido más sobre nosotros mismos, sino que cada vez habrá menos variables que nos desestabilicen en el proceso.

También viene muy bien recordar por qué comenzamos este proceso. Podemos hacer una lista de razones que nos llevaron a iniciarlo y otra lista con lo que hemos conseguido hasta ahora. Cuando tenemos bajones es normal que se nos olvide todo lo que hemos logrado.

En caso de que el retroceso se haya producido una vez finalizada la terapia y resulte difícil superarlo, no hay que tener miedo. Ni tampoco sentir vergüenza por ponernos de nuevo en contacto con nuestro psicólogo o psicóloga. No podemos dejarnos vencer por la sensación de fracaso porque no lo es. Todo lo contrario, ahora te conoces mejor y sabes cuándo pedir ayuda.

(Si necesitas ayuda profesional, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

El selfie puede ser una eficaz herramienta de autoconocimiento.

El selfie como terapia y herramienta de autoconocimiento

El selfie como terapia y herramienta de autoconocimiento 1920 1281 BELÉN PICADO

Vincent Van Gogh, Frida Kahlo, Picasso… A lo largo de la Historia del Arte han sido numerosos los artistas que han recurrido a los autorretratos como una forma de mostrar cómo se sentían, expresar sus emociones o lidiar con sus demonios internos. Este uso, terapéutico y sanador, también puede generalizarse a los autorretratos fotográficos, incluidos los que se hacen con la cámara del móvil. Ya sé que los selfies no están muy bien vistos por algunos sectores. Sin embargo, pese a su mala fama no siempre son síntoma de narcisismo, vanidad, exhibicionismo o postureo. A veces, incluso, hay que ver también el selfie como terapia y como herramienta de autoconocimiento.

Los orígenes de la fotografía terapéutica se remontan a la década de los ochenta. En esos años, a la fotógrafa británica Jo Spence se le ocurrió la idea de convertir su arte en una herramienta para visibilizar diversos procesos personales y sociales. Uno de estos trabajos fue realizar una serie de autorretratos en los que mostraba su lucha contra el cáncer de mama.

Fotografía y salud mental

Son muchos los fotógrafos que han visto en el autorretrato un modo de sanar emocional y mentalmente. La fotógrafa estadounidense Samantha Geballe, por ejemplo, ha recurrido a esta modalidad para reflejar de forma honesta y conmovedora (y también cruda) su ansiedad y su dificultad para aceptar su cuerpo. «Mi trabajo se centra en el retrato conceptual, lo que permite la exploración de las emociones humanas desde dentro hacia fuera. Estoy trabajando en una serie de autorretratos centrados en la imagen corporal y la salud, que reta a los espectadores con la pregunta ¿De qué forma te aceptas a ti mismo?», expresa a propósito de su trabajo.

Por otra parte, Broken Light Collective es un proyecto internacional que reúne a fotógrafos de todo el mundo. Son profesionales con diversos trastornos mentales (esquizofrenia, depresión, trastorno límite de la personalidad, etc.) que en cierto momento de sus vidas encontraron en la fotografía una efectiva forma de terapia.

A menudo el autorretrato se ha utilizado como un modo de canalizar emociones difíciles.

Un vehículo de expresión

Igual que hay personas a las que resulta más fácil comunicarse a través de la música o el dibujo que por medio de la palabra, también hay quienes encuentran en la fotografía un mejor vehículo de expresión. A través del autorretrato podemos desahogarnos, mostrar cómo nos sentimos o canalizar emociones complicadas de aceptar como la vergüenza, la tristeza o la ira. El autorretrato nos ayuda a reflexionar sobre nuestra propia identidad, a aceptarnos a nosotros mismos y también a vernos desde otras perspectivas diferentes a las que estamos acostumbrados.

No me parece descabellado establecer un paralelismo entre el autorretrato y escribir un diario. En el diario, cada una de las palabras que escribimos va dejando pistas sobre lo que esconde nuestro mundo emocional. Del mismo modo, en el autorretrato, con cada disparo de nuestra cámara (o de nuestro móvil) también estamos inmortalizando, sin quererlo, una parte de nuestra intimidad y de ese mundo emocional.

En ambos casos, es posible que al principio empecemos escribiendo o fotografiando aquello que buscamos de  forma consciente y voluntaria. Pero, si dejamos a un lado el control y nos dejamos fluir, siempre habrá un momento, tanto con las palabras como con las imágenes, en el que acabaremos reflejando nuestra verdadera esencia. Aspectos que a menudo permanecen ocultos incluso para nosotros.

La cara más favorecedora del selfie

Aunque es cierto que muchos profesionales reniegan de la democratización del autorretrato a través de las cámaras incrustadas en los móviles, a nivel terapéutico y bien utilizados los selfies pueden constituir un buen instrumento de autoconocimiento. A través de él, tenemos la oportunidad de expresar quiénes somos, fantasear con quiénes queremos ser y elegir cómo mostramos al mundo. Incluso el ángulo desde el que nos tomamos la foto ya constituye una forma de comunicación no verbal. Por otra parte, el hecho de poder decidir qué imagen mostrar, también aporta cierta sensación de control.

Hacerse selfies no es algo malo en sí mismo, ni tiene por qué indicar que existe un trastorno mental. Es más, puede tener efectos positivos, como se desprende de un estudio realizado en la Universidad de California y publicado en la revista especializada Psychology of Well-Being. Durante cuatro semanas 41 estudiantes, de entre 18 y 36 años, tuvieron que hacer tres tipos de fotos. Una modalidad era hacerse un selfie todos los días mientras sonreían. Otra, fotografiar algo que les hiciera felices. Y la tercera, fotografiar algo que pensaran que haría feliz a alguien (imagen que luego deberían enviar a esa persona). A cada participante se le asignó al azar un tipo de fotos y, finalizado el experimento, los investigadores vieron que los estados de ánimo positivos habían aumentado en los tres grupos.

Algunos de los voluntarios que se habían hecho los selfies comentaron que se sentían cada vez más seguros y cómodos con sus fotos sonriendo. Los que fotografiaron los objetos que les hacían felices se volvieron más reflexivos y agradecidos. Y los que tomaron las instantáneas para hacer felices a los demás, además de sentirse más tranquilos, explicaron que el hecho de conectar con sus amigos y familia les había ayudado a aliviar el estrés.

Selfie como terapia y autorretrato terapéutico

Si conseguimos combinar los conceptos «selfie» y «autoconocimiento», el resultado puede ser muy terapéutico y esclarecedor. Además de utilizar las autofotos  como una forma de mostrarnos a los demás, también constituyen una herramienta para conocernos mejor y encontrar en nosotros mismos la mirada de aceptación que a veces buscamos en otros.

La fotógrafa Cristina Núñez ha creado un método de trabajo terapéutico basado en su propio proceso personal, al que denomina The Self-Portrait Experience. Ella misma comenzó a hacerse autorretratos para sentirse mejor y superar una complicada adolescencia. «Para mí fue una especie de autoterapia para superar mis problemas de autoestima. Encontré una manera de expresar lo que realmente necesitaba y de compartir con los demás mi propia vulnerabilidad. El hecho de fotografiarme a mí misma en diferentes estados emocionales, en fotos que no me gustan, y mostrarlas supuso para mí un refuerzo muy positivo», cuenta en esta entrevista.

En los autorretratos que propone Cristina no hay filtros ni postureo. Solo están la cámara y la persona, con sus emociones y sus inseguridades. Y es en esa soledad cuando lo inconsciente se hace real, hasta el punto de que en ocasiones es complicado reconocerse uno mismo una vez que se ve el resultado. Es una manera diferente de mirarnos y de aprender a aceptarnos a la vez que mejoramos nuestra autoestima. Al fin y al cabo, no solo estamos hechos de sonrisa y amabilidad. También llevamos dentro miedos, frustraciones e inseguridades. Y atrevernos a mostrarnos así de vulnerables nos hace todavía más valientes y auténticos.

Por suerte, no necesitamos una cámara fotográfica profesional para este trabajo de profundización interior. También a través de la cámara del móvil podemos jugar a experimentar. Por ejemplo, combinando selfies actuales con imágenes del pasado o elaborando un diario fotográfico compuesto de autofotos en diferentes circunstancias. O realizando collages con imágenes en las que nos atrevamos a mostrar las emociones que más tememos y que tanto nos cuesta exteriorizar. En pocas palabras, utilizar los selfies para explorar nuestras luces, pero también para acercarnos a nuestras sombras.

Con los selfies podemos explorar nuestras luces y acercarnos a nuestras sombras.

Cómo saber si nos estamos ‘pasando’ con los selfies

Como en todo, en el término medio está la virtud. ¿Cuándo se convierte el selfie en un hábito nocivo o, lo que es lo mismo, en ‘selfitis’? Pues deberíamos empezar preocuparnos si nos pasamos el día autofotografiándonos continuamente y subiendo las imágenes de forma compulsiva a las redes sociales. O también si somos incapaces de subir una foto sin antes haber hecho toda suerte de retoques o haber aplicado filtros y más filtros que enmascaren nuestros ‘defectos’. Igualmente es mala señal estar pendientes de los ‘likes’, hasta el punto de angustiarnos si no recibimos la retroalimentación o el feedback que esperamos.

La tecnología y las redes sociales están ahí y ahí van a seguir. Igual que ya había personas obsesionadas con su imagen mucho antes de la llegada de los selfies. Así que aprendamos a hacer un uso responsable de ellos (y enseñemos a nuestros hijos), sin llegar tampoco al extremo de demonizarlos.

Está bien jugar y experimentar, pero sin perder nunca de vista la diferencia entre el mundo real y el virtual.

 

Las ganancias secundarias están detrás de la resistencia al cambio.

Qué son las ganancias secundarias y cómo impiden que avances

Qué son las ganancias secundarias y cómo impiden que avances 1280 852 BELÉN PICADO

¿Es posible que un modo de actuar que nos está haciendo daño y amargando la vida, a la vez esté generándonos una ganancia? Sí, lo es. Es más, no solo es posible, sino que ocurre a menudo. En psicología se conoce como «ganancias secundarias» y es uno de los motivos por los que muchos procesos terapéuticos no avanzan o se interrumpen antes de tiempo por el abandono del paciente.

Se trata de un tema delicado cuando se saca a relucir en terapia. No son pocos los pacientes que se molestan cuando su terapeuta les pregunta qué cosas positivas está aportándoles el síntoma o el trastorno que los ha llevado a terapia. «¡Ninguna! ¡Cómo va a aportarme algún beneficio la ansiedad!», suele ser la respuesta. Pero lo cierto es que detrás de muchos problemas psicológicos se esconden ganancias secundarias que provocan una resistencia al cambio y que hacen que el problema se perpetúe en el tiempo.

Con frecuencia el paciente no es consciente de los beneficios que está obteniendo de una conducta que es dañina para él y que contribuyen a que la conducta permanezca. Y la solución empieza por tomar conciencia de ello. Ahora bien, si una vez que he tomado conciencia, sigo recurriendo a estas actitudes de forma consciente ya no estaríamos hablando de ganancias secundarias, sino de manipulación. No es lo mismo una ganancia secundaria que una excusa para justificar un comportamiento inadecuado.

Las ganancias secundarias pueden obstaculizar la terapia.

Unos ejemplos para entenderlo mejor

Rocío lleva diez años casada con Roberto y no recuerda la última vez que él tuvo un gesto de cariño hacia ella. Él pasa mucho tiempo fuera de casa y las pocas veces que se dirige a su esposa lo hace de malos modos y para hacerle algún reproche. En lo profundo de su corazón, Rocío sabe que su marido no la quiere, pero sigue aguantando sus desplantes y aferrada a un sufrimiento que podría evitar. ¿Por qué lo hace? Entre otros motivos, porque dejar la relación la enfrentaría con el miedo a la soledad, con el dolor de perder a alguien, con el temor a lo desconocido… En este caso, la ganancia secundaria sería evitar quedarse sola y no verse obligada a empezar desde cero, por ejemplo.

También se obtienen ganancias secundarias en el caso de enfermedades físicas. Es el caso de la mujer que intuye que su marido va a poner fin a su relación y empieza a enlazar una enfermedad con otra, la madre a quien su artritis le sirve para que su hijo no se independice o el niño que solo recibe cariño y atenciones de su madre cuando está enfermo y comienza a mostrar síntomas que, por otro lado, no tienen una explicación médica.

Esto no quiere decir que la persona esté fingiendo; el síntoma, la enfermedad o el sufrimiento son reales. La explicación está en que la primera vez que apareció el síntoma o la enfermedad, esa persona empezó a obtener ciertas ventajas, que son las que ahora mantienen vivo el problema. Para muchos, estar enfermos es el único modo de descansar y obtener una atención que nunca recibieron ni ahora se atreven a pedir.

Y cuáles son esas ganancias secundarias

Aunque sea difícil de entender, ciertas enfermedades o psicopatologías que pueden llegar a ser muy limitantes, como la depresión, la ansiedad o las fobias, también reportan algunas ventajas. Vamos a ver algunas:

  • Acercarnos emocionalmente a una persona importante para nosotros. En lo más profundo de nosotros y posiblemente fuera de nuestra conciencia, tememos que, al superar determinado trastorno, esa persona volverá a distanciarse y nos quedaremos solos.
  • Evitar responsabilizarnos de nuestras acciones y de nuestra vida. En el caso de la ansiedad, es habitual que quienes rodean al paciente le eviten situaciones que podrían generarle una crisis. Esto, involuntariamente, lo que hace es reforzar el problema. La ansiedad también puede convertirse en una excusa para no enfrentarse al mundo y encerrarse en una burbuja aparentemente protectora.
  • Quedarse en el papel de víctima. Hay personas que no se atreven o no han aprendido a pedir directamente lo que desean (atención, ayuda, cariño, etc.) y recurren a la queja o al hábito de dar lástima. De este modo obtienen compasión, atención, simpatía y/o ayuda de otros. Y de paso, se protegen de las posibles críticas externas.

La ansiedad puede servirnos para recibir la ayuda que no nos atrevemos a pedir.

  • Reservar tiempo para uno mismo. La ansiedad o la depresión me ayuda a obtener lo que necesito o deseo, pero no me atrevo a pedir. Me permite encontrar un espacio para mí, prestarme atención y dejar de pensar por un momento en los demás, que otros se ocupen de mí, expresar el enfado que de otra forma no me habría atrevido… Esta situación es habitual, por ejemplo, en personas que pasan gran parte de su tiempo cuidando de otros.
  • Adquirir cierta sensación de poder. Hay personas que viven permanentemente enfadadas y que llegan a terapia buscando mejorar sus habilidades sociales. Algunas de esas personas aprendieron que la ira era un modo de adquirir más poder y control sobre los demás y también de eludir una comunicación sincera y profunda (ganancias secundarias). Sin embargo, lo que subyace en el fondo son sentimientos de impotencia, desilusión, inseguridad y miedo.
  • No ocuparnos de nuestras propias necesidades. En su libro Cuando la comida calla mis sentimientos, Adriana Esteva habla de las ganancias secundarias que obtenía ella a través de su sobrepeso: «flojear y no levantarme de la cama por no tener, según yo, nada que ponerme; atraer la atención de mis papás, ser ‘absuelta’ de varias obligaciones porque ya con estar obesa era suficiente; no luchar por mis ideales por miedo a que no se cumplieran, o lo que es más, por terror a que se materializaran y no saber qué hacer con ellos». Sería como decir: «Me quedo en casa sin enfrentarme al mundo».
  • Evitar conflictos. Quiero empezar a decir «no», pero soy incapaz. La ganancia secundaria en este caso es que, si no pongo límites, en mi fantasía nadie se enfada conmigo y, por tanto, no tengo conflictos.
  • Autocastigarnos o castigar a otro. Cuando alguien se siente muy culpable por algo que hizo en un momento dado, inconscientemente puede llegar a alimentar el caos en su vida o ‘mantener’ una enfermedad porque no cree merecer la salud. Mantener una enfermedad también puede conllevar que otros me cuiden, pero como una forma de hacer pagar algo que yo creo que me deben.
  • Dejar un trabajo o unos estudios que nunca me gustaron. Recuerdo a un paciente que estaba estudiando Medicina y en su segundo año en la Universidad comenzó a sufrir ataques de pánico. Durante la terapia me confesó que a él lo que le gustaba era el arte, pero que estudió Medicina por no dar un disgusto a su padre (médico también) y porque este pensaba que el arte era «para vagos». Las crisis le servían para no ir a clase y para que su padre disminuyese ligeramente su nivel de exigencia hacia él. Para este muchacho, era más llevadero pensar que si no acudía a clase era porque estaba enfermo y no porque fuese «mala persona», que es como se veía cuando sentía que decepcionaba a su padre. Cuando tomó conciencia de cuál era su ganancia secundaria y encontró el modo de expresar sus deseos de una manera sana y asertiva, los ataques de pánico desaparecieron.

Qué tengo que hacer

Si tomamos conciencia de lo que nos ocurre será mucho más fácil renunciar a esos beneficios que están atándonos a comportamientos nocivos y asumir los riesgos que nos depare la vida. Para ello, es necesario mirar hacia adentro de nosotros mismos, con honestidad y sin autoengaños.

Puede ayudar fijarse en el síntoma: ¿Se presenta cada cierto tiempo? ¿Cuánto tiempo permanece? ¿Qué está ocurriendo en mi vida cuando aparece? Ahora, imagina que te librases de ese síntoma o enfermedad. ¿Qué cambiaría en tu vida? ¿Qué recursos necesitarías para llevar a cabo ese cambio? ¿De qué tendrías que hacerte responsable?

Responsabilizarse de la propia vida es parte del crecimiento como persona.

Te propongo un ejercicio: Haz una lista de ventajas e inconvenientes de tener determinado síntoma, enfermedad o trastorno. Si hay ventajas que son muy importantes para ti, pregúntate de qué otra forma puedes conseguirlas, desde una responsabilidad más sana y funcional. En ocasiones no se trata necesariamente de renunciar a la ganancia secundaria, sino de tomar conciencia de la necesidad que tenemos de ella y encontrar nuevas maneras más adaptativas psicológicamente. Por ejemplo:

  • Entrenando la tolerancia a la frustración y aceptando que no todo girar en torno a nosotros. A veces no podemos conseguir lo que queremos y no es el fin del mundo.
  • Atreviéndonos a pedir lo que necesitamos, sin esperar a que otros adivinen nuestros deseos. Pide a tus seres queridos el cariño o los abrazos que necesites, simplemente porque quieres recibirlos. Muévete y no te quedes en un rincón esperando a que alguien te preste atención.
  • Aprendiendo a decir «no» y a poner límites. Aquellos que se molesten, no importan; y los que importan no se molestarán.
  • Responsabilizándonos de nuestra vida y abrazando tanto nuestras virtudes como nuestros defectos. Esto conlleva aprender a estar con nosotros mismos y a darnos el amor que tanto hemos buscado fuera. Y, por supuesto, dejar de echar balones fuera culpando a los demás de lo que nos somos capaces de gestionar nosotros.
  • Pidiendo ayuda. Darse cuenta de las ganancias secundarias que obtenemos con determinadas conductas es más difícil de lo que parece. Por ello, puede ser aconsejable recurrir a un profesional que nos ayude. (Si lo deseas puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

 

 

La escritura como herramienta terapéutica y de autoconocmiento.

La escritura como herramienta terapéutica y de autoconocimiento

La escritura como herramienta terapéutica y de autoconocimiento 1280 1003 BELÉN PICADO

Seguro que muchos de vosotros en algún momento y sin que nadie os dijera que estabais haciendo algo terapéutico, habéis sentido la necesidad de volcar vuestros sentimientos en un papel. A través de la palabra escrita expresamos lo que sentimos, canalizamos nuestras emociones y ordenamos nuestros pensamientos. Por eso, muchos psicólogos utilizamos la escritura como herramienta terapéutica durante la sesión y también como tarea para casa.

Llevar un diario, registrar nuestros sueños, escribir poemas, relatos o cartas de amor… Incluso la simple escritura automática nos ayuda a saber más de nosotros mismos, a cambiar patrones de pensamientos, a transformar lo negativo en positivo y a canalizar nuestra creatividad e imaginación.

Atrapando pensamientos y emociones

Si cuando hacemos meditación tenemos que dejar pasar nuestros pensamientos sin quedarnos enganchados a ellos, en la escritura se trata de atraparlos y reflejarlos en el papel. Es un modo de traer a la consciencia y observar eso que estaba en un segundo plano y de lo que no nos habíamos percatado, de dejar que se haga figura lo que estaba en el fondo. Escribir nos obliga a sentarnos con nosotros mismos, a aislarnos del mundo para saber cómo estamos hoy, cómo nos sentimos ahora.

Según James Pennebaker, psicólogo estadounidense y experto en escritura terapéutica, «escribir cambia la forma en la que la gente piensa y organiza su mundo interno. Exige detenerse sobre la experiencia y reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato».

Al escribir se canalizan las emociones y se ordenan los pensamientos.

La escritura como herramienta en el proceso de terapia

Por lo general, cuando comienzo un nuevo proceso terapéutico animo a mis pacientes a hacerse con un cuaderno nuevo para tomar notas durante las sesiones y escribir entre sesión y sesión. Por supuesto, el objetivo no es convertirse en escritor profesional sino tener la oportunidad de expresar y liberar lo que uno lleva dentro.

Lo hago por varias razones. Por un lado, funciona como recordatorio de sensaciones, ideas o hechos que tienen lugar en el día a día. Por otro, a veces, durante la semana, el paciente vive un incidente difícil y cuando lo lleva a sesión encuentra dificultades para revivir la emoción que sintió en aquel momento. Si lo deja sobre el papel, no solo quedarán plasmadas sus emociones. Además, es muy probable que al leer lo escrito en la consulta las reviva. Otro motivo es que después de trabajar sobre un tema durante la sesión, pueden surgir en los días posteriores nuevas asociaciones relacionadas con lo hablado en la consulta.

La palabra escrita también ayuda al paciente a darse cuenta de su mejoría. Cuando estamos enfermos y el síntoma desaparece, es habitual que en poco tiempo ya no recordemos lo mal que lo pasamos. Así que dejar por escrito lo que se siente puede ayudar a tomar conciencia del progreso.

Otras ventajas de recurrir a la escritura como herramienta terapéutica:

  • Aumenta el compromiso del paciente con su propio proceso de curación, lo mantiene conectado con él mismo y su proceso entre una sesión y otra.
  • Al tener una participación activa, el paciente es protagonista de su propia recuperación.
  • Facilita la expresión de sentimientos y emociones.
  • El paciente contará con una nueva herramienta para encarar los conflictos cuando el proceso terapéutico se interrumpa o acabe.

Escribir puede ayudar al paciente a darse cuenta de su mejoría.

De las cartas a la escritura automática

Las formas en las que se puede recurrir  a la escritura como herramienta terapéutica y de autoconocimiento son varias. Algunas de ellas son:

  • Cartas. La carta es un instrumento muy eficaz para contactar con los sentimientos que nos generan personas ante las que experimentamos una dualidad de emociones y también para cerrar asuntos pendientes. Una posibilidad es escribir una carta a alguien con quien estás enfadado y con quien no puedes hablar porque ha muerto, no quieres volver a verle o, simplemente, no te atreves a llamarle. Por escrito puedes contarle todo lo que deseas sin necesidad de hacerle llegar esa carta. Puedes expresar tu enfado, decir lo que realmente piensas de esa persona, pedirle perdón o despedirte. También puede pedirse al paciente que se escriba una carta a sí mismo, a un síntoma, a una sensación…
  • Diario. Cuando escribimos un diario estamos respondiendo a la pregunta ¿Quién soy yo?. Además, si lo escribimos de forma sistemática, estamos favoreciendo que aumente nuestra conciencia reflexiva. Escribir en forma de diario es como hablar con uno mismo en silencio. Se permanece en una especie de presente continuo y, al releerlo, las vivencias pasadas se experimentan como si estuvieran ocurriendo «aquí y ahora». Freud, por ejemplo, llevaba un diario de sueños en el que incluía también las circunstancias de su vida en la que estos habían tenido lugar, con los pensamientos, sentimientos y vivencias que en ellas habían surgido.
  • Autoinformes y registros. Ayudan a tomar conciencia sobre el propio proceso personal, a mejorar la autobservación y la capacidad de reflexión y a detenerse en situaciones que en el momento en que ocurrieron pasaron inadvertidas. A los psicólogos nos resultan muy valiosos para conocer mejor a la persona y su interpretación de la realidad según sus expectativas,  valores…
  • Autobiografía. A veces reprimimos y ‘olvidamos’ ciertos episodios de nuestra vida que pueden reaparecer al escribir nuestra autobiografía. También puede servirnos para traer al presente hechos que, sin ser traumáticos, pueden ayudarnos a comprender nuestras actitudes y comportamientos presentes.
  • Escritura automática. Técnica que consiste en escribir lo primero que pase por la cabeza. Sin borrar, sin tachar, sin pararse a pensar. El propósito es dejar fluir las ideas libremente, sin juicios y sin el filtro de la lógica. Así, mediante una asociación libre de ideas, es posible hacer que afloren ideas que permanecían en el inconsciente.

Escribir un diario aumenta nuestra conciencia reflexiva.

Quiénes se benefician más

La escritura como herramienta terapéutica es especialmente beneficiosa para determinados tipos de personas. Es el caso de quienes tienden a tener olvidos selectivos o completos sobre vivencias relacionadas con conflictos. O aquellos que están muy conectados con el mundo exterior y poco con su mundo interior (cuando llega la sesión les cuesta recordar algo de lo que no fueron suficientemente conscientes cuando sucedió). Lo mismo ocurre con las personas que recuerdan los sueños nada más despertar, pero los olvidan enseguida.

Asimismo, la escritura puede ayudar mucho a pacientes con dificultades para expresar verbalmente lo que les ocurre, sienten, piensan o necesitan. Para ellos, escribir es una forma de exteriorizar aquello que les afecta sin presión y sin sentir vergüenza. En personas introvertidas escribir sobre sus sentimientos o pensamientos les ayuda, no solo a expresarlos, sino también a ordenarlos en su cabeza.

También hay veces en que la persona, pese a tener las habilidades necesarias, no se siente segura o capaz de realizar tareas que conlleven escribir o esta actividad le genera ansiedad. En este caso, sería necesario reforzar otros aspectos como la autoeficacia, la autoestima o el autoconcepto.

Enfrentarse al coronavirus es un desafío para las personas con un trastorno obsesivo compulsivo.

Resistir ante el coronavirus con un TOC de limpieza

Resistir ante el coronavirus con un TOC de limpieza 1271 1603 BELÉN PICADO

Limpiar, desinfectar, lavarse las manos y volver a limpiar. Las medidas de prevención son importantes si queremos evitar el contagio por coronavirus, pero es tan delgada la línea que separa el sentido común de la obsesión… Las medidas de limpieza y desinfección pueden empeorar los síntomas de quienes ya sufren un trastorno obsesivo compulsivo. O abrir la puerta de entrada a las obsesiones y compulsiones en personas con rasgos obsesivos, acusado perfeccionismo o con dificultad a la hora de controlar sus impulsos. La combinación entre coronavirus y TOC supone un difícil reto para quien sufre este trastorno.

Antes de continuar, vaya por delante que todos podemos tener preocupaciones o pensamientos repetitivos e intrusivos de vez en cuando, especialmente en periodos de estrés. El problema llega cuando se les dedica un tiempo excesivo y empiezan a limitar la rutina diaria, causando sufrimiento y un círculo vicioso de ansiedad.

Esa delgada línea roja entre lo saludable y lo obsesivo

Muchas personas se preguntan dónde acaba la prevención y dónde empieza la obsesión por la limpieza y la higiene personal. Te propongo responder a estas preguntas:

  • ¿Desde que empezó la pandemia no puedes dejar de pensar en el coronavirus y estos pensamientos te causan angustia y malestar?
  • ¿Durante la mayor parte del día tienes pensamientos relacionados con la limpieza y la higiene personal (la tuya y la de los demás)?
  • Para aliviar la tensión que te generan esos pensamientos, ¿necesitas ponerte a limpiar y a desinfectar y si no lo consigues aumenta la ansiedad?
  • ¿Dedicas cada vez más tiempo a esas tareas de limpieza y desinfección dejando de lado otras actividades de tu vida cotidiana? (Hay personas que dedican varias horas diarias a limpiar una única habitación)
  • ¿Ves que todo el mundo está cada vez más tranquilo y va recuperando su rutina, mientras tú cada día te angustias más?
  • ¿Este tipo de conductas han comenzado a afectar a tu capacidad laboral, familiar o social?
  • ¿Presionas a tu entorno para que tan limpios y ordenados como tú e, incluso, repasas las tareas de limpieza que otros realizan? (Y te alteras mucho si descubres una mínima mota de polvo)

Si al menos tres de tus respuestas han sido afirmativas es posible que estés acercándote al pantanoso terreno TOC. Ves al virus por todas partes, la ansiedad te asalta hasta volverse insoportable y sientes la necesidad urgente de hacer algo para aliviarla. Entonces, decides desinfectar de nuevo superficies que están impolutas porque acabas de limpiarlas. O vuelves a lavarte las manos, aunque acabas de hacerlo hace apenas unos minutos. Estas acciones te ayudan a aliviar la tensión psicológica y te devuelven la sensación de seguridad y control, pero solo momentáneamente. Al poco tiempo la ansiedad regresa y el proceso se reinicia.

Las personas con TOC se lavan las manos aunque acaben de hacerlo hace unos minutos.

Prisioneros de los propios pensamientos

El trastorno obsesivo compulsivo se caracteriza por la presencia de pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes que producen ansiedad. Esta, a su vez, es contrarrestada a través de conductas repetitivas denominadas compulsiones o rituales.

Hay muchos tipos de TOC y todos se caracterizan por el miedo a algo y por la necesidad de hacer algún ritual (de pensamiento y/o de acción) que disminuya ese miedo. En el de limpieza, uno de los más conocidos y sobre el que hablo en este artículo, hay miedo a contraer una enfermedad incurable, a infectarse o a que se infecten los seres queridos. Priman pensamientos como “Voy a contaminarme”, “Va a ocurrir algo muy malo”, “Tengo que hacer algo por evitar que esto pase”… Estas ideas obsesivas conducirán a conductas compulsivas (rituales de limpieza) orientadas a evitar experiencias relacionadas con la ansiedad (contaminarse).

Durante el confinamiento, las personas con TOC pueden haber seguido con las costumbres metódicas que ya tenían o también pueden haber ido más allá. Esto es, acentuar las precauciones, incluso durante la desescalada, hasta el punto de evitar el contacto con otras personas. Repiten rituales hasta la saciedad, interrumpen continuamente cualquier cosa que estén haciendo para lavarse las manos… Saben que sus pensamientos son irracionales y que todos esos rituales no tienen sentido, pero no pueden evitar realizarlos. Eso les hace sentir vergüenza y, en consecuencia, ocultarse de los ojos ajenos.

Además, ahora que ya podemos salir a la calle, el malestar debido a la COVID-19 ha aumentado para numerosos pacientes. Estos sufren extremadamente ante la posibilidad de contagiarse en el trabajo o en el transporte público, por ejemplo. De hecho, muchos llegaron a sentirse aliviados durante el confinamiento porque se sentían más seguros. Pese a que desde las instituciones sanitarias se permite ir relajando ciertas medidas, las personas con TOC no solo pueden querer mantenerlas, sino que intentarán añadir más. Se aferrarán a las informaciones más catastrofistas que encuentren para tratar de justificar su actitud, confirmar que tenían razón en sus temores y también para convencer a su familia de que hay que hacer las cosas como ellos dicen.

Las personas con TOC saben que sus pensamientos son irracionales y que todos esos rituales no tienen sentido, pero no pueden evitar realizarlos.

Las raíces del TOC

Aunque hay muchos tipos de trastornos obsesivo compulsivos, suelen tener algo en común: ya en la niñez se practicaban pequeños rituales que proporcionaban tranquilidad, cierta sensación de control y ayudaban a tolerar el malestar.

En cuanto al modelo familiar, pudo ocurrir que las figuras de apego viesen peligros por todas partes y cayeran en la sobreprotección. Por ejemplo, unos padres que prohíben a su hijo realizar ciertas actividades que, objetivamente, no entrañan demasiados riesgos. O decidir por él cosas poco importantes de las que podría responsabilizarse. De este modo, el niño llega a la edad adulta con un exagerado temor a todo lo imprevisto y con numerosas inseguridades.

Por otro lado, también pudo suceder que el niño tuviese unos padres demasiado exigentes y severos en distintos ámbitos (también en la limpieza e higiene). Nada de lo que hacía ese niño parecía ser suficiente y se volvió estudioso, ordenado, meticuloso, perfeccionista e hiperresponsable. En parte como una forma de copiar el modelo parental. Y en parte como un intento de alcanzar la aceptación y el cariño de sus figuras de referencia.

Este tipo de trastornos suele aparecer en la adolescencia, pero también pueden surgir directamente en la edad adulta debido a algún evento traumático. El cerebro repite algo que ya funcionó en el pasado como forma de regulación emocional y que quedó anclado (causa-efecto), aunque ahora resulta patológico. Pensar en algo de forma obsesiva ayudó en cierto momento a evitar sensaciones y emociones que resultaban intolerables. Y también ayudó a no pensar en lo que realmente hacía daño (y que estaba asociado a las relaciones de apego).

La importancia de tomar conciencia

  • Entrena la tolerancia a la incertidumbre para no caer en comportamientos compensatorios. Es necesario tomar conciencia de que hay muchos aspectos que no dependen de nosotros y no podemos controlar. Lo mejor es enfocarnos en el momento presente e ir adaptándonos a la nueva situación.
  • Aunque cada vez en menor grado, el coronavirus sigue siendo el protagonista de la actualidad. Así que es importante evitar la sobreexposición a ciertas informaciones, incluyendo especulaciones catastrofistas que circulan en las redes sociales.
  • Si tienes un trastorno obsesivo compulsivo es importante que tomes conciencia de que lo que está sucediendo no está confirmando tus temores previos a la pandemia. Esto es una alerta real y transitoria y las ideas que te asaltan a causa de la enfermedad siguen sin ser reales ni racionales.
  • Limítate a seguir las medidas de higiene establecidas por las autoridades sanitarias y resiste el impulso de añadir más de tu propia cosecha.

El trabajo psicoterapéutico no solo ha de pasar por la reducción de los síntomas. También es importante la reparación del apego y el reprocesamiento emocional de las experiencias traumáticas que están en el origen del trastorno.

La reparación del apego es básica en el tratamiento psicoterapéutico del TOC.

El papel de la familia

Es habitual que la familia, con intención de ayudar a disminuir la ansiedad, lleve a cabo conductas de acomodación al trastorno que, en realidad, ayudan a mantenerlo. Por ejemplo, tranquilizar a la persona con TOC, esperar a que finalice los rituales, mantener las cosas limpias y en orden exactamente como la persona quiere, modificar la rutina familiar, asumir las responsabilidades del paciente, etc.

En el caso de niños y adolescentes, tienden a implicar en las compulsiones a sus padres y hermanos, que colaboran para que no se sientan tan mal. No es raro que el niño exija esta cooperación mediante órdenes, gritos y mal humor. Esto genera enfado y malestar en el resto de la familia y un conflicto entre los padres que no saben cómo manejar la situación. También en pacientes adultos hay familiares que responden con frustración, críticas, enfado e incluso hostilidad.

La solución para ayudar a la persona con TOC pasa por hacerle ver que su manía se ha convertido en obsesión. Una obsesión que, además, la esclaviza a ella y a los que tiene a su alrededor. Eso sí, es necesario transmitirles tranquilidad y sentido común, pero de forma comprensiva y sin machacarles. Ayudándoles a relativizar, restarán intensidad al miedo.

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El dolor crónico y generalizado es el principal síntoma de la fibromialgia.

El dolor invisible e incomprendido de la fibromialgia

El dolor invisible e incomprendido de la fibromialgia 2560 1707 BELÉN PICADO

“¡Me duele todo el cuerpo!” es la frase más repetida por las personas con fibromialgia y también la que mejor define esta enfermedad crónica de causa desconocida. Se calcula que en nuestro país afecta a más de un millón de personas, la gran mayoría mujeres de entre 30 y 50 años. Afecta al funcionamiento del sistema nociceptivo, es decir, la parte del sistema nervioso que se encarga del procesamiento del dolor en nuestro cuerpo. Pero la fibromialgia es mucho más que dolor.

En 1992 la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció la fibromialgia como enfermedad, dentro de las patologías reumáticas no articulares. Pero, pese a ello, la sombra de la sospecha sigue recayendo sobre quienes la sufren. Además de enfrentarse al empeoramiento de calidad de vida que supone el diagnóstico, los enfermos se encuentran con que también tienen que defender su salud mental y convencer al resto del mundo de que su sufrimiento es real. Esta actitud de duda permanente puede aumentar el sentimiento de aislamiento, culpabilidad y preocupación.

A menudo, las personas con fibromialgia se sienten incomprendidas y aisladas.

Dolor generalizado, fatiga crónica y más

Junto al cansancio intenso, el dolor generalizado es el principal síntoma de la fibromialgia y afecta, sobre todo, a los músculos, tendones y ligamentos. Como es una patología difícil de diagnosticar porque tanto los rayos X, como las analíticas o las resonancias magnéticas dan resultados normales, en 1990 el American College of Rheumatology estableció un conjunto de 18 puntos, denominados puntos dolorosos a la presión, que se reparten por diversas áreas musculares del cuerpo. La persona podrá ser diagnosticada de fibromialgia si sufre dolor al menos en once de ellos.  Además del dolor y la fatiga puede haber otros síntomas:

  • Entumecimiento y rigidez en los músculos, sobre todo al despertar o cuando hay cambios de clima. Sensación de hormigueo y frío en las extremidades.
  • Dolores de cabeza o de cara, detrás de los ojos y en cuello, hombros y mandíbula.
  • Trastornos digestivos: Malestar estomacal, estreñimiento o diarrea.
  • Problemas de memoria, dificultad para concentrarse, confusión al hablar o escribir.
  • Desequilibrio o mareos.
  • Trastornos del sueño.
  • Mayor sensibilidad. Pueden aparecer alergias que antes no se padecían e hipersensibilidad a la luz, ruido y olores. Además, el dolor puede agudizarse con el frío y la humedad.
  • Depresión o ansiedad. La incomprensión de la gente que rodea al paciente y que puede llegar a tildarle de “quejica” provoca mucho daño a nivel emocional.

Asimismo, hay rasgos de la personalidad que pueden predisponer al desarrollo de esta enfermedad: autoexigencia elevada, perfeccionismo, acusado sentido del deber y de la responsabilidad, alta sensibilidad, dificultad para poner límites, rigidez o falta de flexibilidad, dificultades para delegar, baja autoestima, excesiva dependencia de la aprobación de los demás, etc.

Fibromialgia y trastorno por estrés postraumático

Aunque no se conoce su origen, en muchos pacientes la fibromialgia aparece de forma brusca después de accidentes de tráfico, infecciones, intervenciones quirúrgicas importantes y, en general, en situaciones de estrés postraumático. Los síntomas de la pintora mexicana Frida Kahlo y el actor estadounidense Morgan Freeman, por ejemplo, comenzaron tras aparatosos accidentes de tráfico. La cantante estadounidense Lady Gaga, por su parte, desarrolló la enfermedad después de ser víctima de violación en su adolescencia (así lo confesó en una entrevista con Oprah Winfrey).

Lady Gaga desarrolló fibromialgia tras sufrir una violación en su adolescencia.

Lady Gaga.

También la violencia de género y los malos tratos en la infancia (abuso físico, sexual o emocional y/o situaciones de negligencia parental) son factores determinantes en la aparición de la fibromialgia. Cuando nuestro cerebro no procesa las experiencias traumáticas de forma adecuada, a menudo las bloquea o las ‘entierra’ en algún lugar de la mente. Hasta que un día, ante un hecho que aparentemente no está relacionado con el episodio traumático, toda esa información puede salir a la superficie en forma de trastornos psicológicos y/o dolencias físicas, como la fibromialgia.

Qué puedes hacer

  • Dedica tiempo a conocer tu dolor. Realizar técnicas de relajación, ejercicios respiración o practicar autohipnosis te ayudará a controlar el dolor. Pero también puedes aprovechar cuando lo estés experimentando para saber un poco más sobre él. Incluso, puedes llevar un diario. Describe cómo es, por qué partes o zonas de tu cuerpo comienza y hacia dónde se irradia, qué cosas lo alivian, cuándo aparece (en qué momento del día o en qué situaciones). Cuanto mejor lo conozcas, mejor se lo podrás explicar a las personas allegadas o si tienes que dirigirte a algún profesional sanitario.
  • Ajusta la actividad a tus posibilidades. Rebaja tu autoexigencia, planea tus obligaciones y descarta las que no sean estrictamente necesarias. Intercala períodos de descanso entre los de actividad y realiza tus tareas a un ritmo que puedas sobrellevar. A veces, la persona con fibromialgia sabe perfectamente qué cambios necesita para encontrarse mejor, pero no los hace porque no está dispuesta a sentir que está renunciando a aspectos fundamentales de sí misma. Esta lucha a menudo lleva a la ansiedad y, en consecuencia, a un empeoramiento de los síntomas. En vez de verlo como una lucha entre la enfermedad y tú, piensa que es un baile en el que ambos miembros de la pareja han de llegar a un equilibrio. No se trata tanto de los cambios que debes introducir en tus actividades, como de encontrar el modo de sentirte fuerte o satisfecha pese dichos cambios.
  • Mantén a raya tus pensamientos. La actitud catastrofista dificulta la evolución positiva de los síntomas. Aprender a generar pensamientos positivos, ser tolerante con contigo misma y cuidar la autoestima contribuirá a que te sientas mejor. No olvides que, a pesar del dolor, puedes hacer muchas más cosas de las que crees.
  • Cuida tu cuerpo. Practicar ejercicio físico moderado te ayudará a mantener un buen tono muscular y a sentir menos sensación de cansancio a largo plazo. Caminar a paso ligero, andar en bicicleta sobre terreno llano o bailar son actividades que favorecen el control de la enfermedad. Puedes empezar con una intensidad suave e ir incrementándola hasta alcanzar un nivel moderado. No olvides tampoco vigilar tu postura en tus actividades del día a día.

Montar en bicicleta es beneficioso para las personas con fibromialgia.

  • Relaciónate. Dedicar todos tus esfuerzos a combatir la enfermedad también puede provocar que dejes de lado otros valores importantes como las relaciones conyugales, familiares o sociales. Cuenta a los demás qué te ocurre, pero evita que la comunicación se centre continuamente en tu dolor. También te vendrá bien contactar con alguna asociación de pacientes. Te sentirás acompañada y encontrarás el apoyo y la solidaridad de personas en una situación similar a la tuya.
  • Sé constante. Aunque hayas conseguido estabilizar la enfermedad, inevitablemente aparecerá días malos y debes estar preparada para afrontarlos. En esos casos, sal de casa y relaciónate con los demás, mantén tus compromisos habituales y procura dedicar más tiempo a relajarte.
  • No delegues exclusivamente en la medicación el poder de encontrarte mejor. Los fármacos ayudan a paliar ciertos síntomas, pero no son la solución a tus problemas ni abordan los desencadenantes reales de la enfermedad.
  • Busca ayuda profesional. En los casos en los que existe o ha existido algún trauma, tanto si es un evento aislado como si se trata de traumas repetidos, la terapia EMDR ha demostrado ser eficaz.

Y si eres familiar o amigo de una persona con fibromialgia, recuerda que tu comprensión y apoyo serán de gran ayuda. ¿Qué puedes hacer? Pregúntale cuál es la mejor forma de ayudar; apoya y alienta todos sus esfuerzos y anímala a seguir con el tratamiento cuando sus fuerzas decaigan; evita la sobreprotección y favorece su autonomía; dedica algún tiempo a buscar información útil y veraz sobre la dolencia.

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Lectura

Remonta tu vuelo. Más allá de la fibromialgia hacia una nueva vida. Lo que hace especial este libro es que su autora, Fátima Gallastegui, aborda la fibromialgia desde una doble perspectiva: como paciente y también como doctora en psicología clínica.

Documental

Gaga: Five Foot Two. En ese documental de Netflix, Lady Gaga explica sus problemas de salud y las dificultades que encuentra en su día a día debido a la fibromialgia. «He tenido que aprender a llevar la paranoia, el miedo, el dolor corporal y la ansiedad”, expresa la cantante en un momento de la cinta.

Prevenir el estrés postraumático a causa del coronavirus es posible

Trastorno por estrés postraumático y COVID-19: Más vale prevenir…

Trastorno por estrés postraumático y COVID-19: Más vale prevenir… 910 910 BELÉN PICADO

La pandemia de coronavirus supone un trauma colectivo del que ninguno estamos a salvo. Y cuando esto pase nos tocará hacer balance de los efectos que ha dejado en cada uno, además de poner a prueba nuestra capacidad de resiliencia. Y en esta capacidad jugarán un papel muy importante nuestras estrategias de afrontamiento, es decir, el modo en que nos enfrentamos a los diversos retos que nos va poniendo la vida.

Uno de los mayores riesgos de esta situación es la alta probabilidad de desarrollar trastorno de estrés postraumático (TEPT), psicopatología que puede aparecer en personas expuestas a un hecho especialmente traumático en el que han sentido amenazada su vida o su integridad física o psicológica.

Pero no solo puede afectar a quien ha sufrido el episodio en primera persona, sino también a quien lo ha presenciado e, incluso, a quien escucha el relato de una experiencia especialmente abrumadora. Asimismo, lo pueden desarrollar las personas que se exponen de forma repetida o extrema a las consecuencias que ese episodio traumático tiene en otros. Es el caso de sanitarios, policías, bomberos y otros profesionales que tratan a diario con personas afectadas por el COVID-19.

Lo que diferencia esta situación de otras catástrofes es que se trata de una temporada larga y no de un hecho aislado, como un terremoto o un accidente de tren. En estos casos, por muy terribles que sean, hay un inicio, una fase de impacto y otra de recuperación de la normalidad. Con el coronavirus es diferente. Además de una situación de trastorno de estrés postraumático, hay un estrés acumulativo que se extiende durante un largo periodo de tiempo.

Cómo se manifiesta el estrés postraumático

Muchas personas ya han empezado a sufrir los principales síntomas de este trastorno:

  • Reexperimentación. Por ejemplo, flashbacks o pensamientos continuos e intrusivos sobre la posibilidad de haber estado en contacto con una persona infectada.
  • Evitación de pensamientos o sentimientos relacionados con la experiencia traumática. Es el caso de las personas que minimizan lo que está sucediendo para no entrar en contacto con el miedo o que cambian de tema cuando se habla de coronavirus.
  • Hiperactivación psicofisiológica. Esto se traduce síntomas como alerta máxima en cada nueva noticia, taquicardias cuando uno se entera de que un vecino acaba de ser ingresado, dificultades para respirar al tocarse la frente y sentir un poco de calor, etc.

También pueden aparecer problemas para dormir, alteraciones en la alimentación, problemas de memoria, desesperanza…

La buena noticia es que aún tenemos margen de maniobra para revertir la situación. Estrés postraumático y coronavirus no tienen por qué ir unidos. Si dentro de unos meses somos capaces de recordar estos difíciles momentos sin que el sufrimiento nos abrume, nos bloquee o nos active más de la cuenta, significará que hemos sabido gestionar el estrés y la ansiedad. Y, lo que es más importante, nos servirá de recurso para manejar en el futuro otras situaciones difíciles que encontremos en nuestro camino.

A continuación, te facilito algunas estrategias que te permitirán prevenir la aparición de estrés postraumático a la vez que recuperas el bienestar emocional y la sensación de control sobre tu vida.

Cuídate física y emocionalmente

El autocuidado es esencial, especialmente si tienes que cuidar a otros. Para que nuestro organismo responda ante el reto que nos ha tocado afrontar, debemos cuidarlo como merece. Aliméntate bien, mantente hidratado, haz ejercicio, cumple una adecuada higiene del sueño, sigue una rutina, disfruta de una buena película o un buen libro. Si tienes cubiertas tus necesidades básicas, será más fácil ocuparte de las emocionales.

No te guardes lo que sientes. Permítete expresar tus emociones, por incómodas que sean. Si las reprimes terminarán por ‘escaparse’ y explotar en el momento menos adecuado. O, en el peor de los casos, te invadirán más adelante en forma de flashbacks o de somatizaciones cuando creas que “todo ha pasado”. Es una realidad que estamos viviendo momentos muy difíciles. Reconocerlo y aceptar las emociones que esto nos genera aquí y ahora es el primer paso para evitar problemas mayores en el futuro.

Introduce en tu rutina diaria ejercicios de respiración, técnicas de relajación o actividades como el yoga o la meditación. Te ayudarán a mantener la atención enfocada en el presente y facilitarán la regulación emocional.

Busca en tu ‘caja de herramientas’

Las personas que menos consecuencias psicológicas sufren tras episodios traumáticos son aquellas que tuvieron ocasión de sentirse útiles o de recurrir a sus propias estrategias de afrontamiento. Implicarte en actividades con fines altruistas y solidarios te ayudará a sentirte útil, a enfocar tu atención y tus energías en lo que sí puedes hacer y también le dará un nuevo sentido a tu vida.

Anabel González, psiquiatra y psicóloga especializada en EMDR, lo explica en esta entrevista: “Hay que cogerle cariño a la incertidumbre, encontrar los recursos internos de que dispones. Repasar las situaciones imprevistas que has logrado manejar en tu vida. Es normal enfadarnos o sentir impotencia, pero las emociones no son como el clima, yo puedo hacer cosas para regularlas”.

Recupera los recursos que te han resultado útiles otras veces. Busca en tu ‘caja de herramientas’ la más adecuada para la ocasión. ¿Cómo sobrellevaste aquella temporada que tuviste que estar en casa por algún problema de salud? ¿Qué te ayudó a enfrentarte a otras situaciones estresantes e inesperadas? ¿Cómo has canalizado en el pasado emociones como la ira o la impotencia?

Echar mano de tus recursos te ayudarán a sobrellevar mejor el confinamiento.

Apoyo de ida y vuelta

Estar confinado no tiene que ser sinónimo de aislarte del resto del mundo. Sal a aplaudir si te ayuda a sentirte bien, ofrécete a echar una mano con la compra a algún vecino mayor, aprovecha la cuarentena para compartir tiempo de calidad con tus hijos, utiliza la tecnología para mantener el contacto con las personas que te importan. El apoyo de la familia y los amigos te ayudará a sobrellevar mejor esta situación de confinamiento y reducirá considerablemente el riesgo de que el estrés se prolongue una vez que esto termine. El aislamiento y la sensación de abandono son importantes predictores del desarrollo de TEPT.

Mantener una red de apoyo mutuo se hace especialmente necesario en el caso de los profesionales de la ayuda que, a menudo, se sienten superados por emociones que les abruman: miedo a contagiarse ellos o a sus familias, sentimientos de culpa, impotencia, frustración… Además de la cooperación entre compañeros, también pueden acceder a la ayuda que ofrece la Asociación de EMDR España. Se trata de una intervención para profesionales que están en primera línea de atención a los enfermos por COVID19 y cuyo objetivo es disminuir el malestar emocional y prevenir el estrés postraumático. (Los interesados pueden contactar a través del correo electrónico secretaria@emdr-es.org)

Ayuda a tus hijos a expresar sus emociones

En los más pequeños el estrés postraumático puede aparecer en modo de mutismo, total o selectivo, con rabietas desproporcionadas o síntomas somáticos. Un modo de prevenir estos problemas es darles un espacio para que expresen cómo se sienten a través de la palabra, del dibujo, del juego… No los mantengas al margen, responde a sus preguntas con naturalidad y adaptando tus respuestas a su edad.

Proporciónales ‘superpoderes’ para que aprendan a protegerse siguiendo unas adecuadas normas de higiene. Estas medidas y, sobre todo, tu actitud les ayudarán a sentirse seguros.

Escribe un diario

Crea una rutina, busca un momento en el que no tengas distracciones y plasma tus pensamientos y emociones sobre el papel. Llevar un diario personal y scribir sobre el trauma ayuda a la persona a desahogarse y a dar sentido a lo que ha pasado. James Pennebaker, un profesor de psicología de la Universidad de Texas que lleva muchos años estudiando la escritura como terapia, lo explica así: “Escribir cambia la forma en la que la gente piensa y organiza su mundo interno; exige detenerse sobre la experiencia, reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato”.

Escribir te ayudará a desahogarte y a dar sentido a lo que está ocurriendo.

Busca ayuda profesional

Esta probado que las personas que reciben apoyo psicológico durante o inmediatamente después de un hecho traumático, son menos propensas a desarrollar TEPT. Cuanto más temprana sea esa intervención, menos problemas de traumatización se producirán en el futuro. El objetivo de iniciar una terapia es hacer que la huella de memoria que generará todo el periodo relacionado con el COVID-19 sea lo menos traumática posible.

A través de la terapia EMDR se consigue que la mente elabore el episodio o los episodios que generan malestar emocional, de modo que estos se integren en una red neuronal funcional. Así, cuando dentro de un tiempo nos acordemos de estas experiencias no nos desbordaremos emocionalmente. Precisamente, esta terapia está recomendada por la Organización Mundial de la Salud para tratar el trastorno de estrés postraumático. Si buscas a alguien especializado en este tipo de psicoterapia, puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible.

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