Parentalización

Baja tolerancia al afecto positivo

Baja tolerancia al afecto positivo: cuando recibir amor, elogios o cuidados genera malestar

Baja tolerancia al afecto positivo: cuando recibir amor, elogios o cuidados genera malestar 1500 1000 BELÉN PICADO

Recibir un halago, disfrutar de un logro, conectar con alguien de forma genuina o dejarse cuidar. A primera vista, podríamos pensar que estas experiencias son deseables para cualquiera. Sin embargo, no siempre es así. A algunas personas estas situaciones, lejos de resultarles placenteras, les generan incomodidad, alerta o rechazo. Por paradójico que parezca, experimentan lo positivo como una amenaza emocional. Dudan de las intenciones detrás de un regalo o de un cumplido, desconfían de los gestos de cariño y, en algunos casos, evitan cualquier circunstancia que implique cercanía o intimidad. Este fenómeno se conoce como baja tolerancia al afecto positivo.

Las personas a las que les ocurre esto tienen una notable dificultad para disfrutar de momentos que a los demás nos generan bienestar. Además, les cuesta mucho aceptar y sostener emociones agradables como la alegría, el amor, el orgullo o la gratitud, sin que estas activen dentro de ellas respuestas de malestar, desconfianza o la necesidad de retirarse.

Antes de continuar te propongo que leas con calma las siguientes afirmaciones:

«Los elogios me hacen sentir incómodo/a»

«No me fío de la gente que me dice cosas positivas sobre mí»

«Me creo más fácilmente una crítica que un cumplido»

«Me siento más cómodo/a ayudando a los demás que recibiendo ayuda»

«Cuando me hacen un cumplido enseguida cambio de tema, hago una broma o lo descarto directamente».

«Si alguien me muestra aprecio, enseguida sospecho que intenta manipularme o sacar algo de mí».

«Cuando me ocurre algo bueno, me cuesta disfrutarlo; siento que no lo merezco o temo que pase algo malo justo después».

Si te has sentido identificado/a con alguna de estas expresiones, es probable que hayas experimentado esa barrera invisible que impide habitar lo positivo con naturalidad.

Baja tolerancia al afecto positivo

¿Qué es la tolerancia al afecto positivo?

Tener tolerancia al afecto positivo implica mucho más que «saber disfrutar»: supone ser capaz de permanecer en el placer, el disfrute o la seguridad sin que surjan emociones negativas que interfieran en esas experiencias. Dicho de otro modo: es poder sentirse bien sin necesidad de desconfiar de ese bienestar, minimizarlo o sabotearlo.

Cuando esta capacidad está reducida o bloqueada –es decir, cuando existe baja tolerancia al afecto positivo– ocurre justamente lo contrario. En lugar de generar calma o alegría, lo agradable despierta inquietud o temor. Es importante subrayar que este fenómeno no implica que la persona sea «negativa» o «pesimista», sino que su sistema emocional, como forma de autoprotección, ha aprendido a desconfiar del bienestar.

Desarrollar una buena tolerancia al afecto positivo es fundamental, no solo para mantener una autoestima sana o establecer vínculos afectivos estables, sino también como parte esencial del autocuidado emocional.

¿Por qué cuesta tolerar lo positivo?

Hay varias razones que nos llevan a temer las emociones positivas, entre ellas:

1. Heridas del pasado y asociaciones dolorosas

Nuestra memoria emocional funciona por asociación implícita. Si el afecto positivo (ser reconocido, recibir amor, sentirse visto…) ha estado vinculado en el pasado a momentos dolorosos o inseguros, tanto nuestro cuerpo como nuestra mente aprenderán a anticipar el daño cuando estos estímulos se presenten de nuevo. Precisamente esta es una de las bases del condicionamiento traumático.

Por ejemplo, si durante mi infancia era habitual que a momentos de felicidad les siguieran castigos duros o situaciones dolorosas, es muy posible que haya aprendido a asociar la alegría con el peligro, desarrollando con el tiempo un patrón de hipervigilancia ante este tipo de emociones. A nivel relacional, pueden darse situaciones similares en casos en los que las figuras de apego fueron impredecibles, es decir, amorosos en algunos momentos y violentos o ausentes en otros. El resultado es una mezcla emocional ambivalente en la que lo cálido se tiñe de amenaza.

Esto también explica por qué muchas personas sienten que «lo bueno no dura» o que cuando las cosas van bien, algo malo está a punto de suceder. La memoria emocional suele ser más automática y determinante que el razonamiento lógico.

2. Autocrítica y baja autoestima

Las personas con un alto nivel de autocrítica suelen presentar un sistema de amenaza sobreactivado y un sistema de calma escasamente desarrollado. Esta configuración interna no solo condiciona su forma de afrontar los errores o las dificultades, sino también su capacidad para recibir reconocimiento y disfrutar de lo positivo.

Aceptar un cumplido, sentirse orgulloso de un logro, permitirse ser amado… Todo ello implica, en cierta medida reconocerse como alguien valioso. Pero cuando la autocrítica domina el diálogo interno, emerge una voz que desacredita la experiencia: «No es para tanto», «No lo mereces», «Pronto se darán cuenta de que no eres tan capaz». Ese miedo a no estar a la altura puede llevar a rechazar o sabotear algo aunque se desee profundamente.

En algunos casos, esta mirada crítica se manifiesta a través del sarcasmo, la ironía o un rígido perfeccionismo que nunca permite sentirse lo bastante válido. En otros, adopta formas más sutiles, como una falsa modestia o una humildad impostada que, en realidad, encubren inseguridad y temor al juicio. Pero, sea cual sea su forma, la autocrítica actúa como un freno emocional ante el afecto positivo, generando vergüenza, incomodidad o malestar justo en aquellos momentos donde debería haber satisfacción, conexión o alegría.

3. Identidad construida en torno al sufrimiento

Hay personas que han construido su identidad en torno al sacrificio, la lucha o el dolor. Son quienes siempre están para los demás, quienes se muestran fuertes, autosuficientes, quienes «no necesitan» a nadie. Esa forma de estar en el mundo ha sido su modo de ser vistas, de sentirse valiosas.

Sin embargo, ese posicionamiento también tiene un coste emocional muy alto. Cuando el relato personal se ha sostenido sobre el esfuerzo constante y el cuidado a los otros, el afecto positivo puede vivirse como una amenaza y también como una traición a la narrativa vital, a la historia que uno se ha contado. Aparecen entonces pensamientos como: «Si yo soy quien cuida, ¿cómo voy a dejar que me cuiden?» o «Si siempre he sido fuerte, ¿cómo voy a reconocer que algo me conmueve?».

Este fenómeno es especialmente frecuente en casos de trauma complejo, en personas que fueron parentalizadas en la infancia o en quienes han vivido un abandono emocional prolongado. También es común en quienes han ejercido durante años el rol de cuidador/a. En estas situaciones, la idea de bienestar no encaja con la imagen internalizada de uno mismo, y abrirse a lo positivo genera disonancia, como si la persona ya no supiera quién es sin el sufrimiento como brújula.

4. Temor a la vulnerabilidad

Exponerse, dejar caer las defensas y mostrarse al otro sin máscaras es sumamente difícil para quienes han aprendido que el mundo no es seguro o que la intimidad acaba en dolor y viven ese gesto de apertura como un riesgo en vez de verlo como una oportunidad.

En estos casos, abrirse emocionalmente activa también el temor a ser herido, traicionado, invadido o abandonado. Por eso hay quienes prefieren mantener cierta distancia emocional: no porque no sientan, sino porque temen lo que podría pasar si los demás descubren esa parte sensible.

(En este blog puedes leer el artículo «Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes«)

Mostrarse vulnerable es muy difícil para las personas con baja tolerancia al afecto positivo

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5. Modelos culturales o religiosos restrictivos

En ciertos contextos culturales y religiosos, el placer ha sido tradicionalmente asociado al pecado, la frivolidad o la debilidad moral. Expresiones como «La vida es un valle de lágrimas», «Primero el deber, luego el placer», «Para ganarse el cielo hay que sufrir», siguen ejerciendo un importante impacto psicológico, incluso cuando esas ideas ya no forman parte del pensamiento consciente.

Más allá de las doctrinas explícitas, persisten también mandatos morales implícitos que dictan que lo bueno solo es legítimo si viene precedido de esfuerzo, sacrificio o sufrimiento. Bajo esta lógica, el disfrute no se vive como un derecho, sino como algo que hay que ganarse. El placer, entonces, solo parece estar justificado si se ha «pagado un precio» antes. Cualquier forma de bienestar espontáneo o percibido como «inmerecido» suele despertar culpa, desconfianza o la sensación de estar quebrantando una norma no escrita.

Esta forma de moral no siempre se transmite con palabras. A menudo se incorpora a través del ejemplo familiar o ambiental: madres que nunca se permitieron descansar, padres que se mostraban duros y contenidos, entornos donde la alegría se consideraba una seña de superficialidad o donde la creatividad era vista como algo poco serio. Así, el mensaje se interioriza sin necesidad de ser dicho: hay que ganarse el derecho a estar bien.

Cómo se manifiesta en el día a día

La baja tolerancia al afecto positivo no se expresa únicamente en contextos traumáticos o experiencias extremas. De hecho, muchas de sus manifestaciones aparecen en situaciones cotidianas. Estas son algunas de las más comunes:

  • Elogios neutralizados. Frases como «No es para tanto», «Tuvo más mérito otra persona» o «Solo ha sido cuestión de suerte» funcionan como intentos automáticos de desviar la atención y reducir la carga emocional que implica el reconocimiento.
  • Distanciamiento emocional. Aparece la necesidad inmediata de tomar distancia, cambiar de tema, minimizar lo dicho o evitar el contacto cuando alguien se acerca con muestras de estima o admiración.
  • Boicot emocional. Justo después de un momento de alegría o ternura, surge un pensamiento negativo, una preocupación injustificada o la anticipación de algo catastrófico.
  • Dificultad para disfrutar sin ser productivo. El descanso se vive con malestar, el juego se interpreta como pérdida de tiempo y el placer como un lujo que uno no se puede permitir o como algo reprochable.
  • Las críticas se asumen con rapidez como verdades absolutas, mientras que los elogios suelen ponerse en duda, relativizarse o descartarse con facilidad.
  • Sospecha ante las muestras de aprecio. Cuando alguien expresa afecto, admiración o reconocimiento, se activa una especie de alarma interna que lleva a interpretar ese gesto como manipulación, interés oculto o falta de criterio por parte del otro.
  • Tendencia a cuidar sin aceptar ser cuidado. Se está más cómodo dando que recibiendo, ayudando que dejándose ayudar. La reciprocidad emocional genera incomodidad, vergüenza o incluso culpa.
  • Bromas o sarcasmos ante un elogio. Responder con humor, ironía o desviar la conversación cuando alguien expresa algo positivo es una forma de defensa emocional.
  • Dificultad para confiar en los buenos momentos. Persiste la sensación de que lo bueno no puede durar, de que «algo va a estropearse» o de que se está viviendo una calma falsa antes de la tormenta.

Así afecta la baja tolerancia al afecto positivo a las relaciones

Al vincularnos con otros –pareja, amigos, familia, compañeros de trabajo– es cuando más se activan nuestras defensas frente al reconocimiento o la cercanía emocional.

Hay personas que anhelan tener un vínculo amoroso estable y afectuoso, pero cuando finalmente aparece alguien disponible emocionalmente y comprometido, surge la incomodidad o el rechazo. Es posible que, en teoría, todo parezca ideal: el otro es atento, confiable, generoso… Sin embargo, a medida que la intimidad crece, se activa una ‘alarma interna’ avisando de un posible peligro. A menudo, sin saber muy bien por qué, la persona empieza a alejarse, a desconfiar o a sabotear el vínculo.

Esta reacción no suele tener que ver con la pareja en sí, sino con la historia emocional de quien la experimenta. Si en el pasado el vínculo emocional estuvo ligado al daño, al abandono o a la inseguridad, es comprensible que ahora un cariño genuino despierte sospechas. Para quienes están acostumbrados a relaciones caóticas o dolorosas, un vínculo sano puede parecer «demasiado bueno para ser verdad» o percibirse como aburrido o poco estimulante. Y así entran en un ciclo de autosabotaje: eligen parejas evasivas, se alejan de personas emocionalmente disponibles y van acumulando cada vez más insatisfacción.

(En este blog puedes leer el artículo: «Autosabotaje en el amor: Así boicoteas tu relación de pareja«)

La baja tolerancia al afecto positivo también deja huella en otros tipos de relaciones, como las amistades o las que se dan en el entorno laboral. En el primer caso, suele provocar una creciente distancia emocional, incluso con amigos muy cercanos. La dificultad para aceptar ayuda, recibir muestras de afecto o mostrarse vulnerable genera tensiones invisibles que, con el tiempo, hacen que el vínculo se resienta y se enfríe.

En el ámbito profesional, esta dificultad suele manifestarse como incomodidad ante el reconocimiento. La persona minimiza sus logros, rechaza elogios o desconfía de las palabras amables. Esto puede deteriorar la confianza mutua y proyectar una imagen de frialdad o autosuficiencia.

La baja tolerancia al afecto positivo contribuye a deteriorar las relaciones.

¿Cómo puede ayudar la terapia?

Aprender a reconciliarse con los afectos positivos y a acoger lo que nos hace bien no significa obligarse a estar alegre en todo momento ni sentirse cómodo de inmediato ante lo que resulta agradable. Más bien, implica ir construyendo un espacio interno en el que las emociones placenteras puedan ser vividas con naturalidad, sin activar mecanismos de defensa.

La terapia acompaña este proceso revisando cómo se vivió el vínculo de apego en las etapas tempranas de la vida, trabajando la autocrítica desde una mirada más compasiva, ampliando poco a poco la capacidad de recibir y facilitando el contacto gradual con momentos agradables, permitiendo habitarlos sin necesidad de justificarse, rechazarlo o salir huyendo.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Gilbert, P., McEwan, K., Gibbons, L., Chotai, S., Duarte, J., & Matos, M. (2012). Fears of compassion and happiness in relation to alexithymia, mindfulness, and self-criticism. Psychology and psychotherapy, 85(4), 374–390.

Gonzalez, A., Mosquera, D., Knipe, J., Leeds, A. & Santed, M. A. (2017). Escala de autocuidado.

Ogden, P., & Minton, K. (2009). El trauma y el cuerpo: Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. Bilbao: Desclée De Brouwer.

Doble vínculo. Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo 1409 1500 BELÉN PICADO

La comunicación es una de las herramientas más poderosas en las relaciones humanas, pero también puede convertirse en una fuente de conflictos, confusión y malentendidos. Entre los patrones comunicativos más complejos y dañinos se encuentra el doble vínculo, una dinámica que atrapa a las personas en una maraña de mensajes contradictorios, dificultando la toma de decisiones y generando un profundo impacto emocional.

Si en la primera parte de este artículo (Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios) exploramos qué es el doble vínculo, cómo surge y cuáles son sus características principales, en esta segunda parte nos centraremos en aspectos igualmente importantes. Veremos cómo este patrón comunicativo puede ser utilizado de manera deliberada como herramienta de manipulación y control, las consecuencias que genera a nivel emocional y psicológico, y las estrategias que podemos poner en práctica tanto para enfrentar esta dinámica como para evitar reproducirla.

El doble vínculo como herramienta de manipulación y abuso de poder

Si bien el doble vínculo puede originarse de manera inconsciente, también puede ser utilizado de manera deliberada para ejercer control sobre otra persona. Esto es especialmente frecuente en dinámicas de abuso de poder, en las que una persona busca dominar emocional o psicológicamente a otra. Un ejemplo claro de este tipo de manipulación es el efecto luz de gas o gaslighting, mediante el cual el abusador distorsiona la percepción de la realidad de la víctima para hacer que dude de sí misma.

En contextos abusivos, el doble vínculo se emplea de diversas maneras:

  • Generando confusión permanente. El abusador alterna entre comportamientos positivos y negativos, manteniendo a la víctima en un estado constante de inseguridad. Por ejemplo, un jefe podría elogiar el trabajo de un empleado para luego criticarlo duramente por detalles insignificantes. Esta estrategia crea una atmósfera de confusión que refuerza la dependencia emocional, ya que la víctima busca continuamente la aprobación del agresor.
  • Erosionando la percepción de la realidad. A través de mensajes contradictorios, el abusador mina la confianza de la víctima en su propia interpretación de los hechos. En una relación de pareja, quien utiliza este patrón comunicativo podría decir: «Te quiero, pero todo lo malo que me pasa es por tu culpa». Este tipo de afirmaciones mezclan afecto con reproches, generando culpa y debilitando la autoestima de la víctima, que comienza a cuestionar su valía.
  • Controlando las decisiones de la víctima. El doble vínculo permite al manipulador ejercer control psicológico sobre la víctima, llevándola a un estado de constante duda sobre sus decisiones. Haga lo que haga, esta siente que siempre está equivocada, lo que refuerza su sumisión y dependencia hacia el agresor.

Al final, quien recibe todos estos mensajes contradictorios acaba dudando de su propia capacidad para ver la realidad y preguntándose: «¿Estoy exagerando lo que siento o realmente está pasando?», «¿Por qué siempre tengo la sensación de estar diciendo o haciendo algo mal con esta persona?», «No entiendo qué quiere decirme, ¿debería acercarme o mantenerme al margen?»

(En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico» y «Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad)«)

El doble vínculo puede utilizarse como una herramienta de manipulación.

El impacto del doble vínculo: inseguridad, ansiedad y más

La exposición continua al doble vínculo tiene consecuencias, tanto a corto como a largo plazo:

  • Inseguridad y baja autoestima. Recibir mensajes contradictorios de forma constante genera la sensación de que cualquier decisión que se tome será incorrecta. Esta incertidumbre lleva a la persona a dudar de su capacidad para interpretar palabras, gestos o cualquier otra señal, erosionando gradualmente su confianza en sí misma. Además, con el tiempo, esta inseguridad hará que acabe evitando exponerse a situaciones nuevas por miedo al fracaso o a cualquier contexto en el que sienta que puede fallar.
  • Ansiedad. La sensación de estar inmerso en un conflicto sin solución y la incertidumbre sobre las expectativas de la otra persona generan elevados niveles de ansiedad. Esta presión emocional constante a menudo se traduce en síntomas físicos, como migrañas o problemas digestivos, y, si se mantiene en el tiempo, incluso llegar a desembocar en una depresión.
  • Culpa y autocrítica. Ante la imposibilidad de encontrar una respuesta correcta, el receptor de un doble vínculo suele experimentar un profundo sentimiento de culpa y una autocrítica constante, alimentada por la idea de que debería haber actuado de manera diferente para evitar el conflicto o satisfacer las expectativas del otro. Este ciclo refuerza la sensación de no ser suficiente.
  • Confusión e indefensión aprendida. La exposición continua a contradicciones provoca confusión sobre cómo actuar o responder en determinadas situaciones. Si esto se mantiene en el tiempo, puede derivar en indefensión aprendida, un estado en el que la persona se siente incapaz de cambiar la dinámica y adopta una actitud pasiva, resignándose a su situación sin intentar resolverla.
  • Dificultades en la comunicación. Quienes han crecido o vivido en entornos donde el doble vínculo es la forma habitual de manejarse, suelen desarrollar patrones comunicativos disfuncionales. Por ejemplo, dificultad para expresar emociones de manera clara, tendencia a evitar conflictos para no generar tensión, uso de una comunicación indirecta que perpetúa la confusión en sus relaciones, etc.
  • Problemas en la construcción de vínculos sanos. El doble vínculo dificulta que una persona pueda establecer relaciones basadas en la confianza y la seguridad. La incertidumbre constante sobre cómo actuar para ser aceptada genera un profundo miedo al rechazo, fomenta la dependencia emocional y complica la creación de vínculos equilibrados y saludables.

Qué hacer

Enfrentar situaciones de doble vínculo puede ser emocionalmente agotador, pero hay estrategias que pueden ayudarte, no solo a reconocerlas, sino también a manejarlas y a minimizar su impacto en tu salud mental.

  • Identifica lo antes posible. El primer paso para salir de un doble vínculo es reconocerlo. Analiza esas situaciones en las que te sientes confundido/a o atrapado/a sin saber muy bien por qué y reflexiona: ¿Hay incoherencias o contradicciones entre palabras y acciones? ¿Te sientes culpable o ansioso/a hagas lo que hagas? ¿Qué emociones surgen en tus interacciones con determinadas personas? Una vez que te entrenes en identificar estos patrones será más fácil anticiparte y actuar. Por ejemplo, si notas que un amigo te dice que quiere verte, pero cancela constantemente, puedes anticiparte y decir: «Si estás ocupado, podemos organizarlo para otro momento».
  • Valida tus emociones. Es normal sentir frustración, tristeza o enfado ante un doble vínculo. Reconocer y aceptar estas emociones te ayudará a manejarlas mejor, sin juzgarte por sentirlas. Son una respuesta natural a situaciones confusas.
  • Habla con alguien de confianza. Compartir lo que estás experimentando con una persona de confianza te ayudará a ordenar tus pensamientos y te permitirá obtener una perspectiva más clara. Una visión externa facilitará que identifiques contradicciones que quizá no habías notado y contribuirá a que entiendas mejor lo que está ocurriendo.
  • Clarifica las contradicciones. Cuando sea posible, aborda la situación de forma respetuosa y abierta. Expresa cómo te afecta la falta de claridad y señala lo que no comprendes. Por ejemplo: «Me confunde cuando dices que quieres verme, pero luego cancelas nuestras citas. ¿Podemos hablar de esto?». O «Noto que tu actitud parece transmitir algo distinto de lo que dices. ¿Qué está pasando realmente?».
  • Establece límites. Si los dobles vínculos persisten y empiezan a afectarte, es importante poner límites claros y firmes. Define qué comportamientos estás dispuesto/a a aceptar y cuáles no. Por ejemplo: «Entiendo que no siempre estemos de acuerdo, pero necesito que nuestros mensajes sean más claros para no sentirme tan confundido».
Poner límites ante el doble vínculo

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  • Renuncia a la solución perfecta. Aceptar que no siempre hay una respuesta correcta puede ser liberador. En un doble vínculo, cualquier acción parece equivocada. Así que, en lugar de buscar agradar a todos, elige la opción que menos comprometa tu bienestar emocional.
  • Cuida tus relaciones y a ti mismo/a. La comunicación es el puente que conecta a las personas, y cuidarla es esencial para construir relaciones sanas. Asegúrate de priorizar tu autocuidado emocional, creando espacios donde te sientas validado/a y comprendido/a. También, fomenta entornos donde la claridad y la empatía sean fundamentales.
  • Aprende a despersonalizar. Recuerda que, en muchos casos, los dobles vínculos no son intencionados ni algo personal. Quien los genera a menudo no sabe cómo expresar sus necesidades de manera clara. Reconocer esto puede ayudarte a reducir la culpa y a enfocarte en soluciones.
  • Desarrolla tu resiliencia emocional. Aceptar que algunas personas o dinámicas no cambiarán te permitirá enfocarte en lo que sí puedes controlar: tu reacción. Fortalecer tu resiliencia emocional te ayudará a manejar mejor la frustración y la incertidumbre que generan los dobles vínculos.
  • Busca apoyo profesional. En terapia, aprenderás a identificar y afrontar los dobles vínculos, a mejorar tu comunicación y a construir patrones más saludables.

¿Y si soy yo quien envía mensajes contradictorios?

Aunque todos hemos experimentado situaciones de doble vínculo, quizás nos resulte más difícil reconocer ocasiones en las que hemos sido nosotros quienes hemos promovido estas dinámicas, desde enviar mensajes contradictorios en momentos de estrés a esperar de los demás algo que es difícil o imposible de cumplir. Podemos recurrir a este tipo de comportamientos por diferentes razones. Estas son algunas:

  • Patrones aprendidos en la infancia. Nuestra manera de comunicarnos está profundamente influida por los entornos en los que crecimos. Si durante la infancia recibimos mensajes contradictorios de nuestros cuidadores, es probable que hayamos interiorizado este estilo como «normal». Sin darnos cuenta, podemos replicar esas dinámicas en nuestras propias relaciones, perpetuando ciclos de confusión.
  • Inseguridades y miedo al rechazo. El temor a perder una relación importante puede hacernos actuar de forma incoherente y llevarnos a ser poco claros a la hora de comunicarnos y expresar lo que realmente queremos o esperamos de la otra persona. Evitar expresar nuestras verdaderas necesidades o sentimientos por miedo a ser rechazados a veces lleva a enviar señales ambiguas o contradictorias. Al final, esta falta de claridad acabará generando frustración tanto en nosotros como en quienes nos rodean.
  • Falta de consciencia emocional. Cuando no somos plenamente conscientes de nuestras emociones, es fácil que actuemos de manera contradictoria sin siquiera darnos cuenta. Por ejemplo, puede que ni yo misma sea consciente de que estoy enfadada con alguien y decir que todo está bien mientras mi tono, mis gestos o mi actitud están reflejando ese enfado. Esta desconexión entre lo que sentimos y lo que comunicamos puede confundir a los demás y perpetuar el doble vínculo.
  • Evitación del conflicto. El deseo de evitar confrontaciones directas puede llevarnos a enviar mensajes ambiguos o contradictorios. En lugar de abordar los problemas de manera clara, optamos por el silencio, el sarcasmo o las indirectas. Aunque inicialmente puede parecer una solución para evitar tensiones, este enfoque genera malentendidos y emociones negativas en la otra persona.
  • Dificultades en la regulación emocional. La incapacidad para gestionar emociones intensas como la frustración, el miedo o el enfado puede llevarnos a comunicarnos de forma impulsiva o incoherente. Esto incluye enviar mensajes que mezclan afecto con críticas o apoyo con desaprobación.
Doble vínculo

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Estrategias que puedes utilizar si eres tú quien está generando el doble vínculo

Reconocer que podrías estar promoviendo este tipo de dinámicas es un verdadero acto de responsabilidad y de crecimiento personal. Aquí tienes algunas pautas para reflexionar y mejorar:

  • Identifica tus propios patrones. Reflexiona sobre tus intenciones y sobre cómo comunicas: ¿Tus palabras coinciden con tus gestos o tu actitud? ¿Tus mensajes son claros o crees que podrían generar confusiones? ¿Estás evitando algún conflicto o tema incómodo? Ponte en el lugar de la otra persona: ¿Serías capaz de interpretar tu mensaje sin sentirte confundido/a?
  • Cuida la coherencia entre palabras y actos. Asegúrate de que tus palabras, lenguaje corporal y acciones estén alineados. Pregúntate: ¿Mi lenguaje corporal apoya y refuerza lo que digo? ¿Mis actos respaldan lo que pido o espero de otra persona? Por ejemplo, en lugar de decir «Haz lo que quieras» con un tono de disgusto, podrías expresar: «Prefiero esto, pero estoy abierto a discutir otras opciones».
  • Practica la escucha activa. A veces generamos dobles vínculos porque no prestamos suficiente atención al impacto de nuestras palabras. Escucha las respuestas de los demás y presta atención a sus reacciones para ajustar tu mensaje si notas confusión o incomodidad.
  • Fomenta la comunicación asertiva. Trabaja en expresar tus pensamientos y sentimientos de manera clara y respetuosa. De este modo, la comunicación asertiva te permitirá ser directo/a sin agredir ni caer en la pasividad o en comportamientos pasivo-agresivos.
  • Reconoce patrones en tus relaciones. Analiza si tiendes a generar mensajes contradictorios en ciertos contextos, como con tus hijos, tu pareja o con compañeros de trabajo. Identificar estos patrones te permitirá actuar con mayor claridad en el futuro.
  • Trabaja en tus inseguridades. El miedo al rechazo o la necesidad de control pueden llevarte a emitir mensajes confusos. Así que reflexiona sobre tus miedos y trabaja en fortalecer tu seguridad emocional para comunicarte de manera más auténtica.
  • Solicita feedback. Pide a personas cercanas que te ayuden a identificar si estás generando confusión porque escuchar cómo perciben tu comunicación puede ser clave para ajustar tu comportamiento.
  • Busca ayuda. Si te resulte difícil cambiar estos patrones, considera la posibilidad de iniciar un proceso terapéutico. Un profesional puede ayudarte a comprender las raíces de tus dinámicas comunicativas y a desarrollar estrategias para mejorar tu expresión emocional.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Doble vínculo o Cuando los mensajes contradictorios son una trampa emocional

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios 1254 836 BELÉN PICADO

Imagina que tu pareja te dice: «Confío en ti plenamente», pero al mismo tiempo revisa cada uno de tus movimientos, cuestionando tus decisiones y dejándote con la sensación de que nada de lo que haces es suficiente. O piensa en aquella vez en la que un familiar cercano te aseguró que podías contar con él en cualquier momento y, cuando realmente lo necesitaste, encontraste críticas o indiferencia en lugar de apoyo. Este patrón comunicativo en el que se emiten dos mensajes contradictorios a la vez se conoce como doble vínculo o doble vinculación.

Desde que nacemos, los seres humanos intercambiamos información no solo a través de palabras, sino también mediante gestos, miradas, el tono de voz… Cuando los mensajes que recibimos son opuestos, nos quedamos enredados en un estado de frustración e incertidumbre, sin saber qué interpretar o cómo actuar. Como si de una tela de araña se tratara, quedamos atrapados entre promesas de confianza y acciones que sugieren desconfianza o entre palabras que ofrecen cariño y gestos que transmiten rechazo.

La teoría del doble vínculo

El concepto de doble vínculo fue introducido en los años 50 por el antropólogo Gregory Bateson y su equipo de investigación en Palo Alto, California. Según Bateson, el doble vínculo describe una situación en la que una persona recibe mensajes opuestos de forma simultánea y generalmente en niveles diferentes de comunicación (explícita o implícitamente), lo que le deja sin posibilidad de actuar sin contradecir uno de los mensajes.

En sus inicios, la teoría del doble vínculo se planteó para explicar cómo se desarrollaba la esquizofrenia, sugiriendo que los patrones de comunicación incongruentes en el entorno familiar podrían contribuir a las alteraciones del pensamiento y del lenguaje asociadas a este trastorno. Aunque con el tiempo esta hipótesis fue descartada, la teoría ha resultado muy útil para comprender hasta qué punto el modo en que nos comunicamos influye en nuestra salud mental y cómo los mensajes contradictorios pueden impactar negativamente en nuestras emociones y comportamientos.

Doble vínculo y mensajes contradictorios

Se origina en la infancia

El doble vínculo suele originarse de manera inconsciente y está profundamente arraigado en patrones de comunicación que se desarrollan durante la infancia. Algunos de los más comunes son:

  • Comunicación Incoherente. Cuando somos niños dependemos de los adultos para interpretar el mundo y construir vínculos emocionales seguros. Sin embargo, si nuestros cuidadores nos transmiten mensajes contradictorios, como consolarnos verbalmente mientras muestran actitudes de rechazo, internalizaremos esta ambigüedad como parte de nuestra experiencia emocional. Una madre que dice a su hijo «Siempre estaré aquí para ti», pero sistemáticamente ignora o minimiza sus emociones, enseña al niño un modelo de comunicación ambigua que él normalizará con el tiempo.
  • Expectativas irreales o contradictorias. Algunas familias imponen demandas imposibles de cumplir, dejando a la persona que las recibe en una posición indefensa en la que, haga lo que haga, se equivocará. Por ejemplo, si en mi casa siempre se ha promovido la independencia como un valor esencial, pero al mismo tiempo se me exige consultar todas las decisiones importantes, me están generando un dilema irresoluble. Si consulto, me sentiré mal porque estoy quebrantando ese principio de independencia y si no consulto, también me sentiré mal porque no estoy cumpliendo con la norma familiar. Este tipo de situaciones favorecen que se generen tensiones en la familia y conflictos de lealtades que pueden dañar profundamente las relaciones.
  • Evitación del conflicto directo. En entornos donde se evita el conflicto a toda costa, el miedo a enfrentar problemas de manera abierta conduce a formas de comunicación evasivas o poco claras. Sería el caso de alguien que no se atreve a expresar que algo le molesta por temor a generar tensiones y, cuando le preguntan qué le ocurre, responde con un «Nada, todo está bien». O muestra su descontento a través del sarcasmo o el silencio. Estas actitudes, lejos de solucionar el problema, lo único que hacen es alimentar la confusión de la otra persona, que no entiende qué está ocurriendo, y deteriorar la relación.
  • Parentalización y abandono encubierto. La parentalización ocurre cuando, en la familia, el niño asume roles y responsabilidades propios de un adulto. Por ejemplo, cuidar de los padres, tomar decisiones familiares o actuar como mediador emocional. En este contexto, el doble vínculo puede manifestarse de diversas formas:
    • Expectativas opuestas. Se espera que el niño sea obediente y sumiso, pero también que demuestre iniciativa y asuma responsabilidades propias del cuidador. Es decir, se le exige obediencia como hijo, pero también que actúe con la autonomía y madurez de un adulto. Esto crea un dilema imposible de resolver, ya que cumplir con una expectativa implica fallar en la otra.
    • Falsa libertad. Algunos padres se muestran especialmente permisivos y aparentan dar mucha libertad al niño evitando ponerle límites. Sin embargo, lo que están haciendo realmente es delegar en él la responsabilidad de manejar situaciones que no le corresponden. Esta aparente independencia oculta un abandono emocional que el niño no puede gestionar.
    • Confusión de roles. Al ocupar un rol parental, el niño internaliza un modelo de relación en el que no hay claridad sobre responsabilidades ni sobre expectativas, perpetuando patrones de comunicación contradictorios que pueden repetirse en sus relaciones futuras.

(En este blog puedes leer el artículo “Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias)”)

Doble vínculo y mensajes contradictorios

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Características del doble vínculo

Hay varias condiciones que deben cumplirse para que tenga lugar una situación de doble vínculo:

  • Se produce entre dos o más personas y, generalmente, una de ellas se encuentra en una posición de autoridad o tiene algún tipo de influencia sobre la otra. Esta diferencia de ‘estatus’ hace que la otra se sienta cohibida e incapaz de responder o hacer algo para evitar el malestar que supone un mensaje contradictorio o una situación ambigua.
  • Es recurrente. No se trata de algo puntual, sino de situaciones que se repiten de forma reiterada hasta establecer un patrón y convertirse en el estilo comunicativo predominante en la relación. Todos somos contradictorios de vez en cuando, el problema surge cuando este tipo de comunicación se hace habitual y la sensación de no saber qué esperar del otro o cómo responder pasa a ser una constante.
  • Se da en relaciones significativas. La doble vinculación suele producirse en relaciones en las que existe un fuerte vínculo emocional: padres e hijos, parejas, amigos cercanos… Estas relaciones están cargadas de expectativas, lo que hace que los mensajes opuestos tengan un impacto más profundo.
  • Es habitual que se den dos mensajes contradictorios, aunque puede ser más. Se transmite simultáneamente un mensaje positivo de manera explícita y otro negativo de forma implícita, creando una contradicción entre lo que se dice y lo que se expresa con el lenguaje no verbal. Esta incoherencia hace que el receptor no sepa cuál de los mensajes priorizar.
  • Hay una expectativa de ser recompensado. En la mayoría de los casos está presente la esperanza de una recompensa emocional, como el amor, la aceptación o la validación. Es este deseo lo que impulsa a intentar cumplir con las demandas contradictorias y también lo que mantiene a la persona atrapada en la relación pese al daño emocional que le genera.
  • No hay salida. Cuando alguien recibe un mensaje ambiguo, se encuentra en una posición en la que cualquier respuesta que dé será incorrecta o insuficiente. La situación se complica aún más cuando la persona intenta buscar claridad o señalar la contradicción, ya que el emisor puede interpretarlo como una falta de respeto o un cuestionamiento a la relación. Así que, al final, es este último quien controla completamente la interpretación del mensaje. Y el receptor, por su parte, queda sin recursos para responder de manera adecuada. Esto genera una profunda sensación de impotencia, porque siente que, haga lo que haga, siempre estará equivocado.
Doble vínculo y mensajes contradictorios

Imagen de shurkin_son en Freepik

Algunos ejemplos de doble vinculación

Para que sea más fácil identificar si somos víctimas de un doble vínculo o, si de forma inconsciente, somos nosotros quienes lo estamos favoreciendo, os doy algunos ejemplos:

– Antonio le dice a su hija adolescente: «Quiero que confíes en mí y me cuentes todo lo que te pasa». Sin embargo, cada vez que la joven intenta compartir sus problemas, él reacciona con críticas o restando importancia a lo que le ocurre. Su hija, que acaba sintiendo que no importa lo que diga porque la van a juzgar igual, acaba optando por cerrarse y no compartir cómo se siente.

– La madre de Ricardo siempre está diciéndole cuánto le quiere. Pero cada vez que él intenta acercarse o buscar su cariño, ella le aparta o le tilda de «pesado». Ricardo se encuentra atrapado en un doble vínculo, ya que el mensaje verbal de su madre no coincide con el rechazo y el desinterés que muestran sus acciones.

– Hace tiempo que los padres de Ana no se llevan bien y que en casa se respira mucha tensión y hostilidad. Sin embargo, a nivel verbal, Ana siempre recibe el mensaje de que todo está bien y que nadie está enfadado. Esto hace que dude de sus propias percepciones.

– Tu novia te dice: «Necesito más espacio, no me gusta sentirme controlada». Pero cuando empiezas a espaciar tus mensajes y tus llamadas, te reprocha que no te preocupes por ella.

– Raquel se queja de que su marido Carlos nunca toma la iniciativa y le pide que sea más espontáneo y le proponga más planes. Sin embargo, cuando él organiza una salida sorpresa, ella lo critica por no haberle consultado. Ante esta actitud, Carlos se siente frustrado y confundido porque no entiende nada.

– Tu pareja te pregunta por qué estás tan callada y cuando te animas a compartir cómo te sientes, resopla y te replica: «Ya estás otra vez con lo mismo…». Esto te genera mucha confusión e inseguridad porque no sabes a qué atenerte.

– Manuel ha conocido a una chica en una aplicación de citas y está muy ilusionado. Ella continuamente le dice que tiene muchas ganas de conocerle en persona, pero pasan los días y las semanas y nunca tiene tiempo de quedar. O cancela en el último minuto.

– Un jefe le dice a su equipo: «Me gustaría que aportarais vuestras ideas». Sin embargo, siempre que alguien propone algo diferente, responde: «Eso no funcionará aquí». Los empleados sienten que no vale la pena exponer sus ideas.

– Tu compañero de trabajo se ofrece a ayudarte «en lo que necesites», pero cada vez que le pides su colaboración, pone excusas o muestra falta de interés.

– Esther recibe un mensaje de su amiga Rocío. Le dice que la echa mucho de menos y que le encantaría que fuese a su cumpleaños. Pero cuando llega el día y Esther se presenta en la celebración, Rocío  la ignora completamente.

Como habéis visto, en este artículo he explorado qué es el doble vínculo, cómo se origina y cómo identificarlo en nuestras relaciones. Sin embargo, comprenderlo es solo el primer paso. En la segunda parte (Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo), analizo las consecuencias de estas dinámicas. Además, ofrezco estrategias para afrontarlas, tanto si las sufrimos como si, sin darnos cuenta, estamos contribuyendo a generarlas.

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264.

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu.

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Ansiedad por separación: Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo

Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo?

Ansiedad por separación: ¿Por qué me angustia tanto estar lejos de las personas que amo? 1792 1024 BELÉN PICADO

Sentir malestar al alejarnos de nuestros seres queridos es algo normal, e incluso adaptativo, ya que tendemos a buscar el contacto humano para sentirnos seguros y calmados. Sin embargo, hay personas que sienten una angustia realmente severa con solo imaginar que su pareja o cualquier ser querido se aleje o sufra algún daño. A este miedo desproporcionado a estar lejos de personas significativas se le conoce como ansiedad por separación.

Pero, ¿cuándo se convierte en un problema esa preocupación que todos sentimos ante la posibilidad de separarnos de alguien importante para nosotros (padres, hijos, pareja, amigos muy cercanos, etc), o incluso de lugares con los que sentimos un vínculo emocional significativo? Esta respuesta emocional se vuelve disfuncional y desadaptativa cuando la angustia se vuelve extrema y persistente. Cuando empezamos a experimentar un miedo irracional y una ansiedad desproporcionada incluso ante separaciones breves o cotidianas. Además, dependiendo de la intensidad, puede llegar a interferir muy seriamente en el funcionamiento diario, limitar la propia capacidad para ser autónomo y generar relaciones dependientes y conflictivas.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) incluye el Trastorno de Ansiedad por Separación dentro del grupo de trastornos de ansiedad y lo define como «el miedo o ansiedad, intenso y persistente, causado por la separación, probable o real, de una persona con la que se tiene un vínculo psicológico estrecho».

Por ejemplo, una persona adulta con este trastorno puede evitar salir de casa si eso implica estar lejos de su pareja o de su familia. En muchos casos, es posible que aparezca, incluso, un temor irracional a que ocurra una desgracia en ausencia de esa figura significativa. Y esto lleva a patrones de comportamiento de evitación y sobreprotección.

Aunque es común que cuando escuchamos hablar de este trastorno pensemos enseguida en los más pequeños, no es solo cosa de niños. De hecho, un estudio realizado por profesionales de la psicología, en el que participaron 38.993 adultos de 18 países, concluyó que el 43,1% de los casos de ansiedad por separación suelen manifestarse a partir de los 18 años.

Ansiedad por separación

Factores que contribuyen a la ansiedad por separación en adultos

En realidad, no hay una única causa que explique por qué algunas personas desarrollan este trastorno, sino que se trata de una combinación de factores genéticos, biológicos, psicológicos y ambientales. Algunos de los más importantes:

1. Experiencias traumáticas y pérdidas significativas

La exposición a eventos traumáticos durante la infancia, como la muerte de una de las figuras de apego, el abandono por parte de estas o pasar por separaciones abruptas y/o prolongadas, puede llegar a suponer un profundo impacto en el desarrollo emocional del niño y generar en él un miedo intenso al abandono, que puede mantenerse en la edad adulta.

Este podría ser el caso de una persona que perdió a un cuidador durante su infancia podría experimentar un miedo extremo a perder a una pareja en su vida adulta, desencadenando una intensa necesidad de cercanía y validación y facilitando que se cree una dependencia emocional.

2. Factores genéticos y biológicos

Algunos estudios han demostrado que ciertos desequilibrios en los neurotransmisores relacionados con el estrés y la ansiedad, como la serotonina y la dopamina, pueden aumentar la sensibilidad a la separación y dificultar la regulación emocional.

Además, las personas con antecedentes familiares de trastornos de ansiedad tienen un mayor riesgo de desarrollar esta psicopatología. Aunque la genética no es determinante, sí establece una predisposición que, combinada con factores ambientales y psicológicos, puede potenciar la aparición del trastorno de ansiedad por separación.

3. Estilo de apego inseguro

La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby, establece que los vínculos emocionales tempranos con los cuidadores no solo son esenciales para la supervivencia durante la infancia, sino que también influyen profundamente en la forma en que los adultos nos manejamos emocionalmente y en nuestras relaciones. Según este psicólogo británico, esas primeras interacciones van a predecir cómo buscaremos seguridad, cómo nos regularemos emocionalmente y también cómo vamos a enfrentarnos a la separación.

De este modo, cuando un niño se siente seguro con sus cuidadores, desarrollará un estilo de apego seguro que le permitirá explorar el mundo con confianza, sabiendo que puede regresar a una base segura cuando sea necesario. Sin embargo, si los cuidadores son inconsistentes o negligentes, el niño desarrollará un estilo de apego inseguro. Y esas experiencias tempranas de inseguridad le van a predisponer en etapas posteriores de su vida a sufrir diversos trastornos, entre ellos el trastorno de ansiedad por separación.

Por ejemplo, si mis padres que alternaron la atención excesiva con la indiferencia generarán en mí un estilo de apego preocupado (también denominado ansioso o ambivalente). Esto se reflejará, más tarde, en una dependencia emocional constante y un temor irracional al abandono. En este caso, mi ansiedad por separación no solo se traducirá en el miedo a perder a alguien físicamente, sino también en la inseguridad sobre si esa persona podrá satisfacer mis necesidades emocionales básicas de amor, seguridad y apoyo. Este miedo, además, puede llevar a comportamientos extremos, como la necesidad de contacto constante, sacrificios personales por la relación y una incapacidad severa para gestionar la distancia física y emocional.

Por otro lado, los estilos de apego evitativo y desorganizado también pueden contribuir al desarrollo de este trastorno, aunque de formas diferentes. En el primer caso, la ansiedad de separación se manifestará como una negación de las propias necesidades emocionales o en forma de dificultades para establecer vínculos significativos («Si no me implico demasiado, no me dolerá cuando te vayas»). En el estilo de apego desorganizado, la persona teme tanto el rechazo que acaba evitando establecer relaciones profundas para protegerse de la posible pérdida («Te busco, pero en cuanto me siento vulnerable, levanto un muro»).

Ansiedad por separación

«Separation Anxiety», de George Hughes.

4. Entornos familiares sobreprotectores o controladores

Crecer en un entorno sobreprotector, donde los cuidadores restringen la autonomía del niño para «protegerlo» de todo tipo de fracasos o peligros, va a generar en este la percepción de que el mundo es un lugar inseguro y peligroso.

En algunas familias, conocidas como familias aglutinadas, donde los vínculos son excesivamente estrechos, se limita el desarrollo de la autonomía física y emocional, fomentando una dependencia excesiva hacia las figuras de apego. La consecuencia es que en la adultez este patrón se manifestará como un miedo persistente a la separación y dificultades para afrontar los desafíos sin el apoyo constante de los demás.

Si crecí en un entorno donde siempre me recordaban «No puedes hacer esto sola» es muy probable que al llegar a adulta tenga dificultades para tomar decisiones o manejar la distancia emocional en relaciones importantes para mí, reforzando así la ansiedad por separación.

5. Parentalización durante la infancia

La ansiedad por separación también puede estar vinculada a casos de parentalización o inversión de roles. Por ejemplo, es muy posible que una madre que en su infancia sufrió abandono, institucionalización o una carencia extrema de atención y cuidados, llegue a desarrollar un patrón de apego ansioso que la lleve, al convertirse en madre, a retener a su hijo de manera excesiva. Por miedo a la separación, limitará la independencia de su hijo y demandará constantemente sus cuidados como estrategia para evitar cualquier tipo de distanciamiento, incluso a costa de su desarrollo social y personal.

(En este blog puedes leer el artículo «Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias)«)

6. Eventos vitales estresantes

Cambios importantes como la muerte de un ser querido, mudanzas, rupturas amorosas, independizarse de los padres o la paternidad/maternidad pueden actuar como disparadores. Esto ocurre porque, a menudo, dichos cambios activan recuerdos emocionales no resueltos en la infancia (la pérdida de una figura de apego, por ejemplo). Y es más frecuente si hay dificultades para adaptarse a los cambios. O también si existe un patrón de dependencia emocional o se ha estado expuesto a otros factores predisponentes.

7. Factores psicológicos y de personalidad

Las características individuales también juegan un papel importante en la aparición de la ansiedad por separación. Personas con baja autoestima, alta sensibilidad a la ansiedad o una baja tolerancia a la incertidumbre tienden a buscar apoyo externo constante para sentirse valoradas y seguras.

Asimismo, el perfeccionismo y la necesidad de control pueden intensificar los síntomas ante la incapacidad para manejar la separación de manera adecuada.

8. Presencia de otros trastornos mentales

Es habitual que el trastorno de ansiedad por separación coexista con otras psicopatologías. Es el caso del trastorno obsesivo-compulsivo, la fobia social, el trastorno de pánico, la depresión mayor o el trastorno bipolar, entre otros.

Estas condiciones no solo exacerban la angustia por separación, sino que también dificultan su tratamiento, ya que los síntomas se entrelazan y refuerzan mutuamente. De este modo, una persona con trastorno de pánico puede experimentar ataques de ansiedad intensos ante la anticipación de una separación. Por su parte, alguien con depresión puede percibir la distancia emocional como una confirmación de sus temores de rechazo o abandono.

¿Con qué síntomas se manifiesta la ansiedad por separación?

El trastorno de ansiedad por separación en adultos se caracteriza por una combinación de síntomas emocionales, conductuales y físicos:

  • Preocupación excesiva y persistente por la seguridad y el bienestar de los seres queridos. Este tipo de pensamientos son intrusivos, difíciles de controlar y pueden incluir anticipaciones catastróficas, como accidentes, enfermedades o agresiones. Además, es una preocupación que no disminuye por mucho que se asegure a la persona afectada que no existe un peligro real.
  • Angustia ante la separación. El solo hecho de anticipar una separación, por pequeña que sea, provoca episodios de ansiedad intensa. Durante la separación real, además, esta angustia se intensifica llegando a generar reacciones emocionales desproporcionadas (llanto, ataques de pánico…).
  • Miedo irracional a la pérdida y totalmente desproporcionado en relación con el contexto. Puede manifestarse en situaciones cotidianas, como cuando un ser querido se ausenta por unas horas para ir a trabajar. El temor abrumador a que esa separación sea definitiva refuerza la dependencia emocional.
  • Sentimientos de soledad o vacío. La separación de la figura de apego puede generar una sensación de abandono y desamparo, acompañada de un vacío emocional profundo. Esto, a su vez, lleva a evitar la soledad y a buscar compañía constante para calmar esta angustia.
  • Evitación de actividades independientes. Se evitan situaciones que impliquen estar lejos de la persona con quien se tenga un vínculo significativo.
  • Búsqueda constante de contacto. Necesidad de estar en contacto permanente con el ser querido mediante llamadas, mensajes o visitas frecuentes. Esto puede percibirse como algo invasivo y agobiante y generar conflictos serios en la relación.
  • Resistencia a separarse de la figura de apego. El afectado puede negarse a salir de casa sin la compañía de la persona con quien mantiene un vínculo estrecho o evitar cualquier actividad autónoma.
  • Manifestaciones psicosomáticas. Antes o durante la separación, suelen aparecer dolores de cabeza, mareos, tensión muscular, molestias gastrointestinales como náuseas o vómitos…
  • Alteraciones del sueño. Es habitual la dificultad para dormir lejos de la figura de apego o tener pesadillas recurrentes relacionadas con la separación.
  • Reacciones fisiológicas asociadas a la ansiedad. Durante episodios de separación o mientras se anticipan, pueden aparecer taquicardia, sudoración excesiva, sensación de opresión en el pecho, dificultad para respirar o, incluso, ataques de pánico.
  • Dificultades de concentración. La preocupación constante por la seguridad de la figura de apego interfiere con la capacidad de concentrarse en el trabajo, los estudios u otras actividades.
  • Deterioro de las relaciones interpersonales. La necesidad excesiva de atención y contacto suele generar muchos conflictos en las relaciones, especialmente cuando las conductas son percibidas como exigentes o desproporcionadas.

Ansiedad por separación

¿Cómo puede ayudarte la psicoterapia?

Como os decía al principio, es normal sentir malestar cuando nos separamos de alguien importante para nosotros. Pero si ese malestar se convierte en un miedo desproporcionado, persistente y que comienza a interferir con tu vida diaria, no dudes en buscar ayuda profesional. En terapia, encontrarás un espacio seguro donde abordar las causas de tu ansiedad, entender tus patrones emocionales y trabajar hacia una mayor autonomía. ¿Cómo?

  • Identificando las causas subyacentes de tu angustia y comprendiendo su origen emocional .
  • Reconociendo y modificando tus patrones de pensamiento negativo.
  • Aportándote estrategias para manejar la ansiedad (técnicas de relajación y respiración, exposición gradual, habilidades de afrontamiento, etc.)
  • Fortaleciendo tu autonomía emocional y reforzando la confianza en tus habilidades.
  • Mejorando tus vínculos. Aprenderás a identificar dinámicas problemáticas en tus relaciones, a comunicarte de una forma asertiva para expresar tus necesidades y a establecer límites saludables, así como a aceptar los que te pongan a ti.
  • Reprocesando experiencias traumáticas. Si tu ansiedad de separación está relacionada con eventos traumáticos del pasado, la terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) puede ayudarte a integrar esas vivencias de manera saludable, reduciendo su impacto en tu presente.
  • Reparando tu estilo de apego. En el caso de que tu ansiedad de separación esté vinculada a un estilo de apego inseguro, en terapia tendrás la oportunidad de identificar cómo ha influido tu estilo de crianza en tus relaciones actuales y de fomentar un apego más seguro, basado en la confianza, la autonomía y el equilibrio emocional. Y, de paso, aprenderás a regular tus emociones de manera independiente y a fortalecer tu autoestima.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Bowlby, J. (1985). La separación afectiva. Barcelona: Paidós.

Lafuente, M. J. y Cantero, M. J. (2010). Vinculaciones afectivas. Apego, amistad y amor. Madrid: Pirámide

Silove, D., Alonso, J., Bromet, E., Gruber, M., Sampson, N., Scott, K., Andrade, L., Benjet, C., Caldas de Almeida, J. M., De Girolamo, G., de Jonge, P., Demyttenaere, K., Fiestas, F., Florescu, S., Gureje, O., He, Y., Karam, E., Lepine, J. P., Murphy, S., Villa-Posada, J., … Kessler, R. C. (2015). Pediatric-Onset and Adult-Onset Separation Anxiety Disorder Across Countries in the World Mental Health Survey. The American Journal of Psychiatry, 172(7), 647–656.

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note 1920 1272 BELÉN PICADO

¿Tienes tanto miedo a convertirte en alguien arrogante que te machacas si se te escapa una sonrisa de orgullo por algún logro conseguido? ¿Sientes que si pides ayuda te convertirás en una carga para el otro? ¿Eres incapaz de anteponer tus necesidades a los deseos de los demás, sean cuales sean las circunstancias, porque te sentirías la peor persona del mundo? A veces, el miedo vernos o a ser vistos como narcisistas acaba llevándonos al extremo opuesto. Y desde ahí nos esforzaremos en hacer todo lo posible por no sobresalir y por mantenernos siempre en un perfil cuanto más bajo mejor.  A esta forma de pensar y funcionar se le denomina ecoísmo.

Conviene aclarar que el ecoísmo no es un trastorno, sino un rasgo de personalidad, como puede serlo la introversión o la extraversión. A veces también funciona como una estrategia de supervivencia a la que se ha aprendido a recurrir, hasta interiorizarla y convertirla en automática. Si quiero estar a salvo y sentirme querida y aceptada, tengo que asegurarme de pedir lo menos posible, dar todo lo que pueda y no destacar demasiado.

Ecoísmo y narcisismo

Ambos términos vienen del mismo mito griego. En la historia que cuenta cómo Narciso se enamoró de su propio reflejo aparece también otro personaje llamado Eco, una ninfa del bosque a quien la diosa Hera privó de su voz, condenándola a poder repetir únicamente las últimas palabras que escuchara de otros. Esta limitación fue especialmente dolorosa cuando la joven se enamoró de Narciso y se vio incapaz de expresar su amor con palabras propias. Después de que él la rechazase sin piedad (como suele ocurrir en las relaciones con un narcisista), una destrozada Eco se ocultó en una cueva donde su cuerpo físico acabó desvaneciéndose, quedando solo su voz.

A partir de este relato, el psicólogo estadounidense Craig Malkin desarrolló el concepto de ecoísmo, relacionándolo con esas personas que han perdido su propia voz y solo existen para hacerse eco de la de los demás.

En realidad, ecoísmo y narcisismo son los dos extremos de un continuo en el que la sana autoestima se situaría en la zona media, el Narciso grandioso y carente de empatía se encontraría en un polo, y la Eco desvalida y sin voz, en el otro. Y si bien nadie quiere convertirse en un narcisista arrogante y egocéntrico, tampoco es buena idea irse al lado contrario, donde seremos incapaces de ver nuestras propias necesidades, y mucho menos de atenderlas.

(En este blog puedes leer el artículo «El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima)»)

Eco y Narciso, John William Waterhouse

Eco y Narciso, de John William Waterhouse

Cómo he llegado hasta aquí (la respuesta está en la infancia)

Las personas con tendencia al ecoísmo han crecido, por lo general, en entornos donde sus propias necesidades emocionales eran minimizadas e ignoradas. Os pongo varios ejemplos:

  • Cuando era niña, Sara creía que su madre lo sabía todo y era perfecta. A medida que fue creciendo, aprendió que, para obtener la atención y la aprobación de su madre, tenía que reforzar la creencia de esta en su propia perfección. Porque si Sara intentaba hacer valer sus propias necesidades, solo recibía frialdad y desprecio. Y es que un progenitor extremadamente narcisista puede exigir toda la atención de su hijo, sin dejarle espacio para ‘recrearse’ en sí mismo.
  • Francisco tenía un padre que disfrutaba insultando y criticando a los demás y tratándole a él de flojo y torpe. Deseoso de ver feliz y complacer a su progenitor, Francisco se desvivía por satisfacer cada una de sus peticiones. De adulto, repitió este patrón con amigos y parejas. Tener unos padres acostumbrados a imponer su voluntad dificultan que el niño se permita escuchar sus propios pensamientos y deseos.
  • El padre de Lucía siempre estaba de mal humor y montaba en cólera cada vez que no se hacía exactamente lo que él quería (un plato mal colocado bastaba para estallar). Así que ella aprendió que no debía molestar si no quería tener problemas. Llegó un momento en que ya no solo tenía miedo de decir lo que quería o pensaba, sino que ni siquiera era capaz de verlo.
  • En casa de Rafaela estaba muy mal visto tener aspiraciones. Consideraban que «Soñar a lo grande» era propio de personas «arrogantes» y tener el atrevimiento de requerir algún tipo de atención especial lo veían como el colmo del egoísmo. Rafaela aprendió a conformarse, a ponerse siempre en último lugar y a dar por hecho que tener amor propio y un saludable orgullo era algo vergonzoso.

Algunos progenitores muy controladoras y con un estilo autoritario de crianza, suelen creer, erróneamente, que criticar a un hijo o minimizar sus logros evita que «se le suba a la cabeza» o que se vuelva egocéntrico y orgulloso. El resultado es que ese niño, al aprender que será castigado o tratado de forma hostil si sobresale, se esforzará por pasar desapercibido escondiendo cualquier habilidad que tenga, tal vez incluso a sí mismo.

Igualmente ocurre con frecuencia que estos niños, ansiosos por obtener la atención y el amor de sus figuras de apego, acabarán haciendo todo lo posible por llenar el vacío de estas y sucumbiendo a la parentalización o inversión de roles.

Las personas con un alto grado de ecoísmo han crecido a menudo en entornos donde no se han cubierto sus necesidades emocionales.

¿Tienes una personalidad ecoísta?

Las personas con un alto grado de ecoísmo suelen presentar una serie de características, entre ellas:

1. Mayor sensibilidad emocional, de cara a los demás y a sí mismos

Por una parte, son especialistas en percibir los estados emocionales de los demás y lo hacen de forma especialmente intensa. Tal vez por haber tenido que esforzarse mucho para sintonizar con las necesidades de sus padres en la infancia. Por otro lado, esta sensibilidad se extrapola a su actitud ante cualquier crítica o humillación que reciban. Una mirada de reproche o una mala palabra pueden bastar para que se sientan avergonzados e inadecuados y sufran profundamente. Culpa, vergüenza, rabia, tristeza… son solo algunas de las emociones que pueden experimentar en estos casos. Así que, para no atravesar por todo eso, lo que hacen es pasar inadvertidos («Si paso desapercibido será más difícil que me humilles, me avergüences o me hagas daño»).

Esta sensibilidad, además, está directamente relacionada con un alto grado de empatía. Obviamente, ser empático está muy bien, pero serlo en extremo, que es lo que suele ocurrirles a estas personas, puede convertirse en una carga demasiado pesada. Especialmente, si se priorizan las emociones y necesidades de los demás, ignorando o minimizando las propias.  Y todo para evitar conflictos o desagradar a otros.

2. Dificultad para reconocer y expresar las propias necesidades y deseos

El resultado de haberse pasado la vida enfocándose en lo que desean o necesitan los demás, hará que la persona con un alto grado de ecoísmo ni siquiera sea capaz de reconocer lo que necesita o desea ella misma. Y si llega a identificarlo, le resultará muy difícil expresarlo por miedo a ser una carga o causar molestias. Al final, el precio a pagar por ese silencio será mucha frustración, resentimiento o vacío emocional, ya que esas necesidades emocionales seguirán existiendo aunque sin ser satisfechas.

A su vez, esa incapacidad para expresar las propias necesidades lleva también a no pedir ayuda ante el temor de que hacerlo sea visto como un signo de debilidad o pueda desatar conflictos o críticas. Como resultado, uno prefiere enfrentar sus problemas en silencio, lo que muy probablemente le conducirá al aislamiento y la soledad.

3. Hipervigilancia sobre el impacto que puede tenerse sobre los demás

Hay un estado de alerta constante y un exceso de preocupación por cómo las propias palabras, acciones, o incluso su presencia, podrían afectar a los demás. Se anticipa y analiza en exceso las posibles reacciones de los otros, con el fin de evitar causar incomodidad, conflicto, o cualquier forma de descontento. La mera idea de haber «cargado» a alguien con sus problemas puede sumirles en una espiral de vergüenza y automachaque.

Esta hipervigilancia es, en parte, una estrategia de protección desarrollada a partir de experiencias pasadas en las que las reacciones negativas de otras personas resultaron dolorosas o amenazantes. Como resultado, los ecoístas adaptarán su comportamiento constantemente para minimizar cualquier impacto negativo percibido en los demás. El resultado: la autoanulación y el agotamiento emocional.

4. Baja autoestima

El hecho de no sentirse especiales, minimizar los propios logros o ignorar las propias necesidades o deseos creyendo no merecer el mismo nivel de consideración que quienes están a su alrededor conduce a una autopercepción negativa y esta a su vez, refuerza la conducta de mantenerse en un segundo plano en las relaciones interpersonales.

Además, este sentimiento de insuficiencia, de no sentirse válido ni digno, dificulta mucho que puedan reconocer su propio valor, poner límites, confiar en sus propias capacidades o, simplemente, dar su opinión sobre cualquier tema.

5. Miedo a ser especial y a destacar

Existe una profunda aversión a sobresalir, incluso cuando se tiene la capacidad o los méritos para hacerlo. Se trata de un miedo arraigado en la creencia de que destacar podría atraer críticas, envidias, o generar expectativas imposibles de cumplir. Para evitar estos riesgos, el ecoísta tiende a restar importancia a sus talentos, habilidades y logros, prefiriendo mantenerse en un segundo plano. Un mecanismo de evitación que no solo impide que reciba el reconocimiento que merece, sino que también le lleva a limitar su crecimiento personal y profesional y a dejar escapar oportunidades que podrían ser muy importantes para él.

(En este blog puedes leer el artículo «Síndrome de Solomon: Callar para encajar (o por qué tenemos miedo a destacar«)

Otro motivo por el que huyen de llamar la atención o sentirse especiales, es el miedo a ser vistos como vanidosos, arrogantes o narcisistas. Hasta el punto de llegar a adoptar una actitud de extrema modestia. Este rasgo, aunque suela verse como una virtud, en realidad refleja un profundo temor a ser vistos como diferentes o a ser juzgados negativamente por sobresalir. De hecho, es posible que se sientan tan incómodos ante un elogio o una muestra de admiración que acaben rechazándola de forma vehemente. Y es que tampoco saben qué hacer con ello. Como si dijeran: «¡No te atrevas a tratarme como si fuera especial!».

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

6. Tendencia a acercarse y relacionarse con narcisistas

Es muy habitual y tiene todo el sentido que ecoístas y narcisistas se sientan atraídos entre sí y conecten tan bien entre ellos. Y es que ambos favorecen que se cree una relación en la que las necesidades de ambas partes parecen verse satisfechas (al menos en apariencia).

¿Cómo? El narcisista tiene la oportunidad de monopolizar toda la atención sin que haya ningún desafío o amenaza a su ego mientras que el ecoísta puede ocultarse a la sombra del narcisista para satisfacer su tendencia a rechazar la atención y poner los deseos del otro en primer lugar. Para alguien con un alto grado de ecoísmo supone un alivio desviar la atención de sí mismo y sus necesidades. De este modo, pone todo su empeño en cumplir con su rol de cuidador. Justo lo que busca el narcisista, que disfruta de sentirse admirado, ser el centro de atención y tener sus necesidades cubiertas constantemente.

El resultado es que el ecoísta acaba viéndose atrapado en relaciones tóxicas, donde sus propias necesidades y deseos son ignorados o subordinados a los del narcisista. Y perpetuando así un ciclo de autoanulación y dependencia emocional. Y, para empeorar las cosas, cuando el narcisista comience a mostrar comportamientos abusivos, su pareja, su amigo o su familiar ecoísta se culpará creyendo erróneamente que su sensibilidad o sus ‘altas’ expectativas son la causa del maltrato («Esperaba demasiado», «Estoy siendo demasiado intensa», «No debería haberle molestado con mis cosas», etc.).

7. Priorizan sus relaciones sobre sí mismos

Estas personas tienden a poner las necesidades y deseos de los demás por encima de los suyos propios. Este comportamiento surge de un profundo temor a causar conflicto, a no ser amados o a ser percibidos como egoístas. Como resultado, a menudo sacrifican sus propios intereses y bienestar para mantener la armonía en sus relaciones y asegurar que todos a su alrededor estén contentos.

Este patrón de conducta acaba llevando a la autoanulación. En relaciones desequilibradas, especialmente con personas narcisistas, los ecoístas se vuelven extremadamente complacientes. No dudarán en adaptar su comportamiento para satisfacer a la otra persona, incluso a costa de su propia salud emocional y mental. A largo plazo, esta tendencia a priorizar a los demás puede generar resentimiento, agotamiento emocional y una profunda insatisfacción personal. Se sacrifica tanto por mantener sus relaciones que es fácil que se acabe perdiendo a sí mismo.

8. Dificultad para regular ciertas emociones

En su temor a entrar en conflicto o a herir a los demás, tienden a interiorizar emociones como la ira y la frustración. Sin embargo, el hecho de no exteriorizar el enfado no significa que no esté. Al final, la incapacidad de expresarlo de manera adecuada lleva a una acumulación de emociones rechazadas que antes o después se manifestarán. Y lo harán en forma de ansiedad, depresión, problemas digestivos, trastornos del sueño, etc.

Además, mientras no seamos capaces de poner límites, seguiremos quedándonos en relaciones que no nos hacen ningún bien.

Recuperar la voz perdida

Por mucho que nos hayan hecho creer lo contrario, expresar nuestras emociones (incluso las más difíciles), deseos y necesidades, así como reconocer nuestra valía y nuestros logros o establecer límites en nuestras relaciones no es negativo ni egoísta, sino algo natural y necesario para una adecuada salud mental y emocional.

Si te identificas con lo expuesto en este artículo, quizás sea la oportunidad dar el primer paso y pedir ayuda. Iniciar un proceso de terapia te dará la oportunidad de aprender que, para sentirte aceptado, no necesitas renunciar a lo que deseas y necesitas.  Y también tendrás la posibilidad de explorar y expresar los sentimientos que hasta ahora no te atrevías a compartir. En definitiva, dispondrás de un espacio seguro, donde sanar y recuperar esa voz que durante tanto tiempo ha permanecido silenciada.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Referencia

Malkin, C. (2021). Replantear el narcisismo: Claves para reconocer y tratar con narcisistas. Barcelona: Eleftheria.

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes... 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas 1920 1920 BELÉN PICADO

El vínculo con la madre es uno de los temas que más surgen en terapia. Y es que el mito de la madre perfecta, sacrificada y abnegada constituye una imagen idealizada muy difícil de sostener. Aún supone un tabú admitir que una madre pueda hacer daño a sus hijos o incluso que no los quiera. Pero ocurre. Cuesta aceptar que, igual que hay madres comprensivas que constituyen una base segura para su descendencia, también hay madres narcisistas, controladoras, victimistas, sobreprotectoras, asfixiantes…

En muchas ocasiones el problema no es la ausencia de amor materno, sino el modo de demostrarlo. Hay madres que quieren a sus vástagos, pero los quieren mal. Hay conductas y actitudes que, unas veces voluntaria y otras involuntariamente, obstaculizan el desarrollo emocional de los hijos. Madres que causan dolor emocional en lugar de brindar apoyo. Aunque desde hace unos años se utiliza mucho el concepto de «madre tóxica», es importante señalar que lo tóxico no es la persona, sino sus comportamientos o el tipo de relaciones que establece con otros.

¿Qué puede llevar a una madre a establecer relaciones dañinas con sus hijos?

Pueden ser muchos los factores que influyan, entre ellos:

  • Miedos e inseguridades que se proyectan en los hijos.
  • Experiencias traumáticas vividas en el pasado
  • Haber sido una hija que no fue amada por sus propias figuras de apego. Algunas mujeres reproducen con su descendencia el tipo de vínculo y los comportamientos que tuvieron con ellas.
  • Sufrir ciertos trastornos mentales (hablo de ello más adelante)
  • Ser madre porque tocaba, porque está «en la naturaleza» de la mujer, por la presión social.

Algunas veces es posible reconducir la relación. Otras, por muy mal visto que esté, alejarse es la mejor opción (o la única). Emprender un proceso de duelo para aceptar que nunca tendremos la madre que esperábamos y que nos habría gustado tener nos liberará y nos ayudará a sanar.

Cómo saber si tu madre está influyendo negativamente en tu bienestar emocional

A continuación, te dejo algunas pistas que te pueden ayudar a reconocer si, con su comportamiento y su actitud, tu madre está minando tu bienestar y tu autoestima. Y en caso de que seas madre, quizás te ayude a identificar si tienes alguna de estas conductas y, si es así, trabajar en ello.

1. Ignora o no acepta tus límites

Hablar con terceras personas de asuntos que atañen a sus hijos, aparecer en casa de estos sin avisar, llamarles varias veces al día y a cualquier hora, tomar decisiones importantes por ellos (elegir su carrera o, incluso, la pareja), escuchar sus conversaciones privadas… Interferir en la vida personal de los hijos o exigir constantemente atención y tiempo, incluso si ellos tienen otras responsabilidades o compromisos puede enturbiar mucho el vínculo materno-filial.

Esta actitud puede generar, por una parte, resentimiento y frustración en el hijo al no sentirse visto como un adulto capaz de tomar decisiones y de vivir su propia vida. Y, por otro lado, el hecho de no sentirse valorado ni respetado le generará inseguridad y una baja autoestima.

2. Utiliza el sentimiento de culpa y vergüenza como arma

Hay madres tremendamente críticas hasta en las situaciones más banales. Se burlan o hacen comentarios negativos sobre el rendimiento académico de sus hijos; critican su apariencia o su forma de hablar… Esta actitud puede desembocar en que la hija o el hijo interiorice un permanente sentimiento de culpa o vergüenza y sienta que hay algo defectuoso dentro de sí.

Quienes conviven con madres que no dudan en juzgarles o ridiculizarles tienen muchas posibilidades de desarrollar en su adultez una actitud desvalorizadora hacia ellos mismos. En lugar de reconocer que una crítica es injusta o producto de la frustración de su madre, la absorben («Si mi madre me trata así es porque soy malo y me lo merezco»).

3. Nunca sabes a qué atenerte con ella

En su libro Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva, Liria Ortiz habla de la «madre inestable» y señala que es el «el comportamiento más difícil que una hija debe enfrentar, pues nunca sabe si aparecerá la ‘madre buena’ o la ‘madre mala».

Esta conducta está relacionada con el estilo de apego desorganizado. Los niños van haciéndose imágenes mentales de cómo son las relaciones en general en función de las que ellos mantienen con sus figuras de apego, sobre todo, con la madre. El hecho de que las personas que le tienen que proteger y cuidar sean precisamente las que maltratan genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. «Estas hijas desarrollan una forma de ver el mundo, la relación con los demás y a sí mismas de manera insegura, hostil y peligrosa, debido a que así ha sido la relación con su madre», explica Ortiz.

4. Es absorbente y dominante

Aparentemente pueden parecer unas madres perfectas porque siempre parecen muy involucradas en la vida de sus hijos. Sin embargo, el «estar encima» tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de su descendencia.

Es esa madre que necesita estar en permanente contacto con su hija, absorbiendo todo su tiempo. Presiona sobre cómo tiene actuar, cómo tiene que vestir, qué debe o no debe decir e, incluso, qué sentimientos son adecuados en cada situación.

El “estar encima” de una madre dominante tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de sus hijos.

Foto de Александр Раскольников en Unsplash

5. Tiene la necesidad de controlar cada paso que das

Este rasgo está muy relacionado con el anterior. Las madres con una personalidad muy controladora suelen dar por supuesto que todo lo que tenga que ver con su familia debe pasar antes por ella, anulando así la capacidad de decisión de sus hijos, limitando su autonomía, coartando su libertad y alimentando, a menudo inconscientemente, una fuerte dependencia emocional.

Otro modo de ejercer control es transmitirles la idea de que si no siguen sus consejos fracasarán en lo que hagan («Lo hago por tu bien», «Soy tu madre y, por tanto, quien mejor sabe lo que te conviene»). De este modo, en un intento de demostrar su amor a través del control, lo que hacen es favorecer la inseguridad y la indefensión.

6. Es excesivamente sobreprotectora

Las madres muy sobreprotectoras suelen caracterizarse por:

  • Miedo al peligro: Temen que algo malo les suceda a sus hijos y tratan de apartarles cualquier obstáculo de su camino por mínimo que sea. Los alientan para que se mantengan dentro de su zona de confort y no tomen ninguna iniciativa.
  • Dificultad para dejar ir: Hacen todo lo posible por retrasar el momento de que sus hijos se independicen y hagan su propia vida. Por ejemplo, realizando tareas que ellos pueden hacer (cocinar, ocuparse de gestiones sin explicar cómo hacerlas, limpiar, etc.)
  • Falta de confianza: No confían en que sus hijos adultos sean capaces de tomar decisiones importantes. Incluso deciden por ellos, convencidas de que no están preparados para hacerlo solos. Se anticipan a los problemas o dificultades que estos puedan encontrar y tratan de resolverlos ellas.
  • Dependencia emocional: Si una madre no tiene una autoestima suficientemente asentada puede llegar a depender demasiado de sus hijos. Hasta el punto de sentir que necesita cuidarlos y protegerlos para sentirse valorada y querida.

Estas actitudes, que parten de la propia inseguridad de la madre, dañarán la autoestima de los hijos e impedirá que  desarrollen sus propias estrategias de afrontamiento.

7. Minimiza tus logros

A Enrique siempre le apasionaron los coches y desde muy joven se interesó por la mecánica. Ha luchado mucho y después de un gran esfuerzo ha conseguido abrir un taller con otro socio. Para él es un sueño cumplido. Sin embargo, su madre, que quería que estudiase Derecho como gran parte de la familia, no solo no le ha apoyado nunca, sino que no pierde ocasión para quitar importancia a este logro. «No entiendo que prefieras pasar el día con las manos llenas de grasa a trabajar con tu padre y labrarte un brillante futuro como abogado».

8. Te ve como su tabla de salvación

Una baja autoestima o el miedo a quedarse solas puede llevar a algunas madres a aferrarse a sus hijos como a una tabla de salvación y a utilizar su relación con ellos como una forma de cubrir sus propias carencias. Por ejemplo, harán todo lo posible por mantenerlos cerca, aunque esto suponga recurrir a toda suerte de manipulaciones y enredos. Sería el caso de la madre que ve en su hija la solución para su soledad.

9. Piensa que tiene la exclusiva de tu amor

Cuando una madre cree que tiene la exclusividad sobre el amor y las atenciones de sus hijos, en el momento en que estos comiencen a salir con una pareja o se vean ‘demasiado’ con ciertos amigos hará lo posible por boicotear esas relaciones. «Tú eres demasiado bueno para esa chica, no te merece» o «Desde que ves tanto a esas amigas, ya ni te acuerdas de mí».

10. Deposita en ti el papel de cuidadora, incluso lo hacía cuando eras una niña

Cuando los hijos se convierten en padres de los padres, de la madre en este caso, hay algo que no va bien. La parentalización se produce cuando en una familia los niños son quienes se ocupan de tareas que la madre debería asumir. En el caso de la hija, por ejemplo, estos quehaceres pueden ir desde el cuidado de los hermanos o de la casa hasta calmar a su progenitora, ejercer de árbitro en las discusiones de los padres, etc.

También puede ocurrir que la madre trate a su hija como a una amiga y busque en ella la atención y el cariño que ella no tuvo. Esto lleva a la hija a sentirse insegura en un rol que no le corresponde, culpable por no poder solucionar los problemas de su madre y sola porque no tiene a la figura materna, que es lo que necesita.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

11. Sufre algún tipo de trastorno mental

A veces, detrás de un comportamiento calificado (quizás demasiado a la ligera) como «tóxico» o «dañino» hay un trastorno que impide a una madre establecer una relación sana y equilibrada con su descendencia. Desde el estrés postraumático, que puede aparecer tras vivir ciertos traumas en la infancia y que a menudo impiden una adecuada crianza de los hijos, hasta una depresión posparto no atendida, trastornos de ansiedad, etc.

Cuando estos problemas no se atienden y no se sigue el correspondiente tratamiento, es fácil que la madre no solo acabe incapacitada para criar a sus hijos, sino que puede llegar a hacerles daño. Es el caso del Síndrome de Munchausen por poderes, un trastorno mental y una forma de maltrato que se produce cuando el cuidador del niño, generalmente la madre, inventa síntomas físicos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo.

La madre con un trastorno narcisista de la personalidad también puede provocar graves secuelas en el desarrollo emocional de sus hijos.

12. Siempre adopta el papel de víctima

Detrás de este rol hay mucho control y manipulación. Al fin y al cabo, lo que se busca con esta conducta es que el hijo o la hija haga exactamente lo que su madre quiere. Un clásico: «Con todo lo que he hecho yo por ti y así me lo pagas».

Además de un pesimismo a veces extremo, en la comunicación a menudo hay una actitud pasivo-agresiva. De este modo, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, la madre se ocupa de hacerles llegar su enfado y su disgusto lamentándose, dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

La madre narcisista ejerce control y manipulación sobre sus hijos.

Imagen de storyset en Freepik

13. Hace constantes comparaciones

Las comparaciones con otras personas forman parte de un juego bastante tóxico: la triangulación narcisista. Si tu madre te recuerda siempre que tu hermano, tu prima o el hijo de la vecina es mucho más inteligente o lo hace todo mejor que tú… estás siendo participante involuntario de esta dinámica.

Esta conducta llevará al hijo o a la hija a sentir que hay algo mal en él o en ella y a pensar que haga lo que haga nunca será suficiente.

(En este blog puedes leer el artículo Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel)

14. Recurre al chantaje emocional

«Si realmente me quisieras, harías esto por mí», «Cualquier día de estos me pasará algo y tú ni te enterarás porque no me llamas nunca». Frases como esta representan el chantaje emocional al que recurren algunas madres.

15. No valida (o minimiza) tus emociones

Una madre invalida tus sentimientos cuando estás atravesando un momento complicado y te hace comentarios como «Te quejas por gusto, tú no sabes lo que es estar mal», «Tú no estás deprimido, lo que te pasa es que tienes la piel muy fina» o «Deja de lloriquear y no seas exagerado, que no es para tanto». Esta actitud es mucho más dañina en casos en los que ha habido algún tipo de maltrato o de abuso (físico, psicológico o sexual) por parte del padre o de alguien cercano a la familia y la madre tilda de exageraciones o no cree en la palabra de su hijo o su hija. La sensación de soledad y de indefensión puede llegar a ser muy invalidante.

16. Impone su criterio y no admite que la cuestiones

Hay madres muy autoritarias y rígidas que imponen siempre su criterio como el único válido. Creen saberlo todo y no escuchan. No toleran que sus hijos tengan su propia opinión, ni entienden sus dudas o sus preocupaciones porque no son capaces de empatizar con ellos. Las consecuencias son hijos con mucha dificultad para dar su punto de vista o tomar decisiones.

17. Recurre a la violencia, física o psicológica

Los malos tratos en la infancia dejan importantes secuelas en la edad adulta. Al normalizar la violencia, una persona puede llegar a replicar esos mismos comportamientos con sus hijos o, en otros casos, involucrarse en relaciones en las que verá normal sufrir la violencia a manos de su pareja.

18. Proyecta en ti sus propias expectativas y sus deseos incumplidos

Una actitud muy dañina es presionar a los hijos para que sean aquello que sus progenitores nunca llegaron a ser. Es el caso de la madre que quiso dedicarse a la música o a la interpretación, pero no pudo hacerlo por diversas circunstancias y deposita en su hija todas las expectativas que ella no fue capaz de cumplir. Por ejemplo, apuntándola desde muy pequeña a canto y llevándola a todos los castings sin pararse a preguntar a la niña si eso es lo que quiere hacer. La frase tipo sería: «Quiero que logres todo lo que yo no pude conseguir».

Suelen ser mujeres con un alto nivel de frustración que proyectan en sus hijas (muchas veces sin darse cuenta) sueños que no cumplieron y que esperan poder alcanzar a través de ellas.

19. Compite continuamente contigo

Se trata de un rasgo propio de madres narcisistas que ven a sus hijas como rivales y que se relacionan con ellas desde los celos, el resentimiento y la crítica (y no precisamente constructiva).

Al contrario de lo que ocurría en el caso anterior, este tipo de madres no dudarán en hacer lo que sea necesario para que sus hijas no tengan éxito en aquello en lo que ellas fallaron. Por ejemplo, señalando sus fallos, diciéndoles que no son suficientemente buenas, ridiculizándolas, etc. O, incluso, culpándolas de su propio fracaso. «Una madre narcisista puede percibir a su hija como una amenaza y cuando esta atrae la atención, quitándosela a su madre, sufre represalias, desprecios y castigos», comenta Karyl McBride en su libro Madres que no saben amar.

El resultado suele ser una baja autoestima, una profunda vergüenza y un gran sentimiento de culpa para la hija, que puede llegar a no sentirse merecedora de los logros que obtenga en la vida.

Una madre narcisista compite continuamente con su hija.

20. Te ve como una extensión de ella

Esta característica está muy relacionada con la anterior. En este caso, la madre va a prestar atención a su hija en la medida en que esta se adapte y cumpla sus deseos. Como solo se centra en sí misma y lo que más le interesa es satisfacer su propio ego, las relaciones entre ambas serán siempre superficiales.

Este tipo de madre ve a su hija como una extensión de ella y, por esta razón, la presionará para que actúe y reaccione como ella lo haría. Según McBride, «esto hace que la hija esté siempre luchando por encontrar la ‘manera’ correcta de responder a su madre para ganarse su amor y aprobación. Pero la madre nunca aprobará que su hija sea ella misma, que es justo lo que esta necesita».

21. Puedes sentir su rechazo

Durante la niñez, buscamos y necesitamos la cercanía de las figuras de apego, especialmente de la madre. Cuando esta tiende a evitar cualquier contacto de tipo afectivo, podemos llegar a la edad adulta experimentando una fuerte sensación de no haber recibido la atención suficiente y con un intenso anhelo de amor y de ser vistas. Y este deseo desesperado y urgente de amor, a su vez, nos llevará a exponernos a vínculos afectivos poco saludables.

22. Es como una fortaleza inexpugnable

Liria Ortiz habla así de la «madre inaccesible»: «La inaccesibilidad emocional puede incluir falta de contacto físico, como abrazar y sostener a su hija. Esto puede ser muy doloroso y también desconcertante. Estos comportamientos dejan a la hija con hambre emocional y a veces exigiendo cercanía desesperadamente. Estas hijas desarrollan un vínculo inseguro y, a menudo, cuando se vuelven adultas, se aferran a relaciones en las cuales necesitan ser admiradas constantemente por sus amigos y por su pareja».

Se trata de madres desconectadas emocionalmente que proporcionan techo y comida, pero no empatizan con sus hijos ni son capaces de darles la seguridad y el apoyo emocional que necesitan. Priorizan el que sus niños vayan siempre limpios, sean obedientes, acudan a un buen colegio y se olvidan de aliviar, escuchar o consolar. («Tienes un techo bajo el que dormir, ropa que vestir y un plato siempre en la mesa. ¿Qué más quieres?»).

23. Disfraza su indiferencia de permisividad

En el extremo opuesto de la madre controladora está la madre demasiado permisiva que se autodefine como ‘la mejor amiga de su hija’. En  algunos casos, lo que hay detrás de este exceso de «dejar hacer» es indiferencia; en otros, distintos grados de dificultad a la hora de afrontar los conflictos. Las consecuencias para los hijos: una baja tolerancia a la frustración.

24. Promueve e inculca los roles de género

A menudo y de forma inconsciente, hay madres que inculcan en sus hijas ideas muy arraigadas aún en la sociedad sobre su rol como mujer, como madre o como esposa. Ideas como que una mujer solo puede ser feliz en pareja, que hay que aguantar ciertas situaciones abusivas o que es mejor adoptar una actitud sumisa para evitarse problemas.

Del mismo modo, pueden favorecer que sus hijos varones repriman sus emociones para ‘preservar’ su masculinidad («Los hombres de verdad no lloran»), restar importancia a comportamientos objetivamente reprobables o fijar en ellos la creencia de que la fuerza es el mejor modo de hacerse respetar.

25. Tienes la sensación de que te ve como una propiedad más

Aquí tenemos otro rasgo marcadamente narcisista. Madres convencidas de que absolutamente todo lo que son y lo que han conseguido los hijos ha sido gracias a ellas. Desde una posición ‘superior’, consideran que haber cuidado y alimentado a sus hijos ya es suficiente motivo de peso para que, en agradecimiento, estén a su servicio y se esfuercen en complacer cada uno de sus deseos. Además, no pierde la ocasión de recordarles que sin ella no valen nada, con la consiguiente merma de autoestima que esto puede generar en los hijos, ya que por mucho que hagan nunca será suficiente.

Referencias bibliográficas

McBride, K. (2013). Madres que no saben amar. Barcelona: Urano

Ortiz, L. (2016). Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva. Montevideo: Editorial Planeta

En las familias aglutinadas hay un concepto de lealtad mal entendida.

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica

Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica 1280 1054 BELÉN PICADO

Teresa tiene 20 años y está en la universidad. Hace unas semanas llegó a mi consulta porque su ansiedad había llegado a tal extremo que temía no poder presentarse a los exámenes. Estudia Derecho, como antes hicieron su padre y su hermano, e incluso colabora en el bufete familiar. En realidad, a ella lo que siempre le gustó fue Historia del Arte; de hecho, se ha planteado cambiar de carrera. Pero sabe que sus padres lo vivirían como una traición y ella, en sus propias palabras, «no podría vivir con esa carga». Por si fuera poco, el chico con el que ha empezado a salir tampoco es del agrado de su familia y está planteándose romper con él para evitar tensiones. Teresa pertenece a una de  esas familias aglutinadas caracterizadas por una tendencia a favorecer el bien del grupo por encima de cualquier necesidad individual.

La familia constituye un sistema dinámico y abierto en continua transformación y la interacción entre sus miembros es tan importante como el respeto a la individualidad de cada uno. Pero para que esta interacción funcione son necesarios límites que regulen las relaciones, tanto entre la familia y el exterior como entre los propios integrantes del sistema.

Límites claros, rígidos y difusos

Según Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, las familias deben funcionar con unos límites adecuados que ayuden a mantener relaciones saludables. Estos límites pueden ser de tres tipos: claros, rígidos y difusos.

Unos límites claros facilitarán la interacción afectiva entre los diferentes miembros a la vez que se respetan los espacios y las funciones de cada uno en el día a día familiar. En este entorno saludable las personas se sienten cómodas compartiendo sus pensamientos y sentimientos sin temor a verse invadidas, juzgadas o rechazadas. El tiempo que se comparte con la familia es importante, pero se respeta también el tiempo en solitario.

Los límites rígidos son propios de las familias desligadas. Los miembros suelen estar aislados entre sí e interactúan con mucha distancia, tendiendo a priorizar la individualidad sobre el grupo. Por este mismo motivo, en estas familias la comunicación y la expresión emocional son bastante difíciles.

Si los límites son difusos, que es lo que ocurre en las familias aglutinadas, habrá una confusión de roles, un exagerado sentido de pertenencia y un concepto de la lealtad familiar mal entendido. Se priorizará el sentido de grupo en detrimento de la autonomía personal. Y en este tipo de familias es en el que vamos a profundizar un poco más.

Cuando los límites son difusos, como ocurre en las familias aglutinadas, hay una confusión de roles.

Exagerado sentido de pertenencia: «Todos para uno y uno para todos»

En la familia aglutinada se pone siempre por delante el sentido de pertenencia, aunque ello suponga que sus miembros pierdan gran parte su autonomía en beneficio del bien grupal. Por una parte, esto aumenta la distancia entre lo que es la familia y lo que está fuera de ella, que muchas veces se ve como peligroso o negativo. De hecho, es habitual que se establezcan unas fronteras rígidas y se rechace o critique todo lo que venga de fuera.

Sin embargo, por otro lado, esa frontera desaparece dentro del propio sistema. Esto significa que todos saben de todos y todos pueden inmiscuirse en la vida de todos, sin importar roles ni jerarquía dentro de la familia y esto incluye a hermanos, primos, tíos, abuelos…

Cuando el aislamiento respecto al exterior se hace muy acusado, puede llegar a haber dificultades de cara a relacionarse con personas ajenas al sistema. Por ejemplo, a la hora de incorporar a la nueva pareja de uno de los miembros. La familia es lo primero y quien venga de fuera tendrá que adaptarse o será criticado o rechazado.

Jerarquía poco definida y confusión de roles

Una de las características de las familias en las que existen unos límites claros es que las jerarquías entre sus diferentes miembros también están bien definidas. Según afirma Minuchin en su libro Familias y terapia familiar: «Debe existir una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos posean niveles de autoridad diferentes».

En las familias aglutinadas, por el contrario, los límites difusos van de la mano de jerarquías de autoridad poco claras. Un ejemplo lo tendríamos en la madre que habla con sus hijos abiertamente sobre temas que pertenecen a la intimidad conyugal. O en los hijos que, desde la misma posición de autoridad que los padres, toman decisiones que no se corresponden con su rol o intervienen de forma directa en los problemas de los padres como pareja (parentalización).

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

Este tipo de jerarquía poco definida también favorece que dentro de la familia haya vínculos emocionales de tipo simbiótico («Soy la mejor amiga de mi hija; no tenemos secretos entre nosotras»).

Pérdida de la autonomía individual

Los hijos de familias aglutinadas suelen encontrar grandes dificultades para independizarse y tener una vida propia. De hecho, aun de adultos es muy probable que sigan a la sombra de sus progenitores y sientan que su propia identidad consiste en ser un buen hijo o una buena hija. Incluso casados, pueden llegar a necesitar la aprobación paterna para tomar cualquier decisión acerca de cómo resolver algún problema en su matrimonio o con sus propios hijos.

Dentro de casa tampoco se favorece la intimidad, ni se respeta el espacio privado de cada miembro. Tanto la autonomía como la intimidad y el espacio propio se ven como señal de egoísmo.

En las familias aglutinadas se da prioridad al bien del grupo sobre las necesidades individuales.

Sin espacio para la diferenciación

El concepto de diferenciación se lo debemos al psiquiatra estadounidense Murray Bowen. Hace referencia al nivel de independencia emocional que desarrollamos los seres humanos ya desde el seno familiar y también está relacionado con nuestra capacidad de ser autónomos sin sentirnos excluidos del grupo. Esta autonomía, además, nos permite ver con mayor objetividad lo que ocurre dentro de dicho grupo, en este caso la familia.

Lo que ocurre en las familias aglutinadas es que las relaciones entre sus miembros son tan excesivamente cercanas que no permiten la diferenciación. Esta circunstancia es perjudicial, sobre todo, en la adolescencia ya que se obstaculiza el desarrollo de la formación de la identidad.

En estos sistemas, en los que no está bien visto ser distinto, se entorpece cualquier intento por diferenciarse. Y en casos extremos, cualquier conato de un miembro por encontrar su propio camino será vivido por la familia como una traición y el ‘rebelde’ pasará a convertirse en la ‘oveja negra’.

Lealtad mal entendida

Seguir un camino académico o laboral diferente al de la familia (como le ocurre a la joven de la que os hablaba al principio del artículo), proseguir con una relación que no ha sido aprobada por los padres, romper con la tradición de comer todos los domingos en la casa familiar o, simplemente, faltar a un cumpleaños de un pariente se percibe como una traición en las familias aglutinadas.

A menudo este concepto de lealtad mal entendida va unido a una idealización del sistema familiar. De manera consciente, la persona puede pensar que su familia «es perfecta». Sin embargo, a nivel inconsciente, puede haber una gran confusión emocional. Un sentimiento de tristeza, de estar perdido, que puede expresarse en forma de anestesia emocional (no sentir nada, normalizar todo) o de llanto incontrolable. No son pocas las ocasiones en las que un hijo experimenta tal ansiedad y angustia a la hora de buscar su propio camino que opta por postergar o renunciar a sus sueños por temor a decepcionar a sus padres.

También se verá como una deslealtad, por ejemplo, que uno de los hijos rechace el rol que se había elegido para él. Es el caso de familias en las que, implícitamente, se espera que la hija menor renuncie a su propio proyecto personal para quedarse al cuidado de los padres mayores. Se trata de una costumbre que muchas veces se transmite de generación en generación, lo que conlleva que no cumplirla se tome como una traición.

(En este blog puedes leer el artículo «Qué es y como nos afecta el conflicto de lealtades en la familia«)

Dificultades para afrontar los conflictos

En algunas ocasiones y si el problema excede la capacidad de afrontamiento de la familia, el conflicto se ignorará o se ocultará. Esto último ocurre, sobre todo, de cara al exterior (“Los trapos sucios se lavan en casa”).

Dentro del núcleo de las familias aglutinadas es habitual que sea complicado mantenerse al margen de enfrentamientos o discusiones entre sus integrantes. Si están todos presentes, todos opinarán y participarán en la discusión.

Por otra parte, el hecho de que todos los miembros se muestren excesivamente implicados en cualquier conflicto aumentará las probabilidades de que el estrés repercuta en la familia al completo. Y esto, a su vez, reducirá las posibilidades de poder ofrecerse una ayuda efectiva entre ellos.

Aprender a poner límites

Atreverte a decir «no» y a defender tu derecho a tener tu propia identidad y tu propio espacio no es fácil cuando perteneces a una familia aglutinada. Es normal que experimentes culpa, que te sientas como el malo de la película y que te toque enfrentarte a algún que otro conflicto. Pero marcar límites no es sinónimo de ser desleal, sino todo lo contrario. Te ayudará a oxigenar tus relaciones familiares y a posicionarte de una manera más sana, objetiva y respetuosa, no solo contigo mismo sino también con los demás.

Las familias pasan por diferentes etapas en su ciclo vital y es necesario aprender a adaptarse a ellas. Que un hijo quiera independizarse y crear su propia familia o que tenga un criterio diferente al de sus padres, por ejemplo, no significa que esté traicionando al clan.

Es cierto que la cohesión familiar es necesaria para superar las dificultades, pero no de una forma rígida, sino con la suficiente flexibilidad para actuar de manera adecuada ante las situaciones que vayan apareciendo. Por ejemplo, contando con una red de apoyo externa a la que acudir en caso de necesidad. Todos necesitamos de todos y la familia no es una excepción.

Si perteneces a una familia aglutinada, rescata sus fortalezas, como el apoyo o la capacidad de cuidar ‘a la manada’. Pero si hay algo que no te hace bien o te produce malestar, no tienes por qué quedarte con ello.

En resumen, mantener la unión familiar no significa que tengamos que estar unos pegados a otros defendiendo un pensamiento único. Cohesión y unión familiar es conservar una distancia adecuada permitiendo al otro desarrollarse. Es funcionar cada uno desde su espacio y estar en disposición de ayudar a quien lo necesita, pero permitiendo que antes lo intente con sus propios recursos y sin responsabilizarnos de sus problemas. Y también es permitir a cada miembro desarrollar su propio criterio, por muy diferente que sea al del núcleo familiar.

El síndrome del salvador: «Necesito que me necesites»

El síndrome del salvador: «Necesito que me necesites» 1920 1280 BELÉN PICADO

Seguro que todos conocemos a alguien sumamente servicial, que asume como suyos los problemas de la gente que le rodea o que siempre está dispuesto a dejar sus intereses en segundo lugar para ocuparse de que otra persona cumpla sus objetivos. Se trata de rescatadores natos que parecen tener un radar para detectar necesidades y problemas ajenos y que tienen una necesidad casi impulsiva de ayudar. Este comportamiento se conoce como síndrome del salvador o también como síndrome del caballero blanco.

Esta actitud de ayuda unilateral suele darse más en las relaciones de pareja, pero también puede verse en otro tipo de relaciones, sobre todo entre padres e hijos. Es el caso de la madre que hace la comida a diario para su hijo porque, si no, va a comer fatal (el muchacho en cuestión tiene 40 años y hace más de diez que ya no vive en casa). Otro ejemplo es el de los hijos que no dejan que sus padres hagan nada solos “porque ya están mayores” (aunque el padre o la madre puedan manejarse por sí mismos perfectamente).

A la mayoría de nosotros nos enseñaron de niños que hay que ayudar a los demás y eso está muy bien, sobre todo a la hora de vivir en sociedad. Sin embargo, también es importante entender que ese altruismo debe basarse siempre en la reciprocidad.

El 'salvador' tiene la urgente necesidad de ocuparse de las necesidades de los demás.

¿Cómo se crea un salvador?

El rol de salvador puede aparecer en la infancia como un mecanismo para equilibrar el sistema familiar.

Es habitual que la persona proceda de un hogar en el que no se atendieron sus necesidades afectivas. Por ejemplo, pudo pasar que el niño se viera obligado a asumir responsabilidades que no le correspondían, como cuidar de alguno de los padres o de sus hermanos (parentalización). Ese niño sintió que si se preocupaba y era solícito con las necesidades de las figuras de apego su amor sería correspondido e, indirectamente, con el paso del tiempo seguirá buscando relaciones que repitan el patrón. Por un lado, tratará de satisfacer su hambre de amor proporcionando afecto a quienes siente que lo necesitan. Por otro, a la hora de relacionarse tenderá a elegir personas emocionalmente inaccesibles (como lo fueron sus figuras de referencia), con la esperanza de que, con su entrega, la otra persona acabe cambiando.

Cuando me ocupo de tus necesidades, desvío la atención de las mías

Muchas de las actitudes disfuncionales que desarrollamos nos aportan una serie de ventajas de las que no somos conscientes, pero que existen. Y el impulso de vivir rescatando a los demás es una de ellas. El síndrome del salvador permite:

  • Ponerse por encima del otro. El síndrome del salvador es consecuencia, en parte, de una generosidad mal entendida. Aunque la persona esté convencida de que solo busca el bien del otro, lo que está haciendo inconscientemente es ponerse por encima. Así se inicia un juego en el que, el rescatador, a medida que ayuda, va engrandeciéndose a la vez que hace pequeños a quienes pretende ‘salvar’, al no dejar que estos salgan adelante por sí mismos. Al mismo tiempo, paradójicamente, su orgullo le impide reconocer sus propias necesidades y pedir ayuda cuando la necesita.
  • Sentirse valorados. Uno de los motivos por los que no es fácil que el salvador renuncie a su rol es porque se resiste a no ser imprescindible. Y tiene su lógica porque para él es el único modo que conoce de sentirse visto y de dar sentido a su vida. El problema es que, al basar su autoestima en la respuesta del otro, si este en algún momento decide prescindir de su ayuda, se sentirá frustrado, poco valorado y muchas veces perdido.
  • Evitar mirar las  propias heridas. El salvador pone toda su energía en solucionar los problemas del otro, para no tener que detenerse a observar su dolor y responsabilizarse de él. A menudo no se atreve a enfrentarse a sus carencias y conflictos internos y prefiere volcarse en los del otro.
  • Tener el control. Los salvadores son excesivamente controladores. Para sentirse seguros necesitan que todo esté controlado, tanto situaciones como personas. Y como no se fían de la capacidad de otros para resolver sus problemas, prefieren encargarse ellos mismos. «Mientras el otro necesite mi protección, lo podré controlar. Además, como he creado en él la necesidad de que le proteja y le cuide no correré el riesgo de que me abandone».

El síndrome del salvador es consecuencia, en parte, de una generosidad malentendida.

Relaciones tóxicas

Hasta ahora hemos hablado de los salvadores, pero para que haya un salvador tiene que haber un salvado. Ambos tienen en común el no hacerse responsables de sus propias emociones, desembocando en relaciones tóxicas en las que hay una gran dependencia emocional y una acusada asimetría. Es decir, siempre se produce una desigualdad de roles.

El salvado suele tener una personalidad dependiente, con baja autoestima y poca seguridad en sí mismo. Una relación tóxica salvador-salvado es la que se establece, por ejemplo, entre el alcohólico y el familiar codependiente (Si te interesa, te invito a leer el artículo Codependencia y alcoholismo: dos caras de la misma adicción en este mismo blog).

Aunque ambos creen que el otro les dará lo que necesitan, esto nunca sucede. El salvador se dará cuenta de que no puede hacer nada por el otro, pues el vacío que intenta cubrir nunca se llena y el salvado siempre reprochará al salvador que nunca le va a dar lo que el necesita.

Con el tiempo, el resentimiento acabará adueñándose del ayudador compulsivo por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de los servicios prestados. Y como en muchos casos no se atreve a expresarlo verbalmente, acaba recurriendo al chantaje emocional, al victimismo o a la manipulación con la esperanza de obtener así el amor que cree que merece.

Lo primero, tomar conciencia

Si tu forma de ser se corresponde con las características de un salvador o una salvadora, estas pautas podrían servirte de ayuda:

  • Toma conciencia de este patrón de comportamiento. La capacidad de reflexión y la toma de conciencia es el primer paso para empezar a vivir nuestra vida en vez de dedicarnos a solucionar la de los demás. Pregúntate: ¿Desde cuándo tienes esa necesidad de sentirte indispensable? ¿Qué beneficios has obtenido? ¿Ha habido alguna etapa en tu vida en la que esta característica haya sido más evidente?
  • Aprende a confiar en el otro por mucho que te cueste. Es posible que las cosas no salgan como tú consideras que es lo correcto y que eso te genere cierta frustración. Pero es algo que debes aprender a sostener. El hecho de que otras personas no hagan las cosas como tú no significa que estén mal hechas. Solo que las hacen de modo diferente. Sin más. No pienses por ellas, deja que acierten (o se equivoquen). Y si alguien quiere tu ayuda, ya te la pedirá.

Aprende a confiar en el otro por mucho que te cueste.

  • Acostúmbrate a ocuparte de ti mismo. Ocuparse de uno mismo no es egoísta, como tampoco es un signo de generosidad querer solucionar la vida del otro. Lo único que estás haciendo es distraerte de tus propios problemas. Atrévete a mirar dentro de ti y sincérate: ¿Realmente crees que tu vida está tan resuelta que ya puedes dedicarte a arreglar la de los demás? ¿O en realidad necesitarías que te rescatasen a ti?
  • Aprende a decir “no”. Es muy posible que, si llevas tiempo ejerciendo de salvador o salvadora, la persona salvada se haya acostumbrado y no te ponga fácil renunciar a tu papel. Así que vas a tener que aprender a poner límites y mantenerte firme. Recuerda que tienes todo el derecho a pensar en ti y ponerte por delante.
  • Aprende a diferenciar empatía de simpatía. Suele considerarse al salvador como una persona empática y no es así. La empatía es la capacidad de ponernos en la piel del otro, acompañarlo y ayudarlo a solucionar sus conflictos a su manera, permitiéndole que crezca. La simpatía es la capacidad para solucionar los problemas de los demás desde nuestra propia perspectiva, es decir, desde la forma en que lo haríamos nosotros.
  • Cultiva la flexibilidad y la reciprocidad. Una relación sana siempre es flexible, unas veces apoyarás tú al otro y otras será el otro quien te ayudará a ti. Dice Bert Hellinger: “Eso de amar sin esperar nada a cambio es bonito en los cuentos de hadas. Pero en la vida real, un amor maduro exige un delicado equilibrio entre dar y recibir, porque todo aquello que no es mutuo resulta ser tóxico”.
El personaje principal de "Valeria" sufre el síndrome del impostor.

«Soy un fraude» o el síndrome del impostor (y cómo superarlo)

«Soy un fraude» o el síndrome del impostor (y cómo superarlo) 768 513 BELÉN PICADO

Valeria es el título de una serie de Netflix y que relata el día a día de una escritora treintañera. Ya en el primer capítulo, la protagonista descubre que su falta de inspiración podría estar relacionada con el síndrome del impostor. “Personas que viven atormentadas de descubrir en cualquier momento que no son tan inteligentes como parece”, lee Valeria (Diana Gómez) en internet mientras busca como recuperar el favor de las musas. Elisabeth Benavent, autora de los libros en los que se basa la serie, declaró en una entrevista que ella empezó a sufrirlo cuando sus libros comenzaron a venderse: “Pensaba: ‘Esto no puede ser, en realidad no me lo merezco; esto solo es una moda’. Soy un poco angustiosa y convivo con el síndrome del impostor todos los días. Comprendo muy bien a Valeria”.

De Victoria Abril a Michelle Obama

Os sorprendería saber cuántas personas sufren o han sufrido el síndrome del impostor. Según algunos estudios, siete de cada diez han pasado por ello alguna vez en su vida. Victoria Abril, una de nuestras actrices más internacionales, describe muy bien en qué consiste en una entrevista que le hicieron en 2017: “Hasta los 30 yo tenía el síndrome del impostor. Me levantaba pensando, ‘Dios mío, el día que España se despierte y se dé cuenta de que no soy ni guapa, ni alta, ni actriz, que no he estudiado, que lo único que hago es sobrevivir y avanzar como puedo…’. Vivía un poco angustiada en ese sentido”. Más recientemente, Penélope Cruz confesó en el programa de televisión El Hormiguero: «El primer día de los rodajes te juro que siempre creo que me van a echar».

Resulta curioso que personas admiradas y que son la personificación del éxito, tengan estos pensamientos, ¿verdad?. La mismísima Michelle Obama, ex Primera Dama de Estados Unidos y una abogada de gran prestigio, ha admitido sufrirlo. Y no solo ella. También empresarias de éxito, científicas, escritoras o actrices tan conocidas como Kate Winslet, Natalie Portman y Meryl Streep. Suele afectar en mayor medida a las mujeres, aunque algunos hombres también han pasado por ello. Es el caso del pianista británico James Rhodes o el primer hombre que pisó la Luna, Neil Armstrong.

Perfeccionismo y autoexigencia en exceso

Todos podemos experimentar inseguridad ante ciertos retos o en determinadas situaciones de nuestra vida, sobre todo si son nuevas. La diferencia está en que en el síndrome del impostor esa inseguridad es intensa y permanente y general un considerable malestar emocional.

Quienes lo sufren sienten que son un fraude, que no son lo suficientemente buenos. Creen que no merecen sus logros, que lo que han conseguido ha sido por un golpe de suerte y que la gente puede darse cuenta en cualquier momento. Por lo general, viven este problema en silencio, muchas veces por temor a las burlas o a que les acusen de ‘pecar de falsa modestia’. Sin embargo, esto no es así. Estas personas se sienten verdaderamente incómodas cuando reciben el reconocimiento y la valoración de otros porque son incapaces de internalizar sus éxitos.

Otras características que suelen compartir son el perfeccionismo, la autoexigencia, la autocrítica y el miedo al fracaso. La persona llega a invertir más horas de las necesarias en prepararse para algo que ya domina o puede dar respuestas vagas y evasivas por temor a no ser capaz de hacerlo perfecto. Este exceso de autoexigencia puede desembocar en estrés, ansiedad, trastornos del sueño o depresión, entre otros problemas.

Por otra parte, conviene saber que intentar ayudar a alguien con este problema insistiendo en reconocer sus méritos o diciéndole todo lo que hace bien y lo que ha conseguido puede generarle más angustia y aumentar su sensación de ser un fraude. Esto es así porque su problema no tiene tanto que ver con la validación externa, que habitualmente sí tienen (lo que pasa es que no acaban de creérsela), como con la falta de reconocimiento interno. Esta falta es tan acusada que la persona no puede ver con objetividad sus propios logros. Por ello, parte de la solución está en que sean ellos mismos quienes aprendan a verse objetivamente, con sus virtudes y limitaciones.

El síndrome del impostor afecta más a las mujeres.

‘Impostores’ en todos los ámbitos de la vida

Generalmente, afecta a profesionales que se mueven en áreas donde hay mucha competencia (laborales o académicas). La psicóloga Pauline Clance, que fue la primera en utilizar el término «síndrome del impostor» en 1978, cuenta que ella misma lo sufrió en la escuela. Con el tiempo se hizo profesora y vio que a muchos de sus alumnos también les ocurría.

En el terreno laboral, quienes tienen este patrón de comportamiento pueden ver muy limitadas sus posibilidades. Por ejemplo, es posible que no presenten su candidatura a un empleo para el que están plenamente capacitados o que no soliciten un ascenso por considerar que «no lo merecen».

Pero el síndrome del impostor también se produce en otros ámbitos, como el familiar, el social o el afectivo. En este último caso, la persona no comprende que pueda ser amada o deseada y vive atormentada por la posibilidad de que la abandonen en cualquier momento. Y esto puede llevar en ocasiones a evitar el compromiso o a implicarse de manera superficial, dando por hecho que, antes o después, su pareja la conocerá realmente y la dejará.

El alto precio de presionar a los niños por ser los mejores

Las dinámicas familiares que se establecen en la infancia tienen mucho que ver en la aparición del síndrome del impostor. En algunas familias, directa o indirectamente, se cataloga a los hijos como el torpe, el inteligente, el gracioso… Y esto influye en el modo en que el niño construye su autoconcepto, es decir, en cómo se ve a sí mismo. Esas etiquetas a menudo le acompañan hasta la edad adulta y luego es muy difícil desprenderse de ellas.

En otras ocasiones, hay una falta de refuerzo afectivo por parte de las figuras de apego que, además, presionan en exceso al niño para que sea el mejor en los estudios, el deporte, etc.  En esas familias son habituales frases del tipo «Tú puedes hacerlo mejor», «Un notable no es suficiente», «Tienes que esforzarte más»… El niño siente que nunca será lo suficientemente bueno para sus padres y, sin darse cuenta, irá haciendo suyas esas frases, convirtiéndolas en la voz de su juez interior. Estas ideas que nos tragamos sin digerir son los introyectos y juegan un papel muy importante en el desarrollo del síndrome del impostor. Poco a poco, vamos interiorizando la exigencia de los demás hasta que ese nivel de perfeccionismo deja de ser marcado desde el exterior y somos nosotros mismos quienes nos lo exigimos.

(En este blog puedes leer el artículo «El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas»)

El síndrome del impostor también puede aparecer en la edad adulta como consecuencia de la parentalización. Cuando el niño se convierte en el cuidador y apoyo principal de sus figuras de apego, carga sobre sus hombros una responsabilidad imposible de asumir. Sin embargo, no atribuye esta dificultad a que es un niño y a que no puede cumplir las funciones de un adulto. Al contrario, siente que ha fallado a sus padres y que nunca será lo suficientemente bueno. Y en su subconsciente, la falta de apoyo y de refugio por parte de aquellos así se lo confirma. Ya de adulto, habrá interiorizado esa inseguridad y no importará el éxito que alcance y cuánto le feliciten. Siempre tendrá la sensación de no ser tan bueno, tan inteligente o tan válido y de no merecer lo bueno que le pase.

La presión excesiva puede provocar consecuencias muy negativas.

Cómo superar el síndrome del impostor

  • Cuando tengas pensamientos o sentimientos que te lleven a creer que eres un impostor o una impostora, escríbelos. Una vez que los hayas anotado, somételos a una evaluación realista. ¿Qué pruebas objetivas avalan dichos pensamientos?
  • Haz una lista con los logros que vas consiguiendo y revísala cuando el perfeccionismo o los pensamientos ‘impostores’ asomen en el horizonte.
  • Repasa tus fortalezas y tus debilidades. Aceptarse y asumir que no somos perfectos es un reto tan difícil como necesario.
  • Descubre la gama de grises porque no todo en la vida es blanco o negro. Unas veces merecerás que reconozcan tus logros y otras te tocará corregir lo que no has hecho bien. No eres perfecto, pero el resto del mundo tampoco lo somos.
  • Sincérate con alguien cercano en cuya opinión confíes y cuéntale qué te ocurre. Mantener un diálogo abierto sobre lo que te angustia te ayudará a relativizar. También te vendrá bien abrirte con alguien a quien respetes o admires a nivel académico o profesional. Enseguida te darás cuenta del gran número de ‘impostores’ que hay por ahí, incluso quienes menos te lo esperas.
  • Sé amable contigo mismo. Repito: Nadie es perfecto. Así que perdónate cuando cometas errores y felicítate cuando obtengas algún logro.
  • Agradece los halagos y punto. La próxima vez que alguien te felicite o te haga un cumplido, no te justifiques ni pongas una excusa. Simplemente, sonríe y da las gracias.
  • Comparte tu experiencia. Ayuda a otras personas con menos formación o experiencia y verás cuánto puedes aportar.

Y un último apunte: Recuerda que el verdadero impostor nunca sentirá ni admitirá que es un impostor.

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Lectura

Fugas o la ansiedad de estar vivo. El pianista británico James Rhodes habla en este libro sobre el síndrome del impostor. Confiesa que cada vez que se sube a un escenario, sobre todo en el inicio de sus giras, anticipa que el público va a darse cuenta de sus fallos y va a ver que no tiene suficiente talento para estar ahí.

El síndrome de la impostora. Elisabeth Cadoche y Anne de Montarlot tratan de responder a la pregunta ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas?. Para ello, aportan estudios científicos en los que se ha analizado esa falta de confianza e incluyen testimonios de mujeres que la han sufrido, a pesar de ser exitosas en sus profesiones.

«He estado en las mesas y comités más poderosos que podáis imaginar. También en ONGs, fundaciones, multinacionales y cumbres del G-20. Tengo un asiento en la ONU. Os aseguro que nadie es tan brillante como aparenta.» (Michelle Obama)

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