Negligencia

El narcisismo sano también existe y es necesario para una adecuada autoestima

El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima)

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Seguro que cuando escuchas hablar de narcisismo o de narcisistas automáticamente te viene a la mente la imagen de alguien sin empatía, con aires de grandeza, un deseo permanente de admiración y sin ningún escrúpulo a la hora de manipular a los demás. Sin embargo, también hay un narcisismo sano y adaptativo que es necesario conocer, valorar y cultivar. Es más, todas y todos necesitamos pasar por un proceso de narcisización en nuestra niñez para poder desarrollar una adecuada autoestima.

En realidad, el narcisismo es una característica inherente a la naturaleza humana y estrechamente vinculada a nuestra identidad. Como otras dimensiones de la personalidad, el narcisismo se extiende a lo largo de un continuo. La diferencia entre contar con una buena autoestima y creerse el amo del mundo dependerá básicamente del lugar de ese continuo donde nos coloquemos. En el caso de una persona con un narcisismo sano se situará en la zona media de ese amplio espectro. Es decir, mostrará un autoconcepto positivo y sabrá cómo satisfacer sus propias necesidades, sin perder la capacidad de ser empática con los demás. Así que, ya veis, todo depende de la dosis.

Narcisismo sano y narcisismo patológico

Existen numerosas definiciones de narcisismo, muchas de ellas asociadas a su parte más negativa y patológica. Como mi intención con este artículo es mostrar su lado más saludable, comparto lo que escribe la psicóloga Cristina Rodríguez Cahill en su libro Los desafíos de los trastornos de la personalidad:

«Se concibe el narcisismo como la integración de la experiencia de uno mismo, unido a una autovaloración sana que conlleva el placer de la autoafirmación, una adecuada satisfacción de necesidades, la capacidad para la dependencia madura y el seguimiento de unos valores éticos. Concebimos el narcisismo como el elemento que permite dar solidez a la identidad y sobre el cual se asienta una autoconsideración positiva y realista, experiencia que puede sufrir fluctuaciones a lo largo de la vida en función de los acontecimientos vividos. El narcisismo, por tanto, como fuente organizadora del psiquismo es una fuerza que adquiere un papel relevante en la cohesión y sensación de estabilidad de la identidad, siendo difícil mantener una imagen ajustada de uno mismo sin esta sensación de consistencia interna».

El narcisismo patológico, sin embargo, se caracteriza por una eterna insatisfacción, la necesidad de ser admirado y adulado a todas horas, tener una imagen inflada de uno mismo, manipular para salirse con la suya, etc. Este tipo de personas pueden ser tan encantadoras en público como hostiles en privado con amigos, pareja o familiares.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule)»)

Una dosis adecuada de narcisismo sano ayuda a desarrollar una autoimagen positiva.

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El miedo a sobresalir

A veces, el miedo a convertirse en alguien arrogante y egoísta puede llevar a hacer todo lo posible por no sobresalir, por no llamar la atención. Incluso hay quien tiene tanto miedo a verse y ser visto como narcisista, que se machaca si se le escapa una sonrisa de orgullo o satisfacción por algún logro conseguido o quien cree ser lo peor si se atreve a reconocer que algo se le da muy bien o si en un momento determinado llega a anteponer sus necesidades a los deseos de los demás.

Esta actitud, conocida también como comportamiento ecoísta, puede deberse a varias razones. Un progenitor extremadamente narcisista, por ejemplo, puede exigir toda la atención de su hijo, sin dejarle espacio para ‘recrearse’ en sí mismo. Es el caso de Sara. Cuando era niña creía que su madre lo sabía todo y era perfecta. A medida que fue creciendo, aprendió que, para obtener la atención y la aprobación materna, tenía que reforzar la creencia de su madre en su propia perfección. Porque si Sara intentaba hacer valer sus propias necesidades, solo recibía frialdad y desprecio.

Otro motivo por el que hay quienes nunca desarrollan un narcisismo sano es el temor a que los demás los envidien. Cuando un niño aprende que será castigado o tratado de forma hostil si sobresale, esconderá o disminuirá su excelencia, tal vez incluso ocultándosela a sí mismo.

Muchos de estos temores en realidad son ‘mandatos’ tácitos que se van transmitiendo en una misma familia de generación en generación.

En cualquiera de estos casos y aunque nos hayan hecho creer lo contrario, es importante recordar siempre que reconocer nuestra valía y nuestros logros no es negativo ni egoísta, sino algo natural y necesario.

(En este blog puedes leer el artículo «Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note»)

El proceso de narcisización en el niño

El proceso de narcisización, o narcisización primaria, es una parte fundamental del desarrollo psicológico en la infancia. A medida que el niño crece, va aprendiendo a distinguir su propio yo del mundo exterior, a formarse una imagen de sí mismo y, en consecuencia, a desarrollar su identidad. Un camino en el que, si todo va bien, se alcanzará un equilibrio entre el amor hacia uno mismo y la empatía hacia los demás.

Al principio y durante los primeros meses de vida, el mundo del bebé gira en torno a sí mismo, no hay una percepción clara de los demás como entidades separadas. Pero, poco a poco, y a través de la interacción con sus figuras de apego, comenzará a percibir su propia imagen como alguien separado de los otros.

En esa interacción con los cuidadores cobra una especial importancia la respuesta de estos y, especialmente, la de la figura de apego principal, que, no solo a través de la voz sino también con el tacto y el contacto físico, transmitirá al niño que está bien como es y que se le quiere incondicionalmente. Por ejemplo, cuando un bebé empieza a dar sus primeros pasos y sus padres lo aplauden o lo elogian, están narcisizando ese acto, están dando valor a lo que hace su hijo. De este modo, si el pequeñín recibe amor, atención y una base segura podrá desarrollar una autoimagen saludable, una autoestima positiva y, por tanto, mostrará un narcisismo sano y adaptativo.

Pero, a veces, este proceso de narcisización fracasa. Puede ser porque el niño no recibe una retroalimentación suficientemente positiva o crece en un entorno negligente y abusivo. Si recibo críticas constantes, si cuando hablo papá y mamá me ridiculizan, me hacen sentir que estoy haciendo algo mal o, directamente, me ignoran, sentiré que hay algo malo en mí.

O bien, el fracaso puede ser por todo lo contrario. Porque ha habido demasiada sobreprotección y se ha caído en una excesiva e irreal valoración del niño.

¿Qué pasa cuando el proceso de narcisización fracasa?

A menudo, cuando no ha habido una adecuada narcisización, se tratará de rellenar el vacío que queda buscando en otros la mirada y el reconocimiento que no se obtuvieron de los cuidadores. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en numerosos realities o en todas esas personas que buscan a través de las redes sociales la mirada y el aplauso como un modo de compensar ese déficit.

Según el psicoanalista Hugo Bleichmar, dependiendo del tipo de fallo que se haya dado en el proceso de narcisización van a desarrollarse diferentes mecanismos que obstaculizarán el desarrollo de un narcisismo sano.

1. Personas con hipernarcisización primaria

Estas personas realmente se sienten grandiosas y mejores que los demás porque en su infancia su necesidad de afirmación se alimentó en exceso. Se llega a este punto cuando el niño recibe constantes elogios de sus figuras de apego que le hacen creer que es mejor que el resto y que, por lo tanto, también merece más. El resultado es el desarrollo de una imagen excesivamente grandiosa de sí mismo.

Por lo general, el ambiente familiar en la infancia de estas personas fue extremadamente indulgente y permisivo. O también pudo ser altamente competitivo, de modo que el niño era valorado más por sus logros que por él mismo, como si fuera un trofeo para sus padres. Igualmente, la falta de límites y de regulación emocional favorecerá que un niño desarrolle una autoimagen exagerada y un excesivo sentido de superioridad.

2. Personas con déficit primario de narcisización no compensado

Hay casos en los que se ha crecido en un entorno familiar donde hubo mucha desvalorización, críticas excesivas, inseguridad, humillaciones, negligencia o, incluso, abuso. También es posible que las figuras de apego no mostrasen una imagen suficientemente positiva en la que la persona pudiera verse reflejada (los niños necesitan idealizar a sus figuras de apego, tener una imagen con la que identificarse). También puede ocurrir que se hayan vivido ciertas circunstancias desfavorables (físicas, psicológicas, sociales) que generaron un fuerte sentimiento de inferioridad.

Debido a alguno de estos factores, o a la combinación de varios, estas personas no solo no han podido construir un narcisismo sano, sino que tampoco han sido capaces de compensar su carencia.

3. Personas con hipernarcisización secundaria compensatoria

Como en el anterior caso, es muy probable que aquí el ambiente familiar también fuese desvalorizador, negligente y abusivo. Sin embargo, estas personas sí van a compensar su déficit de narcisización primaria. Intentarán camuflar su inseguridad inflando su autoestima y construyéndose un yo grandioso y defensivo. Tratarán de ocultar por todos los medios, a veces incluso a si mismos, que tras la máscara de superioridad que exhiben se esconde un enorme complejo de inferioridad.

¿Cómo sé que lo mío es narcisismo sano?

Por último, veamos algunas pistas que nos indican si estamos colocados en un buen lugar dentro del continuo del narcisismo:

  • Tengo una autoimagen positiva, sin necesidad de devaluar la de los demás.
  • Puedo establecer límites saludables y claros.
  • Considero que tengo una buena autoestima y también tengo confianza en mí mismo, en mí misma, sin que eso me lleve a creer que estoy por encima del resto de los mortales.
Un narcisismo sano es necesario para una adecuada autoestima

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  • Conozco mis talentos y cualidades positivas y los valoro. Sé que hay cosas que las hago mejor que otras personas, pero también soy capaz de reconocer y valorar cuándo alguien es mejor que yo en otras. O cuando algo no me sale tan bien como esperaba.
  • Defiendo mis ideas y mis valores expresándome de una manera asertiva y escuchando y respetando lo que el otro tiene que decir, incluidas opiniones que no comparto o que son totalmente opuestas a las mías. Además, no tengo problema en reconocer mis errores cuando me equivoco.
  • Me siento satisfecha y orgullosa de mis logros. Sin embargo, no los utilizo para ponerme por encima de los demás ni tampoco menosprecio lo que consiguen otros.
  • Agradezco sinceramente que alguien me felicite o me haga un cumplido, sin tener que buscar esa validación de forma obsesiva y constante.
  • Soy capaz de expresar y satisfacer mis necesidades en una relación. Pero también tengo en cuenta los sentimientos o las necesidades de la otra persona y no recurro a la manipulación para salirme con la mía.
Referencias

Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica: hacia una técnica de intervenciones específicas. Barcelona: Paidós.

Freud, S. (2006). Introducción al narcisismo. En S. Freud, Obras completas, III. pp.: 2017-2033. Barcelona: RBA. Biblioteca de Psicoanálisis (original de 1914).

Rodríquez, C. (2016). Los desafíos de los trastornos de la personalidad: la salud mental al límite. Madrid: Editorial Grupo 5

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas? 1857 1615 BELÉN PICADO

Cuando experimentamos dolor físico lo habitual es hacer lo posible por eliminarlo. Para la mayoría de las personas se trata de una sensación desagradable, una señal que nuestro sistema nervioso nos envía para alejarnos de un peligro.  Si acerco mi mano al fuego o me pillo el dedo con una puerta, la sensación de dolor hará que inmediatamente retire la mano. Por esto a veces resulta tan difícil comprender el porqué de las autolesiones y las razones que pueden llevar a alguien a hacerse daño, ya sea a través de cortes, quemaduras, golpearse, rascarse hasta hacerse heridas, etc.

Lo primero para poder entender este comportamiento es saber que las personas que lo llevan a cabo arrastran una enorme carga de sufrimiento. Sufrimiento que no saben gestionar de otro modo y que, en muchos casos, se ha prolongado durante un largo periodo de tiempo. En segundo lugar, más que al dolor que puede provocar una autolesión, debemos prestar atención a la función que cumple esta conducta, ya sea calmarse, castigarse, «sentirse vivo», anestesiarse…

En cuanto a la edad, aunque la mayoría de los afectados son jóvenes, cada vez son más los estudios que confirman que los adultos recurren a esta conducta más de lo que se cree.

¿Qué es una autolesión?

En su libro Vivir con disociación traumática, Onno Van de Hart define la autolesión o autoagresión como «un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor. Puede entenderse como acción sustitutiva de un afrontamiento más adaptativo a problemas abrumadores, muchos de los cuales llevan aparejadas demasiadas emociones y sensaciones (soledad, abandono, pánico, conflictos internos, recuerdos traumáticos) o muy pocas (insensibilidad, despersonalización, vacío, sentirse muerto)”.

En ocasiones, puede surgir de manera impulsiva e inesperada, incluso para la persona que la está realizando. Sin embargo, también puede haberse planificado o ser la consecuencia de un aprendizaje que se ha ido reforzando con el tiempo hasta hacerse automático.

La autolesión es un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor.

La autolesión no implica necesariamente un intento de suicidio

Es importante distinguir entre comportamiento autolesivo e intento de suicidio. En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) se especifica que la persona que lleva a cabo una autolesión no suicida lo hace con «la expectativa de que la lesión solo conllevará un daño físico leve o moderado (es decir, no hay intención suicida)».

Judith Hermann, por su parte, habla en su libro Trauma y recuperación de la relación entre autolesiones e intento de suicidio en el caso de las víctimas de abusos: «Es cierto que muchos supervivientes de abusos infantiles intentan suicidarse, pero hay una clara distinción entre las repetidas autolesiones y los intentos de suicidio. Autolesionarse está pensado no para morir, sino para aliviar un dolor emocional insoportable, y paradójicamente muchos supervivientes las consideran una forma de auto preservación».

Sin embargo, y aunque el objetivo de quien se autolesiona no es acabar con su vida, sí es cierto que hacerlo de forma repetida podría ser un predictor de posibles intentos de suicidio en el futuro. Al fin y al cabo, detrás de este comportamiento hay un malestar y un sufrimiento que en ciertas ocasiones puede llegar a hacerse intolerable.

Factores que influyen en la posibilidad de autolesionarse

Hay diversos factores que aumentan la posibilidad de que una persona recurra a las autolesiones:

  • Dificultad para gestionar y regular las emociones. Problemas para identificar y/o expresar qué se está sintiendo. Sentirse incapaz de manejar ciertos sentimientos cuando son muy intensos o desagradables.
  • Exceso de autocrítica y perfeccionismo. Hay personas excesivamente estrictas y exigentes consigo mismas que encuentran en las autolesiones una forma de dirigir su rabia y enfado hacia ellas mismas.
  • Trastornos mentales. En ocasiones la autolesión forma parte de la sintomatología de ciertos trastornos psiquiátricos. Es el caso del trastorno límite de la personalidad (TLP), depresión mayor, trastorno por estrés postraumático, trastorno bipolar, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de sustancias, trastornos disociativos, trastornos de ansiedad, etc.
  • Experiencias estresantes o traumáticas en la infancia o la adolescencia. Enfermedades crónicas, intervenciones quirúrgicas, pérdida de familiares cercanos y, especialmente, haber sufrido maltrato, abuso (físico, sexual, bullying…) o negligencia. Según la investigadora estadounidense Tuppet Yates, hasta un 79% de pacientes con conductas autolesivas ha declarado haber sufrido algún tipo de abuso en la infancia.
  • Ambiente familiar durante la infancia. Algunos padres con una baja capacidad de gestión emocional se desregulan cuando sus hijos expresan ciertas emociones. Al no saber cómo responder o calmar, se enfadan con ellos o los ignoran. En estos casos, es posible que el niño crezca tratando de ignorar sus propios sentimientos y sin atreverse a expresarlos. Sentirá que no tiene derecho a estar triste o enfadado, a emocionarse o a ser vulnerable como cualquier otro niño. Y uno de los mecanismos a los que podría recurrir en el futuro, en un intento desesperado por manejar un estado de ánimo que se le hace insoportable y que no sabe, o no puede, verbalizar o afrontar, es la autolesión.
  • Ganancias secundarias. Cuando alguien que acaba de autolesionarse llama a un amigo o a un familiar y este se preocupa, le cura las heridas o va a visitarle, sin darse cuenta está favoreciendo que esa persona repita la conducta. Como explica Dolores Mosquera en su libro La autolesión. El lenguaje del dolor, «se incrementa la posibilidad de que la persona lo asocie a una respuesta de preocupación inmediata por parte de los demás, cuando una simple llamada diciendo ‘me siento sola’ no tendría los mismos resultados». Esto no significa, por supuesto, que haya que ignorar a la persona que se ha autolesionado, sino que deberíamos escucharla antes de que llegue a ese momento.
  • Redes sociales. En internet circulan miles de vídeos e imágenes de autolesiones y esto puede incitar a los más jóvenes a llevar a cabo esta conducta. Por un lado, por el fenómeno de la imitación y aprendizaje vicario. Por otro, porque les aporta un sentido de identidad, de pertenencia a un grupo de iguales.

Detrás de las autolesiones hay una gran carga de sufrimiento.

Qué función cumple la autolesión

Al principio del artículo, señalaba la necesidad de prestar más atención a los motivos que llevan a una persona a hacerse daño que al dolor en sí. Cuando alguien recurre a la autolesión puede buscar varias cosas:

1. Sentirse vivo

Hay quienes sienten un enorme vacío emocional y esa ausencia de emociones les provoca a la vez la sensación de no ser reales, de estar soñando. En este caso, encuentran en la autolesión una forma de volver a la realidad, de poder sentir, aunque sea dolor. «Al menos así, sé que estoy viva, que no soy un robot. Es un alivio poder sentir algo más que ansiedad, vacío o esta profunda soledad», confesaba una paciente.

Esto ocurre, sobre todo, en casos de estados disociativos en los que hay despersonalización, es decir, cuando la persona se siente desconectada de su cuerpo. De algún modo, la autolesión ayuda a volver a la realidad y a acabar con esa sensación de extrañeza.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?»)

2. Anestesiarse para no sentir

Cuando no hay estrategias suficientes para afrontar situaciones difíciles que provocan ansiedad o estados emocionales muy intensos, hacerse daño se convierte en una especie de ‘anestesia’ similar a la que busca el adicto, que consume para olvidarse de su malestar. «Cuando me corto me relajo inmediatamente, es como si todo el agobio desapareciera».

Entre otras cosas, lo que está ocurriendo es que cuando los receptores del dolor se activan y envían una señal al cerebro de que se está produciendo un daño, este inmediatamente pondrá el foco en ello y se ‘olvidará’, al menos de momento, de otras preocupaciones, pensamientos o emociones que estén desbordando a la persona. Además, debido a las endorfinas que se liberan, cuando el dolor desaparezca quedará una sensación de calma y relajación que es justo lo que se buscaba con la autolesión. El problema está en que, como ocurre también en las adicciones, ese alivio es temporal y no tardará en presentarse de nuevo la necesidad de volver a autolesionarse para recuperar esa relajación.

3. Autocastigarse o castigar a otros

Pensar mal de un ser querido; sentirse responsable de haber sufrido abusos o algún tipo de agresión; ingerir más comida de la deseada; sentir que se ha fallado a otra persona… El sentimiento de culpa por haber hecho o dejado de hacer o por haber dicho o dejado de decir algo puede ser tan abrumador que el castigo a través de la autolesión se convierte en el único medio de ‘redimirse’.

Da igual si eso que se cree haber hecho mal es real o no. En algunas personas que recurren a las autolesiones hay tal hipersensibilidad a las reacciones de los demás que cualquier gesto, palabra o tono puede llevarles a sentir que no son merecedores de amor o que hay algo inadecuado en ellos.

En una formación sobre trauma, el psiquiatra argentino Adrián Cillo explicaba que las heridas auto infligidas también son, a veces, ejemplos de un patrón invertido de autocuidado: «Si los pacientes han sido castigados al expresar o sentir una emoción determinada, tenderán a hacer lo mismo cuando sean adultos. El malestar no es aceptable, con lo cual se castigan a sí mismos por ser malos causándose incluso más daño».

Pero la autolesión no solo tiene la función de castigarse a sí mismo. A veces, una persona puede hacerse daño para castigar a otros.

4. Sentir que se tiene el control sobre uno mismo

Probablemente, la mayoría de nosotros hemos pasado por experiencias que nos superaban y nos hicieron sentir que no teníamos el control sobre nuestra vida. Esa sensación que para muchos resulta más o menos desagradable, en el caso de algunas personas puede llegar a ser realmente desestabilizadora. Hasta el punto de recurrir a la autolesión como una manera de sentir que se puede controlar algo, aunque solo sea el dolor físico. Sin embargo, se trata de una percepción tan irreal como ineficaz que, además, impide aprender y adoptar conductas alternativas más adaptativas.

A menudo, estas personas crecieron en un entorno desorganizado y caótico donde ni su intimidad, ni sus sentimientos y necesidades fueron validados y respetados. Y aprendieron que lo único que sí podían controlar era su propio cuerpo («No puedo controlar el daño que me hacen otros, pero sí el que me hago yo»).

5. Pedir ayuda

Muchos creen que quienes se autolesionan lo hacen para llamar la atención. Y en cierta medida es cierto si no nos quedamos en lo superficial y somos capaces de interpretar esa llamada de atención como una petición de ayuda de alguien que no sabe expresarse de otra forma. Hay personas que no se sienten vistas o que tienen dificultades para mostrar su malestar emocional y encuentran en la autolesión el único modo de que se ocupen de ellas, les pregunten o las cuiden.

Y en el caso de que alguien se haga daño para llamar la atención (una adolescente que amenaza a su madre con hacerse daño si le quita el móvil), quizás sea necesario ir más allá y preguntarse qué hay debajo de esa estrategia, qué está ocurriendo en el mundo interno de esa persona.

6. Sentirse cuidado y protegido

Entre las funciones que tiene la autolesión está la de sentirse cuidado por los demás, pero también la de cuidarse a sí mismo. En el primer caso, algunas personas creen, erróneamente, que los demás les quieren y se preocupan por ellos solo si les cuidan e impiden que se hagan daño. Es el caso de Rosa. Siempre está pensando que nadie la quiere ni se preocupa por ella y recurre a conductas autodestructivas esperando, de forma inconsciente, que los demás la detengan. Cree que si alguien la quiere de verdad se dará cuenta y no dejará que se haga daño. Esta fantasía de ser cuidada impide que tome conciencia de su dependencia y que comprenda que ella es la única que puede rescatarse a sí misma.

En el segundo caso, cuando alguien se hace un corte o una herida, luego va a tener que curarse y ocuparse de esas lesiones. En estos casos la autolesión puede representar una forma de cuidado que quizás no tenga en su vida.

7. Comunicar y expresar el propio malestar o sufrimiento

A veces, la persona no tiene la capacidad necesaria para poder verbalizar su malestar emocional o la intensidad de su sufrimiento. La autolesión se convierte entonces en forma de comunicar aquello que no sabe expresar en palabras. Un modo de transmitir y hacer visible lo que se siente, no solo para los demás, sino, a veces, también para uno mismo («Me hago daño para que entiendan cómo me siento»).

Como explica Dolores Mosquera, «la acción conlleva alivio, mientras que verbalizar y compartir requiere un esfuerzo tremendo y un repertorio de habilidades de las que carece la persona, que recurre a la acción como forma de comunicación».

La autolesión puede ser un modo de expresión emocional.

8. Regularse emocionalmente

La carencia de recursos internos hace que se sienta la emoción como algo desbordante que no puede controlarse o frenar. Ira, frustración, culpa, tristeza o vergüenza pueden llegar a ser sumamente desestabilizadoras cuando uno siente que no puede regularlas o salir de ellas, o que nadie puede ayudarle a calmarlas. En estas situaciones, la herida auto infligida aparece como un mecanismo eficaz (aunque patológico) a corto plazo para detener esa emoción que angustia y desestabiliza.

Algunas personas que se lesionan tienen mucho miedo a ‘explotar’ y descargar su ira sobre otros. Cuando la emoción no es muy fuerte, pueden arrojar un objeto o romper algo y quedarse tranquilas. Pero si esa rabia se hace demasiado intensa es posible que opten por hacerse daño. Si esto hace que uno se sienta más tranquilo y menos tenso, la probabilidad de que repita la conducta se incrementará. El problema radica en que este alivio inmediato, lejos de ser una solución, reforzará esta conducta desadaptativa y no permitirá que se adquieran recursos que funcionen a largo plazo.

La importancia de pedir ayuda profesional

Teniendo en cuenta que la autolesión es un mecanismo desadaptativo de afrontamiento al que se recurre cuando no hay unos recursos internos adecuados, la ayuda profesional resulta imprescindible y no solo para acabar con estas conductas. También es necesario que la persona encuentre otras herramientas para no tener que volver a hacerse daño. En terapia aprenderá, entre otras cosas, a:

  • Tolerar mejor la angustia y la frustración.
  • Identificar, expresar y regular sus emociones de un modo adaptativo.
  • Controla la impulsividad.
  • Mejorar la autoestima.
  • Establecer relaciones sanas con los demás.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Referencias bibliográficas

Herman, J. (2004). Trauma y recuperación: Cómo superar las consecuencias de la violencia. Madrid: Espasa Calpe

Mosquera, D. (2008). La autolesión. El lenguaje del dolor. Madrid: Pléyades

Yates, T. M. (2009). Developmental pathways from child maltreatment to nonsuicidal self-injury. En M. K. Nock. (Ed.), Understanding Nonsuicidal Self-Injury: Origins, Assessment and Treatment (pp. 117-137). Washington DC, Estados Unidos: American Psychological Association

Marilyn Monroe: Secuelas de una infancia traumática (más allá de la película "Blonde")

Marilyn Monroe: Secuelas de una infancia traumática (más allá de «Blonde»)

Marilyn Monroe: Secuelas de una infancia traumática (más allá de «Blonde») 2000 1600 BELÉN PICADO

Marilyn Monroe vuelve a estar de actualidad (en realidad nunca ha dejado de estarlo) gracias a (o a pesar de) la película Blonde dirigida por Andrew Dominik. Desde su estreno en Netflix, esta producción no ha dejado indiferente a nadie. Por supuesto, mi intención con este artículo no es hacer una crítica desde el punto de vista técnico y cinematográfico. Pero, desde una perspectiva psicológica y dejando a un lado la impecable interpretación de Ana de Armas, pienso que se hace un retrato crudo, sórdido e insensible de la protagonista de películas como Los caballeros las prefieren rubias o Con faldas y a lo loco. Además, no solo se muestra falta de empatía y compasión hacia la Marilyn, sino también hacia quienes han sufrido este tipo de traumas. Eso, sin contar con el riesgo de retraumatización que supone para estas personas exponerse a algunas de las escenas.

Es verdad que la actriz fue víctima de abusos sexuales en su infancia, que pasó por el orfanato y numerosas casas de acogida, que tuvo relaciones tóxicas o que sufría una adicción al alcohol y los psicofármacos. Todo esto es cierto y ella misma habló de ello en varias ocasiones. También tengo claro que la película Blonde no es una biografía, sino la adaptación del libro de Joyce Carol Oates que, a su vez, ofrece una versión novelada de la vida de Marilyn Monroe. Sin embargo, igualmente importante es reflexionar sobre la responsabilidad que implica decidir cómo se reflejan este tipo de experiencias, se correspondan o no con lo sucedido en la realidad.

El daño mental y emocional que pueden derivarse de años de maltrato y todo tipo de abusos no es, ni mucho menos, un asunto para tomarlo a la ligera o banalizarlo. Hay una gran diferencia entre concienciación y sensacionalismo. Sí, es necesario hablar sobre estos temas, pero esa necesidad no puede convertirse en una justificación del «todo vale» para conseguir más espectadores.

No estamos hablando de un personaje de ficción, sino de una persona real cuyo sufrimiento también fue real. Mi intención con este artículo es conocer un poco más al ser humano que se escondía tras la estrella. Y, sobre todo, reflexionar sobre los devastadores efectos que la negligencia, el abandono y el abuso sexual en la infancia tienen en la edad adulta.

Cartel de la película Blonde

Una infancia marcada por los abusos

En primer lugar, y para comprender el sufrimiento y la inestabilidad de Marilyn Monroe, es necesario conocer la infancia y adolescencia de Norma Jeane Mortenson, su verdadero nombre. Al fin y al cabo, el modo en que nos enfrentamos al mundo de los adultos depende en gran parte de la calidad de nuestras vivencias en la niñez.

Desde que nacemos, nuestras experiencias se acumulan en la memoria y se integran con nuestra forma de sentir y de pensar. Así, poco a poco, va conformándose nuestra personalidad. En esta capacidad de integrar lo que vivimos, pensamos y sentimos juega un papel esencial la relación que establecemos con nuestras figuras de apego. Si hemos tenido unos cuidadores disponibles y atentos a nuestras necesidades, desarrollaremos un apego seguro y una representación de nosotros mismos como personas válidas. Sin embargo, a veces esas figuras son imprevisibles, negligentes o abusadoras o, directamente, están ausentes. Y todo esto confluyó en el caso de Norma Jeane:

  • No llega a conocer a su padre. Este abandonó a su madre, Gladys, al saber que estaba embarazada.
  • Al poco de nacer, su madre la entrega a un matrimonio con quien pasa sus primeros siete años de vida.
  • A los 8 años, vuelve con su madre, pero por poco tiempo, ya que esta tiene una crisis y es internada en un sanatorio psiquiátrico donde le diagnostican esquizofrenia paranoide. Aunque no hay pruebas de que la maltratase o intentara ahogarla en la bañera, como se muestra en la película Blonde, la inestabilidad de la mujer hizo que Norma viviera en un ambiente negligente, falto del afecto y sin el apoyo que necesita una niña para su desarrollo.
  • De ahí, Norma pasaría a vivir en varios orfanatos y casas de acogida, donde la negligencia continuó en forma de todo tipo de abusos, tanto físicos y psicológicos como sexuales. En ese tiempo el cine fue su refugio. «Algunas de mis familias de acogida me enviaban al cine para sacarme de casa y allí me sentaba todo el día y hasta la noche», contaba en una entrevista para la revista Life en 1962.

La propia actriz se expresa así en una de las grabaciones que forman parte del documental El misterio de Marilyn Monroe. Las cintas inéditas (Netflix): «No me considero huérfana, fui una niña abandonada. Nunca llegué a ser feliz. No era algo con lo que pudiera contar. Cuando me llevaron al orfanato me dejaron allí y no paraba de gritar ‘¡No soy huérfana!’. Me fijaba en todas las mujeres que veía y decía: ‘Es una mamá’. Y si veía a un hombre decía: ‘Es un papá».

Marilyn, la seducción, el sexo y el miedo al abandono

«A veces sentía que estaba enganchada al sexo; como un alcohólico lo está al licor o un drogadicto a la droga», confesó Marilyn al periodista británico William J. Weatherby en una entrevista. Y es que el haber sido víctima de abusos sexuales en la infancia influye mucho en el modo en el que se afronta el sexo en la edad adulta. El sexo se convierte en una herramienta para encontrar amor y aceptación. Sin embargo, paradójicamente, ni la necesidad de seducir ni la adicción al sexo tienen que ver con el sexo, sino con la necesidad de intimidad.

La persona que ha sufrido abusos sexuales en una etapa temprana de su vida crece hambrienta de afecto y cariño y llega a equiparar erróneamente amor y sexo. En esa confusión, el sexo acaba convirtiéndose en muchas ocasiones en un medio para satisfacer no solo la necesidad de amor, sino también para ahuyentar la soledad, el miedo, la ansiedad o la vergüenza. También para ‘desconectar’ de un profundo dolor emocional.

Cuando crecemos en un ambiente seguro y con cuidadores confiables interiorizamos esa sensación de seguridad y autonomía, de modo que podremos recurrir a ella y evocarla mentalmente en momentos de sufrimiento. Sin embargo, en un ambiente de abusos estas representaciones internas no van a poder formarse y el niño o la niña se hará dependiente de la valoración y el consuelo que sea capaz de encontrar en fuentes externas. Se inicia así una permanente y desesperada búsqueda de amor que en la edad adulta suele llevar a involucrarse en relaciones afectivas tóxicas, abusivas y tormentosas.

Dice la psiquiatra e investigadora Judith Herman en su libro Trauma y recuperación: «El motor de las relaciones íntimas de la superviviente es su ansia de encontrar protección y cuidados y su mayor temor es ser abandonada o explotada. En su necesidad de ser rescatada puede toparse con poderosas figuras autoritarias que parecen ofrecer la promesa de una relación especial basada en los cuidados. Idealizando a la persona de la que se encariña, mantiene a raya el temor constante a ser dominada o traicionada. Sin embargo, resulta inevitable que la superviviente tenga grandes dificultades para protegerse en el contexto de las relaciones íntimas. Su desesperada ansia de protección y de cuidados hace que le resulte difícil marcar límites seguros y apropiados con los demás».

En el caso de Marilyn, toda su vida fue una búsqueda incansable de esa figura protectora que no tuvo en su infancia, a la vez que se sentía presa de una angustia constante ante el temor de que esa figura la abandonase. Buscaba en los hombres amor, contacto físico y afecto, pero también calmar la abrumadora sensación de soledad que siempre la acompañó.

Los traumas vividos en su infancia y adolescencia marcaron la vida de Marilyn Monroe.

Anestesiar el dolor a través del alcohol y los psicofármacos

Son numerosos los estudios que avalan la relación entre los abusos sexuales en la infancia y los comportamientos adictivos en la edad adulta.

Cuando una persona ha vivido una infancia marcada por los abusos, el abandono, la negligencia o los malos tratos existen muchas probabilidades de que caiga en alguna adicción en un intento desesperado de anestesiar el dolor, escapar del vacío y vencer la sensación de inseguridad. Si, además, se han producido abusos sexuales como es el caso de Marilyn Monroe, es muy posible que surjan emociones de culpa y vergüenza y se mantengan en la edad adulta. Estos sentimientos de menosprecio hacia uno mismo, unidos a la creencia irracional de merecerlo, puede llevar a la persona a abusar del alcohol o de otro tipo de sustancias como una forma de autocastigo.

La misión de las figuras de apego o de los cuidadores es proporcionar al niño una base segura. Una base desde la que explorar el mundo y que le sirva de refugio en caso de peligro. Cuando esto no es así, como le ocurrió a Marilyn, el niño tiene que desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Ella recurrió a sustitutos, como el alcohol, el sexo o los psicofármacos, con la esperanza de que llenasen un vacío que no dejaba de crecer y le aportasen la calma que no pudo encontrar en quienes deberían habérsela proporcionado. Sin embargo, pasados los efectos, la realidad volvía a ponerla frente a su soledad y a su dolor, justo lo que quería evitar a toda costa.

(En este mismo blog tienes un artículo sobre alcoholismo y apego inseguro)

Disociación: Norma Jeane frente a Marilyn

A lo largo de la vida, a veces hay experiencias tan traumáticas o abrumadoras emocionalmente que se produce una desconexión entre la mente de la persona y la realidad que está viviendo. Este fenómeno psicológico se conoce como disociación y supone una verdadera estrategia de supervivencia, especialmente cuando el trauma se produce en los primeros años de vida. En el caso de la actriz, vivir una infancia y una juventud marcadas por las experiencias traumáticas la llevó a ser una ‘experta’ en desconectar de su cuerpo, de sus emociones y de su entorno.

Quizás, una de las principales muestras de la disociación en Norma Jeane, en su intento de distanciarse de tanto dolor, fue la creación de Marilyn Monroe. Aunque, en cierto modo, Marilyn la ayudaba a enfrentarse al mundo que la rodeaba, en ocasiones Norma sentía rechazo por aquella rubia sexy que la miraba al otro lado del espejo, incluso llego a soñar con una vida lejos de los focos. Sin embargo, Marilyn necesitaba que la mirasen y la admirasen. La estrella quería atención y deseaba causar sensación, pero la niña que Norma Jeane llevaba dentro solo ansiaba validación, afecto y estabilidad. La propia actriz reconocía que había dos personalidades distintas conviviendo en su interior, incluso en algunas de sus declaraciones habla de Marilyn en tercera persona (esto también se refleja en la película Blonde).

En el documental Love, Marilyn, varios actores y actrices ponen voz a escritos y grabaciones de Marilyn Monroe. En uno de estos fragmentos, se escucha una de las declaraciones de la actriz: «Tengo la sensación de que todo le está pasando a otra persona a mi lado. Estoy cerca, lo noto, lo oigo, pero no soy yo en realidad».

Truman Capote también fue testigo de su desconexión con la realidad. Un día en que ambos estaban en un restaurante y ella fue al aseo, el escritor y amigo de Marilyn relata: «Cuando pasaron veinte minutos, decidí investigar. Quizá se había metido una dosis mortal [de tranquilizantes], o a lo mejor se había cortado las muñecas. Encontré el lavabo de señoras, y llamé a la puerta. Ella dijo: ‘Pasa’. Estaba frente a un espejo mal iluminado. Pregunté: ‘¿Qué estás haciendo?’. Ella contestó: ‘Mirándola».

A veces, Marilyn Monroe sentía que el precio de la fama era demasiado alto.

Norma Jeane a través de sus palabras

Qué mejor modo de conocer a la actriz que a través de sus propias declaraciones y de algunos de sus poemas.

Necesidad de pertenencia

«Sabía que pertenecía al público y al mundo, no porque tuviera talento o fuera hermosa, sino porque nunca fui parte de algo anteriormente. El público era la única familia, el único príncipe azul y el único hogar con el que alguna vez pude soñar». (My Story. Memorias de Marilyn Monroe)

Felicidad

«Durante años pensé que tener padre y estar casada significaba felicidad. Pero me he casado tres veces y aún no he encontrado la felicidad permanente. Hay que aprovechar al máximo el momento». (Marilyn Monroe: The Last Interview: and Other Conversations)

Síndrome de la impostora

«Hubo momentos en Vidas Rebeldes, en las escenas emocionales, en los que tenía la sensación de que iba a fracasar por mucho que me esforzara y no quería ir a rodar por la mañana. Lamentaba no ser una camarera o una señora de la limpieza y estar libre de las grandes exigencias de la gente. A veces sería un gran alivio dejar de ser famosa». (Conversaciones con Marilyn)

Timidez

«La lucha contra la timidez está en los actores más de lo que uno se pueda imaginar. Es una verdadera lucha. Soy una de las personas más tímidas del mundo. Y realmente tengo que esforzarme». (Last Talk With a Lonely Girl: Marilyn Monroe)

El (alto) precio de la fama

«Cuando eres famoso te topas con la verdadera naturaleza humana de la manera más cruda. La fama despierta la envidia. La gente cree que tu fama les da algún tipo de privilegio para acercarse a ti y decirte cualquier cosa, sea lo que sea». (Last Talk With a Lonely Girl: Marilyn Monroe)

«Es bonito formar parte de las fantasías de la gente, pero también lo es que te acepten por ti misma. Yo no me veo como una mercancía, pero estoy segura de que mucha gente sí me ha visto así. A veces me invitan a sitios para alegrar una mesa, como un músico que toca el piano después de cenar. No te invitan realmente por ti. Solo eres un adorno». (Last Talk With a Lonely Girl: Marilyn Monroe)

«Cuando eres famosa se exageran todas tus debilidades». (Last Talk With a Lonely Girl: Marilyn Monroe)

Algunos poemas (recopilados en el libro Fragmentos)

Miedo

Tengo tanto miedo a que no me quieran

que cuando me quieren

solo soy capaz de pensar

en el instante

cercano o lejano

en que dejarán de quererme.

Sola

Sola. Estoy sola.

Siempre he estado sola,

pero hoy

ni siquiera me tengo a mí misma

para hacerme compañía.

Tal como soy

Soy hermosa por fuera,

pero horrible por dentro.

Por eso me avergüenza

mirarme en el espejo

y en los ojos de los demás.

Temo que me vean

desnuda

toda mocos y llanto.

Tal como soy.

Referencias

Banner, L. (2012). Marilyn: The passion and the paradox. New York: Bloomsbury Publishing.

Cooper, E. (Director) (2022). El misterio de Marilyn Monroe: las cintas inéditas [Documental]. Netflix

Dominik, A (Director) (2022). Blonde [Película]. Plan B Entertainment

Doyle, S. (2020). Marilyn Monroe: The Last Interview: and Other Conversations. New York: Melville House

Garbus, L. (Director) (2012). Love, Marilyn. [Documental]. Diamond Girl Productions

Hecht, B. (2011). My Story. Memorias de Marilyn Monroe. Barcelona: Global Rhythm Press

Herman, J. (2004). Trauma y recuperación: Cómo superar las consecuencias de la violencia. Madrid: Espasa

Meryman, R. (1962). Life Magazine. A Last Talk With a Lonely Girl.

Monroe, M. (2010). Marilyn Monroe: Fragmentos. Barcelona: Seix Barral.

Newson, T. (Director) (1996). We remember Marilyn [Documental]. Multicom Entertainment Group y Passport International Entertainment

Weatherby, W.J. (1978). Conversaciones con Marilyn. Barcelona: Editorial Gedisa

 

El hambre emocional está detrás de los atracones.

Atracones y hambre emocional: Ese vacío que no se llena con comida

Atracones y hambre emocional: Ese vacío que no se llena con comida 1280 1920 BELÉN PICADO

Los atracones son una de las formas que tiene nuestro organismo para decirnos que nos está pasando algo que todavía no hemos visto. Y es que, a menudo, la comida actúa como una cortina de humo que impide ver el verdadero problema: la necesidad de llenar un vacío que no está en nuestro estómago, sino en otros ámbitos de nuestra vida. Lo que hay detrás del atracón no es hambre física, sino hambre emocional.

Teresa es la personificación de la eficacia y la organización, en su trabajo y en su vida personal. Todo el mundo recurre a ella porque siempre sabe qué hacer. Lo que nadie sabe es que una vez a la semana va al supermercado, compra patatas fritas, bollos y un sinfín de productos hipercalóricos y se mete en el coche para pasar una hora comiendo sin parar. Marta vive sola; cuando está en casa aburrida y sin saber qué hacer, ‘asalta’ la nevera y come todo lo pilla. Antonio, cada vez que discute con su pareja, va directo a la tienda de chuches que hay al lado de su casa…

Esta ingesta masiva y compulsiva en un corto espacio de tiempo suele hacerse en solitario y, con frecuencia, a la euforia inicial le sigue una sensación de malestar, culpa y sensación de falta de control. Cuando se produce al menos una vez a la semana durante tres meses podemos estar ante un Trastorno de atracones, según especifican los criterios que recoge el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5).

Aunque Teresa, Marta y Antonio creen que sus atracones se deben a la falta de control y a que no tienen “fuerza de voluntad”, lo que les ocurre responde más a un problema de regulación emocional. Lo que lleva a esta forma impulsiva de comer, en una situación en la que la persona se desconecta de su cuerpo y del momento en el que está, no se relaciona tanto con alimentarse como con la necesidad de calmarse y sentirse mejor.

Los atracones están relacionados con la necesidad de calmarse y sentirse mejor.

El papel del cerebro

Desde que nacemos, la comida es mucho más que alimento. Está asociada a momentos de placer y expresiones de afecto. Probablemente, muchos de vosotros recordaréis algún mal momento en vuestra infancia en el que alguien que os quería os consoló con un helado, con un trozo de bizcocho o con alguna comida que os hizo sentir mejor. Y es muy posible también que vuestro cerebro asociara aquel sabor al bienestar que os proporcionó en aquel momento y lo grabara en la memoria. Esa asociación es la que hace que ahora, de modo inconsciente, busquemos ese mismo consuelo en la comida cuando nos sentimos mal. De hecho, algunas investigaciones han confirmado el importante papel que juega la amígdala (región del cerebro que controla las emociones) en el procesamiento emocional de la alimentación.

Durante el atracón, el alto contenido de azúcar y grasas que aportan los alimentos que suelen ingerirse estimula la producción de serotonina (la hormona de la felicidad). Sin embargo, al rato los niveles de glucosa caen y la sensación placentera se va para dejar paso a la frustración, la ansiedad o la culpa. ¿Qué ocurre entonces? Pues que, para suavizar esa sensación tan desagradable, volvemos a sentir la tentación de recurrir a la comida nuevamente. Así, lo que podía haber sido una recompensa puntual, se convierte en un comportamiento habitual y en un círculo vicioso similar al de la adicción.

Comer para evitar el sufrimiento

Si durante nuestra infancia contamos con unas figuras de apego que nos ofrecieron una base segura y nos ayudaron a adquirir un variado repertorio de estrategias de afrontamiento, la relación entre comida y situaciones agradables, como hemos dicho, pasarían a nuestra biblioteca de recuerdos positivos. Sin embargo, si no tuvimos un vínculo de apego seguro, ni aprendimos a procesar y elaborar creencias y experiencias negativas, nuestro cerebro se vio obligado a buscar otras vías alternativas para evitar el sufrimiento. Y una de esas vías para protegerse del rechazo y la sensación de abandono es recurrir a los atracones.

Es más fácil decirnos “No puedo parar de comer” que afrontar un sentimiento (o una situación) que no sabemos cómo manejar y que sentimos tan abrumador que podría hundirnos.

En el blog sobre trastornos alimentarios Cómete el mundo, que os recomiendo, se habla de los atracones como un modo de autosabotaje: “El autosabotaje puede ser la forma que ha encontrado el cerebro de funcionar evitando el sufrimiento. Pero a largo plazo no solo mantiene el principal temor, sino que lo intensifica. Esta parte puede contener creencias negativas sobre uno mismo que llevan ancladas desde hace años: “No soy capaz de expresar un desacuerdo”, “Me siento gorda”, “No me va a querer nadie”. Cuando el cerebro recibe estos mensajes necesita hacer algo para evitar el sufrimiento. Y, cada vez que puede sentirse en peligro o sentirse mejor, vuelve a realizar las rutinas conocidas para asegurarse el resultado. Las principales emociones relacionadas con el inicio del autosabotaje podrían ser la tristeza, la rabia hacia uno mismo y la vergüenza”.

Hambre emocional y apego

El vínculo entre emoción y alimento empieza a forjarse antes de nacer. El bebé y la madre están biológicamente preparados para establecer un vínculo afectivo potente y nutritivo que garantice el correcto desarrollo del niño. Pero, además de la necesidad primaria de ser alimentado, hay otra igualmente básica para la supervivencia del niño y es la de ser querido.

Cuando comemos de forma impulsiva, no buscamos tanto llenar nuestro estómago, como satisfacer el anhelo del cariño que nos faltó en la infancia y que nos dejó un profundo vacío. Y a veces basta con un pequeño desencadenante para que aquella sensación y el recuerdo de aquel niño o aquella niña que no fueron vistos se hagan presentes. Entonces, nos abandonamos al impulso de comer de forma automática, sin pensar. Y ese acto nos anestesia y nos impide notar el sufrimiento, aunque solo sea por un rato. Cuando la comida cumple esa función, y no la de nutrirnos para la supervivencia, hablamos de hambre emocional. Por eso, cuando el hambre que necesitamos saciar es emocional, por mucho que comamos nunca nos sentiremos satisfechos.

Una chica de 27 años que sufre este trastorno lo describe así: “Para mí, el alimento es fuente de amor, seguridad y supervivencia, aunque también fuente de castigo. Me da compañía en momentos de soledad, no me juzga, no me critica. Siempre está disponible, me ayuda a escapar de emociones que no me atrevo a expresar por temor a la reacción del otro. A fin de cuentas me hace conectar con el calor y la protección que no recibí durante la niñez, protegiéndome de mis necesidades arcaicas legítimas insatisfechas”.

El trastorno de atracones también está directamente relacionado con la tendencia al perfeccionismo. Otros factores que pueden influir en la aparición de este y otros trastornos de la alimentación: haber sido víctima de abusos y/o maltrato en la infancia o de negligencia en la crianza (padres ausentes física o emocionalmente, desbordados, con incapacidad de poner límites o, por el contrario, que impusieron una educación muy estricta). En realidad, estas psicopatologías son como un iceberg, lo que vemos solo es el 10 por ciento mientras que el 90 por ciento restante permanece oculto bajo la superficie.

A través de la comida, la persona busca satisfacer el anhelo del cariño que le faltó en la infancia.

Escúchate y toma conciencia de tus necesidades

  • Conviértete en detective. Responderte a algunas preguntas puede arrojar luz sobre los verdaderos motivos que te llevan al atracón. ¿En qué momentos sucede? ¿Qué ha pasado justo antes? ¿Hay algo que te ha molestado en los últimos días? ¿Qué no has dicho? ¿Algo te ha hecho sentir vulnerable? ¿Qué te has negado?
  • Identifica qué tipo de hambre sientes. El hambre física: aparece poco a poco (ya sabéis, notar el estómago vacío, ruiditos…); comemos lo primero que tengamos a mano; somos capaces de posponer el comer y realizar otra actividad mientras esperamos; cuando hemos comido suficiente y estamos saciados podemos dejar de comer y nos sentimos bien. El hambre emocional: irrumpe de repente; somos selectivos a la hora de elegir qué vamos a comer (generalmente alimentos muy calóricos); tenemos que comer ese mismo instante y es difícil concentrarse en otra cosa; seguimos comiendo aun después de estar saciados y cuando acabamos nos sentimos fatal. Si es hambre emocional observa qué emoción hay detrás. Quizás haya enfado por una discusión con tu pareja y una conversación pueda cambiar el foco de tu atención.
  • Apúntate al Mindful Eating. Acostúmbrate a alimentarte desde la conciencia plena, centrándote única y exclusivamente en lo que estás comiendo. Además de aprender a escuchar a tu cuerpo, comer de forma consciente te permitirá saborear y disfrutar más de la comida. También te ayudará a establecer una relación más sana con los alimentos.
  • Mima a tu niño interior. Aprende a establecer vínculos sanos y rodéate de personas que te acepten como eres, con tus luces y tus sombras. Pero, sobre todo, has de empezar por escuchar, aceptar y acoger a ese niño que aún vive dentro de ti.
  • Busca ayuda. La Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR) es muy recomendable para abordar tanto los atracones como el resto de los trastornos de la conducta alimentaria. La eficacia de esta terapia radica en que va al origen del problema. Se trabaja no solo con el síntoma que se ve, sino con el trauma oculto que está en la base. Muchas veces hay sucesos traumáticos en la vida del paciente que pueden estar directamente relacionados con el origen y el mantenimiento de los trastornos alimentarios. En caso de que necesites ayuda, puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible.
El apego inseguro está estrechamente relacionado con el alcoholismo

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido

Alcoholismo y apego inseguro: El niño herido 1920 1280 BELÉN PICADO

El vínculo que el niño establece con sus figuras de referencia, en particular cuando hay un apego inseguro, está relacionado con el alcoholismo en la edad adulta. La supervivencia de un bebé depende totalmente de sus padres o, en su caso, de las personas que ejercen de cuidadoras. La misión de estas es enseñarle a gestionar sus emociones, ejercer de base segura desde la que el niño explore el mundo que le rodea y ser un refugio al que recurrir en caso de peligro.

Si el sistema funciona correctamente, se establecerá un apego seguro. Pero puede suceder que los cuidadores no sepan ayudar al bebé a regularse o, peor aún, que sean la fuente de amenaza. En este caso, el niño tendrá que buscar otras figuras de apego o desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Lo hará a través de objetos o actividades que le aporten la sensación de calma que no ha podido encontrar en quienes deberían habérsela proporcionado. La búsqueda de algo externo que mitigue esa ansiedad y esa angustia puede desembocar, en la edad adulta, en adicciones como el alcoholismo.

Dependiendo de la calidad del vínculo entre el niño y sus cuidadores puede establecerse un estilo de apego seguro o un estilo de apego inseguro. Y este, a su vez, puede ser evitativo (o distanciante), ansioso (o preocupado o ambivalente) y desorganizado.

Apego seguro

Todas las necesidades del bebé han estado cubiertas. El niño ha interiorizado que es querido y valioso para sus figuras de apego, por lo que es capaz de alejarse sin temor a perderlas. Con el tiempo, se convertirá en un adulto capaz de gestionar sus emociones. Además, no temerá el contacto afectivo ni tampoco se angustiará en caso de no encontrarlo y le resultará fácil entablar relaciones significativas con otras personas.

Según un estudio realizado por los psiquiatras María Teresa de Lucas y Francisco Montañés, los individuos con un apego seguro pueden experimentar con sustancias durante la adolescencia como una conducta exploratoria. Sin embargo, quienes presentan un estilo de apego inseguro recurren a ellas como un modo de enfrentarse a la angustia emocional. Y, posiblemente, continuarán haciéndolo en la edad adulta.

El apego seguro puede ser un factor de protección contra la adicción al alcohol

Apego inseguro evitativo (o distanciante)

Los cuidadores no están disponibles para el niño. Este acaba aprendiendo que sus necesidades no importan y que no puede contar con los cuidadores porque no servirá de nada. En la edad adulta estas personas buscan tenerlo todo controlado. Pero cuando se agotan y pierden ese control, tratan de regularse con sustancias que les impidan sentir la ansiedad. El alcohol, por ejemplo.

La estrategia más básica para evitar la ansiedad que provoca la falta de control es la evitación. Beber se convierte en un medio para evitar sensaciones desagradables, partes de la personalidad que no gustan o la creencia de ser defectuoso… Según el psicólogo Manuel Hernández, «la evitación mediante sustancias, juego, compras o sexo compulsivo tienen en común que ayudan a evitar el malestar interno, no permiten que lo que nos hace daño se haga consciente y ayudan a evitar la conexión con un mundo interno que está muy degradado y vacío».

Apego inseguro ansioso/preocupado/ambivalente

Los cuidadores son incoherentes e imprevisibles en sus respuestas a las demandas del niño: unas veces, afectuosos y otras, distantes. El niño se muestra confuso, no sabe qué esperar y sus reacciones oscilan entre el rechazo y la irritabilidad y la búsqueda desesperada de contacto. Ya de adulto muestra una gran ansiedad y preocupación por ser amado y por sentirse valioso. Al contrario de lo que ocurre con el apego inseguro evitativo, no tratan de controlar porque nunca han sentido que tuvieran el control. En su caso, el objetivo es mantener un contacto emocional constante con alguien y para lograrlo hacen cualquier cosa. Por ejemplo, beber para no sentirse excluidos de las relaciones sociales.

Apego inseguro desorganizado

Las personas que tienen que proteger y cuidar son precisamente las que maltratan y esto genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. Ya de adultos, se autorregularán a través de autolesiones, abuso de sustancias como el alcohol o relaciones muy conflictivas.

Si, además, se han producido abusos sexuales en la infancia, para el niño puede resultar mucho más doloroso el hecho de que sus padres no lo apoyen o no le crean que el propio abuso. Y si el agresor es una de las figuras de apego el trauma es mucho más grave. En estos casos, es habitual que surjan emociones de culpa y vergüenza y se mantengan en la edad adulta. Estos sentimientos de menosprecio hacia uno mismo unidos a la creencia irracional de merecerlo, puede llevar a la persona a abusar del alcohol como una forma de autocastigo.

Alcoholismo y apego inseguro

Beber para escapar del dolor, el vacío y la inseguridad

Cuando durante la infancia se ha vivido una situación de abandono, negligencia o malos tratos, muchas veces las secuelas perduran en la edad adulta. Es posible que la persona beba como un medio de huir del dolor, el vacío y la sensación de inseguridad.

  • Evitar el dolor. Si no se desarrollaron estrategias de afrontamiento en la niñez, la persona puede recurrir al alcohol como un calmante que apague el dolor y la angustia. Dice Eckhart Tolle que «mucha gente hace uso del alcohol, las drogas, el sexo, la comida (…) como anestésicos, en un intento inconsciente de apartar esa incomodidad básica». El alcoholismo se convierte así en una forma de automedicación, ya que el dolor, la ansiedad y el malestar se alivian, al menos temporalmente. Pero todo es una ilusión, ya que precisamente lo que se utiliza como intento de solucionar un problema, se convertirá en otro más a resolver.

  • Provocar un estado de euforia que ayude a escapar del vacío. Frente a un momento difícil, un acontecimiento complicado o un duelo, por ejemplo, es normal que experimentemos cierta sensación de vacío. Esta sensación será puntual si nuestras figuras de referencia nos ayudaron a calmarnos, a gestionar nuestras emociones, a entender que todo pasa por perturbador que sea. Pero cuando esas figuras no han atendido las necesidades del niño, este aprende que nadie calmará su angustia. Cuando sea adulto buscará sustitutos que llenen un vacío que no deja de crecer y que le recuerda la soledad y la angustia vividas. Por desgracia, la euforia y la falsa alegría que se encuentra en el alcohol es fugaz y no hace otra cosa que empeorar la situación.
  • Vencer la inseguridad. Cuando hay un apego seguro y existe una amenaza, el niño acude al cuidador y este le proporciona la protección que necesita. En estas condiciones, la experiencia de base segura se interioriza y el niño se convertirá en un adulto capaz de confiar en los demás y en sí mismo. Se sentirá seguro en el mundo y capaz de poder hacer frente a las dificultades. Jeremy Holmes explica en Teoría del apego y psicoterapia: En busca de la base segura que los adultos disponen de una zona interna que funciona como base segura y a la que se dirigen cuando lo necesitan, “especialmente como parte de su regulación de afecto”. Sin embargo, si esta base segura no ha existido en los primeros años se recurrirá a conductas patológicas “que incluyen los atracones de comida o la muerte por inanición, el abuso de sustancias, la masturbación compulsiva o las autolesiones voluntarias”. Según Holmes, estos comportamientos ponen en marcha la base segura interna y adquieren “una función tranquilizadora, aunque sea de forma autodestructiva”.
La película Joker y los efectos devastadores de los malos tratos en la infancia

«Joker», una película sobre los devastadores efectos de los malos tratos en la infancia

«Joker», una película sobre los devastadores efectos de los malos tratos en la infancia 3840 2400 BELÉN PICADO

La película Joker, dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix, está dando mucho que hablar y no solo a nivel interpretativo. La historia del eterno enemigo de Batman pone sobre la mesa temas importantes. Entre ellos, la necesidad de que los gobiernos destinen fondos a la salud mental y la discriminación que sufren las personas con enfermedades mentales.

También habría mucho que decir sobre el peligro que entraña relacionar trastorno mental y violencia… Sin embargo, en esta ocasión me centraré en lo perjudicial que puede ser crecer en un familia disfuncional. Si a ese modelo de crianza caótica le sumamos la marginación social que sufre Arthur Fleck el resultado es una bomba de relojería.

Es posible que Joker siempre haya formado parte de Arthur, pero para ‘salir al mundo’ hacía falta que se dieran varias circunstancias. Por un lado, la imposibilidad de seguir accediendo a los fármacos que necesita. Por otro, las sucesivas traiciones de personas en quienes confía, especialmente la traición que supone un descubrimiento relacionado con su madre. Y no olvidemos las continuas humillaciones de las que es víctima a causa de sus problemas mentales.

Sin embargo, para comprender como se va gestando ese alter ego que acabará por hacer ‘desaparecer’ a Arthur, vamos a retroceder a su infancia. Porque el modo en que nos enfrentamos al mundo de adultos depende en gran parte de la calidad de nuestras experiencias de niños. Básicamente, la película Joker habla de los malos tratos y sus devastadores efectos. Por cierto, importante para quien no la haya visto: a partir de aquí hay spoilers.

Joker es una película sobre el trauma complejo y los malos tratos

Malos tratos y negligencia: el apego desorganizado

Desde que nacemos, nuestras vivencias se acumulan en la memoria y se integran con nuestra forma de sentir y de pensar. Así, poco a poco, va conformándose nuestra personalidad. En esta capacidad de integrar lo que vivimos, pensamos y sentimos juega un papel importante la relación que establecemos con nuestras figuras de apego.

Si hemos tenido unos cuidadores disponibles y atentos a nuestras necesidades, desarrollaremos un apego seguro y una representación de nosotros mismos como personas válidas. Sin embargo, cuando esas figuras son imprevisibles, frías o abusadoras, el niño se verá como un ser defectuoso. En ese caso, puede desarrollar un apego ansioso, evitativo o desorganizado.

El tipo de comunicación entre una madre y su hijo durante los primeros años es tan importante que crecer en un entorno negligente, puede alterar el funcionamiento cerebral del niño. En la película Joker,  al abandono de los padres biológicos de Arthur Fleck se sumó la negligencia por parte de una madre adoptiva con varios trastornos mentales. Cuando Arthur era solo un niño, Penny permitió que su novio abusara física y sexualmente de él en repetidas ocasiones. Esa situación jugó un importante papel en los posteriores problemas mentales de Fleck, incluida la risa patológica que le caracteriza.

La tortura de sentirse invisible

Además de sentirse incomprendido toda su vida, Arthur nunca se ha sentido visto (el tema de la invisibilidad suele aparecer  cuando se trabaja con adultos que han sido víctimas de negligencia y/o malos tratos). La regulación emocional del niño comienza cuando es un bebé a través de la relación con el cuidador. En una relación de apego sana, los adultos sintonizan con el niño y lo ayudan a modular sus reacciones emocionales. Cuando estas experiencias de sintonía y regulación no existen y el niño no es visto, las consecuencias pueden ser muy dañinas en la edad adulta. William James, un importante psicólogo estadounidense, decía: “No hay peor tortura para un hombre que sentirse invisible”.

La propia enfermedad mental de Penny y los malos tratos de los que también era víctima, la llevaron a no ser capaz de ver las necesidades de su hijo. La prueba de que nunca fue consciente de su sufrimiento está en que, además de llamarle Happy, en una escena asegura no haber oído nunca llorar a su hijo; «es un niño feliz”, afirma.

A lo largo de la película, Arthur expresa en varias ocasiones esa necesidad de que le vean. En su diario, escribe: “No quiero morir y que la gente me pase por encima. Quiero que la gente me vea”. En un momento dado de la segunda sesión con la asistente social dice: “Hasta hace poco parecía que era invisible”. Más tarde, añade: “Me he pasado toda la vida sin saber si realmente existía, pero existo y la gente está empezando a darse cuenta”. Y es que, después de intentar en vano que lo vean como esa persona que “vino al mundo para traer alegrías y sonrisas”, es sacando su parte más violenta como empieza a conseguir que le presten atención.

Muchas víctimas de malos tratos sienten que no han sido vistos

La disociación como estrategia de supervivencia

En la vida a veces hay experiencias tan traumáticas o abrumadoras emocionalmente que se produce una desconexión entre la mente de la persona y la realidad que está viviendo. Este fenómeno psicológico se conoce como disociación y supone una verdadera estrategia de supervivencia si el trauma se produce en los primeros años.

Cuando la persona que debería cuidar y proteger al niño es la misma que le daña, entran en conflicto el instinto de supervivencia y la necesidad de vincularse (“Te tengo miedo y a la vez te necesito”). En ese momento, el cerebro aún no tiene la madurez necesaria y no puede procesar ciertas vivencias demasiado traumáticas. Entonces, las almacena de forma disfuncional en una red neuronal aislada, a diferencia de los recuerdos normales que se envían a redes interconectadas.

Manuel Hernández Pacheco apunta en su libro Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen que “en situaciones donde haya una experiencia emocional muy fuerte nuestro cerebro puede crear compartimientos donde almacenar de forma aislada hechos o emociones que nos provoquen mucho dolor si las evocamos”.

Esto explica que haya casos muy graves (abusos sexuales), en los que la persona no puede recordar lo ocurrido. En la película Joker el protagonista no recuerda los abusos que sufrió en su infancia ni por qué estuvo en un psiquiátrico. En estas circunstancias, la disociación se convierte en una respuesta para sobrevivir a la negligencia y el abuso de los cuidadores.

La disociación es uno de los principales síntomas del trauma complejo

Además de la amnesia, la disociación incluye otros aspectos que explica Anabel González en su libro No soy yo. Entre ellos, síntomas corporales diversos; la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno; y, sobre todo, la fragmentación de la personalidad y la identidad.

Lejos de justificar ninguna conducta delictiva, saber cómo se originan estos comportamientos puede ayudar a prevenirlos. Asimismo, sería muy positivo aceptar a las personas con algún trastorno mental como son, sin esperar (como se queja Arthur) que se comporten como si no lo tuviesen. Aprovechemos historias como la película Joker para reflexionar sobre la necesidad de ver a las personas más allá de etiquetas y de diagnósticos.

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