Evitación emocional

Entrar en bucle. Cuando los pensamientos no te dejan en paz

Entrar en bucle: Cuando los pensamientos no te dejan en paz

Entrar en bucle: Cuando los pensamientos no te dejan en paz 1294 1500 BELÉN PICADO

¿Alguna vez has sentido que tu mente se engancha a un pensamiento y no consigue soltarlo, aun sabiendo que no te lleva a ninguna parte? Tal vez repasando lo que dijiste en una conversación e imaginando qué habrán pensado los demás. O quedándote atrapado/a en preguntas sin respuesta: «¿Por qué me pasó esto?», «¿y si hubiera tomado otra decisión?», «¿y si ocurre algo malo?». Este fenómeno, al que solemos referirnos como «comerse la cabeza», «entrar en bucle» o «rayarse» es más común de lo que parece, pero cuando se repite demasiado y con demasiada intensidad puede llegar a complicarnos mucho la vida.

A veces se presenta como pensamientos automáticos cargados de crítica y pesimismo; otras, como una preocupación constante por lo que aún no ha sucedido; y en ocasiones, como una imagen intrusiva que aparece sin pedir permiso. Sea cual sea su forma, el resultado suele ser el mismo: una mente que no descansa y la sensación de vivir en el centrifugado de una lavadora que no se detiene.

Cuatro formas de entrar en bucle

Cuando hablamos de «comernos la cabeza» solemos mezclar procesos distintos, por lo que conviene diferenciarlos para entender mejor cómo funcionan:

  • Pensamientos automáticos negativos. Son rápidos, breves e irrumpen en tu mente sin que los busques. Pueden sonar como: «Soy idiota», «No sirvo para nada»… Y suelen ir cargados de miedo, culpa o vergüenza. Desde la psicología cognitiva se describen como interpretaciones rápidas y distorsionadas de la realidad. Sin embargo, desde la perspectiva del trauma, también se ven como huellas de experiencias traumáticas pasadas que siguen activas.
  • Rumiaciones. Se centran en el pasado y consisten en repasar una y otra vez hechos que ya ocurrieron, preguntándonos por las causas o consecuencias de algo que muchas veces no tiene respuesta: «¿Por qué me ha tenido que pasar a mí?», «¿Por qué fue él quien murió?», «¿Qué habría pasado si lo hubiera hecho de otra manera?». El proceso se repite en bucle: parece que analizamos, pero en realidad no avanzamos hacia respuestas concretas. Es como girar en una rotonda sin encontrar nunca la salida.
  • Preocupaciones. A diferencia de la rumiación, la preocupación se orienta hacia el futuro: «¿Y si me despiden?», «¿y si enfermo?», «¿y si decepciono a todos?». La incertidumbre actúa aquí como disparador: cuando no soportamos no saber qué pasará, la mente crea escenarios posibles en un intento de reducir el malestar. Preocuparse parece, en apariencia, una forma de estar preparados o de encontrar soluciones antes de que ocurra lo temido. El problema es que esa sensación es solo un espejismo: dar vueltas una y otra vez a lo que podría pasar no te prepara mejor, solo aumenta la ansiedad y el agotamiento.
  • Intrusiones. Son pensamientos, recuerdos o imágenes que surgen de forma súbita y no deseada. Pueden ser recuerdos dolorosos, imágenes violentas, pensamientos «inapropiados» o ideas absurdas que chocan con nuestros valores. Ahora bien, es importante aclarar que el contenido de una intrusión no refleja lo que realmente queremos ni quiénes somos.

En todos estos casos hablamos de pensamientos que se repiten y generan malestar sin aportar soluciones. Los pensamientos automáticos negativos suelen ser el punto de partida: a partir de ellos la mente puede dar lugar a procesos más largos como la rumiación o la preocupación, aunque estos no surgen de manera inmediata. Los intrusivos, en cambio, sí irrumpen de forma abrupta e involuntaria, con un contenido negativo que aparece sin que uno lo elija.

(En este blog puedes leer el artículo Comerse la cabeza: cuando la preocupación se vuelve patológica)

Entrar en bucle. Cuando los pensamientos no te dejan en paz

Imagen de Freepik

¿Por qué nos enganchamos a estos bucles mentales?

Una frase que se repite mucho en consulta es: «Sé que no me sirve de nada, pero no puedo para de dar vueltas a las cosas». ¿Por qué ocurre esto?

  • Sesgo de negatividad. Desde un punto de vista evolutivo, nuestro cerebro está diseñado para dar más peso a lo negativo que a lo positivo. Nuestros antepasados sobrevivían porque recordaban mejor dónde había depredadores que dónde crecían las flores más bonitas. Esa herencia sigue viva: lo desagradable llama más nuestra atención, se fija con más fuerza en la memoria y tiende a repetirse.
  • Búsqueda de control y certezas. Rumiar o preocuparse nace de un deseo muy humano: querer tenerlo todo bajo control. La mente repite escenas pasadas con la esperanza de «descifrarlas» y evitar que se repitan, o se adelanta al futuro intentando prever todas los posibilidades. Pero la vida nunca ofrece garantías absolutas: siempre habrá variables que escapan a nuestro control.
  • Evitación emocional. Pensar sin parar también es una forma de no sentir. Dar vueltas protege, aunque solo sea por un momento, de emociones como la tristeza, el miedo o la rabia. Una persona en duelo puede pasarse horas preguntándose qué habría hecho distinto o por qué tuvo que suceder: no encontrará respuestas, pero al hacerlo evita conectar con el dolor.
  • El modo por defecto. Cuando no estamos centrados en una tarea concreta, el cerebro activa la red neuronal por defecto, un mecanismo que nos hace divagar, repasar recuerdos o planear el futuro. En calma puede favorecer la creatividad, pero bajo estrés suele llenarse de pensamientos negativos y repetitivos.
  • Aprendizaje temprano y modelos familiares. Muchas personas aprendemos a preocuparnos observando a quienes nos criaron. Si en casa vimos a nuestros padres dar vueltas a cada detalle o anticipar todo tipo de desastres, es probable que interiorizáramos ese estilo mental como algo normal.
  • Creencias erróneas. Otro combustible son las ideas equivocadas sobre la utilidad o el valor de preocuparse. Pensamientos como «si dejo de darle vueltas, me relajaré demasiado y me equivocaré» o «preocuparme significa que soy responsable» mantienen la dinámica. Aunque la persona reconozca que rumiar desgasta, siente que no hacerlo sería peor.
  • Experiencias traumáticas. Quienes han sufrido traumas son más vulnerables a quedar atrapados en estos patrones de pensamiento. El cerebro intenta «entender» lo ocurrido, como si encontrar un sentido pudiera reparar la herida. Es un intento de control retrospectivo: «si descubro qué hice mal, evitaré que vuelva a pasar». Además, quienes crecieron en entornos caóticos suelen desarrollar un estilo hipervigilante, siempre buscando explicaciones para alcanzar una ilusión de seguridad.
  • Perfeccionismo y autoexigencia. Quien busca hacerlo todo perfecto nunca se queda satisfecho: siempre encuentra un detalle que podría haber sido mejor. Rumiar parece necesario para cumplir con ese nivel imposible de exigencia, pero en la práctica solo conduce a la parálisis y el agotamiento.
  • Intolerancia a la incertidumbre. Hay quienes llevan muy mal no saber qué pasará. Preocuparse se convierte en una manera de llenar el vacío que deja la duda. Alguien que espera un resultado médico puede pasar horas imaginando diagnósticos. Siente que así se prepara, pero en realidad lo que hace es sufrir varias veces antes de tiempo.
  • Ganancias secundarias. Otro motivo por el que cuesta tanto desactivar estos engranajes mentales son las llamadas ganancias secundarias: beneficios ocultos, casi siempre inconscientes, que obtenemos de conductas que en apariencia solo nos perjudican. En este caso, las rumiaciones o preocupaciones pueden dar la ilusión de control, reforzar la sensación de responsabilidad o proporcionar alivio frente a emociones difíciles. Aunque calman en el momento, en realidad mantienen el problema activo. Reconocer estas ganancias es clave: solo así puedes aprender a cubrir esas necesidades de una forma más sana y romper el círculo vicioso.
    (En este blog puedes leer el artículo Qué son las ganancias secundarias y cómo impiden que avances)
  • Factores biológicos y neuropsicológicos. La neurociencia muestra que la rumiación implica una hiperactivación de la red por defecto y una dificultad de las áreas prefrontales para interrumpir el ciclo. A ello se suman factores que aumentan la vulnerabilidad: sueño deficiente, fatiga acumulada, exceso de cafeína o pantallas, predisposición genética a la ansiedad o a la depresión, etc.
Entrar en bucle. Cuando los pensamientos no te dejan en paz

Foto de Niklas Hamann en Unsplash

Señales de que estás pensando de más

Rumiar, preocuparse o tener pensamientos automáticos negativos no es en sí mismo patológico. De hecho, cierta dosis de análisis retrospectivo o de anticipación de riesgos puede ser útil: nos ayuda a aprender de la experiencia, a planificar y a adaptarnos. Pero el límite entre lo útil y lo dañino se cruza cuando estas vueltas mentales dejan de ser ocasionales para volverse crónicas, se hacen cada vez más rígidas y empiezan a dirigir nuestra vida en lugar de ser una herramienta más.

Algunas señales de que estos bucles mentales se te están yendo de las manos:

  • Dificultad para concentrarte. Al intentar leer, ver una película o centrarte en una conversación tu mente regresa una y otra vez al mismo tema, incluso cuando no quieres.
  • Sensación de estar atrapado. No es solo pensar mucho, sino darte cuenta de que no tienes opción de soltarlo. La mente funciona como un imán del que no puedes despegarte.
  • Repetición estéril. Te sorprendes dándole vueltas a lo mismo una y otra vez, como si tu mente girara en círculo sin llegar a una conclusión.
  • Cada vez te roba más tiempo. Al principio eran unos minutos, ahora descubres que llevas media hora, una hora o incluso más en el mismo bucle.
  • Irrumpe en tus momentos de descanso. Los pensamientos aparecen justo cuando intentas relajarte: al acostarte, al despertar, en la ducha, en vacaciones. Como si la mente no respetara los espacios de respiro.
  • Exceso de autoobservación. Te descubres analizando cada gesto, cada frase, cada decisión, con lupa, como si estuvieras en examen permanente.
  • Desgaste emocional. Aunque todavía no sea incapacitante, notas más tensión, cansancio o irritabilidad después de estos episodios.

Cómo romper el ciclo

Cuando los pensamientos se vuelven repetitivos y agotadores, la pregunta clave es inevitable: «¿Y ahora qué hago?». La solución no pasa por obligarte a dejar la mente en blanco ni por luchar a toda costa contra lo que piensas (eso suele darles más fuerza). Se trata más bien de cambiar la relación con tu mente: en lugar de pelearte o rendirte ante esos pensamientos, aprender a observarlos con cierta distancia, decidir qué hacer con ellos y volver a poner el foco en lo que realmente importa en tu vida.

Algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Pon nombre a lo que te pasa. El primer paso es reconocer lo que ocurre. Cuando notes que tu mente insiste con una idea, etiquétala: «esto es rumiación», «esto es preocupación», «esto es una intrusión». Ese simple gesto ya marca una diferencia: dejas de identificarte con el contenido y lo ves como un producto de tu mente. Para reforzar esta distancia puedes recurrir a técnicas sencillas: repetir la frase hasta que pierda fuerza, cantarla con una melodía absurda o escribirla en un papel y verla como lo que es,  simples palabras. Así, en lugar de «soy un desastre» , podrás decirte “estoy teniendo el pensamiento de que soy un desastre”.
  • Da un espacio a los pensamientos. En lugar de intentar bloquearlos, concédeles un momento concreto: reserva 15–20 minutos al día para preocuparte todo lo que quieras. Si aparecen fuera de ese horario, los apuntas y los pospones para entonces. A menudo, al llegar el momento, la intensidad ya ha bajado.
  • Cuestiona su utilidad. Más que preguntarte si lo que piensas es cierto, pregúntate si te ayuda. ¿Este pensamiento te aporta algo? ¿Seguirá importando dentro de diez semanas o diez meses? ¿Cuál sería una alternativa más equilibrada? Una recurso útil es transformar el «¿Y si…?» en un «¿Y qué si…?», un pequeño giro que cambia la anticipación del miedo por la apertura a otras posibilidades.
  • Pasa a la acción. Nada alimenta más la rumiación que quedarse inmóvil. Aunque no tengas ganas, programa actividades que te aporten: salir a caminar, hablar con alguien, avanzar en una tarea pendiente. El ánimo suele llegar después de actuar, no antes.
  • No huyas. Si surge una intrusión desagradable, no corras a borrarla ni a neutralizarla. Déjala estar sin responder. Cuando no la alimentas, su intensidad disminuye sola y tu mente aprende que no necesita reaccionar a todo lo que aparece.
  • Entrena tu atención. La mente funciona como un foco: cuanto más iluminas algo, más grande parece. Ejercicios de atención plena (notar la respiración, hacer un escaneo corporal, fijarte en lo que ves, oyes, hueles en este momento) ayudan a restar poder a los pensamientos y a volver al presente.

  • Háblate bonito. La rumiación suele ir acompañada de una autocrítica feroz. Prueba un tono más compasivo y háblate como hablarías con alguien a quien quieres. Frases como «esto es difícil, pero estoy haciendo lo que puedo» pueden parecer simples, pero cambian radicalmente la experiencia.
  • Atiende lo básico. Dormir lo suficiente, moverte, exponerte a la luz natural, moderar la cafeína y limitar pantallas por la noche disminuye la vulnerabilidad a quedar atrapado en pensamientos repetitivos. Un cuerpo descansado facilita que la mente se regule mejor.
  • Busca apoyo si lo necesitas. Si, a pesar de tus intentos, las rumiaciones, las preocupaciones o los pensamientos negativos ocupan demasiado espacio o interfieren en tu vida, pide ayuda profesional. En terapia aprenderás a cuestionar las creencias que sostienen estos procesos y a trabajar en las experiencias que los alimentan. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)
La trampa de la evitación: Cuando la solución se convierte en el problema

La trampa de la evitación: Cuando la solución se convierte en el problema

La trampa de la evitación: Cuando la solución se convierte en el problema 1920 1280 BELÉN PICADO

Continuamente, y de forma más o menos consciente, nos pasamos la vida tomando decisiones ante las situaciones y dificultades que van apareciendo en nuestro camino. Unas veces nos ponemos en modo acción y otras nos quedamos quietos; unas veces afrontamos un conflicto y otras miramos hacia otro lado; acogemos el dolor por una pérdida o huimos de él… En este artículo vamos a conocer un poco más sobre la evitación, un mecanismo de defensa al que recurrimos para afrontar una situación que nos genera miedo, malestar, dolor o sufrimiento.

Cuántas veces nos hemos tapado los ojos y hemos dado por hecho que si no miramos a eso que nos duele, o le restamos importancia, antes o después desaparecerá.  Seguro que muchas, ¿verdad? Y todo, aunque racionalmente sepamos que esa realidad que no queremos ver no deja de estar por mucho que nos empeñemos en no mirar. Y es que huir de lo que nos preocupa no solo no resuelve nada, sino que el malestar que queremos eludir se intensificará.

De estrategia de supervivencia a mecanismo de defensa

Junto a la lucha y la congelación, la huida es una de las formas en que cualquier especie animal afronta una amenaza o una agresión. Si una gacela se tropieza con un león en plena selva, está claro que lo más adaptativo es huir. Así que, en este contexto, recurrir a la evitación es el único mecanismo de afrontamiento posible para la gacela si no quiere convertirse en plato principal de la cena del león.

Pero en los seres humanos la evitación, a menudo, deja de ser una estrategia de supervivencia para convertirse en un mecanismo de defensa, rígido y automático. Y solemos recurrir a él para escapar de emociones o pensamientos que nos provocan angustia, aunque no exista un peligro real.

Es lo que le ocurre a Rocío a la hora de afrontar las situaciones que encuentra en su día a día. Ella se define como una persona muy positiva que siempre trata de ver el lado bueno de las cosas. Nunca se muestra de mal talante. De hecho, cuando experimenta la más mínima pizca de tristeza o enfado, se enfoca en cualquier actividad que le distraiga y restaure su buen humor: llama a sus amigas, se va al gimnasio o ‘devora’ un capítulo tras otro de cualquier serie mínimamente entretenida. Tampoco es muy amiga de las discusiones. De hecho, cuando surge algún conflicto con un compañero de trabajo hace lo posible para evitar encontrárselo con la esperanza de que en unos días a él se le pase.

Rocío está convencida de que eludir las emociones y las situaciones incómodas es mucho más práctico que afrontarlas; no se da cuenta de que así solo consigue que ese malestar del que huye regrese una y otra vez.

huir de lo que nos preocupa no solo no resuelve nada, sino que el malestar que queremos eludir se intensificará.

Cómo funciona la evitación

Como hemos dicho al principio, a lo largo de nuestra vida vamos adquiriendo diversas estrategias de afrontamiento a las que recurrimos cuando necesitamos hacer frente a diferentes situaciones. Si son ineficaces, acabaremos abandonándolas y si nos resultan útiles, las incorporaremos a nuestra ‘caja de herramientas’.

En el caso de la evitación, casi todos hemos recurrido alguna vez a ella en situaciones que percibimos como desagradables, dolorosas o amenazantes. ¿Y cómo saber cuándo esta estrategia es útil y necesaria o inútil y disfuncional? Es adaptativa si la utilizamos de modo puntual ante un problema o una amenaza externa que supone un riesgo evidente, real y objetivo. Pero nos perjudicará si la convertimos en nuestra estrategia principal para huir de algo que objetivamente no es tan negativo o peligroso. En el caso de Rocío y su conflicto con el compañero del trabajo, por ejemplo, sería una respuesta adaptativa si estuviese evitando una pelea en la que está en riesgo su integridad (que no es el caso).

A corto plazo, el mecanismo de evitación puede parecer beneficioso porque el malestar desaparece y se produce una sensación de alivio inmediato (y fugaz) y esto es un reforzador muy potente. Vamos a imaginar que nos invitan a una fiesta. Nos apetece mucho ir pero, de pronto, nos asalta el temor a hacer el ridículo, a decir algo inconveniente o a no tener temas de conversación. Al final, decidimos quedarnos en casa y resulta que la ansiedad desaparece como por arte de magia. Así que, como la estrategia nos ha funcionado, es muy probable que tendamos a repetirla.

Sin embargo, también es evidente que a medio plazo no solucionaremos el problema. Lo más seguro es que cada vez nos sintamos más inseguros y nos expongamos a menos situaciones en las que tengamos que interactuar con otras personas. Y, al final, acabaremos aislándonos.

De este modo, lo que en principio era la solución se convierte en problema. Por un lado, la evitación impide que nos habituemos a eso que tememos y que disminuya la intensidad de nuestra angustia. Por otro, perdemos la oportunidad de descubrir y entrenar nuestras propias habilidades.

Cuando, en vez de huir, nos enfrentamos a lo que tememos no solo nos estamos permitiendo conocer y mejorar nuestros propios recursos. También vamos a experimentar una mayor percepción de control sobre ello, además de un ‘chute’ de autoconfianza y autoestima.

"Décalcomanie", de René Magritte.

«Décalcomanie», de René Magritte.

La importancia de los mensajes que transmitimos a los niños

Los distintos estilos de afrontamiento se desarrollan durante la infancia. Si el niño no aprende a elaborar creencias, emociones y experiencias negativas, su cerebro se verá obligado a crear un sistema de protección. Y buscará otras vías alternativas para lidiar con el sufrimiento,  como la evitación.

El modo en que el niño aprende a afrontar las distintas situaciones depende en gran parte de lo que asimila en casa. Por ejemplo, si mi hijo está triste por algún motivo y yo le digo que los chicos fuertes no lloran o me burlo diciéndole que es un «llorica», el mensaje que recibirá e interiorizará es que estar triste está mal y probablemente bloqueará esa emoción para ser aceptado socialmente. Incluso, estamos acostumbrados a valorar a los bebés en función de lo poco que expresen ciertos estados emocionales («Es buenísimo, nunca llora»).

Es cierto que durante la infancia esta forma de afrontamiento puede resultar útil porque servirá para proteger la integridad física y psíquica del niño. Pero la evitación dejará de ser adaptativa en la medida en que el niño crezca y siga recurriendo a ella de forma automática e indiscriminada. En este caso, no solo ya no será eficaz, sino que le ocasionará muchos problemas relacionales y emocionales.

Tipos de evitación

  • Evitación conductual. Esta forma de evitación es la más fácil de reconocer. Se trata de eludir situaciones que generan ansiedad o estrés. Volviendo a Rocío, la evitación conductual sería declinar una invitación a una fiesta ante la más mínima posibilidad de que su compañero acuda. Otro ejemplo: si me da miedo volar, no me subiré a ningún avión y optaré por cualquier otro medio de transporte. Podríamos decir que se trata de una respuesta de no acción: no me subo a un avión, no hablo en público, no discuto….
  • Evitación cognitiva. En el caso del pensamiento evitativo, la evitación es una consecuencia del modo en que interpretamos la realidad. Tratamos de no pensar en aquello que nos hace sentir mal y, en vez de evaluar el problema y reflexionar sobre él para afrontarlo, lo rehuimos («ya lo pensaré mañana»). Pero como ‘no pensar’ no es tan fácil, a menudo optamos erróneamente por enfocarnos en alternativas que funcionan como vía de escape: videojuegos, redes sociales, abuso de sustancias…
  • Evitación emocional o experiencial. A través de ese tipo de evitación buscamos librarnos de emociones que nos resultan desagradables (miedo, angustia, tristeza, ira…). Como en el caso anterior, para conseguirlo la persona puede sumergirse en actividades que, o bien directamente son nocivas (alcohol, drogas…), o bien son saludables, pero llevadas al exceso se convierten en perjudiciales (comer o hacer deporte de manera compulsiva).

La evitación está presente en muchos problemas psicológicos

La evitación acompaña y alimenta muchos problemas psicológicos, entre ellos:

  • Adicciones. Recurrir al alcohol, a las drogas o al juego es una forma de evitar sensaciones desagradables o ciertas partes de la personalidad que no gustan. Según explica el psicólogo Manuel Hernández en su libro Apego y psicopatología, la ansiedad y su origen, «la evitación mediante sustancias, juego, compras o sexo compulsivo tienen en común que ayudan a evitar el malestar interno y no permiten que lo que nos hace daño se haga consciente».
  • Trastorno por estrés postraumático. Uno de los síntomas de este trastorno es la evitación de pensamientos o sentimientos relacionados con la experiencia traumática. Por lo general, quienes sufren estrés postraumático tienden a evitar no solo las situaciones que les conectan con los hechos traumáticos, sino también recuerdos y procesos internos relacionados con dichas experiencias.
  • Trastornos alimentarios. Si no como nada o llevo un control estricto y riguroso de todo lo que ingiero estoy evitando el miedo a engordar (y también a sentir). Por otro lado, darse atracones de comida es otra forma de desconectar y, de paso, evitar emociones que pueden ser demasiado abrumadoras y que no se saben gestionar.
  • Autolesiones. Algunas personas que no han aprendido a regularse emocionalmente de una forma adaptativa recurren a la autolesión como una estrategia disfuncional para evitar emociones que les desbordan. Como ocurre en otros casos, esta conducta lleva al alivio momentáneo del malestar lo que aumenta la probabilidad de que se repita.
  • Procrastinación. Evito cuando aplazo lo que debería estar resolviendo ahora, cuando dejo para mañana lo que tengo que hacer hoy o lo que me produce ansiedad. Demorar una tarea reduce temporalmente el estrés y la ansiedad que nos produce. Pero esa recompensa inmediata y fugaz puede repercutir negativamente en el resultado final.
  • Ansiedad. La evitación es un mecanismo muy habitual en fobias, ansiedad social o en el trastorno de pánico. Su función principal es alejar el malestar y la angustia que provocan la sensación de pérdida de control o de estar a punto de volverse loco.
  • Trastorno obsesivo compulsivo. Como se explica en este blog especializado en TOC, «la evitación y el escape son los factores principales que perpetúan el círculo del trastorno obsesivo compulsivo». En este tipo de pacientes, el objetivo de la evitación es suprimir determinados pensamientos o controlar los sentimientos de malestar.
  • Trastorno de la personalidad evitativa. En este trastorno, también conocido como Trastorno Evitativo de la Personalidad o Trastorno Evitativo, la evitación está presente en su máximo nivel. Según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM-5) se caracteriza por presentar un «patrón dominante de inhibición social, sentimientos de incompetencia e hipersensibilidad a la evaluación negativa».

También constituyen formas de evitación: realizar actividades de forma compulsiva (estudiar, trabajar, hacer ejercicio…); apartarse de los demás, criticarles o culparles de los propios problemas internos; racionalizar los sentimientos que nos abruman, etc.

Recurrir a las drogas o al alcohol es una forma de evitar sensaciones desagradables.

La necesidad de exponernos a lo que tememos

Empezar a afrontar las situaciones que has evitado hasta ahora no será fácil, pero el solo hecho de intentarlo ya te hará sentir mejor. A continuación te doy algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Toma conciencia. Cuanto menos conscientes somos de cómo evitamos comportamientos, pensamientos y emociones que nos generan malestar, más poder tendrá la evitación sobre nosotros.  En cuanto nos demos cuenta, por ejemplo, de que estamos recurriendo al alcohol para no entrar en contacto con la tristeza aumentaremos las probabilidades de elegir una opción distinta para afrontar ese dolor. Identificar hasta qué punto está presente la evitación en nuestra vida también nos permitirá ver cómo nos limita y nos facilitará el poder adoptar un estilo de afrontamiento activo.
  • Exponte. Intenta exponerte a eso que temes o te produce malestar, ya sea conductual, cognitivo o emocional. Es normal que las primeras veces sea desagradable o que te sientas peor. Pero solo así aprenderás, mejorarás tus estrategias y te darás cuenta de qué eres capaz. Y, en consecuencia, aumentará tu autoconfianza, tendrás una mayor sensación de control y reforzarás tu autoestima.
  • Trabaja la asertividad. A las personas como Rocío, que tienden a escapar de los conflictos, suele costarles ser asertivas. Piensan, «Mejor me callo y así me ahorro problemas y enfrentamientos». Si es tu caso, recuerda que, para pasar de la evitación al afrontamiento, necesitarás empezar a practicar la asertividad, aprendiendo a decir que no,  a poner límites, a expresar tu opinión, etc.
  • Pon tus pensamientos en cuarentena. Para conseguir interpretar de forma más realista esas situaciones que percibes como angustiosas o como una amenaza, prueba a cuestionarte tus propias creencias automáticas (y en la mayoría de los casos, irracionales). Acostúmbrate a buscar pensamientos alternativos a esos otros que te preocupan.
  • Familiarízate con tus emociones. En vez de verlas como algo horrible que hay que apartar, aprende a observarlas sin juicios, desde la curiosidad. Las emociones no solo no son peligrosas, sino que nos dan muchas pistas para interpretar qué nos está ocurriendo y qué necesitamos en cada momento. La solución no está en cerrar los ojos a la realidad y dar la espalda a la tristeza o el enfado, como hace Rocío. La única forma de aprender a gestionar y regular nuestras emociones es permitiéndonos sentirlas.
  • Inicia un proceso terapéutico. En terapia aprenderás a regular tus emociones y tus pensamientos sin abrumarte. Por ejemplo, serás capaz de sostener tu enfado sin llegar a desconectarte para no sentirlo o experimentar el miedo sin quedarte paralizado o paralizada. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.