Despersonalización

Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?

Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?

Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo? 1500 1000 BELÉN PICADO

¿Alguna vez te has sentido como si no estuvieras dentro de tu cuerpo, como si lo estuvieses mirando desde fuera? ¿Te has mirado en el espejo y no has reconocido la imagen que te devolvía? ¿Te has sentido una extraña en tu propio cuerpo? Esta sensación de extrañeza o desconexión con uno mismo se llama despersonalización. Es más frecuente de lo que parece y hace que nos sintamos distanciados tanto del cuerpo, como de las emociones, los pensamientos y las acciones. Como si estuviéramos siendo espectadores de nuestra propia vida. Puede darse, por ejemplo, cuando estamos expuestos a un estrés intenso, a una privación prolongada de sueño o ante ciertas vivencias traumáticas. En cualquier caso, no significa en absoluto que estemos perdiendo la cabeza.

Según la definición que aparece en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), llamamos despersonalización a la “experiencia de sentirse separado del propio cuerpo, de las propias acciones o de los propios procesos mentales, como si se tratara de un observador externo (p. ej., sensación de que uno está en un sueño, sensación de irrealidad del yo, alteraciones en la percepción, emoción y/o entumecimiento físico, distorsiones temporales, sensación de irrealidad)».

Puede aparecer de forma independiente o como síntoma de otras patologías. Este es el caso de ciertas enfermedades médicas (migrañas, epilepsia del lóbulo temporal) o de algunos trastornos, como trastornos de ansiedad, depresión, esquizofrenia, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), trastorno límite de la personalidad (TLP), etc. Además, es uno de los principales síntomas de los trastornos disociativos.

Despersonalización.

Así se percibe…

Algunas de las personas que han experimentado esta alteración de la percepción la describen así:

«Es como si los pensamientos que aparecen en mi cabeza no me perteneciesen, como si fuesen de otra persona».

«Parece que estoy observando mi vida desde fuera de mi cuerpo».

«Me siento como un autómata, como un robot».

«Miro mis manos y sé que son mías, pero a la vez me parecen ajenas».

«Estoy desconectado de mí mismo».

«A veces cuando me miro en el espejo siento que no soy yo, no me reconozco».

«Me asusté al verme en el espejo y no reconocerme. ¡Veía a mi madre! Menos mal que luego me toqué la cara y ya vi que era yo».

«Me veo desde fuera, como si me desdoblase».

«Estaba llorando, pero realmente no sentía tristeza».

«Tengo que tocarme para sentir que soy real».

«Sé que tengo el control y, sin embargo, no siento que lo tenga».

El músico británico Joe Perkins relata su propia experiencia en su libro Life on autopilot. A guide to living with depersonalization disorder (La vida en piloto automático. Una guía para vivir con trastorno de despersonalización): «Me miro en el espejo y no siento que me esté mirando a mí mismo. Es como si estuviera flotando, sin experimentar el mundo y desvaneciéndome lentamente en la nada. Es como si estuviera en piloto automático en el cuerpo de otra persona».

Desconexión del cuerpo y embotamiento afectivo y cognitivo

Estos son algunos de los síntomas que pueden acompañar a la despersonalización:

  • Desconexión afectiva. Este embotamiento emocional afecta tanto a la conexión afectiva con los demás como a la percepción de las propias emociones, pero no influye en la expresión de las mismas. Esto quiere decir que la persona puede llorar, reír o tener un arranque de ira, sin experimentar conscientemente tristeza, alegría o enfado. Igualmente, esta desconexión aparece cuando se produce una respuesta demasiado ‘tibia’ a situaciones que en condiciones normales generarían una alta intensidad emocional. Es el caso de personas que relatan experiencias altamente perturbadoras sin exteriorizar ninguna emoción.
  • Alteración de la experiencia corporal. Hay una sensación de extrañeza respecto al propio cuerpo o a ciertas partes de él. Aunque la persona sabe que es suyo, lo siente como si estuviera distorsionado (por ejemplo, ver alterado el tamaño de manos y/o pies) o como si perteneciese a otra persona. A veces, incluso, deja de sentirlo. También es común que se vea alterada la percepción de la propia gestualidad, de la voz o de las funciones motoras (sentirse especialmente ligero, pesado o inestable sin que haya un cambio objetivo en el equilibrio o la coordinación).
  • Alteración en la percepción del tiempo. Además de favorecer la aparición de experiencias de déjà vu, esta distorsión puede generar la sensación de que el tiempo pasa más lenta o rápidamente o de que algunos eventos recientes parezcan lejanos en el tiempo mientras que otros antiguos se evoquen como si hubiesen ocurrido solo unos días atrás.
  • Embotamiento cognitivo y distorsión de la memoria. Dificultad tanto para concentrarse como para recordar con claridad. La despersonalización puede acompañarse de pérdidas de memoria o de la desconexión de los propios recuerdos como una forma de apartar vivencias dolorosas y sin que haya evidencia de déficit cognitivo. Sería el caso de una persona que, al recordar un hecho importante de su vida (su boda por ejemplo), tiene la sensación de no haber estado presente cuando ocurrió.
  • Desrealización. A menudo, la despersonalización aparece acompañada de episodios de desrealización, caracterizados por la percepción alterada del mundo externo. Las personas afectadas tienen la sensación de estar desconectadas del entorno y de que las cosas que les rodean no parecen reales («Me siento como si hubiera un muro de cristal delante de mí y solo pudiera ver el mundo a través de él»).
El embotamiento cognitivo es uno de los síntomas que acompaña a la despersonalización.

Imagen de rawpixel.com en Freepik

Factores que favorecen su aparición

Hay circunstancias en las que es más posible que se produzca un episodio de despersonalización:

  • Estar expuesto a un estrés muy intenso. Por ejemplo, la pérdida de un ser querido.
  • Experiencias traumáticas. En su libro El cuerpo lleva la cuenta, el psiquiatra holandés especializado en trauma Bessel van der Kolk relata un episodio de despersonalización vivido por él mismo durante una agresión: «En una ocasión, me atracaron por la noche en un parque cerca de mi casa y, flotando sobre la escena, me vi a mí mismo echado sobre la nieve con una pequeña herida en la cabeza, rodeado por tres adolescentes armados con cuchillos. Disocié el dolor de sus puñaladas en las manos y no sentí el menor miedo mientras negociaba tranquilamente para que me devolvieran la cartera vacía». En el caso de situaciones traumáticas vividas en la infancia, como el maltrato o cualquier tipo de abuso (físico, emocional o sexual), disociarse (la despersonalización es uno de los síntomas de la disociación) representa un mecanismo de supervivencia necesario ante una realidad que al niño o la niña le resulta intolerable: le está pasando al cuerpo, pero no a él.
  • Privación de sueño o de estimulación sensorial. Podemos tener experiencias de despersonalización cuando hemos estado mucho tiempo sin dormir o cuando hay una falta de estimulación sensorial (enfermo que está en un hospital en la unidad de cuidados intensivos, un preso encerrado en una celda de aislamiento, etc.).
  • Consumo de determinados fármacos.
  • Agotamiento o fatiga excesiva mantenida en el tiempo.
  • Consumo de sustancias. La despersonalización puede aparecer asociada al consumo de ciertas drogas (alcohol, alucinógenos, cannabis, ketamina, etc.) o también durante el síndrome de abstinencia.

Por qué ocurre

No es infrecuente pasar por algún episodio de despersonalización en determinadas circunstancias. De hecho,  en algunos estudios, como el realizado por Burón, Jódar y Corominas,  se estima que hasta el 70% de la población general puede experimentarlo alguna vez en la vida.

Cuando estamos sometidos a un alto nivel de estrés o nos encontramos en situaciones en las que nuestro sistema nervioso se ve sobrepasado, nuestro cerebro recurre a la despersonalización como una especie de ‘solución de emergencia’ para poder seguir siendo funcionales. De este modo, desconectarnos del cuerpo y de las emociones nos ayuda a reducir el volumen emocional de lo que nos está llegando y a establecer una distancia de seguridad respecto a aquello que nos supera.

Estamos ante una despersonalización adaptativa, por ejemplo, cuando ante la pérdida de un ser querido el hecho de distanciarnos de la emoción o de crear una especie de burbuja a nuestro alrededor nos ayuda en un primer momento a ocuparnos de determinadas gestiones o a ir retomando las actividades cotidianas. O en el caso de una persona que intenta salvar a otra en medio de un incendio o un terremoto, poniendo en riesgo su propia vida y actuando como un autómata, sin sentir miedo o sensaciones dolorosas en su cuerpo.

Sin embargo, este mecanismo de protección se vuelve desadaptativo cuando, en vez de suponer una solución temporal, se hace recurrente y se prolonga en el tiempo. Entonces, ese escudo que hemos levantado para protegernos del miedo, la tristeza o la angustia también acaba impidiendo que sintamos otras emociones como la alegría, la compasión o, incluso, el amor, y que podamos conectar con otras personas.

Cuando la despersonalización deja de ser algo puntual para convertirse en un trastorno en sí mismo es cuando hablamos de trastorno de despersonalización-desrealización, psicopatología incluida en el DSM-5 y que se engloba dentro de los trastornos disociativos. (Sobre este trastorno os hablo de forma más extendida en el artículo «Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño»)

En cualquier caso, el juicio de realidad permanece conservado. Es decir, la persona sabe que lo que está percibiendo no es real y solo está en su mente. En esto se diferencia del brote psicótico, en el que uno está convencido de que algo es como lo ve o lo cree, aunque la evidencia le esté demostrando lo contrario.

Qué hacer

Si estás experimentando episodios de despersonalización, aquí tienes algunas pautas que podrían ayudarte:

  • Practica técnicas de manejo del estrés. Hay muchas técnicas que pueden ayudar a relajarte, pero no a todos nos sirven las mismas, así que busca cuál es la que mejor te va a ti. Puede ser la meditación, el yoga, el mindfulness o diversos ejercicios de respiración. Por supuesto, siempre que estas actividades no te desconecten más de tu cuerpo.
  • Mantén un estilo de vida saludable. Asegúrate de cuidar tu salud física y mental. Esto incluye dormir lo suficiente, hacer ejercicio regularmente, seguir una alimentación saludable y evitar el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas.

  • Identifica los desencadenantes. Intenta identificar los factores que desencadenan tus episodios de despersonalización y trata de manejarlos en la medida de lo posible. Esto podría incluir situaciones estresantes, falta de sueño, consumo de cafeína o situaciones que te causen ansiedad.
  • Comparte cómo te sientes. Sincérate sobre tu experiencia con amigos cercanos o familiares de confianza. A veces, hablar sobre lo que estás sintiendo puede ayudarte a sentirte menos solo y más comprendido.
  • Busca el contacto. En su libro, Joe Perkins cuenta lo importante que es para él mantener el contacto con otras personas, sobre todo sin son de confianza, para sentirse presente y conservar el sentido de sí mismo: «Me gusta mucho cuando la gente me rasca o simplemente me toca. Me devuelve a mi cuerpo y me hace sentir cuidado». También hay que tener en cuenta que en algunas personas es justo el contacto físico lo que las disocia, así que cada uno ha de ser consciente de lo que le va mejor.
  • Infórmate. Aprender más sobre la despersonalización y sus mecanismos puede ayudarte a entender lo que estás experimentando y a darte cuenta de que no estás solo/a.
  • Practica el autocuidado. Dedica tiempo a actividades que te ayuden a sentirte bien y a cuidarte. Esto puede incluir desde tomar un baño relajantes, a salir a caminar en la naturaleza, leer un libro que te guste o disfrutar de tus pasatiempos favoritos.
  • Olvídate del control. Es muy posible que, si sufres despersonalización, trates por todos los medios de controlar continuamente lo que te está ocurriendo. Sin embargo, intentar controlar la percepción de tu experiencia, solo contribuirá a desnaturalizarla y a distorsionarla todavía más. Por mucho que te cueste, aceptar los síntomas y desactivar el estado de alerta es fundamental. Paradójicamente, recuperar la sensación de normalidad pasa necesariamente por la renuncia al control. Así que, ¿por qué no pruebas a aceptar lo que te está pasando y a observarlo desde la curiosidad?
  • Sé paciente contigo. Sé amable contigo y permítete experimentar (todas) tus emociones sin juzgarte. Y, sobre todo, recuerda que tus síntomas no definen quién eres como persona.

Cuándo buscar apoyo profesional

Aunque en la mayoría de las ocasiones los momentos de despersonalización aparecen de forma puntual y suelen ser breves, deberías plantearte contactar con un profesional de la salud mental si estos episodios:

  • Aparecen de manera recurrente y no desaparecen por sí solos con el tiempo.
  • Interfieren con tu capacidad para funcionar en la vida diaria (trabajo, estudios, relaciones personales, etc.).
  • Te abruman y te causan un malestar emocional significativo.
  • Comienzas a experimentar pensamientos preocupantes o autodestructivos.

Un profesional puede ayudarte a comprender mejor lo que estás experimentando, a detectar los disparadores o situaciones presentes que provocan la despersonalización y a estabilizar los síntomas. Además, no solo te proporcionará estrategias para regularte, sino que abordará cuando sea necesario los recuerdos o experiencias traumáticas que están en el origen del problema.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

«A veces me siento diferente. Camino como todos los demás, pero por dentro me siento como un extraño en mi propia vida» (Franz Kafka, «Diarios»)

Referencias

American Psychiatric Association. (2013). DSM-5. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. (5ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

Burón, E., Jódar, I., y Corominas, A. (2004). Despersonalización del trastorno al síntoma. Actas Españolas de Psiquiatría, 32(2), 107-117.

Cruzado, L., Núñez-Moscoso, P., y Rojas-Rojas, G. (2013). Despersonalización: más que síntoma, un síndrome. Revista de neuro-psiquiatría, 76(2), 120-125.

Perkins, J. (2021). Life on Autopilot. A Guide to Living with Depersonalisation Disorder. Jessica Kingsley Publishers.

Van der Kolk, B. (2014). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Barcelona: Eleftheria.

 

 

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas? 1857 1615 BELÉN PICADO

Cuando experimentamos dolor físico lo habitual es hacer lo posible por eliminarlo. Para la mayoría de las personas se trata de una sensación desagradable, una señal que nuestro sistema nervioso nos envía para alejarnos de un peligro.  Si acerco mi mano al fuego o me pillo el dedo con una puerta, la sensación de dolor hará que inmediatamente retire la mano. Por esto a veces resulta tan difícil comprender el porqué de las autolesiones y las razones que pueden llevar a alguien a hacerse daño, ya sea a través de cortes, quemaduras, golpearse, rascarse hasta hacerse heridas, etc.

Lo primero para poder entender este comportamiento es saber que las personas que lo llevan a cabo arrastran una enorme carga de sufrimiento. Sufrimiento que no saben gestionar de otro modo y que, en muchos casos, se ha prolongado durante un largo periodo de tiempo. En segundo lugar, más que al dolor que puede provocar una autolesión, debemos prestar atención a la función que cumple esta conducta, ya sea calmarse, castigarse, «sentirse vivo», anestesiarse…

En cuanto a la edad, aunque la mayoría de los afectados son jóvenes, cada vez son más los estudios que confirman que los adultos recurren a esta conducta más de lo que se cree.

¿Qué es una autolesión?

En su libro Vivir con disociación traumática, Onno Van de Hart define la autolesión o autoagresión como «un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor. Puede entenderse como acción sustitutiva de un afrontamiento más adaptativo a problemas abrumadores, muchos de los cuales llevan aparejadas demasiadas emociones y sensaciones (soledad, abandono, pánico, conflictos internos, recuerdos traumáticos) o muy pocas (insensibilidad, despersonalización, vacío, sentirse muerto)”.

En ocasiones, puede surgir de manera impulsiva e inesperada, incluso para la persona que la está realizando. Sin embargo, también puede haberse planificado o ser la consecuencia de un aprendizaje que se ha ido reforzando con el tiempo hasta hacerse automático.

La autolesión es un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor.

La autolesión no implica necesariamente un intento de suicidio

Es importante distinguir entre comportamiento autolesivo e intento de suicidio. En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) se especifica que la persona que lleva a cabo una autolesión no suicida lo hace con «la expectativa de que la lesión solo conllevará un daño físico leve o moderado (es decir, no hay intención suicida)».

Judith Hermann, por su parte, habla en su libro Trauma y recuperación de la relación entre autolesiones e intento de suicidio en el caso de las víctimas de abusos: «Es cierto que muchos supervivientes de abusos infantiles intentan suicidarse, pero hay una clara distinción entre las repetidas autolesiones y los intentos de suicidio. Autolesionarse está pensado no para morir, sino para aliviar un dolor emocional insoportable, y paradójicamente muchos supervivientes las consideran una forma de auto preservación».

Sin embargo, y aunque el objetivo de quien se autolesiona no es acabar con su vida, sí es cierto que hacerlo de forma repetida podría ser un predictor de posibles intentos de suicidio en el futuro. Al fin y al cabo, detrás de este comportamiento hay un malestar y un sufrimiento que en ciertas ocasiones puede llegar a hacerse intolerable.

Factores que influyen en la posibilidad de autolesionarse

Hay diversos factores que aumentan la posibilidad de que una persona recurra a las autolesiones:

  • Dificultad para gestionar y regular las emociones. Problemas para identificar y/o expresar qué se está sintiendo. Sentirse incapaz de manejar ciertos sentimientos cuando son muy intensos o desagradables.
  • Exceso de autocrítica y perfeccionismo. Hay personas excesivamente estrictas y exigentes consigo mismas que encuentran en las autolesiones una forma de dirigir su rabia y enfado hacia ellas mismas.
  • Trastornos mentales. En ocasiones la autolesión forma parte de la sintomatología de ciertos trastornos psiquiátricos. Es el caso del trastorno límite de la personalidad (TLP), depresión mayor, trastorno por estrés postraumático, trastorno bipolar, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de sustancias, trastornos disociativos, trastornos de ansiedad, etc.
  • Experiencias estresantes o traumáticas en la infancia o la adolescencia. Enfermedades crónicas, intervenciones quirúrgicas, pérdida de familiares cercanos y, especialmente, haber sufrido maltrato, abuso (físico, sexual, bullying…) o negligencia. Según la investigadora estadounidense Tuppet Yates, hasta un 79% de pacientes con conductas autolesivas ha declarado haber sufrido algún tipo de abuso en la infancia.
  • Ambiente familiar durante la infancia. Algunos padres con una baja capacidad de gestión emocional se desregulan cuando sus hijos expresan ciertas emociones. Al no saber cómo responder o calmar, se enfadan con ellos o los ignoran. En estos casos, es posible que el niño crezca tratando de ignorar sus propios sentimientos y sin atreverse a expresarlos. Sentirá que no tiene derecho a estar triste o enfadado, a emocionarse o a ser vulnerable como cualquier otro niño. Y uno de los mecanismos a los que podría recurrir en el futuro, en un intento desesperado por manejar un estado de ánimo que se le hace insoportable y que no sabe, o no puede, verbalizar o afrontar, es la autolesión.
  • Ganancias secundarias. Cuando alguien que acaba de autolesionarse llama a un amigo o a un familiar y este se preocupa, le cura las heridas o va a visitarle, sin darse cuenta está favoreciendo que esa persona repita la conducta. Como explica Dolores Mosquera en su libro La autolesión. El lenguaje del dolor, «se incrementa la posibilidad de que la persona lo asocie a una respuesta de preocupación inmediata por parte de los demás, cuando una simple llamada diciendo ‘me siento sola’ no tendría los mismos resultados». Esto no significa, por supuesto, que haya que ignorar a la persona que se ha autolesionado, sino que deberíamos escucharla antes de que llegue a ese momento.
  • Redes sociales. En internet circulan miles de vídeos e imágenes de autolesiones y esto puede incitar a los más jóvenes a llevar a cabo esta conducta. Por un lado, por el fenómeno de la imitación y aprendizaje vicario. Por otro, porque les aporta un sentido de identidad, de pertenencia a un grupo de iguales.

Detrás de las autolesiones hay una gran carga de sufrimiento.

Qué función cumple la autolesión

Al principio del artículo, señalaba la necesidad de prestar más atención a los motivos que llevan a una persona a hacerse daño que al dolor en sí. Cuando alguien recurre a la autolesión puede buscar varias cosas:

1. Sentirse vivo

Hay quienes sienten un enorme vacío emocional y esa ausencia de emociones les provoca a la vez la sensación de no ser reales, de estar soñando. En este caso, encuentran en la autolesión una forma de volver a la realidad, de poder sentir, aunque sea dolor. «Al menos así, sé que estoy viva, que no soy un robot. Es un alivio poder sentir algo más que ansiedad, vacío o esta profunda soledad», confesaba una paciente.

Esto ocurre, sobre todo, en casos de estados disociativos en los que hay despersonalización, es decir, cuando la persona se siente desconectada de su cuerpo. De algún modo, la autolesión ayuda a volver a la realidad y a acabar con esa sensación de extrañeza.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?»)

2. Anestesiarse para no sentir

Cuando no hay estrategias suficientes para afrontar situaciones difíciles que provocan ansiedad o estados emocionales muy intensos, hacerse daño se convierte en una especie de ‘anestesia’ similar a la que busca el adicto, que consume para olvidarse de su malestar. «Cuando me corto me relajo inmediatamente, es como si todo el agobio desapareciera».

Entre otras cosas, lo que está ocurriendo es que cuando los receptores del dolor se activan y envían una señal al cerebro de que se está produciendo un daño, este inmediatamente pondrá el foco en ello y se ‘olvidará’, al menos de momento, de otras preocupaciones, pensamientos o emociones que estén desbordando a la persona. Además, debido a las endorfinas que se liberan, cuando el dolor desaparezca quedará una sensación de calma y relajación que es justo lo que se buscaba con la autolesión. El problema está en que, como ocurre también en las adicciones, ese alivio es temporal y no tardará en presentarse de nuevo la necesidad de volver a autolesionarse para recuperar esa relajación.

3. Autocastigarse o castigar a otros

Pensar mal de un ser querido; sentirse responsable de haber sufrido abusos o algún tipo de agresión; ingerir más comida de la deseada; sentir que se ha fallado a otra persona… El sentimiento de culpa por haber hecho o dejado de hacer o por haber dicho o dejado de decir algo puede ser tan abrumador que el castigo a través de la autolesión se convierte en el único medio de ‘redimirse’.

Da igual si eso que se cree haber hecho mal es real o no. En algunas personas que recurren a las autolesiones hay tal hipersensibilidad a las reacciones de los demás que cualquier gesto, palabra o tono puede llevarles a sentir que no son merecedores de amor o que hay algo inadecuado en ellos.

En una formación sobre trauma, el psiquiatra argentino Adrián Cillo explicaba que las heridas auto infligidas también son, a veces, ejemplos de un patrón invertido de autocuidado: «Si los pacientes han sido castigados al expresar o sentir una emoción determinada, tenderán a hacer lo mismo cuando sean adultos. El malestar no es aceptable, con lo cual se castigan a sí mismos por ser malos causándose incluso más daño».

Pero la autolesión no solo tiene la función de castigarse a sí mismo. A veces, una persona puede hacerse daño para castigar a otros.

4. Sentir que se tiene el control sobre uno mismo

Probablemente, la mayoría de nosotros hemos pasado por experiencias que nos superaban y nos hicieron sentir que no teníamos el control sobre nuestra vida. Esa sensación que para muchos resulta más o menos desagradable, en el caso de algunas personas puede llegar a ser realmente desestabilizadora. Hasta el punto de recurrir a la autolesión como una manera de sentir que se puede controlar algo, aunque solo sea el dolor físico. Sin embargo, se trata de una percepción tan irreal como ineficaz que, además, impide aprender y adoptar conductas alternativas más adaptativas.

A menudo, estas personas crecieron en un entorno desorganizado y caótico donde ni su intimidad, ni sus sentimientos y necesidades fueron validados y respetados. Y aprendieron que lo único que sí podían controlar era su propio cuerpo («No puedo controlar el daño que me hacen otros, pero sí el que me hago yo»).

5. Pedir ayuda

Muchos creen que quienes se autolesionan lo hacen para llamar la atención. Y en cierta medida es cierto si no nos quedamos en lo superficial y somos capaces de interpretar esa llamada de atención como una petición de ayuda de alguien que no sabe expresarse de otra forma. Hay personas que no se sienten vistas o que tienen dificultades para mostrar su malestar emocional y encuentran en la autolesión el único modo de que se ocupen de ellas, les pregunten o las cuiden.

Y en el caso de que alguien se haga daño para llamar la atención (una adolescente que amenaza a su madre con hacerse daño si le quita el móvil), quizás sea necesario ir más allá y preguntarse qué hay debajo de esa estrategia, qué está ocurriendo en el mundo interno de esa persona.

6. Sentirse cuidado y protegido

Entre las funciones que tiene la autolesión está la de sentirse cuidado por los demás, pero también la de cuidarse a sí mismo. En el primer caso, algunas personas creen, erróneamente, que los demás les quieren y se preocupan por ellos solo si les cuidan e impiden que se hagan daño. Es el caso de Rosa. Siempre está pensando que nadie la quiere ni se preocupa por ella y recurre a conductas autodestructivas esperando, de forma inconsciente, que los demás la detengan. Cree que si alguien la quiere de verdad se dará cuenta y no dejará que se haga daño. Esta fantasía de ser cuidada impide que tome conciencia de su dependencia y que comprenda que ella es la única que puede rescatarse a sí misma.

En el segundo caso, cuando alguien se hace un corte o una herida, luego va a tener que curarse y ocuparse de esas lesiones. En estos casos la autolesión puede representar una forma de cuidado que quizás no tenga en su vida.

7. Comunicar y expresar el propio malestar o sufrimiento

A veces, la persona no tiene la capacidad necesaria para poder verbalizar su malestar emocional o la intensidad de su sufrimiento. La autolesión se convierte entonces en forma de comunicar aquello que no sabe expresar en palabras. Un modo de transmitir y hacer visible lo que se siente, no solo para los demás, sino, a veces, también para uno mismo («Me hago daño para que entiendan cómo me siento»).

Como explica Dolores Mosquera, «la acción conlleva alivio, mientras que verbalizar y compartir requiere un esfuerzo tremendo y un repertorio de habilidades de las que carece la persona, que recurre a la acción como forma de comunicación».

La autolesión puede ser un modo de expresión emocional.

8. Regularse emocionalmente

La carencia de recursos internos hace que se sienta la emoción como algo desbordante que no puede controlarse o frenar. Ira, frustración, culpa, tristeza o vergüenza pueden llegar a ser sumamente desestabilizadoras cuando uno siente que no puede regularlas o salir de ellas, o que nadie puede ayudarle a calmarlas. En estas situaciones, la herida auto infligida aparece como un mecanismo eficaz (aunque patológico) a corto plazo para detener esa emoción que angustia y desestabiliza.

Algunas personas que se lesionan tienen mucho miedo a ‘explotar’ y descargar su ira sobre otros. Cuando la emoción no es muy fuerte, pueden arrojar un objeto o romper algo y quedarse tranquilas. Pero si esa rabia se hace demasiado intensa es posible que opten por hacerse daño. Si esto hace que uno se sienta más tranquilo y menos tenso, la probabilidad de que repita la conducta se incrementará. El problema radica en que este alivio inmediato, lejos de ser una solución, reforzará esta conducta desadaptativa y no permitirá que se adquieran recursos que funcionen a largo plazo.

La importancia de pedir ayuda profesional

Teniendo en cuenta que la autolesión es un mecanismo desadaptativo de afrontamiento al que se recurre cuando no hay unos recursos internos adecuados, la ayuda profesional resulta imprescindible y no solo para acabar con estas conductas. También es necesario que la persona encuentre otras herramientas para no tener que volver a hacerse daño. En terapia aprenderá, entre otras cosas, a:

  • Tolerar mejor la angustia y la frustración.
  • Identificar, expresar y regular sus emociones de un modo adaptativo.
  • Controla la impulsividad.
  • Mejorar la autoestima.
  • Establecer relaciones sanas con los demás.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Referencias bibliográficas

Herman, J. (2004). Trauma y recuperación: Cómo superar las consecuencias de la violencia. Madrid: Espasa Calpe

Mosquera, D. (2008). La autolesión. El lenguaje del dolor. Madrid: Pléyades

Yates, T. M. (2009). Developmental pathways from child maltreatment to nonsuicidal self-injury. En M. K. Nock. (Ed.), Understanding Nonsuicidal Self-Injury: Origins, Assessment and Treatment (pp. 117-137). Washington DC, Estados Unidos: American Psychological Association

Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño

Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño

Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño 2167 1384 BELÉN PICADO

¿Alguna vez has tenido la sensación de que lo que estás viviendo no pertenece a la realidad? «Me siento como si hubiera un muro de cristal delante de mí y solo pudiera ver el mundo a través de él», describía Lola hace unas semanas en una de nuestras sesiones. Y lo hacía entre avergonzada y asustada. Le tranquilizó saber que lo que le pasaba no era tan extraño como ella creía, ni se estaba volviendo loca. Percibir que lo que nos rodea forma parte de una ‘dimensión paralela’ es algo que cualquiera puede experimentar en determinadas circunstancias. Se llama desrealización y experimentarlo no significa, ni mucho menos, que uno esté volviéndose loco.

A veces, como en el caso de Lola, es un muro de cristal lo que se interpone entre la realidad y uno mismo. Otras personas lo definen como un banco de niebla. Hay quienes explican que se sienten como si vivieran dentro de un sueño o de una película. Y siempre con la sensación de que nada de lo que les rodea es real. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) la persona que experimenta un episodio de desrealización tiene la «experiencia de sentirse separado del propio entorno y como si se tratase de un observador externo (p. ej., las personas u objetos son experimentados como irreales, oníricos, difusos, sin vida o visualmente distorsionados)».

En muchos casos se trata de una experiencia pasajera cuando se atraviesa una época de mucho estrés. En otras ocasiones, forma parte de la sintomatología de ciertos trastornos psicológicos y los episodios pueden alargarse meses o incluso años en caso de no ser tratados. Además, a menudo quien sufre estos episodios no sabe muy bien qué le está pasando. Y, como es algo que le perturba y le asusta, lo suprime. Intenta apartarlo de su mente y no se lo menciona a nadie por miedo o vergüenza. «Tengo miedo de decirlo y que la gente se aleje de mí. No quiero que me vean como un bicho raro», me decía Lola.

Por todo esto es tan importante conocer esta alteración de la percepción. Pese a lo desagradable que pueda ser, cuanto más sepamos sobre ella, menos miedo nos dará. Y mejor podremos explicar a nuestro entorno qué nos está ocurriendo.

Aunque a veces temamos que detrás de la desrealización hay un problema serio, en la mayoría de las ocasiones es resultado de la ansiedad. Y preocuparse en exceso solo aumentará todavía más el malestar.

A menudo, la desrealización es resultado de mantener un alto nivel de ansiedad.

Aclarando conceptos. Desrealización, despersonalización y brotes psicóticos no son lo mismo

Hay una alteración que está muy relacionada con la desrealización: la despersonalización. Incluso en ocasiones ambos términos se utilizan cómo sinónimos. Sin embargo, aunque muchas veces se dan de forma conjunta, no son lo mismo. La desrealización se refiere a la percepción alterada del mundo externo y a la sensación de estar desconectado del entorno. La despersonalización, por su parte, tiene que ver con la percepción alterada de uno mismo y con la experiencia, según el DSM-5, de verse como «un observador externo respecto a los pensamientos, los sentimientos, las sensaciones, el cuerpo o las propias acciones».

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?»)

Tampoco hay que confundir tener un episodio de desrealización con sufrir un brote psicótico. En este último pueden darse delirios o alucinaciones, que no tienen nada que ver con la desrealización. Cuando tengo un delirio, estoy convencida de que algo es como yo lo veo o lo creo, aunque la evidencia me esté demostrando lo contrario. Por ejemplo, estoy segura de que mis vecinos me espían e interpreto la ropa tendida en las ventanas como un código secreto para comunicarse entre ellos. La alucinación, por su parte, es percibir algo que realmente no existe (por ejemplo, oír voces cuando nadie ha hablado). Sin embargo, en la desrealización soy consciente de lo que me pasa y sé que lo que estoy percibiendo no es real.

Respuesta emocional ‘descafeinada’ y desconexión del entorno

Estos son los síntomas más habituales que acompañan a la desrealización:

  • La realidad no se percibe en conjunto, sino como elementos aislados.
  • Percepción alterada del sentido del tiempo. A veces nos parece que va muy rápido y otras que va lentísimo. La distorsión del tiempo incluye también que sintamos como recientes hechos que pasaron hace mucho.
  • Distorsiones visuales. Vemos las cosas mucho más grandes, mucho más pequeñas, borrosas, sin colores o con texturas y formas que nada tienen que ver con la realidad («Salgo a la calle y es como si las paredes de los edificios fuesen de goma»). También puede verse la realidad plana y sin volúmenes, como si fuese bidimensional. Es posible que haya dificultades para calcular las distancias o el tamaño de los objetos o para describir su forma.
  • Alteración en la percepción de los sonidos. Suenan mucho más fuertes de lo normal o, por el contrario, parecen lejanos y apenas perceptibles.
  • Sensación de estar desconectados de lo que nos rodea, no solo del entorno físico sino también a nivel relacional.  Parece que nada de lo que pasa a nuestro alrededor va realmente con nosotros. Vemos a amigos, compañeros de trabajo o, incluso, a la familia como si estuvieran en un plano de la realidad distinto al nuestro.
  • Respuesta emocional ‘descafeinada’. La desconexión del entorno también se traduce en una respuesta emocional bastante reducida hacia personas a quienes queremos y que son importantes para nosotros. A veces, incluso es posible que los demás nos parezcan una especie de robots o máquinas.
  • Lugares familiares y conocidos los percibimos como si fuesen extraños, pero no somos capaces de explicar cómo o por qué. Por ejemplo, nuestra propia casa puede resultarnos desconocida, extraña o irreal y sentirnos en ella como si estuviéramos visitando la de cualquier otra persona. Esto también puede pasar con las personas, es decir, que alguien a quien conocemos bien de pronto nos parezca un desconocido.
  • Confusión. El hecho de sentirnos como en un sueño, rodeados de una especie de niebla, etc. aumenta la sensación de irrealidad. Y con ella la confusión y la angustia.
  • Miedo a perder el control, a volvernos locos o, incluso, a tener una lesión cerebral irreversible.
  • Aparición de preocupaciones obsesivas y pensamientos rumiativos y catastrofistas, generalmente acerca de la percepción alterada de la realidad.
  • También puede haber síntomas corporales, como sentir la cabeza pesada, hormigueos, estado de aturdimiento generalizado o sensación de que nos vamos a desmayar.

La desrealización es una alteración de la percepción.

Un mecanismo de protección de nuestro cerebro

Nuestro cerebro está diseñado para la supervivencia. Partiendo de esta base, tiene sentido que cuando estemos sometidos a un alto nivel de estrés, estemos viviendo una situación que nos desborde o nuestro sistema nervioso se vea sobrepasado, la mente haga lo posible por rebajar el efecto de lo que nos está llegando. Y uno de sus mecanismos es reducir el volumen emocional y establecer una distancia de seguridad respecto a lo que nos supera.

Desde esta perspectiva, podemos ver la desrealización como uno de los mecanismos de defensa del cerebro para distanciarnos y protegernos de situaciones traumáticas o altamente estresantes, que son emocionalmente dolorosas y nos resulta difícil gestionar. Por ejemplo, ante la pérdida de un ser querido es posible que aparezca, con mayor o menor intensidad, cierta desrealización; podemos tener la sensación de que estamos en una película o incluso sentirnos emocionalmente desconectados de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Según explica Anabel Gonzalez en su libro Trastornos disociativos, «en la respuesta al trauma agudo, los componentes emocionales de la experiencia no se perciben, probablemente como defensa frente a un grado de activación emocional intolerable para el individuo». Y pone como ejemplo el caso de una víctima del 11-M: «Ve el inmenso desastre a su alrededor, lleva una cámara en la mano… de modo automático empieza a fotografiarlo todo y ve las escenas como fotografías. Se desconecta así del horror y solo visualiza imágenes que experimenta como ajenas».

¿Cuándo puede aparecer la desrealización?

Aunque resulte desagradable o inquietante, no siempre es razón para alarmarse. Algunas de las situaciones en las que es más fácil que se produzca esta alteración son:

  • Consumo de ciertas sustancias psicoactivas, como alcohol, cannabis, marihuana, ketamina o alucinógenos. También puede formar parte del síndrome de abstinencia de estas sustancias.
  • Trastornos como depresión, trastorno de pánico, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad (TLP) o trastorno de estrés postraumático.
  • Estar expuesto a un estrés intenso. Por ejemplo, la muerte de un ser querido.
  • Privación de sueño. Cuando hay una privación prolongada del sueño puede aparecer la percepción de que lo que estamos viviendo no es real o es como un sueño.
  • Estados de fatiga mantenidos en el tiempo.
  • Ciertas patologías neurológicas como epilepsia, migrañas o traumatismos craneales.
  • Mantener un elevado nivel de ansiedad de forma continuada. El desgaste que se produce cuando experimentamos ansiedad durante un tiempo relativamente largo contribuye a que se produzca un desequilibrio en nuestro sistema nervioso. Y nuestro cerebro, para intentar restaurar ese equilibrio, recurre a la desrealización, ayudándonos a distanciarnos de un entorno que interpreta como hostil. Pero no siempre tiene que haber una exposición continuada. La desrealización también puede aparecer ante una subida repentina y muy extrema del nivel de ansiedad, como ocurre en un ataque de pánico.
  • Vivencias traumáticas. Se estima que la desrealización aparece (con más o menos intensidad) en la mayoría de los casos de experiencias traumáticas. Cuando, por ejemplo, el trauma ha tenido lugar durante la infancia, disociarse (la desrealización es uno de los síntomas de la disociación) permite al niño o a la niña separarse de una realidad que resulta intolerable.

El trastorno de despersonalización-desrealización

Aunque la mayoría de las veces la desrealización aparece de manera puntual, también puede constituir un trastorno en sí mismo. Algunas de las características del trastorno de despersonalización-desrealización, que se incluye dentro de los trastornos disociativos, son:

  • Los síntomas no aparecen de forma pasajera y puntual (como ocurre en un ataque de pánico), sino que se dan con mayor frecuencia. Además, suelen ser más duraderos y persistentes. Tanto la duración como la intensidad son variables. Los episodios pueden durar desde horas o días a prolongarse en el tiempo y la intensidad, aumentar, disminuir o mantenerse en un nivel constante.
  • Es más frecuente en personas que han vivido experiencias traumáticas. En estos casos, la desrealización aparece como una reacción al trauma, con el propósito de tener bajo control recuerdos difíciles y traumáticos.
  • Es posible que aparezcan otros síntomas disociativos como amnesia, despersonalización y una fragmentación de la personalidad y la identidad.
  • En ocasiones, el inicio del trastorno está en la primera infancia, pero no suele haber recuerdo de haber tenido síntomas.
  • Si la primera vez la desrealización aparece de forma repentina, es fácil recordar lo que ocurrió y relacionarlo con algún hecho que funcionó como detonante (una crisis de pánico, un hecho traumático). Sin embargo, si el comienzo del trastorno es paulatino la persona no suele recordar los primeros síntomas.

La desrealización hace que la persona se sienta desconectada de su entorno.

Cuándo pedir ayuda profesional

En la mayoría de los casos los episodios de desrealización son breves y pasajeros. Como hemos dicho, se presentan como respuesta temporal a circunstancias estresantes (hablar en público), un estado de ansiedad extremo o a una vivencia traumática. Sin embargo, hay ocasiones en las que el cerebro tiene dificultades para ‘eliminar’ el cristal que ha interpuesto previamente entre la realidad y nosotros. Cuando síntomas disociativos como la desrealización o la despersonalización aparecen de forma regular y recurrente, se prolongan en el tiempo, interfieren en tu rendimiento académico, laboral y en tus relaciones personales o te perturban en exceso, ha llegado el momento de pedir ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

En cualquier caso, hay algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Aprende a relajarte. Hay muchas técnicas de relajación. Puedes probar varias y quedarte con la que mejor te vaya. Los ejercicios de respiración también te ayudarán.
  • Pesta atención a tu regulación emocional. Teniendo en cuenta que la desrealización es un mecanismo de defensa que aparece sobre todo cuando el estrés nos sobrepasa, lo mejor es aprender a gestionar y regular nuestros estados emocionales en este tipo de situaciones. Así no habrá razón alguna para que aparezca porque no habrá nada de lo que defenderse.
  • Sustituye el miedo por curiosidad. Lo habitual cuando se experimenta un episodio es tratar de controlar la propia percepción de lo que está ocurriendo e intentar desactivar ese estado de desrealización. Pero todo esto es contraproducente y aumenta más la angustia. Trata de aceptar lo que está pasando y, simplemente, obsérvalo desde la curiosidad sin intentar controlarlo. Aunque resulte paradójico, la recuperación de la normalidad pasa necesariamente por la renuncia a controlarla.
  • No te lo guardes para ti. Habla con tus seres queridos. Explicarles qué te está pasando y por qué te ocurre te ayudará a no sentirte «un bicho raro», como le ocurría a Lola.
Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados

Síndrome de Ulises o el duelo migratorio extremo de los refugiados 1254 836 BELÉN PICADO

Cada día, miles de personas se ven obligadas a abandonar su país por sus ideas políticas, su condición sexual o para escapar de la guerra, entre otras muchas causas. Y, aunque sus historias pueden ser muy diferentes, también tienen características en común. Da igual si han huido de Ucrania, Venezuela, Siria o Afganistán. Ansiedad, indefensión, insomnio, tristeza, estado de hipervigilancia o culpa por haber dejado atrás a los seres queridos son solo algunos de los síntomas que se repiten en la mayoría de ellos y que el psiquiatra Joseba Achotegui englobó hace ya veinte años bajo el nombre de Síndrome de Ulises.

Según el informe anual de Tendencias Globales de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado), a finales de 2021 había 89,3 millones de desplazados por guerras, violencia, persecución y violaciones de los Derechos Humanos. Actualmente, y tras la invasión rusa a Ucrania, la cifra supera ya los 100 millones. De un día para otro, hombres, mujeres y niños se ven obligadas a dejar su hogar y a enfrentarse a las situaciones más peligrosas.

Sin embargo, y aunque lleguen a un lugar seguro, muchos de estos refugiados y refugiadas seguirán en estado de alerta durante mucho tiempo. Es posible que sus vidas ya no corran peligro, pero hay una parte de ellos que aún no se siente a salvo. Y es que, a veces, las heridas del alma, aunque menos visibles que las físicas, permanecen durante mucho más tiempo.

Qué es el Síndrome de Ulises

Joseba Achotegui, fundador y director del Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, eligió el nombre en recuerdo del protagonista de una de las grandes obras de la mitología clásica, La Odisea. En este relato, Homero cuenta cómo Ulises, tras finalizar la guerra de Troya, tardó nada menos que diez años en poder volver a su hogar. Y en ese tiempo tuvo que enfrentarse a numerosos y peligrosos retos.

Es importante aclarar que el Síndrome de Ulises, también denominado Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple, no es una enfermedad ni un trastorno, aunque incluya síntomas compatibles con la depresión o la ansiedad, por ejemplo. Achotegui lo define como un «cuadro reactivo de estrés ante situaciones de duelo migratorio extremo que no pueden ser elaboradas (…). A nivel metafórico, es como si en una habitación se subiera la temperatura hasta los cien grados. Tendríamos mareos, calambres… ¿Estaríamos enfermos por padecer estos síntomas? Decididamente, no. Cuando saliéramos al aire libre, estos síntomas desaparecerían porque simplemente se corresponderían con un intento de adaptación fisiológica a esa elevada temperatura ante la que no funciona nuestra termorregulación».

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Monumento al Inmigrante en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Aunque emigrar nunca ha sido fácil, no es lo mismo dejar tu país porque quieres iniciar un nuevo proyecto de vida que verse obligado a huir de una guerra para salvar tu vida. En este sentido, hay tres tipos de duelos según su intensidad:

  • Duelo simple. Es el duelo migratorio que vive todo aquel que deja su hogar y se refiere a la elaboración de las pérdidas que conlleva este proceso. Cuando la migración es voluntaria, la sociedad de destino es acogedora o hay unas adecuadas estrategias de afrontamiento por parte de la persona migrante, es más fácil que ese duelo sea elaborado.
  • Duelo complicado. Puede ocurrir que la decisión de migrar no sea necesariamente voluntaria, que haya cierto grado de hostilidad en el país de destino y/o que las características emocionales y psicológicas de la persona no sean las más adecuadas. Sin embargo, pese a estas dificultades la persona puede transitar su duelo.
  • Duelo extremo. En este caso, las dificultades son tan grandes que superan la capacidad de adaptación de la persona impidiéndole completar el proceso (este sería el duelo propio del Síndrome de Ulises). Es lo que les ocurre a quienes se ven obligados a huir de su país, casi siempre de forma irregular; a los que llegan a sociedades que no los acogen; o a aquellas personas que por su situación personal, no están emocionalmente preparados para pasar por este proceso de forma adecuada.

Síntomas depresivos, ansiosos, somáticos y disociativos

Joseba Achotegui engloba la sintomatología en cuatro áreas:

1. Área depresiva

Los síntomas más frecuentes en este apartado, relacionado con el apego y con los vínculos que se dejan en el país de origen, son:

  • Tristeza constante. Esta emoción va unida al sentimiento de fracaso por no haber cumplido con las propias expectativas y/o las de la familia, por no poder elaborar todas las pérdidas sufridas, por estar lejos de los seres queridos…
  • Llanto. Es el modo en que se exterioriza esa tristeza y es común tanto en mujeres como en hombres. Aunque estos últimos procedan de culturas donde se les enseñe a controlar el llanto, la emoción es tan intensa que no logran evitarlo.

También suelen darse sentimientos de culpa, baja autoestima y, en ocasiones, ideas de muerte. Sin embargo, estas últimas son muy poco frecuentes. En general, quienes dejan atrás su país son personas con una gran capacidad de lucha.

La situación familiar tiene bastante que ver con la aparición de estos síntomas. De hecho, es habitual que haya más sintomatología depresiva en personas solas que en aquellas que están en el nuevo país con pareja, hijos o familia.

2. Área de ansiedad
  • Tensión y nerviosismo. Esta tensión aparece por las difíciles circunstancias que deben enfrentarse en el día a día, por el enorme esfuerzo que se pone en luchar por sobrevivir y seguir adelante y por el miedo, no solo ante los peligros del trayecto, sino también ante los que puedan encontrarse en el nuevo destino.
  • Pensamientos recurrentes e intrusivos y preocupaciones excesivas debidas a las dificultades inherentes a la nueva situación. La persona migrante tiene que tomar importantes decisiones sin contar con la información suficiente o sin poder analizar diferentes opciones. Y todo esto, a menudo, sin ningún apoyo.
  • Irritabilidad. Es menos frecuente que los anteriores síntomas y depende mucho del lugar de procedencia. En las culturas orientales, por ejemplo, se tiende a controlar más la expresión de las emociones. La irritabilidad se ve más en menores que en adultos.
  • Insomnio. Las preocupaciones y el hecho de que la noche sea el momento en que se sienta más la soledad y vengan todos los miedos, recuerdos o pensamientos intrusivos a menudo dificulta el sueño. Eso sin contar con que, en muchas ocasiones, las condiciones de las viviendas no son las más adecuadas.
3. Área de somatización

A menudo, los síntomas psicológicos van acompañados de problemas físicos, como fatiga, cefalea, astenia, mareos, molestias osteoarticulares, etc.

La cefalea, el síntoma más frecuente junto a la fatiga, suele ser de tipo tensional y se asocia a altos niveles de estrés. En cuanto a la fatiga, la falta de motivación y estímulo hace que la persona se sienta cada vez con menos energías.

4. Área confusional

Cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, pueden aparecer confusión, fallos en la memoria y la atención, desorganización, despersonalización, desrealización, desorientación temporal y espacial.

En la aparición de algunos de estos síntomas disociativos influye, en parte, el hecho de verse obligados, por ejemplo, a intentar pasar desapercibidos. O a tener que mentir para ocultar una situación irregular. Incluso mienten sobre su situación a sus familiares para evitar defraudarlos o preocuparlos. Y todo esto acaba favoreciendo la confusión y la desconfianza en las relaciones.

Factores de riesgo

No todos los refugiados o todos los migrantes van a sufrir el Síndrome de Ulises. Más que de la nacionalidad o del estatus social, por ejemplo, la posibilidad de desarrollarlo depende más de factores como la vulnerabilidad de la persona o el tipo de estresores que tenga que afrontar.

En cuanto al grado de vulnerabilidad, en la capacidad para poder elaborar una situación de duelo extremo influye mucho la edad, la historia personal (experiencias tempranas traumáticas) o posibles problemas de salud previos, tanto físicos como mentales (depresión, abuso de alcohol o de otras sustancias, etc.).

También juegan un papel importante ciertos factores externos a los que la persona va a tener que hacer frente. Hay distintos niveles de estresores: desde las dificultades normales que supone aprender un nuevo idioma y adaptarse a nuevas costumbres hasta limitaciones mucho más graves, como no poder conseguir los papeles o tener que vivir escondido. Estos estresores son:

  • Soledad. La separación forzada de los seres queridos supone para muchos migrantes y refugiados un estresor muy difícil de gestionar, especialmente si están en situación irregular y se encuentran con la imposibilidad de llevar a cabo la reagrupación familiar o ni siquiera pueden ir de visita a su país. Esta soledad es especialmente dura para quienes proceden de culturas «en las que las relaciones familiares son mucho más estrechas y en las que las personas, desde que nacen hasta que mueren, viven en el marco de familias extensas que poseen fuertes vínculos de solidaridad».
  • Duelo por el fracaso del proyecto migratorio. Es sumamente complicado mantener la esperanza ante la ausencia total de oportunidades y cuando no hay manera de dejar de ser un «indocumentado» o de acceder al mercado laboral sin tener que trabajar en condiciones de explotación. Y todo esto después de pasar, en muchas ocasiones, por situaciones muy peligrosas o tras realizar un gran desembolso económico. Si, además, ese fracaso se produce en soledad la desesperanza y el sentimiento de impotencia y desesperación es aún mayor.
  • Lucha por la supervivencia. Los refugiados y migrantes en condiciones extremas se encuentran con grandes dificultades para cubrir necesidades tan básicas como poder alimentarse bien o conseguir un techo bajo el que dormir.
  • Miedo. Los peligros relacionados con el viaje migratorio pueden generar auténtico terror. Desde el trayecto en pateras, en escondites dentro de camiones o bajo las bombas, hasta las amenazas de las mafias, las redes de prostitución o de trata o el riesgo de sufrir abusos de todo tipo.

Para Joseba Achotegui «esta combinación de soledad, fracaso en el logro de los objetivos, vivencia de carencias extremas y terror serían la base psicológica y psicosocial del Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (Síndrome de Ulises)».

Y, por si los problemas con los que se encuentran estas personas fueran pocos, en muchos casos hay una enorme carencia de redes de apoyo social. Esto no hace más que empeorar estos estresores y, de paso, favorecer la aparición del Síndrome de Ulises. No solo están en un país desconocido. En numerosas ocasiones, también se encuentran desprotegidas, sin nadie a quien acudir o pedir ayuda antes situaciones de abusos, violencia o discriminación.

Ansiedad, tristeza, insomnio, confusión o culpa son algunos síntomas del Síndrome de Ulises.

Los niños también

Achotegui explica en una entrevista que el Síndrome de Ulises no solo puede afectar a los niños, sino que, además, estos lo vivirán «en peores condiciones porque están en un proceso de crecimiento y maduración y vivir una migración extrema les afecta profundamente y les desestructura. Se rompen las familias y para los niños es todavía peor que para los adultos, que son personas con más recursos y con un ‘yo’ ya formado».

El hecho de que no puedan expresarse como los adultos no significa que este tipo de situaciones no les afecten. Los profesores de psicología Juan Carlos Fernández y Fernando Miralles y la psicóloga e investigadora Neidy Zenaida Domínguez explican en un artículo que cito al final de este post cómo los niños en edad preescolar pueden mostrar ansiedad por separación o angustia ante personas extrañas, así como trastornos del sueño y, en ocasiones, enuresis. Asimismo, durante la edad escolar es posible que aparezcan «conductas agitadas o desorganizadas» en mayor medida que el miedo o la indefensión que suelen mostrar los adultos. También suelen reflejar el trauma de una forma simbólica, a través del dibujo o del juego.

Es importante también comprender que necesitan mucha protección y apoyo y que lo peor para ellos es la separación de sus padres. De hecho, hay investigaciones que demuestran que, a nivel psicológico, un niño está mejor con sus progenitores, aunque sea bajo un ambiente de violencia.

Bibliografía

Achotegui, J. (2012) Emigrar hoy en situaciones extremas. El Síndrome de Ulises. Aloma, Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 30 (2), pp. 79-86.

Achotegui, J. (2008) Duelo migratorio extremo: el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Revista de Psicopatología y Salud Mental del Niño y del Adolescente, 11, pp. 15-25.

Fernández, J., Domínguez, N. y Miralles, F. (2020) El Síndrome de Ulises: El estrés límite del inmigrante. Revista de Estudios en Seguridad Internacional, 6 (1) pp. 101-117.

«Los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo. Antes de ser desplazados llevaban una vida normal y su mayor sueño es recuperarla» (Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU)

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.