Uno de los factores que más desaniman durante el proceso terapéutico son las recaídas. Cuando ya pensábamos que habíamos conseguido nuestro objetivo (o estábamos cerca de alcanzarlo), nos encontramos volviendo a caer en lo mismo o recurriendo a estrategias poco adaptativas que creíamos haber dejado atrás. Y sentimos que retrocedemos y que volvemos a la casilla de salida cuando, en realidad, no es así. Es importante asumir que los bajones llegarán y hay que prepararse para ello. De este modo, cuando aparezcan las recaídas en terapia, no sentiremos que nuestro problema no tiene solución o que nunca llegaremos a superarlo.
Lo habitual es que el concepto de recaída se utilice en el tratamiento de adicciones. Pero puede extrapolarse a cualquier motivo que nos lleve a terapia y que implique algún tipo de cambio en nuestra vida (ansiedad, depresión, problemas de autoestima, dependencia emocional, trastornos alimentarios, etc.). Teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones llegamos a terapia con formas de funcionar y con patrones aprendidos muy arraigados, sería poco realista por nuestra parte suponer que podemos cambiar esa realidad de un día para otro.
Las recaídas en terapia no suponen un fracaso; son normales, esperables y forman parte del proceso de recuperación. Es más, deberíamos verlas como una oportunidad para aprender y asentar nuestra evolución. Al fin y al cabo, si hay un retroceso en algún punto del camino es porque antes se produjo un avance y una mejoría.
Ojo, que con esto no quiero decir que sean necesarias o que lo adecuado sea tenerlas; solo que son parte de la realidad de la terapia. Si resulta que los retrocesos son frecuentes y más numerosos que los avances es que hay algo que no acaba de funcionar y tocará replantearse la estrategia terapéutica.
Habrá que valorar si estamos ante una recaída normal y puntual. O puede tratarse de algo más serio (algún tipo de defensa o de bloqueo, una limitación personal hacia el cambio, etc.).
Lo normal es que las recaídas sean cada vez más espaciadas en el tiempo, de más corta duración y menos intensas. En cualquier caso, los aprendizajes que hemos adquirido no se van a borrar.
Como cualquier proceso en la vida que implique cambios, el proceso terapéutico no es algo estable o lineal, sino que conlleva avances y retrocesos. La realidad es impredecible y nos sorprende con situaciones con las que no contábamos. Situaciones que pueden hacer tambalear nuestra estabilidad y la percepción de seguridad conseguida en terapia. En ciertas circunstancias es normal que, ante el temor de que nuestras nuevas herramientas no sean suficientes, se activen estrategias desadaptativas que en su día nos ayudaron a mantenernos a flote. De algún modo, es una vuelta a la zona de confort que ya conocemos.
¿Miedo a terminar la terapia?
Imaginemos a un paciente que está a punto de finalizar su tratamiento después de haber alcanzado prácticamente los objetivos establecidos. De pronto, tiene una especie de crisis sin un motivo específico y vuelve a adoptar ciertos patrones desadaptativos que ya había superado. Aparentemente, no hay un motivo que explique este retroceso. Lo único fuera de lo habitual es que su psicólogo le comunicó que, en vista de su satisfactoria evolución, en breve le daría el alta. Nuestro paciente aún no es consciente de ello, pero detrás de este bajón está el miedo. El miedo a regresar a su día a día sin el sostén que ha supuesto su terapeuta.
Como especifica Francisco Javier Labrador en su libro Situaciones difíciles en terapia, es habitual que en estas circunstancias:
- Se produzca un retroceso importante y brusco en los avances terapéuticos logrados, volviendo a aparecer las conductas superadas.
- Aparezca un bajo estado de ánimo de forma repentina.
- Surjan nuevos problemas: miedo, reducción de la autoconfianza, problemas familiares o laborales…
- El paciente manifieste abiertamente su desconfianza con el progreso terapéutico, señalando que no está realmente «curado» o preparado para abandonar la terapia.
Estas recaídas cerca del final del proceso terapéutico pueden implicar también una ganancia secundaria para el paciente, pues es una forma de mantener el vínculo con su terapeuta.
Mejor no darles más importancia de la que tienen
Prepararse para posibles retrocesos no significa que haya que alarmarse antes de tiempo. Ni tampoco hay que dar a las recaídas en terapia más importancia de la que muchas veces tienen. Verlas como algo insoportable o como una prueba de que nunca nos recuperaremos solo dificultará más el proceso.
Es normal que te enfades, te entristezcas o tengas miedo de volver a la casilla de salida. Sean cuales sean tus emociones, acéptalas, dales su espacio y valídalas, pero no te machaques.
¿Cómo ayudan las recaídas?
Si asumo que es muy probable que tenga alguna recaída, estaré más preparado para afrontarla. Incluso puedo aprovechar para aprender a identificar posibles situaciones o factores que pueden afectarme negativamente. Y buscar estrategias a las que recurrir en caso de que sea necesario.
Las recaídas en terapia pueden ser una estupenda oportunidad para consolidar los logros obtenidos. También para realizar los ajustes necesarios y prepararme de cara a futuras situaciones complicadas que podrían hacerme flaquear. Por otra parte, aceptar que habrá momentos de crisis contribuirá a liberarme del sentimiento de culpa. Y, de paso, me permitirá mejorar mi tolerancia a la frustración.
Prevención de recaídas
Una vez que hemos aceptado que vamos a dar algún que otro paso atrás, veamos algunos puntos a tener en cuenta:
- Las recaídas no siempre adoptan la misma forma. Un ejemplo: Durante años Elena recurría al alcohol cada vez que algo no salía como esperaba o si no lograba hacer frente a una situación complicada. Gracias a un intenso proceso terapéutico, dejó de beber y se preparó para posibles recaídas. Un año después de recibir el alta, Elena volvió a concertar una cita con su psicólogo. Estaba atravesando un momento muy duro. Y, aunque no había vuelto a probar el alcohol, sí había empezado a comprar compulsivamente para calmar la ansiedad.
- Antes de finalizar la terapia, tenemos que aprender a identificar, analizar y anticipar posibles dificultades y contratiempos que podrían aparecer en el camino y entorpecer nuestro progreso. Una vez hecho esto, es el momento de interiorizar estrategias específicas para afrontar esas posibles situaciones difíciles
- Atención a los disparadores. Es necesario reconocer aquellas señales que nos avisan de que algo nos está afectando demasiado y podría dar lugar a una recaída.
- Asienta cada paso que des. Imagina que el proceso terapéutico es una escalera y tienes que subirla para llegar al piso superior. Si vas afianzando cada paso, vas sujetándote en la barandilla cuando es necesario y subes los escalones de uno en uno, observando bien donde pones el pie, es posible que tropieces en algún escalón. Pero siempre es más fácil reiniciar la subida desde el peldaño inferior o desde dos peldaños más abajo, que caer de nuevo a la base de la escalera.
Es lógico que con el tiempo aparezcan nuevas dificultades, pero eso no quiere decir que no estemos preparados para afrontarlas. Ten presentes todas esas situaciones que antes te desbordaban y ahora eres capaz de manejar. Ya dispones de habilidades y estrategias para hacerles frente, solo tiene que utilizarlas.
Y si llega el tropiezo…
Cuando se produce una recaída es importante analizarla y comprender qué ha ocurrido para haber necesitado volver a los viejos hábitos. Si lo conseguimos, no solo habremos aprendido más sobre nosotros mismos, sino que cada vez habrá menos variables que nos desestabilicen en el proceso.
También viene muy bien recordar por qué comenzamos este proceso. Podemos hacer una lista de razones que nos llevaron a iniciarlo y otra lista con lo que hemos conseguido hasta ahora. Cuando tenemos bajones es normal que se nos olvide todo lo que hemos logrado.
En caso de que el retroceso se haya producido una vez finalizada la terapia y resulte difícil superarlo, no hay que tener miedo. Ni tampoco sentir vergüenza por ponernos de nuevo en contacto con nuestro psicólogo o psicóloga. No podemos dejarnos vencer por la sensación de fracaso porque no lo es. Todo lo contrario, ahora te conoces mejor y sabes cuándo pedir ayuda.
(Si necesitas ayuda profesional, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)