El otro día, en un grupo de whatsapp que comparto con otras psicólogas, una compañera comentaba que estaba viendo en consulta a muchos pacientes afectados por la guerra. Yo misma, que no soy especialmente aprensiva, me sorprendí experimentando un escalofrío la mañana que vi en el periódico que el ejército ruso se había hecho con el control de la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa. Desde ese día, yo también he observado como algunos de mis pacientes me confesaban su temor. “Cuando aún no me he quitado la ansiedad por el covid, ahora viene esto…”, me decía uno de ellos. Y es que, tras dos años de una pandemia que todavía no ha terminado, la invasión rusa de Ucrania ha acabado por desbordar emocionalmente a muchas personas. Angustia, ansiedad, tristeza, alteraciones del sueño, miedo… son algunos de los síntomas que se han agudizado desde que comenzó el conflicto.
Empatía, indiferencia o rechazo, ¿reacciones opuestas?
Aunque los mecanismos de nuestro cerebro a menudo resulten incomprensibles, su objetivo último siempre es la supervivencia. ¿Y por qué digo esto? Porque ante el sufrimiento ajeno pueden ponerse en marcha mecanismos de defensa en apariencia incompatibles y contradictorios, pero que buscan lo mismo: protegernos.
El hecho de ser una guerra relativamente cercana, más aún gracias a las redes sociales, puede despertar un exceso de empatía y llevarnos a la tristeza, a la angustia o a un intenso deseo de ser útiles.
Sin embargo, también puede ponerse en marcha otro tipo de sistema de protección y que ocurra todo lo contrario. Es posible que la información que recibamos nos genere una absoluta indiferencia, a veces teñida de una mayor o menor dosis de humor negro. O que dicha información nos genere tanto rechazo que no queramos ver ni una sola noticia sobre el tema y necesitemos distanciarnos porque no soportamos la ansiedad que nos provoca. Esta es otra forma de protegernos de una información para la que no estamos preparados. Y eso no nos hace más fríos o insensibles que quienes se implican más.
Así que, en circunstancias así, no hay reacciones «normales» ni «anormales». Simplemente, cada uno lidia con sus propias ‘guerras internas’, se adapta a las circunstancias y cuida de su salud mental como puede o ha aprendido. Dependerá en gran medida de la capacidad de afrontamiento y de la resiliencia de cada uno.
Por qué nos afecta tanto una guerra que se libra a miles de kilómetros
Son varios los factores que hacen que la invasión rusa de Ucrania esté afectándonos psicológicamente más que otros conflictos:
Estamos agotados
Nuestra salud mental ya está bastante tocada debido a otro trauma colectivo: la pandemia de coronavirus. Esta guerra y el temor a sus imprevisibles consecuencias ha venido a romper el delicado equilibrio emocional en el que muchas personas se encontraban. Y es que dos años tratando de adaptarnos al estrés que ha supuesto el covid-19 ha minado considerablemente nuestras reservas emocionales.
El estrés es una respuesta adaptativa que da nuestro organismo ante demandas, internas o externas, que en principio resultan amenazantes. Ante un acontecimiento estresante se produce una movilización de recursos fisiológicos y psicológicos para poder afrontarlo y así aumentamos nuestro rendimiento y nuestra capacidad de adaptación.
Sin embargo, cuando esta situación deja de ser puntual y se mantiene en el tiempo nuestra capacidad para afrontar esas demandas va agotándose y nuestra salud, tanto física como mental, deteriorándose. Estamos más irritables, más tristes, cualquier situación nueva (como este conflicto) nos produce ansiedad, nos levantamos ya agotados y desganados… Y si, además, ya teníamos problemas antes y contábamos con pocos recursos para afrontar el estrés, la situación empeorará aún más.
La cercanía geográfica y la conexión con conflictos previos
Si bien no es el primer conflicto bélico que tiene lugar en los últimos años, es normal que nos influya más y no solo por la proximidad geográfica y las implicaciones políticas y económicas que puede tener (que también). Además de esto, a muchas personas les conecta con otros enfrentamientos bélicos que tuvieron lugar en el pasado y que fueron enormemente traumáticos.
En el caso de los mayores que vivieron la Guerra Civil española las imágenes de la invasión rusa de Ucrania les están trayendo de nuevo a la memoria el dolor y el miedo que ellos mismos experimentaron. Incluso muchos de sus descendientes están viéndose afectados. Porque el trauma también se transmite de generación en generación. Según la psicóloga Helene Delucci, experta en trauma transgeneracional, algunas experiencias traumáticas «dejan heridas emocionales que se extienden a los miembros de las generaciones posteriores, aunque no hayan experimentado lo sucedido».
Nuestras creencias sobre el mundo se tambalean
Según la teoría sobre el trauma psicológico de Ronnie Janoff-Bulman, las personas albergamos un conjunto de creencias esenciales, sobre el mundo, sobre nosotras mismas y sobre los otros, que nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno. Creemos que el mundo es un lugar seguro, que lo que sucede en él tiene sentido y que hay cierta predictibilidad que nos permite comprenderlo y manejar la incertidumbre ante las novedades e incongruencias que vamos encontrando. Asimismo, tendemos a pensar que las cosas no ocurren por azar y que las personas recibimos o nos ocurre lo que nos merecemos («Si soy buena persona, me pasarán cosas buenas»).
Pues bien, ante un trauma, individual o colectivo, estas creencias se vienen abajo al tomar conciencia de nuestra fragilidad como seres humanos en un mundo que no solo no es controlable y seguro, sino que es injusto e impredecible. De repente, tenemos la sensación de que no sabemos dónde va ese mundo que creíamos predecible, no somos capaces de entenderlo ni de controlarlo («No puedo confiar en nadie», «El mundo es un lugar peligroso»). Todo esto nos genera indefensión y ansiedad y también incertidumbre e impotencia. Incertidumbre sobre lo que está por venir e impotencia al no poder hacer nada ante una situación que no podemos controlar.
Sobredosis de información
Hace ocho años, en 2014, ya se produjo una guerra entre Rusia y Ucrania, pero en aquella ocasión no tuvo la trascendencia que está teniendo ahora. Y esto es, en gran medida, por el creciente protagonismo de las redes sociales, que antes se utilizaban sobre todo como entretenimiento y ahora se han convertido en un altavoz más para la difusión de todo tipo de información. Da igual si estamos, o no, emocionalmente preparados para recibir cierto tipo de material. El caso es que, nada más abrir cualquier red social, de pronto aparecen delante de nuestros ojos, y sin elegirlo, imágenes y vídeos con tanques entrando en las ciudades, bombardeos, ciudadanos huyendo…
Como ya ocurrió con el covid-19, el exceso de información sobre la invasión rusa de Ucrania está haciendo más mal que bien. Y es que, en tiempos difíciles como los que estamos viviendo, cualquier hecho puede convertirse en una noticia que nos encoja el corazón. El hecho de estar constantemente informados supone una sobrecarga emocional muy difícil de gestionar para muchos, además de que un exceso de noticias puede llevarnos a tener una visión sumamente distorsionada de lo que está ocurriendo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) utiliza el término ‘infodemia’ para referirse a esta sobredosis de información y la consiguiente dificultad para diferenciar entre la que es válida y la que no lo es.
Qué podemos hacer
Obviamente, un conflicto armado como la invasión rusa de Ucrania siempre supone una tragedia para quienes lo están presenciando en primera persona. Y ese dolor no puede compararse con la preocupación de los que lo vivimos desde fuera. Sin embargo, esto no significa que no tengamos que cuidarnos.
- Cuídate. Rescata las herramientas y los recursos que te han sido útiles para superar estos dos años de pandemia. Recuerda qué te ha ayudado a disminuir el estrés y a regular tus emociones en este tiempo y echa mano de ello.
- Valida tus emociones. Experimentar miedo, preocupación y cierto grado de ansiedad es algo totalmente normal en situaciones como la que estamos viviendo. Es el modo que tiene nuestro organismo de lidiar con la incertidumbre. Identificar, expresar y validar estas emociones, así como compartirlas con otras personas te ayudará a disminuir el malestar. Y si observas que se prolongan en el tiempo o aumentan de intensidad, no dudes en buscar apoyo profesional (si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte).
- Dosifica la información. Está bien estar informados, pero no es necesario ni nos hará bien dejarnos llevar por un torrente de noticias e imágenes muchas veces repetitivas. En muchas ocasiones no solo no nos aportan nada nuevo, sino que nos generan angustia y preocupación. Es más, de vez en cuando lo que necesitamos es desconectar. Si sientes que te estás saturando, lee un libro, escucha música o sal a dar un paseo en vez de quedarte enganchado o enganchada a las noticias.
- Acepta que no puedes controlarlo todo. Aunque nuestro cerebro prefiera lo estable y lo predecible, lo cierto es que hay muchas situaciones que están fuera de nuestro control. Guerras, pandemias o catástrofes naturales son buen ejemplo de ello. En vez de gastar toda tu energía en intentar controlar lo que no depende de ti o en imaginar los peores escenarios y peligros posibles, céntrate en el «aquí y ahora» y en lo que sí puedes hacer.
- Busca en qué puedes ayudar. Si el sentirte impotente te genera mucho malestar y quieres mostrar tu solidaridad con el pueblo ucraniano puedes sumarte a alguna iniciativa. Tienes la opción de apoyar con tu donación la labor de las ONG que trabajan en primera línea del conflicto. O, si lo prefieres, colaborar con pequeñas asociaciones que también están aportando su trabajo y su solidaridad. Otra posibilidad es el ofrecimiento como familia de acogida o el acogimiento temporal a refugiados que lleguen a España.
¿Y los niños?
En primer lugar, no les dejemos fuera de lo que ocurre ni nos comportemos como si no se enterasen de nada porque no es así. Ya sea porque lo han oído en el colegio, en la televisión o nos hayan escuchado a nosotros, saben que algo importante está pasando. Así que lo mejor es no esconderles las cosas, hablar con ellos y resolver sus dudas sobre la invasión rusa de Ucrania. Siempre adaptándonos a su edad, con un lenguaje sencillo y en tono tranquilizador, sin alarmarles. Y si hay algo a lo que no sepamos responder, no pasa nada por aceptarlo y decir que no lo sabemos. Lo importante es darles confianza para que se sinceren sobre sus dudas y temores.
Antes de hablar, podemos ‘tantearles’ para ver lo que saben o cuáles son exactamente sus preocupaciones. Debemos ser cuidadosos: no aportar detalles que no sean necesarios y evitar darles demasiados datos. Si para los adultos es importante evitar el exceso de información, lo es mucho más para los niños. Estos días no son los mejores para dejarles ver informativos. No solo no van a entender algunas imágenes ni van a saber situarlas en un contexto, sino que pueden generarles miedo o alteraciones del sueño, como insomnio o pesadillas.
En cualquier caso, cuando se aborde el tema hay que recalcar al niño que la familia estará a salvo y hacerle entender que no corre peligro.
Como padres y figuras de referencia, también es fundamental cuidarnos nosotros mismos para que puedan ver en nosotros la base segura que necesitan. Si nos miran y ven calma en nuestro rostro, ellos se tranquilizarán. Si, por el contrario, nos ven angustiados, eso es lo que percibirán.
También es posible que no expresen sus miedos con palabras, pero que se muestren más demandantes o nos pidan más abrazos o besos de lo habitual. Animarlos a expresar sus emociones, validarlas y estar dispuestos a conversar sobre lo que sienten les ayudará.
REFERENCIAS
Janoff–Bulman, R. (1992). Shattered Assumptions: Towards a New Psychology of Trauma. New York: The Free Press.
Dellucci, H. (2017). Les Traumatismes Transgénérationnels. Trouver du sens en prenant en compte ce qui nous dépasse … . En: Tarquinio, C. Brennstuhl, M.J., Dellucci, H., Iracane, M., Rydberg, J.A., Silvestre, M. & Zimmermann, E. Manuel de Psychothérapie EMDR: introduction et approfondissement pratique et psychopathologique. París: Dunod.
Estupendo artículo. La verdad es que esta guerra nos está afectando de una forma muy intensa.