Trauma

Hay numerosos mitos sobre el abuso sexual infantil que es necesario desterrar.

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar 1680 1050 BELÉN PICADO

El abuso sexual infantil es un problema que nos afecta a todos y a todas, como sociedad y como individuos. Y es mucho más habitual de lo que creemos. Por eso fue tan buena noticia que en 2021 se aprobara en España la primera Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y Adolescencia Frente a la Violencia.

Entre otras cosas, este tipo de violencia supone un factor importante de riesgo para el desarrollo de diversos trastornos mentales. Entre ellos, depresión, ansiedad, adicciones, dificultades a la hora de establecer relaciones o trastornos disociativos.

Además, socialmente es un tema incómodo al que no siempre se le da la visibilidad que merece. Este «mirar a otro lado» favorece que asumamos como ciertas ideas totalmente erróneas. Mitos que obstaculizan la toma de conciencia del problema y distorsionan la visión que tenemos de él. Además, a menudo interfieren tanto en la prevención, como en la detección e intervención en el abuso sexual infantil. Por eso es tan importante desmontar estas falsas creencias y conocer la realidad que se esconde detrás. A continuación, tenéis algunas de las que considero más relevantes (aunque hay muchas más).

1. El abuso sexual infantil  es muy poco frecuente

En realidad, los casos que se denuncian son solo la punta del iceberg. Según Save the Children, en España entre un 10 y un 20 por ciento de la población ha sufrido abusos sexuales durante su infancia. De estas personas, solo denuncia un 15 por ciento. El calvario judicial al que hasta ahora han tenido que enfrentarse la mayoría de las víctimas es uno de los motivos por los que muchas veces se opta por no denunciar.

Es necesario acabar con esta falsa creencia porque, al ver el abuso sexual infantil como algo raro y puntual, estamos restando importancia a un hecho sumamente grave que afecta a toda la sociedad. Para que nos hagamos una idea, si un 20 por ciento de niños y niñas sufren este tipo de violencia, eso es 1 de cada 5. Así que es probable que todos estemos muy cerca de alguna víctima. Tengamos esto muy claro y no cerremos los ojos ante una realidad tan dolorosa como verdadera.

El abuso sexual infantil es mucho más habitual de lo que creemos.

2. Si el abuso fuera verdad habría denunciado en su momento y no 20 años después

La culpa, la vergüenza, el miedo al perpetrador y el temor a no ser creída, puede llevar a la víctima a callar durante muchos años. A menudo, cuando la persona se decide a denunciar, el delito ya ha prescrito.

Precisamente por este motivo la Ley de la Infancia aumentó el plazo de prescripción de los delitos graves contra niños y adolescentes, entre ellos los abusos sexuales. Ahora ese plazo empieza a contar cuando la víctima cumple 35 años y no 18, como ocurría antes, y termina 10 ó 20 años después, según la gravedad del caso.

3. Los niños tienen mucha imaginación y muchos inventan que han abusado de ellos

Los niños no mienten sobre lo que desconocen. De hecho, el número de falsas acusaciones es mínimo. Cuando un niño describe en forma detallada y vívida cualquier tipo de actividad sexual con un adulto, no es cosa de su imaginación. Para empezar a proteger a los niños y adolescentes es fundamental creerles y no dar por sentado que lo que cuentan es mentira o resultado de una fantasía.

Si el niño percibe que no le creemos, lógicamente optará por callarse. Unas veces durante meses y muchas otras durante años en los que el dolor, la desesperación y la desesperanza irán creciendo en su interior.

Es posible que según su edad o su nivel de desarrollo tenga dificultades para explicar qué pasó e, incluso, que cambie la historia o llegue a retractarse de su relato por diferentes causas. Pero eso no significa que no diga la verdad. Por un lado, cambiar la historia es normal e, incluso, puede ser indicador de veracidad, pues el abuso altera la percepción, la atención y la memoria. Por otro, negar los hechos puede deberse al temor que le inspira el agresor, a la incertidumbre ante la reacción de sus familiares o a que esté tratando de proteger al abusador.

Y no hay que olvidar que se trata de algo tan duro y devastador que a menudo para los adultos es más fácil creer que la víctima miente o que se ha ‘confundido’ que aceptar la realidad.

Asimismo, no debemos dejarnos engañar y dudar de la veracidad de los hechos si el menor muestra sentimientos positivos y un vínculo afectivo hacía el perpetrador. A veces se obvia el hecho de que, con frecuencia, el adulto es una persona importante en la vida del niño, convive con él y satisface sus necesidades básicas, estableciéndose un vínculo de dependencia material y emocional.

4. El abuso sexual es provocado por la víctima

Detrás de esta creencia está el intento por parte del pederasta de justificar su propio comportamiento abusivo culpabilizando a la víctima y, de paso, reducir la gravedad de su conducta. No es raro escuchar este tipo de argumentos sobre todo cuando se trata de una chica adolescente y se alude a su indumentaria o a su actitud. Pero desde ningún punto de vista la manera de vestirse de un/a niño/a o un/a adolescente ni sus manifestaciones de cariño pueden confundirse con conductas seductoras con fines sexuales.

En ocasiones, los agresores llegan a afirmar, incluso, que el menor dio su consentimiento ‘olvidando’ que la capacidad y madurez del adulto lo coloca en una situación de evidente ventaja sobre la víctima, por lo que la responsabilidad es exclusiva de dicho adulto.

Este mito está unido a la creencia popular y machista de que los hombres «no son de piedra» y les resulta difícil controlar sus impulsos. Una afirmación que solo es un intento más de depositar la responsabilidad en otros, en este caso en la victima que «lo provocó».

5. Si el niño es muy pequeño no tendrá conciencia del abuso, así que mejor olvidarse del tema

Es frecuente que los adultos crean que si el menor abusado es muy pequeño no tendrá conciencia de lo ocurrido y, por lo tanto, no se acordará ni tendrá secuelas en el futuro. Piensan que el verdadero daño lo provocará el hecho de que el abuso salga a la luz, así que lo mejor es no hablar del tema y tratar de olvidarlo.

Pero nada más lejos de la realidad. Es posible que algunas víctimas no manifiesten problemas muy acusados de conducta o de salud a corto plazo. Pero el trauma permanecerá dentro de ellas, a menudo disociado. Y antes o después habrá un detonante que lo dispare al exterior sin que la víctima entienda qué está ocurriendo.

Esta conducta de mirar hacia otro lado también es habitual cuando el niño es un poco mayor. No se saca el tema o se impide que cuente lo que le pasa, creyendo que así lo olvidará antes. El menor, entonces, sentirá que quizás haya exagerado en su reacción, que no sabe afrontar las situaciones y que lo único que ha conseguido es preocupar y angustiar a los adultos que le apoyan.

Cuando hay un caso de abuso sexual infantil no debemos mirar hacia otro lado.

6. Es beneficioso hablar del abuso cuanto antes

En el extremo opuesto de la creencia anterior, hay quienes están convencidos de que cuanto antes hable el niño de lo ocurrido, antes lo superará. Sin embargo, lo cierto es que, si no se dan las condiciones adecuadas, por ejemplo acudir a terapia, existen muchas probabilidades de que al relatar el abuso se produzca una retraumatización.

En caso de que se denuncie y se inicie un proceso judicial hay que ser especialmente cuidadosos. Presionar al menor para que cuente el abuso una y otra vez puede llevarle a sentirse incomprendido, no escuchado y a revivir el trauma. Para evitar esta victimización secundaria, la ley establece que los menores de 14 años solo deberán declarar una vez y su testimonio se grabará durante la fase de instrucción, es decir, antes del juicio (solo testificarán en el juicio con carácter extraordinario).

Hablar es bueno cuando la víctima se siente preparada para hacerlo y no percibe que le están induciendo a hablar contra su voluntad.

7. El abusador suele ser un desconocido

Las estadísticas demuestran que el mayor número de abusos sexuales se comete dentro de la familia. En este entorno, el agresor tiene mayor acceso al niño, puede aprovecharse mejor del nexo de confianza y cuenta con más oportunidades de iniciar y continuar con el abuso.

Según el estudio La respuesta judicial a la violencia sexual que sufren los niños y las niñas, el 98 por ciento de los agresores son hombres. De estos, el 25, 27 son extraños, el 25,80 son conocidos o forman parte del entorno de la víctima y el 48,94 por ciento pertenecen al ámbito familiar.

Esta falsa creencia está relacionada con otra igualmente equivocada: considerar que cuando el abuso se da dentro de la familia es un asunto privado y no debemos meternos (o pensar que denunciando empeoraremos la situación). TODOS y TODAS tenemos el deber y la obligación de salvaguardar la integridad y los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Respecto a esto, la Ley de la Infancia establece la obligatoriedad de todos los ciudadanos de denunciar los casos de abuso sexual infantil. Cualquier persona que advierta indicios de violencia está obligada a ponerlo en conocimiento de las autoridades y, si puede haber delito, denunciarlo ante a la policía. También pueden denunciar los propios menores sin necesidad de estar acompañados de un adulto.

8. El abuso sexual infantil es fácil de detectar porque las víctimas siempre presentan señales físicas

El abuso sexual no siempre implica contacto físico. Y si lo hay, puede consistir únicamente en tocamientos que no dejan lesiones o evidencia físicas.

En primer lugar, considerar que un caso de abuso se detecta rápidamente es un error. Hay circunstancias que dificultan su identificación. Entre ellas, amenazas del abusador, miedo del niño o niña a que lo castiguen o creencia de la víctima de que no le van a creer o lo van a culpar. Y, quizás, la dificultad más importante estribe en que muchos adultos no están preparados para hacer frente a una realidad como esta. Es más fácil pensar que no está sucediendo realmente, que eso que se ve no es lo que parece, que lo que se sospecha debe ser un error o que, simplemente, uno exagera al sospechar.

Y la creencia de que las víctimas siempre presentan señales físicas es igualmente errónea. El pederasta no siempre utiliza la fuerza física para someter a su víctima. Es más, en la gran mayoría de los casos lo habitual es que recurra a la persuasión y manipulación, mediante juegos, engaños y/o amenazas para involucrar al menor y asegurarse su silencio. Generalmente, los niños no cuestionan lo que hacen los adultos y mucho menos si son sus familiares.

En cualquier caso, no hay que olvidar que la víctima se encuentra bajo una relación de sometimiento, ya sea por temor, afecto o admiración hacia el adulto abusador.

Es un error pensar que las víctimas de abuso sexual infantil siempre presentan señales físicas.

9. Los abusadores sexuales son personas que sufren algún trastorno mental

No hay un estereotipo claro sobre el abusador sexual de menores. Esto significa que puede ser cualquiera. Es más, muchas veces se trata de personas plenamente integradas en la sociedad, comprometidas con su trabajo e incluso que gozan de buena reputación en su entorno.

Suponer que detrás de cada agresor sexual existe alguna psicopatología que explique su conducta abusiva es un error. La mayoría no solo actúan con plena conciencia de lo que hacen, sino que tienen grandes dotes de manipulación.

Quizás por el hecho de que en su entorno social muestran una apariencia intachable, resulta más sencillo y tentador pensar que solo abusan sexualmente de los niños los alcohólicos, los drogadictos, los delincuentes o sujetos con diferentes trastornos mentales.

10. A los niños es mejor no darles información sobre un tema tan delicado, así no les asustamos

Cualquier información va a actuar como prevención del abuso sexual infantil, obviamente adaptándola a cada etapa del desarrollo. Hay numerosos programas educativos diseñados específicamente para enseñar a los niños a poner límites. Y también cuentos que les ayudarán a prevenir y a detectar a tiempo este tipo de violencia.

Lejos de atemorizarlos, una adecuada educación los ayudará a desarrollar habilidades para protegerse. Es necesario que aprendan que su cuerpo es suyo y que hay partes de él que son privadas e íntimas y nadie puede tocar. Y, sobre todo, explicarles que es muy, muy importante pedir ayuda si eso llega a ocurrir o alguien los hace sentir incómodos.

 

Ante una situación que nos produzca mucho miedo podemos quedarnos paralizados.

¿Por qué el miedo paraliza ante ciertas experiencias traumáticas?

¿Por qué el miedo paraliza ante ciertas experiencias traumáticas? 1920 1248 BELÉN PICADO

Hay personas que llegan a terapia abrumadas por el profundo sufrimiento que les genera una situación traumática (o varias), que en ocasiones ocurrió mucho tiempo atrás y en la que ellas fueron las víctimas. Y a ese peso se suma, a menudo, una gran carga de culpa y vergüenza. Por no haberse defendido, por no haber impedido que les hicieran daño, por no haberlo evitado… «Estaba muerta de miedo y me paralicé», «Físicamente estaba allí, pero mi mente se fue lejos», «Me quedé congelado»… Estas expresiones son típicas de pacientes que han sufrido malos tratos o algún tipo de abuso, por ejemplo, y creen no haber estado a la altura. En realidad, lo que ocurre es que el miedo paraliza. Esas personas sí estuvieron a la altura. Estuvieron tan a la altura que sobrevivieron.

Por desgracia, a veces, al sufrimiento de quienes sufren el trauma se une la incomprensión de parte de la sociedad. Especialmente cuando se responsabiliza a la víctima por no haber peleado o no haber hecho lo suficiente para defenderse.

Estamos programados para sobrevivir

Cada respuesta de nuestro organismo, por muy ilógica e incongruente que pueda parecernos, está al servicio de la supervivencia. Incluso antes de que nuestro cerebro determine que estamos en peligro, nuestro sistema nervioso autónomo ya está escaneando el entorno para comprobar si es seguro. Se trata de un proceso totalmente inconsciente. Es vital para sobrevivir y ocurre desde que nacemos y a lo largo de toda la vida.

Si hemos crecido en un entorno seguro y con una adecuada regulación emocional, la alarma solo saltará en caso de un peligro real. Sin embargo, si nos hemos criado en un ambiente negligente o hemos vivido eventos traumáticos es muy probable que ese detector esté averiado. En este caso, nuestro cerebro puede interpretar señales neutras, o incluso positivas, como signos de peligro.

La teoría polivagal, desarrollada por Stephen Porges, nos explica cómo nos afectan los traumas. Y nos ayuda a entender por qué ante una situación que nos provoca mucho miedo o estrés nos quedamos paralizados. Esta y otras respuestas se producen en el sistema nervioso autónomo, una especie de sistema de ‘vigilancia personal’.

Nuestro sistema nervioso autónomo está formado por dos ramas principales y cada una de ellas tiene su propio patrón de respuesta. Son la rama simpática, cuya respuesta es la movilización, y la rama parasimpática, que, a su vez, se divide en dos vías. La vía vagal ventral responde a través del compromiso y la conexión social y la vía vagal dorsal, cuyo patrón de respuesta principal es la inmovilización .

La rama simpática nos prepara para la lucha o la huida.

La rama simpática llama a la acción

Esta rama está relacionada con la alerta y nos prepara para actuar y responder ante señales de peligro. Desencadena la liberación de adrenalina y da lugar a respuestas de lucha o huida. Fisiológicamente, el ritmo cardiaco se acelera, la respiración se hace más superficial y entrecortada, las pupilas se dilatan y la adrenalina hace que no podamos estarnos quietos.

Cuando una persona ha sufrido repetidas experiencias traumáticas o situaciones de estrés constante su ‘sistema de alarma’ falla. En estos casos, la vía simpática está activada continuamente lo que puede conducir a crisis de pánico y ansiedad, entre otros trastornos.

La vía vagal ventral nos ayuda a conectar con los demás

Esta vía de la rama parasimpática se activa cuando percibimos que estamos seguros. Nos ayuda a conectar con los demás y a desconectar de ruidos u otros estímulos que nos distraigan cuando estamos interactuando con otras personas. Cuando estamos en este estado podemos cuidar de nosotros mismos y de los demás, ser productivos en nuestro trabajo, disfrutar del día a día…

Fisiológicamente nuestro latido cardiaco y nuestra respiración son regulares y nuestro sistema inmunológico saludable, lo que nos hace menos vulnerables a las enfermedades. Hay una sensación general de bienestar.

El sistema parasimpático ventral está muy relacionado con el estilo de apego, seguro o inseguro, que establecimos con nuestras figuras de referencia en la infancia.

La vía vagal ventral nos ayuda a conectar con los demás.

La vía vagal dorsal responde con la inmovilización

Evolutivamente es la más primitiva, la compartimos con los reptiles y se pone en funcionamiento cuando no podemos luchar ni huir. Es el último recurso. Esta vía responde a las señales de peligro extremo y se activa cuando nos sentimos atrapados o sin salida, provocando que nos quedemos totalmente inmóviles.

Cuando nos sentimos paralizados, congelados o como si estuviéramos “en otro sitio” es porque la vía vagal dorsal ha tomado el control. A veces, incluso, puede producirse el desmayo. Esta vía nos protege, a través de la inmovilización, anulando los sistemas corporales para conservar la energía. De manera similar, algunos animales fingen su muerte en respuesta a una amenaza vital. La expresión «estar muerto de miedo» define este estado.

En este estado la persona puede sentirse como si estuviera fuera de su cuerpo. El cuerpo sigue ahí, pero la mente está lejos. Este ‘distanciamiento’, llamado disociación, es un mecanismo de defensa que ayuda a hacer soportable lo insoportable. Pero no solo se produce cuando hay grandes traumas (un accidente, una violación, una catástrofe natural). También ocurre en casos de experiencias adversas repetidas o de negligencia reiterada durante la infancia: falta de atención, críticas continuadas, maltrato…

Todas esas experiencias quedan grabadas como algo doloroso y peligroso. Si en la edad adulta se recibe una crítica, por pequeña que sea, la persona puede llegar a experimentar el mismo sufrimiento que la primera vez. Y, posiblemente, se activará el estado de inmovilización. En estas circunstancias, puede acabar por desconectarse de los demás, aislarse, sentirse incapaz de realizar actividades cotidianas o sumirse en una depresión.

La vía vagal dorsal se activa también cuando la rama simpática ha estado activada durante mucho tiempo y el sistema se colapsa. Por ejemplo, en situaciones de estrés continuado. En el caso de los niños toma el control cuando viven en ambientes traumáticos. Su sistema percibe que la amenaza es excesiva y no hay recursos para afrontarla. «Mientras más veces se haya producido la inmovilización (o congelación) en edades tempranas, más probabilidades de que se repitan en el futuro. Esto explica por qué personas que han sufrido abusos de niños (psicológicos, físicos o sexuales) tienden a no reaccionar e inhibirse cuando son abusados de adultos», explica el psicólogo experto en trauma Manuel Hernández.

Para ver más claramente cómo y en qué orden se activarían estas tres vías, vamos a recurrir a un ejemplo. Imaginad que vais por la calle y os intentan atracar. La primera reacción podría ser bien apelar a la empatía del atracador, o bien buscar o pedir ayuda a algún transeúnte (vía vagal ventral). En caso de que la estrategia de suplicar al delincuente o de pedir ayuda no funcione, valoraremos si enfrentarnos al caco o escapar (rama simpática). Si, en último lugar, vemos que no podemos luchar ni huir, nos rendiremos sin oponer resistencia.  Y muy probablemente entraremos en estado de inmovilización.

Reconectar con la seguridad y la calma

Si sabemos cómo funciona nuestro sistema nervioso nos resultará más fácil reconciliarnos y ser más amables con nosotros mismos. Y más comprensivos con los demás.

El secreto está, en gran parte, en descifrar el mapa de nuestras reacciones. También nos beneficiará descubrir cómo pasamos de un estado a otro según nuestras experiencias pasadas.  O averiguar qué nos hace sentir seguros, nos deprime o nos pone en alerta. Para ello, es necesario un proceso de autoobservación y autoconocimiento. ¿Qué señales hacen que nos pongamos a la defensiva? ¿Cuándo perdimos el control por primera vez? ¿Qué nos tranquiliza? ¿Qué situaciones nos bloquean o nos hacen sentir que no hay salida?

Podemos aprender a activar voluntariamente nuestra vía vagal ventral. Así no sentiremos más conectados, seguros y presentes en el aquí y ahora. Algunas de las cosas que podemos hacer para ponernos en ‘modo ventral’ son:

  • Practicar la respiración diafragmática.  Empieza inspirando contando hasta 2 y espirando contando hasta 4, luego inspira contando hasta 3 y espira contando hasta 6… Alarga los tiempos hasta donde puedas, manteniendo la proporción entre los segundos de inspiración y espiración.
  • Realizar movimientos con los que disfrutemos: bailar, caminar, hacer deporte…
  • Disfrutar de experiencias agradables: regalarnos un masaje, paladear nuestro plato favorito o dedicar tiempo a nuestras aficiones.
  • Evocar una experiencia positiva del pasado. Además de visualizar la imagen también podremos recuperar la emoción que nos generó.
  • Conectar con personas que nos hagan sentir bien a través de gestos que inspiren seguridad. Una mirada cómplice, un tono de voz pausado, gestos suaves…
  • Intercambiar mimos con nuestra mascota.
  • Recurrir a la meditación o a visualizaciones que nos evoquen seguridad y calma.
  • Conectar con la naturaleza.
  • Escuchar música o cantar. Según Porges, los sonidos en la frecuencia de la voz humana, como lo son muchas composiciones musicales, estimulan la vía vagal ventral. Tienden a regularnos autonómicamente y a activar nuestro sistema de conexión social.
  • Iniciar un proceso terapéutico. Cuando lo anterior no es suficiente para recuperar la sensación de calma y seguridad, contar con ayuda profesional nos dará herramientas y recursos para conseguirlo. Cuando hay experiencias traumáticas, la terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) ha demostrado ser especialmente efectiva. Si necesitas ayuda psicológica, no dudes en ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso.

Es muy importante aprender cómo funciona nuestro cerebro, nuestro cuerpo y nuestras emociones no solo en nuestro beneficio. También para evitar malinterpretar las reacciones de las víctimas de cualquier tipo de abuso, maltrato o agresión.

 

Gambito de Dama es una serie sobre ajedrez, pero también sobre resiliencia.

«Gambito de Dama», una serie sobre ajedrez, adicciones, trauma y resiliencia

«Gambito de Dama», una serie sobre ajedrez, adicciones, trauma y resiliencia 1486 991 BELÉN PICADO

Hoy me gustaría hablaros de la serie Gambito de Dama (Netflix). Protagonizada por Anya Taylor-Joy y dirigida por Scott Frank, relata la vida de una niña huérfana con un increíble talento para el ajedrez. Pero la historia de Elizabeth Harmon va mucho más allá, al menos desde el punto de vista psicológico: es una historia de trauma y dolor, pero sobre todo de superación y resiliencia.

A través de siete capítulos se muestra cómo la protagonista tiene que enfrentarse a episodios realmente duros: al trauma que supone el abandono de su padre y el suicidio de su madre (estrellando un coche en el que también iba Beth); a una infancia turbulenta; y a una adolescencia marcada por diversas adicciones, la primera de ellas a los sedantes que le proporcionaban en el orfanato donde pasó parte de su infancia. (Por cierto, antes de que continúes leyendo, si aún no has visto la serie te informo de que a lo largo del texto hay spoilers)

Beth enseguida se da cuenta de que aquellas cápsulas verdes “para aliviar el carácter” pueden ayudarla a evadirse de una realidad opresiva y perturbadora. Y, muy pronto también, encuentra en el ajedrez otra válvula de escape, una realidad alternativa que, a diferencia de la que ella vive, sí puede controlar. Como explica a una periodista en uno de los episodios: “El tablero es todo un mundo de 64 casillas. En él me siento segura, puedo controlarlo, puedo dominarlo y es predecible. Si salgo mal parada la culpa es solo mía”.

La adolescente recurre al control y a la autoprotección para mantenerse a salvo. Pero este aparente individualismo y la dificultad para conectar emocionalmente con otras personas y establecer lazos afectivos profundos solo son capas de una coraza para ocultar su vulnerabilidad y, a la vez, para protegerse. Si me muestro, estoy en peligro y pueden hacerme daño; así que opto por relacionarme de modo superficial y si alguien se acerca demasiado huyo o ‘ataco’, que es lo que ocurre en ciertos momentos de la trama con su madre adoptiva, Alma, y con algunos de sus amigos, como Harry Beltik.

El ajedrez como obsesión y también como salvación

De simple pasatiempo para Beth, el ajedrez enseguida pasa a convertirse en el eje de su vida y en muchas ocasiones en su obsesión. Pero también será su salvación porque gracias al ajedrez tendrá la oportunidad de conocer otros lugares, otras personas y, sobre todo, conseguirá conocerse a sí misma.

En esa aventura descubrirá que, por muchos oponentes a los que se enfrente, su mayor enemigo es ella. De hecho, el triunfo personal y emocional de la protagonista no llega al ganar al jugador ruso Vasily Borgov, sino antes. Su verdadera victoria comienza en el mismo momento en que arroja sus últimas pastillas al inodoro, poco después de admitir que necesita “la mente nublada para ganar” y que no puede “visualizar los juegos sin las píldoras”. Y esa victoria se confirma cuando acepta la ayuda y el afecto que le brindan sus amigos.

El juego del ajedrez se divide en tres fases: apertura, medio y final. Quizás la apertura de Elizabeth Harmon sea trágica y traumática y su medio juego caótico, pero el juego final es, sencillamente, extraordinario y sanador.

Beth y sus adicciones

La misión de las figuras de apego o de los cuidadores es proporcionar una base segura al niño. Una base desde la que explorar el mundo y que le sirva de refugio en caso de peligro. Cuando esto no ocurre, como es el caso de Beth en la serie Gambito de Dama, el niño tiene que desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Como menciono en otro artículo de este mismo blog sobre la relación entre el alcoholismo y el tipo de apego, esa búsqueda se llevará a cabo “a través de objetos, actividades o conductas que aporten la sensación de calma que no se pudo encontrar en quienes deberían haberla proporcionado”.

Beth llega así a los tranquilizantes, primero, y al alcohol después. Pero en realidad el proceso es el mismo en cualquier adicción. Una persona con un estilo de apego seguro, que ha aprendido a modular sus emociones, es posible que experimente con sustancias en la adolescencia y que todo quede en una conducta exploratoria. Sin embargo, cuando no se conoce la calma ni se ha aprendido a lidiar con la angustia emocional, las drogas, el juego, las compras o el sexo compulsivo se convierten en la vía más rápida para huir del dolor Y, de paso, evitar conectar con un mundo interno demasiado caótico.

La sensación de vacío, por ejemplo, es normal cuando nos enfrentamos a un acontecimiento complicado, como la muerte de un ser querido. Si nuestras figuras de referencia nos enseñaron a calmarnos y a entender que todo pasa, por perturbador que sea, seremos capaces de tolerar esa sensación. Pero nadie atendió las necesidades emocionales de la pequeña Beth. Aprendió que nadie calmaría su angustia y comenzó a buscar sustitutos que llenasen un vacío que no dejaba de crecer y que continuamente le ponía frente a su soledad y a su dolor, justo lo que quería evitar a toda costa.

Trauma y disociación

En la vida, a veces, hay experiencias tan traumáticas o abrumadoras emocionalmente que se produce una desconexión entre la mente de la persona y la realidad que está viviendo. Este fenómeno psicológico se conoce como disociación y supone una auténtica estrategia de supervivencia si el trauma se produce en los primeros años.

Ante una experiencia emocional muy fuerte es posible que nuestro cerebro no sea capaz de procesarla. Entonces, la almacena de forma disfuncional en una red neuronal aislada, a diferencia de los recuerdos normales que se envían a redes interconectadas. Esto explica que haya casos graves, en los que la persona no puede recordar lo ocurrido (al principio de la serie, Beth solo recuerda la última frase que le dijo su madre: “Cierra los ojos”). En circunstancias así, la disociación se convierte en una respuesta adaptativa.

Además de la amnesia, la disociación incluye otros síntomas, como la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno. La protagonista de la serie Gambito de Dama recurre a los tranquilizantes, al alcohol y a veces al propio ajedrez para ‘desconectar’ de su profundo dolor emocional. A lo largo de una gran parte de la trama apenas muestra emociones. Y no será hasta el funeral de Shaibel cuando se ‘abra la compuerta’ y se permita sentir todo el dolor que había retenido. Es a partir de ese instante cuando empieza a conectar consigo misma y, por consiguiente, con los demás. Y también deja de estar atascada en el pasado y en modo supervivencia para vivir el presente.

El poder de la resiliencia

Los seres humanos son capaces de sobrevivir a las circunstancias más horribles. El psiquiatra austríaco Viktor Frankl pasó tres años en campos de concentración nazis y no solo sobrevivió, sino que salió reforzado. En su libro El hombre en busca de sentido, asegura que “el hombre, incluso en condiciones trágicas, puede decidir quién quiere ser -espiritual y mentalmente- y conservar su dignidad humana. Esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido”. Beth supera importantes pérdidas, gana la partida a las adicciones y acaba decidiendo quién quiere ser.

En psicología, se llama resiliencia a la capacidad del ser humano de sobreponerse a tragedias y circunstancias traumáticas e, incluso, salir reforzado de ellas. La psicóloga Emily Werner llevó a cabo una investigación con niños hawaianos en situación de extrema pobreza. Tras un seguimiento de más de 30 años observó algo en común entre los que resultaron más resilientes. Todos habían recibido el apoyo de, al menos, una persona que los había aceptado de forma incondicional y había confiado en sus progresos. Y ese apoyo no venía necesariamente de un familiar.

En su camino, la protagonista de la serie Gambito de Dama tampoco ha estado sola. Shaibel, el conserje del orfanato que la enseña a jugar, será la primera figura positiva en su vida, pero no la única. Los que en algún momento fueron rivales en el tablero, como Harry Beltik, Benny Watts o Townes, se convierten en amigos y mentores y le enseñan el valor de la generosidad. Incondicional también es la amistad de Jolene, su “ángel de la guarda”. Sin embargo, la propia Jolene matiza este apelativo dejando claro la necesidad del autoapoyo: “No soy tu ángel de la guarda. No estoy aquí para salvarte. Tengo bastante conmigo misma. Estoy aquí porque necesitas que esté aquí. Eso es lo que hace a la familia. Eso es lo que somos”.

Paso a paso, la ira de Beth se desvanecerá lentamente, siendo reemplazada por la vulnerabilidad (cuando rompe a llorar en brazos de Jolene) y el agradecimiento hacia sus antes competidores y ahora amigos. Descubrirá que el mundo no está ahí para derrotarla; que hay gente que realmente se preocupa por ella. Unos de manera apropiada y otros de manera quizás confusa, como su madre adoptiva, pero que aun así están con ella.

La protagonista aprende a aceptar y a agradecer la ayuda de otros,  a perdonar y a pedir perdón, a aceptar el rechazo y las derrotas, a librarse de sus ataduras y de sus miedos, a conectar con los demás. Y, por encima de todo, aprende a quererse, a aceptarse y a conectar consigo misma. De ese viaje, difícil y tortuoso en ocasiones, pero también revelador y reparador, saldrá fortalecida.

Curiosamente, en una entrevista con Boris Cyrulnik sobre el tema de la resiliencia el neuropsiquiatra alude al ajedrez. Cuando se le pregunta si puede adquirirse esta fortaleza en la edad adulta, responde: “La resiliencia es como una partida de ajedrez. Los primeros movimientos son muy importantes, pero mientras la partida no haya terminado siguen quedando buenos movimientos”.

Así que, ya sabéis, incluso con un mal comienzo… ¡Siempre puede haber un buen movimiento!

Prevenir el estrés postraumático a causa del coronavirus es posible

Trastorno por estrés postraumático y COVID-19: Más vale prevenir…

Trastorno por estrés postraumático y COVID-19: Más vale prevenir… 910 910 BELÉN PICADO

La pandemia de coronavirus supone un trauma colectivo del que ninguno estamos a salvo. Y cuando esto pase nos tocará hacer balance de los efectos que ha dejado en cada uno, además de poner a prueba nuestra capacidad de resiliencia. Y en esta capacidad jugarán un papel muy importante nuestras estrategias de afrontamiento, es decir, el modo en que nos enfrentamos a los diversos retos que nos va poniendo la vida.

Uno de los mayores riesgos de esta situación es la alta probabilidad de desarrollar trastorno de estrés postraumático (TEPT), psicopatología que puede aparecer en personas expuestas a un hecho especialmente traumático en el que han sentido amenazada su vida o su integridad física o psicológica.

Pero no solo puede afectar a quien ha sufrido el episodio en primera persona, sino también a quien lo ha presenciado e, incluso, a quien escucha el relato de una experiencia especialmente abrumadora. Asimismo, lo pueden desarrollar las personas que se exponen de forma repetida o extrema a las consecuencias que ese episodio traumático tiene en otros. Es el caso de sanitarios, policías, bomberos y otros profesionales que tratan a diario con personas afectadas por el COVID-19.

Lo que diferencia esta situación de otras catástrofes es que se trata de una temporada larga y no de un hecho aislado, como un terremoto o un accidente de tren. En estos casos, por muy terribles que sean, hay un inicio, una fase de impacto y otra de recuperación de la normalidad. Con el coronavirus es diferente. Además de una situación de trastorno de estrés postraumático, hay un estrés acumulativo que se extiende durante un largo periodo de tiempo.

Cómo se manifiesta el estrés postraumático

Muchas personas ya han empezado a sufrir los principales síntomas de este trastorno:

  • Reexperimentación. Por ejemplo, flashbacks o pensamientos continuos e intrusivos sobre la posibilidad de haber estado en contacto con una persona infectada.
  • Evitación de pensamientos o sentimientos relacionados con la experiencia traumática. Es el caso de las personas que minimizan lo que está sucediendo para no entrar en contacto con el miedo o que cambian de tema cuando se habla de coronavirus.
  • Hiperactivación psicofisiológica. Esto se traduce síntomas como alerta máxima en cada nueva noticia, taquicardias cuando uno se entera de que un vecino acaba de ser ingresado, dificultades para respirar al tocarse la frente y sentir un poco de calor, etc.

También pueden aparecer problemas para dormir, alteraciones en la alimentación, problemas de memoria, desesperanza…

La buena noticia es que aún tenemos margen de maniobra para revertir la situación. Estrés postraumático y coronavirus no tienen por qué ir unidos. Si dentro de unos meses somos capaces de recordar estos difíciles momentos sin que el sufrimiento nos abrume, nos bloquee o nos active más de la cuenta, significará que hemos sabido gestionar el estrés y la ansiedad. Y, lo que es más importante, nos servirá de recurso para manejar en el futuro otras situaciones difíciles que encontremos en nuestro camino.

A continuación, te facilito algunas estrategias que te permitirán prevenir la aparición de estrés postraumático a la vez que recuperas el bienestar emocional y la sensación de control sobre tu vida.

Cuídate física y emocionalmente

El autocuidado es esencial, especialmente si tienes que cuidar a otros. Para que nuestro organismo responda ante el reto que nos ha tocado afrontar, debemos cuidarlo como merece. Aliméntate bien, mantente hidratado, haz ejercicio, cumple una adecuada higiene del sueño, sigue una rutina, disfruta de una buena película o un buen libro. Si tienes cubiertas tus necesidades básicas, será más fácil ocuparte de las emocionales.

No te guardes lo que sientes. Permítete expresar tus emociones, por incómodas que sean. Si las reprimes terminarán por ‘escaparse’ y explotar en el momento menos adecuado. O, en el peor de los casos, te invadirán más adelante en forma de flashbacks o de somatizaciones cuando creas que “todo ha pasado”. Es una realidad que estamos viviendo momentos muy difíciles. Reconocerlo y aceptar las emociones que esto nos genera aquí y ahora es el primer paso para evitar problemas mayores en el futuro.

Introduce en tu rutina diaria ejercicios de respiración, técnicas de relajación o actividades como el yoga o la meditación. Te ayudarán a mantener la atención enfocada en el presente y facilitarán la regulación emocional.

Busca en tu ‘caja de herramientas’

Las personas que menos consecuencias psicológicas sufren tras episodios traumáticos son aquellas que tuvieron ocasión de sentirse útiles o de recurrir a sus propias estrategias de afrontamiento. Implicarte en actividades con fines altruistas y solidarios te ayudará a sentirte útil, a enfocar tu atención y tus energías en lo que sí puedes hacer y también le dará un nuevo sentido a tu vida.

Anabel González, psiquiatra y psicóloga especializada en EMDR, lo explica en esta entrevista: “Hay que cogerle cariño a la incertidumbre, encontrar los recursos internos de que dispones. Repasar las situaciones imprevistas que has logrado manejar en tu vida. Es normal enfadarnos o sentir impotencia, pero las emociones no son como el clima, yo puedo hacer cosas para regularlas”.

Recupera los recursos que te han resultado útiles otras veces. Busca en tu ‘caja de herramientas’ la más adecuada para la ocasión. ¿Cómo sobrellevaste aquella temporada que tuviste que estar en casa por algún problema de salud? ¿Qué te ayudó a enfrentarte a otras situaciones estresantes e inesperadas? ¿Cómo has canalizado en el pasado emociones como la ira o la impotencia?

Echar mano de tus recursos te ayudarán a sobrellevar mejor el confinamiento.

Apoyo de ida y vuelta

Estar confinado no tiene que ser sinónimo de aislarte del resto del mundo. Sal a aplaudir si te ayuda a sentirte bien, ofrécete a echar una mano con la compra a algún vecino mayor, aprovecha la cuarentena para compartir tiempo de calidad con tus hijos, utiliza la tecnología para mantener el contacto con las personas que te importan. El apoyo de la familia y los amigos te ayudará a sobrellevar mejor esta situación de confinamiento y reducirá considerablemente el riesgo de que el estrés se prolongue una vez que esto termine. El aislamiento y la sensación de abandono son importantes predictores del desarrollo de TEPT.

Mantener una red de apoyo mutuo se hace especialmente necesario en el caso de los profesionales de la ayuda que, a menudo, se sienten superados por emociones que les abruman: miedo a contagiarse ellos o a sus familias, sentimientos de culpa, impotencia, frustración… Además de la cooperación entre compañeros, también pueden acceder a la ayuda que ofrece la Asociación de EMDR España. Se trata de una intervención para profesionales que están en primera línea de atención a los enfermos por COVID19 y cuyo objetivo es disminuir el malestar emocional y prevenir el estrés postraumático. (Los interesados pueden contactar a través del correo electrónico secretaria@emdr-es.org)

Ayuda a tus hijos a expresar sus emociones

En los más pequeños el estrés postraumático puede aparecer en modo de mutismo, total o selectivo, con rabietas desproporcionadas o síntomas somáticos. Un modo de prevenir estos problemas es darles un espacio para que expresen cómo se sienten a través de la palabra, del dibujo, del juego… No los mantengas al margen, responde a sus preguntas con naturalidad y adaptando tus respuestas a su edad.

Proporciónales ‘superpoderes’ para que aprendan a protegerse siguiendo unas adecuadas normas de higiene. Estas medidas y, sobre todo, tu actitud les ayudarán a sentirse seguros.

Escribe un diario

Crea una rutina, busca un momento en el que no tengas distracciones y plasma tus pensamientos y emociones sobre el papel. Llevar un diario personal y scribir sobre el trauma ayuda a la persona a desahogarse y a dar sentido a lo que ha pasado. James Pennebaker, un profesor de psicología de la Universidad de Texas que lleva muchos años estudiando la escritura como terapia, lo explica así: “Escribir cambia la forma en la que la gente piensa y organiza su mundo interno; exige detenerse sobre la experiencia, reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato”.

Escribir te ayudará a desahogarte y a dar sentido a lo que está ocurriendo.

Busca ayuda profesional

Esta probado que las personas que reciben apoyo psicológico durante o inmediatamente después de un hecho traumático, son menos propensas a desarrollar TEPT. Cuanto más temprana sea esa intervención, menos problemas de traumatización se producirán en el futuro. El objetivo de iniciar una terapia es hacer que la huella de memoria que generará todo el periodo relacionado con el COVID-19 sea lo menos traumática posible.

A través de la terapia EMDR se consigue que la mente elabore el episodio o los episodios que generan malestar emocional, de modo que estos se integren en una red neuronal funcional. Así, cuando dentro de un tiempo nos acordemos de estas experiencias no nos desbordaremos emocionalmente. Precisamente, esta terapia está recomendada por la Organización Mundial de la Salud para tratar el trastorno de estrés postraumático. Si buscas a alguien especializado en este tipo de psicoterapia, puedes ponerte en contacto conmigo y te atenderé lo antes posible.

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La película Joker y los efectos devastadores de los malos tratos en la infancia

«Joker», una película sobre los devastadores efectos de los malos tratos en la infancia

«Joker», una película sobre los devastadores efectos de los malos tratos en la infancia 3840 2400 BELÉN PICADO

La película Joker, dirigida por Todd Phillips y protagonizada por Joaquin Phoenix, está dando mucho que hablar y no solo a nivel interpretativo. La historia del eterno enemigo de Batman pone sobre la mesa temas importantes. Entre ellos, la necesidad de que los gobiernos destinen fondos a la salud mental y la discriminación que sufren las personas con enfermedades mentales.

También habría mucho que decir sobre el peligro que entraña relacionar trastorno mental y violencia… Sin embargo, en esta ocasión me centraré en lo perjudicial que puede ser crecer en un familia disfuncional. Si a ese modelo de crianza caótica le sumamos la marginación social que sufre Arthur Fleck el resultado es una bomba de relojería.

Es posible que Joker siempre haya formado parte de Arthur, pero para ‘salir al mundo’ hacía falta que se dieran varias circunstancias. Por un lado, la imposibilidad de seguir accediendo a los fármacos que necesita. Por otro, las sucesivas traiciones de personas en quienes confía, especialmente la traición que supone un descubrimiento relacionado con su madre. Y no olvidemos las continuas humillaciones de las que es víctima a causa de sus problemas mentales.

Sin embargo, para comprender como se va gestando ese alter ego que acabará por hacer ‘desaparecer’ a Arthur, vamos a retroceder a su infancia. Porque el modo en que nos enfrentamos al mundo de adultos depende en gran parte de la calidad de nuestras experiencias de niños. Básicamente, la película Joker habla de los malos tratos y sus devastadores efectos. Por cierto, importante para quien no la haya visto: a partir de aquí hay spoilers.

Joker es una película sobre el trauma complejo y los malos tratos

Malos tratos y negligencia: el apego desorganizado

Desde que nacemos, nuestras vivencias se acumulan en la memoria y se integran con nuestra forma de sentir y de pensar. Así, poco a poco, va conformándose nuestra personalidad. En esta capacidad de integrar lo que vivimos, pensamos y sentimos juega un papel importante la relación que establecemos con nuestras figuras de apego.

Si hemos tenido unos cuidadores disponibles y atentos a nuestras necesidades, desarrollaremos un apego seguro y una representación de nosotros mismos como personas válidas. Sin embargo, cuando esas figuras son imprevisibles, frías o abusadoras, el niño se verá como un ser defectuoso. En ese caso, puede desarrollar un apego ansioso, evitativo o desorganizado.

El tipo de comunicación entre una madre y su hijo durante los primeros años es tan importante que crecer en un entorno negligente, puede alterar el funcionamiento cerebral del niño. En la película Joker,  al abandono de los padres biológicos de Arthur Fleck se sumó la negligencia por parte de una madre adoptiva con varios trastornos mentales. Cuando Arthur era solo un niño, Penny permitió que su novio abusara física y sexualmente de él en repetidas ocasiones. Esa situación jugó un importante papel en los posteriores problemas mentales de Fleck, incluida la risa patológica que le caracteriza.

La tortura de sentirse invisible

Además de sentirse incomprendido toda su vida, Arthur nunca se ha sentido visto (el tema de la invisibilidad suele aparecer  cuando se trabaja con adultos que han sido víctimas de negligencia y/o malos tratos). La regulación emocional del niño comienza cuando es un bebé a través de la relación con el cuidador. En una relación de apego sana, los adultos sintonizan con el niño y lo ayudan a modular sus reacciones emocionales. Cuando estas experiencias de sintonía y regulación no existen y el niño no es visto, las consecuencias pueden ser muy dañinas en la edad adulta. William James, un importante psicólogo estadounidense, decía: “No hay peor tortura para un hombre que sentirse invisible”.

La propia enfermedad mental de Penny y los malos tratos de los que también era víctima, la llevaron a no ser capaz de ver las necesidades de su hijo. La prueba de que nunca fue consciente de su sufrimiento está en que, además de llamarle Happy, en una escena asegura no haber oído nunca llorar a su hijo; «es un niño feliz”, afirma.

A lo largo de la película, Arthur expresa en varias ocasiones esa necesidad de que le vean. En su diario, escribe: “No quiero morir y que la gente me pase por encima. Quiero que la gente me vea”. En un momento dado de la segunda sesión con la asistente social dice: “Hasta hace poco parecía que era invisible”. Más tarde, añade: “Me he pasado toda la vida sin saber si realmente existía, pero existo y la gente está empezando a darse cuenta”. Y es que, después de intentar en vano que lo vean como esa persona que “vino al mundo para traer alegrías y sonrisas”, es sacando su parte más violenta como empieza a conseguir que le presten atención.

Muchas víctimas de malos tratos sienten que no han sido vistos

La disociación como estrategia de supervivencia

En la vida a veces hay experiencias tan traumáticas o abrumadoras emocionalmente que se produce una desconexión entre la mente de la persona y la realidad que está viviendo. Este fenómeno psicológico se conoce como disociación y supone una verdadera estrategia de supervivencia si el trauma se produce en los primeros años.

Cuando la persona que debería cuidar y proteger al niño es la misma que le daña, entran en conflicto el instinto de supervivencia y la necesidad de vincularse (“Te tengo miedo y a la vez te necesito”). En ese momento, el cerebro aún no tiene la madurez necesaria y no puede procesar ciertas vivencias demasiado traumáticas. Entonces, las almacena de forma disfuncional en una red neuronal aislada, a diferencia de los recuerdos normales que se envían a redes interconectadas.

Manuel Hernández Pacheco apunta en su libro Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen que “en situaciones donde haya una experiencia emocional muy fuerte nuestro cerebro puede crear compartimientos donde almacenar de forma aislada hechos o emociones que nos provoquen mucho dolor si las evocamos”.

Esto explica que haya casos muy graves (abusos sexuales), en los que la persona no puede recordar lo ocurrido. En la película Joker el protagonista no recuerda los abusos que sufrió en su infancia ni por qué estuvo en un psiquiátrico. En estas circunstancias, la disociación se convierte en una respuesta para sobrevivir a la negligencia y el abuso de los cuidadores.

La disociación es uno de los principales síntomas del trauma complejo

Además de la amnesia, la disociación incluye otros aspectos que explica Anabel González en su libro No soy yo. Entre ellos, síntomas corporales diversos; la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno; y, sobre todo, la fragmentación de la personalidad y la identidad.

Lejos de justificar ninguna conducta delictiva, saber cómo se originan estos comportamientos puede ayudar a prevenirlos. Asimismo, sería muy positivo aceptar a las personas con algún trastorno mental como son, sin esperar (como se queja Arthur) que se comporten como si no lo tuviesen. Aprovechemos historias como la película Joker para reflexionar sobre la necesidad de ver a las personas más allá de etiquetas y de diagnósticos.

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