Recordad por un momento vuestra última conversación con vuestra pareja, un compañero de trabajo o un amigo. ¿Diríais que realmente le escuchasteis? ¿O estabais más pendientes de la respuesta o el consejo que ibais a dar a continuación? ¿Sois de lo que escucháis hasta el final o interrumpís con frecuencia para dar vuestra opinión? Escuchar con conciencia plena y centrados en lo que nos cuenta el otro no es tarea fácil. La escucha activa exige concentración, empatía y un alto grado de compromiso con la persona que está hablando. Y práctica, mucha práctica.
Cuando escuchamos a alguien de manera activa y consciente estamos prestando atención a lo que está diciendo y, a la vez, conectando con las emociones y los pensamientos que subyacen a su mensaje para conocer realmente cómo se siente. Pero la escucha activa también es:
- Dejar claro a a la persona que nos está comunicando algo que realmente le estamos atendiendo y comprendiendo.
- Esforzarnos por centrar toda nuestra atención en aquello que nos está comunicando.
- Mostrar disponibilidad y verdadero interés por quien habla.
- Practicar la empatía y ser capaces de ponernos en el lugar de nuestro interlocutor.
- Recibir sus palabras sin juzgar y haciéndole ver que hemos entendido lo que pretendía comunicarnos (estemos, o no, de acuerdo).
- Uno de los ingredientes básicos de la inteligencia emocional y del crecimiento personal.
¿Por qué nos cuesta tanto?
La falta de comunicación de la que nos quejamos tan a menudo se debe en gran parte a que no sabemos escuchar. Cuántas veces hacemos como que escuchamos cuando en realidad estamos pensando en otra cosa. O hablamos con alguien a la vez que miramos el móvil o la pantalla del ordenador. Y así la comunicación es imposible.
Escuchar requiere, en muchas ocasiones, más esfuerzo del que hacemos al hablar. Y no siempre estamos dispuestos a ello. De hecho, a nivel cerebral estamos programados para hablar. Es más, hay estudios que demuestran que obtenemos mayor placer cuando hablamos que cuando escuchamos. Una de estas investigaciones se llevó a cabo en la Universidad de Harvard y los responsables de la misma encontraron que cuando hablamos de nosotros mismos se activan zonas cerebrales relacionadas con las sensaciones placenteras y los estados motivacionales asociados a estímulos como el sexo y la buena comida.
A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir. O pensamos que como nosotros estamos en posesión de la verdad absoluta y el otro está equivocado no merece la pena prestarle demasiada atención.
Otras veces creemos, equivocadamente, que hablando vamos a ejercer más influencia que escuchando. Por ejemplo, damos por hecho que, para caer bien, tenemos que ser interesantes e impresionar al otro. Esto, a menudo, nos lleva a hablar de nosotros sin parar cuando, en realidad, lo que deberíamos hacer es escuchar más. Si quieres causar buena impresión, interésate por lo que el otro tiene que contarte, consigue que se sienta especial. ¿Alguna vez os ha pasado que habéis tenido una primera cita y la otra persona se ha dedicado todo el tiempo a enumerar sus virtudes sin haceros una sola pregunta sobre vosotros? A mí me ha ocurrido más de una vez y nunca he querido repetir.
Tampoco facilita la escucha elegir un mal momento para hablar. Por ejemplo, intentar mantener una conversación en un lugar donde otros pueden interrumpirnos, o cuando no hay tiempo suficiente para profundizar en lo que nos queremos decir.
En su libro El arte de saber escuchar, el filósofo Francesc Torrealba explica: «Escuchar es olvidarse de las propias preocupaciones para dar protagonismo al otro. Es un acto de generosidad y humildad que requiere trascender el ego. Estamos tan apegados a nuestro ego, que el otro se convierte en un ser extraño, un ente que habita en un universo paralelo».
Diferencias entre oír y escuchar
¿Te ha pasado alguna vez que alguien te está contando algo y de repente notas que pierdes el hilo y que tu pensamiento se va a otro lado? Sin embargo, sigues oyendo la voz de esa persona… Para que la comunicación sea efectiva, no basta solo con oír; también tenemos que escuchar. El diccionario de la Real Academia Española ya nos da una pista:
- Oír: «Percibir con el oído los sonidos».
- Escuchar: «Prestar atención a lo que se oye».
La diferencia entre ambos términos está, básicamente, en la intencionalidad y en el poner conciencia y atención. Escuchar es un acto intencional que tiene por objetivo comprender al otro. Por otro lado, escuchar implica un esfuerzo que no es necesario para oír y tiene una connotación activa al contrario que oír, que es un acto pasivo.
Beneficios de la escucha activa
- Contribuye a evitar malentendidos y, por tanto, facilita la resolución de conflictos.
- Mejora la autoestima de quien habla al sentirse valorado y percibir que lo que dice es importante para el oyente.
- Aumenta el nivel de empatía que se tiene hacia las demás personas.
- Fortalece las relaciones. La corriente de confianza que se crea con la escucha activa ayuda a crear nuevos vínculos y a fortalecer los que ya están establecidos. En este sentido, lo que damos repercutirá en nosotros.
- Mejora el nivel de inteligencia emocional. Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman saber escuchar es una de las principales habilidades de las personas con altos niveles de inteligencia emocional.
Escuchar con todo el cuerpo
Para una buena escucha activa no basta con aguzar el oído, hay que poner todo el cuerpo al servicio del proceso. El lenguaje no verbal es tan importante como el verbal.
- Establece contacto visual. Mirar a tu interlocutor le transmitirá que estás prestándole atención y te interesa lo que te está contando.
- Sonríe. Una leve sonrisa en determinados momentos favorecerá la empatía y que la otra persona interprete que su mensaje está siendo bien recibido. Esto, a su vez, le dará confianza y la animará a proseguir. Además, crearás un clima distendido entre ambos.
- Presta atención a tu postura corporal. Por lo general, cuando escuchamos activamente tendemos a inclinarnos ligeramente hacia adelante. Procura también mantener una postura abierta, evitando cruzar los brazos.
- Actúa de espejo. El reflejo automático o ‘mirroring’ consiste en imitar los gestos y expresiones de quien habla e indica que estamos en sintonía con sus sentimientos y atentos a lo que nos explica. Además, favorece la empatía. Eso sí, siempre y cuando se realice con discreción y de forma muy sutil. De hecho, si realmente estás escuchando lo más probable es que ya lo estés haciendo de forma inconsciente.
La importancia de las emociones
La escucha activa requiere que no nos conformemos con lo que nuestro interlocutor está expresando explícitamente. Si queremos captar en profundidad lo que intenta transmitirnos tenemos que prestar atención a la emoción que hay detrás de lo que está diciendo y validarla. Esa será una de las mayores demostraciones de empatía e implicación.
Del mismo modo, debemos acoger sus emociones si las expresa abiertamente o se siente invadido por ellas, por ejemplo, a través del llanto. En estos casos, evitemos frases como «No es para tanto», «Mejor, vamos a cambiar de tema» o «No llores, anímate». En numerosas ocasiones, este tipo de expresiones no van destinadas a aliviar al otro sino a librarnos de nuestra propia incomodidad. Simplemente, escuchemos y aceptemos sus emociones, como hace el personaje de Tristeza en esta escena de la película Inside Out (Del Revés).
Cómo ser un buen escuchador
La escucha activa es una habilidad que requiere práctica y, sobre todo, estar dispuestos a aceptar otras opiniones y otras formas de pensar con empatía y humildad.
- Ponte en su lugar. Mientras tu interlocutor habla, intenta ponerte en su lugar y entender su postura. Esto no supone necesariamente compartir sus opiniones ni justificar o aprobar su comportamiento. Simplemente, acéptalo sin juicios y trata de comprender qué motivaciones, necesidades y expectativas le han llevado a pensar y a hacer las cosas como las hace.
- Apaga el móvil. Evita las distracciones y busca un tiempo y espacio adecuados para mantener una conversación. Si no se dan las condiciones idóneas o tú no te sientes con la disposición mental adecuada es mejor que te sinceres con la otra persona y pospongáis vuestra charla.
- Utiliza palabras de refuerzo. Alguna palabra o frase positiva pueden afianzar a quien habla al transmitirle que estamos dedicándole toda nuestra atención y validando su punto de vista. Pero tampoco hay que utilizarlas en exceso o perderán su efecto. Si, además, asentimos mientras el otro habla mucho mejor.
- Parafrasea. Cuando verificamos o repetimos con nuestras propias palabras lo que nuestro interlocutor acaba de decir conseguimos dos cosas: transmitirle que estamos atentos y asegurarnos de que hemos entendido bien. No podemos obviar que, a veces, nuestras creencias personales o ciertas suposiciones y juicios pueden distorsionar lo que escuchamos. Igualmente útil es preguntar para clarificar la información y resumir de vez en cuando lo que hemos escuchado.
- No tengas miedo a los silencios. Los silencios dan tiempo a pensar y a encontrar las palabras precisas, así que no niegues ese derecho a tu interlocutor y frena tus ganas de intervenir antes de tiempo. Del mismo modo, si no sabes qué decir, antes de hablar por hablar es preferible que permanezcas callado. Lejos de ser incómodo, bien utilizado el silencio anima a seguir hablando.
- Si te distraes, admítelo. Todos podemos distraernos un momento, así que no te preocupes si pierdes el hilo de la conversación. Simplemente, admítelo y pide a tu interlocutor que repita lo que estaba diciendo.
- Evita juzgar. Cuando alguien nos habla acerca de lo que piensa o siente, su modo de percibir la realidad no necesariamente tiene que coincidir con el nuestro. Por ello es tan importante evitar cualquier juicio. Menospreciar, reprochar o minusvalorar las palabras de nuestro interlocutor solo nos llevará a perder la objetividad y a que la otra persona opte por no decir nada por miedo a ser juzgada. Seamos tolerantes, flexibles y aceptemos plenamente lo que dice el otro.
- Resiste la tentación de dar consejos. La mayoría de las veces cuando una persona nos está contando algo que le ha ocurrido o que le preocupa, no está buscando consejo ni opinión. Lo hace, sobre todo, para desahogarse y porque necesita sentir que hay alguien a su lado para escucharla. Si no te lo pide expresamente, evita esos consejos que, probablemente, estarán basados en tu propia experiencia y no en la suya. A menudo creemos que no ofrecer nuestros consejos es sinónimo de desinterés o de falta de implicación. Y no es así. Al escuchar al otro, estamos favoreciendo que pueda escucharse a sí mismo, reflexionar y extraer sus propias conclusiones.
- No interrumpas. Es tremendamente molesto que te interrumpan y no te dejen terminar de decir lo que quieres, pero por desgracia también es algo que cada vez está más normalizado (no hay más que ver algunos debates y tertulias en radio o televisión). La escucha activa implica no interrumpir a la otra persona mientras habla a menos que sea absolutamente necesario. Por ejemplo, si lo que le vas a decir es sumamente importante o necesitas pedir que te repita algo porque no entendiste bien. Cuando interrumpimos a alguien, implícitamente le estamos mostrando que no nos interesa lo que nos está contando y que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo suyo.
Si has llegado hasta aquí, seguro que ya tienes la respuesta a la pregunta del título. En caso de que no sea así, te dejo con esta sabia frase de Epícteto:
«Nacemos con dos oídos y una boca por una razón: para escuchar el doble de lo que hablamos»
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Un libro
Momo. La protagonista de este libro de Michael Ende es una niña con un don muy especial: saber escuchar. El autor define así a este entrañable personaje: «Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres…».