Comunicación

Doble vínculo. Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo

Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo 1409 1500 BELÉN PICADO

La comunicación es una de las herramientas más poderosas en las relaciones humanas, pero también puede convertirse en una fuente de conflictos, confusión y malentendidos. Entre los patrones comunicativos más complejos y dañinos se encuentra el doble vínculo, una dinámica que atrapa a las personas en una maraña de mensajes contradictorios, dificultando la toma de decisiones y generando un profundo impacto emocional.

Si en la primera parte de este artículo (Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios) exploramos qué es el doble vínculo, cómo surge y cuáles son sus características principales, en esta segunda parte nos centraremos en aspectos igualmente importantes. Veremos cómo este patrón comunicativo puede ser utilizado de manera deliberada como herramienta de manipulación y control, las consecuencias que genera a nivel emocional y psicológico, y las estrategias que podemos poner en práctica tanto para enfrentar esta dinámica como para evitar reproducirla.

El doble vínculo como herramienta de manipulación y abuso de poder

Si bien el doble vínculo puede originarse de manera inconsciente, también puede ser utilizado de manera deliberada para ejercer control sobre otra persona. Esto es especialmente frecuente en dinámicas de abuso de poder, en las que una persona busca dominar emocional o psicológicamente a otra. Un ejemplo claro de este tipo de manipulación es el efecto luz de gas o gaslighting, mediante el cual el abusador distorsiona la percepción de la realidad de la víctima para hacer que dude de sí misma.

En contextos abusivos, el doble vínculo se emplea de diversas maneras:

  • Generando confusión permanente. El abusador alterna entre comportamientos positivos y negativos, manteniendo a la víctima en un estado constante de inseguridad. Por ejemplo, un jefe podría elogiar el trabajo de un empleado para luego criticarlo duramente por detalles insignificantes. Esta estrategia crea una atmósfera de confusión que refuerza la dependencia emocional, ya que la víctima busca continuamente la aprobación del agresor.
  • Erosionando la percepción de la realidad. A través de mensajes contradictorios, el abusador mina la confianza de la víctima en su propia interpretación de los hechos. En una relación de pareja, quien utiliza este patrón comunicativo podría decir: «Te quiero, pero todo lo malo que me pasa es por tu culpa». Este tipo de afirmaciones mezclan afecto con reproches, generando culpa y debilitando la autoestima de la víctima, que comienza a cuestionar su valía.
  • Controlando las decisiones de la víctima. El doble vínculo permite al manipulador ejercer control psicológico sobre la víctima, llevándola a un estado de constante duda sobre sus decisiones. Haga lo que haga, esta siente que siempre está equivocada, lo que refuerza su sumisión y dependencia hacia el agresor.

Al final, quien recibe todos estos mensajes contradictorios acaba dudando de su propia capacidad para ver la realidad y preguntándose: «¿Estoy exagerando lo que siento o realmente está pasando?», «¿Por qué siempre tengo la sensación de estar diciendo o haciendo algo mal con esta persona?», «No entiendo qué quiere decirme, ¿debería acercarme o mantenerme al margen?»

(En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico» y «Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad)«)

El doble vínculo puede utilizarse como una herramienta de manipulación.

El impacto del doble vínculo: inseguridad, ansiedad y más

La exposición continua al doble vínculo tiene consecuencias, tanto a corto como a largo plazo:

  • Inseguridad y baja autoestima. Recibir mensajes contradictorios de forma constante genera la sensación de que cualquier decisión que se tome será incorrecta. Esta incertidumbre lleva a la persona a dudar de su capacidad para interpretar palabras, gestos o cualquier otra señal, erosionando gradualmente su confianza en sí misma. Además, con el tiempo, esta inseguridad hará que acabe evitando exponerse a situaciones nuevas por miedo al fracaso o a cualquier contexto en el que sienta que puede fallar.
  • Ansiedad. La sensación de estar inmerso en un conflicto sin solución y la incertidumbre sobre las expectativas de la otra persona generan elevados niveles de ansiedad. Esta presión emocional constante a menudo se traduce en síntomas físicos, como migrañas o problemas digestivos, y, si se mantiene en el tiempo, incluso llegar a desembocar en una depresión.
  • Culpa y autocrítica. Ante la imposibilidad de encontrar una respuesta correcta, el receptor de un doble vínculo suele experimentar un profundo sentimiento de culpa y una autocrítica constante, alimentada por la idea de que debería haber actuado de manera diferente para evitar el conflicto o satisfacer las expectativas del otro. Este ciclo refuerza la sensación de no ser suficiente.
  • Confusión e indefensión aprendida. La exposición continua a contradicciones provoca confusión sobre cómo actuar o responder en determinadas situaciones. Si esto se mantiene en el tiempo, puede derivar en indefensión aprendida, un estado en el que la persona se siente incapaz de cambiar la dinámica y adopta una actitud pasiva, resignándose a su situación sin intentar resolverla.
  • Dificultades en la comunicación. Quienes han crecido o vivido en entornos donde el doble vínculo es la forma habitual de manejarse, suelen desarrollar patrones comunicativos disfuncionales. Por ejemplo, dificultad para expresar emociones de manera clara, tendencia a evitar conflictos para no generar tensión, uso de una comunicación indirecta que perpetúa la confusión en sus relaciones, etc.
  • Problemas en la construcción de vínculos sanos. El doble vínculo dificulta que una persona pueda establecer relaciones basadas en la confianza y la seguridad. La incertidumbre constante sobre cómo actuar para ser aceptada genera un profundo miedo al rechazo, fomenta la dependencia emocional y complica la creación de vínculos equilibrados y saludables.

Qué hacer

Enfrentar situaciones de doble vínculo puede ser emocionalmente agotador, pero hay estrategias que pueden ayudarte, no solo a reconocerlas, sino también a manejarlas y a minimizar su impacto en tu salud mental.

  • Identifica lo antes posible. El primer paso para salir de un doble vínculo es reconocerlo. Analiza esas situaciones en las que te sientes confundido/a o atrapado/a sin saber muy bien por qué y reflexiona: ¿Hay incoherencias o contradicciones entre palabras y acciones? ¿Te sientes culpable o ansioso/a hagas lo que hagas? ¿Qué emociones surgen en tus interacciones con determinadas personas? Una vez que te entrenes en identificar estos patrones será más fácil anticiparte y actuar. Por ejemplo, si notas que un amigo te dice que quiere verte, pero cancela constantemente, puedes anticiparte y decir: «Si estás ocupado, podemos organizarlo para otro momento».
  • Valida tus emociones. Es normal sentir frustración, tristeza o enfado ante un doble vínculo. Reconocer y aceptar estas emociones te ayudará a manejarlas mejor, sin juzgarte por sentirlas. Son una respuesta natural a situaciones confusas.
  • Habla con alguien de confianza. Compartir lo que estás experimentando con una persona de confianza te ayudará a ordenar tus pensamientos y te permitirá obtener una perspectiva más clara. Una visión externa facilitará que identifiques contradicciones que quizá no habías notado y contribuirá a que entiendas mejor lo que está ocurriendo.
  • Clarifica las contradicciones. Cuando sea posible, aborda la situación de forma respetuosa y abierta. Expresa cómo te afecta la falta de claridad y señala lo que no comprendes. Por ejemplo: «Me confunde cuando dices que quieres verme, pero luego cancelas nuestras citas. ¿Podemos hablar de esto?». O «Noto que tu actitud parece transmitir algo distinto de lo que dices. ¿Qué está pasando realmente?».
  • Establece límites. Si los dobles vínculos persisten y empiezan a afectarte, es importante poner límites claros y firmes. Define qué comportamientos estás dispuesto/a a aceptar y cuáles no. Por ejemplo: «Entiendo que no siempre estemos de acuerdo, pero necesito que nuestros mensajes sean más claros para no sentirme tan confundido».
Poner límites ante el doble vínculo

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  • Renuncia a la solución perfecta. Aceptar que no siempre hay una respuesta correcta puede ser liberador. En un doble vínculo, cualquier acción parece equivocada. Así que, en lugar de buscar agradar a todos, elige la opción que menos comprometa tu bienestar emocional.
  • Cuida tus relaciones y a ti mismo/a. La comunicación es el puente que conecta a las personas, y cuidarla es esencial para construir relaciones sanas. Asegúrate de priorizar tu autocuidado emocional, creando espacios donde te sientas validado/a y comprendido/a. También, fomenta entornos donde la claridad y la empatía sean fundamentales.
  • Aprende a despersonalizar. Recuerda que, en muchos casos, los dobles vínculos no son intencionados ni algo personal. Quien los genera a menudo no sabe cómo expresar sus necesidades de manera clara. Reconocer esto puede ayudarte a reducir la culpa y a enfocarte en soluciones.
  • Desarrolla tu resiliencia emocional. Aceptar que algunas personas o dinámicas no cambiarán te permitirá enfocarte en lo que sí puedes controlar: tu reacción. Fortalecer tu resiliencia emocional te ayudará a manejar mejor la frustración y la incertidumbre que generan los dobles vínculos.
  • Busca apoyo profesional. En terapia, aprenderás a identificar y afrontar los dobles vínculos, a mejorar tu comunicación y a construir patrones más saludables.

¿Y si soy yo quien envía mensajes contradictorios?

Aunque todos hemos experimentado situaciones de doble vínculo, quizás nos resulte más difícil reconocer ocasiones en las que hemos sido nosotros quienes hemos promovido estas dinámicas, desde enviar mensajes contradictorios en momentos de estrés a esperar de los demás algo que es difícil o imposible de cumplir. Podemos recurrir a este tipo de comportamientos por diferentes razones. Estas son algunas:

  • Patrones aprendidos en la infancia. Nuestra manera de comunicarnos está profundamente influida por los entornos en los que crecimos. Si durante la infancia recibimos mensajes contradictorios de nuestros cuidadores, es probable que hayamos interiorizado este estilo como «normal». Sin darnos cuenta, podemos replicar esas dinámicas en nuestras propias relaciones, perpetuando ciclos de confusión.
  • Inseguridades y miedo al rechazo. El temor a perder una relación importante puede hacernos actuar de forma incoherente y llevarnos a ser poco claros a la hora de comunicarnos y expresar lo que realmente queremos o esperamos de la otra persona. Evitar expresar nuestras verdaderas necesidades o sentimientos por miedo a ser rechazados a veces lleva a enviar señales ambiguas o contradictorias. Al final, esta falta de claridad acabará generando frustración tanto en nosotros como en quienes nos rodean.
  • Falta de consciencia emocional. Cuando no somos plenamente conscientes de nuestras emociones, es fácil que actuemos de manera contradictoria sin siquiera darnos cuenta. Por ejemplo, puede que ni yo misma sea consciente de que estoy enfadada con alguien y decir que todo está bien mientras mi tono, mis gestos o mi actitud están reflejando ese enfado. Esta desconexión entre lo que sentimos y lo que comunicamos puede confundir a los demás y perpetuar el doble vínculo.
  • Evitación del conflicto. El deseo de evitar confrontaciones directas puede llevarnos a enviar mensajes ambiguos o contradictorios. En lugar de abordar los problemas de manera clara, optamos por el silencio, el sarcasmo o las indirectas. Aunque inicialmente puede parecer una solución para evitar tensiones, este enfoque genera malentendidos y emociones negativas en la otra persona.
  • Dificultades en la regulación emocional. La incapacidad para gestionar emociones intensas como la frustración, el miedo o el enfado puede llevarnos a comunicarnos de forma impulsiva o incoherente. Esto incluye enviar mensajes que mezclan afecto con críticas o apoyo con desaprobación.
Doble vínculo

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Estrategias que puedes utilizar si eres tú quien está generando el doble vínculo

Reconocer que podrías estar promoviendo este tipo de dinámicas es un verdadero acto de responsabilidad y de crecimiento personal. Aquí tienes algunas pautas para reflexionar y mejorar:

  • Identifica tus propios patrones. Reflexiona sobre tus intenciones y sobre cómo comunicas: ¿Tus palabras coinciden con tus gestos o tu actitud? ¿Tus mensajes son claros o crees que podrían generar confusiones? ¿Estás evitando algún conflicto o tema incómodo? Ponte en el lugar de la otra persona: ¿Serías capaz de interpretar tu mensaje sin sentirte confundido/a?
  • Cuida la coherencia entre palabras y actos. Asegúrate de que tus palabras, lenguaje corporal y acciones estén alineados. Pregúntate: ¿Mi lenguaje corporal apoya y refuerza lo que digo? ¿Mis actos respaldan lo que pido o espero de otra persona? Por ejemplo, en lugar de decir «Haz lo que quieras» con un tono de disgusto, podrías expresar: «Prefiero esto, pero estoy abierto a discutir otras opciones».
  • Practica la escucha activa. A veces generamos dobles vínculos porque no prestamos suficiente atención al impacto de nuestras palabras. Escucha las respuestas de los demás y presta atención a sus reacciones para ajustar tu mensaje si notas confusión o incomodidad.
  • Fomenta la comunicación asertiva. Trabaja en expresar tus pensamientos y sentimientos de manera clara y respetuosa. De este modo, la comunicación asertiva te permitirá ser directo/a sin agredir ni caer en la pasividad o en comportamientos pasivo-agresivos.
  • Reconoce patrones en tus relaciones. Analiza si tiendes a generar mensajes contradictorios en ciertos contextos, como con tus hijos, tu pareja o con compañeros de trabajo. Identificar estos patrones te permitirá actuar con mayor claridad en el futuro.
  • Trabaja en tus inseguridades. El miedo al rechazo o la necesidad de control pueden llevarte a emitir mensajes confusos. Así que reflexiona sobre tus miedos y trabaja en fortalecer tu seguridad emocional para comunicarte de manera más auténtica.
  • Solicita feedback. Pide a personas cercanas que te ayuden a identificar si estás generando confusión porque escuchar cómo perciben tu comunicación puede ser clave para ajustar tu comportamiento.
  • Busca ayuda. Si te resulte difícil cambiar estos patrones, considera la posibilidad de iniciar un proceso terapéutico. Un profesional puede ayudarte a comprender las raíces de tus dinámicas comunicativas y a desarrollar estrategias para mejorar tu expresión emocional.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Doble vínculo o Cuando los mensajes contradictorios son una trampa emocional

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios

Doble vínculo (I): La trampa emocional de los mensajes contradictorios 1254 836 BELÉN PICADO

Imagina que tu pareja te dice: «Confío en ti plenamente», pero al mismo tiempo revisa cada uno de tus movimientos, cuestionando tus decisiones y dejándote con la sensación de que nada de lo que haces es suficiente. O piensa en aquella vez en la que un familiar cercano te aseguró que podías contar con él en cualquier momento y, cuando realmente lo necesitaste, encontraste críticas o indiferencia en lugar de apoyo. Este patrón comunicativo en el que se emiten dos mensajes contradictorios a la vez se conoce como doble vínculo o doble vinculación.

Desde que nacemos, los seres humanos intercambiamos información no solo a través de palabras, sino también mediante gestos, miradas, el tono de voz… Cuando los mensajes que recibimos son opuestos, nos quedamos enredados en un estado de frustración e incertidumbre, sin saber qué interpretar o cómo actuar. Como si de una tela de araña se tratara, quedamos atrapados entre promesas de confianza y acciones que sugieren desconfianza o entre palabras que ofrecen cariño y gestos que transmiten rechazo.

La teoría del doble vínculo

El concepto de doble vínculo fue introducido en los años 50 por el antropólogo Gregory Bateson y su equipo de investigación en Palo Alto, California. Según Bateson, el doble vínculo describe una situación en la que una persona recibe mensajes opuestos de forma simultánea y generalmente en niveles diferentes de comunicación (explícita o implícitamente), lo que le deja sin posibilidad de actuar sin contradecir uno de los mensajes.

En sus inicios, la teoría del doble vínculo se planteó para explicar cómo se desarrollaba la esquizofrenia, sugiriendo que los patrones de comunicación incongruentes en el entorno familiar podrían contribuir a las alteraciones del pensamiento y del lenguaje asociadas a este trastorno. Aunque con el tiempo esta hipótesis fue descartada, la teoría ha resultado muy útil para comprender hasta qué punto el modo en que nos comunicamos influye en nuestra salud mental y cómo los mensajes contradictorios pueden impactar negativamente en nuestras emociones y comportamientos.

Doble vínculo y mensajes contradictorios

Se origina en la infancia

El doble vínculo suele originarse de manera inconsciente y está profundamente arraigado en patrones de comunicación que se desarrollan durante la infancia. Algunos de los más comunes son:

  • Comunicación Incoherente. Cuando somos niños dependemos de los adultos para interpretar el mundo y construir vínculos emocionales seguros. Sin embargo, si nuestros cuidadores nos transmiten mensajes contradictorios, como consolarnos verbalmente mientras muestran actitudes de rechazo, internalizaremos esta ambigüedad como parte de nuestra experiencia emocional. Una madre que dice a su hijo «Siempre estaré aquí para ti», pero sistemáticamente ignora o minimiza sus emociones, enseña al niño un modelo de comunicación ambigua que él normalizará con el tiempo.
  • Expectativas irreales o contradictorias. Algunas familias imponen demandas imposibles de cumplir, dejando a la persona que las recibe en una posición indefensa en la que, haga lo que haga, se equivocará. Por ejemplo, si en mi casa siempre se ha promovido la independencia como un valor esencial, pero al mismo tiempo se me exige consultar todas las decisiones importantes, me están generando un dilema irresoluble. Si consulto, me sentiré mal porque estoy quebrantando ese principio de independencia y si no consulto, también me sentiré mal porque no estoy cumpliendo con la norma familiar. Este tipo de situaciones favorecen que se generen tensiones en la familia y conflictos de lealtades que pueden dañar profundamente las relaciones.
  • Evitación del conflicto directo. En entornos donde se evita el conflicto a toda costa, el miedo a enfrentar problemas de manera abierta conduce a formas de comunicación evasivas o poco claras. Sería el caso de alguien que no se atreve a expresar que algo le molesta por temor a generar tensiones y, cuando le preguntan qué le ocurre, responde con un «Nada, todo está bien». O muestra su descontento a través del sarcasmo o el silencio. Estas actitudes, lejos de solucionar el problema, lo único que hacen es alimentar la confusión de la otra persona, que no entiende qué está ocurriendo, y deteriorar la relación.
  • Parentalización y abandono encubierto. La parentalización ocurre cuando, en la familia, el niño asume roles y responsabilidades propios de un adulto. Por ejemplo, cuidar de los padres, tomar decisiones familiares o actuar como mediador emocional. En este contexto, el doble vínculo puede manifestarse de diversas formas:
    • Expectativas opuestas. Se espera que el niño sea obediente y sumiso, pero también que demuestre iniciativa y asuma responsabilidades propias del cuidador. Es decir, se le exige obediencia como hijo, pero también que actúe con la autonomía y madurez de un adulto. Esto crea un dilema imposible de resolver, ya que cumplir con una expectativa implica fallar en la otra.
    • Falsa libertad. Algunos padres se muestran especialmente permisivos y aparentan dar mucha libertad al niño evitando ponerle límites. Sin embargo, lo que están haciendo realmente es delegar en él la responsabilidad de manejar situaciones que no le corresponden. Esta aparente independencia oculta un abandono emocional que el niño no puede gestionar.
    • Confusión de roles. Al ocupar un rol parental, el niño internaliza un modelo de relación en el que no hay claridad sobre responsabilidades ni sobre expectativas, perpetuando patrones de comunicación contradictorios que pueden repetirse en sus relaciones futuras.

(En este blog puedes leer el artículo “Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias)”)

Doble vínculo y mensajes contradictorios

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Características del doble vínculo

Hay varias condiciones que deben cumplirse para que tenga lugar una situación de doble vínculo:

  • Se produce entre dos o más personas y, generalmente, una de ellas se encuentra en una posición de autoridad o tiene algún tipo de influencia sobre la otra. Esta diferencia de ‘estatus’ hace que la otra se sienta cohibida e incapaz de responder o hacer algo para evitar el malestar que supone un mensaje contradictorio o una situación ambigua.
  • Es recurrente. No se trata de algo puntual, sino de situaciones que se repiten de forma reiterada hasta establecer un patrón y convertirse en el estilo comunicativo predominante en la relación. Todos somos contradictorios de vez en cuando, el problema surge cuando este tipo de comunicación se hace habitual y la sensación de no saber qué esperar del otro o cómo responder pasa a ser una constante.
  • Se da en relaciones significativas. La doble vinculación suele producirse en relaciones en las que existe un fuerte vínculo emocional: padres e hijos, parejas, amigos cercanos… Estas relaciones están cargadas de expectativas, lo que hace que los mensajes opuestos tengan un impacto más profundo.
  • Es habitual que se den dos mensajes contradictorios, aunque puede ser más. Se transmite simultáneamente un mensaje positivo de manera explícita y otro negativo de forma implícita, creando una contradicción entre lo que se dice y lo que se expresa con el lenguaje no verbal. Esta incoherencia hace que el receptor no sepa cuál de los mensajes priorizar.
  • Hay una expectativa de ser recompensado. En la mayoría de los casos está presente la esperanza de una recompensa emocional, como el amor, la aceptación o la validación. Es este deseo lo que impulsa a intentar cumplir con las demandas contradictorias y también lo que mantiene a la persona atrapada en la relación pese al daño emocional que le genera.
  • No hay salida. Cuando alguien recibe un mensaje ambiguo, se encuentra en una posición en la que cualquier respuesta que dé será incorrecta o insuficiente. La situación se complica aún más cuando la persona intenta buscar claridad o señalar la contradicción, ya que el emisor puede interpretarlo como una falta de respeto o un cuestionamiento a la relación. Así que, al final, es este último quien controla completamente la interpretación del mensaje. Y el receptor, por su parte, queda sin recursos para responder de manera adecuada. Esto genera una profunda sensación de impotencia, porque siente que, haga lo que haga, siempre estará equivocado.
Doble vínculo y mensajes contradictorios

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Algunos ejemplos de doble vinculación

Para que sea más fácil identificar si somos víctimas de un doble vínculo o, si de forma inconsciente, somos nosotros quienes lo estamos favoreciendo, os doy algunos ejemplos:

– Antonio le dice a su hija adolescente: «Quiero que confíes en mí y me cuentes todo lo que te pasa». Sin embargo, cada vez que la joven intenta compartir sus problemas, él reacciona con críticas o restando importancia a lo que le ocurre. Su hija, que acaba sintiendo que no importa lo que diga porque la van a juzgar igual, acaba optando por cerrarse y no compartir cómo se siente.

– La madre de Ricardo siempre está diciéndole cuánto le quiere. Pero cada vez que él intenta acercarse o buscar su cariño, ella le aparta o le tilda de «pesado». Ricardo se encuentra atrapado en un doble vínculo, ya que el mensaje verbal de su madre no coincide con el rechazo y el desinterés que muestran sus acciones.

– Hace tiempo que los padres de Ana no se llevan bien y que en casa se respira mucha tensión y hostilidad. Sin embargo, a nivel verbal, Ana siempre recibe el mensaje de que todo está bien y que nadie está enfadado. Esto hace que dude de sus propias percepciones.

– Tu novia te dice: «Necesito más espacio, no me gusta sentirme controlada». Pero cuando empiezas a espaciar tus mensajes y tus llamadas, te reprocha que no te preocupes por ella.

– Raquel se queja de que su marido Carlos nunca toma la iniciativa y le pide que sea más espontáneo y le proponga más planes. Sin embargo, cuando él organiza una salida sorpresa, ella lo critica por no haberle consultado. Ante esta actitud, Carlos se siente frustrado y confundido porque no entiende nada.

– Tu pareja te pregunta por qué estás tan callada y cuando te animas a compartir cómo te sientes, resopla y te replica: «Ya estás otra vez con lo mismo…». Esto te genera mucha confusión e inseguridad porque no sabes a qué atenerte.

– Manuel ha conocido a una chica en una aplicación de citas y está muy ilusionado. Ella continuamente le dice que tiene muchas ganas de conocerle en persona, pero pasan los días y las semanas y nunca tiene tiempo de quedar. O cancela en el último minuto.

– Un jefe le dice a su equipo: «Me gustaría que aportarais vuestras ideas». Sin embargo, siempre que alguien propone algo diferente, responde: «Eso no funcionará aquí». Los empleados sienten que no vale la pena exponer sus ideas.

– Tu compañero de trabajo se ofrece a ayudarte «en lo que necesites», pero cada vez que le pides su colaboración, pone excusas o muestra falta de interés.

– Esther recibe un mensaje de su amiga Rocío. Le dice que la echa mucho de menos y que le encantaría que fuese a su cumpleaños. Pero cuando llega el día y Esther se presenta en la celebración, Rocío  la ignora completamente.

Como habéis visto, en este artículo he explorado qué es el doble vínculo, cómo se origina y cómo identificarlo en nuestras relaciones. Sin embargo, comprenderlo es solo el primer paso. En la segunda parte (Doble vínculo (II): Cómo evitar sufrirlo y generarlo), analizo las consecuencias de estas dinámicas. Además, ofrezco estrategias para afrontarlas, tanto si las sufrimos como si, sin darnos cuenta, estamos contribuyendo a generarlas.

Referencias bibliográficas

Bateson, G., Jackson, D. D., Haley, J., & Weakland, J. (1956). Toward a theory of schizophrenia. Behavioral Science, 1(4), 251–264.

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Lealtades invisibles: Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Buenos Aires: Amorrortu.

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

La escucha activa exige concentración, empatía y mucha práctica.

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca 1920 1166 BELÉN PICADO

Recordad por un momento vuestra última conversación con vuestra pareja, un compañero de trabajo o un amigo. ¿Diríais que realmente le escuchasteis? ¿O estabais más pendientes de la respuesta o el consejo que ibais a dar a continuación? ¿Sois de lo que escucháis hasta el final o interrumpís con frecuencia para dar vuestra opinión? Escuchar con conciencia plena y centrados en lo que nos cuenta el otro no es tarea fácil. La escucha activa exige concentración, empatía y un alto grado de compromiso con la persona que está hablando. Y práctica, mucha práctica.

Cuando escuchamos a alguien de manera activa y consciente estamos prestando atención a lo que está diciendo y, a la vez, conectando con las emociones y los pensamientos que subyacen a su mensaje para conocer realmente cómo se siente. Pero la escucha activa también es:

  • Dejar claro a a la persona que nos está comunicando algo que realmente le estamos atendiendo y comprendiendo.
  • Esforzarnos por centrar toda nuestra atención en aquello que nos está comunicando.
  • Mostrar disponibilidad y verdadero interés por quien habla.
  • Practicar la empatía y ser capaces de ponernos en el lugar de nuestro interlocutor.
  • Recibir sus palabras sin juzgar y haciéndole ver que hemos entendido lo que pretendía comunicarnos (estemos, o no, de acuerdo).
  • Uno de los ingredientes básicos de la inteligencia emocional y del crecimiento personal.

¿Por qué nos cuesta tanto?

La falta de comunicación de la que nos quejamos tan a menudo se debe en gran parte a que no sabemos escuchar. Cuántas veces hacemos como que escuchamos cuando en realidad estamos pensando en otra cosa. O hablamos con alguien a la vez que miramos el móvil o la pantalla del ordenador. Y así la comunicación es imposible.

Escuchar requiere, en muchas ocasiones, más esfuerzo del que hacemos al hablar. Y no siempre estamos dispuestos a ello. De hecho, a nivel cerebral estamos programados para hablar. Es más, hay estudios que demuestran que obtenemos mayor placer cuando hablamos que cuando escuchamos. Una de estas investigaciones se llevó a cabo en la Universidad de Harvard y los responsables de la misma encontraron que cuando hablamos de nosotros mismos se activan zonas cerebrales relacionadas con las sensaciones placenteras y los estados motivacionales asociados a estímulos como el sexo y la buena comida.

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir. O pensamos que como nosotros estamos en posesión de la verdad absoluta y el otro está equivocado no merece la pena prestarle demasiada atención.

Otras veces creemos, equivocadamente, que hablando vamos a ejercer más influencia que escuchando. Por ejemplo, damos por hecho que, para caer bien, tenemos que ser interesantes e impresionar al otro. Esto, a menudo, nos lleva a hablar de nosotros sin parar cuando, en realidad, lo que deberíamos hacer es escuchar más. Si quieres causar buena impresión, interésate por lo que el otro tiene que contarte, consigue que se sienta especial. ¿Alguna vez os ha pasado que habéis tenido una primera cita y la otra persona se ha dedicado todo el tiempo a enumerar sus virtudes sin haceros una sola pregunta sobre vosotros? A mí me ha ocurrido más de una vez y nunca he querido repetir.

Tampoco facilita la escucha elegir un mal momento para hablar. Por ejemplo, intentar mantener una conversación en un lugar donde otros pueden interrumpirnos, o cuando no hay tiempo suficiente para profundizar en lo que nos queremos decir.

En su libro El arte de saber escuchar, el filósofo Francesc Torrealba explica: «Escuchar es olvidarse de las propias preocupaciones para dar protagonismo al otro. Es un acto de generosidad y humildad que requiere trascender el ego. Estamos tan apegados a nuestro ego, que el otro se convierte en un ser extraño, un ente que habita en un universo paralelo».

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir.

Diferencias entre oír y escuchar

¿Te ha pasado alguna vez que alguien te está contando algo y de repente notas que pierdes el hilo y que tu pensamiento se va a otro lado? Sin embargo, sigues oyendo la voz de esa persona… Para que la comunicación sea efectiva, no basta solo con oír; también tenemos que escuchar. El diccionario de la Real Academia Española ya nos da una pista:

  • Oír: «Percibir con el oído los sonidos».
  • Escuchar: «Prestar atención a lo que se oye».

La diferencia entre ambos términos está, básicamente, en la intencionalidad y en el poner conciencia y atención. Escuchar es un acto intencional que tiene por objetivo comprender al otro. Por otro lado, escuchar implica un esfuerzo que no es necesario para oír y tiene una connotación activa al contrario que oír, que es un acto pasivo.

Beneficios de la escucha activa

  • Contribuye a evitar malentendidos y, por tanto, facilita la resolución de conflictos.
  • Mejora la autoestima de quien habla al sentirse valorado y percibir que lo que dice es importante para el oyente.
  • Aumenta el nivel de empatía que se tiene hacia las demás personas.
  • Fortalece las relaciones. La corriente de confianza que se crea con la escucha activa ayuda a crear nuevos vínculos y a fortalecer los que ya están establecidos. En este sentido, lo que damos repercutirá en nosotros.
  • Mejora el nivel de inteligencia emocional. Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman saber escuchar es una de las principales habilidades de las personas con altos niveles de inteligencia emocional.

Escuchar con todo el cuerpo

Para una buena escucha activa no basta con aguzar el oído, hay que poner todo el cuerpo al servicio del proceso. El lenguaje no verbal es tan importante como el verbal.

  • Establece contacto visual. Mirar a tu interlocutor le transmitirá que estás prestándole atención y te interesa lo que te está contando.
  • Sonríe. Una leve sonrisa en determinados momentos favorecerá la empatía y que la otra persona interprete que su mensaje está siendo bien recibido. Esto, a su vez, le dará confianza y la animará a proseguir. Además, crearás un clima distendido entre ambos.
  • Presta atención a tu postura corporal. Por lo general, cuando escuchamos activamente tendemos a inclinarnos ligeramente hacia adelante. Procura también mantener una postura abierta, evitando cruzar los brazos.
  • Actúa de espejo. El reflejo automático o ‘mirroring’ consiste en imitar los gestos y expresiones de quien habla e indica que estamos en sintonía con sus sentimientos y atentos a lo que nos explica. Además, favorece la empatía. Eso sí, siempre y cuando se realice con discreción y de forma muy sutil. De hecho, si realmente estás escuchando lo más probable es que ya lo estés haciendo de forma inconsciente.

La importancia de las emociones

La escucha activa requiere que no nos conformemos con lo que nuestro interlocutor está expresando explícitamente. Si queremos captar en profundidad lo que intenta transmitirnos tenemos que prestar atención a la emoción que hay detrás de lo que está diciendo y validarla. Esa será una de las mayores demostraciones de empatía e implicación.

Del mismo modo, debemos acoger sus emociones si las expresa abiertamente o se siente invadido por ellas, por ejemplo, a través del llanto. En estos casos, evitemos frases como «No es para tanto», «Mejor, vamos a cambiar de tema» o «No llores, anímate». En numerosas ocasiones, este tipo de expresiones no van destinadas a aliviar al otro sino a librarnos de nuestra propia incomodidad. Simplemente, escuchemos y aceptemos sus emociones, como hace el personaje de Tristeza en esta escena de la película Inside Out (Del Revés).

Cómo ser un buen escuchador

La escucha activa es una habilidad que requiere práctica y, sobre todo, estar dispuestos a aceptar otras opiniones y otras formas de pensar con empatía y humildad.

  • Ponte en su lugar. Mientras tu interlocutor habla, intenta ponerte en su lugar y entender su postura. Esto no supone necesariamente compartir sus opiniones ni justificar o aprobar su comportamiento. Simplemente, acéptalo sin juicios y trata de comprender qué motivaciones, necesidades y expectativas le han llevado a pensar y a hacer las cosas como las hace.
  • Apaga el móvil. Evita las distracciones y busca un tiempo y espacio adecuados para mantener una conversación. Si no se dan las condiciones idóneas o tú no te sientes con la disposición mental adecuada es mejor que te sinceres con la otra persona y pospongáis vuestra charla.
  • Utiliza palabras de refuerzo. Alguna palabra o frase positiva pueden afianzar a quien habla al transmitirle que estamos dedicándole toda nuestra atención y validando su punto de vista. Pero tampoco hay que utilizarlas en exceso o perderán su efecto. Si, además, asentimos mientras el otro habla mucho mejor.
  • Parafrasea. Cuando verificamos o repetimos con nuestras propias palabras lo que nuestro interlocutor acaba de decir conseguimos dos cosas: transmitirle que estamos atentos y asegurarnos de que hemos entendido bien. No podemos obviar que, a veces, nuestras creencias personales o ciertas suposiciones y juicios pueden distorsionar lo que escuchamos. Igualmente útil es preguntar para clarificar la información y resumir de vez en cuando lo que hemos escuchado.
  • No tengas miedo a los silencios. Los silencios dan tiempo a pensar y a encontrar las palabras precisas, así que no niegues ese derecho a tu interlocutor y frena tus ganas de intervenir antes de tiempo. Del mismo modo, si no sabes qué decir, antes de hablar por hablar es preferible que permanezcas callado. Lejos de ser incómodo, bien utilizado el silencio anima a seguir hablando.
  • Si te distraes, admítelo. Todos podemos distraernos un momento, así que no te preocupes si pierdes el hilo de la conversación. Simplemente, admítelo y pide a tu interlocutor que repita lo que estaba diciendo.
  • Evita juzgar. Cuando alguien nos habla acerca de lo que piensa o siente, su modo de percibir la realidad no necesariamente tiene que coincidir con el nuestro. Por ello es tan importante evitar cualquier juicio. Menospreciar, reprochar o minusvalorar las palabras de nuestro interlocutor solo nos llevará a perder la objetividad y a que la otra persona opte por no decir nada por miedo a ser juzgada. Seamos tolerantes, flexibles y aceptemos plenamente lo que dice el otro.
  • Resiste la tentación de dar consejos. La mayoría de las veces cuando una persona nos está contando algo que le ha ocurrido o que le preocupa, no está buscando consejo ni opinión. Lo hace, sobre todo, para desahogarse y porque necesita sentir que hay alguien a su lado para escucharla. Si no te lo pide expresamente, evita esos consejos que, probablemente, estarán basados en tu propia experiencia y no en la suya. A menudo creemos que no ofrecer nuestros consejos es sinónimo de desinterés o de falta de implicación. Y no es así. Al escuchar al otro, estamos favoreciendo que pueda escucharse a sí mismo, reflexionar y extraer sus propias conclusiones.
  • No interrumpas. Es tremendamente molesto que te interrumpan y no te dejen terminar de decir lo que quieres, pero por desgracia también es algo que cada vez está más normalizado (no hay más que ver algunos debates y tertulias en radio o televisión). La escucha activa implica no interrumpir a la otra persona mientras habla a menos que sea absolutamente necesario. Por ejemplo, si lo que le vas a decir es sumamente importante o necesitas pedir que te repita algo porque no entendiste bien. Cuando interrumpimos a alguien, implícitamente le estamos mostrando que no nos interesa lo que nos está contando y que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo suyo.

La escucha activa implica resistir la tentación de dar consejos y de juzgar al otro.

Si has llegado hasta aquí, seguro que ya tienes la respuesta a la pregunta del título. En caso de que no sea así, te dejo con esta sabia frase de Epícteto:

«Nacemos con dos oídos y una boca por una razón: para escuchar el doble de lo que hablamos»

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Un libro

Momo. La protagonista de este libro de Michael Ende es una niña con un don muy especial: saber escuchar. El autor define así a este entrañable personaje: «Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.  Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres…».

La comunicación no violenta nos ayuda a relacionarnos desde la empatía

Comunicación no violenta: Cómo expresarse y escuchar desde la empatía

Comunicación no violenta: Cómo expresarse y escuchar desde la empatía 1920 1277 BELÉN PICADO

La comunicación está en la base de nuestras relaciones interpersonales, pero desgraciadamente no siempre la utilizamos como deberíamos. Muchas veces iniciamos una conversación y, en vez de relacionarnos desde la empatía y la asertividad, acabamos juzgando, etiquetando, anticipando hechos o determinando que algo es correcto o incorrecto basándonos en una limitada y sesgada visión de la realidad.

Uno de los objetivos de la comunicación es manifestar mis necesidades sin frustrar las del otro. Para conseguirlo es necesario expresarme sin juzgar lo que está bien o mal o si algo es correcto o incorrecto. Se trata de compartir mis sentimientos y deseos, no de criticar o caer en juicios morales. Y justo este es el punto de partida desde el que Marshall Rosenberg desarrolló un método al que denominó Comunicación no violenta (CNV). Según este psicólogo estadounidense, “la CNV nos orienta para reestructurar nuestra forma de expresarnos y de escuchar a los demás. En lugar de obedecer a reacciones habituales y automáticas, nuestras palabras se convierten en respuestas conscientes con una base firme en un registro de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Nos ayuda a expresarnos con sinceridad y claridad, al mismo tiempo que prestamos una atención respetuosa y empática a los demás”.

La comunicación no violenta puede aplicarse en numerosos ámbitos: pareja, familia, trabajo, escuela, organizaciones e instituciones, terapia y asesoramiento psicológico, gestión y mediación de conflictos…  Para que la pongáis en práctica cuanto antes, a continuación os detallo los cuatro pasos de que consta el modelo de Rosenberg.

La comunicación no violenta busca satisfacer nuestras necesidades sin frustrar las del otro

1. Observación sin juicio: Diferenciar lo que veo de lo que pienso

En primer lugar, observamos lo que ocurre realmente en una situación dada (tanto fuera como dentro de nosotros) y exponemos los hechos. La clave está en saber expresarlo claramente, asegurándonos de que no incorporamos ningún juicio ni evaluación, es decir, enumeraremos simplemente qué cosas nos gustan y cuáles no.

Si mezclamos la evaluación con la observación, no solo reduciremos la probabilidad de que la otra persona entienda lo que pretendemos transmitirle. También lo recibirá como una crítica y, en consecuencia, se defenderá. Y otra cosa importante: cuidado con palabras como “siempre”, “nunca” o “a menudo” porque también pueden contribuir a confundir observación con evaluación. Por ejemplo, no es lo mismo decir “Nunca haces lo que quiero” (evaluación) que “Las tres últimas veces que te propuse ir al cine me dijiste que no querías” (observación).

2. Sentimientos: Identificar y expresar cómo me siento respecto a lo que observo

Una vez que observamos qué está ocurriendo es el momento de identificar cómo nos sentimos respecto a ello (dolidos, asustados, alegres, sorprendidos, irritados…). Y esto no es tan fácil porque, generalmente, se nos educa más para orientarnos hacia quienes nos rodean que para estar en contacto con nosotros mismos. De hecho, nuestro repertorio de adjetivos destinados a calificar a las personas suele ser bastante más amplio que el vocabulario del que disponemos para describir nuestros estados de ánimo. Si no te lo crees, haz la prueba: escribe una lista con veinte adjetivos que suelas aplicar a otras personas y otra con veinte estados de ánimo (y no vale buscar en Google). ¿Cuál te ha costado más?

Es posible que algunos penséis que si compartís cómo os sentís, el otro podría aprovecharse y utilizarlo contra vosotros. Sin embargo, mostrar la vulnerabilidad, lejos de entorpecer la comunicación puede beneficiarla. ¿Cómo? Os contaré una experiencia personal: la primera vez que tuve que dar una charla estaba muerta de miedo. Durante la primera parte de la conferencia, apenas acertaba a enlazar unas ideas con otras y algunos asistentes, que notaban que algo extraño ocurría, comenzaron a hablar entre ellos, lo que me ponía más nerviosa aún. Finalmente, hice algo que debería haber hecho desde principio: confesé que estaba hecha un flan. Automáticamente, todo cambió. Por un lado, la gente empatizó con mi emoción y se mostró mucho más receptiva; por otro, yo me relajé y pude disfrutar del resto de la charla.

Mostrar nuestra vulnerabilidad puede facilitar la comunicación

También debemos aprender a diferenciar entre palabras que describen lo que creemos que hacen las personas que nos rodean y las que describen sentimientos reales. Por ejemplo, imaginemos que la persona del anterior punto, la que dijo “Nunca haces lo que quiero”, llega a este paso y dice: “Me siento incomprendida”. En esta situación, con la palabra “incomprendida” está valorando el nivel de comprensión de su interlocutor, pero no está expresando un sentimiento propio. Sería más adecuado: “Me siento molesta” (o cualquier otra emoción). Otras palabras que expresan cómo interpretamos el modo de actuar de los demás son: abandonado, amenazado, atacado, ignorado, etc.

3. Necesidades: Qué necesidades hay detrás de esos sentimientos

El tercer paso es reconocer las necesidades insatisfechas que hay detrás de los sentimientos que hemos identificado. Esto tiene mucho que ver con hacernos cargo de nuestras propias emociones, ya que en realidad somos nosotros y no el otro los que las generamos. Según la CNV, las emociones son la expresión de unas necesidades, satisfechas o no satisfechas, de modo que si están satisfechas sentiremos alegría, serenidad, etc. y si no lo están notaremos enfado, asco, tristeza…

Así que tocaría hacer introspección y preguntarnos por qué una situación dada me está enfadando y cuál es la necesidad no cubierta que hay detrás. Es difícil, pero lo positivo es que todos tenemos más o menos las mismas necesidades (de pertenencia a un grupo, de afecto, de sentirnos valorados…), así que será muy probable que la otra persona nos entienda. Siguiendo con la misma situación de los dos pasos anteriores, podríamos decir algo similar a: “Las tres últimas veces que te propuse ir al cine me dijiste que no querías y me molesta porque necesitaría pasar más tiempo contigo”.

Las emociones son la expresión de necesidades satisfechas o no satisfechas

4. Petición: Realizar la petición dirigida a satisfacer la necesidad

La cuarta parte consiste en formular la petición concreta que va a satisfacer la necesidad o las necesidades identificadas en el paso anterior. Para ello, conviene tener presentes algunos consejos:

  • Ser claros y no dejar que el otro adivine nuestro pensamiento.
  • Formular las peticiones en positivo (pido lo que quiero y no lo que no quiero), de forma concisa y concreta y evitando ambigüedades que puedan confundir a nuestro interlocutor.
  • Comprobar que ha entendido el mensaje que queremos transmitirle.
  • Asegurarnos de que estamos formulando una petición y no una exigencia. Hay creencias que transforman automáticamente una petición en una exigencia (“Tienes que dejar tu cuarto ordenado”, “Merezco que me trates mejor”, “Tengo derecho a un aumento de sueldo”, etc.)
  • La petición es negociable, es decir, acepto que el otro pueda negarse. El hecho de que sigamos los cuatro pasos no nos garantiza que respondan a nuestras peticiones, pero la comunicación no violenta sí nos ayudará a empatizar con la otra persona y a aceptar una posible negativa, sin tomarnos ese “no” como algo personal.

Completados los cuatro pasos, no debemos olvidar que la comunicación no violenta es un proceso de doble dirección. Esto implica que, para que sea completo, no solo he de expresar de forma honesta y cuidadosa mis sentimientos y necesidades. También debemos recibir de forma empática los sentimientos y necesidades del otro que, a su vez, habrá seguido el mismo proceso.

Si te interesa:

Lecturas:

“Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida”. En este libro, Marshall Rosenberg expone con detalle el método del que os he hablado en este artículo. Imprescindible para aprender a comunicarse desde la asertividad y la empatía.

«El poder del lenguaje: Tomar conciencia y responsabilizarnos de nuestras palabras». Si te interesa el tema del lenguaje y la comunicación, te invito a leer este artículo de mi blog sobre el modo en el que el lenguaje puede cambiar nuestra percepción del mundo en función de las palabras que utilicemos.

 

 

El lenguaje tiene el poder de cambiar nuestra concepción del mundo

El poder del lenguaje: Tomar conciencia y responsabilizarnos de nuestras palabras

El poder del lenguaje: Tomar conciencia y responsabilizarnos de nuestras palabras 1920 1280 BELÉN PICADO

El lenguaje tiene el poder de transformar nuestra percepción del mundo. Lo que ocurre es que normalmente vamos con el piloto automático y no nos damos cuenta. Prestar más atención a las palabras que utilizamos a diario puede ayudarnos a comprender su auténtico significado y, de paso, a adquirir responsabilidad sobre lo que verdaderamente queremos decir.

Como el tema del lenguaje es tan apasionante como amplio, le dedicaré varios artículos. En esta ocasión os propongo un ejercicio sencillo que se hace en terapia Gestalt partiendo de algunas palabras que solemos utilizar casi de modo automático. Comprobaréis la diferencia entre tomar un papel pasivo ante nuestras propias palabras o tomar conciencia y elegir responsabilizarnos de ellas. La decisión siempre es nuestra. Probad a cambiar algunas de vuestras expresiones habituales y observad como os sentís.

“No puedo”/ “No quiero”

Cambia “No puedo decir lo que pienso” por “No quiero decir lo que pienso”. Mientras el “no puedo” te sitúa en un papel pasivo, con “no quiero” eres tú quien eliges negarte, bien porque no te apetece o bien porque el precio de hacerlo sería demasiado alto. Fritz Perls, el creador de la terapia Gestalt, decía: “No diga que no puede, diga que no lo hará”. En realidad, al decir “no lo haré” soy yo quien me sitúo en el origen de la decisión. También es una manera de enfrentarnos a nuestra responsabilidad.

“Necesito”/ “Quiero”

Cambiemos ahora “Necesito que vengas a verme” por “Quiero que vengas a verme”. Es cierto que muchas veces lo que creemos necesitar es muy tentador y agradable, pero lo cierto es que podríamos sobrevivir fácilmente sin ello. Cuando en vez de “necesito” digo “quiero” me sigo refiriendo a lo mismo, pero mostrando menos exigencia hacia la otra persona.

Debemos tomar conciencia y responsabilizarnos de nuestras palabras

“Tengo que” / “Quiero” / “Elijo”

Si sustituyes “Tengo que apuntarme al gimnasio” por “Quiero apuntarme al gimnasio” o “Elijo apuntarme al gimnasio” estás adquiriendo una responsabilidad contigo mismo. Tanto “elijo” como “quiero” te dan la opción de hacer una elección, lo que por supuesto incluye la posibilidad de optar por seguir haciendo lo mismo que antes.

“Tengo miedo”/ “Me gustaría”

A veces las palabras “Tengo miedo de…” esconden deseos ocultos que nuestros miedos e inseguridades nos impiden cumplir (pero la mayoría de las veces no somos conscientes de ello). ¿Qué ocurre si cambiamos “Tengo miedo de decirle a mi jefe lo que pienso” por “Me gustaría decirle a mi jefe lo que pienso? Sentir a la vez miedo y atracción hacia algo es normal; reconocerlo nos ayuda a ver qué podríamos ganar y qué podríamos perder si lo intentamos.

“Pero”/ “Y”/ “Aunque”

Cuando decimos “Hoy hace sol, pero mañana lloverá” estamos fijando nuestra atención en la parte más negativa de la frase y quitando protagonismo a que hoy hace sol. Si lo cambiamos por “Hoy hace sol y mañana lloverá” la atención está equilibrada y sería mucho mejor si cambiamos el “pero” por “aunque”, porque pasaríamos a centrar nuestra atención en la primera parte “Hoy hace sol, aunque mañana lloverá”.

Tomemos un papel activo a la hora de comunicarnos

Para terminar, os dejo con una cita del libro “El darse cuenta”, de John O. Stevens:

«Siempre que digo “Tengo que”, “No puedo”, “Necesito” o “Tengo miedo”, me hipnotizo creyéndome menos capaz de lo que realmente soy. “Tengo que” me convierte en esclavo, “No puedo” y “Tengo miedo de” me debilitan y acobardan y “Necesito” me hace desvalido e incompleto. Siempre que digo “Elijo”, afirmo que tengo el poder de elegir, aun cuando continúo eligiendo de la misma manera que antes. Y cuando digo “No quiero” afirmo mi poder de negación a la vez que tomo conciencia de mi energía. Por otra parte, cuando digo “quiero” admito que, aunque muchas cosas que deseo podrían ser agradables y cómodas, son conveniencias y no necesidades. Cuando digo “Me gustaría” me doy cuenta de que experimento atracción tanto como miedo y por tanto puedo valorar las posibles ventajas e inconvenientes de aquello que temo intentar».

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