(Esta vez os traigo la historia de Soledad, una historia que podría ser la mía, la vuestra o la de cualquiera de los miles de personas que están pasando estos difíciles momentos solos en sus casas)
Hoy ha empezado la primavera. Hace una semana me vi obligada, como muchísimas personas, a iniciar un periodo de aislamiento que no tengo claro cuándo terminará. Hace dos, en mi empresa decidieron que era prescindible y me despidieron. Hace un mes, mi pareja me confesó que se había enamorado de otra persona, recogió sus pertenencias en un tiempo récord y se fue de casa. Dicen que al perro flaco, todo se le vuelven pulgas… o coronavirus, vete tú a saber.
Así que aquí estoy, mirando por la ventana de mi patio interior, más sola que la una y oliendo la comida de la vecina en vez de aspirar el aroma del campo. No veo flores, ni escucho pájaros dando la bienvenida a la primavera. En su lugar, saboreo el gusto, algo amargo, de la soledad. Una soledad que, potenciada por el aislamiento para frenar la expansión del COVID-19, a veces se hace especialmente pesada. Y, sin embargo, es justo esta combinación la que me está regalando un gran aprendizaje.
Aceptar y gestionar las emociones menos agradables
Tristeza, desesperación, ira, miedo… Mi tendencia siempre ha sido ignorar o reprimir cualquier emoción que me resulte desagradable saliendo de compras, apuntándome a cualquier plan por poco que me apeteciera. Durante este tiempo, sin embargo, me he permitido llorar, estar triste, enfadada e incluso asustada. He dado a mis emociones el espacio que merecían, las he escuchado, las he acogido y de todas ellas he recibido un regalo. La tristeza me ha facilitado la introspección y me ha ayudado a conectar conmigo misma. El enfado me ha dado fuerza para poner límites y decir “no” a quien intenta traspasarlos. El miedo me ha recordado la necesidad de tomar medidas para cuidarme y ser prudente.
Descubrir que el aburrimiento es la semilla de la creatividad
He comprobado en mis propias carnes lo acertadas que era las conclusiones de un estudio de la Universidad del Estado de Pensilvania, en Estados Unidos. En esa investigación, los psicólogos Karen Gasper y Brianna Middlewood mostraron un vídeo a los participantes y comprobaron que aquellos que estaban más aburridos obtuvieron mejores resultados en un test de creatividad que quienes se encontraban relajados o se sentían eufóricos. En mi caso, unos monigotes en una tarde de aburrimiento van camino de convertirse en un cómic con un pequeño y regordete virus como protagonista.
Disfrutar del silencio
Consciente de que entre los beneficios del silencio está el fortalecimiento del sistema inmune, tan necesario en la situación que vivimos, lo he practicado con premeditación y alevosía. Pero esa no es su única ventaja. El silencio, además, reduce el estrés, mejora la calidad del sueño y la memoria, permite una mayor introspección, fomenta la creatividad y ayuda a la concentración.
Un estudio llevado a cabo por investigadores alemanes concluyó que dos horas de silencio al día bastan para estimular la creación de nuevas neuronas en el hipocampo (zona del cerebro implicada en la memoria, las emociones y el aprendizaje). Así que todos los días, durante un par de horas, pongo en silencio el móvil, desconecto cualquier aparato electrónico, me olvido de estadísticas, noticias y memes… y me doy un relajante baño de silencio.
Descubrir que estar solo no es lo mismo que sentirse solo
Pasar tanto tiempo en casa y salir cada día a las 20.00 a aplaudir al personal sanitario me está permitiendo conocer a mis vecinos. Y como estoy sola y tengo mucho tiempo libre, me entretengo charlando con algunos. La vecina del cuarto ya me ha invitado a cenar el primer día que finalice el aislamiento. “Para celebrarlo”, me ha dicho.
Además, he desempolvado mi lista de contactos y casi todos los días hablo con algún amigo que se quedó en algún punto del camino que en cierto momento compartimos. Incluso hoy he quedado con unas amigas para cenar y brindar por la primavera. Virtualmente, eso sí, que todas somos muy responsables. Ya que no podemos recurrir al contacto físico, que sería lo ideal, vamos a utilizar los medios de que disponemos para mejorar nuestro bienestar y mantenernos conectados a las personas que nos importan. La tecnología no es buena ni mala, todo depende del uso que hagamos de ella.
Se puede estar físicamente aislado sin sentirse solo, del mismo modo que podemos sentirnos solos sin estar necesariamente aislados.
De cualquier modo, pasemos el periodo de aislamiento solos o acompañados, ninguno volveremos a ser los mismos cuando esto termine. Como decía el escritor Haruki Murakami: «…Y una vez que la tormenta termine, no recordarás como lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro que la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta no serás la misma persona que entró en ella. De eso trata esta tormenta».
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Me veo muy reflejado. Buen post