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junio 2024

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfechos

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones para elegir, más insatisfechos

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones para elegir, más insatisfechos 1500 1200 BELÉN PICADO

Uno de los pilares en los que se sustenta nuestra sociedad es la libertad de elección. Se supone que cuanto más haya donde elegir, mayor será nuestro grado de libertad, nuestro nivel de satisfacción y más felices seremos. Sin embargo, la realidad es que a menudo nos ocurre justo lo contrario, cuantas más opciones tenemos ante nosotros, más nos agobiamos. A veces, tanto, que somos incapaces de elegir. A esta situación se le llama paradoja de la elección y es la responsable de que acabemos pidiendo siempre lo mismo cuando la carta de un restaurante es excesivamente larga. O de que elegir qué película o serie ver en Netflix pase de ser un momento de ocio y relax a convertirse en una experiencia estresante y desagradable.

A medida que aumenta el número de opciones también lo hace la dificultad de saber cuál es la mejor. Da igual si se trata de una decisión aparentemente sencilla, como reservar mesa en un restaurante, comprar un móvil o elegir dónde me voy de vacaciones, o si nos toca ocuparnos de cuestiones más importantes, como decidir el colegio de nuestros hijos o, incluso, elegir pareja.

Todo esto tiene mucho sentido si pensamos que cuanta más información tengamos que evaluar y procesar, más va a tener que trabajar nuestro cerebro. Es algo así como lo que pasa con los ordenadores. Cuantas más instrucciones, más despacio procesamos.

Vamos, que en lugar de sentirnos empoderados por la libertad de elección de la que hablábamos al principio, al final acabamos insatisfechos, confundidos y, a veces, paralizados. A esto se une el hecho de que comparar constantemente nuestras decisiones con las alternativas que no hemos elegido puede generar arrepentimiento y culpa al pensar que podríamos haber hecho una elección mejor.

El psicólogo estadounidense Barry Schwartz fue quien desarrolló el concepto de «paradoja de la elección». En su libro The Paradox of Choice: Why More Is Less (La paradoja de la elección: Por qué más es menos) hace referencia a la idea de que, aunque en un principio una mayor variedad de opciones disponibles donde elegir podría parecer beneficiosa y producir una mayor satisfacción, lo que suele ocurrir en realidad es que esta situación acabe generando ansiedad, malestar e insatisfacción. Para Schwartz, más opciones complican y dificultan (mucho) las cosas.

A este fenómeno también se le conoce con otros términos, como «sobrecarga de la elección», «parálisis por análisis» o «parálisis de la decisión».

Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfacción

Foto de Victoriano Izquierdo en Unsplash.

Así puede afectarnos tener demasiadas opciones

A continuación, os cuento qué suele suceder desde el punto de vista psicológico cuando nos encontramos con muchas alternativas disponibles:

  • Insatisfacción. A menudo, el valor que damos a las cosas depende de con qué lo comparamos. Si después de elegir algo me pongo a pensar en los puntos positivos y las características más atractivas de lo que he rechazado, me sentiré menos satisfecha con mi decisión. Aunque la alternativa escogida sea estupenda. Por ejemplo, este año he elegido el sur de España domo destino de mis vacaciones. Si una vez que me he decidido y ya he pagado mi alojamiento, me pongo a pensar en los lugares maravillosos que podría haber visitado si hubiera escogido la costa cantábrica, me sentiré insatisfecha y no disfrutaré plenamente de mi elección, que es fantástica también.
  • Expectativas excesivas. Por lo general, cuantas más posibilidades tenemos a nuestro alcance, más cosas positivas esperamos. Pero al final muchas veces resulta que lo que escogemos no nos parece tan bueno como nos imaginábamos. Y es que unas expectativas demasiado altas suelen ser garantía de que las experiencias se queden cortas.
  • Sensación de culpa. También ocurre que, en lugar de admitir que tener tanto donde elegir puede agobiar a cualquiera, nos culpamos y nos repetimos una y otra vez que podríamos haber elegido mejor, que quizás no evaluamos bien cada alternativa, etc. Al final, la culpa y el arrepentimiento restan satisfacción a una elección que en un primer momento nos pareció la mejor. Además, si este sentimiento se convierte en algo habitual cada vez que nos decidamos por algo, acabará afectando negativamente a nuestra autoestima y a nuestro estado de ánimo.
  • FOMO. Vemos la relación entre el FOMO («Fear of Missing Out») o miedo a perderse algo importante y la paradoja de la elección en las redes sociales. El hecho de que en ellas se muestren constantemente las opciones y experiencias de los demás, contribuye a que uno reste importancia a lo que ha elegido hacer y sienta que está perdiéndose algo mejor. Del mismo modo, cuando utilizo, por ejemplo, alguna aplicación de citas no seré capaz de crear vínculos con nadie al pensar en todo el abanico de posibilidades que tengo ante mis ojos y que podría estar perdiéndome. Y siempre que exista la posibilidad de llegar a algo más serio con alguien me invadirá el miedo a estar equivocándome.
    (En este blog puedes leer el artículo “FOMO (I): Qué es y cómo saber si me está amargando la vida”)
  • Parálisis. Otro consecuencia de tener demasiadas opciones es que nos abrumamos tanto que acabamos ‘congelándonos’ y sin tomar ninguna decisión. Algunos estudios han mostrado como, al sobrecargar el cerebro con demasiadas opciones, se reduce la eficiencia en la toma de decisiones, lo que puede resultar en la incapacidad de decidir y en una mayor insatisfacción.
La paradoja de la elección está relacionada con el uso de las aplicaciones de citas.

Imagen de Freepik.

Maximizadores y satisfactores

La paradoja de la elección no nos afecta a todos por igual. Barry Schwartz diferencia entre «maximizadores» y «satisfactores», términos que tomó prestados de Herbert A. Simon, científico social y premio Nobel que en la década de los 50 del siglo pasado se dedicó a analizar los procesos de toma de decisión.

Los maximizadores buscan hacer la mejor elección posible evaluando exhaustivamente todas las opciones disponibles antes de elegir. Se esfuerzan por encontrar la opción óptima que maximice sus beneficios y les produzca la mayor satisfacción. Se caracterizan por:

  • Exhaustiva búsqueda de información: Son muy rigurosos investigando todas las alternativas disponibles.
  • Evaluación minuciosa: Comparan meticulosamente las características, pros y contras de cada opción.
  • Perfeccionismo: No les basta una opción que sea adecuada. Buscan la opción perfecta.
  • Tendencia al arrepentimiento: Una vez se han decidido por una opción, les preocupa la posibilidad de que alguna de las que rechazaron fuese mejor.

Un maximizador que quiera comprar un coche, por ejemplo, pasará semanas o meses investigando diferentes modelos, leyendo reseñas, probando varios vehículos y comparando precios antes de tomar una decisión.

Los satisfactores, por su parte, buscan una opción que sea lo suficientemente buena para sus necesidades y que cumpla con sus criterios y expectativas mínimas, sin preocuparse si es la opción óptima. Es decir, eligen haya o no mejores alternativas. Sus características:

  • Criterios claros: Tienen una lista de criterios que deben cumplirse para considerar una opción aceptable.
  • Búsqueda razonable de información: Investigan lo suficiente para encontrar una opción que cumpla con sus estándares, pero no buscan exhaustivamente.
  • Rapidez en la decisión: Tienden a decidirse más rápidamente porque no se obsesionan con cada detalle.
  • Satisfacción: Generalmente, están más satisfechos con sus decisiones, ya que sus expectativas son más manejables.

Siguiendo el mismo ejemplo del coche, un satisfactor podría identificar algunas características clave que para él son necesarias (consumo, precio, espacio interior…) y elegir el primer modelo que cumpla con estos criterios, sin revisar minuciosamente todas las opciones disponibles.

Obviamente, los maximizadores van a tener más ‘papeletas’ para caer en la paradoja de la elección y que la gran cantidad de opciones disponibles les abrume y se sientan menos satisfechos con sus decisiones al pensar que podrían haber elegido mejor. Los satisfactores, en cambio, al establecer criterios claros y conformarse con una opción que sea suficientemente buena, evitarán la parálisis por análisis y experimentarán menos arrepentimiento y estrés.

Asimismo, los primeros tendrán más probabilidades de que su salud mental se vea afectada. Precisamente la presión que se ponen ellos mismos para encontrar esa opción perfecta es la que les lleva a experimentar altos niveles de ansiedad.

Paradoja de la elección.

Foto de Anastasya Badun en Unsplash.

¿Es posible librarse de los efectos de la paradoja de la elección?

A continuación, te doy algunas pautas que pueden ayudarte a reducir la sensación de sobrecarga y mejorar tu satisfacción con las decisiones que tomes:

  • Establece criterios claros y define prioridades. Antes de enfrentarte a una decisión, identifica los criterios que te parecen más importantes y céntrate en ellos. Si vas a comprar un coche, decide de antemano qué características son imprescindibles (la eficiencia del combustible, el precio, la seguridad) y enfócate en esos aspectos.
  • Limita las opciones. Reduce la cantidad de alternativas a un número que puedas manejar sin excesivo esfuerzo mental. En lugar de revisar 50 modelos de teléfonos móviles, selecciona los 5 que mejor se ajusten a tus criterios principales y compáralos. Si compras online, puede ayudarte utilizar los filtros de búsqueda para acotar opciones según tus preferencias. Una vez que hayas acotado las alternativas, también puede ayudarte escribir una lista de pros y contras para cada una de las alternativas.
  • Satisfacer en lugar de maximizar. Adopta mentalidad de satisfactor y, en vez de agotar toda tu energía en dar mil vueltas para encontrar la opción perfecta y así no tener remordimientos después, acostúmbrate a decidirte por una alternativa lo suficientemente buena. En lugar de intentar encontrar el restaurante perfecto, elige uno que cumpla con tus criterios básicos y disfrútalo.
  • Divide y vencerás. Desglosa la decisión en etapas que te resulten más manejables. Si estás planeando unas vacaciones, primero decide el destino, luego el alojamiento, y finalmente las actividades a realizar.
  • Consulta e infórmate. Pedir recomendaciones a amigos, familiares o expertos puede ayudarte a reducir las opciones y a obtener perspectivas valiosas en las que no habías reparado.
  • Fíjate plazos. Establecer un tiempo límite para tomar una decisión te ayudará a evitar la parálisis por análisis.
  • Aprende a vivir con la incertidumbre. Acepta que la incertidumbre es una parte inevitable de la toma de decisiones, que no se pueden controlar cada variable y que no puedes predecir todos los resultados posibles. Piensa que, si las diferencias entre tus dos o tres opciones finales son tan pequeñas que te cuesta decirte por una, lo más seguro es que las diferencias entre sus resultados o consecuencias también serán insignificantes. Así que tampoco merecerá la pena invertir tanto tiempo y energía en seguir analizándolas indefinidamente.
  • Practica la autocompasión y acepta que la perfección no existe. No somos perfectos y, por tanto, nuestras decisiones tampoco, ya que siempre habrá pros y contras. Permítete cometer errores sin machacarte. Si después de un buen rato revisando la carta de un restaurante, eliges un plato que no resulta ser de tu agrado, recuérdate que no pasa nada y que la próxima vez podrás probar algo diferente.
  • Entrena tu tolerancia a la frustración. Elegir implica enfrentarnos a la frustración, bien porque lo que escogimos no cumple todas las expectativas que habíamos puesto en ello o porque empezamos a dar vueltas a la duda de si nos habremos equivocado en nuestra elección. Al fin y al cabo, tomes la decisión que tomes nunca podrás saber qué habría pasado si hubieses escogido otra opción.
  • Reflexiona y aprende. Revisa tus decisiones pasadas para identificar patrones y mejorar las que tomes en el futuro.

Y si, pese a todo, tener demasiadas opciones a la hora de elegir afecta a tu bienestar hasta el punto de angustiarte o, incluso, paralizarte, no dudes en buscar ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

«Aprender a elegir es difícil. Aprender a elegir bien es más difícil. Y aprender a elegir bien en un mundo de posibilidades ilimitadas es aún más difícil, quizá demasiado». (Barry Schwartz, psicólogo estadounidense)

Referencias bibliográficas

Reutskaja, E., Lindner, A., Nagel, R. & al. (2018). Choice overload reduces neural signatures of choice set value in dorsal striatum and anterior cingulate cortex. Nature Human Behaviour, 2, 925–935.

Schwartz, B. (2004). The Paradox of Choice: Why More Is Less, New York: HarperCollins.

Qué es y cómo nos afecta el conflicto de lealtades en la familia

Qué es y cómo nos afecta el conflicto de lealtades en la familia

Qué es y cómo nos afecta el conflicto de lealtades en la familia 2000 1641 BELÉN PICADO

El conflicto de lealtades es bastante habitual en contextos donde las relaciones interpersonales son especialmente complejas, como en familias con vínculos tóxicos, entornos laborales con dinámicas de poder complicadas o situaciones de amistad conflictivas. Si nos centramos en las relaciones familiares, donde este fenómeno es más frecuente, podríamos definirlo como el estado de tensión o estrés que una persona experimenta cuando se siente atrapada entre sus necesidades individuales y las expectativas de su sistema familiar, cuando debe elegir entre diferentes miembros de dicho sistema, etc. Este tipo de conflicto, además, puede resultar especialmente doloroso cuando esa lealtad está profundamente enraizada en una historia familiar que ha ido tejiéndose de generación en generación.

En cuanto a las formas en que suele adoptar, no siempre son fáciles de identificar. Puede aparecer de una forma clara, como cuando nos vemos obligados a elegir bando durante una crisis familiar o cuando nos presionan para que ejerzamos de mediadores. Pero también hay modos mucho más sutiles. Si mis padres nunca fueron felices o recuerdo a mi madre siempre deprimida, es posible que viva como una deslealtad o como una traición buscar mi propia felicidad. Por eso, muchas personas se sienten culpables por estar bien sin saber explicarse por qué les ocurre.

Lealtad familiar mal entendida

La lealtad en el marco de la familia ayuda a que el sistema se mantenga en el tiempo. De hecho, cierto grado de adaptación a las leyes familiares contribuye a nuestro bienestar psicológico. Ahora bien, cuando se exige la adhesión ‘incondicional’ de la persona al sistema, se está obstaculizando su proceso de diferenciación, con los consiguientes problemas que esto tiene para su salud mental y emocional.

(En este blog puedes leer el artículo «Qué es la diferenciación y cómo influye para establecer relaciones sanas»)

Como explican Susan Forward y Craig Buck en su libro Padres que odian, obedecemos ciegamente las reglas familiares porque desobedecerlas equivaldría a una traición: «Todos tenemos estas lealtades que nos atan al sistema familiar, a nuestros padres y a sus creencias. Nos mueven a obedecer las reglas de la familia. Y si estas reglas son razonables, pueden proporcionar una estructura ética y moral a la evolución de un niño. Pero también hay familias donde las reglas se basan en deformaciones del rol de la familia y en percepciones grotescas o delirantes de la realidad. Obedecer ciegamente estas reglas conduce a comportamientos destructivos y contraproducentes».

Conflicto de lealtades en la familia

Cómo nos afecta psicológicamente el conflicto de lealtad

La presión emocional y la tensión que se sufre cuando uno se encuentra atrapado en un conflicto de lealtades puede tener un enorme impacto en nuestro bienestar:

  • Ansiedad al sentirnos divididos y constantemente preocupados por decepcionar a unos o a otros, por tomar la decisión ‘correcta’ o por temer las posibles consecuencias de nuestra elección.
  • Depresión. La angustia al encontrarse en una tesitura a la que no se encuentra salida ni solución puede desembocar en una depresión si dicha situación se prolonga mucho en el tiempo.
  • Culpa por no poder cumplir plenamente con las expectativas de todas las partes involucradas. Este sentimiento suele ir acompañado de vergüenza, especialmente si sentimos que estamos defraudando, lastimando o traicionando a alguien cercano.
  • Dificultades en la toma de decisiones al sentir que cualquier opción que elijamos supone sacrificar una lealtad para favorecer otra.
  • Baja autoestima. Esforzarnos continuamente por satisfacer demandas que suelen proceder de partes opuestas y vernos en el dilema de elegir entre personas que nos importan irá erosionando la confianza en nosotros mismos y nuestra autoestima. Independientemente de la opción que acabemos eligiendo.
  • Aislamiento social. Quienes se encuentran en medio de un conflicto de lealtades pueden llegar a sentirse muy solos. Además del miedo a que les juzguen o no les comprendan, sienten que no tienen a nadie con quien hablar sobre sus sentimientos y preocupaciones sin ‘traicionar’ a los suyos.
  • Patrones disfuncionales de comportamiento. A veces, para poder manejar este conflicto interno, se acaban desarrollando modos de conducta sumamente desadaptativos, como la evitación, el resentimiento o la sumisión.
  • Somatizaciones. El estrés emocional asociado con el conflicto de lealtades puede manifestarse en síntomas físicos, como dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, tensión muscular o trastornos del sueño, entre otros.
  • Confusión identitaria. A veces, la situación llega a ser tan dolorosa que acaba afectando a nuestro sentido de la identidad y a nuestro sentimiento de pertenencia dentro del sistema.
  • Dudas respecto a los propios valores. Es fácil que empecemos preguntándonos si estamos tomando la decisión correcta y, al final, acabemos cuestionando no solo nuestra conducta sino también nuestra propia ética e integridad.
  • Dificultades en las relaciones: El conflicto de lealtades puede generar muchos malentendidos, distanciamiento entre los diferentes miembros del sistema y, además, obstaculizar la creación y mantenimiento de otros vínculos (crear una familia propia, por ejemplo).

Por qué se produce

Algunas de los factores que intervienen en el origen de esta dolorosa situación:

1. Roles y expectativas familiares

Muchos sistemas familiares tienen roles muy definidos, de modo que cada miembro tiene un papel específico que le ha sido asignado consciente o inconscientemente. Lo que ocurre es que, a menudo, estos roles van acompañados de expectativas y responsabilidades muy difíciles de sostener. En este entorno, el conflicto de lealtades surge cuando la persona siente que debe cumplir con el papel que le han adjudicado, pero a la vez también quiere satisfacer sus propios deseos y necesidades.

Imaginad una familia en la que al hijo mayor le han adjudicado el rol de protector o cuidador, lo que implica que se espera que cuide de sus hermanos menores y medie en los conflictos familiares. Es posible que este joven quiera seguir sus propios intereses, como mudarse a otra ciudad para estudiar o trabajar. Pero, por un lado, siente una presión muy intensa para cumplir con las expectativas familiares y, por otro, experimenta un fuerte sentimiento de culpa por no poder equilibrar sus deseos personales con el papel que le han dado y que se siente obligado a cumplir.

2. Lealtades invisibles

Este concepto lo introdujo Ivan Boszormenyi-Nagy, uno de los pioneros de la terapia familiar sistémica. Las lealtades invisibles son vínculos afectivos y obligaciones hacia nuestra familia de origen que suelen surgir de mensajes y normas que se han ido internalizando a lo largo del tiempo y transmitiendo a través de generaciones. Son «invisibles» porque, al ser implícitas y no habladas, no siempre son evidentes o conscientes para la persona. Sin embargo, tienen un impacto significativo en cómo nos comportamos, tomamos decisiones y nos relacionamos.

Un adulto que ha crecido en una familia donde se valora el trabajo por encima de todo puede sentirse empujado a seguir el mismo camino, incluso si esto repercute negativamente en su salud o en sus relaciones. En este caso experimentará un conflicto de lealtades entre su deseo de ser un padre presente y su compromiso no consciente de repetir el patrón familiar de trabajo excesivo.

3. Triangulación

La triangulación se produce cuando una persona que está en conflicto con otra involucra a un tercero para conseguir mayor respaldo o disminuir su propio malestar. Ocurre, por ejemplo, cuando, durante un proceso de divorcio, cada uno de los miembros de la pareja trata de poner a sus hijos de su lado. Estos se ven entonces en medio de un conflicto de lealtades. Se sienten forzados a tomar partido o a equilibrar sus lealtades entre ambos progenitores, lo que puede generarles desde ansiedad y sentimientos de culpa a una gran confusión acerca del rol que deben cumplir en el sistema familiar.

(En este blog puedes leer el artículo “Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel”)

El conflicto de lealtades es habitual en los procesos de divorcio.

Imagen de Freepik

4. Doble vinculación

La doble vinculación o doble vínculo ocurre cuando un individuo recibe mensajes contradictorios de diferentes miembros del sistema familiar, provocando una situación en la que cualquier decisión que se tome parece ser incorrecta. Se crea así una paradoja insostenible y sin una opción clara de resolución. El resultado: confusión, bloqueo en la toma de decisiones, tensiones en la familia y conflictos profundos, especialmente en términos de lealtades.

Además, en la medida en que mi relación con quien está emitiendo este mensaje contradictorio sea importante para mí, complicará aún más mi capacidad para manejar el conflicto de lealtad que se me está presentando.

Este podría ser el caso de Pablo, un adolescente a quien su padre le recuerda cada día que debe ser independiente y aprender a seguir su propio camino, mientras que su madre insiste en controlar todas sus actividades y cada una de sus decisiones. En estas circunstancias, el muchacho siente que cualquier cosa que haga será percibida como incorrecta por uno de los padres. Esto le provoca una gran confusión y mucha ansiedad, al no puede cumplir con las expectativas de ambos padres simultáneamente.

5. Secretos familiares

Muchas lealtades patológicas se acogen a la ley del silencio para encubrir secretos familiares y traumas transgeneracionales (un hijo ilegítimo, una infidelidad de la bisabuela, un aborto clandestino, una tía que estaba «loca», etc.). Y bajo esta norma no escrita, los secretos y traumas van pasando a los descendientes. A menudo sin que estos sepan lo que pasó, pero sintiendo el peso y la presión de lo no dicho. El problema es que también van transmitiéndose el dolor y las secuelas emocionales de aquello de lo que no se habla y que llegado un momento ni siquiera se conoce.

Forward y Buck, explican cómo ciertos secretos pueden generar en sus miembros conflictos de lealtades difíciles de gestionar, sobre todo en los más pequeños. Y ponen el ejemplo de una familia que trata de mantener oculto el alcoholismo del padre:

«El niño debe estar siempre en guardia. Vive en el temor constante de que, por accidente, traicione a su familia y la ponga en evidencia. A fin de evitarlo, es frecuente que estos niños eviten hacer amigos y se conviertan en seres aislados y solitarios. Esta soledad los va hundiendo cada vez más en el pantano familiar, y los lleva a cultivar un enorme y deformado sentido de la lealtad hacia las únicas personas que comparten su secreto: sus compañeros en la conspiración familiar. Una intensa y totalmente acrítica lealtad hacia sus padres llega a convertirse en su segunda naturaleza. Cuando llegan a la edad adulta, esa lealtad ciega sigue siendo en su vida un elemento destructivo, que los controla».

(En este blog puedes leer el artículo «¿Cómo afectan los secretos familiares a la salud mental y emocional?«)

6. Necesidad de pertenencia y de vinculación

Tanto biológica como psicológicamente, desde que nacemos necesitamos estar dentro de un grupo. No estarlo supone desprotección,  aislamiento o, incluso, la muerte. En este aspecto, la necesidad de pertenencia está indisolublemente ligada al concepto de lealtad familiar. Para mantenernos dentro del grupo tenemos que asegurar nuestra lealtad al sistema y esto es sano en la medida en la que nos ayuda a fortalecer nuestro sentido de pertenencia y nuestra seguridad. Sin embargo, puede convertirse en una dinámica muy tóxica cuando estas lealtades o mandatos son tan intransigentes y rígidos que entran en conflicto con nuestras necesidades individuales.

Esta necesidad de vinculación es lo que hace, por ejemplo, que muchas víctimas de un abuso sexual infantil opten por guarden silencio. En este caso, el conflicto de lealtades se produce cuando el agresor es un adulto del que el niño depende para su seguridad y protección. Si revela el abuso, traiciona y hace daño al adulto, pero ocultándolo aumentará su propia culpabilidad y vulnerabilidad.

7. Idealización del sistema familiar

A menudo el conflicto de lealtades va asociado a una idealización del sistema familiar. De manera consciente, la persona puede pensar que su familia «es perfecta». Sin embargo, a nivel inconsciente, es posible que sienta una gran confusión emocional y marcados conflictos internos relacionados con su lealtad al sistema. No son pocas las ocasiones en las que un hijo experimenta tal ansiedad y angustia a la hora de buscar su propio camino que opta por postergar o renunciar a sus sueños por temor a decepcionar a sus padres y a poner en peligro la «unión» familiar. O que los padres vean a las parejas de sus hijos como el enemigo y, de forma directa o indirecta, les presionen para que elijan. Es lo que ocurre en las familias aglutinadas.

(En este blog puedes leer el artículo «Familias aglutinadas: Cuando la lealtad familiar se vuelve tóxica«)

8. Patrones transgeneracionales

Las lealtades y los modelos de comportamiento van instalándose en la historia familiar  generación tras generación. A lo largo del tiempo va creándose una ‘herencia’ emocional y psicológica que influirá en las decisiones y comportamientos de los individuos dentro de la familia, aun cuando estos no se den cuenta de ello. Por ejemplo, conductas que se aprendieron en la familia de origen tienden a replicarse en generaciones posteriores, en las nuevas familias que van creándose. Esto puede incluir patrones de comunicación, formas de resolver conflictos, estilos de crianza, etc.

Igualmente se transmiten las creencias y valores familiares que, a menudo de manera implícita, dictan lo que se considera aceptable o inaceptable.

"Mis abuelos, mis padres y yo", Frida Kahlo

«Mis abuelos, mis padres y yo», Frida Kahlo

9. Necesidades parentales no satisfechas

La lealtad hacia la familia a menudo está vinculada a carencias, heridas y necesidades no satisfechas de los padres. Una baja autoestima o el miedo a quedarse solas puede llevar a algunas madres, por ejemplo, a aferrarse a sus hijos como a una tabla de salvación. O a hacer todo lo posible por mantenerlos cerca, aunque esto suponga recurrir a toda suerte de manipulaciones y enredos. Y esos hijos se sentirán obligados a cubrir las necesidades no satisfechas de sus progenitoras, incluso si va en contra de sus necesidades personales.

Porque si ‘traiciono’ a mamá o a papá lo que posiblemente se despertaría sería, por un lado, el sentimiento de culpa y, por otro, el miedo a perderlos o a que ocurra algo malo por no haber cedido a sus demandas.

Comunicación abierta, límites y ayuda profesional

Si te encuentras en un conflicto de lealtades, en primer lugar es importante que des a tus emociones la importancia que tienen. Ser leal a tu familia y a tus orígenes no implica que tengas que perder tu libertad o abandonar tus sueños.  Y mucho menos que no prestes atención a tus necesidades. En un conflicto de lealtades nunca hay una única solución correcta. Lo importante es tratar de ser fieles a nosotros mismos, así que pregúntate: «¿Qué necesito yo?».

Fomentar una comunicación abierta y honesta también te ayudará a aliviar la tensión. Si aprendemos a expresar nuestros sentimientos y preocupaciones contribuiremos a aclarar posibles malentendidos y también será más fácil encontrar soluciones que sean aceptables para todos.

Igualmente esencial es aprender a poner límites claros. Esto no significa que estemos rechazando al otro, sino que nos estamos cuidando. Debemos saber cuándo decir «no» y ser capaces de priorizar nuestras propias necesidades y bienestar.

Y si se te hace demasiado difícil sobrellevar la situación, no dudes en pedir ayuda profesional. A veces es necesario iniciar un proceso terapéutico donde aprender a navegar por esos sentimientos contradictorios que tanto malestar provocan y donde alcanzar una adecuada diferenciación que nos ayude a tomar nuestras propias decisiones sin sentir que estamos comprometiendo el amor que sentimos por nuestra familia. En terapia, además, desarrollarás nuevas estrategias para afrontar conflictos y situaciones problemáticas.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Referencias bibliográficas

Boszormenyi-Nagy, I. & Spark, G. (1973). Las lealtades invisibles. Buenos Aires: Amorrortu.

Forward, S., & Buck, C. (1990). Padres que odian. Barcelona: Paidós.

Moreno, A. (Ed.). (2014). Manual de Terapia Sistémica: Principios y herramientas de intervención. Bilbao: Desclée de Brouwer

Ansiedad social, mucho más que timidez

Ansiedad social: Mucho más que timidez

Ansiedad social: Mucho más que timidez 1920 1280 BELÉN PICADO

¿Uno tus peores miedos es sentirte avergonzado, tonto o torpe frente a los demás? ¿Eludes muchas actividades y hablar con gente por temor a que te critiquen o te juzguen? ¿Casi siempre evitas situaciones en las que la atención de los demás pueda recaer sobre ti? Si has respondido afirmativamente a estas preguntas, quizás sufras ansiedad social, un trastorno conocido también como fobia social y caracterizado por un miedo persistente e intenso a ser observado, juzgado, evaluado negativamente o ridiculizado por los demás.  Se trata de un problema asociado a menudo con la timidez, pero la ansiedad social va mucho más allá y de esto vamos a hablar en este artículo.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) define el trastorno de ansiedad social (fobia social) como el «miedo o ansiedad intensa en una o más situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al posible examen por parte de otras personas».

En realidad, el miedo es una emoción tremendamente útil que nos ayuda a identificar algo hostil en el entorno o a reaccionar ante situaciones que podrían ser peligrosas para nosotros. Sin embargo, esta emoción también está mediada por la interpretación que hace nuestro cerebro ante una determinada circunstancia. Si, por ejemplo, mi cerebro interpreta el hecho de hablar en público o ir a una fiesta donde hay personas que no conozco como situaciones peligrosas, todo mi organismo se pondrá en alerta para enfrentarse a un hipotético peligro que solo está en mi mente.

Esto no significa que sea un problema en sí mismo ponernos nerviosos en determinadas interacciones sociales, por ser nuevas para nosotros o porque nos toque ser el centro de atención, por ejemplo. Es incluso adaptativo, porque nos prepara para afrontar este tipo de circunstancias. El problema aparece cuando el nerviosismo y la incomodidad son tan abrumadores que nos generan un nivel muy elevado de angustia y malestar, que es justo lo que ocurre en la fobia social.

Hipervigilancia, evitación y autoevaluación constante

Estas son algunas de las características de la ansiedad social:

  • Puede circunscribirse a uno o varios ámbitos (trabajo, escuela, fiestas, actividades diarias…). Por ejemplo, hay quien se angustia si tiene que asistir a reuniones o realizar presentaciones en el entorno laboral, pero se siente cómodo en circunstancias más informales, como encuentros con amigos o familiares. Otras personas, sin embargo, se manejan mejor en ámbitos más estructurados y previsibles que en encuentros sociales en los que prima la espontaneidad.
  • La persona afectada tiende a evitar las situaciones sociales que le provocan ansiedad y si las afronta y se mantiene en ellas lo hace a costa de mucho miedo y una elevada angustia. Precisamente, lo que mantiene el problema en gran parte es esa apremiante necesidad por evitar las situaciones o huir de ellas, ya que el miedo se refuerza y se hace más poderoso.
  • Causa malestar clínicamente significativo, así como el deterioro de las interacciones en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento diario de la persona.
  • Hay una autoevaluación constante. Alguien con fobia social está tan pendiente de todo lo que hace o dice que acaba bloqueándose. Hasta el punto de no ser capaz de relacionarse de forma espontánea, que es justo lo que suele requerir una interacción social.
  • Se amplifican las señales sociales que se reciben como amenazantes y se sobreanaliza cualquier comentario o gesto de las personas con quienes se está interactuando. Es como si su sistema de alerta estuviera hipersensibilizado y se activase con cualquier estímulo. Así, alguien con ansiedad social puede ponerse a la defensiva con cualquier mirada o comentario, aunque sean neutros o, incluso, positivos.
  • A veces se presta tanta atención a las propias sensaciones corporales que acaban amplificando su intensidad y, por tanto, el malestar.

En qué situaciones puede presentarse

Hay una gran variedad de situaciones, muchas de ellas cotidianas, que pueden convertirse en un auténtico suplicio para quien sufre ansiedad social:

  • Conocer gente nueva.
  • Participar en charlas o reuniones informales.
  • Iniciar o mantener una conversación.
  • Asistir a fiestas o eventos sociales.
  • Hablar en público.
    (En este blog puedes leer el artículo «Miedo a hablar en público, un temor muy común que puede superarse»)
  • Salir con alguien en una cita.
  • Asistir a una entrevista de trabajo.
  • Preguntar al profesor o responder una pregunta en clase.
  • Tener que hablar con un cajero en una tienda o pedir la cuenta en un restaurante.
  • Hacer cosas cotidianas en presencia de otros, como comer o beber frente a otras personas o usar un baño público.
Ansiedad social

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Diferencias entre ansiedad social y timidez

Aunque ansiedad social y timidez están relacionadas y comparten características, como la incomodidad en situaciones sociales, hay diferencias significativas que conviene conocer para no confundirlas.

  • Concepto. La timidez se refiere a una tendencia personal a sentirse incómodo, inseguro o cohibido en situaciones sociales, especialmente cuando se interactúa con personas desconocidas o en contextos nuevos. La ansiedad social, sin embargo, es un trastorno de ansiedad más severo y debilitante que provoca un miedo intenso a ser juzgado negativamente por los demás. Tampoco debemos confundir timidez con introversión. Esta última es un rasgo de la personalidad que describe a personas que prefieren ambientes tranquilos y solitarios antes que situaciones sociales activas y estimulantes.
  • Intensidad. La incomodidad que implica la timidez es mucho más moderada que los síntomas que acompañan a la ansiedad social y que pueden llegar a ser desproporcionadamente intensos y discapacitantes.
  • Impacto en la vida diaria. A diferencia de lo que ocurre con la fobia social, la rutina de una persona tímida no tiene por qué verse afectada ni tampoco su desempeño en ámbitos como el trabajo, los estudios o las relaciones sociales. Pueden no gustarle las comidas de trabajo o las fiestas con mucha gente o mostrarse retraída en reuniones familiares o con amigos, sin que esto le suponga un sufrimiento.
  • Autopercepción y autoevaluación. El hecho de experimentar cierto grado de nerviosismo no implica necesariamente que una persona tímida tenga una percepción negativa de sí misma. De hecho, al autoevaluarse tenderá a ser menos severa y a no enfocarse tanto en sus posibles errores.
  • Comportamiento en situaciones sociales. Aunque pueden mostrar cierta incomodidad o retraimiento, las personas tímidas no suelen evitar situaciones sociales ni adoptar conductas de seguridad tan marcadas como quienes sufren ansiedad social. Quizás estén más calladas y retraídas, pero no necesariamente experimentan ansiedad o miedo al relacionarse con los demás.
  • Relaciones Interpersonales. Pese a tener dificultades iniciales para abrirse a nuevas personas, a las personas tímidas les cuesta menos establecer relaciones estables y satisfactorias.

Así se muestra la ansiedad social

Los síntomas pueden ser físicos, emocionales, cognitivos y conductuales.

Señales físicas
  • Taquicardia o palpitaciones. El corazón late más rápido de lo normal, lo que puede causar una sensación de palpitaciones o golpes fuertes en el pecho. Esto ocurre como una respuesta natural del cuerpo al estrés, conocida como ‘respuesta de lucha o huida’.
  • Sudoración excesiva, incluso en situaciones que no justifican este nivel de respuesta, como en lugares fríos o con poca actividad física. Todo esto lleva a taparse más y, en consecuencia, a sudar con más intensidad.
  • Temblores o sacudidas en manos, voz o cuerpo que pueden llegar a ser perceptible para los demás, lo que incrementa la ansiedad en situaciones sociales.
  • Dificultad para respirar, que en algunos casos lleva a la hiperventilación.
  • Sensación de mareo, aturdimiento o incluso desmayo.
  • Agarrotamiento y tensión muscular, sobre todo en el cuello, los hombros y la espalda.
  • Náuseas o malestar gastrointestinal.
  • Rubor. Este síntoma es particularmente perturbador porque es visible para los demás.
  • Deseo urgente de orinar.
  • Sensación de opresión en la cabeza.
  • Sequedad en la boca.
  • Sensación de frío (escalofríos) o calor.
Síntomas emocionales y cognitivos
  • Miedo abrumador a situaciones en las que la persona cree se la juzgará, criticará o humillará por exagerada, histérica, loca, rara…
  • Inseguridad. Sentimientos de inferioridad y baja autoestima; creencia de que uno es inadecuado o que inevitablemente cometerá errores; y preocupación excesiva por el juicio de los demás.
  • Anticipación negativa. Preocupación constante acerca de situaciones sociales futuras, lo que hace que el malestar ya empiece a sentirse mucho antes del momento de la interacción.
  • Aversión a ser el centro de atención, lo que puede ocurrir en presentaciones, reuniones o incluso conversaciones informales.
  • Autoevaluación crítica. Tendencia a revisar y analizar minuciosamente cada interacción social y enfocarse en los posibles errores cometidos.
  • Sensación de aislamiento y soledad.
  • Represión de la ira. Un estudio llevado a cabo por el investigador Rupert Conrad y un grupo de colaboradores encontró que las personas con trastorno de ansiedad social presentan niveles más altos de ira, pero también una fuerte tendencia a reprimirla.
  • Quedarse en blanco y no poder hablar con soltura y claridad, a veces, incluso en interacciones con personas conocidas.
  • Pensamientos negativos como «Les estoy aburriendo», «Seguro que piensan que soy tonto», «No voy a saber qué decir», «Estoy haciendo el ridículo», «No voy a caer bien», «Se van a reír de mí»
Ansiedad social

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Síntomas conductuales
  • Evitar situaciones como reuniones, fiestas, presentaciones, entrevistas de trabajo y otras actividades que impliquen interacción social. La persona inventa todo tipo de excusas para no acudir o, en ocasiones, busca a alguien que la acompañe y le ayude a pasar el ‘mal trago’.
  • Aislamiento social. Reducción significativa del contacto con amigos, familia y compañeros de trabajo o estudios y preferencia por actividades solitarias hasta el punto de evitar establecer nuevas relaciones (no es que no quieran interactuar, sino que se sienten incapaces de hacerlo).
  • Conductas de seguridad para minimizar el riesgo de ser observado o juzgado negativamente y suavizar o suprimir la ansiedad. Algunos ejemplos: hablar en voz baja; evitar el contacto visual; llegar tarde para evitar presentaciones; recurrir a un exceso de maquillaje con objeto de que no se perciba el rubor si aparece; situarse de forma estratégica en reuniones, en clase, restaurantes…; cruzarse de brazos, esconder las manos o meterlas en los bolsillos para que no se note si tiemblan o sudan, etc.
  • Controlar continuamente lo que se dice o si se está causando una buena impresión.
  • Practicar y ensayar mentalmente conversaciones y situaciones para tratar de reducir la ansiedad.
  • Hablar aceleradamente con la esperanza de terminar pronto y reducir el tiempo que se está expuesto al ‘examen’ de quienes escuchan.
  • Consumo de ansiolíticos, alcohol u otra sustancias con objeto de atenuar la ansiedad anticipatoria y sus síntomas. Sin embargo, esto, que comienza siendo un intento de ‘solución’, termina convirtiéndose en un problema aún mayor, ya que al final acaba cayéndose en una adicción. De hecho, no es raro que la ansiedad social sea la puerta de entrada al alcoholismo.

Factores que influyen en su aparición

Pese a que el origen de la ansiedad social está relacionado con cierta predisposición biológica, para que se acabe desarrollando el trastorno, tienen que darse también otros factores:

  • Características personales. El temperamento y ciertas variables de personalidad, como el grado de neuroticismo o introversión, el perfeccionismo, las habilidades sociales o la sensibilidad a la ansiedad pueden influir en distinta medida en la aparición de la ansiedad social.
  • Estilo de crianza. En la investigación que mencioné antes, Conrad observó también en las personas con ansiedad social una mayor tendencia a presentar un estilo de apego inseguro preocupado (también denominado ansioso o ambivalente).
  • Haber tenido malas experiencias. Si en el pasado hemos tenido malas experiencias a nivel social, es probable que nos cueste más relacionarnos. Por ejemplo, si sufrí bullying en el colegio, me ridiculizaron, maltrataron o me sentí humillada en alguna ocasión es lógico pensar que me mostraré mucho más insegura y temerosa a la hora de conocer gente nueva y de relacionarme en general. Mi mente se pondrá en guardia enviándome mensajes del tipo «Ten cuidado», «No te fíes», etc.
Ansiedad social

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Qué hacer

Si te sientes identificado/a con lo dicho hasta ahora, te doy algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Toma conciencia del problema. A veces nos protegemos tras el «es que soy tímido/a», precisamente por el miedo a sentirnos rechazados, pero si queremos solucionar el problema lo primero es admitirlo y aceptarlo. Y, sobre todo, comprender que tener un problema no significa «ser el problema».
  • Aprende a no adelantarte a lo que va a suceder porque al final lo más seguro es que tu previsión no se corresponda con lo que suceda y habrás sufrido sin necesidad.
  • Identifica los pensamientos negativos que aparecen cuando estás en situaciones sociales o prevés que vas a estarlo. Luego, trata de analizarlos y cuestionarte hasta qué punto esas creencias que te provocan ansiedad son reales o, por el contario, no tienen ninguna evidencia que las sustente. Y si te pones en lo peor, piensa al menos en tres alternativas a la que tú te has imaginado.
  • Paso a paso. A la hora de ir enfrentándote a las situaciones que te producen temor, es mejor que lo hagas de forma progresiva. Empieza por situaciones que te generen menor nivel de ansiedad y, a medida que las superes, sigue con las de mayor dificultad. Por ejemplo, si temes debatir y dar tu opinión en una conversación, prueba antes a discutir sobre un tema con alguien cercano que te inspire confianza. O empieza por asistir a reuniones con un número reducido de personas que sean ya conocidas y te hagan sentir a gusto, antes de acudir a encuentros más multitudinarios o con desconocidos. Y cuando alcances un logro, por pequeño que sea, reconócelo y celébralo.
  • Comparte tus temores con personas de tu confianza y háblales sobre lo que te ocurre. A menudo, la gente es más comprensiva de lo que crees y tratará de facilitarte las cosas.
  • Busca estrategias de afrontamiento que te ayuden, desde practicar la respiración abdominal, por ejemplo, a visualizar situaciones sociales de manera exitosa. Las verbalizaciones también pueden ayudarte. Nuestro diálogo interno juega un papel clave en cómo nos sentimos y en cómo actuamos porque puede darnos fuerzas y motivarnos o, por el contrario, aumentar nuestro malestar. En vez de decirte «Me voy a bloquear» prueba con «Es normal que esté nervioso, pero puedo hacerlo».
  • Identifica tus conductas de seguridad y, en la medida de lo posible, evita recurrir a ellas.
  • Reconcíliate con tu ansiedad. En nuestro día a día nos enfrentamos continuamente a emociones y sensaciones que pueden resultar desagradables. Aprender a aceptarlas y sostenerlas en vez de evitarlas, nos ayudará a familiarizarnos con ellas y a no bloquearnos cuando aparezcan en situaciones que dominamos menos (como hablar en público).
  • Busca apoyo profesional. En terapia trabajarás, entre otras cosas, el entrenamiento en habilidades sociales, la reestructuración cognitiva de las creencias irracionales y desadaptativas y la exposición progresiva a las situaciones que te generan ansiedad. Sin embargo, también será necesario buscar el origen de la ansiedad social y trabajar sobre ello. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Referencias bibliográficas

American Psychiatric Association. (2013). DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. (5ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

Conrad, R., Forstner, A. J., Chung, M. L., Mücke, M., Geiser, F., Schumacher, J., & Carnehl, F. (2021). Significance of anger suppression and preoccupied attachment in social anxiety disorder: a cross-sectional study. BMC Psychiatry, 21(1), 116.

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