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marzo 2023

FOMO o el miedo a perderse algo importante

FOMO (I): Qué es y cómo saber si me está amargando la vida

FOMO (I): Qué es y cómo saber si me está amargando la vida 2120 1414 BELÉN PICADO

¿Estás convencido de que los demás tienen una vida mucho más interesante que la tuya? ¿Piensas que te estás perdiendo algo que podría ser crucial para tu felicidad?  Probablemente estés experimentando el síndrome o efecto FOMO. El término viene del acrónimo de la expresión inglesa «Fear of Missing Out», que significa «Temor a dejar pasar» o «Miedo a perderse algo». Se trata un tipo de ansiedad social que, aunque no está considerado un trastorno como tal según los sistemas de diagnóstico psiquiátrico, puede afectar seriamente a la salud mental.

No hay duda de que, debido a la omnipresencia de los smartphones y desde que las redes sociales llegaron a nuestras vidas, se ha intensificado no solo el miedo a estar perdiéndonos algo importante, sino también la idealización de cómo viven los demás. Sin embargo, la realidad es que esta incómoda y a veces agobiante sensación siempre ha estado ahí (¿te suena el dicho «Querer estar en misa y repicando»?).

Ya estaba cuando de niños odiábamos quedarnos dormidos y perdernos la conversación de nuestros hermanos o nuestros padres. O en la adolescencia cuando no nos dejaban salir y nos angustiábamos pensando que nuestros amigos estaban pasando la mejor tarde de sus vidas y nosotros nos lo estábamos perdiendo. Está también cuando somos padres y mientras trabajamos pensamos en el tiempo que nos estamos perdiendo de estar con nuestros hijos, pero si estamos con ellos nos preocupa el tiempo que no estamos dedicando a esa tarea que tenemos pendiente.

Como el tema es amplio, en este artículo veremos cómo identificar si el efecto FOMO ha llegado a nuestra vida, quienes tienen más posibilidades de experimentarlo y qué factores influyen en su aparición. Para saber cómo prevenirlo y superarlo os invito a leer, en este mismo blog, el artículo FOMO (II): 12 pautas para afrontar el miedo a perderse algo importante.

El FOMO afecta negativamente a nuestra salud mental.

Imagen de Freepik

Así se produce el efecto FOMO

Como seres sociales que somos, necesitamos establecer conexiones y relacionarnos con otras personas. Sin dichos vínculos nuestra supervivencia como especie estaría en peligro, así que parece lógico que percibamos como una amenaza la posibilidad de perder esas conexiones. Y así es como el cerebro interpreta el FOMO. Al tratarse de una sensación muy ligada a la emoción de miedo, nuestro sistema nervioso se pondrá en alerta, no tanto por no estar presente en una reunión de amigos o porque nadie le ha dado «Me gusta» a nuestra publicación, como por el peligro de quedar fuera de esa comunidad que necesitamos para sobrevivir.

La dopamina, conocida también como hormona del placer, está también implicada. Recibir respuestas positivas a nuestras publicaciones en las redes sociales o a nuestras intervenciones en grupos de whatsapp, por ejemplo, hace que aumente la liberación de dopamina y se ponga en marcha el sistema de recompensa. Y como se trata de algo muy gratificante para el cerebro, tenderemos a buscar ese refuerzo positivo una y otra vez. Este es uno de los motivos por los que el uso de las redes sociales o del móvil llega a ser tan adictivo.

¿Cómo sé que me está afectando?

El ansia por vivir lo más intensamente posible y el convencimiento de que los demás lo están logrando y nosotros no (o no tanto como ellos) impide que seamos conscientes de los buenos momentos y nos lleva derechitos a la insatisfacción permanente y al FOMO. Estas son algunas señales que nos avisan de que esta desagradable sensación podría estar interfiriendo en nuestro bienestar mental y emocional más de lo que creemos:

  • Me agobio cuando entro en Instagram o en Facebook y veo que mi amigo acaba de colgar una imagen de sus vacaciones o que mis compañeros de trabajo se lo están pasado en grande tomándose unas cañas, mientras yo estoy en casa en pijama y haciéndome un maratón de Netflix.
  • Estoy permanentemente conectado y enganchado al móvil o a cualquier dispositivo, comprobando si tengo nuevos mensajes, notificaciones, ‘likes’ o comentarios en mis redes sociales.
  • Entro compulsivamente en los perfiles de mis conocidos para ver qué han colgado, si tienen más ‘likes’ que yo o si tienen nuevos seguidores. En todo momento estoy al tanto de lo que hacen aquellas personas a las que sigo y que me siguen.
  • Chequeo y participo en todas las conversaciones que tienen lugar en mis grupos de whatsapp, aunque no me interesen o me quiten tiempo para otras actividades. Me genera angustia la sensación de que, si no estoy atento o no respondo de forma inmediata, podría perderme algo importante y quedarme fuera.
  • Si me coinciden varios eventos hago lo posible por acudir a todos, aunque solo sea un rato y a costa de no profundizar en las relaciones con personas que me importan. A veces, no me apetece nada estar en una de esas reuniones, pero el miedo a perdérmelo o, incluso, a que se olviden de mí y no vuelvan a contar conmigo es superior a mis pocas ganas.
  • Lo paso mal cuando mis amigos hablan sobre algún lugar al que han ido o acerca de algo que han hecho juntos y en lo que yo no he participado.
  • Voy a los conciertos y me paso más tiempo grabando con el móvil para compartirlo en redes sociales que disfrutando de la música. Por muy satisfactorias que sean mis experiencias, si no las comparto públicamente me da la sensación de que no son tan buenas.
  • Llego tarde siempre a todos los sitios. No quiero malgastar ni un segundo de mi vida e intento hacer tantas cosas antes de salir de casa que, por muy deprisa que vaya, nunca llego a tiempo.
  • Desde que teletrabajo, me siento más inseguro y tengo la sensación de que si no estoy presente físicamente en mi lugar de trabajo me estoy perdiendo algo importante que podría afectarme a nivel laboral.
  • Cuando utilizo alguna aplicación de citas no soy capaz de crear vínculos con nadie porque no puedo evitar pensar en todo el abanico de posibilidades que tengo ante mis ojos y que podría estar perdiéndome. Siempre que existe la posibilidad de llegar a algo más serio con alguien me invade el miedo a estar equivocándome.

Síntomas físicos y mentales

Si bien, y como señalaba al principio del artículo, el síndrome FOMO no está reconocido como trastorno, a menudo va asociado a numerosos síntomas, tanto físicos como mentales. Entre ellos:

  • Cansancio físico y sensación de agotamiento mental y emocional.
  • Falta de concentración en tareas cotidianas.
  • Dificultad para dormir.
  • Sentimientos de tristeza y síntomas depresivos.
  • Aumento de estrés y frustración.
  • Cefaleas tensionales.
  • Insatisfacción causada por la idealización de otras personas y otras formas de vida.
  • Aislamiento. Paradójicamente, al intentar no perderse nada y estar en permanente contacto (virtual) con otras personas, quienes sufren este problema pasan cada vez más tiempo en el mundo online que en la vida real y en consecuencia cada vez se aíslan más.
  • Ansiedad cuando no se tiene ocasión de responder inmediatamente a cualquier mensaje o comentario que se recibe vía móvil o a través de las redes sociales.
  • Sonidos ilusorios. Este fenómeno se conoce también como síndrome de la llamada o alerta fantasma. Se refiere a sonidos que la persona cree escuchar en forma de notificación, mensaje, etc. y que no son reales.
  • Sensaciones de soledad, abandono y exclusión por no participar en eventos o experiencias.

La necesidad de pertenencia y el miedo a la exclusión social

La necesidad de pertenencia y de estar conectados socialmente a otros es mucho anterior a internet. Es innata al ser humano y una necesidad básica desde la infancia. Necesitamos sentirnos parte de un grupo, ya sea de nuestra familia, de los amigos o los compañeros de trabajo. Cuando percibimos que formamos parte de una comunidad y que los demás nos aprueban, nos sentimos mejor con nosotros mismos.

Lo que ocurre es que, mientras que antes se afianzaba ese sentido de pertenencia en la calle, el parque o el colegio, ahora la mayoría de los jóvenes lo hacen en mayor medida interactuando en el mundo virtual. Lo que lleva a que la socialización en vivo y en directo sea menos habitual y más complicada.

Por otra parte, esta necesidad de pertenencia y de encajar está íntimamente vinculada al miedo al abandono y a la exclusión. Precisamente, el miedo a la exclusión social también favorece la aparición del FOMO, que en este caso funciona como un mecanismo de defensa inconsciente. Si estoy siempre en todas las conversaciones, en todas las reuniones o en todos los eventos no me van a abandonar, no se van a olvidar de mí, no me van a excluir. Si estoy siempre ahí seré importante para los demás.

La necesidad de pertenencia y el miedo a la exclusión social están detrás del FOMO o miedo a perderse algo.

El FOMO como mecanismo de autorregulación

La teoría de la autodeterminación, surgida del trabajo de los investigadores Edward L. Deci y Richard M. Ryan puede ayudarnos a comprender mejor las causas del FOMO. Según esta teoría, para lograr una autorregulación eficaz y alcanzar el bienestar psicológico debemos tener cubiertas tres necesidades psicológicas básicas:

  • Competencia. Sentir que tengo la capacidad de actuar eficazmente y que poseo el control sobre los resultados de esa acción. Básicamente, tener confianza en mis propias habilidades.
  • Autonomía. Sentir que tengo capacidad de elección y que yo decido y controlo mis objetivos y mi comportamiento.
  • Relación. Sentirme conectado con los demás, sentir que pertenezco a una comunidad.

Cuando estas necesidades se satisfacen, nuestra automotivación y nuestra salud mental mejoran. Pero si no se cubren, aparecerá el malestar psicológico y junto a él el FOMO. En este sentido, el FOMO puede entenderse como un mecanismo de autorregulación que se pone en marcha cuando percibo que mis necesidades de competencia, autonomía y de relación no están siendo satisfechas.

El peligro de tener demasiadas opciones donde elegir

Tener muchas opciones parece algo bueno, hasta que empezamos a preguntarnos de forma obsesiva si hemos tomado la decisión correcta. Uno de los factores que influye en que tengamos la sensación de que la vida pasa y quizá no la estamos aprovechando como deberíamos es la ingente cantidad de oportunidades con las que nos topamos en nuestro día a día. Viajes, eventos sociales, infinitas posibilidades de ocio, un amplio abanico de potenciales parejas ofrecido por las aplicaciones de citas… hasta los catálogos de las plataformas de streaming parecen inabarcables. Tenemos muchas más opciones de las que podemos procesar.

En su libro The Paradox of Choice: Why More is Less (La paradoja de la elección: Por qué más es menos), Barry Schwartz afirma: «Aprender a elegir es difícil. Aprender a elegir bien es más difícil. Y aprender a elegir bien en un mundo de posibilidades ilimitadas es aún más difícil, quizá demasiado». Según este psicólogo estadounidense, el aumento de opciones que nos ofrece la sociedad de consumo nos aleja de la felicidad en lugar de acercarnos a ella. Estos son algunos de los motivos por los que tener mucho donde elegir puede aumentar nuestra frustración e intensificar el FOMO:

  • Necesitamos más tiempo para elegir entre las mil y una posibilidades que se muestran ante nosotros. Cuando las opciones son pocas, podemos comparar antes y decidir más rápido.
  • Las opciones que hemos descartado siguen ocupando un espacio mental en nuestra mente.
  • El valor que damos a las cosas depende a menudo de con qué las comparamos. Cuando hay muchas alternativas, es fácil fijarse en las características atractivas de las que se han rechazado. Esto hace, a su vez, que nos sintamos insatisfechos con la opción elegida, aunque sea estupenda.
  • Con muchas opciones disponibles aumentan las expectativas sobre qué hace bueno a un determinado producto.
  • También es fácil tener remordimientos y creer que podríamos haber hecho una elección diferente con un resultado mejor. Este arrepentimiento neutraliza la satisfacción que podríamos haber tenido aun en el caso de haber tomado la mejor decisión. Si esto ocurre nos culparemos a nosotros mismos por tomar malas decisiones, lo que en algunas personas repercutirá en su autoestima y en su estado de ánimo.

(En este blog puedes leer el artículo «Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfacción»)

Tener demasiadas opciones a la hora de elegir favorece la aparición del efecto FOMO.

Otros factores que nos hace más vulnerables al FOMO

Los más jóvenes corren más riesgo de experimentar FOMO debido a la mayor cantidad de tiempo que pasan en ‘modo online’ y a una mayor sensibilidad y necesidad de aprobación social y pertenencia. Sin embargo, cualquiera puede sufrirlo. Hay determinadas características que favorecen su aparición.

  • Tendencia al perfeccionismo y a la autoexigencia. Las personas que tienen estos rasgos de personalidad siempre tienen la sensación de que les falta algo, da igual lo que hagan. Viven con una permanente sensación interna de satisfacción.
  • Problemas para relacionarse socialmente. Muchas personas que sufren ansiedad social y tienen dificultades a la hora de comunicarse recurren a las redes sociales para cubrir sus necesidades de relación y disminuir el sentimiento de soledad. Sin embargo, esta conducta acaba reforzando la evitación del cara a cara y, en consecuencia, aumentando la ansiedad social.
    (En este blog puedes leer el artículo «Ansiedad social: Mucho más que timidez»)
  • Baja autoestima. Tener un bajo nivel de satisfacción con la propia vida y una autoestima débil favorece que dependamos de los refuerzos positivos que vengan de otros.
  • Experiencias traumáticas. Haber sufrido pérdidas importantes en la infancia o haber vivido situaciones dolorosas en las que uno se ha sentido excluido o no aceptado puede sensibilizar a una persona y hacerla más vulnerable al FOMO. En estos casos la necesidad de estar siempre presente en cualquier situación puede constituir una respuesta frente a esas inseguridades.
Referencias bibliográficas

Dempsey, A. E., O’Brien, K. D., Tiamiyu, M. F. & Elhai, J. D. (2019). Fear of missing out (FoMO) and rumination mediate relations between social anxiety and problematic Facebook use. Addictive Behaviors Reports, 9, 100150

Gupta, M. & Sharma, A. (2021) Fear of Missing Out: a brief overview of origin, theoretical underpinnings and relationship with mental health. World Journal of Clinical Cases, 9 (19):4881-4889

Hunt, M.G., Marx, R. Lipson, C. & Young J. (2018). No more FoMO: Limiting Social Media Decreases Loneliness and Depression. Journal of Social and Clinical Psychology, 37 (10): 751-768

Przybylski, Andrew K.; Murayama, Kou; DeHaan, Cody R.; Gladwell, Valerie (2013). Motivational, emotional, and behavioral correlates of fear of missing out. Computers in Human Behavior 29 (4): 1841-1848.

Sultan Ibrahim, S. A., Dahlan, A. ., Nur Wahida Mahmud Pauzi, & Vetrayan, J. . (2022). Fear of Missing Out (FoMO) and its relation with Depression and Anxiety among University Students. Environment-Behaviour Proceedings Journal, 7(20), 233-238

Schwartz, B. (2016). The Paradox of Choice: Why More Is Less. New York: Harper Collins

La primavera la sangre altera... y el cerebro también

La primavera la sangre altera… y el cerebro también

La primavera la sangre altera… y el cerebro también 1500 1000 BELÉN PICADO

Con el aumento de horas de luz y la subida de temperaturas, entre otros factores, es lógico asociar la llegada de la primavera y el comienzo de los meses más cálidos con un incremento de nuestra energía, una mayor disposición para las relaciones sociales e, incluso, un aumento de la libido. Sin embargo, no siempre es así. Con la llegada de esta estación algunas personas experimentan desajustes emocionales importantes. También hay quienes sufren cansancio, falta de energía o un estado de ánimo más decaído de lo habitual, síntomas que se engloban dentro de un trastorno estacional conocido como astenia primaveral. Y es que la primavera la sangre altera… y el cerebro también.

Los cambios estacionales nos afectan tanto física como psicológicamente y es necesario un proceso de reajuste y readaptación. Una adaptación que para las personas más sensibles y para quienes sufren algún tipo de trastorno mental puede resultar más complicada y llevar más tiempo.

Pero, ¿por qué nos altera tanto la primavera? Hay varios factores que confluyen para que esta estación influya en nuestra salud física y mental.

Cambio de hora

Los seres humanos seguimos patrones cíclicos de actividad, o ritmos circadianos, que se repiten cada 24 horas. Aunque lo habitual es que el organismo vaya ajustándose a las variaciones que se producen a lo largo del día, a veces esos ritmos se desajustan afectando a nuestra salud física y mental. Esto es lo que ocurre con el cambio de hora que se produce a finales de marzo. Por lo general, bastan unos días para que nos adaptemos al horario verano o al de invierno, según el caso. Sin embargo, a unos nos cuesta más que a otros. Es el caso de las personas mayores, bebés, individuos más sensibles a los ciclos de luz/oscuridad o personas con ciertas psicopatologías (trastorno bipolar, por ejemplo). Entre los posibles efectos que puede traer el cambio de hora están la falta de concentración, alteraciones del apetito, bajo estado de ánimo, irritabilidad, problemas de sueño, etc.

En 2019, un equipo de investigadores de la Universidad estadounidense de Michigan llevó a cabo un estudio con 831 participantes para comprobar los efectos producidos en el organismo por el cambio al horario de verano, según la predisposición genética. Encontraron, por un lado, que los voluntarios con cronotipo matutino (los más madrugadores) se adaptaban más rápidamente que aquellos con cronotipo vespertino. Además, descubrieron que «la semana posterior al horario de verano el jet lag social era más exagerado en sujetos con tendencia vespertina» (se llama jet lag social al retraso nuestro reloj interno cuando hay grandes diferencias entre los horarios del sueño de los fines de semana y los de los días laborables; o lo que es lo mismo, cuando te quedas despierto hasta tarde los viernes y sábados por la noche y luego duermes más durante el día para recuperar el sueño).

El cambio de hora puede generar falta de concentración, alteraciones del apetito, bajo estado de ánimo, irritabilidad, problemas de sueño, etc.

Condiciones meteorológicas

Meteorológicamente hablando, la primavera supone la transición del invierno al verano y es un periodo en el que «hay mucha circulación de masas de aire de diferentes características», como señala Mar Gómez, doctora en Ciencias Físicas y autora del libro Meteorosensibles. Esta inestabilidad, según la divulgadora, además de conducir a cambios bruscos de tiempo en cuanto a temperatura, humedad o viento, también puede causarnos malestar y síntomas de diferente naturaleza.

De hecho, cada vez más investigaciones abordan la relación entre las condiciones meteorológicas y la salud mental. Según uno de estos estudios, «cuando el tiempo cambia repentinamente o las condiciones meteorológicas adversas duran más tiempo, como durante las olas de frío o de calor, en días de mayor humedad y, en consecuencia, menor presión atmosférica, la hipófisis aumenta la secreción de la hormona del estrés, la hormona adrenocorticotrópica (ACTH) que provoca ansiedad e irritación».

En otro estudio realizado en el Hospital del Mar de Barcelona, el psiquiatra Antonio Bulbena y un equipo de investigadores comprobaron que los ataques de pánico atendidos en Urgencias durante todo un año fueron tres veces más frecuentes en días con viento de Poniente.

Revolución hormonal

El aumento de la luz y la subida de temperaturas favorece que haya una mayor liberación de ciertas hormonas y neurotransmisores. Las primeras se ocupan de regular las actividades de los distintos órganos de nuestro cuerpo y procesos tan importantes como la alimentación o el sueño. Los segundos, por su parte, son una especie de mensajeros que se ocupan de transmitir información entre las neuronas y las células.

Entre las hormonas que aumentan su liberación en esta época del año está la oxitocina u hormona del amor; la dopamina, también conocida como hormona del placer; y la serotonina u hormona de la felicidad. Con este ‘cóctel’ es fácil comprender por qué muchos sentimos un aumento del deseo sexual en primavera y una mayor sensación de bienestar.

Y mientras unas hormonas suben… otras bajan. Es el caso de la melatonina. Y es que, cuanta más luz solar recibimos, menos melatonina generamos. Esto se traduce en que dormimos menos y estamos más activos.

Astenia primaveral

Hay personas más sensibles a los cambios estacionales o al cambio de hora, que no solo no están de mejor ánimo o con más energía, sino todo lo contrario. Este malestar se debe principalmente a la concurrencia de varios factores:

  • Alteraciones meteorológicas en cuanto a temperatura, humedad o presión atmosférica.
  • Aumento de horas de luz diurna.
  • Cambio horario.
  • Alteración de la rutina diaria.
  • Dificultad para adaptarse a las alteraciones que los anteriores factores generan a nivel orgánico.

La astenia primaveral no es tanto una enfermedad como un conjunto de síntomas que suelen remitir tras un periodo que oscila entre unos días y una o dos semanas, más o menos. Además del cansancio generalizado, pueden aparecer: trastornos del sueño, problemas de memoria y concentración, bajo estado de ánimo, alteraciones del apetito, reducción de la libido, irritabilidad, nerviosismo, cambios de humor, falta de motivación, etc. También es habitual que se produzcan síntomas físicos como dolor muscular, problemas digestivos, mareos, hipotensión o cefaleas. En realidad, se trata de una situación transitoria similar a un pequeño jet lag. Y lo que necesita el cuerpo es un periodo de tiempo algo mayor para ‘resetearse’ y adaptarse a los nuevos horarios y al aumento de horas de luz.

La astenia primaveral no es tanto una enfermedad como un conjunto de síntomas que suelen remitir tras un periodo que oscila entre unos días y una o dos semanas.

Más ansiedad, más suicidios y más episodios de manía en el trastorno bipolar

Las personas sensibles a la ansiedad tienen una mayor predisposición a sufrirla en primavera. De hecho, Antonio Bulbena explica en una entrevista publicada por El Mundo que «la ansiedad es el trastorno más meteorosensible, es decir, es el más sensible a los cambios de tiempo». Pero no son las únicas psicopatologías cuya incidencia es mayor en esta ápoca del año. «También sabemos que en los meses de primavera y otoño aumentan los casos de depresión y son más comunes los ataques de pánico, angustia, e incluso los suicidios cuando son de naturaleza violenta», añade este especialista.

En el caso del trastorno bipolar, los episodios de manía son más habituales en los meses de primavera-verano, mientras que los cuadros depresivos son más comunes en la época de otoño-invierno. Según diversos estudios, la temperatura parece ser un vínculo clave entre estacionalidad y síntomas bipolares.

También la tasa de suicidios es mayor en los meses de primavera y verano. Un equipo de investigadores llevó a cabo una revisión de estudios sobre la estacionalidad del suicidio y observó que la intensidad de la luz solar puede desempeñar un papel importante en el incremento de casos. En uno de estos estudios, por ejemplo, se encontró un aumento de la mortalidad por suicidio en el período entre mayo y julio, es decir, finales de primavera y principios de verano. Precisamente, en 2022, julio fue el mes que más muertes por este motivo se produjeron en nuestro país (según datos del Instituto Nacional de Estadística).

Esto no significa que los cambios meteorológicos por sí solos lleven a nadie a quitarse la vida, pero sí pueden ser un factor adicional para alguien que ya esté en riesgo.

Qué hacer para que la primavera nos altere lo menos posible

Hay varias pautas que pueden ayudarnos a sobrellevar mejor el cambio de estación:

  • Infórmate. Si eres sensible a los cambios estacionales, haz un seguimiento de las variaciones meteorológicas en tu zona. Esto te ayudará a estar prevenido y a minimizar sus efectos en tu estado emocional. En caso de que no tengas muy claro hasta qué punto eres meteorosensible, puedes llevar un diario de tu estado de ánimo según los diferentes cambios de tiempo y establecer un patrón.
  • Crea un microclima en casa en la medida de lo posible. Por ejemplo, puedes colocar purificadores de aire, humidificadores o deshumidificadores según la zona donde vivas. Un ambiente agradable en tu hogar, no solo te permitirá descansar mejor, sino que te ayudará a equilibrar tu estado de ánimo.
  • Ten paciencia. Por lo general, el malestar que llega con el cambio de estación suele ser pasajero y pasará en unos días. Pero si la primavera se te hace muy cuesta arriba o los síntomas de la astenia primaveral no se han ido en un par de semanas, no dudes en pedir ayuda profesional.
  • Haz de las actividades al aire libre una costumbre, sobre todo si te producen placer y satisfacción (y las alergias te lo permiten). El ejercicio moderado y regular, por ejemplo, favorece la liberación de endorfinas y, en consecuencia, mejora el estado de ánimo. Incluso caminar a diario te beneficiará.

  • Recárgate de vitamina D. Otra de las ventajas de exponerte al sol, es que aumentarás tus reservas de vitamina D. Esta sustancia no solo tiene un impacto positivo en el cuerpo al favorecer la absorción del calcio y el fósforo; también es muy beneficiosa para nuestra mente, ya que está involucrada en la producción de serotonina.
  • Anticípate para que el cambio al horario de verano no sea tan brusco. Será suficiente con que la semana previa al cambio de hora vayas adelantando tus actividades diarias (cenas, tareas, ejercicio, etc.). También puedes acostarte unos quince minutos antes cada día y poner el despertador un poco antes por la mañana.
  • Mantén una dieta equilibrada en la que no falte ningún nutriente. Los hidratos de carbono, por ejemplo, te aportarán más energía y te ayudarán a combatir los síntomas propios de la astenia primaveral. Si, además, haces cinco comidas al día mantendrás el nivel de glucosa y no sentirás tanto cansancio. No olvides tampoco mantener un adecuado nivel de hidratación, bebiendo unos dos litros de agua diarios.
Referencias bibliográficas

Bulbena A, Pailhez G, Acena R, et al. (2005) Panic anxiety, under the weather? International Journal of Biometeorology 49: 238–243

Gómez, M. (2023). Meteorosensibles. Ed. Península

Tyler, J., Fang, Y., Goldstein, C., Forger, D., Sen, S. & Burmeister, M. (2021). Genomic heterogeneity affects the response to Daylight Saving Time. Scientific Reports, 11(14792)

Woo, J.M., Okusaga, O. & Postolache, T.T. (2012). Seasonality of suicidal behavior. International Journal of Environmental Research and Public Health 9, 531–547

Žikić, M. & Rabi-Žikić, T. (2018). Meteoropathy and Meteorosensitive Persons. Medicinski Pregled, 71 (3-4), 131-135

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