¿Estás convencido de que los demás tienen una vida mucho más interesante que la tuya? ¿Piensas que te estás perdiendo algo que podría ser crucial para tu felicidad? Probablemente estés experimentando el síndrome o efecto FOMO. El término viene del acrónimo de la expresión inglesa «Fear of Missing Out», que significa «Temor a dejar pasar» o «Miedo a perderse algo». Se trata un tipo de ansiedad social que, aunque no está considerado un trastorno como tal según los sistemas de diagnóstico psiquiátrico, puede afectar seriamente a la salud mental.
No hay duda de que, debido a la omnipresencia de los smartphones y desde que las redes sociales llegaron a nuestras vidas, se ha intensificado no solo el miedo a estar perdiéndonos algo importante, sino también la idealización de cómo viven los demás. Sin embargo, la realidad es que esta incómoda y a veces agobiante sensación siempre ha estado ahí (¿te suena el dicho «Querer estar en misa y repicando»?).
Ya estaba cuando de niños odiábamos quedarnos dormidos y perdernos la conversación de nuestros hermanos o nuestros padres. O en la adolescencia cuando no nos dejaban salir y nos angustiábamos pensando que nuestros amigos estaban pasando la mejor tarde de sus vidas y nosotros nos lo estábamos perdiendo. Está también cuando somos padres y mientras trabajamos pensamos en el tiempo que nos estamos perdiendo de estar con nuestros hijos, pero si estamos con ellos nos preocupa el tiempo que no estamos dedicando a esa tarea que tenemos pendiente.
Como el tema es amplio, en este artículo veremos cómo identificar si el efecto FOMO ha llegado a nuestra vida, quienes tienen más posibilidades de experimentarlo y qué factores influyen en su aparición. Para saber cómo prevenirlo y superarlo os invito a leer, en este mismo blog, el artículo FOMO (II): 12 pautas para afrontar el miedo a perderse algo importante.
Así se produce el efecto FOMO
Como seres sociales que somos, necesitamos establecer conexiones y relacionarnos con otras personas. Sin dichos vínculos nuestra supervivencia como especie estaría en peligro, así que parece lógico que percibamos como una amenaza la posibilidad de perder esas conexiones. Y así es como el cerebro interpreta el FOMO. Al tratarse de una sensación muy ligada a la emoción de miedo, nuestro sistema nervioso se pondrá en alerta, no tanto por no estar presente en una reunión de amigos o porque nadie le ha dado «Me gusta» a nuestra publicación, como por el peligro de quedar fuera de esa comunidad que necesitamos para sobrevivir.
La dopamina, conocida también como hormona del placer, está también implicada. Recibir respuestas positivas a nuestras publicaciones en las redes sociales o a nuestras intervenciones en grupos de whatsapp, por ejemplo, hace que aumente la liberación de dopamina y se ponga en marcha el sistema de recompensa. Y como se trata de algo muy gratificante para el cerebro, tenderemos a buscar ese refuerzo positivo una y otra vez. Este es uno de los motivos por los que el uso de las redes sociales o del móvil llega a ser tan adictivo.
¿Cómo sé que me está afectando?
El ansia por vivir lo más intensamente posible y el convencimiento de que los demás lo están logrando y nosotros no (o no tanto como ellos) impide que seamos conscientes de los buenos momentos y nos lleva derechitos a la insatisfacción permanente y al FOMO. Estas son algunas señales que nos avisan de que esta desagradable sensación podría estar interfiriendo en nuestro bienestar mental y emocional más de lo que creemos:
- Me agobio cuando entro en Instagram o en Facebook y veo que mi amigo acaba de colgar una imagen de sus vacaciones o que mis compañeros de trabajo se lo están pasado en grande tomándose unas cañas, mientras yo estoy en casa en pijama y haciéndome un maratón de Netflix.
- Estoy permanentemente conectado y enganchado al móvil o a cualquier dispositivo, comprobando si tengo nuevos mensajes, notificaciones, ‘likes’ o comentarios en mis redes sociales.
- Entro compulsivamente en los perfiles de mis conocidos para ver qué han colgado, si tienen más ‘likes’ que yo o si tienen nuevos seguidores. En todo momento estoy al tanto de lo que hacen aquellas personas a las que sigo y que me siguen.
- Chequeo y participo en todas las conversaciones que tienen lugar en mis grupos de whatsapp, aunque no me interesen o me quiten tiempo para otras actividades. Me genera angustia la sensación de que, si no estoy atento o no respondo de forma inmediata, podría perderme algo importante y quedarme fuera.
- Si me coinciden varios eventos hago lo posible por acudir a todos, aunque solo sea un rato y a costa de no profundizar en las relaciones con personas que me importan. A veces, no me apetece nada estar en una de esas reuniones, pero el miedo a perdérmelo o, incluso, a que se olviden de mí y no vuelvan a contar conmigo es superior a mis pocas ganas.
- Lo paso mal cuando mis amigos hablan sobre algún lugar al que han ido o acerca de algo que han hecho juntos y en lo que yo no he participado.
- Voy a los conciertos y me paso más tiempo grabando con el móvil para compartirlo en redes sociales que disfrutando de la música. Por muy satisfactorias que sean mis experiencias, si no las comparto públicamente me da la sensación de que no son tan buenas.
- Llego tarde siempre a todos los sitios. No quiero malgastar ni un segundo de mi vida e intento hacer tantas cosas antes de salir de casa que, por muy deprisa que vaya, nunca llego a tiempo.
- Desde que teletrabajo, me siento más inseguro y tengo la sensación de que si no estoy presente físicamente en mi lugar de trabajo me estoy perdiendo algo importante que podría afectarme a nivel laboral.
- Cuando utilizo alguna aplicación de citas no soy capaz de crear vínculos con nadie porque no puedo evitar pensar en todo el abanico de posibilidades que tengo ante mis ojos y que podría estar perdiéndome. Siempre que existe la posibilidad de llegar a algo más serio con alguien me invade el miedo a estar equivocándome.
Síntomas físicos y mentales
Si bien, y como señalaba al principio del artículo, el síndrome FOMO no está reconocido como trastorno, a menudo va asociado a numerosos síntomas, tanto físicos como mentales. Entre ellos:
- Cansancio físico y sensación de agotamiento mental y emocional.
- Falta de concentración en tareas cotidianas.
- Dificultad para dormir.
- Sentimientos de tristeza y síntomas depresivos.
- Aumento de estrés y frustración.
- Cefaleas tensionales.
- Insatisfacción causada por la idealización de otras personas y otras formas de vida.
- Aislamiento. Paradójicamente, al intentar no perderse nada y estar en permanente contacto (virtual) con otras personas, quienes sufren este problema pasan cada vez más tiempo en el mundo online que en la vida real y en consecuencia cada vez se aíslan más.
- Ansiedad cuando no se tiene ocasión de responder inmediatamente a cualquier mensaje o comentario que se recibe vía móvil o a través de las redes sociales.
- Sonidos ilusorios. Este fenómeno se conoce también como síndrome de la llamada o alerta fantasma. Se refiere a sonidos que la persona cree escuchar en forma de notificación, mensaje, etc. y que no son reales.
- Sensaciones de soledad, abandono y exclusión por no participar en eventos o experiencias.
La necesidad de pertenencia y el miedo a la exclusión social
La necesidad de pertenencia y de estar conectados socialmente a otros es mucho anterior a internet. Es innata al ser humano y una necesidad básica desde la infancia. Necesitamos sentirnos parte de un grupo, ya sea de nuestra familia, de los amigos o los compañeros de trabajo. Cuando percibimos que formamos parte de una comunidad y que los demás nos aprueban, nos sentimos mejor con nosotros mismos.
Lo que ocurre es que, mientras que antes se afianzaba ese sentido de pertenencia en la calle, el parque o el colegio, ahora la mayoría de los jóvenes lo hacen en mayor medida interactuando en el mundo virtual. Lo que lleva a que la socialización en vivo y en directo sea menos habitual y más complicada.
Por otra parte, esta necesidad de pertenencia y de encajar está íntimamente vinculada al miedo al abandono y a la exclusión. Precisamente, el miedo a la exclusión social también favorece la aparición del FOMO, que en este caso funciona como un mecanismo de defensa inconsciente. Si estoy siempre en todas las conversaciones, en todas las reuniones o en todos los eventos no me van a abandonar, no se van a olvidar de mí, no me van a excluir. Si estoy siempre ahí seré importante para los demás.
El FOMO como mecanismo de autorregulación
La teoría de la autodeterminación, surgida del trabajo de los investigadores Edward L. Deci y Richard M. Ryan puede ayudarnos a comprender mejor las causas del FOMO. Según esta teoría, para lograr una autorregulación eficaz y alcanzar el bienestar psicológico debemos tener cubiertas tres necesidades psicológicas básicas:
- Competencia. Sentir que tengo la capacidad de actuar eficazmente y que poseo el control sobre los resultados de esa acción. Básicamente, tener confianza en mis propias habilidades.
- Autonomía. Sentir que tengo capacidad de elección y que yo decido y controlo mis objetivos y mi comportamiento.
- Relación. Sentirme conectado con los demás, sentir que pertenezco a una comunidad.
Cuando estas necesidades se satisfacen, nuestra automotivación y nuestra salud mental mejoran. Pero si no se cubren, aparecerá el malestar psicológico y junto a él el FOMO. En este sentido, el FOMO puede entenderse como un mecanismo de autorregulación que se pone en marcha cuando percibo que mis necesidades de competencia, autonomía y de relación no están siendo satisfechas.
El peligro de tener demasiadas opciones donde elegir
Tener muchas opciones parece algo bueno, hasta que empezamos a preguntarnos de forma obsesiva si hemos tomado la decisión correcta. Uno de los factores que influye en que tengamos la sensación de que la vida pasa y quizá no la estamos aprovechando como deberíamos es la ingente cantidad de oportunidades con las que nos topamos en nuestro día a día. Viajes, eventos sociales, infinitas posibilidades de ocio, un amplio abanico de potenciales parejas ofrecido por las aplicaciones de citas… hasta los catálogos de las plataformas de streaming parecen inabarcables. Tenemos muchas más opciones de las que podemos procesar.
En su libro The Paradox of Choice: Why More is Less (La paradoja de la elección: Por qué más es menos), Barry Schwartz afirma: «Aprender a elegir es difícil. Aprender a elegir bien es más difícil. Y aprender a elegir bien en un mundo de posibilidades ilimitadas es aún más difícil, quizá demasiado». Según este psicólogo estadounidense, el aumento de opciones que nos ofrece la sociedad de consumo nos aleja de la felicidad en lugar de acercarnos a ella. Estos son algunos de los motivos por los que tener mucho donde elegir puede aumentar nuestra frustración e intensificar el FOMO:
- Necesitamos más tiempo para elegir entre las mil y una posibilidades que se muestran ante nosotros. Cuando las opciones son pocas, podemos comparar antes y decidir más rápido.
- Las opciones que hemos descartado siguen ocupando un espacio mental en nuestra mente.
- El valor que damos a las cosas depende a menudo de con qué las comparamos. Cuando hay muchas alternativas, es fácil fijarse en las características atractivas de las que se han rechazado. Esto hace, a su vez, que nos sintamos insatisfechos con la opción elegida, aunque sea estupenda.
- Con muchas opciones disponibles aumentan las expectativas sobre qué hace bueno a un determinado producto.
- También es fácil tener remordimientos y creer que podríamos haber hecho una elección diferente con un resultado mejor. Este arrepentimiento neutraliza la satisfacción que podríamos haber tenido aun en el caso de haber tomado la mejor decisión. Si esto ocurre nos culparemos a nosotros mismos por tomar malas decisiones, lo que en algunas personas repercutirá en su autoestima y en su estado de ánimo.
(En este blog puedes leer el artículo «Paradoja de la elección: Cuantas más opciones, más insatisfacción»)
Otros factores que nos hace más vulnerables al FOMO
Los más jóvenes corren más riesgo de experimentar FOMO debido a la mayor cantidad de tiempo que pasan en ‘modo online’ y a una mayor sensibilidad y necesidad de aprobación social y pertenencia. Sin embargo, cualquiera puede sufrirlo. Hay determinadas características que favorecen su aparición.
- Tendencia al perfeccionismo y a la autoexigencia. Las personas que tienen estos rasgos de personalidad siempre tienen la sensación de que les falta algo, da igual lo que hagan. Viven con una permanente sensación interna de satisfacción.
- Problemas para relacionarse socialmente. Muchas personas que sufren ansiedad social y tienen dificultades a la hora de comunicarse recurren a las redes sociales para cubrir sus necesidades de relación y disminuir el sentimiento de soledad. Sin embargo, esta conducta acaba reforzando la evitación del cara a cara y, en consecuencia, aumentando la ansiedad social.
(En este blog puedes leer el artículo «Ansiedad social: Mucho más que timidez») - Baja autoestima. Tener un bajo nivel de satisfacción con la propia vida y una autoestima débil favorece que dependamos de los refuerzos positivos que vengan de otros.
- Experiencias traumáticas. Haber sufrido pérdidas importantes en la infancia o haber vivido situaciones dolorosas en las que uno se ha sentido excluido o no aceptado puede sensibilizar a una persona y hacerla más vulnerable al FOMO. En estos casos la necesidad de estar siempre presente en cualquier situación puede constituir una respuesta frente a esas inseguridades.
Referencias bibliográficas
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