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diciembre 2019

¿Estás preparado para cumplir tus propósitos de Año Nuevo?

Motivación y voluntad, claves en tus propósitos de Año Nuevo (pero sin obsesionarte)

Motivación y voluntad, claves en tus propósitos de Año Nuevo (pero sin obsesionarte) 2040 1522 BELÉN PICADO

Llega un nuevo año y con él nuevos propósitos, objetivos e ilusiones. Muchos en esta época hacemos balance de lo vivido, nos cargamos de motivación y fuerza de voluntad y nos planteamos, o bien nuevos retos, o retomar los que no hemos completado en el año que termina. Y eso está bien porque marcarnos metas nos ayuda a evaluar en qué punto de nuestra vida nos encontramos y qué cosas son importantes para nosotros. Sin embargo, muchas veces nos obsesionamos o nos tomamos el proceso como un sprint en vez de como una carrera de fondo y nos ‘desinflamos’ en las primeras semanas. Para que esto no pase es importante elegir bien el reto, dosificar las fuerzas y tomárselo con calma. ¿Estáis preparados?

Maslow y su pirámide de necesidades

Los objetivos que vamos marcándonos a lo largo de la vida, y no solo cuando comienza el año, están muy relacionados con nuestras necesidades como personas. En 1943, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow desarrolló su popular pirámide, que él bautizó como “jerarquía de necesidades”. Como puedes observar en el dibujo, en la base de la pirámide están las necesidades más básicas, que son las primeras que los seres humanos buscamos satisfacer. Una vez cubiertas estas, trataremos de hacer lo mismo con las necesidades de seguridad y protección, que están en el segundo nivel; con las de afiliación y afecto, situadas en el tercero; con las de reconocimiento, en el cuarto; y así hasta llegar a la cúspide de la pirámide, ocupada por las necesidades de autorrealización.

Maslow estableció una jerarquización de las necesidades del ser humano y las reflejó en una pirámide

Según la jerarquización que estableció Maslow, cuando nos proponemos un objetivo, nuestras acciones van dirigidas a cubrir alguna de esas necesidades, ordenadas en función de lo importantes que son para nuestro bienestar. Y dichos objetivos dependerán de las metas que ya hayamos alcanzado y de las que nos quedan por cumplir. Esto significa, por ejemplo, que para empezar a preocuparnos por sentirnos autorrealizados, antes tendremos que tener el alimento asegurado, un buen estado de salud y unas necesidades de afecto cubiertas.

Hacer deporte, uno de los objetivos más habituales que nos marcamos al empezar el año, podría situarse en diferentes niveles de la pirámide según el significado que tenga para cada uno. Para algunas personas estaría en el segundo nivel, si lo ven como una fuente de salud y un modo de estar en forma, mientras que otras pueden considerarlo una manera de socialización y por tanto situarlo en el tercer escalón, el de la afiliación. En el nivel de afiliación también se situaría otro propósito común a principios de año, como encontrar pareja, mientras que lograr un mejor empleo estaría en el nivel de seguridad.

Ante todo, motivación y fuerza de voluntad

Una vez elegido el objetivo, se requieren dos elementos indispensables si queremos alcanzarlo: motivación y fuerza de voluntad. Generalmente, si nos sentimos muy motivados a hacer algo, no solemos necesitar ni una pizca de voluntad, al menos al principio. Cuando alguien dice: “Quiero perder peso, pero no tengo fuerza de voluntad para lograrlo”, generalmente lo que no tiene es un motivo lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Ahora bien, esa motivación no estará al mismo nivel todos los días, ni siquiera a todas horas del día. Si te has propuesto ir al gimnasio tres veces a la semana, habrá días en que no te costará hacerlo; otros, sin embargo, estarás muy cansado o, simplemente, preferirías quedarte tirado en el sofá. Y es justo ahí donde entra en escena la fuerza de voluntad, una capacidad que podemos aprender y desarrollar. Es como un músculo que se puede entrenar. Pero para ello necesitarás esfuerzo, constancia y asumir que en la mayoría de las ocasiones no obtendrás la recompensa esperada de inmediato. Esto último no resulta fácil en una época en la que prima la cultura de la inmediatez y donde los impulsos e instintos toman el control al mismo tiempo que la voluntad y la reflexión pierden protagonismo.

Motivación y voluntad son igualmente necesarios a la hora de plantearte un objetivo. Cuando la motivación decaiga, hay que tirar de la fuerza de voluntad. Y cuando esta empiece a agotarse, será el momento de recordar el motivo que nos llevó a elegir nuestro objetivo.

Asumiendo que cuanto más fuerte sea la motivación, más fuerte será la voluntad, busca tus propias razones para trazarte una meta. Muchas veces confundimos lo que deseamos con lo que otros nos sugieren o lo que está bien visto. Así que descubre qué es lo que realmente deseas y ve a por ello. Cuanto más especial sea ese propósito para ti, más presente lo tendrás durante todo el proceso y más fácil será recurrir a él en los momentos de bajón.

La motivación y la fuerza de voluntad son importantes para lograr cualquier reto

Algunas pautas

  • Si atraviesas un momento difícil emocionalmente, es mejor que esperes a que las aguas se calmen para poner en marcha tu plan.
  • El autocontrol y la fuerza de voluntad tienen un límite. Aunque ahora mismo estés eufórico y deseando ponerte en marcha, no abuses y prioriza objetivos. Elige el más importante para ti, asegúrate de que sea realista y alcanzable y ve a por él.
  • El cerebro necesita recompensas para cambiar de hábitos, así que prémiate según vayas superando etapas. Felicitarte y valorar tus propios esfuerzos es clave para seguir avanzando y que la motivación no decaiga.
  • Si asumes que las recaídas son parte del proceso, no te vendrás abajo cuando las fuerzas flaqueen. Cuando llevamos realizado un gran esfuerzo para alcanzar el objetivo es normal sentir la tentación de tirar la toalla. Es entonces cuando necesitamos para un momento, respirar y recordar por qué comenzamos.
  • Hay ocasiones en las que, pese a nuestros esfuerzos, el camino se hace muy cuesta arriba y no sabemos cómo continuar. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírsela a un amigo, a alguien con experiencia en un objetivo similar al tuyo o a un profesional (si lo deseas, puedes contactar conmigo y veremos juntos el mejor modo de que cumplas tus metas).

Relájate y disfruta del camino

En el camino hacia nuestro propósito, es posible que encontremos un objetivo inesperado, uno que no figuraba en nuestro plan. Si bien es cierto que cuando elegimos una meta conviene que sea concreta, tener un objetivo marcado con excesiva claridad puede limitar nuestra capacidad de descubrimiento y la posibilidad de encontrar nuevos retos.

Como explica Antonio Blanco Prieto en su libro Las claves de la motivación, plantearse metas en la vida no solo es aconsejable sino necesario, “pero no deben ser tan inflexibles que nos impidan ver los árboles del bosque. No se trata de cambiar de finalidad ante cada dificultad, sino de enriquecernos y valorar si realmente lo que queremos es lo que nos hemos marcado como meta o más bien la incertidumbre nos arrastra hacia nuevos puertos en los que sentirnos más tranquilos y satisfechos”.

Podemos actuar como un turista que sigue al pie de la letra las rutas recomendadas en una guía. O, como nos invita Prieto, recorrer el camino como “un viajero que, aunque tiene un objetivo global, este no es tan rígido como para impedirle mirar a su alrededor y descubrir la vida que late tras los monumentos más emblemáticos de la ciudad”.

Pon en marcha tu motivación y tu fuerza de voluntad para alcanzar tus objetivos, pero sin obsesionarte.

Y si finalmente no alcanzamos nuestro propósito, siempre tendremos otras oportunidades para retomarlo o para comenzar de nuevo. Al fin y al cabo, la Tierra seguirá girando aunque nosotros necesitemos marcar un límite entre un año y el siguiente. La vida nos ofrece la oportunidad de empezar de cero cada año, cada mes, cada semana, cada día y cada momento.

“Este instante es una invitación para empezar de nuevo… Empieza desde donde estés” (Jeff Foster)

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Pasar la Navidad sin la familia, ¿por qué no? 1500 1000 BELÉN PICADO

La Navidad ideal es aquella que vivimos como deseamos y con las personas que elegimos. Si optamos por pasarla en familia porque ansiamos el reencuentro con nuestros seres queridos, seguro que será fantástico. Sin embargo, también hay personas que, por diferentes razones, prefieren pasar la Navidad sin la familia, con amigos o, incluso, solos. Y estas opciones también son perfectas. Pero… ¿es posible disfrutar de esta época fuera del círculo familiar y las costumbres que se han seguido durante años?

Mucha gente tiene la creencia irracional de que no queda más remedio que reunirse con la familia y no hay otra opción posible. De este modo la Navidad pasa de ser una época de disfrute a convertirse en una sucesión de obligaciones. Las compras, la presión para que todo salga perfecto en Nochebuena o Nochevieja, el peregrinaje por las casas de parientes o la añoranza de los que no están pueden suponer una carga de estrés difícil de gestionar.

Algunas personas se plantean en estos casos romper la tradición y pasar la Navidad sin la familia. Pero los ‘debería’ son un obstáculo complicado de sortear y acaban renunciando a su deseo por no ‘traicionar’ al clan. Esta obligación que nosotros mismos nos imponemos provoca ansiedad y sentimientos de culpa, que impiden adoptar pensamientos más flexibles y visualizar otras opciones.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Foto de Denise Johnson en Unsplash

¿Navidad, dulce Navidad?

Aunque, teóricamente, se trata de una época de euforia, felicidad y buenos deseos, hay quien no considera estos días una ocasión especial para sentirse exultante; al contrario, le invade cierto malestar, que en ocasiones se transforma en ansiedad y angustia. Y entre los factores que pueden influir en este estado está el reencuentro con la familia de origen.

Es posible que nos reunamos con parientes a los que apenas conocemos y solo vemos en estas fechas (tíos o primos segundos a quienes únicamente estamos conectados a través del árbol genealógico) o con familiares más cercanos, pero con los que puede haber algún asunto pendiente. En casos más extremos, incluso, existe algún acontecimiento traumático del pasado en el seno familiar (abusos, maltrato…) que hace que acudir a estas reuniones sea especialmente estresante y doloroso. En estas situaciones pasar la Navidad sin la familia es una opción nada desdeñable.

No es extraño que coincidan en espacio y tiempo individuos con personalidades de lo más dispares, que no se reunirían en otras circunstancias. Y si a esto se suma el consumo de alcohol, la mesa puede convertirse en un auténtico campo de minas. Lo que tienes reprimido se escapa y si surge de forma reactiva y brusca, puede desatarse una bronca que solo enconará más los posibles conflictos.

Navidad sin la familia, ¿por qué no?

Imagen de Freepik

Familia de sangre versus familia elegida

Lionel, un periodista argentino asentado en España desde hace varios años relata en este artículo cómo ha vivido la Navidad durante este tiempo. Primero, como la persona que se ve obligada a dejar su hogar y se encuentra en un país desconocido. Luego, como el joven que también quiere disfrutar de estas fechas fuera de la familia: «Hasta hace unos años, me sentía mal saliendo de fiesta en Nochebuena o saliendo demasiado pronto en Nochevieja. Lo primero era la familia y a ellos debía la lealtad. Romper esa idea no sólo nos permitió salir de la casa-búnker para encontrarnos en grupo. Romper con el puritanismo familiar también me llevó a empezar a darle importancia a esa familia escogida, a esa red que mi madre se empeñó en descalificar cuando decía que ‘los amigos van y vienen pero la familia está siempre».

Fuera de los lazos de sangre, a lo largo de la vida vamos creando otros vínculos que elegimos nosotros y que no nos vienen dados por azar. Son personas que nos ayudan a evolucionar, nos apoyan en momentos difíciles, nos escuchan sin juzgar o nos confrontan cuando es necesario… Es la familia elegida. Unas veces es un complemento a la familia de origen y otras cubre las necesidades afectivas que esta no ha podido satisfacer. Lo importante es buscar vínculos seguros y redes afectivas que fomenten el apoyo, la seguridad y el crecimiento y desde donde afrontar los momentos difíciles.

Tomar conciencia de nuestras necesidades y poder escoger con quién estar, así como tener la posibilidad de encontrar otros espacios fuera del seno familiar no solo nos permite valorar más a la gente que nos rodea. También nos ayuda a adquirir recursos para manejarnos en situaciones incómodas que pueden aparecer en la convivencia familiar, como poner distancia cuando algo nos hace daño o aprender a establecer límites.

Pese a que nos han educado para poner a la familia por delante de todo, a veces se generan dinámicas tóxicas que producen malestar y sufrimiento. Es el caso de las familias donde la comunicación no fluye y los problemas van tapándose hasta que explotan en el momento menos adecuado. O aquellas en las que se tiende a culpabilizar a cualquier miembro que trata de seguir su propio criterio. En la mayoría de los casos, no se trata de dinámicas conscientes. Lo que ocurre es que no se ha aprendido a establecer un vínculo seguro: hay buenas intenciones, pero malos métodos.

Imagen de Freepik

Elige lo que te haga feliz

Sumarte a todas y cada una de las reuniones familiares, escaparte a la playa con tu pareja, pasar unos días en la montaña con tus amigos, prepararte una cena rica en casa y ver la tele hasta las tantas… Cualquier opción es perfecta si te hace feliz y, sobre todo, si la eliges tú. Y si este año, por primera vez, decides saltarte la tradición, pasar la Navidad sin la familia y hacer planes sola o solo, con tus amigos o con tu pareja, adelante. Verás que no se acaba el mundo por ello. ¡Felices fiestas!

Por qué no nos movilizamos contra el cambio climático

Cómo influyen emociones y creencias en nuestra percepción del cambio climático

Cómo influyen emociones y creencias en nuestra percepción del cambio climático 2560 1440 BELÉN PICADO

Impotencia, rabia, tristeza, miedo, depresión, culpa son algunas de las emociones que pueden emerger si nos paramos a reflexionar sobre el cambio climático. Entonces, ¿por qué no nos movilizamos para evitar que la situación empeore y llegue a un punto de no retorno?

Una encuesta realizada por el Real Instituto Elcano refleja que la mayoría de los españoles piensa que el cambio climático es la principal amenaza del mundo e, incluso, se consideran insuficientes los compromisos institucionales y políticos actuales. Sin embargo, a nivel individual somos mucho menos conscientes de nuestra cuota de responsabilidad. Nos situamos en el papel de espectadores o víctimas, pero no en el de personas responsables de la evolución del cambio climático. ¿Por qué ocurre esto?

El cambio climático es una realidad

Negando nuestra responsabilidad

La negación es un mecanismo de defensa que puede resultar adaptativo en ciertas ocasiones. Por ejemplo, ante la muerte de un ser querido la negación al principio del proceso ofrece algo de tiempo para empezar a asumir su pérdida. Por lo que respecta al ámbito del medio ambiente, la perspectiva de un cambio irrevocable del clima a nivel global es lo suficientemente aterradora como para activar defensas emocionales como la negación. Si no asumo mi responsabilidad personal y la delego en gobiernos y multinacionales, me resultará más fácil eludir la ansiedad y el sentimiento de culpa.

A esto se une, en algunas ocasiones, cierto ‘optimismo irracional‘. Según esta creencia, la solución está en manos de los científicos que, tarde o temprano, encontrarán la forma de detener los efectos del calentamiento global sin que sea necesario que como individuos realicemos ningún cambio en nuestros comportamientos cotidianos ni en nuestro modo de vida.

El psicólogo y economista noruego Per Espen Stoknes habla de una «paradoja psicológica en el cambio climático«. Dicha paradoja establece que al mismo tiempo que cada vez hay más pruebas y más consenso entre los científicos de que el ser humano es el principal responsable del calentamiento del planeta, también disminuye la preocupación y el apoyo a las políticas ambientales más ambiciosas. O lo que es lo mismo, somos conscientes de la amenaza, pero no pasamos a la acción.

En otros casos se produce una sensación de indefensión ante algo “demasiado grande y complejo” que está fuera de nuestro control como individuos. Ejemplos ilustrativos son frases como “Si los científicos y los políticos no se ponen de acuerdo, menos puedo hacer yo” o “El hecho de que yo deje de utilizar el coche a diario no va a resolver los problemas de contaminación”.

El modo en que percibimos la naturaleza también afecta al grado de inquietud ante el cambio climático. Así, percibirla como caprichosa e impredecible se asocia a una menor preocupación: si los procesos naturales no responden a una lógica específica no merece la pena preocuparse por ellos dado que son incontrolables.

Mientras no asumamos cierto grado de responsabilidad, es muy poco probable una conducta proambiental. Atribuir el calentamiento global al comportamiento individual, en lugar de hacerlo a procesos industriales globales, ayuda a percibirlo como algo más controlable desde la acción individual. Esto implica percibir el problema de forma más grave, pero a la vez aumenta la capacidad de poner en marcha acciones para solucionarlo.

Es necesario asumir nuestra responsabilidad individual en el cambio climático

Percepción del riesgo

El cambio climático es un problema ambiental global y, en cierta medida, impersonal y eso dificulta que lo veamos como una amenaza inminente. Los riesgos que son personales, concretos e inmediatos tienden a generar una mayor percepción de riesgo e indignación. Sin embargo, los que no suponen una preocupación urgente para nosotros tienden a producir más indiferencia. ¿Os habéis fijado que a menudo en los medios de comunicación se transmite información sobre escenarios futuros (2050, en los próximos 20 años…)?

Según el premio Nobel Daniel Kahneman, autor del libro Pensar rápido, pensar despacio, “para que la gente se movilice por una causa ha de existir un componente emocional. Sea lo que sea, tiene que percibirse como respuesta a un asunto inminente y prominente, que sobresalga con fuerza propia sobre todos los demás».

El hecho de que el cambio climático se considere algo inevitable también influye en nuestra pasividad. Lo mismo que no saber con certeza cómo evolucionará en un futuro o que no tenga un origen concreto. Un incendio puede surgir por dejar una colilla mal apagada, por ejemplo. Pero el cambio climático es el resultado de una suma de malas actuaciones individuales y sociales.

Cuanto más cerca, más conciencia

Muchas de las informaciones que recibimos sobre el calentamiento global hacen referencia a lugares tan lejanos como el Ártico o la Antártida. Sin embargo, si ocurre una catástrofe natural o ecológica cerca de nosotros es mucho más probable que se produzcan movilizaciones. Es el caso de las numerosas concentraciones que han tenido lugar en Murcia desde que miles de peces aparecieron muertos en 2019 en el Mar Menor.

Manifestación por el Mar Menor

Según numerosos estudios, el apego al lugar, o vínculo afectivo que se establece entre las personas y el territorio que habitan, favorece la percepción del problema y tiene un efecto movilizador en las prácticas medioambientales. Asimismo, el modelo concéntrico de responsabilidad hacia los demás establece que se genera una responsabilidad más fuerte con aquellos que están física o afectivamente más cerca de nosotros.

Lo que está claro es que Tierra solo hay una y si seguimos mirando hacia otro lado acabaremos por cargarnos nuestro propio hogar. Como individuos todavía estamos a tiempo de hacer algo. Las pequeñas acciones son las que acaban generando los grandes cambios. Este es el mensaje que busca transmitir este cuento:

-Dime, ¿cuánto pesa un copo de nieve? -preguntó un gorrión a una paloma.
-Nada de nada, le contestó la paloma.
-Entonces, si es así debo contarte una historia, dijo el gorrión:
Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada ni una ventisca furibunda. Nada de eso.
Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 3.741.952. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró.
Dicho esto, el gorrión se alejó volando.
Y la paloma, toda una autoridad en la materia desde la época de Noé, quedó cavilando sobre lo que el gorrión le contara y al final se dijo:
-Tal vez esté faltando la voz de una sola persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo.

La frustración nos enseña que unas veces se gana y otras se aprende

La frustración nos enseña que unas veces se gana… y otras se aprende

La frustración nos enseña que unas veces se gana… y otras se aprende 2560 1920 BELÉN PICADO

La vida es alegría y también tristeza; salud y también enfermedad; felicidad y también amargura; es ganar y también perder. La mayoría lo sabemos, al menos en la teoría. En la práctica, se nos olvida cuando no alcanzamos un objetivo por el que hemos luchado duro, cuando nuestras expectativas no se cumplen o si no conseguimos algo que creemos merecer. Esa mezcla de decepción, ira y angustia que experimentamos en situaciones así, se conoce como frustración. Es un estado desagradable, pero pasajero. Sin embargo, las personas con una baja tolerancia a la frustración lo viven como una emoción insoportable y permanente, lo que les genera un alto grado de ansiedad.

Desde que nacemos, nuestra vida es una sucesión de frustraciones

En la primera etapa de la vida, el bebé depende totalmente de los adultos para satisfacer necesidades básicas como la alimentación o el sueño. En ese momento es necesario satisfacerlas de forma inmediata porque esa será la base sobre la que construirán su seguridad y su estabilidad emocional.

Más tarde, a medida que el niño crece va comprobando que el mundo no es un camino de rosas. Por ejemplo, cuando mamá no acude a su lado tan pronto como él quiere o cuando no consigue el juguete que había pedido a los Reyes… Así va aprendiendo que no siempre puede lograr todo lo que desea con la inmediatez que exige.

Es en la infancia cuando a los padres les toca hacer ver a sus hijos que en ocasiones toca esperar o que, incluso esperando, puede que los deseos no se cumplan. Enseñarles a sobrellevar esos momentos forma parte de la educación emocional del niño y le ayuda a adquirir una mayor tolerancia ante la incertidumbre y la falta de control ¿Cómo? Enseñándoles a reconocer y a soportar la frustración y las emociones asociadas como la tristeza o la ira, animándolos a alcanzar objetivos realistas y acordes a su edad, estableciendo límites y normas claras, enseñándoles a responsabilizarse de sus actos… Como dice la psicóloga María Jesús Álava, “la frustración es la llave de la inteligencia” porque ayuda al niño a elaborar recursos que necesitarán cuando estén ante circunstancias difíciles.

Hay que entrenar la tolerancia a la frustración desde la infancia

La importancia de la paciencia

Vivimos en la sociedad de lo inmediato. Cada vez es menor el lapso de tiempo entre querer algo y conseguirlo. Con un simple click podemos hacer la compra, realizar gestiones bancarias, conocer a nuestra futura pareja… Y en estas condiciones se hace muy difícil cultivar la paciencia. En vez de esperar el momento adecuado, analizar la situación o ir paso a paso buscamos triunfar con un chasquido de dedos. Y si fracasamos nos desesperamos, nos enfadamos, nos deprimimos o echamos la culpa al resto del mundo. La frustración nos pone cara a cara con el hecho de que no podemos controlarlo todo en nuestra vida, ni el mundo gira en torno a nuestros deseos y, de paso, nos recuerda la importancia de la paciencia.

Porque aprender a tolerar la frustración pasa por entrenar la paciencia, pero no entendiéndola como resignación o como una espera pasiva sino como fortaleza para atravesar situaciones complicadas sin derrumbarnos. Lo primero es ver en qué situaciones somos impacientes para luego valorar qué factores alimentan nuestra inquietud y qué recursos tenemos para contrarrestarlos. Si, por ejemplo, tienes que ir al médico, sabes que suele ir con retraso y eso te altera, puedes aprovechar para leer o, simplemente, para escuchar música.

La paciencia nos ayuda a afrontar mejor la frustración

Hacer las paces con el fracaso

Éxito y fracaso son dos caras de la misma moneda y ninguna por sí misma nos define como personas. Fracasar o equivocarte no te convierte en un peor ser humano ni conseguir lo que te propones te hace ser mejor. Por otro lado, cuanto más te domine el miedo al error y el temor al rechazo o la burla, más estresado actuarás y más posibilidades tendrás de fallar.

Cuando conseguimos lo que queremos pocas veces nos paramos a reflexionar sobre cómo hemos llegado a ese éxito. Un fracaso, sin embargo, facilita esa reflexión, nos muestra cuáles son nuestros límites y nos recuerda que a veces hay circunstancias sobre las que no tenemos ningún poder.

Si logramos sostener la frustración que conlleva el fracaso comprenderemos que el hecho de no conseguir algo concreto no significa ser un fracasado. Si te quedas enganchado en ese fracaso puntual, la frustración te cegará y no te dejará ver otras posibilidades. Una vez le preguntaron a Thomas Alva Edison, el inventor de la bombilla, si no le frustraba haber fracasado en más de mil intentos. Él respondió: “¡No son mil fracasos! ¡He descubierto mil formas de cómo no debe hacerse una bombilla!”. Cada intento fracasado le enseñaba que esa no era la forma de resolver el problema y que debía buscar otras alternativas.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «10 lecciones que puedes aprender de los fracasos«)

A veces las cosas no salen como esperamos. Y no es el fin del mundo

“Si deseas algo con muchas ganas y se lo pides al universo, lo conseguirás”. Lamentablemente, la vida no funciona así. O al menos, no siempre. Cuando creemos que pensando en positivo lograremos lo que nos propongamos, estamos negando una realidad básica. En la vida pasan cosas que no controlamos y no todo sucede según nuestros deseos. Empeñarnos en negar o cerrar los ojos ante las circunstancias negativas que se cruzan en nuestro camino solo puede provocarnos frustración.

Hacer una pausa mientras vivamos estas situaciones desfavorables nos permitirá analizar y reflexionar sobre lo que ha ocurrido. Si somos capaces de mantener la calma y existe una alternativa será más fácil encontrarla. Y, si no hay ninguna posibilidad de alcanzar nuestro objetivo, al menos sacaremos un aprendizaje de ello y reforzaremos nuestra capacidad de afrontamiento.

La frustración es una parte más de nuestra existencia y hay que aprender a convivir con ella. Cuando aceptemos que a veces las cosas no salen como esperamos, la decepción dejará paso a la esperanza y a la oportunidad de descubrir y experimentar cosas nuevas que seguirán enriqueciendo nuestro día a día.

A veces las cosas no salen como esperamos y el mundo no se acaba por ello

Como dice el cuento Así es la vida, a veces un molesto resfriado nos obliga a cambiar nuestros planes, otras nos hacen un regalo que no nos gusta nada, otras nos sentimos inútiles o impotentes. Hay días en que, cuando más necesitamos a alguien, no aparece y nos sentimos terriblemente solos… Pero, en realidad, todos esos momentos no son más que invitaciones a nuevos descubrimientos. Porque… «así es la vida y no nos la podemos perder».

Si te interesa

Una película

Pequeña Miss Sunshine. Esta deliciosa película de 2006 relata el viaje de una peculiar familia estadounidense, desde Nuevo México hasta California, para apoyar a la hija menor, que sueña con conseguir un título de belleza infantil. Las dificultades irán sucediéndose a lo largo del camino, pero ellos, asumiendo de modo natural cada obstáculo, las convertirán en aprendizajes. No solo saldrán reforzados como familia; también crecerán como individuos.

Un cuento

Así es la vida, de Ana-Luisa Ramírez y Carmen Ramírez. “En la vida, hay veces que deseamos cosas…/ … Y las conseguimos. / Pero también hay veces que, por más que persigamos algo con todas nuestras fuerzas / o incluso lo necesitemos muchísimo, / no hay forma de conseguirlo./ Así es la vida”. Así empieza un cuento precioso sobre la aceptación de la vida tal y como va llegando, unas veces con alegrías, otras veces con tristezas, pero siempre abriendo nuevos caminos para seguir creciendo.

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