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septiembre 2019

Prosopagnosia o la incapacidad de reconocer una cara conocida

Prosopagnosia o ceguera facial: La incapacidad de reconocer una cara conocida

Prosopagnosia o ceguera facial: La incapacidad de reconocer una cara conocida 1792 1024 BELÉN PICADO

Hace unos días mi amigo Antonio se cruzó con una chica que le habían presentado recientemente y no dudó en saludarla. Ella se detuvo, le miró, se disculpó por no reconocerle y siguió su camino. Sorprendido porque solo unos días antes habían estado charlando durante horas, mi amigo se lo comentó a la persona que los había presentado. Esta le sacó de dudas: aquella chica padecía prosopagnosia, un trastorno neurológico conocido también como ceguera facial que impide reconocer los rostros a través de la vista, aunque pertenezcan a personas que conocemos.

Lo que les ocurre a estas personas es que saben que están viendo una cara y distinguen por separado las partes que la componen (nariz, ojos, boca…), pero no son capaces de relacionar estos elementos y asociarlos con una identidad. Teniendo en cuenta que los seres humanos somos eminentemente visuales y adquirimos la mayor parte de la información de nuestro entorno a través de la vista, esta circunstancia puede llegar a causar un gran malestar. Además, repercute también en las relaciones sociales, hasta el punto de que hay afectados que optan por aislarse y evitar el contacto con otras personas por miedo a no poder reconocerlas o dirigirse a ellas adecuadamente. Esto puede llegar a generar mucha ansiedad o llevar a la depresión.

Aunque esta afección se conocía ya desde el siglo XIX, fue el neurólogo alemán Joachim Bodamer quien, en 1947, lo definió por primera vez y acuñó el término «prosopagnosia» para documentar el caso de un soldado que, tras ser herido durante la II Guerra Mundial, había perdido la capacidad para reconocer a amigos y familiares viendo su rostro. Sin embargo, no tenía dificultad para identificarlos a través de su voz u otras características.

Prosopagnósicos famosos: Un famoso actor, una princesa y un respetado neurólogo

Entre los afectados por este trastorno, se encuentran personajes muy conocidos. Entre ellos, la etóloga Jane Goodall, famosa por sus estudios sobre la vida social y familiar de los chimpancés, la princesa Victoria de Suecia o el mismísimo Brad Pitt. El actor reconoció sufrir prosopagnosia en una entrevista publicada en 2013 en la revista Esquire, donde aseguró que en más de una ocasión le habían llegado a tomar por «un maleducado» a causa de esta condición.

También la padeció el neurólogo, escritor y divulgador científico Oliver Sacks, que recogió en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero el caso de un músico que sufría prosopagnosia y no era capaz de reconocer los rostros de las personas con las que se encontraba a diario, entre ellos el de su esposa.

Precisamente de la ceguera facial y de su propia experiencia, habla Sacks en un magnífico artículo que escribió para la revista The New Yorker: «Las fiestas, incluso mis propias fiestas de cumpleaños son todo un reto. (Más de una vez, Kate ha pedido a mis invitados que lleven etiquetas con su nombre.) Me han acusado de ‘despiste’, y sin duda es cierto. Pero creo que una parte significativa de lo que se ha dado en llamar ‘timidez’, ‘reclusión’, ‘ineptitud social’, ‘excentricidad’ e incluso ‘síndrome de Asperger’ es una consecuencia y una interpretación errónea de mi dificultad para reconocer caras».

En el mismo texto contaba este neurólogo británico que el psicólogo Ken Nakayama tenía colgado un cartel en la puerta de su despacho en el que se podía leer: «Recientes problemas oculares y una leve prosopagnosia me han dificultado reconocer a personas que debería conocer. Por favor, ayúdame diciéndome tu nombre si nos encontramos. Muchas gracias».

Brad Pitt afirma tener prosopagnosia

Brad Pitt

Una condición rara, pero no tanto

Aunque durante mucho tiempo se pensó que era una afección rara, según estudios como el publicado en 2023 en la revista especializada Cortex podría ser más frecuente de lo que se creía. Los autores de esta investigación concluyeron que la prevalencia de la prosopagnosia se sitúa en un continuo que varía tanto en gravedad como en síntomas y que afecta a entre el 1 y el 5 por ciento de los adultos.

Los investigadores han descubierto, además, que la prosopagnosia es más frecuente entre las personas con trastornos del espectro autista. Los resultados de un estudio realizado en 2020 revelaron que afecta a más del 36 % de los adultos autistas sin discapacidad intelectual.

En cuanto a su severidad, la ceguera facial no afecta en el mismo grado a quienes la padecen. Algunos prosopagnósicos, por ejemplo, pueden memorizar un determinado número de caras, mientras que otros apenas si identifican algunos rostros de sus familiares más cercanos. En los casos más graves, la persona ni siquiera es capaz de reconocerse en el espejo. Igualmente, hay afectados que tienen dificultades para recordar el aspecto de rostros familiares, pero no para ver diferencias en esos rostros cuando los ven en fotografías.

Tipos de prosopagnosia

Hay dos tipos de prosopagnosia:

  • Prosopagnosia adquirida.  Suele estar causada por una lesión cerebral provocada por un accidente cerebrovascular, un tumor cerebral, un traumatismo craneoencefálico o una infección que afecte a determinadas partes del sistema nervioso central. También puede aparecer en enfermos de alzhéimer. La mayoría de los casos documentados pertenecen a este tipo y también son los que se conocen más, probablemente porque se trata de personas que reconocían los rostros y algún accidente les impidió seguir haciéndolo. Por tanto, la incapacidad fue notoria para ellos.
  • Prosopagnosia congénita o del desarrollo. Es mucho más frecuente que la anterior, pero como en este caso los afectados no han podido reconocer bien las caras durante la mayor parte de sus vidas, en ocasiones no se dan cuenta de que padecen este desorden hasta que se les hace alguna prueba. Muchas de estas personas no confirman que lo tienen hasta los 20 ó 30 años, a veces incluso más tarde, y se culpan a sí mismas de falta de atención o de mala memoria.

Una investigación realizada en el Instituto de Genética Humana en Münster, Alemania, concluyó que la prosopagnosia, además, tiene un alto componente genético. Tras examinar a 689 estudiantes, los científicos diagnosticaron el desorden a 17. En posteriores entrevistas con las familias de 14 de estos jóvenes, todos tenían, al menos, un pariente cercano con el mismo problema. Analizando estos resultados, pudieron establecer que esta condición se transmite por un gen dominante, lo que significa que si un padre lo tiene, sus hijos tiene un 50 por ciento de probabilidades de heredarla. De hecho, hay familias enteras que la tienen. En otro estudio, los investigadores Brad Duchaine y Ken Nakayama describieron una familia en la que diez miembros la padecían: los dos padres, siete de sus ocho hijos y un tío materno (el octavo hijo no puedo ser analizado).

Prosopagnosia o ceguera facial: La incapacidad para reconocer caras conocidas

Un fichero fotográfico en el cerebro

En nuestro cerebro hay células especializadas en identificar rasgos de las caras que vemos y localizarlos rápidamente en la base de datos mental de las personas que conocemos. El cerebro cuenta con un sistema de almacenamiento, parecido a un álbum fotográfico, donde podemos guardar hasta 10.000 caras diferentes a lo largo de la vida. Según algunos estudios, cualquiera puede reconocer a gente que conoció hace diez años e identificar al 90 por ciento de los compañeros del colegio de hace 35 años.

El proceso tiene lugar en tres etapas: primero, percibimos a través del sentido de la vista los rasgos físicos de esa cara. Con esa imagen en la mente, el cerebro determina si esos rasgos son conocidos o no. En caso de que lo sean, el siguiente paso es identificar el rostro con el nombre que le corresponde.

Sin embargo, hay quienes son incapaces de reconocer rostros, incluido el de sus seres queridos y el suyo propio, pese a un funcionamiento intelectual y una capacidad visual intactos.

El problema está en que el cerebro no es capaz de interpretar la información que proviene del sentido de la vista. Hay una especie de desconexión entre el cerebro y el ojo. Las principales zonas del cerebro involucradas en el reconocimiento facial son el giro fusiforme, el lóbulo temporal y la corteza occipital. Cuando se sufre prosopagnosia, estas áreas suelen estar dañadas, tanto si es congénita como si es adquirida.

¿Cómo se las arreglan las personas con prosopagnosia?

Quienes tienen que lidiar con este trastorno recurren a diferentes ‘trucos’ para aprender a vivir con él. Algunas personas, incluso, llegan a convertirse en auténticos expertos a la hora de ocultar su condición y no resulta fácil identificarlos.

  • Desarrollan estrategias para distinguir a las personas basándose en pistas como su corte de pelo, una nariz o un rasgo inusual (cicatrices, lunares…), una forma de andar o de moverse característica, ciertos accesorios como unas gafas, vestir con un determinado tipo de ropa, etc.
  • Evitan lugares, como reuniones o fiestas, donde podrían toparse con alguien a quien conocen o fingen caminar por la calle absortos en sus pensamientos para no pasar por maleducados.
  • Dan mucha importancia al contexto y a las expectativas. Por ejemplo, si soy profesora espero ver a mis alumnos en la escuela. A muchos, aunque no tengamos prosopagnosia, nos ocurre que nos cuesta reconocer a alguien si le vemos de forma inesperada en un lugar donde no solemos interactuar. Por ejemplo, ver en la playa a un vecino de nuestro barrio.

Como explica Oliver Sacks, estas y otras estrategias, tanto conscientes como inconscientes, «se vuelven tan automáticas que las personas con prosopagnosia moderada pueden no darse cuenta de lo deficiente que es en realidad su reconocimiento facial».

Aquí os dejo un vídeo en el que Oliver Sacks habla de su prosopagnosia

¿Existe tratamiento?

Todavía no existe tratamiento para esa afección, pero sí se puede aprender a vivir con ella. Además de practicar habilidades como las mencionadas antes, algunos especialistas trabajan con los afectados entrenando el reconocimiento de caras. Para ello se utilizan fotografías de familiares o amigos cercanos: emparejando imágenes idénticas, asociando caras y nombres, identificando expresiones faciales, etc.

Hace unos años la profesora de Psicología Sherryse Corrow puso en marcha en la universidad estadounidense de Bethe un programa de entrenamiento computarizado para mejorar el reconocimiento facial. Este y otros ejercicios online de entrenamiento pueden ayudar a los afectados a concentrarse mejor en las caras y discernir las diferencias entre ellas, mejorando así su capacidad para identificarlas.

En situaciones sociales, por ejemplo, puede ser de ayuda introducir ciertas preguntas en la conversación para obtener pistas sobre la identidad del interlocutor o pedir a la pareja o a un amigo cercano que facilite el nombre de la persona con la que se esté hablando. Incluso puede facilitar mucho las cosas explicar a la gente que se tiene este trastorno.

Aunque los resultados no son determinantes y hay que seguir investigando, algunas investigaciones han comprobado que la administración intranasal de oxitocina (hormona que facilita el vínculo social y el comportamiento prosocial) podría beneficiar a las personas afectadas. En uno de estos estudios se comprobó que los participantes que habían utilizado un aerosol nasal de esta hormona había experimentado una mejora temporal en su capacidad de procesamiento y reconocimiento facial.

Otros trastornos similares

Alexia pura: Los afectados por este trastorno no pueden leer normalmente, ni siquiera lo que ellos han escrito. Esto ocurre pese a una capacidad visual normal y pese a tener habilidad para entender lo que le dicen y escribir. Leen las palabras letra a letra, deletreando cada palabra antes de identificarla.

Zooagnosia: Dificultad para reconocer animales de la misma o de distinta especie.

Simultagnosia: El paciente fija la atención en un solo detalle de la escena que hay ante él y es incapaz de apreciar los demás objetos.

Metamorfopsia: Visión distorsionada de los rostros y dificultad para discriminar características faciales y gestos. Sin embargo, la capacidad para el reconocimiento de la identidad de las personas permanece intacta.

Acromatopsia: Incapacidad para percibir los colores de los objetos. Normalmente todo se ve en blanco y negro, pero en algunos casos el afectado puede distinguir los colores primarios.

Agnosia de movimiento: En este caso, la persona no puede percibir el movimiento de los objetos de manera continua. Por ejemplo, no vería un coche circulando, sino un vehículo detenido en una esquina; luego lo vería parado junto a él y, acto seguido, detenido en otra esquina. Estaría ante una secuencia interrumpida, sin continuidad

Referencias bibliográficas

Bate, S., Cook, S. J., Duchaine, B., Tree, J. J., Burns, E. J., & Hodgson, T. L. (2014). Intranasal inhalation of oxytocin improves face processing in developmental prosopagnosia. Cortex, 50, 55–63.

DeGutis, J., Bahierathan, K., Barahona, K., Lee, E., Evans, T. C., Shin, H. M., Mishra, M., Likitlersuang, J., & Wilmer, J. B. (2023). What is the prevalence of developmental prosopagnosia? An empirical assessment of different diagnostic cutoffs. Cortex: A Journal Devoted to the Study of the Nervous System and Behavior, 161, 51–64.

Duchaine, B., Germine, L., & Nakayama, K. (2007). Family resemblance: ten family members with prosopagnosia and within-class object agnosia. Cognitive Neuropsychology, 24(4), 419–430

Kennerknecht, I., Grueter, T., Welling, B., Wentzek, S., Horst, J., Edwards, S., et al. (2006). First report of prevalence of non-syndromic hereditary prosopagnosia (HPA). American Journal of Medical Genetics Part A, 140A(15), 1617–1622.

Minio-Paluello, I., Porciello, G., Pascual-Leone, A., & Baron-Cohen, S. (2020). Face individual identity recognition: a potential endophenotype in autism. Molecular Autism, 11(1), 81.

Sacks, O. (1985). El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Barcelona: Anagrama.

Sacks, O. (2010). Face-blind. A Neurologist Notebook. The New Yorker

El contacto físico es esencial en el alzhéimer

Caricias y mucho amor: el contacto físico es esencial en el alzhéimer

Caricias y mucho amor: el contacto físico es esencial en el alzhéimer 1920 1280 BELÉN PICADO

El tacto es el primer sentido en desarrollarse en el ser humano y también el último en dejar de funcionar. Llevo ya un tiempo realizando diversas tareas de estimulación cognitiva con personas con alzhéimer y cada día soy más consciente de la relación entre alzhéimer y contacto físico. Cuando están agitados no hay nada como una caricia o cogerles con suavidad la mano para que «regresen» conmigo y continúen con la tarea. Son gestos que les transmiten seguridad y, en ocasiones, resultan incluso más efectivos que las palabras. Y es que, tan importante como la estimulación cognitiva es la estimulación afectiva.

La importancia del tacto en la comunicación emocional

Del mismo modo que durante los primeros meses de vida el lazo de unión entre el bebé y su madre son las caricias, los besos o la sonrisa, estos gestos vuelven a convertirse en la principal vía de comunicación entre la persona con deterioro cognitivo y sus cuidadores, sobre todo cuando el lenguaje verbal empieza a deteriorarse. Hay una relación muy estrecha entre alzhéimer y contacto físico: puede que el enfermo ya no recuerde su nombre, pero sí entiende el significado de una caricia, incluso en fases muy avanzadas. La entiende y la agradece.

Prueba de la importancia del tacto en la comunicación emocional es un estudio que el psicólogo Matthew Hertenstein dirigió hace unos años en la Universidad estadounidense de DePauw. La investigación consistía en pedir a un grupo de voluntarios que expresaran e identificaran, solo a través del tacto, ocho emociones distintas (ira, miedo, felicidad, tristeza, amor, gratitud, simpatía y desagrado). El 78 por ciento de los participantes, que no se conocían entre sí, adivinaron con exactitud la emoción que se les transmitió.

El enfermo de alzhéimer necesita el contacto físico

Beneficios del contacto físico

El contacto humano es una necesidad tan importante a lo largo de la vida como el agua o la comida. Sin embargo, en la vejez adquiere más importancia, especialmente si la persona ha empezado a perder su capacidad de comunicarse verbalmente. Sujetar la mano del enfermo, tocar su hombro o acariciarle la cara calmará su temor y le dará seguridad. Quizás una de las pocas excepciones sea cuando experimenta un acceso de agresividad, momento en el que es mejor no tocarle y menos de forma inesperada, o si vemos que el contacto físico les molesta. En el resto de los casos, alzhéimer y contacto físico deben ir de la mano. Y es que gestos como una caricia, un masaje suave o un abrazo tienen muchos beneficios, entre ellos:

  • Contribuyen al equilibrio emocional, reduciendo la ansiedad y la agresividad. Un suave masaje en las manos (sobre todo en palmas y dedos) o en los pies ayuda a disminuir los episodios de agitación.
  • Disminuyen la producción de cortisol, la hormona del estrés. Cada vez que tocamos de forma cordial y respetuosa a otra persona, multitud de receptores que hay en su piel envían una señal al cerebro, que inhibe la producción de cortisol. Este gesto, a su vez, ayuda a reforzar el sistema inmunológico.
  • Mejoran el insomnio. El efecto tranquilizante del contacto ayuda a conciliar mejor el sueño.
  • Aumentan los niveles de serotonina y dopamina, hormonas que juegan un papel importante en la sensación del bienestar. Igualmente, un abrazo o una caricia también hacen que se libere una mayor cantidad de oxitocina, relacionada con el afecto, la empatía y la confianza. El aumento de estas hormonas se produce porque el contacto estimula el sistema nervioso parasimpático, responsable de poner en marcha los mecanismos de relajación.
  • Reducen la percepción del dolor. Un estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores estadounidenses e israelíes demostró que basta dar la mano a una persona que está sufriendo para que su percepción del dolor disminuya. Y no solo eso. También se sincronizan la respiración, la frecuencia cardiaca y las ondas cerebrales de las personas que están en contacto.
  • Favorecen tanto a quien lo recibe como a quien lo da. Por un lado, se refuerza la conexión y el vínculo entre enfermo y cuidador. Por otro, la reducción en los niveles de estrés y ansiedad se produce también en ambos.

El contacto físico contribuye al equilibrio emocional

En un interesante reportaje publicado en El País, José Manuel Martínez-Lage, profesor honorario de neurología de la Universidad de Navarra, nos recuerda: “los enfermos de alzhéimer conservan una vida afectiva mucho más rica de lo que aparentan porque mantienen estructuras cerebrales implicadas en la vida emocional, que tardan más en dañarse”.

Por todo ello, no escatiméis en abrazos, besos y caricias. El cariño y la ternura SIEMPRE es la mejor terapia.

Si te interesa

Una sonrisa, una caricia, un beso es el título de un cortometraje lleno de sensibilidad. En él, su director, Jordi Albert, relata la evolución del alzhéimer a través de la experiencia con su madre.

 

 

 

La culpa es una emoción habitual en el proceso de duelo

El sentimiento de culpa puede dificultar el proceso de duelo

El sentimiento de culpa puede dificultar el proceso de duelo 1920 1280 BELÉN PICADO

Ante la muerte de un ser querido es normal que aparezcan sentimientos de tristeza, vacío, miedo, dolor, angustia, enfado, culpa… Elaborar estas emociones es una de las tareas necesarias para llegar a aceptar la pérdida y aprender a vivir sin la persona fallecida. Sin embargo, puede ocurrir que alguna de estas emociones se quede ‘enquistada’ en nuestro interior, bloqueando nuestra capacidad de pasar página y seguir adelante. En esta ocasión vamos a centrarnos sobre la culpa en el duelo, que suele aparecer una vez que el enfado empieza a difuminarse. Si bien es una de las reacciones más normales en el proceso, cuando es desproporcionada en relación al tiempo que se mantiene, la intensidad que presenta y la conducta respecto al difunto en vida de este, puede dar lugar a un duelo patológico.

Culpable por lo que hice, por lo que no hice, por seguir viviendo

Algunas veces podemos tener la sensación de que no hicimos todo lo que podíamos para evitar la muerte. Otras, sin embargo, nos sentimos culpables por algo que hicimos (discusiones, asuntos pendientes…). Suelen ser hechos habituales en el día a día, pero los magnificamos tras la pérdida al pensar que ya nunca podremos saldar esa deuda.

También es posible que sintamos que nuestras emociones tras el fallecimiento no son todo lo negativas que “deberían”. Esta «anestesia», que también puede provocar sentimientos de culpa en el duelo, es una respuesta normal. Nuestro organismo, ante un shock emocional muy intenso, puede llegar a bloquearse e inhibir cualquier respuesta. En pocas palabras, bloquea las emociones como defensa a un dolor desbordante.

Asimismo, puede ocurrir que cuando ya comenzamos a asimilar la realidad y va disipándose el fantasma de la culpa, esta vuelva en forma de autorreproche por volver a disfrutar, por retomar actividades que antes nos resultaban agradables, en definitiva, por seguir viviendo. No queremos romper el hilo que nos une con el fallecido…

La persona en duelo puede sentirse culpable incluso por seguir viviendo

La importancia de la educación recibida en la infancia

La culpa está directamente relacionada con la escala de valores de cada uno, que a la vez es producto de la educación recibida. Por ejemplo, el sentimiento puede ser especialmente desestabilizante cuando se ha crecido en un entorno hostil, con figuras de apego muy exigentes y estrictas. La persona tenderá a sentirse culpable por todo lo que ocurra a su alrededor y eso se extenderá también a las situaciones de duelo.

En el otro extremo, y no menos problemático, estarían quienes han crecido en familias que no les han enseñado a hacerse responsables de sus errores. Familias en las que ha primado el lema “La culpa la tienen los demás”. La culpa está ahí, aunque no se sea consciente de ello y puede adoptar la forma de comportamientos agresivos, consumo de sustancias con objeto de evadirse, etc.

¿Qué función tiene la culpa en el duelo?

Todas las emociones, por desagradables que nos parezcan, cumplen una función. La culpa surge cuando sentimos o creemos que hemos traspasado ciertas normas éticas, personales o sociales, y su principal función es hacernos conscientes de ello para llevar a cabo una posible reparación. En el caso concreto de la culpa en el duelo, su cometido es:

  1. Mantener el vínculo. En el caso de una pérdida, pensar en lo que ocurrió, en lo que se pudo hacer y no se hizo, etc. nos ayuda de algún modo a seguir unidos al fallecido y, de paso, a distraer la mente y el corazón para eludir la tristeza.
  2. Aportar una falsa sensación de control. Pensar que hay un culpable nos proporciona una falsa percepción de control sobre la muerte: si hubiéramos actuado de otro modo el desenlace habría sido distinto. Esto es muy común, por ejemplo, cuando se produce un suicidio en la familia. Sus miembros comienzan a evocar los hechos inmediatamente anteriores a la muerte en busca de algo que hubieran podido cambiar o de posibles señales que no percibieron.
  3. Reajuste adaptativo. El propio dolor que causa el sentimiento de culpabilidad y el castigo emocional que supone, contribuye a la expiación de la culpa y a reconectar con nuestra parte bondadosa. De este modo, recomponemos los valores que hemos ‘vulnerado’.

La culpa cumple una función adaptativa en el duelo

Cómo transitar el camino al perdón

  • Asume que los seres humanos no podemos predecir el futuro ni tenemos poder sobre la vida y la muerte. Cuando perdemos a alguien que nos importa creamos el relato que justifica nuestra culpa con la información que poseemos en el presente, pero que no teníamos en el momento de su muerte. Recuerda que las decisiones que tomamos o las conversaciones que establecemos se van construyendo con la información que tenemos en cada instante.
  • Admite tus límites. Es muy difícil ver sufrir a la persona que queremos, pero nuestro amor, por grande que sea, no tiene la capacidad de aliviar su dolor o de curarle.
  • Si estabas cuidando de un familiar enfermo y muere justo cuando tú no estabas con él, recuerda que el final no es el instante en que la persona exhala su último suspiro, sino todo el proceso en el que le estás acompañando.
  • En el anterior caso, también conviene establecer la diferencia entre culpa e impotencia, ya que a veces esta adopta el disfraz de la primera. Esto pasa, sobre todo, en enfermedades crónicas, como el alzhéimer. Pregúntate: ¿Estás experimentando culpa? ¿O es impotencia debido a que, pese a tus cuidados a lo largo del tiempo, esa entrega no dio los frutos esperados y la enfermedad siguió su curso?
  • En el caso de que la culpa en el duelo sea real, de forma parcial o en su totalidad, transfórmala en responsabilidad. Emprende acciones concretas de reparación, reales o simbólicas, que ayuden a corregir, en lo posible, los errores cometidos. Si te responsabilizas en vez de sentirte culpable, podrás hacerte cargo de ellos sin llegar a desvalorizarte como persona. Y recuerda que lo más importante de todo es que te perdones a ti mismo.
  • Escribe una carta a tu ser querido y cuéntale todo lo que no pudiste decirle antes de morir.
  • Habla de cómo te sientes con alguien de confianza. Puede resultar liberador y, de paso, es posible que la otra persona te ayude a reconstruir los hechos y a hacerte ver cosas que olvidaste y que pueden ayudarte a diluir la culpa.

Hablar con alguien puede ayudar a mitigar el sentimiento de culpa

  • Cuida tu autoestima. Cuanto menor autoestima se tiene, mayor sentimiento de culpa se alberga y viceversa.
  • Haz un testamento vital para comunicar tu voluntad, por si algún día sufres un deterioro irreversible de tu salud. Así evitarás que tu familia deba tomar decisiones delicadas por ti.
  • Haz saber a tus seres queridos que les quieres con hechos, pero también con palabras.
  • Si conoces a alguien que esté en un proceso de duelo evita frases como «A él no le gustaría que sufrieras» o «Si no pasas página, no le dejarás descansar en paz». Estas afirmaciones solo contribuirán a que la persona se sienta culpable por estar triste o por no superar el dolor lo suficientemente rápido.
  • Si, pese a todo, la culpa no disminuye, se mantiene en el tiempo y cada vez es más intensa, conviene buscar ayuda profesional. Podríamos estar ante un duelo complicado o un trastorno depresivo.

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