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Precrastinar o la urgencia por tachar tareas de la lista.

Precrastinar: Qué hay detrás de esa urgencia por «tachar tareas de la lista»

Precrastinar: Qué hay detrás de esa urgencia por «tachar tareas de la lista» 1920 728 BELÉN PICADO

Hace unos meses publiqué un artículo sobre la procrastinación y alguien me preguntó qué era lo contrario de procrastinar. «Ser un ‘cagaprisas», pensé inmediatamente acordándome de una palabra que utilizaba mi abuela y que, de niña, me hacía mucha gracia. Pero recordé que soy psicóloga y que mi respuesta no podía limitarse a soltar lo primero que me viniese a la cabeza. Así que le prometí que escribiría sobre precrastinar o esa urgencia por hacer y tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes, aunque ello implique más tiempo y esfuerzo.

Procrastinación y precrastinación son los dos extremos, las dos polaridades, de un continuo. Y, como suele ocurrir con los extremos en todos los ámbitos, ambas pueden ser igual de contraproducentes si no encontramos un término medio. Ni el procrastinador es más vago, ni el precrastinador es más eficaz. En este último caso, no solo se llega a confundir lo urgente con lo importante, sino que también se pueden acabar tomando decisiones apresuradas o realizando esfuerzos que quizás no son tan necesarios y que pueden obstaculizar otras cuestiones más importantes.

Precrastinar para tener el control

Anticipar, adelantarse, precipitarse para evitar la incomodidad de tener cosas pendientes…

En un artículo publicado en The New York Times, el psicólogo estadounidense Adam Grant explicaba: «Si eres un precrastinador serio, avanzar es como una bocanada de oxígeno y aplazar es una agonía. Cuando llega una avalancha de correos electrónicos a tu bandeja de entrada y no los respondes al instante, sientes que tu vida se descontrola. Cuando tienes que dar un discurso el mes que viene, cada día que no trabajas en él te produce una sensación de vacío, como si un dementor [criatura que aparece en la saga de Harry Potter] estuviera succionando la alegría del aire que te rodea”.

Muchas personas tienen la imperiosa necesidad de realizar todo tipo de tareas de manera inmediata y antes de lo que se precisa. Así se libran de la incomodidad que supone tener asuntos pendientes. Incluso si ello implica mayor inversión de esfuerzo físico y/o mental.

Pablo es un precrastinador de manual. Contesta correos en cuanto los recibe, sin pararse a pensar demasiado en qué debe responder. Si al salir de la oficina se acuerda de que necesita manzanas, compra dos kilos y va cargado hasta su domicilio, aunque al lado de su casa tenga una frutería. Alguna vez, además, se ha quedado en números rojos por pagar algún impuesto en el momento en que ha recibido el aviso, sin detenerse a comprobar que tenía dos meses para hacerlo o que podía pagar en dos plazos.

Los precrastinadores sienten que necesitan tener el control de la situación, así que se ponen manos a la obra lo antes posible.

El experimento de los cubos

David Rosenbaum, profesor de psicología de la Universidad de California, acuñó el término «precrastinación» en 1984 para referirse a esa necesidad de empezar una tarea inmediatamente y terminarla lo antes posible, aunque ello implique un esfuerzo adicional. Rosenbaum lideró nueve estudios similares con estudiantes universitarios. Se colocaron dos cubos en distintos puntos de un pasillo y se pidió a los estudiantes que eligieran uno de ellos y lo llevaran hasta el final de dicho pasillo. Los nueve experimentos variaron en el peso del contenido de los cubos y en el lugar donde se colocaron en relación con el punto de partida de los participantes (en la mayoría de los casos, uno de los dos recipientes estaba significativamente más cerca del punto de entrega que el otro.).

Teniendo en cuenta que se les especificó que debían hacerlo de la manera más eficiente y que les facilitase la tarea, los investigadores estaban seguros de que los estudiantes escogerían el cubo más cercano a la meta para cargarlo durante una distancia más corta. Sin embargo, para su sorpresa, sucedió todo lo contrario. Prefirieron el más cercano al punto de partida, lo que implicó realizar un mayor esfuerzo físico al tener que cargarlo durante más tiempo.

Cuando se preguntó a los participantes el porqué de su decisión, la respuesta más común fue que «querían terminar el trabajo cuanto antes».

Con posterioridad, otros investigadores han hecho experimentos similares y el resultado ha sido el mismo.

¿Por qué precrastinamos?

  • El papel de la evolución. Una de las explicaciones podría tener que ver con la evolución. Si nuestros antepasados no cogían la fruta de un árbol en el momento en que la veían, lo más probable es que si regresaban luego ya no estuviese.
  • Aligerar la memoria de trabajo. Completar las tareas de modo inmediato ayuda a liberar la memoria de trabajo, un tipo de memoria a corto plazo que se encarga del almacenamiento y la manipulación temporal de la información. Ejecutar una tarea en el momento implica no tener que recordar hacerla más tarde. Tras el experimento de los cubos, Rosenbaum explicó que, mentalmente, «es demasiado oneroso llevar una lista de pendientes en la mente, por lo que nos enfrascamos en conductas que nos permiten reducir esa carga cognitiva, incluso si ello significa hacer un esfuerzo mayor».
  • Una sensación placentera. Tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes es satisfactorio en sí mismo. Cada vez que completamos una tarea, se activa nuestro sistema de recompensa y nuestro cerebro tiene un subidón de dopamina. El problema está en que en la mayoría de las ocasiones, si esa lista es muy larga o estamos ante una tarea compleja vamos a dedicarnos a completar las tareas que requieran menos esfuerzo, sin pararnos a pensar si nos va quitar tiempo para lo importante o lo que es realmente necesario.
  • Evitar la ansiedad. La prisa «por hacer» y el exigirnos realizar de forma urgente algo que en realidad no lo es puede llegar a generar mucha ansiedad. Y esta ansiedad anticipatoria que nos estamos provocando nosotros mismos hace que actuemos a destiempo, anticipando esfuerzos y recursos cuando aún no son necesarios. Pero este comportamiento no solo nos conecta con la necesidad de evitar la ansiedad. A menudo también resolvemos rápidamente para no sentirnos culpables.
  • Percepción de control. Los precrastinadores sienten que necesitan tener el control de la situación, así que se ponen manos a la obra lo antes posible.
  • La cultura de la inmediatez. El mundo y la sociedad en que vivimos ensalza la inmediatez. Queremos todo «para ayer” y eso contribuye a que la tendencia a actuar impulsivamente, y muchas veces de forma atropellada, sea cada vez más acusada. A menudo nos olvidamos de valorar aquello que requiere tiempo, cuidado y reflexión.

Tachar cosas de nuestra lista de asuntos pendientes es satisfactorio en sí mismo.

Rapidez y eficacia no siempre van unidos

Aunque precrastinar tiene mucha mejor fama que la procrastinación y tiende a verse como una característica de la gente eficaz, no siempre es así.

Uno de los motivos que llevan a las personas precrastinadoras a acabar cuanto antes, sobre todo en el ámbito laboral, es sentir que así son más productivas. Sin embargo, la realidad muestra que en su afán por terminar el trabajo en el mínimo tiempo posible también corren el riesgo de poner en peligro, precisamente, su eficacia.

En muchas ocasiones, al precrastrinar conseguimos justo lo contrario de lo que buscamos. Unas veces, acabamos enredándonos en actividades para las que podríamos encontrar un mejor hueco en otro momento. Otras, tenemos tanta prisa por completar una tarea cuanto antes, que terminamos teniendo que volver atrás para corregir errores que podríamos haber evitado. Eso sin contar con que el exceso de rapidez puede llevar a entregar trabajos incompletos o de baja calidad.

Así que, al final, terminamos confundiendo productividad y eficacia con mantenernos ocupados.

Por ejemplo, tengo que estudiar para un examen y justo antes de ponerme a ello me dedico a ordenar el escritorio, contesto un correo que me acaban de enviar, me acuerdo de que tengo la ropa tendida y me pongo a recogerla… Y así voy completando otras tareas que me parecen más urgentes y que «no me van a quitar mucho tiempo». De este modo, siento que soy productiva cuando lo que estoy haciendo en realidad es postergando lo realmente importante y alejándome de mi objetivo principal.

Es cierto que algunas veces tenemos que ser rápidos en la toma de decisiones y que hay imprevistos y urgencias que exigen una respuesta inmediata. Pero ser rápido no tiene por qué estar reñido con tener capacidad de análisis. Incluso en momentos de mucha presión, es imprescindible un mínimo de reflexión y concentración.

Rapidez y eficacia no siempre van unidos.

La importancia de tomarse un respiro y priorizar

A veces resulta beneficioso permitir que nuestra mente divague antes de ponernos con determinadas tareas, sobre todo si requieren creatividad. Por lo general, las primeras ideas que nos vienen a la cabeza son las más obvias, las que ya tuvieron otros antes. Si dejamos un espacio a nuestra mente para ‘volar’ es muy posible que nos venga alguna idea novedosa o, al menos, diferente.

Hacer pausas de vez en cuando ayuda a salir de esa visión de túnel que hace que solo veamos lo que tenemos delante, lo fácil. En vez de hacer y hacer sin parar, desconecta y tómate descansos breves para tener otras perspectivas.

Establece prioridades. Crea un calendario y planifica lo que tienes que hacer diferenciando lo urgente de lo importante. Si tienes una lista de tareas larga, trata de aligerarla. Elimina las que consideres innecesarias por agradables que sean, selecciona las que puedes delegar y observa también si hay alguna cuya carga puedas atenuar.

Divide las tareas importantes en otras más pequeñas. Así disfrutarás del placer de ir tachando de tu lista, te resultará más fácil corregir posibles errores y, poco a poco, irás acercándote a tu meta.

«Que la prisa por hacer no nos impida ser» (Nietzsche)

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Vídeo

The surprising habits of original thinkers (Los sorprendentes hábitos de los pensadores originales). En esta charla TED, el psicólogo organizacional Adam Grant expone las características que comparten las personas más creativas. Según Grant. la clave está en encontrar el equilibrio entre procrastinar y precrastinar o, lo que es lo mismo, entre dejarlo todo para mañana y quererlo todo para ayer. Si queremos estimular nuestra creatividad tenemos que «saber ser rápidos para empezar y lentos para terminar».

Identificar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes 1920 1316 BELÉN PICADO

¿Compartirías tu momento más vergonzoso con otras personas? ¿Cómo te sientes cuando tienes que exponer un trabajo o un informe en clase o en el trabajo? Si al pensar en ello experimentas miedo, vergüenza, inseguridad o ansiedad es probable que se deba a que son situaciones en las que te sientes vulnerable. Tendemos a relacionar el término vulnerabilidad con debilidad, vergüenza, incomodidad o con la sensación de sentirnos desprotegidos. Nos sentimos así, por ejemplo, cuando compartimos con alguien un aspecto difícil de nuestra vida, cuando exponemos nuestros sentimientos sin saber qué respuesta vamos a recibir, cuando nos enfrentamos a un reto por primera vez… Estamos educados para fingir que somos fuertes y podemos con todo y tememos que nos rechacen si flaqueamos o que alguien pueda utilizar cualquier posible ‘debilidad’ en nuestra contra. Ahora lo que tenemos que aprender es que la vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Atreverse a arriesgar

Según el diccionario de la Real Academia Española, una persona vulnerable es alguien «que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente». Así que, si nos atenemos al significado literal, todos somos vulnerables, por mucho que nos empeñemos en ocultarlo.  A todos pueden herirnos. Pero el concepto de vulnerabilidad es mucho más amplio que esta escueta y limitada definición.

Para Brené Brown, socióloga e investigadora estadounidense, ser vulnerable es «atreverse a arriesgarse». Arriesgarnos a dejar de fingir que somos los más fuertes y no nos afecta nada; a decir «te quiero» primero, sin saber cuál va a ser la respuesta de la otra persona; a involucrarnos en una relación (de cualquier tipo) que puede funcionar… o no. En resumen, ser vulnerable es atrevernos a quitarnos la máscara y mostrarnos como somos, con nuestros miedos, nuestra vergüenza y nuestras inseguridades.

Pero conseguir esto no es fácil. En su libro El poder de ser vulnerable, Brown explica que nosotros mismos creamos escudos para ‘protegernos’ de las situaciones en las que podemos sentirnos vulnerables. En primer lugar, nos protegemos de la dicha al no permitimos sentir mucha alegría por miedo a que en cualquier momento algo salga mal. Además, insistimos en alimentar el perfeccionismo como forma de evitar la vergüenza de cometer un error. Y, por si esto fuera poco, nos anestesiamos emocionalmente a través de cualquier cosa que nos libre del dolor, la incomodidad y el sufrimiento (abuso de sustancias como alcohol o drogas, comida en exceso, trabajo en exceso…).

Ser vulnerable es atreverse a arriesgarse.

Vulnerabilidad no equivale a debilidad

Cuando nos pasamos la vida ocultando nuestra propia vulnerabilidad y vemos que otras personas no son capaces o no quieren ocultar ni reprimir sus emociones es fácil sentir rechazo por ellas. En vez de apreciar que se atrevan a mostrarse como son, dejamos que nuestros miedos e inseguridades se transformen en juicios y críticas.

Para Brené Brown, vulnerabilidad es «incertidumbre, riesgo y exposición emocional»: «Despertarnos cada mañana y amar a alguien que puede que no nos corresponda, cuya seguridad no podemos garantizar, que puede seguir en nuestra vida o desaparecer de la noche a la mañana, que puede sernos fiel hasta el día de su muerte o traicionarnos mañana…, eso es vulnerabilidad. El amor es incierto. Es un riesgo increíble. Y amar a alguien da lugar a que estemos expuestos a las emociones. Sí, da miedo, y sí, estamos expuestos a que nos hagan daño, pero ¿te imaginas cómo sería la vida sin amar o ser amados?

Exponer nuestro arte, escritos, fotografías o ideas en el mundo sin ninguna garantía de que van a ser aceptadas o valoradas…, eso también es vulnerabilidad. Sumergirnos en los momentos de alegría de nuestra vida, aunque sepamos que son pasajeros, aunque el mundo nos advierta de que no cantemos muy alto para no invitar al desastre…, eso es una forma muy intensa de vulnerabilidad».

Como parte de una de sus investigaciones, Brown preguntó a los participantes «¿Qué es para ti la vulnerabilidad?» y la mayoría de las respuestas tenían que ver con asumir riesgos, afrontar la incertidumbre y exponerse a las emociones. Algunas de esas respuestas fueron: «Sacarme la máscara con la esperanza de que mi verdadero yo no sea demasiado decepcionante»; «Es muy incómodo y aterrador, pero me impulsa a sentirme humano y vivo»; «Dar el primer paso hacia lo que más temes»«Es como tener un nudo en la garganta y una losa en el pecho»; «No tragarme más las cosas»«Es como llegar al aterrador punto más alto de una montaña rusa cuando estás a punto de llegar al borde y caer al vacío; «La vulnerabilidad es como estar desnudo en el escenario y esperar el aplauso en vez de las carcajadas»; «Es estar desnudo cuando todo el mundo está vestido».

¿Os parece que en alguna de estas respuestas hay el menor atisbo de debilidad?

La vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad, sino de fortaleza.

La vulnerabilidad como oportunidad de crecimiento y conexión

Para convertir la vulnerabilidad en fortaleza lo primero es identificar las situaciones que nos hacen sentir vulnerables, observar cómo solemos actuar (¿Qué hago cuando me siento emocionalmente expuesto/a, incómodo/a o inseguro/a?) y preguntarnos qué vale la pena hacer, aunque fracasemos. Las siguientes pautas también pueden ayudaros:

  • ¿Te sientes vulnerable? Admítelo. Imagina que tienes que dar una charla y sientes pánico cada vez que tienes que dirigirte a más de tres personas. Cuando tu mayor preocupación es evitar que se note el nerviosismo y gastas toda tu energía en intentar que nadie se dé cuenta, lo que consigues es justo lo contrario: más nervios y más inseguridad. Y aunque te pasa una y otra vez, sigues empeñándote en intentar lo mismo: que no se te note. ¿Por qué no pruebas otra cosa distinta? Reconoce ante tu audiencia que estás nervioso/a. Admitir tu vulnerabilidad no solo te ayudará a respirar más tranquilo/a y a ver que no se acaba el mundo, sino que tu público se sentirá mucho más cerca de ti y apreciará tu valor por reconocer tu temor. Cuando alguien abraza su propia vulnerabilidad le resulta mucho más fácil conectar con la vulnerabilidad del otro y acercarse a él de una forma más honesta y auténtica.
  • Acepta tus imperfecciones. Cometer errores o sentirse en ocasiones inadecuado, inseguro o temeroso es algo universal y nos sucede a todos. Sé comprensivo y compasivo contigo, no te castigues.
  • Pon tu vulnerabilidad al servicio de la conexión con el otro y hazlo de manera honesta, responsable y valiente. Antes de compartir una experiencia o ponerte en una situación que te hace sentir vulnerable, pregúntate: ¿Por qué quiero compartir esto?, ¿Qué resultado o consecuencia espero al compartirlo?, ¿Cuáles son mis intenciones?, ¿Realmente estoy intentado generar una conexión con esta persona? Según Brené Brown, las personas que aceptan su vulnerabilidad y sus imperfecciones sienten menos vergüenza y les resulta más fácil conectar con los otros. Cuando levanto un muro de aparente seguridad para que nadie pueda ver mis debilidades, puede que a corto plazo me proteja. Sin embargo, también me aislará y me alejará de los demás.
  • Escoge con cuidado a las personas con quienes permitirte ser vulnerable. Arriesgarnos a compartir nuestras experiencias o algunos de nuestros miedos no significa que nos convirtamos en un libro abierto ante cualquier interlocutor. Plantéate si esa persona te hace sentir cómodo/a, si sientes que con ella puedes ser tú mismo/a, si te apetece sinceramente que te conozca mejor o a ti te interesa conocerla mejor o si esa persona ha compartido sus experiencias contigo. La vulnerabilidad nos ayuda a crear lazos y a establecer vínculos con otras personas, pero para que funcione es necesario que haya confianza, cierta reciprocidad y también establecer límites. A veces será necesario seguir con nuestra máscara y reservar nuestra fragilidad para otra ocasión, pero nunca hay que confundir esa máscara con nuestra esencia.

Elige bien a la persona antes la que vas a mostrarte vulnerable.

  • Atrévete a aceptar y experimentar emociones que te incomodan, como el miedo, la decepción, el sufrimiento y la vergüenza. Uno de los inconvenientes de evitar sentir las emociones más desagradables es que también cerramos la puerta a las que son positivas, como el amor, la compasión, el perdón, la gratitud, la alegría o la empatía. Y es que los seres humanos no estamos diseñados para anestesiar selectivamente una emoción.
  • No tengas reparos a la hora de pedir ayuda. Buscar ayuda no quiere decir que hayas fracasado o que seas débil, sino todo lo contrario. Significa que estás cuidándote y haciendo lo necesario para estar mejor. Hay personas que piensan que nadie mejor que uno mismo para solucionar sus propios problemas, pero no siempre es así. Muchos pensamientos y conductas están dirigidos por nuestro inconsciente y necesitamos que nos echen una mano para tomar conciencia de lo que nos ocurre. Del mismo modo, cuando los problemas nos desbordan es mucho mejor tener a alguien que no esté tan vinculado emocionalmente con la situación y que sea capaz de ver eso que se nos escapa. Es un error creer que podemos afrontarlo todo nosotros solos o que podemos controlar cualquier circunstancia.

Cuando admitimos nuestra vulnerabilidad estamos abriéndonos al mundo, conectándonos emocionalmente con los demás y mostrándonos lo suficientemente flexibles como para escuchar opiniones distintas a las nuestras sin dar por hecho que esas opiniones están destinadas a atacarnos. Las personas realmente seguras de sí mismas no son las que se creen las más fuertes o las más infalibles, sino aquellas que son capaces de reconocer sus debilidades y aceptarlas sin pensar que por ello tienen menos valor.

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The Call to Courage (Sé valiente). En este documental, disponible en Netflix, Brené Brown nos desafía a ser valientes y, por tanto, a practicar la vulnerabilidad. «No puedes ser una cosa sin la otra», asegura. Según la socióloga, la valentía de una persona se mide según su capacidad para ser vulnerable. Igualmente interesante es su charla TED El poder de la vulnerabilidad (En inglés con subtítulos en español).

 

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