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Apofenia: Ver señales y conexiones ocultas donde solo hay casualidad

Apofenia: Ver conexiones ocultas en hechos sin relación entre sí

Apofenia: Ver conexiones ocultas en hechos sin relación entre sí 1920 1280 BELÉN PICADO

Nuestro cerebro está programado para buscar patrones (y se le da genial). De hecho, a lo largo de la evolución esto nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Reconocer patrones nos permite predecir lo que viene y prepararnos para ello. Sin embargo, esta capacidad no siempre juega a nuestro favor. Cuando atribuimos a una causalidad lo que solo es casualidad estamos experimentando un sesgo cognitivo denominado apofenia. Es lo que ocurre cuando compramos la lotería de Navidad en un establecimiento donde cayó el Gordo el año anterior porque suponemos que hay muchas probabilidades de que vuelva a tocar ahí.

La apofenia también se conoce como patronicidad o ilusión de serie. Es el proceso de buscar y visualizar patrones, conexiones y/o significados ocultos en sucesos que no tienen relación entre sí o en información aleatoria (y muchas veces sin sentido). Imaginad una mujer que está planteándose quedarse embarazada, o ya lo está, y deduce que hay un ‘boom’ de embarazos porque de pronto está viendo muchas embarazadas por la calle. En realidad, no hay más que otras veces. Su mente está viendo una conexión porque la está buscando, consciente o inconscientemente.

Otro ejemplo. Tengo un problema que no se me va de la cabeza y justo al entrar en Facebook aparece una publicación que parece estar dirigida a mí personalmente. «¡Es una señal!», pienso. Y decido seguir el consejo de la publicación sin pararme a pensar si es adecuado para mí. En este caso también me he dejado llevar por la apofenia. En realidad, no hay ninguna relación entre mi problema y la publicación… más allá de la casualidad. Básicamente, nos fijamos más en ciertos sucesos si estamos predispuestos a ello.

La apofenia es un sesgo cognitivo que consiste en buscar patrones y conexiones en hechos aleatorios.

Cuestión de supervivencia

Si nuestros antepasados asumían que un crujido de la hierba podía indicar la presencia de un depredador y buscaban refugio, tenían muchas más opciones de sobrevivir que si se despreocupaban atribuyéndolo al sonido del viento y seguían a lo suyo. Si supones que el ruido es un depredador, pero resulta ser simplemente el viento, no tienes nada que perder. Sin embargo, si das por hecho que es sólo el viento y resulta ser un depredador, puede costarte la vida. El cerebro prefiere los falsos positivos (creer que algo es real cuando no lo es) a los falsos negativos (no creer que algo es real cuando sí lo es).

En este sentido, es comprensible, lógico y muy adaptativo que a nuestro cerebro no le guste la incertidumbre. Y que, a la mínima oportunidad, busque patrones que le resulten familiares. De este modo, cuando nos encontramos ante algo desconocido o ambiguo, nuestra mente ‘rastreará’ entre las diferentes experiencias vividas con el objeto de encontrar una respuesta lo más rápido posible. Dichas experiencias ayudan a nuestro cerebro a crear una especie de «plantillas». Su cometido: simplificar, ordenar y dar coherencia a la realidad que vemos y también adelantarnos a los hechos. El problema es que no siempre acertamos con la respuesta que encontramos.

El historiador científico Michael Shermer explica en un artículo publicado en la revista Scientific American: «Nuestro cerebro es un motor de creencias y una máquina de reconocimiento de patrones, que conecta puntos y encuentra significado en los patrones que creemos ver en la naturaleza. A veces A realmente está conectada a B; a veces no. Cuando lo está, aprendemos algo valioso sobre el entorno y gracias a ello podemos hacer predicciones que nos ayuden a sobrevivir. (…) Por desgracia, lo que no hemos desarrollado es un sistema de detección de errores en el cerebro para distinguir entre patrones verdaderos y falsos».

Demasiada dopamina

Desde un punto de vista biológico, diversos investigadores han relacionado la tendencia a identificar patrones con la dopamina. Se ha demostrado que algunas sustancias que la aumentan (cocaína, anfetaminas, medicación para el TDAH) favorecen la apofenia. Al contrario, otras que contribuyen a disminuir el nivel de este neurotransmisor (fármacos que se utilizan en el tratamiento de la esquizofrenia) hacen que se perciban menos conexiones.

El neuropsiquiatra suizo Peter Brugger llevó a cabo una investigación con 20 personas que creían en fenómenos paranormales y otras 20 que se definían como escépticas. Además de concluir que los participantes con una alta concentración de dopamina encontraban con más frecuencia un significado a lo que eran meras coincidencias, Brugger comprobó que cuando a los escépticos se les administraba L-dopa, un fármaco que aumenta el suministro de dopamina al cerebro y se administra sobre todo a enfermos de Parkinson, empezaron a ser más propensos a encontrar patrones que antes no veían.

En el libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, de Nassim Taleb, se cuenta una curiosa anécdota sobre un hombre que perdió mucho dinero en el juego y responsabilizó a su médico: «Hay noticias de una demanda pendiente de un paciente a su médico por más de 200.000 dólares, cantidad que supuestamente perdió jugando. El paciente afirma que el tratamiento de su enfermedad de Parkinson le llevó a apostar salvajemente en los casinos. Resulta que uno de los efectos secundarios de la L-dopa es que una pequeña pero significativa minoría de pacientes se convierten en jugadores compulsivos».

Lotería, falacia del jugador y apofenia

Las personas aficionadas a los juegos de azar a menudo ven patrones en los números que salen en la lotería, las cartas, los dados o la ruleta. Por ejemplo, puedo creer que hay una relación entre los números de la lotería que han salido en el pasado y tener la sensación de que, si tengo en cuenta ese patrón, adivinaré el número que saldrá este año. En el caso de los dados, si lanzo un dado cinco veces y en todas las tiradas me ha salido un 6 puedo deducir que la sexta vez saldrá otro 6, cuando la probabilidad real de que esto suceda es siempre 1/6, independientemente de los resultados previos.

O puede ocurrir también lo contrario. Si han pasado seis años sin que el primer premio de la Lotería de Navidad acabe en 9, puedo pensar que esta vez tendrá esa terminación. Pero la realidad es que todos los números que entran en el bombo tienen las mismas probabilidades de salir.

Precisamente, en el caso de la Lotería de Navidad, los puntos de venta no dudan en aprovechar este sesgo para aumentar sus ventas. ¿Cómo? Anunciando las veces que ha tocado un número vendido por ellos. No hay más que ver las interminables colas que se forman en negocios como Doña Manolita en Madrid o La Bruixa d’Or en Sort…

Pese a saber que todos los números, da igual donde se hayan adquirido, salen del mismo bombo, creemos que si ha tocado antes en un sitio determinado es muy probable que vuelve a tocar. No nos paramos a pensar en el gran número de billetes que se venden en estos lugares e interpretamos que la suerte se ha ‘encariñado’ con esos establecimientos. Esto se explica muy bien en un artículo sobre lotería y apofenia que os recomiendo:

«Para explotar este sesgo cognitivo, algunos establecimientos siguen la estrategia de comprar el máximo número posible de números distintos. Aunque sea a costa de vender muy pocos décimos de cada número. La idea es maximizar la probabilidad de que alguno de estos números resulte premiado con el Gordo. (…) Y con cada nuevo premio se persevera en el círculo virtuoso, desde el punto de vista del vendedor, en el que el premio atrae a más compradores, lo que a su vez permite comprar todavía más números, y a su vez conseguir más premios. Naturalmente, los jugadores que compren un décimo en Doña Manolita tienen únicamente 1 posibilidad entre 100,000 de que su décimo sea premiado con el gordo, ni más ni menos que los décimos vendidos en cualquier otro sitio».

Detrás de estas falsas intuiciones que rodean a los juegos de azar está la falacia del jugador o falacia de Montecarlo. Es un sesgo cognitivo que consiste en creer erróneamente que lo ocurrido en el pasado tiene efecto en hechos futuros que son puramente aleatorios.

Esta creencia irracional puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas y, en el caso de la lotería, a perder dinero. Como hemos dicho, los premios no dependen de los resultados anteriores, sino que la posibilidad de obtener uno es la misma en cada jugada. Es decir, las probabilidades de que algo ocurra en el futuro no tienen que ver necesariamente con lo que sucedió con anterioridad.

La apofenia está muy relacionada con los juegos de azar.

Conspiraciones, supersticiones y fenómenos paranormales

El hecho de que recurrir a la apofenia suponga mucho menos esfuerzo que poner en marcha nuestro pensamiento crítico conlleva ciertos riesgos. Uno de ellos es que nos convierte en presa fácil de supersticiones, teorías conspiranoicas y fenómenos paranormales.

Y es que, si nos dejamos llevar por este sesgo cognitivo y empezamos a entrelazar y asociar distintos indicios o coincidencias, es fácil que acabemos convirtiendo cualquier sombra, reflejo de luz o sonido extraño en fantasmas, espectros o intentos de espíritus del más allá por comunicarse con nosotros. De hecho, hay un tipo de apofenia que consiste en percibir figuras o imágenes definidas (especialmente caras), en cualquier clase de objetos o superficies. Se llama pareidolia y está detrás de la visión de imágenes de vírgenes o santos en piedras, troncos de árboles o manchas de humedad.

El psicólogo estadounidense Steven Pinker explica en una entrevista para la BBC: «Cuando alucinamos con cosas que no están ahí, corremos el riesgo de tomar decisiones imprudentes. Por ejemplo, podemos imaginar que hay conspiraciones porque ocurren varias cosas malas seguidas. O creer en deidades malévolas porque subestimamos las posibilidades de que puedan ocurrir varias desgracias juntas sin que necesariamente haya un motivo para ello».

Apofenia y enfermedad mental

Aunque este error de percepción es casi siempre inofensivo, en ciertas ocasiones puede ser síntoma de ciertos trastornos mentales. Especialmente en los que se da una actividad desmesurada del sistema dopaminérgico en el cerebro, como la esquizofrenia.

De hecho, fue el neurólogo y psiquiatra alemán Klaus Conrad quien, en 1959, acuñó el término de apofenia. Lo hizo mientras investigaba la distorsión de la realidad que se producía en la psicosis y describía la fase aguda de la esquizofrenia. Durante esta fase ciertos detalles que no están relacionados entre sí aparecen repletos de conexiones y significado. Una persona con esta psicopatología puede interpretar que cruzarse con tres personas que lleven una chaqueta roja significa que ese día todo le saldrá bien.

En cuanto a las adicciones, el consumo de drogas como ciertos alucinógenos o sustancias como la anfetamina también provoca una mayor tendencia a ver patrones donde no los hay. Lo mismo ocurre con adicciones sin sustancias como la ludopatía.

Las cosas no siempre pasan por una razón

Como hemos dicho antes, todos caemos en la apofenia. Una vez que lo hemos asumido, nos toca hacer lo posible para que no afecte a nuestra percepción e interpretación de lo que sucede alrededor.

De momento, el hecho de saber qué es y cómo funciona ya nos va a ayudar a poner en marcha nuestro pensamiento crítico. Y, de paso, a no caer en la trampa de la «patronitis». Cuestionarnos si estamos viendo lo que queremos ver o si estamos haciendo asociaciones apresuradas nos salvará más de una vez de meter la pata.

Y algo muy importante: aprendamos a aceptar que no todo ocurre por una razón. A veces las cosas pasan porque sí. Ni el universo está confabulando contra nosotros, ni siempre la explicación a algo que no entendemos está en una oscura conspiración a escala mundial.

“Somos propensos a sobreestimar cuánto entendemos sobre el mundo y a subestimar el papel del azar en él” (Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía)

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El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable. El autor de este libro traducido a 30 idiomas es el ensayista e investigador Nassim Taleb. En él se reflexiona sobre temas como la incertidumbre y la tendencia humana a reducir las dimensiones del mundo para que resulte comprensible. También se explican los procesos psicológicos que ponemos en marcha cuando nos enfrentamos a algo que no comprendemos.

 

El poder de los rituales

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor?

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor? 1500 1000 BELÉN PICADO

Los rituales han estado presentes en la vida del ser humano desde la Antigüedad, tanto a nivel social como de forma individual. Desde soplar las velas en los cumpleaños a la celebración de bodas o funerales, pasando por las fiestas de los pueblos o ciertas ceremonias relacionadas con la Naturaleza. Cuanto más importante y significativo sea el momento, más elaborado será el rito. Y, aunque es habitual que se les dote de connotaciones mágicas o religiosas, lo cierto es que el poder de los rituales va mucho mas allá. Por sí mismos, nos proporcionan importantes beneficios psicológicos.

Según Nick Hobson, psicólogo canadiense que ha estudiado durante muchos años los mecanismos psicológicos de los rituales, estas conductas nos ayudan a modular nuestras emociones, contribuyen a enfocarnos en nuestras metas y regulan la conexión con otras personas.

De su importancia en las relaciones sociales, también habla el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro La desaparición de los rituales. Para él, estos comportamientos simbólicos transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. «Los ritos transforman el ‘estar en el mundo’ en un ‘estar en casa’. Hacen del mundo un lugar fiable», afirma.

Por ejemplo, un ritual muy seguido en diferentes culturas es el de disfrazarse en Carnaval. Esta fiesta cumple desde sus orígenes una importante función de conexión social. Aunque ahora su componente es sobre todo lúdico, en la Edad Media suponía una válvula de escape. Un oasis de permisividad frente a la represión y la severa formalidad litúrgica de la Cuaresma. Al relajarse por unos días las reglas sociales, sexuales y jerárquicas, las personas podían permitirse dejar la vergüenza a un lado. Podían desinhibirse y dar rienda suelta a su lado más carnal y hedonista.

(En este blog puedes leer el artículo «Carnaval y psicología: humor y transgresión como terapia colectiva«)

Hábito, ritual, superstición o síntoma de un TOC

El hábito es un comportamiento que repetimos de forma automática. Tiene un importante componente práctico y, por lo general, no posee un significado simbólico. Podemos cambiar ciertos elementos cada vez que lo llevamos a cabo y no influye en nuestro estado emocional.   

Los rituales también son repetitivos, pero más rígidos que los hábitos en su estructura y ejecución. Se componen de secuencias particulares de acciones con un significado simbólico, aunque no necesariamente tienen que ser prácticos. Además, al contrario que los hábitos, requieren una intención y tienen un componente emocional muy intenso. Pueden transformar nuestro estado de ánimo y de desempeño de forma instantánea y no solo cuando se repiten con la suficiente regularidad.

Por otra parte, la superstición es la creencia de que un objeto, una persona o una conducta nos va a traer suerte, sin que haya ningún tipo de relación entre una cosa y la otra. Al contrario que los rituales, son totalmente irracionales y en la mayoría de ocasiones perjudican la concentración y el rendimiento. Se trata de un modo ilusorio de defendernos de aquello que escapa a nuestro control.

También hay que diferenciar los rituales de los que os hablo en este artículo de los que se presentan en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). En estos casos, no solo no ayudan sino que interfieren negativamente en la vida cotidiana. Se trata de estrategias relacionadas con  ideas obsesivas irracionales que escapan al control de quien las tiene. La persona sabe que esos rituales no tienen sentido, pero no puede evitar realizarlos.

Os pongo un ejemplo. Un hábito sería aplicarme crema hidratante en el rostro todas las noches antes de irme a la cama porque pienso que será bueno para mi piel. Esta rutina se convertirá en ritual si, además, uso exactamente la misma crema que utilizaba mi madre y lo hago siempre frotándome las mejillas con suavidad y mirándome en el espejo mientras siento cómo esos minutos me conectan con ella. Superstición sería pensar que ponerme crema hará que al día siguiente todo me salga bien. Y si me aplico el producto de una forma compulsiva, porque temo que si no lo hago un determinado número de veces ocurrirá algo muy malo, ya formaría parte de un trastorno obsesivo-compulsivo.

Los rituales ayudan a regular las emociones y a procesar el dolor

Cuando hemos sufrido una pérdida, los rituales nos permiten poner un cierre de un modo significativo para nosotros. Los que practicamos tras el fallecimiento de un ser querido, por ejemplo, sirven para aliviar el dolor emocional y ayudarnos en el proceso del duelo. Son reconfortantes y nos ayudan a expresar sentimientos que de otro modo no sabríamos exteriorizar. Pueden generar una sensación de cierre o, por el contrario, contribuir a mantener viva una parte importante de nuestro pasado. Eventos como los funerales dan la oportunidad al doliente de hacer más real la pérdida, procesarla y compartir el dolor.

Aunque este tipo de ritos varían mucho según la cultura a la que pertenezcamos, hay un mecanismo psicológico subyacente a todos ellos: la recuperación de la sensación de control sobre nuestras vidas.

Los rituales también alejan el miedo a lo desconocido. A los niños, por ejemplo, les encantan y los están realizando continuamente, tanto en el juego como en su vida familiar. Por la noche, antes de irse a dormir, piden una y otra vez que les leas el mismo cuento, aunque lo conozcan de memoria. La repetición, una de las características de lo ritual, les da seguridad y les reconforta.

Igualmente, al tener un importante componente emocional, contribuyen a que recordemos mejor determinados momentos. Y es que para nuestro cerebro es mucho más fácil recordar eventos que nos han generado alguna emoción.

Los rituales ayudan a regular las emociones.

Más percepción de control y menos ansiedad

El ritual nos ayuda a lidiar con la incertidumbre, a poner orden en nuestras vidas y a tener la percepción de control sobre situaciones que nos sobrepasan. Agrega estructura y estabilidad a un mundo que de otro modo sería impredecible

A la hora de lidiar con la ansiedad, estas secuencias de acciones tienen el mismo efecto que realizar ciertos ejercicios de relajación. En un estudio realizado en la Universidad de Harvard se propuso a un grupo de participantes llevar a cabo una actividad que les generase estrés, como cantar en público. A la mitad de ellos se les pidió realizar un ritual previo y a la otra mitad realizar la tarea directamente. Finalizada la investigación, sus responsables encontraron que el primer grupo presentó un ritmo cardiaco más controlado que el segundo.

Las acciones sencillas, estructuradas y repetitivas de estos procesos actúan como auténticos calmantes. Ante una vida llena de incertidumbre y a menudo bastante estresante y caótica, saber exactamente qué hacer y cómo hacerlo transmite una agradable sensación de estructura, control y estabilidad.

El simple acto de incluir en nuestra rutina algo reiterativo que confiere orden y sensación de control, ya es beneficioso para nuestro cerebro. No podemos olvidar que la propia ansiedad se alimenta de la incertidumbre y puede llegar a arrebatarnos el dominio sobre nosotros mismos. Justo reducir este malestar es el objetivo de muchos artistas y deportistas que tienen sus propios rituales antes de salir a actuar o de competir.

Reforzar los vínculos y la cohesión social

¿Recordáis con cuánta rapidez se instauró durante el primer confinamiento por el covid la rutina de salir a aplaudir cada tarde? Los ritos colectivos en los que se hace algo de manera coordinada conllevan una recompensa en forma de conexión y pertenencia.

Hacer regalos, por ejemplo, es un intercambio social y comunicativo inherente a todas las culturas; permite transmitir un mensaje a la otra persona sin necesidad de palabras. En muchas sociedades, la entrega de obsequios desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de los vínculos sociales al crear redes de relaciones recíprocas. Asimismo, y dejando a un lado las connotaciones religiosas, el cumplir con ciertos ritos (bodas, graduaciones, funerales, etc.) tiene mucho que ver con nuestra identidad colectiva.

Aunque no ocurre de forma consciente, mantener ciertas costumbres a lo largo del tiempo, como que la familia se reúna a comer un día específico de la semana o que los habitantes de un pueblo participen en las fiestas anuales, tiene un poderoso efecto. De algún modo, es la reconfirmación de que todas esas personas reunidas forman parte de un grupo con un unos valores, una cultura y unas raíces comunes.

El sociólogo francés Émile Durkheim investigó la fuerza emocional de los grupos y llegó a la conclusión de que cuanto mayor es el nivel de los rituales del grupo, más fuerte es este. Cuando una comunidad de cualquier tamaño promulga repetidamente prácticas simbólicas o pequeñas ceremonias caseras, sus miembros experimentan un mayor grado de fuerza emocional, esperanza y resiliencia.

Además, se genera un fuerte sentimiento de pertenencia. Es el caso de los denominados ritos de paso. Estos, además de marcar las transiciones vitales y ayudar a asimilar esas etapas de cambio,  refuerzan el sentimiento de grupo. Algunos ejemplos los tenemos en las fiestas de los 15 años, las ceremonias de graduación, las bodas o los bautizos (si le despojamos del significado religioso no son otra cosa que la presentación del recién nacido en sociedad). Incluso pasar por primera vez las vacaciones con la familia política puede considerar un rito de paso para convertirse en un verdadero miembro del clan.

Las bodas son rituales de paso.

Mayor concentración y rendimiento

Muchas tradiciones o conductas que seguimos tienen la función de preparar al cerebro y predisponerlo para la tarea que va a abordar. Si antes de hacer un examen me acostumbro a cerrar los ojos unos instantes, hacer tres respiraciones profundas y decirme una frase que me motive, simplemente al entrar en el aula se generarán una serie de pensamientos y sensaciones que me ayudarán a tranquilizarme y a concentrarme mejor.

Concentración y un mayor rendimiento es lo que buscan los deportistas de elite cuando llevan a cabo ciertos rituales antes de una competición. Rafa Nadal, por ejemplo, alinea las botellas de agua en el banquillo durante el descanso entre juegos. «Si no hago lo de las botellas, estoy sentado y a lo mejor me distraigo pensando en otras cosas. Cuando hago las mismas cosas siempre, estoy centrado en lo que tengo que hacer y la cabeza está siempre despierta para pensar puramente en el tenis», explicó el tenista en una entrevista.

Referencias bibliográficas

Durkheim, E. (2014). Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Alianza Editorial

Han B. C. (2019). La desaparición de los rituales: Una topología del presente. Barcelona: Editorial Herder

Hobson, N. M., Schroeder, J., Risen, J. L., Xygalatas, D., & Inzlicht, M. (2018). The Psychology of Rituals: An Integrative Review and Process-Based Framework. Personality and Social Psychology Review, 22(3), 260-284

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