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Guía para personas cuidadoras

Guía para personas cuidadoras: Encontrar el equilibrio entre cuidar y cuidarse

Guía para personas cuidadoras: Encontrar el equilibrio entre cuidar y cuidarse 1536 1024 BELÉN PICADO

En España, cuatro de cada diez personas adultas se encargan del cuidado de alguien mayor, enfermo o dependiente. La mayoría de estas personas cuidadoras realizan su labor sin horarios, sin reconocimiento, sin remuneración y con escaso apoyo. En su mayor parte son mujeres de entre 45 y 64 años, muchas de ellas hijas, esposas o madres que intentan conciliar el trabajo, la familia y la atención constante a quien depende de ellas.

Cuidar es un acto de amor y de compromiso, pero cuando se sostiene durante demasiado tiempo sin descanso ni ayuda también se convierte en una fuente de desgaste. Por eso es tan importante que, si estamos al cargo de alguien, prestemos atención a nuestro propio autocuidado. Solo así, alejaremos el riesgo de caer en el agotamiento físico, la sobrecarga emocional y otros problemas de salud mental como el síndrome del cuidador.

Los mecanismos psicológicos que hay detrás de cuidar

Atender las necesidades de alguien que depende de ti no es solo una cuestión práctica. En esta tarea también entran en juego emociones, creencias y formas de relacionarse que se aprendieron mucho antes. Cada persona cuida desde su historia y desde lo que le enseñaron sobre el amor y la responsabilidad.

Cuidar desde la exigencia. Muchas personas cuidadoras sienten que tienen que poder con todo. Si descansan, se sienten culpables; si delegan, piensan que fallan; y si se quejan, creen que son egoístas. Detrás de esa exigencia suele haber una creencia muy arraigada: “Mi valor depende de lo bien que cuide”. El cuidado, entonces, deja de ser una forma de acompañar y se convierte en un examen diario. Ya no basta con estar; hay que hacerlo todo perfecto. Pero nadie puede mantener ese ritmo sin pagarlo caro. Cuando el cuidado se vive como una obligación constante de rendir, se pierde lo más importante: la conexión con quien se cuida y con una/o misma/o.

El peso de la culpa. La culpa acompaña a muchos cuidadores. Aparece al pensar que no se hace suficiente, que falta paciencia o que no se siente lo que “se debería sentir”. En algunos hogares, además, pesa la mirada ajena: familiares que opinan sin implicarse o comentarios que confunden amor con sacrificio. Esa culpa suele empujar a hacer cada vez más y a exigirse hasta quedarse sin fuerzas.

Necesidad de control. Cuando la vida de otra persona depende en parte de ti, es comprensible querer tenerlo todo bajo control. Parece una forma de garantizar que nada se escape, pero esa sensación de seguridad es engañosa. Revisar cada detalle, corregir constantemente o no dejar que otros participen genera una tensión que acaba agotando. A menudo, esa necesidad de control es una manera de calmar el temor a que algo vaya mal o a que el esfuerzo no sea suficiente.

Emociones incómodas. Entre lo que una persona cree que debería sentir al cuidar y lo que realmente siente suele haber una gran distancia. Puede experimentar amor y ternura, pero también cansancio, enfado o incluso rechazo. Y eso no la convierte en peor cuidadora. En muchas historias de vida se aprendió que las emociones “negativas” debían ocultarse: que mostrarse irritada o harta era una falta de cariño. Por eso, a menudo se reprimen en cuanto aparecen. Pero lo que no se expresa termina manifestándose de otras formas: tensión, insomnio, tristeza o una sensación de vacío difícil de nombrar. Puedes querer mucho y, al mismo tiempo, sentirte agotada.

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Patrones aprendidos. Muchas personas cuidadoras no aprendieron a cuidarse, sino a cuidar, porque desde la infancia asumieron responsabilidades que no les correspondían. Eran quienes calmaban a sus padres, mediaban en los conflictos familiares o intentaban mantener la armonía en el hogar. En psicología, a esto se le llama parentalización: ocurre cuando la jerarquía familiar se invierte y el menor acaba ocupándose de tareas o emociones que deberían asumir los adultos.

En estos entornos, el cariño y el reconocimiento aparecen cuando el niño es servicial y complaciente, no cuando expresa sus propias necesidades. Así aprende e interioriza que, para ser querido, debe cuidar y callar. En la edad adulta, ese guion puede reactivarse cuando alguien cercano enferma o depende de él, y siente que solo tiene valor cuando ayuda o se hace cargo de los demás. Con el tiempo, lo que en la infancia fue una forma de adaptarse se convierte en una carga demasiado pesada.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

Pérdida de identidad. Con el tiempo, el cuidado puede ocupar tanto espacio que deja poco margen para uno mismo. Los días se organizan en función del otro, y lo que antes era importante —el trabajo, las amistades, los intereses personales— va quedando en segundo plano. Hay quienes llegan a un punto en el que les cuesta incluso reconocer qué les gusta, qué necesitan o quiénes son fuera del rol de cuidar. No es solo una cuestión de tiempo o de cansancio. A veces, detrás hay una forma de entender el amor o el deber que hace que cuidarse parezca un gesto de deslealtad o de falta de entrega. Cuando toda la identidad gira en torno al otro, se pierde el propio centro.

Cuidar no es salvar. Cuando queremos profundamente a alguien, aceptar su dolor puede resultar insoportable. De ahí nace el impulso de salvar: hacer todo lo posible para que no sufra, incluso cuando no está en nuestras manos cambiar lo que ocurre. Ese deseo, aunque nace del amor, puede convertirse en una trampa. Muchos cuidadores sienten que, si no logran aliviar el sufrimiento del otro, están fallando. Pero ese intento de salvar termina dejando sin fuerzas y haciendo que quien cuida se sienta solo y desbordado. Cuidar no es borrar el dolor ni tener todas las respuestas. Es acompañar dentro de los propios límites, con atención, respeto y la conciencia de que quien cuida también necesita apoyo.

Cuidar sin perderte en el intento

El bienestar de quien acompaña o atiende también importa. Si estás en ese camino, aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte a mantener el equilibrio entre las necesidades de la persona a tu cargo y las tuyas propias.

1. Aprende a pedir ayuda y suelta un poco el control

No puedes hacerlo todo sola. Nadie puede, aunque a veces cueste aceptarlo. Pedir ayuda no es rendirse ni ser menos capaz: es reconocer que cuidar bien también implica cuidarte tú.

Delega cuando lo necesites, sin esperar a estar agotada. Si lo haces demasiado tarde, es fácil que la petición salga acompañada de enfado o reproche. Sé clara: explica qué necesitas y cuándo —una compra, un traslado, unas horas de compañía— y deja que cada persona ayude a su manera.

Confiar no es desentenderse, es aceptar que los demás pueden cuidar de forma diferente y que eso también está bien. El miedo a que algo salga mal o a perder el control es comprensible, pero intentar tenerlo todo bajo vigilancia solo te desgasta. Permite que otros participen, aunque se equivoquen o lo hagan distinto. Lo importante no es que todo quede perfecto, sino que puedas descansar, respirar y seguir acompañando sin romperte por dentro.

2. Sé realista con lo que puedes hacer

Planificar solo sirve si lo que te propones es posible. Cuando organices tus jornadas, incluye también tus propias necesidades: dormir, comer, asearte y descansar. Si esas cosas básicas no tienen espacio, el plan no funcionará.

Aprende a distinguir lo urgente de lo importante y acepta que las prioridades cambian según el momento, el cansancio o el estado de ánimo. No pasa nada si un día no se plancha o si la comida es más sencilla. Hay tareas que pueden esperar o hacerse con menos frecuencia, pero si terminas siempre sin un respiro, el cuerpo y la mente acabarán pasándote factura.

Contar con una mínima estructura ayuda a que el tiempo no se te vaya resolviendo urgencias. Puedes dividir las tareas en tres grupos: las imprescindibles, las importantes y las que pueden esperar. Las primeras se hacen; las segundas se valoran según la energía del día; las últimas, si es posible, se aplazan o se delegan.

3. Cuida tu cuerpo

El cuerpo no es solo un instrumento para cuidar, también es el lugar donde se acumula el cansancio. Dolores musculares, migrañas o problemas digestivos son señales de tensión sostenida que conviene escuchar antes de que se conviertan en un aviso más serio.

Duerme lo que necesites, aliméntate de forma equilibrada y busca momentos para moverte: caminar, estirarte o respirar con calma puede ayudarte más de lo que imaginas. También es importante no descuidar las revisiones médicas y pedir ayuda profesional si algo preocupa. El descanso y el movimiento no son un premio, son parte del cuidado. Cuando el cuerpo se recupera, la mente también encuentra espacio para respirar.

4. Practica la autocompasión

Cuidar también implica cuidar de ti. No puedes estar bien si te hablas con dureza cada vez que te equivocas o no llegas a todo. Permítete cansarte, frustrarte o fallar. Cuando algo no salga como esperabas, párate un momento y pregúntate qué necesitas en lugar de reprocharte lo que hiciste mal.

Practicar la autocompasión no significa rendirse ni “mirarse el ombligo”. Significa reconocer que eres humana y que estás haciendo lo mejor que puedes con los recursos que tienes hoy. Cuando cambias la crítica por comprensión, se abre un espacio para descansar y reponerte.

Háblate como lo harías con un amigo en tu situación, date permiso para parar sin justificarte y reconoce el esfuerzo que haces cada día, incluso cuando nadie lo ve. Tratarte con amabilidad no te hace menos responsable; te hace más capaz de cuidar sin perderte en el intento.

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5. Escucha tus emociones

Cuidar durante mucho tiempo remueve muchas emociones. Frustración, culpa, miedo, tristeza o irritabilidad son respuestas normales ante una situación que exige tanto. Negarlas o intentar controlarlas solo aumenta el malestar; reconocerlas y darles espacio ayuda a aliviarlas.

Puedes practicar una autoobservación breve: detenerte unos segundos al día para notar qué sientes y ponerle nombre. Identificar la emoción permite tomar distancia y entender mejor qué necesitas. Hablar con alguien de confianza o con un profesional también ayuda a elaborar lo que vives sin volcarlo sobre la persona a la que atiendes.

Si te invade el enfado, date unos minutos antes de responder. Si aparece la culpa, recuérdate que nadie puede hacerlo todo bien todo el tiempo. A veces basta con reconocer “estoy saturada” para que la presión empiece a bajar. Escuchar lo que sientes no es un lujo: es parte del autocuidado.

6. Recupera tus espacios

No importa si son cinco minutos o una tarde entera: contar con un tiempo para ti te ayudará a recordar que tu vida no se reduce al cuidado. Pasear, leer, charlar con alguien o simplemente quedarte en silencio son formas sencillas de descansar por dentro y recuperar perspectiva.

Retomar pequeñas rutinas o actividades que antes te hacían bien —escuchar música, cocinar sin prisa, cuidar una planta— ayuda a mantener viva tu identidad. No es una huida del rol de cuidador, sino una manera de no perderte en él.

7. Pon límites, también a la persona cuidada

Poner límites no es distanciarse, es cuidar de la relación. Cuando estás disponible todo el tiempo, acabas agotada y la otra persona también pierde parte de su independencia.

Marcar horarios, turnos y momentos de descanso ayuda a que el cuidado sea sostenible. Decir “ahora necesito parar” no es falta de entrega: es reconocer que también tienes necesidades.

A veces, quien recibe los cuidados pide más ayuda de la que realmente necesita, por miedo o por costumbre. En esos casos, anímale a hacer lo que todavía puede, aunque le lleve más tiempo o lo haga de otra forma. Fomentar su autonomía no solo aliviará tu carga, también reforzará su confianza y su sensación de valía.

8. Mantén tu red de apoyo

El cuidado puede aislar si no se pone atención. No dejes que todo gire en torno a esa responsabilidad. Hablar con amigos, familiares o personas que estén pasando por algo parecido ayuda a desahogarte y recordar que no estás sola.

Relacionarte con otros cuidadores también puede darte alivio y nuevas ideas: escuchar cómo afrontan ellos el día a día te ayudará a sentirte comprendida y a descubrir otras formas de organizarte o de pedir ayuda.

Y no descuides los vínculos que te conectan con la vida fuera del cuidado. Reír, compartir una comida o hablar de algo diferente no es una pérdida de tiempo: es una manera de recargar energía y volver con más calma.

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9. Busca apoyo profesional si lo necesitas

Hay momentos en los que el cansancio o la sensación de vacío se hacen demasiado grandes para manejarlos a solas. Un espacio terapéutico puede ofrecerte un lugar donde hablar sin sentirte juzgada, comprender qué te está pasando y encontrar nuevas formas de afrontar lo que vives.

En terapia puedes revisar esas ideas que a veces te pesan —la necesidad de hacerlo todo bien, la culpa por descansar o la creencia de que cuidarte es egoísta—, aprender a poner límites y reconocer tus propias necesidades sin sentirte mal por ello. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

10. Recuerda por qué cuidas

En medio del cansancio y las rutinas, es fácil perder de vista el motivo por el que cuidas. Detenerte un momento a pensar en ello —el afecto, la gratitud, el compromiso o simplemente el vínculo que te une a esa persona—ayuda a reconectar con la parte más humana de esta tarea.

No elimina el esfuerzo, pero ofrece perspectiva. Permite mirar más allá del agotamiento y reencontrarte con los gestos que aún tienen valor: una sonrisa, una conversación tranquila o una mirada de complicidad. Esos momentos, aunque pequeños, sostienen mucho más de lo que parece.

Cuidar también deja aprendizajes. Por ejemplo, enseña a ir más despacio, a valorar lo cotidiano o a descubrir nuevas formas de querer. Recuerda que, detrás del esfuerzo, sigue habiendo un lazo que da sentido a lo que haces.

Referencias bibliográficas

Da Silva Rodrigues, C. Y. (2019). Ser cuidador: Estrategias para el cuidado del adulto mayor. Ciudad de México: Editorial El Manual Moderno.

Fundación Caser. Guía básica de autocuidado para personas cuidadoras.

VML The Cocktail. (2025, 9 mayo). El futuro de los cuidados: un estudio sobre mayores dependientes y cuidadores [Informe].

Es posible sobrevivir a la relación con un psicópata y salir reforzada.

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada)

Cómo sobrevivir a la relación con un psicópata integrado (y salir reforzada) 1487 706 BELÉN PICADO

«Si tienes un psicópata en tu vida, no te detengas… ¡Corre!». No lo digo yo. Lo dice Robert Hare, psicólogo forense canadiense y uno de los mayores expertos en psicopatía. Aunque hay más casos documentados de hombres, también existen mujeres con este perfil. Lo relevante no es el género, sino la forma de relacionarse y el daño que generan. Así que, si es tu caso, ya sabes cuál es el primer paso para sobrevivir a la relación con un psicópata integrado: alejarte todo lo que puedas. No busques explicaciones, no te engañes pensando que va a cambiar… ¡Corre! Y si resulta que es él quien te ha dejado, aléjate igualmente. Aunque al principio te parezca imposible, con el tiempo mirarás hacia atrás y pensarás «¡De la que me he librado!».

No nos vamos a engañar. El proceso de recuperación tras la relación con un psicópata (o con un narcisista) no es rápido ni fácil. Pero puedes recuperar tu propia vida, mirarte en el espejo y volver a reconocerte.

Para empezar, olvídate de creencias como «Si yo cambio, quizás todo se arregle» o «Si soy más tolerante con esa persona seguro que cambia su actitud conmigo». No. No va a cambiar. Ni por ti, ni por nadie. Los psicópatas no conocen la empatía, la culpa, los remordimientos ni la vergüenza. Quien puede cambiar y transformarse en una sombra de lo que fuiste eres tú si permaneces a su lado.

Para sobrevivir a un psicópata deberás aprender a rodearte de personas que te hagan sentir bien, recuperar tu identidad, mejorar tu autoestima y volver a hacer lo que te gustaba, entre otras cosas. Todo esto es posible. Habrá momentos en que flaquees y es normal. Pero no te rindas porque mereces volver a disfrutar de la vida y posees la capacidad para lograrlo. Tienes una vida por delante que saborear y no puedes permitir que nadie lo impida.

Finalizar la relación

Aunque lo mejor es cortar toda comunicación y alejarte de esa persona psicópata que te está amargando la vida, por lo general no va a tolerar que la dejes tan fácilmente. Al principio, puede que trate de apelar a tu comprensión y a tu amor, asegurándote que no puede vivir sin ti y prometiéndote por enésima vez que va a cambiar. Incluso es posible que haga por ti cosas que nunca hizo antes. No te dejes engañar. No lo hace por ti, sino para demostrarse que puede tenerte comiendo de su mano cuando quiera. Si esto no le funciona, o bien recurrirá al chantaje emocional haciéndose la víctima y tratando de hacerte sentir culpable o pasará al ataque directo. Te insultará, te ninguneará, intentará humillarte, hablará mal de ti a terceros. Es necesario que contemples todos estos escenarios porque así podrás estar preparada para sus intentos de manipulación.

Todo lo anterior puede ocurrir si eres tú quien rompe la relación. Pero también puede pasar que sea él quien termine contigo porque ya no le seas útil o porque haya encontrado otra persona a quien manipular. En este caso es posible que te sientas terriblemente mal porque se habrá ocupado previamente de hacerte creer que sin él no eres nada. Pero, créeme, es lo mejor que te podría pasar.

En cualquier caso, no esperes encontrar una explicación a este comportamiento repasando mentalmente, una y otra vez, los últimos meses de la relación o sus palabras. Ni tampoco esperes que se disculpe contigo. Desde una mente sana es muy difícil comprender y asumir que un ser humano sea capaz de mostrar, deliberadamente, un comportamiento tan dañino, así que nuestro cerebro buscará una explicación coherente. Pero la realidad es que los psicópatas no tienen empatía y no les importa en absoluto cómo se siente el resto de la Humanidad, tú incluida. Y si alguna vez te ha parecido intuir algo de empatía en su actitud, solo estaba fingiendo para manipularte.

Si un psicópata ha pasado por tu vida cual vendaval, en lo que has de enfocarte es en fortalecerte y en reconectar contigo misma. No es fácil ni rápido, pero es posible sobrevivir e, incluso, salir reforzada.

Nada de contacto

En esto no hay flexibilidades ni negociaciones que valgan. Es necesario e indispensable romper todo contacto con esa persona. Cierra cualquier vía de comunicación. Bloquéalo en whatsapp y en tus redes sociales para no tener que seguir viendo información sobre él. Empapelar su muro con comentarios sobre lo feliz que es e, incluso, con imágenes con su ‘nuevo amor’ será una de sus estrategias para seguir ejerciendo su poder sobre ti. Olvídate también de crearte un perfil falso para espiarlo porque solo conseguirás desestabilizarte y obstaculizar tu proceso de recuperación.

Asimismo, evita encuentros con amistades o personas que tengáis en común y deshazte de lo que pueda recordarte a él (fotos, regalos, ropa, etc.). Y, por supuesto, no quedes para que te dé «una explicación» o para «acabar civilizadamente». Todo esto puede parecer muy extremo, pero una situación así requiere medidas radicales.

Si existe algún vínculo legal, posiblemente tratará de prolongar el proceso de separación. Al fin y al cabo, para él eres de su propiedad y le perteneces. Tanto en este caso como si tenéis hijos, limita el contacto al mínimo. Siempre que sea posible, intenta comunicarte a través de un abogado o dejar ciertos trámites en manos de una tercera persona.

Es normal que al principio te sientas mal, con mucha ansiedad y una enorme sensación de vacío. Te acostarás y levantarás pensando en él, pasarás las horas muertas mirando el móvil y esperarás que aparezca en cualquier momento. También experimentarás sentimientos contradictorios y pasarás de odiarlo a desear que se dé cuenta de lo que ha perdido y vuelva arrepentido y transformado en el hombre que tú querías ver en él. Pasar por todo esto es duro, pero piensa que es un precio muy pequeño a pagar por mantener tu cordura, tu salud emocional y tu bienestar.

¿Vengarte? Ni te lo plantees

Puede que sientas una intensa sed de venganza contra quien tanto daño te ha hecho. Pero, de verdad, es una pésima idea. El mejor desprecio es no hacer aprecio, decía mi abuela. Refrán, que en este ámbito viene a decir que la mejor venganza para un psicópata es la indiferencia total, ignorar por completo su existencia. Además, declarar la guerra a estos sujetos es una batalla perdida. Nunca podrás competir en falta de empatía o, en muchos casos, en crueldad. Mejor enfoca esa energía que te da el enfado en recuperarte y en aprender sobre ti para no repetir patrón a la hora de elegir tu próxima pareja. Eso sí que será una victoria.

En su libro El acoso moral, la psiquiatra Marie-France Hirigoyen advierte: «No se vence nunca a un perverso. A lo sumo, se puede aprender alguna cosa acerca de uno mismo. A la hora de defenderse, a la víctima le dan tentaciones de recurrir a los mismos procedimientos que utiliza su agresor. Sin embargo, debe saber que, si se encuentra en la posición de víctima, es la menos perversa de los dos. La situación no se puede invertir tan fácilmente. Utilizar las mismas armas que el agresor no es de ningún modo aconsejable».

No caigas en la trampa de la triangulación

La triangulación se produce cuando aparece una tercera persona en la vida del psicópata. Bueno, en realidad, más que aparecer es él quien la introduce en escena de forma deliberada. De repente, se muestra encantado con una nueva conquista, le presta mucha atención, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está… Y, por supuesto, se las ingeniará para que te enteres, además de hacerte saber, sutil o descaradamente, que ella tiene todo lo que a ti te falta.

Tú te preguntarás cómo es posible que te haya olvidado con tanta facilidad cuando a ti te está costando tanto sobreponerte a la ruptura. La respuesta está en que él no tiene que recuperarse de unos sentimientos que probablemente no eran sinceros o, al menos, eran muy superficiales. Y, por otra parte, seguramente toda esa dicha de la que presume sea falsa y con ella solo busque aumentar tu inseguridad, dañar tu autoestima y desestabilizarte aún más. Por eso es tan importante que no caigas en esta trampa.

No es oro todo lo que reluce, ni felicidad todo lo que se muestra en las redes sociales. Iñaki Piñuel lo explica en su libro Amor Zero: «Cuando un ex psicópata triangula y te pasa por la nariz su nueva relación no quiere decir que sea muy feliz en ella, sino que provocándote necesita desesperadamente convencerse de que tú no eres suficientemente válido para él o ella y de que ha hecho muy bien sustituyéndote. Eso es señal de que no lo tiene nada claro. Su triunfo es muy precario. Su aparente felicidad es simulada. Un mecanismo psicológico de compensación y proyección explica a la perfección que solamente quien no es feliz necesita decir, contar y probar a los cuatro vientos que es muy feliz».

Tras una relación con un psicópata, corta toda relación con él.

«¿Y si flaqueo?»

Ya dijimos antes que el proceso de recuperación no es fácil ni rápido. A menudo flaquearás y tendrás que hacer una pausa para recordar por qué acabaste (o por qué que te dejara fue lo mejor que te podía pasar). Esos recuerdos que a veces te asaltan y que en tu memoria aparecen como ‘momentos bonitos’ llevan incorporado un filtro de idealización y, de ningún modo, reflejan la realidad de la relación. Es fantástico que la persona a la que amamos tenga detalles o nos diga cosas bonitas… si son sinceras. Pero no cuando son un medio para obtener un beneficio.

Te propongo que hagas una lista con todas las razones por las que te separaste (o por las que estás mucho mejor sin alguien así a tu lado). ¿Te hacía luz de gas? ¿Se dedicaba a humillarte? ¿Hacía que te sintieses culpable? ¿Te aislaba de tus amigos o de tu familia? Una vez que tengas la lista, déjala donde puedas verla y revísala cada vez que tengas la más mínima pizca de nostalgia.

Es necesario que aceptes que todo proceso lleva su tiempo. Respeta tu propio ritmo, escúchate y ve con calma. Sin prisa, pero sin pausa.

Ahora tu prioridad eres tú

El tiempo de estar pendiente de las necesidades de otro se acabó. Ahora te toca priorizarte a ti misma. Trabaja en tu autoestima y practica el autocuidado. Recupera actividades que te gustaban y atrévete a encontrar otras nuevas. Al principio te parecerá imposible porque una de las características del psicópata es que te absorbe toda la energía hasta dejarte anulada y sin fuerzas. Pero poco a poco lo conseguirás. Ahora que has roto ese ‘círculo tóxico’ toca conectar con esas cosas que te hacen feliz, por pequeñas que sean.

Antes hablábamos de la indiferencia como forma de venganza. Pues recuperar todas esas actividades que te gustaban y dejaste de hacer por él es otra vía de demostrarte que no ha podido contigo.

Recupera tu vida social

Retomar la relación con familia y amigos forma parte de la recuperación. Salir y divertirte con gente que realmente te aprecia y te quiere te ayudará en este proceso de desintoxicación. Y si, en el peor de los casos, encuentras menos apoyo del que esperabas siempre puedes conocer a gente nueva. Lo importante es tener una red de apoyo compuesta por personas con quienes puedas contar de forma incondicional y que, si lo necesitas, te recuerden por qué empezaste este proceso de sanación.

Asimismo, puedes descubrir importantes redes de apoyo en otros ámbitos. Por ejemplo, entrando en contacto con grupos de ayuda mutua en los que haya personas en tus mismas circunstancias. Después de todo, quién te va a entender mejor que alguien que haya pasado por lo mismo…

Otro modo de relacionarte es posible

No es extraño que después de la montaña rusa en la que se ha vivido y debido a la intensidad emocional que hay en una relación tan tóxica, una relación normal resulte sosa y aburrida. Y tiene sentido porque te has acostumbrado a vivir en el caos emocional y ahora alguien que te ofrece tranquilidad y estabilidad te resulta extraño y poco familiar. También puede tratarse de un patrón que sigues a la hora de elegir pareja. Tomar conciencia de ello es necesario. Es el primer paso para aprender a relacionarnos de otro modo, evitando involucrarnos una y otra vez en relaciones tóxicas.

Ora posibilidad es que te vuelvas desconfiada y empieces a ver psicópatas y narcisistas por todas partes. O que empieces a salir con alguien y al más mínimo desacuerdo o la más mínima sospecha salgas corriendo. No te angusties. A medida que vayas conociéndote mejor, reconstruyendo tu autoestima, priorizando tus necesidades y aprendiendo a establecer límites sanos, verás cómo desarrollas un eficaz ‘detector’ de personas tóxicas. Y comprenderás que el amor no tiene nada que ver con la manipulación ni con juegos perversos como los que practicaba tu ex pareja.

Busca ayuda profesional

Al haber estado expuesta a un trauma continuado, lo más aconsejable es que acudas a un psicólogo que pueda ayudarte en tu recuperación. Te ayudará a mejorar tu autoestima, te facilitará herramientas de regulación emocional y te acompañará en tu proceso de duelo. Y también podrás recuperar esos recursos que tenías antes de la relación y que tu expareja se encargó de machacar.

En estos casos es especialmente eficaz la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), un abordaje terapéutico avalado científicamente en el tratamiento del trauma. Esta terapia no solo te ayudará a procesar y elaborar los peores momentos de esa relación tóxica, sino también los episodios del pasado con los que dichos momentos podrían estar conectados. Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso.

Y, para terminar, os dejo con estas palabras de esperanza de Mari-France Hirigoyen, refiriéndose a las relaciones de abuso: «La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir».

Hay esperanza después de salir de una relación de maltrato psicológico.

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El efecto luz de gas o gaslighting es muy difícil de detectar.

Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad)

Luz de gas o gaslighting (II): 6 claves sobre este abuso (y una curiosidad) 1626 1080 BELÉN PICADO

En el anterior artículo sobre el efecto luz de gas me centraba en las señales para identificarlo y en cómo actuar ante él. Pero hay mucho que contar sobre esta forma de maltrato psicológico que busca hacer dudar a quien lo sufre de su propia realidad e, incluso, de su cordura. Por ello, he creído adecuado dedicarle otro post con algunos puntos que también conviene saber. Cuanto más sepamos acerca del gaslighting, más fácil será sortearlo. Por ejemplo, no está de más conocer qué características pueden hacer a una persona más vulnerable a sufrirlo, cómo identificar a un gaslighter antes de caer en sus redes o qué hace que esta forma de maltrato psicológico sea tan difícil de detectar.

Asimismo, es importante saber que no solo sufren luz de gas las mujeres ni únicamente aparece en la pareja. Incluso la política es un terreno muy propicio para el gaslighting y Donald Trump uno de sus principales ‘representantes’.

1. ¿Por qué es tan difícil de detectar?

Es importante dejar claro que una víctima en ningún caso es tonta o ingenua porque no identifique que está sufriendo luz de gas. En realidad, estamos ante una forma de maltrato psicológico que es muy difícil de detectar por varias razones:

  • Cuando se da en la pareja, la víctima atribuye el comportamiento del maltratador a que quizás esté pasando una mala racha y muy pronto todo volverá a la normalidad. Además, se convence de que alguien que la quiere tanto no puede estar maltratándola. Y así acaba justificando los reproches y autoconvenciéndose de que su pareja se porta así porque tiene miedo de perderla.
  • Al no haber huellas físicas visibles, es muy difícil apreciar los signos del abuso. Y es posible que los familiares y amigos tampoco se den cuenta de lo que ocurre y atribuyan la ansiedad de la víctima a altibajos en la relación.
  • Como la violencia física es perseguida y castigada y cada vez está peor vista por la sociedad, el maltratador recurre a la manipulación y al gaslighting como alternativa.
  • La propia naturaleza del vínculo que une a víctima y maltratador influye también en que la situación se mantenga. Quien sufre luz de gas a menudo pasa por alto las señales y justifica las conductas del otro confundiéndolas con muestras de afecto y protección.
  • Venimos de una cultura en la que a las mujeres se nos ha educado para complacer, cuidar y mantener la armonía dentro de las relaciones.
  • A menudo, el efecto luz de gas permanece enmascarado tras una aparente preocupación por parte del abusador: “Confía en mí. Yo solo quiero lo mejor para ti, todo lo hago por tu bien”.

Quien sufre luz de gas a menudo pasa por alto las señales del abuso del que está siendo víctima.

2. El gaslighting no siempre es consciente

Por lo general, es una forma de manipulación muy utilizada por personalidades narcisistas. A menudo se trata de personas encantadoras, exitosas, que saben bien cómo inspirar confianza y están acostumbradas a responder únicamente a sus propias necesidades y deseos, ignorando las de los demás.

Sin embargo, no siempre se hace luz de gas de forma consciente (aunque esto no lo justifica). Es posible que el gaslighter no tenga suficientes habilidades comunicativas o recursos para afrontar una discusión, por ejemplo, o para enfrentarse a una realidad que no controla. Así que cuando se sienta ‘amenazado’ recurrirá al único modo que conoce de conseguir lo que quiere: el gaslighting. Esto ocurre por ejemplo con personas que sufrieron este tipo de maltrato en su infancia por parte de sus figuras de apego.

En muchas ocasiones estos individuos ven normal, porque así lo aprendieron, establecer relaciones en términos de propiedad o de jerarquía entre las personas. Y también ven natural poder manipular las percepciones y juicios del otro adaptándolos a la propia visión de las cosas.

3. Diferencia entre manipulación y luz de gas

Se puede decir que la manipulación es una parte muy importante del gaslighting, pero no toda la manipulación recurre a este tipo de abuso emocional. La psicoterapeuta Stephanie Sarkis explica muy bien la diferencia: “La influencia o la manipulación se utiliza en diversos campos, particularmente el marketing y la publicidad, para que compremos cosas. Y se puede decir que los niños descubren la manipulación a una edad temprana y aprenden cómo obtener algo de uno de los padres si el otro dice «no». En este momento no es algo malo porque solo estamos aprendiendo cómo funcionan las cosas. Pero cuando la manipulación se convierte en una serie de comportamientos en los que la única intención es obtener el control sobre otra persona, entonces estás incurriendo en gaslighting. Es una forma de abuso”.

Visto así, un componente importante es la intención. Cuando una persona manipula está tratando de salirse con la suya, mientras que en el efecto luz de gas se trata, además, de controlar al otro. Por otra parte, no es algo que se haga una vez para conseguir un objetivo, sino que se trata de un patrón de comportamiento permanente, tanto dentro de una relación única como a través de múltiples relaciones.

Con el gaslighting se busca controlar y someter al otro.

4. ¿Existe un perfil de víctima?

Hay ciertos rasgos y circunstancias que pueden hacer a una persona más propensa a dar con un gaslighter, entre ellos: tener una acusada necesidad de agradar a los demás y de obtener su aprobación; poseer un alto grado de introversión; ser ‘demasiado’ empática; tener una baja autoestima; estar acostumbrada a ejercer el rol de cuidadora; ser demasiado complaciente; carecer de una adecuada capacidad asertiva; o no contar con una red de apoyo lo suficientemente fuerte.

También es común que exista un patrón de apego inseguro, es decir que durante su infancia haya sido víctimas de negligencia o de maltrato. Si en la niñez no hemos tenido un ambiente cálido, seguro y amoroso es muy posible que de adultos acabemos involucrándonos en diferentes tipos de relaciones tóxicas.

5. Algunas pistas para desenmascarar a un gaslighter antes de caer en sus redes

Hay ciertos comportamientos que este tipo de manipuladores suelen poner en marcha ya en las primeras citas y que pueden ponernos sobre aviso. Por ejemplo, no es extraño que hablen con mucho desprecio de sus exparejas o, incluso, de su familia. También es posible que a las pocas horas de haberte conocido ya estén diciéndote que eres maravillosa, que eres lo mejor que les ha pasado o ambas cosas. A todos nos gusta que nos digan cosas bonitas, pero si ves que te lanza todo un arsenal de cumplidos a cuál más exagerado, sospecha. «Te dirá todo lo que quieras oír, pero no reveles demasiada información ni respondas a preguntas intrusivas. Podría utilizarlo luego en tu contra. Si piensas que es demasiado bueno para ser verdad, seguramente es que no es verdad», advierte Stephanie Sarkis en su libro Gaslighting: Reconoce a las personas manipuladores y emocionalmente abusivas y libérate.

6. No solo en las parejas, ni solo a las mujeres

Aunque lo habitual es que las víctimas sean mujeres, los hombres también pueden sufrir luz de gas por parte de sus parejas. Y en estos casos es todavía más difícil que el afectado, y sobre todo el entorno, detecten que está produciéndose un maltrato.

Este patrón de abuso también se da en otros ámbitos y no solo en la relación de pareja. Por lo que respecta a la familia, la psicoanalista Robin Stern apunta: “Es posible que tu madre menosprecie la ropa que usas, tu trabajo y tu novio y tú, en vez de reaccionar, te preguntas si tendrá razón”. O, peor aún, quizás fuiste objeto de maltrato o abusos y a fuerza de repetirte que eran imaginaciones tuyas, acabaste por creértelo. Si te das cuenta de que fuiste víctima de este tipo de manipulación por parte de tu familia y que incluso de adulto sigues siéndolo, debes marcar unos límites claros. Y no seguir luchando por obtener su aprobación porque no la necesitas. La única aprobación que debes buscar es la tuya.

En el ámbito laboral, un superior puede dedicarte numerosos elogios en público mientras que te humilla en privado y tira tu trabajo por tierra. Es habitual, por ejemplo, en casos en que los empleados son más efectivos que sus superiores y estos recurren a esta técnica para salvaguardar su posición y evitar que nadie les haga sombra. Pero no solo los jefes pueden hacerte luz de gas. También los compañeros.

El gaslighting también se da en el ámbito laboral.

7. Donald Trump, un experto gaslighter

El campo de la política no se libra tampoco del gaslighting y Donald Trump parece ser un ‘experto’. De hecho, en los últimos años se han escrito numerosos artículos en los que se le pone como ejemplo por su tendencia a hacer una declaración para, en una fecha posterior, negar indignado que él haya dicho eso. En uno de estos artículos, Trump and Other Gaslighters/Narcissists Create Crises And Then Act Like The Solved Them (Cómo Trump y otros gaslighters/narcisistas crean crisis y luego actúan como si las resolvieran), Sarkis expone cómo ciertos políticos “crean un enemigo y una crisis, luego la ‘resuelven’ y a continuación reclaman los elogios cuando la crisis (que ellos crearon) ha terminado”. Y proporciona varios ejemplos que muestran a Trump como prototipo de gaslighter en política.

Robin Stern, también relata en su libro Efecto Luz de Gas: Detectar y sobrevivir a la manipulación invisible de quienes intentan controlar tu vida, otro caso protagonizado por el presidente En 2016, el comediante y presentador estadounidense John Oliver afirmó que Donald Trump le había hecho luz de gas. ¿Cómo? Anunciando en Twitter que había rechazado una invitación para aparecer en el programa del comediante. Cuando el presentador se dispuso a aclarar que él no le había invitado, Trump complicó más la situación insistiendo en una entrevista que se lo había pedido no una, sino cuatro o cinco veces. Fue tal la seguridad que mostró, que Oliver confesó más tarde que llegó a cuestionarse su propia realidad: “Haber sido víctima de una mentira que parecía tan convincente fue una situación muy desestabilizadora. Incluso me vi obligado a asegurarme de que nadie lo había invitado accidentalmente y, por supuesto, nadie lo había hecho”.

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