madre manipuladora

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también) 2063 1453 BELÉN PICADO

¿Alguna vez tu pareja te ha asegurado que todo estaba bien entre vosotros y que no le pasaba nada, pero sus comentarios sarcásticos te indicaban lo contrario? ¿Tu madre no te reprocha abiertamente que no la visites tanto como le gustaría, pero deja caer frases del tipo «Un día me va a pasar cualquier cosa y nadie se va a enterar»? O, quizás, eres tú quien actúa así… Estas y otras situaciones similares tienen en común un comportamiento pasivo-agresivo que, sin conllevar una violencia directa, puede hacer mucho daño. Se trata de un tipo de agresividad silenciosa, de hostilidad encubierta, que puede afectar muy negativamente a las relaciones interpersonales, ya sea en el ámbito laboral, familiar, de amistad o de pareja.

En general, quienes adoptan estas actitudes suelen tener dificultades para comunicar de forma efectiva sus sentimientos de impotencia, resentimiento o frustración y, en lugar de expresar abiertamente su malestar, recurren a estrategias pasivas e indirectas que lo único que hacen es dificultar la resolución de los problemas y la construcción de vínculos saludables.

La mayoría de nosotros hemos caído en este tipo de conductas en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando estamos muy enfadados con un amigo, y, al mismo tiempo, no nos atrevemos a confrontarlo de forma directa por miedo a crear un conflicto que dé al traste con el vínculo que nos une. O cuando en el trabajo empezamos a ‘escaquearnos’ o a ‘olvidamos’ de realizar determinadas tareas para hacer notar nuestro descontento, pero sin arriesgarnos a hablar con nuestro jefe (por si se le ocurre despedirnos). Cuando se trata de episodios puntuales, respuestas como estas son una manera de protegernos o de salir del paso de un conflicto que nos genera temor.

Los problemas llegan cuando estas actitudes dejan de ser esporádicas para convertirse, consciente o inconscientemente, en un patrón persistente que se aplica de forma rígida y ante cualquier situación hasta el punto de no ser capaces de afrontar ningún conflicto de manera clara y directa.

Entre el deseo de agradar y el rechazo a lo que percibo como una exigencia externa

El origen del comportamiento pasivo-agresivo puede estar relacionado con distintas experiencias tempranas, como haber estado expuesto a un estilo de crianza excesivamente rígido, inconsistente o sobreprotector. En ocasiones, surge como una estrategia de afrontamiento aprendida, cuando en la infancia la expresión abierta de la ira estaba prohibida o mal vista. Si he aprendido a esconder y a negar mi enfado, me resultará difícil manejarme en los conflictos y evitaré las confrontaciones directas por miedo al rechazo o a la pérdida de aprobación.

De este modo, cuando estas personas sienten que se les está sometiendo a algún tipo de exigencia externa, se enfrentan a un dilema. Por un lado, están deseando agradar, complacer y ser elogiados por sus acciones. Pero, al mismo tiempo, perciben los requerimientos de los demás como un intento de dominarlas. Desde esta ambivalencia, desarrollarán una actitud cambiante e imprevisible en las relaciones, alternando episodios de auto afirmación e independencia hostil con otros de sumisión y de dependencia absoluta ante el temor de que se rompa el vínculo afectivo.

El comportamiento pasivo-agresivo dificulta las relaciones interpersonales

15 Pistas para identificar un comportamiento pasivo-agresivo

Al tratarse de una hostilidad indirecta y a menudo muy sutil, es normal que haya ocasiones en las que estas conductas lleguen a confundirnos y dudemos de lo que estamos percibiendo. Los personajes que voy a presentaros a continuación ejemplifican algunas de las formas en que se pueden manifestar actitudes y conductas pasivo-agresivas en situaciones cotidianas. De este modo, podréis identificarlas más fácilmente, ya sea en otras personas o en vosotros mismos.

1. Lucía, procrastinadora

Lucía a menudo se muestra cooperativa y acepta realizar tareas para su equipo de trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad siempre encuentra excusas para postergarlas y nunca hace lo que se le ha pedido. Parece muy ocupada en ello, pero la tarea nunca avanza. Y si le preguntan al respecto, responde con evasivas y justificaciones.

La procrastinación intencionada es una forma muy sutil de sabotear. Es decir, posponer o dilatar la ejecución de tareas o responsabilidades, sabiendo que esto puede afectar negativamente a otros o al proyecto en general.

2. Ana, la resentida. «Todos tienen más suerte que yo»

Ana está obsesionado por la aparente falta de justicia del mundo que la rodea. No es capaz de ver que muchas veces su propia actitud le impide conseguir logros significativos en los diferentes ámbitos de su vida. Vive con envidia constante los éxitos de los demás (a quienes, según ella, todo les resulta más fácil). Y, siempre que puede, disfruta socavando la felicidad de aquellos que considera más afortunados, haciéndoles partícipes de lo injusta y mezquina que es la vida.

3. Luis, especialista en echar balones fuera

Experto en eludir situaciones incómodas, Luis no solo niega a menudo lo que ha dicho o hecho, sino que, incluso, se ofende si percibe que los demás dudan de él (aun sabiendo que esas dudas tienen una base sólida). Suele defenderse con frases del tipo «Yo nunca dije eso, lo habrás soñado».

Otra manera en la que personas como Luis echan balones fuera es no asumir su responsabilidad y desviarla en otras direcciones: «Son imaginaciones tuyas, yo no estoy enfadado», «Yo tenía pensado hacerlo, pero ella me dijo que…», «Entendí que ibas a ocuparte tú». Con tal de no hacerse cargo de sus palabras, con su actitud y conducta culparán, de forma más o menos clara, a otros o a las circunstancias.

4. Marta, la pesimista escéptica. «Piensa mal y acertarás»

Escéptica e incapaz de ver el lado positivo de las cosas, Marta vive envuelta por una nube de pesimismo persistente. Su visión negativa del mundo la lleva a reaccionar con sarcasmo y mordacidad ante los «inmerecidos» éxitos de todos los que, en apariencia, tienen más suerte que ella. Desconfía de todo el mundo y está convencida de que las personas, en general, son malas y egoístas. Su lema: «Piensa mal y acertarás».

La actitud distante y huraña de estas personas tiene como principal objetivo provocar malestar en quienes las rodean.

5. Óscar, el oyente hostil

Óscar siempre parece dispuesto a escuchar los problemas de sus amigos. Sin embargo, su atención pronto se convierte en una crítica disfrazada. Aunque sus consejos parecen amables, el tono de sarcasmo y desdén con que los ofrece transmite que no está de acuerdo con las decisiones de quien está depositando su confianza en él.

Debido a esta discordancia entre el lenguaje verbal y el no verbal, es normal que quienes escuchan a alguien como Óscar acaben dudando de lo que están percibiendo. Por ejemplo, hay personas que pueden preguntarte cómo te encuentras o, aparentemente, se muestran interesadas en lo que quieres contarles. Sin embargo, cuando empiezas a hablar, apenas te miran, muestran una actitud desganada o responden con monosílabos. En estas condiciones, es fácil deducir que una buena comunicación es imposible. Cuando ocurre esto se está produciendo una dinámica que se conoce como doble vínculo y que puede provocar una gran inseguridad y confusión.

Comportamiento pasivo-agresivo.

6. Raquel, maestra de la queja y el victimismo

No hay día en que Raquel no se lamente de la poca atención que le prestan su familia, su pareja o sus amigos y se queje de que no la valoran lo suficiente. Sin embargo, si alguien se interesa y le pregunta qué le ocurre su respuesta siempre es la misma: «Estoy bien. No me pasa nada».

Además, por sistema, siempre se posiciona en contra de los deseos y peticiones de los demás. Siempre tiene preparada una objeción para rechazar cualquier alternativa o sugerencia que le ofrezcan. Eso sí, ella tampoco ofrece otras opciones. Esta actitud crea un ambiente negativo a su alrededor y hace que las interacciones con ella resulten frustrantes y agotadoras.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa de victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista»)

7. Santiago, irritable e impulsivo

Santiago casi siempre está de mal humor y, aunque no suele expresar abiertamente su enfado o disgusto, suele dejarlo patente a través de quejas, protestas o comentarios aparentemente triviales, pero que aterrizan como dardos en quien los recibe. Esta conducta hace que la otra persona se sienta incómoda, frustrada y a disgusto sin saber muy bien por qué.

Es posible que, al principio, personas como Santiago se muestren amables, especialmente si desean conseguir algo. Pero cuando los conocemos de verdad nos damos cuenta de que la mayor parte del tiempo están malhumorados e irascibles por algo que la mayoría de las veces no nos dirán.

8. Germán, el olvidadizo oportuno

Los olvidos son una de las estrategias más utilizadas por personas con un estilo pasivo-agresivo. Para Germán son un modo sutil e indirecto de expresar su descontento, su frustración o, sus necesidades. Por ejemplo, tiene la habilidad de recordar selectivamente compromisos según su nivel de interés. Puede ‘olvidar’ una reunión o evento que no le entusiasma, pero recordará claramente aquellos que considera más importantes o beneficiosos para él.

Lo mismo le ocurre con citas o conversaciones que ha mantenido con personas con quienes está molesto por algún motivo (que en ningún caso abordará de forma directa).

9. Eva: «Ni contigo ni sin ti»

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo que se manifiesta en la dificultad para mantener una posición clara o coherente ante los demás. En el caso de Eva, la necesidad de agradar a su pareja la lleva a posicionarse continuamente en el no conflicto. Como sabe lo que su pareja quiere, ella juega con eso hasta que se cansa o se frustra cuando se da cuenta de que, en realidad, se ha comprometido a hacer, o está haciendo, algo que no quería. Entonces, de repente, le muestra su enfado y su hostilidad, pero no abiertamente, sino a través de estrategias indirectas y más o menos sutiles: deja de hablar, no responde a los mensajes, no cumple algo con lo que se había comprometido…

Estas personas pueden decir a su pareja que la aman profundamente y al poco tiempo se muestran indiferentes o hacen comentarios despectivos que contradicen sus declaraciones anteriores.

También puede suceder que se sientan a gusto cuando les cuidan o cuando otros toman la iniciativa y al poco tiempo, se rebelen porque no quieren ‘perder’ su independencia ni que les den órdenes. Este «Ni contigo ni sin ti»  oculta una dependencia emocional que no son capaces de aceptar.

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo.

Imagen de shurkin_son en Freepik.

10. Samuel, alérgico a la autoridad

Samuel manifiesta su desprecio a la autoridad de múltiples formas. Una de ellas es hacer lo mínimo que su jefe le pide, como una forma de transmitir que está siguiendo las órdenes solo porque es necesario y no porque valore la autoridad de su superior. Del mismo modo, si se le da un plazo para completar un proyecto, demora intencionadamente la entrega hasta el último momento.

En personas como Samuel suele haber un conflicto interno que no saben cómo afrontar y que los lleva a moverse entre el deseo de obtener las ventajas que puede proporcionarles el acatar las órdenes y el empeño en conservar la autonomía. Primero tratan de mantener la relación siendo pasivos y sumisos, pero en cuanto sienten que están ‘renunciando’ a su autonomía se sublevan contra la autoridad.

11. Sara, madre manipuladora

A las personas pasivo-agresivas les cuesta pedir lo que quieren y recurren a tácticas manipuladoras para satisfacer sus necesidades. Sara, por ejemplo, siempre se ha comunicado con sus hijos desde este rol para conseguir su atención y para que hagan lo que ella quiere sin solicitarlo explícitamente. Por ejemplo, en lugar de pedir a su hijo que la ayude, le dirá: «Seguro que me voy a hacer daño en la espalda, pero no quiero molestarte».

O, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, Sara les hace llegar su enfado y su disgusto lamentándose y dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas»)

12. Rocío: pagar la frustración con quien menos lo merece

La incapacidad para mostrar pública y abiertamente su enfado o frustración lleva con frecuencia a Rocío a recurrir a un mecanismo de defensa inconsciente: el desplazamiento. Por ejemplo, un día que recibe una crítica injusta de su jefe en el trabajo, como no se atreve a abordarlo directamente con su superior, opta por no expresar su malestar. Sin embargo, al regresar a casa, desplaza sus emociones negativas hacia su familia mostrándose de mal humor, respondiendo de manera cortante, etc.

El desplazamiento me permite redirigir hacia un objetivo menos amenazante los pensamientos, emociones o impulsos negativos que me despierta alguien con quien no puedo permitirme romper el vínculo. En concreto, desplazo ese resentimiento hacia otras personas o situaciones cotidianas de menor significación emocional o jerárquica.

13. Roberto o la vida en blanco y negro

Para Roberto, no existen los matices. Idealiza a quien admira y desprecia a aquellos que no cumplen con sus expectativas. ‘Poseído’ por esta mentalidad de «todo o nada», si un amigo no le muestra su apoyo incondicional o cuestiona alguna de sus decisiones, puede empezar a verlo como alguien completamente despreciable, sin detenerse a reconocer sus virtudes o a intentar comprender sus motivaciones.

El pensamiento dicotómico, también conocido como pensamiento en blanco y negro o polarizado, se manifiesta en la tendencia a ver las situaciones y a las personas en términos extremos, sin reconocer matices o posiciones intermedias. Esta incapacidad para tolerar la incertidumbre lleva a realizar juicios rápidos y categóricos en los que no hay espacio para la ambigüedad ni para apreciar los matices de las situaciones y las personas.

14. Gustavo, el grosero enmascarado

Algunas personas recurren a insultos muy sutiles para expresar su descontento, su disgusto o sus emociones negativas sin abordar abiertamente el conflicto. Gustavo es experto en disfrazar sus insultos y groserías. Cuando alguien se ofende por sus palabras, él simplemente dice que estaba bromeando o que no era su intención. Algunas de sus especialidades:

  • Cumplidos envenenados. Elogios que envuelven una crítica o una insinuación negativa: «Admiro tu valentía. ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Comentarios despectivos disfrazados de bromas. «¡Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta!».
  • Sarcasmo encubierto. «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú».
  • Desvalorización disfrazada de preocupación. «Te convendría bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud».
15. David tiene en el silencio su mejor arma

En el catálogo de estrategias para hacer sentir mal a alguien sin recurrir al confrontamiento directo, el silencio es una de las preferidas de David. Cuando está molesto por algo, deja de responder a las llamadas e ignora mensajes y correos electrónicos. Puede pasarse días así y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. En vez de abordar y expresar los motivos de su disgusto o de su enfado recurre al silencio y a la ley del hielo.

Personas como David te ignorarán de un modo más o menos evidente y durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Pueden no darse por aludidas cuando les hablas y luego justificarse diciendo que no te habían escuchado. O, directamente, mirar hacia otro lado cuando te los encuentras y les saludas. Y si les preguntas qué les ocurre, te dirán que no les pasa nada.

Si te has visto reflejado/a en alguna de estas conductas y actitudes, te invito a leer el artículo ¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones.

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes... 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas

Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas 1920 1920 BELÉN PICADO

El vínculo con la madre es uno de los temas que más surgen en terapia. Y es que el mito de la madre perfecta, sacrificada y abnegada constituye una imagen idealizada muy difícil de sostener. Aún supone un tabú admitir que una madre pueda hacer daño a sus hijos o incluso que no los quiera. Pero ocurre. Cuesta aceptar que, igual que hay madres comprensivas que constituyen una base segura para su descendencia, también hay madres narcisistas, controladoras, victimistas, sobreprotectoras, asfixiantes…

En muchas ocasiones el problema no es la ausencia de amor materno, sino el modo de demostrarlo. Hay madres que quieren a sus vástagos, pero los quieren mal. Hay conductas y actitudes que, unas veces voluntaria y otras involuntariamente, obstaculizan el desarrollo emocional de los hijos. Madres que causan dolor emocional en lugar de brindar apoyo. Aunque desde hace unos años se utiliza mucho el concepto de «madre tóxica», es importante señalar que lo tóxico no es la persona, sino sus comportamientos o el tipo de relaciones que establece con otros.

¿Qué puede llevar a una madre a establecer relaciones dañinas con sus hijos?

Pueden ser muchos los factores que influyan, entre ellos:

  • Miedos e inseguridades que se proyectan en los hijos.
  • Experiencias traumáticas vividas en el pasado
  • Haber sido una hija que no fue amada por sus propias figuras de apego. Algunas mujeres reproducen con su descendencia el tipo de vínculo y los comportamientos que tuvieron con ellas.
  • Sufrir ciertos trastornos mentales (hablo de ello más adelante)
  • Ser madre porque tocaba, porque está «en la naturaleza» de la mujer, por la presión social.

Algunas veces es posible reconducir la relación. Otras, por muy mal visto que esté, alejarse es la mejor opción (o la única). Emprender un proceso de duelo para aceptar que nunca tendremos la madre que esperábamos y que nos habría gustado tener nos liberará y nos ayudará a sanar.

Cómo saber si tu madre está influyendo negativamente en tu bienestar emocional

A continuación, te dejo algunas pistas que te pueden ayudar a reconocer si, con su comportamiento y su actitud, tu madre está minando tu bienestar y tu autoestima. Y en caso de que seas madre, quizás te ayude a identificar si tienes alguna de estas conductas y, si es así, trabajar en ello.

1. Ignora o no acepta tus límites

Hablar con terceras personas de asuntos que atañen a sus hijos, aparecer en casa de estos sin avisar, llamarles varias veces al día y a cualquier hora, tomar decisiones importantes por ellos (elegir su carrera o, incluso, la pareja), escuchar sus conversaciones privadas… Interferir en la vida personal de los hijos o exigir constantemente atención y tiempo, incluso si ellos tienen otras responsabilidades o compromisos puede enturbiar mucho el vínculo materno-filial.

Esta actitud puede generar, por una parte, resentimiento y frustración en el hijo al no sentirse visto como un adulto capaz de tomar decisiones y de vivir su propia vida. Y, por otro lado, el hecho de no sentirse valorado ni respetado le generará inseguridad y una baja autoestima.

2. Utiliza el sentimiento de culpa y vergüenza como arma

Hay madres tremendamente críticas hasta en las situaciones más banales. Se burlan o hacen comentarios negativos sobre el rendimiento académico de sus hijos; critican su apariencia o su forma de hablar… Esta actitud puede desembocar en que la hija o el hijo interiorice un permanente sentimiento de culpa o vergüenza y sienta que hay algo defectuoso dentro de sí.

Quienes conviven con madres que no dudan en juzgarles o ridiculizarles tienen muchas posibilidades de desarrollar en su adultez una actitud desvalorizadora hacia ellos mismos. En lugar de reconocer que una crítica es injusta o producto de la frustración de su madre, la absorben («Si mi madre me trata así es porque soy malo y me lo merezco»).

3. Nunca sabes a qué atenerte con ella

En su libro Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva, Liria Ortiz habla de la «madre inestable» y señala que es el «el comportamiento más difícil que una hija debe enfrentar, pues nunca sabe si aparecerá la ‘madre buena’ o la ‘madre mala».

Esta conducta está relacionada con el estilo de apego desorganizado. Los niños van haciéndose imágenes mentales de cómo son las relaciones en general en función de las que ellos mantienen con sus figuras de apego, sobre todo, con la madre. El hecho de que las personas que le tienen que proteger y cuidar sean precisamente las que maltratan genera un desequilibrio interno muy fuerte. Como el bebé no puede sobrevivir sin el cuidador y a la vez este le inspira miedo, su conducta oscilará entre la necesidad de acercarse y la de alejarse. «Estas hijas desarrollan una forma de ver el mundo, la relación con los demás y a sí mismas de manera insegura, hostil y peligrosa, debido a que así ha sido la relación con su madre», explica Ortiz.

4. Es absorbente y dominante

Aparentemente pueden parecer unas madres perfectas porque siempre parecen muy involucradas en la vida de sus hijos. Sin embargo, el «estar encima» tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de su descendencia.

Es esa madre que necesita estar en permanente contacto con su hija, absorbiendo todo su tiempo. Presiona sobre cómo tiene actuar, cómo tiene que vestir, qué debe o no debe decir e, incluso, qué sentimientos son adecuados en cada situación.

El “estar encima” de una madre dominante tiene más que ver con su afán de tener el mando que con las necesidades de sus hijos.

Foto de Александр Раскольников en Unsplash

5. Tiene la necesidad de controlar cada paso que das

Este rasgo está muy relacionado con el anterior. Las madres con una personalidad muy controladora suelen dar por supuesto que todo lo que tenga que ver con su familia debe pasar antes por ella, anulando así la capacidad de decisión de sus hijos, limitando su autonomía, coartando su libertad y alimentando, a menudo inconscientemente, una fuerte dependencia emocional.

Otro modo de ejercer control es transmitirles la idea de que si no siguen sus consejos fracasarán en lo que hagan («Lo hago por tu bien», «Soy tu madre y, por tanto, quien mejor sabe lo que te conviene»). De este modo, en un intento de demostrar su amor a través del control, lo que hacen es favorecer la inseguridad y la indefensión.

6. Es excesivamente sobreprotectora

Las madres muy sobreprotectoras suelen caracterizarse por:

  • Miedo al peligro: Temen que algo malo les suceda a sus hijos y tratan de apartarles cualquier obstáculo de su camino por mínimo que sea. Los alientan para que se mantengan dentro de su zona de confort y no tomen ninguna iniciativa.
  • Dificultad para dejar ir: Hacen todo lo posible por retrasar el momento de que sus hijos se independicen y hagan su propia vida. Por ejemplo, realizando tareas que ellos pueden hacer (cocinar, ocuparse de gestiones sin explicar cómo hacerlas, limpiar, etc.)
  • Falta de confianza: No confían en que sus hijos adultos sean capaces de tomar decisiones importantes. Incluso deciden por ellos, convencidas de que no están preparados para hacerlo solos. Se anticipan a los problemas o dificultades que estos puedan encontrar y tratan de resolverlos ellas.
  • Dependencia emocional: Si una madre no tiene una autoestima suficientemente asentada puede llegar a depender demasiado de sus hijos. Hasta el punto de sentir que necesita cuidarlos y protegerlos para sentirse valorada y querida.

Estas actitudes, que parten de la propia inseguridad de la madre, dañarán la autoestima de los hijos e impedirá que  desarrollen sus propias estrategias de afrontamiento.

7. Minimiza tus logros

A Enrique siempre le apasionaron los coches y desde muy joven se interesó por la mecánica. Ha luchado mucho y después de un gran esfuerzo ha conseguido abrir un taller con otro socio. Para él es un sueño cumplido. Sin embargo, su madre, que quería que estudiase Derecho como gran parte de la familia, no solo no le ha apoyado nunca, sino que no pierde ocasión para quitar importancia a este logro. «No entiendo que prefieras pasar el día con las manos llenas de grasa a trabajar con tu padre y labrarte un brillante futuro como abogado».

8. Te ve como su tabla de salvación

Una baja autoestima o el miedo a quedarse solas puede llevar a algunas madres a aferrarse a sus hijos como a una tabla de salvación y a utilizar su relación con ellos como una forma de cubrir sus propias carencias. Por ejemplo, harán todo lo posible por mantenerlos cerca, aunque esto suponga recurrir a toda suerte de manipulaciones y enredos. Sería el caso de la madre que ve en su hija la solución para su soledad.

9. Piensa que tiene la exclusiva de tu amor

Cuando una madre cree que tiene la exclusividad sobre el amor y las atenciones de sus hijos, en el momento en que estos comiencen a salir con una pareja o se vean ‘demasiado’ con ciertos amigos hará lo posible por boicotear esas relaciones. «Tú eres demasiado bueno para esa chica, no te merece» o «Desde que ves tanto a esas amigas, ya ni te acuerdas de mí».

10. Deposita en ti el papel de cuidadora, incluso lo hacía cuando eras una niña

Cuando los hijos se convierten en padres de los padres, de la madre en este caso, hay algo que no va bien. La parentalización se produce cuando en una familia los niños son quienes se ocupan de tareas que la madre debería asumir. En el caso de la hija, por ejemplo, estos quehaceres pueden ir desde el cuidado de los hermanos o de la casa hasta calmar a su progenitora, ejercer de árbitro en las discusiones de los padres, etc.

También puede ocurrir que la madre trate a su hija como a una amiga y busque en ella la atención y el cariño que ella no tuvo. Esto lleva a la hija a sentirse insegura en un rol que no le corresponde, culpable por no poder solucionar los problemas de su madre y sola porque no tiene a la figura materna, que es lo que necesita.

(En este blog puedes leer el artículo Parentalización: Niños que ejercen de padres (y sus consecuencias))

11. Sufre algún tipo de trastorno mental

A veces, detrás de un comportamiento calificado (quizás demasiado a la ligera) como «tóxico» o «dañino» hay un trastorno que impide a una madre establecer una relación sana y equilibrada con su descendencia. Desde el estrés postraumático, que puede aparecer tras vivir ciertos traumas en la infancia y que a menudo impiden una adecuada crianza de los hijos, hasta una depresión posparto no atendida, trastornos de ansiedad, etc.

Cuando estos problemas no se atienden y no se sigue el correspondiente tratamiento, es fácil que la madre no solo acabe incapacitada para criar a sus hijos, sino que puede llegar a hacerles daño. Es el caso del Síndrome de Munchausen por poderes, un trastorno mental y una forma de maltrato que se produce cuando el cuidador del niño, generalmente la madre, inventa síntomas físicos o provoca síntomas reales para que parezca que el niño está enfermo.

La madre con un trastorno narcisista de la personalidad también puede provocar graves secuelas en el desarrollo emocional de sus hijos.

12. Siempre adopta el papel de víctima

Detrás de este rol hay mucho control y manipulación. Al fin y al cabo, lo que se busca con esta conducta es que el hijo o la hija haga exactamente lo que su madre quiere. Un clásico: «Con todo lo que he hecho yo por ti y así me lo pagas».

Además de un pesimismo a veces extremo, en la comunicación a menudo hay una actitud pasivo-agresiva. De este modo, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, la madre se ocupa de hacerles llegar su enfado y su disgusto lamentándose, dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

La madre narcisista ejerce control y manipulación sobre sus hijos.

Imagen de storyset en Freepik

13. Hace constantes comparaciones

Las comparaciones con otras personas forman parte de un juego bastante tóxico: la triangulación narcisista. Si tu madre te recuerda siempre que tu hermano, tu prima o el hijo de la vecina es mucho más inteligente o lo hace todo mejor que tú… estás siendo participante involuntario de esta dinámica.

Esta conducta llevará al hijo o a la hija a sentir que hay algo mal en él o en ella y a pensar que haga lo que haga nunca será suficiente.

(En este blog puedes leer el artículo Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel)

14. Recurre al chantaje emocional

«Si realmente me quisieras, harías esto por mí», «Cualquier día de estos me pasará algo y tú ni te enterarás porque no me llamas nunca». Frases como esta representan el chantaje emocional al que recurren algunas madres.

15. No valida (o minimiza) tus emociones

Una madre invalida tus sentimientos cuando estás atravesando un momento complicado y te hace comentarios como «Te quejas por gusto, tú no sabes lo que es estar mal», «Tú no estás deprimido, lo que te pasa es que tienes la piel muy fina» o «Deja de lloriquear y no seas exagerado, que no es para tanto». Esta actitud es mucho más dañina en casos en los que ha habido algún tipo de maltrato o de abuso (físico, psicológico o sexual) por parte del padre o de alguien cercano a la familia y la madre tilda de exageraciones o no cree en la palabra de su hijo o su hija. La sensación de soledad y de indefensión puede llegar a ser muy invalidante.

16. Impone su criterio y no admite que la cuestiones

Hay madres muy autoritarias y rígidas que imponen siempre su criterio como el único válido. Creen saberlo todo y no escuchan. No toleran que sus hijos tengan su propia opinión, ni entienden sus dudas o sus preocupaciones porque no son capaces de empatizar con ellos. Las consecuencias son hijos con mucha dificultad para dar su punto de vista o tomar decisiones.

17. Recurre a la violencia, física o psicológica

Los malos tratos en la infancia dejan importantes secuelas en la edad adulta. Al normalizar la violencia, una persona puede llegar a replicar esos mismos comportamientos con sus hijos o, en otros casos, involucrarse en relaciones en las que verá normal sufrir la violencia a manos de su pareja.

18. Proyecta en ti sus propias expectativas y sus deseos incumplidos

Una actitud muy dañina es presionar a los hijos para que sean aquello que sus progenitores nunca llegaron a ser. Es el caso de la madre que quiso dedicarse a la música o a la interpretación, pero no pudo hacerlo por diversas circunstancias y deposita en su hija todas las expectativas que ella no fue capaz de cumplir. Por ejemplo, apuntándola desde muy pequeña a canto y llevándola a todos los castings sin pararse a preguntar a la niña si eso es lo que quiere hacer. La frase tipo sería: «Quiero que logres todo lo que yo no pude conseguir».

Suelen ser mujeres con un alto nivel de frustración que proyectan en sus hijas (muchas veces sin darse cuenta) sueños que no cumplieron y que esperan poder alcanzar a través de ellas.

19. Compite continuamente contigo

Se trata de un rasgo propio de madres narcisistas que ven a sus hijas como rivales y que se relacionan con ellas desde los celos, el resentimiento y la crítica (y no precisamente constructiva).

Al contrario de lo que ocurría en el caso anterior, este tipo de madres no dudarán en hacer lo que sea necesario para que sus hijas no tengan éxito en aquello en lo que ellas fallaron. Por ejemplo, señalando sus fallos, diciéndoles que no son suficientemente buenas, ridiculizándolas, etc. O, incluso, culpándolas de su propio fracaso. «Una madre narcisista puede percibir a su hija como una amenaza y cuando esta atrae la atención, quitándosela a su madre, sufre represalias, desprecios y castigos», comenta Karyl McBride en su libro Madres que no saben amar.

El resultado suele ser una baja autoestima, una profunda vergüenza y un gran sentimiento de culpa para la hija, que puede llegar a no sentirse merecedora de los logros que obtenga en la vida.

Una madre narcisista compite continuamente con su hija.

20. Te ve como una extensión de ella

Esta característica está muy relacionada con la anterior. En este caso, la madre va a prestar atención a su hija en la medida en que esta se adapte y cumpla sus deseos. Como solo se centra en sí misma y lo que más le interesa es satisfacer su propio ego, las relaciones entre ambas serán siempre superficiales.

Este tipo de madre ve a su hija como una extensión de ella y, por esta razón, la presionará para que actúe y reaccione como ella lo haría. Según McBride, «esto hace que la hija esté siempre luchando por encontrar la ‘manera’ correcta de responder a su madre para ganarse su amor y aprobación. Pero la madre nunca aprobará que su hija sea ella misma, que es justo lo que esta necesita».

21. Puedes sentir su rechazo

Durante la niñez, buscamos y necesitamos la cercanía de las figuras de apego, especialmente de la madre. Cuando esta tiende a evitar cualquier contacto de tipo afectivo, podemos llegar a la edad adulta experimentando una fuerte sensación de no haber recibido la atención suficiente y con un intenso anhelo de amor y de ser vistas. Y este deseo desesperado y urgente de amor, a su vez, nos llevará a exponernos a vínculos afectivos poco saludables.

22. Es como una fortaleza inexpugnable

Liria Ortiz habla así de la «madre inaccesible»: «La inaccesibilidad emocional puede incluir falta de contacto físico, como abrazar y sostener a su hija. Esto puede ser muy doloroso y también desconcertante. Estos comportamientos dejan a la hija con hambre emocional y a veces exigiendo cercanía desesperadamente. Estas hijas desarrollan un vínculo inseguro y, a menudo, cuando se vuelven adultas, se aferran a relaciones en las cuales necesitan ser admiradas constantemente por sus amigos y por su pareja».

Se trata de madres desconectadas emocionalmente que proporcionan techo y comida, pero no empatizan con sus hijos ni son capaces de darles la seguridad y el apoyo emocional que necesitan. Priorizan el que sus niños vayan siempre limpios, sean obedientes, acudan a un buen colegio y se olvidan de aliviar, escuchar o consolar. («Tienes un techo bajo el que dormir, ropa que vestir y un plato siempre en la mesa. ¿Qué más quieres?»).

23. Disfraza su indiferencia de permisividad

En el extremo opuesto de la madre controladora está la madre demasiado permisiva que se autodefine como ‘la mejor amiga de su hija’. En  algunos casos, lo que hay detrás de este exceso de «dejar hacer» es indiferencia; en otros, distintos grados de dificultad a la hora de afrontar los conflictos. Las consecuencias para los hijos: una baja tolerancia a la frustración.

24. Promueve e inculca los roles de género

A menudo y de forma inconsciente, hay madres que inculcan en sus hijas ideas muy arraigadas aún en la sociedad sobre su rol como mujer, como madre o como esposa. Ideas como que una mujer solo puede ser feliz en pareja, que hay que aguantar ciertas situaciones abusivas o que es mejor adoptar una actitud sumisa para evitarse problemas.

Del mismo modo, pueden favorecer que sus hijos varones repriman sus emociones para ‘preservar’ su masculinidad («Los hombres de verdad no lloran»), restar importancia a comportamientos objetivamente reprobables o fijar en ellos la creencia de que la fuerza es el mejor modo de hacerse respetar.

25. Tienes la sensación de que te ve como una propiedad más

Aquí tenemos otro rasgo marcadamente narcisista. Madres convencidas de que absolutamente todo lo que son y lo que han conseguido los hijos ha sido gracias a ellas. Desde una posición ‘superior’, consideran que haber cuidado y alimentado a sus hijos ya es suficiente motivo de peso para que, en agradecimiento, estén a su servicio y se esfuercen en complacer cada uno de sus deseos. Además, no pierde la ocasión de recordarles que sin ella no valen nada, con la consiguiente merma de autoestima que esto puede generar en los hijos, ya que por mucho que hagan nunca será suficiente.

Referencias bibliográficas

McBride, K. (2013). Madres que no saben amar. Barcelona: Urano

Ortiz, L. (2016). Mi madre y yo. Cómo superar una relación conflictiva. Montevideo: Editorial Planeta

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