ira

¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones

¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones 1500 844 BELÉN PICADO

Casi todos, en algún momento, hemos sido pasivo-agresivos. Decimos «sí» cuando en realidad queremos decir «no», evitamos hablar de lo que nos molesta o respondemos con un seco «nada» cuando nos preguntan qué nos sucede. Optamos por disfrazar nuestro enfado en lugar de expresarlo abiertamente, creyendo que al callar o disimular evitamos el conflicto. Sin embargo, la realidad es que la emoción no desaparece, solo que encuentra una vía más sutil —y muchas veces más dañina— para manifestarse. Y el comportamiento pasivo-agresivo es precisamente eso: una forma indirecta de expresar frustración, ira o resentimiento.

Aunque puede parecer inofensivo en un principio, con el tiempo esta conducta deteriora las relaciones, genera confusión y alimenta el malestar, tanto en quien la ejerce como en quien la recibe. Lo complicado es que, al tratarse de un patrón de comportamiento encubierto, no siempre es fácil de identificar, y mucho menos de corregir.

(Te invito a leer, en este blog, el artículo «Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)«)

A continuación, te cuento qué puedes hacer si crees, o has notado, que podrías estar actuando de manera pasivo-agresiva. Con un poco de conciencia y práctica, verás que es posible transformar la forma en que te comunicas y mejorar tus relaciones.

Identifica y reconoce tu comportamiento y tus emociones

El primer paso para cambiar cualquier patrón de conducta es tomar conciencia de él. La pasivo-agresividad suele manifestarse de manera automática, como una forma de manejar el malestar sin enfrentar directamente el conflicto. Para romper con este hábito, es fundamental identificar cuándo y cómo te comportas así y, sobre todo, las emociones que están detrás de tu actitud. Este tipo de comportamiento suele encubrir sentimientos con los que no nos sentimos del todo cómodos, como la ira, la frustración o el resentimiento. Sin embargo, como habrás notado, ignorar una emoción solo hace que se vuelva más intensa y difícil de gestionar.

Algunas señales de que podrías estar acumulando enfado:

  • En situaciones que te molestan, en lugar de expresar tu desacuerdo, recurres al sarcasmo o a la ironía.
  • Sientes irritación o resentimiento con frecuencia, aunque no siempre identificas una razón clara.
  • Saboteas, postergas o incluso olvidas tareas y compromisos en vez de decir abiertamente que no quieres hacer algo.
  • Te sientes culpable por enfadarte y evitas reconocerlo y expresarlo.
  • Te cuesta decir «no» y, en su lugar, buscas formas indirectas de resistirte a las peticiones de los demás.

Además, la pasivo-agresividad no siempre es un reflejo del enojo reprimido; en muchos casos, encubre emociones como miedo, tristeza o inseguridad, que pueden estar relacionadas con el temor al rechazo, la confrontación o el juicio de los demás. En estas situaciones, en lugar de expresar el malestar abiertamente, se recurre a actitudes evasivas o indirectas como mecanismo de protección. Reconocer estas emociones ocultas ayuda a comprender mejor el propio comportamiento y a gestionarlo de manera más saludable.

Cambiar el comportamiento pasivo-agresivo para mejorar las relaciones

Reconcíliate con tu ira

Uno de los mitos más comunes sobre la ira es la creencia de que reconocerla nos llevará inevitablemente a explotar o a dañar a los demás, por lo que lo mejor sería evitarla o ignorarla. Sin embargo, ni es una emoción negativa ni desaparece simplemente por reprimirla. Al contrario, es una señal interna que nos informa de que algo no está bien, como una necesidad no satisfecha, una injusticia percibida o un límite que ha sido sobrepasado. Por ello, es fundamental reconocerla y entender su mensaje.

Cuando notes que algo te irrita, en lugar de reprimirlo o reaccionar con pasivo-agresividad, haz una pausa y reflexiona:

  • ¿Qué es exactamente lo que te está molestando?
  • ¿Cuál es la necesidad insatisfecha detrás de ese malestar?
  • ¿Estás evitando enfrentar un conflicto por miedo al rechazo o a la confrontación?

Permítete sentir la emoción sin juzgarla ni actuar impulsivamente. Puedes escribir en un diario sobre lo que te molesta, practicar la respiración profunda para calmarte antes de reaccionar o verbalizar lo que sientes en un entorno seguro. Aceptar tu ira y gestionarla de forma consciente es clave para dejar atrás la pasivo-agresividad y construir una comunicación más clara y honesta.

(En este blog puedes leer el artículo «Emociones incomprendidas: Cómo gestionar la ira para mejorar tu autoestima«)

Escucha tu cuerpo

Cuerpo y emociones están estrechamente conectados. Si prestas atención, notarás que cuando alguien traspasa tus límites o cuando una situación te genera malestar, tu cuerpo responde de inmediato con sensaciones físicas como opresión en el pecho, un nudo en la garganta o el estómago o rigidez muscular. Sin embargo, quienes tienen un patrón pasivo-agresivo suelen ignorar estas señales, justificando sus reacciones o minimizando su malestar físico.

Sintonizarte con las señales de tu cuerpo te ayudará a reconocer lo que realmente sientes antes de que se manifieste en forma de pasivo-agresividad. Algunas estrategias útiles:

  • Escaneo corporal. Cierra los ojos y recorre mentalmente tu cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, identificando zonas de tensión o incomodidad. Pregúntate: ¿Qué emoción puede estar relacionada con esta sensación?
  • Atención a los cambios físicos. Observa si ciertos eventos o personas generan reacciones como un aumento en la frecuencia cardíaca, respiración entrecortada o rigidez en el cuello.
  • Mindfulness. Practicar la atención plena te ayuda a ser consciente de tus emociones sin juzgarlas ni reprimirlas. Notar cómo tu cuerpo reacciona ante diferentes situaciones te permitirá reconocer y gestionar tus emociones antes de que se transformen en actitudes pasivo-agresivas.

A medida que aprendas a escuchar a tu cuerpo con mayor atención, descubrirás que te proporciona información valiosa sobre lo que necesitas. Si notas una reacción física ante ciertas personas o situaciones, tu cuerpo te está enviando una señal de que algo no está bien. Escúchalo: puede ser el momento de establecer un límite o expresar tu malestar de forma asertiva.

Explora el origen de este comportamiento

El comportamiento pasivo-agresivo no surge de la nada. En la mayoría de los casos, es una estrategia de afrontamiento aprendida en la infancia o en experiencias pasadas, especialmente en entornos donde expresar ciertas emociones de manera directa no era permitido o era castigado.

Si creciste en un hogar donde uno o ambos progenitores utilizaban la agresión pasiva, es posible que ahora te cueste reconocer que esta forma de comunicación no es la única ni la más saludable. O tal vez aprendiste que expresar ira o frustración traía consecuencias negativas, como rechazo, desaprobación o castigo, lo que te llevó a buscar maneras indirectas de manifestar tu descontento.

Asimismo, si pasaste mucho tiempo intentando agradar a tus padres, cumpliendo expectativas inalcanzables o buscando su aprobación sin éxito, es probable que este patrón se haya trasladado a tus relaciones actuales. Esto puede generar frustración cuando no obtienes el reconocimiento que esperas, reforzando la pasivo-agresividad como mecanismo para gestionar esa insatisfacción.

La clave para romper este ciclo es cuestionar las creencias aprendidas y reflexionar sobre su impacto en tu vida actual:

  • ¿Dónde aprendiste que expresar tus emociones no era seguro o aceptable?
  • ¿Cómo se manejaban los conflictos en tu hogar?
  • ¿Intentas complacer a los demás en exceso y te frustras cuando no recibes lo mismo a cambio?
  • ¿Reprimes tus sentimientos por miedo al rechazo o al juicio de los demás?

Explorar el origen de tu comportamiento pasivo-agresivo no significa culpar a tu pasado, sino entenderlo para poder cambiar.

Establece límites sanos

Los límites son las fronteras que establecemos en nuestras relaciones para proteger nuestro bienestar emocional, físico y mental. Nos ayudan a definir qué estamos dispuestos a aceptar y qué no, permitiéndonos mantener interacciones más equilibradas y respetuosas.

Sin embargo, para alguien con tendencia a la pasivo-agresividad poner límites puede ser sumamente difícil. Es posible que sus fronteras sean difusas o inexistentes, lo que le dificulta diferenciar entre sus propias necesidades y las de los demás. También puede existir el miedo a que, si pone un límite, la otra persona se aleje o reaccione negativamente. Como resultado, se evita la confrontación y se expresa el descontento de manera indirecta.

Cómo empezar a poner límites sin culpa:

  • Identifica qué te incomoda. Muchas veces, la pasivo-agresividad surge cuando accedemos a cosas que realmente no queremos hacer.
  • Define lo que estás dispuesto a aceptar y lo que no. Reflexiona sobre tus necesidades y establece reglas claras para ti mismo.
  • Exprésate con claridad. En lugar de ignorar tu malestar o reaccionar con evasivas, comunica tu límite de forma directa. Por ejemplo, si un amigo insiste en pedirte favores constantemente, en lugar de acceder con resentimiento, puedes decir: «Hoy no puedo ayudarte, pero espero que encuentres una solución».
  • Sé consistente. Un límite solo funciona si lo sostienes en el tiempo. No temas reafirmarlo si la otra persona no lo respeta de inmediato.
  • Recuerda que poner límites no significa ser egoísta. Decir «no» cuando es necesario y priorizar tu bienestar no es egoísmo, sino un acto de respeto hacia ti mismo.

Cuando comienzas a establecer límites, notarás que disminuyen la ansiedad y el resentimiento, y que la comunicación se vuelve más clara. Además, cuanto más definidos estén, mejor te sentirás contigo mismo y más saludables serán tus relaciones.

Poner límites sanos ayuda a dejar atrás el comportamiento pasivo-agresivo

Imagen de KamranAydinov en Freepik.

Practica la asertividad

La pasivo-agresividad es lo opuesto a la asertividad. Mientras que la primera se basa en la evasión, la falta de claridad y la expresión indirecta del malestar, la comunicación asertiva implica expresar lo que sientes, piensas y necesitas de manera clara, directa y respetuosa. No se trata de imponer tu voluntad, sino de comunicarte con honestidad, sin agresividad ni sumisión.

Cómo desarrollar la comunicación asertiva:

  • Exprésate abiertamente en lugar de esperar que los demás adivinen lo que necesitas. Por ejemplo, en vez de suspirar o poner mala cara cuando alguien no hace lo que esperabas, di con claridad: «Me gustaría que lo hiciéramos de esta manera».
  • Habla en primera persona. Comunica cómo te sientes sin culpar ni atacar. Es más efectivo decir «Me siento frustrada cuando llegas tarde porque valoro mucho nuestro tiempo juntos» que «Siempre llegas tarde y eso me irrita mucho».
  • Olvídate del sarcasmo y las indirectas. Evita responder con frases como «No te preocupes, ya lo hago yo… como siempre» y prueba con expresiones más directas: «Me gustaría que compartiéramos esta tarea para que no recaiga solo en mí».
  • Practica la escucha activa. La asertividad también implica saber escuchar. Presta atención a los sentimientos y necesidades de los demás y demuestra interés en su perspectiva.
  • Aprende a decir «no» sin culpa. No siempre es posible complacer a los demás sin descuidarte. A veces, es necesario priorizarte. Es válido decir: «Ahora mismo no puedo ayudarte con esto».

El objetivo de la comunicación asertiva no es ganar una discusión o tener la razón, sino construir acuerdos donde ambas partes se sientan escuchadas y respetadas. Además, la asertividad ayuda a que los demás comprendan exactamente qué necesitas o esperas, reduce la frustración y los malentendidos, y fomenta vínculos más equilibrados y satisfactorios.

Reformula los conflictos

Para muchas personas con un patrón pasivo-agresivo, el conflicto es una fuente de ansiedad, ya que lo perciben como una amenaza a la armonía en sus relaciones o, peor aún, como un riesgo de perderlas. Como resultado, evitan la confrontación a toda costa, lo que solo conduce a la acumulación de resentimiento.

Al igual que la ira, el conflicto tiene una inmerecida mala fama. Crecer en un entorno donde los desacuerdos se evitaban o, por el contrario, se resolvían de manera agresiva puede hacer que lo veamos como algo negativo o peligroso. Sin embargo, cuando aprendemos a reformular el conflicto como una oportunidad de crecimiento en lugar de como una amenaza, nuestra forma de afrontarlo cambia por completo. Antes de dar por hecho que un desacuerdo llevará inevitablemente a una discusión destructiva, pregúntate qué puedes aprender de la situación y de la otra persona o cómo podéis llegar a una solución beneficiosa para ambos.

Cómo transformar los conflictos:

  • Normaliza las diferencias. Es imposible estar siempre de acuerdo en todo. Un conflicto no significa que una relación esté en peligro, sino que puede ser una oportunidad para dialogar y encontrar soluciones de manera constructiva.
  • Exprésate con asertividad. En lugar de acumular malestar y expresarlo de modo pasivo-agresivo, verbaliza tu punto de vista con claridad y respeto, tal como mencioné en el anterior apartado.
  • Practica la empatía. No se trata solo de dar a conocer tu posición, sino también de comprender la perspectiva de la otra persona. Haz preguntas abiertas y muestra interés genuino por sus sentimientos.
  • Evita las excusas y ponerte a la defensiva. Si has cometido un error, reconócelo sin justificarte. Eso sí, recuerda que una disculpa sincera no solo consiste en decir «Lo siento», sino en demostrar con hechos que te importa cómo se siente la otra persona y que estás dispuesto a mejorar.
  • Sustituye la evitación por el afrontamiento. En vez de huir del conflicto o responder con sarcasmo y resentimiento, céntrate en encontrar soluciones. Puedes probar con «¿Cómo podemos resolver esto de una manera que funcione para ambos?».

Si se gestiona bien, el conflicto no es una amenaza, sino una oportunidad para mejorar la comunicación, reforzar la confianza y fortalecer nuestras relaciones.

Imagen de cookie_studio en Freepik.

Busca apoyo profesional si es necesario

Cambiar un patrón de comportamiento arraigado como el pasivo-agresivo no siempre es fácil y en ocasiones es necesario buscar apoyo profesional. A veces, el simple hecho de reconocer que actuamos de este modo no es suficiente para cambiarlo.

Un/a psicólogo/a te ayudará a…

  • Comprender el origen de tu conducta pasivo-agresiva y a explorar cómo las experiencias que viviste moldearon tu forma de interactuar con los demás.
  • Identificar los desencadenantes. Es posible que ciertos eventos o personas activen tu tendencia a la pasivo-agresividad sin que seas plenamente consciente.
  • Aprender nuevas formas de comunicación y adquirir recursos para expresar tus necesidades y emociones de forma clara y asertiva, sin necesidad de recurrir a la manipulación o la evasión.
  • Canalizar sentimientos como la ira y el resentimiento de una manera más adaptativa.
  • Sanar tus heridas del pasado. Si tu comportamiento pasivo-agresivo tiene raíces en tu infancia, la terapia te ayudará a comprender y procesar esas experiencias para que dejen de condicionar tu presente.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie Yo, Adicto

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie «Yo, adicto»

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie «Yo, adicto» 1800 1734 BELÉN PICADO

Hablar de adicciones sigue siendo un tema tabú en muchos contextos y reconocer públicamente que se es adicto conlleva enfrentarse al juicio, al estigma y al rechazo social. Por esto es tan importante la serie Yo, adicto (Disney+), una historia real que se atreve a afrontar esta realidad con una honestidad brutal y contundente. Pero, ante todo, se trata de un relato sobre esas heridas invisibles que muchos cargamos, independientemente de que estén relacionadas o no con una adicción. Porque esta historia, en realidad, «no va de drogas», sino de «aprender a vivir».

Javier Giner, autor y el verdadero protagonista de todo lo que se cuenta en la serie, ha recorrido a lo largo de su vida un camino profundamente transformador desde la autodestrucción al autocuidado y el crecimiento personal. Tras años de adicción al alcohol, las drogas y el sexo, en 2009 tocó fondo y, con 30 años, decidió ingresar en una clínica de rehabilitación. Fruto de aquel proceso, en 2021, publicó el libro Yo, adicto, que tres años después se ha convertido en una serie, con Oriol Pla interpretando su historia en pantalla.

Yo, adicto nos recuerda que el ser humano no está definido por sus errores o sus fracasos, sino por su capacidad de enfrentarlos, aprender y transformarlos. En el fondo, esta serie no habla solo de Javier Giner, sino de todos nosotros, de nuestras batallas internas, de nuestras inseguridades y de nuestra búsqueda de sentido.

Ya publiqué una reseña sobre esta serie en las redes sociales, pero creo que deja tantas y tan valiosas lecciones de vida que no me he resistido a escribir este artículo para explayarme a gusto. He aquí algunas de esas reflexiones. (Aviso para quienes no hayáis visto la serie: a lo largo del texto hay spoilers)

1. La adicción como síntoma, no como el problema en sí

La adicción es un síntoma, la punta del iceberg. Pero debajo hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Una de las reflexiones más importantes de Yo, adicto es que las adicciones no surgen en el vacío. No es tan importante a qué soy adicto como qué función tiene eso de lo que no puedo prescindir.

Cuando no se ha aprendido a lidiar con la angustia emocional, las drogas, el juego, las compras o el sexo compulsivo se convierten en la vía más rápida para huir del dolor. Y, de paso, para evitar conectar con un mundo interno demasiado caótico. Javi no sabe cómo calmar su angustia, así que comienza a buscar ‘parches’ que tapen un vacío que no deja de crecer y que continuamente le pone frente a su soledad, a sus miedos y a su sufrimiento.

Así que cuando deje de drogarse y el parche desaparezca todas esas emociones que ha estado evitando irrumpirán como un tsunami. «Ahora que no tienes las drogas para escaparte, vuelven a aparecer las emociones con más fuerza», le explica el psicólogo a Giner cuando este admite estar «desquiciado».

10 aprendizajes sobre la vida que nos deja la serie Yo, Adicto

Oriol Pla en «Yo, adicto» (Disney+)

2. No solo heredamos genes

«No podría explicar mi adicción sin hablar de mis padres. La enfermedad de un toxicómano empieza siempre en la familia, aunque esta habitualmente lo niega», dice Giner. Esta afirmación plantea hasta qué punto las dinámicas familiares influyen en nuestro desarrollo emocional. Y no se trata de buscar culpables, sino de comprender que, como hijos, no solo heredamos genes, sino también formas de amar, miedos y carencias.

«¿Cómo podrían mis padres aplicar una educación emocional sana, constructiva, con empatía, respeto y cuidados, si a ellos nadie se la enseñó. Si por el contrario crecieron en el silencio, en las apariencias, en la doble moral, en la imposición. (…)  Nos pasa a todos. Aprendemos matemáticas y geografía, pero nadie nos enseña a querer y cuidar de manera sana, ni a los demás, ni a nosotros mismos», continúa Giner.

Entre esas dinámicas que pueden hacer más mal que bien está la sobreprotección, tan perjudicial y dañina como el abandono, o el condicionar el amor paterno al comportamiento del niño. Es normal que no confiemos en nosotros mismos cuando nadie nos enseñó cómo hacerlo.

3. Pero si mi familia es normal…

Hay estructuras familiares que no parecen disfuncionales, pero que lo son. Cuando el protagonista,  muestra su sentimiento de culpa calificándose a sí mismo de «niñato» por haber caído en las adicciones teniendo una familia normal, su psicólogo le pide que lea un pasaje del libro Querer no es poder, que os facilito a continuación y con el que seguro muchos de vosotros os sentiréis identificados como le ocurre a Javi.

«¿Pero qué hay del adicto que proviene de una «buena» familia, de una familia intacta «normal», que funciona en forma apropiada y está bien considerada en la comunidad? Nos preguntamos: «¿Cómo puede suceder esto?» Sucede porque aún en una familia que a todas luces parece ser cariñosa y atenta, la individualidad del hijo puede ignorarse tanto como en una familia visiblemente caótica; sólo que en este caso, la situación queda oculta tras una apariencia de corrección social. En este tipo de familia, lo que el hijo recibe puede ser una especie de aplastante «seudoamor».

Y cuando el rechazo, abuso o descuido emocional está presente pero encubierto, puede ser aún más difícil para el hijo (y más adelante el adulto-niño) llegar a afrontarlo. Este individuo se siente profundamente herido, pero no tiene pruebas de haberlo sido. Atrapado en un dilema en el que el rechazo se mantiene oculto e incluso es negado, desarrolla intensos sentimientos de culpa. Como su progenitor está cumpliendo el rol exterior de un «buen padre», el hijo sólo puede sacar en conclusión que él mismo está equivocado al sentirse enojado y rencoroso. El hijo percibe que «el individuo que él es» tiene algún efecto destructivo sobre el progenitor, por lo que se esfuerza por refrenar su verdadero yo».

4. Protegerse también es autocuidado

A veces sentimos que debemos abrirnos en canal, que la honestidad es contarlo todo. Sin embargo, tenemos el derecho y también el deber de protegernos. Hay un personaje que se lo dice así de claro a Javi y que todos deberíamos integrar: «Lo que te puedo decir es que con el tiempo he ido comprendiendo con quién vale la pena compartirlo todo de mí. Tu intimidad es cosa tuya. (…) Tu vida es tuya. Y tú decides cómo, cuándo y con quién la compartes».

Si alguien nos hace una pregunta, no estamos obligados a dar siempre una respuesta. Podemos decidir cuándo y cómo contestar e, incluso, no hacerlo si ese es nuestro deseo.

Hay un derecho asertivo que dice «Tengo derecho a responder o a no hacerlo». Esto significa que:

  • Defender nuestra capacidad de elegir cuándo, cómo y si queremos participar en una conversación o responder a una solicitud favorece nuestra autonomía personal.
  • No todas las preguntas, comentarios o peticiones merecen una respuesta inmediata o incluso una respuesta en absoluto.
  • Tenemos el poder de priorizar nuestras necesidades y no sentirnos culpables por decir «no» o por guardar silencio cuando algo no se alinea con nuestros valores o no estamos disponibles para ello.
  • Elegir cuándo, con quién y hasta qué punto hablar de algo que nos afecta es una forma de autocuidado. Igual que optar por no hacerlo.

Ante preguntas que nos resultan invasivas o incómodas, podemos elegir no responder o expresar claramente: «No me siento cómodo hablando de eso».

Porque protegiéndonos también nos cuidamos.

5. Abrazar la vulnerabilidad

Después de toda una vida ocultándose detrás de una máscara para que nadie pueda ver esa parte que él sentía «defectuosa», por fin el protagonista será capaz de empezar a quitarse las múltiples capas que ha ido superponiendo a lo largo de su vida. El trabajo terapéutico le ayudará a descubrir, a mirar y a sanar sus heridas y, desde la aceptación de su propia vulnerabilidad, empezará a crear relaciones más auténticas y profundas.

Para Brené Brown, socióloga e investigadora estadounidense, ser vulnerable es «atreverse a arriesgarse». Arriesgarnos a dejar de fingir que somos los más fuertes y no nos afecta nada; a decir «te quiero» primero, sin saber cuál va a ser la respuesta de la otra persona; a involucrarnos en una relación (de cualquier tipo) que puede funcionar… o no. En resumen, ser vulnerable es atrevernos a quitarnos la máscara y mostrarnos como somos, con nuestros miedos, nuestra vergüenza y nuestras inseguridades.

Nuestra vulnerabilidad no nos debilita, sino que nos humaniza.

Yo, adicto

Oriol Pla y Nora Navas (Disney+)

6. Detrás del disfraz de la furia en realidad está escondida la tristeza

Más allá de la furia que invade a Javi cuando sus emociones empiezan a emerger, su psicólogo puede ver con claridad qué se oculta detrás: «Detrás de la ira siempre se esconde la tristeza. ¿Sabes lo que yo veo? Veo una persona muy, muy triste».

En realidad, muchas de nuestras emociones aparentemente destructivas son defensas frente a un dolor mucho más profundo. La ira, el resentimiento o el odio son a menudo expresiones de heridas que no están sanadas.

A veces, camuflamos ciertas emociones que nos cuesta mostrar detrás de otra con la que nos sentimos más cómodos. Por ejemplo, el niño en cuyo hogar la tristeza no tiene cabida y lo más habitual es escuchar frases como «llorar es de débiles» o «los hombres no lloran», aprenderá a utilizar la rabia en sustitución de su tristeza. Y ya como adulto, reaccionará con ira cada vez que algo le haga daño o le decepcione.

Tomar más contacto con lo que nos está ocurriendo es el primer paso para poder relacionarnos de un modo más saludable con nosotros mismos y con nuestro entorno.

7. «Los vínculos son vida y a veces salvan»

«¿Te imaginas una vida sin cuidados hacia los demás o hacia ti mismo? Los vínculos son vida y a veces salvan». En un mundo en el que se exalta el individualismo y la independencia como virtudes supremas, está bien recordar cuánto necesitamos establecer vínculos sanos.

Los vínculos nos construyen. Nos brindan un lugar seguro donde expresar nuestras emociones, incertidumbres y luchas. Son un ancla en momentos de tormenta, una red que nos sostiene cuando parece que vamos a caer. A veces, la simple presencia de alguien que nos escucha o nos mira con compasión puede marcar la diferencia entre hundirnos o salir a flote.

Pero no siempre sabemos cuidarnos ni dejar que nos cuiden. El miedo al rechazo, el orgullo o el peso de nuestras heridas pueden sabotear nuestra capacidad de conectar. Y aquí es donde Yo, adicto lanza un mensaje claro: los vínculos no solo son vida, también son parte del proceso de sanación. Al aceptar que somos vulnerables, que necesitamos y merecemos cuidado, comenzamos a abrirnos al mundo y a nosotros mismos.

Y para que este cuidado sea genuino, debe ser tanto hacia afuera como hacia adentro. Es imposible ofrecer lo mejor de nosotros si descuidamos nuestras propias necesidades emocionales y físicas.

8. Todos merecemos ser amados

En el ser humano existe una dualidad constante entre el deseo ferviente de que nuestros vínculos funcionen y el temor a que no sea así. Y precisamente es este miedo a sufrir, al abandono o a la falta de reciprocidad el que puede llevarnos a sabotear nuestras relaciones. Cuando no nos queremos a nosotros mismos solemos apartar a quienes nos quieren bien. Y, al hacerlo, encontramos la excusa perfecta para confirmar lo que tememos profundamente: «No merezco ser amado».

En Yo, adicto, el diálogo entre el psicólogo y Javi que transcribo a continuación refleja claramente esa dinámica:

“- Psicólogo: ¿Y no mereces que te quiera? ¿Por eso revientas o huyes de cualquier cosa que tenga continuidad? Tienes pavor a que te quiten la careta y descubran que tienes la cara quemada, que eres imperfecto, que eres defectuoso. Si mantienes una relación, una vida normal van a descubrir que no vales, que eres un monstruo. Tú mismo lo has dicho, los apartas, haces que huyan de ti.

– Javi: Llevo toda la vida mendigando amor en cualquier sitio. Y si no es amor, admiración. Pero me aterra el rechazo. Y me pierdo. Consumo cuerpos, por eso salgo a buscar más, porque nunca es… Nada me sirve, nunca es suficiente.

– Psicólogo: ¿Y tú?

–  Javi: ¿Y yo qué?

– Psicólogo: ¿Tú eres suficiente? ¿Alguna vez te han dicho que tal como eres, con tus fracasos, tus errores, eres suficiente? ¿Alguien te ha dicho que sin necesidad de hacer nada mereces que te quieran, que mereces ser feliz?”

Reconocer que somos suficientes tal como somos, con nuestros fracasos y defectos, no es tarea sencilla. Es un proceso que requiere desmontar creencias aprendidas, mirar con compasión nuestras heridas y aceptar que la perfección no es un requisito para ser querido. Merecemos amor, no porque seamos perfectos, sino porque somos humanos.

9. Aceptar el dolor como parte de la vida

Yo, adicto nos recuerda también que el dolor no es un castigo ni experimentarlo significa que haya algo «mal» en nosotros. Sencillamente, es parte de la vida y, como tal, es inevitable. Da igual si lo reprimimos, lo enterramos bajo distracciones o anestesias temporales como las adicciones. Tarde o temprano reaparecerá y, seguramente, lo hará con más fuerza. En lugar de verlo como un enemigo, aprender a convivir con él nos permitirá empezar a comprenderlo y desactivar su poder destructivo.

Es, precisamente, en el acto de aceptar el dolor donde radica nuestra capacidad de transformarlo. Como escuchamos en la serie, no se trata de evitarlo, sino de «sentirlo para poder gestionarlo sobrios».

Además, si entendemos que sentir dolor no nos hace débiles ni defectuosos, también seremos capaces de mirar a quienes nos rodean con más empatía.

Yo, adicto

10. Hacer las paces con la incertidumbre: «No saber está bien»

El miedo al cambio está directamente ligado al miedo a la incertidumbre. Nos aferramos a lo conocido, incluso cuando nos causa sufrimiento, porque lo desconocido nos aterra. Ese espacio donde no hay certezas, donde no controlamos el desenlace, puede resultar tan abrumador que preferimos quedarnos inmóviles, atrapados en una zona de confort que no siempre nos conforta.

Vivimos en un mundo obsesionado con las certezas y con tener control sobre todo. Y esta expectativa constante de tenerlo todo atado y bien atado no solo es irreal, sino también agotador. Nos roba la capacidad de estar presentes y nos encierra en un círculo de ansiedad por lo que fue y lo que podría ser.

En este sentido, la serie nos invita a cambiar de perspectiva y nos propone no solo aceptar la incomodidad, la incertidumbre e, incluso, el dolor, como parte inevitable de la vida, sino también encontrar en ello una oportunidad de crecer. No saber qué viene después nos da libertad para explorar, para equivocarnos, para aprender. Al soltar la necesidad de controlarlo todo, abrimos espacio para que lo nuevo, lo inesperado, nos sorprenda.

Quizás el cambio no sea tan aterrador si dejamos de verlo como una amenaza y lo entendemos como una transición natural, un paso hacia lo que todavía no sabemos, pero que tiene el potencial de transformarnos. Porque, «no saber también está bien».

Vivir duele y a veces es una puta salvajada, pero merece mucho la pena (Javier Giner)

Referencias

Gabilondo, A., Giner, J. y Rubirola Sala, L. (Productores ejecutivos) (2024). Yo, adicto [serie de televisión]. Alea Media

Washton, A. M. y Boundy, D. (1991). Querer no es poder: Cómo comprender y superar las adicciones. Barcelona: Paidós

Ansiedad social, mucho más que timidez

Ansiedad social: Mucho más que timidez

Ansiedad social: Mucho más que timidez 1920 1280 BELÉN PICADO

¿Uno tus peores miedos es sentirte avergonzado, tonto o torpe frente a los demás? ¿Eludes muchas actividades y hablar con gente por temor a que te critiquen o te juzguen? ¿Casi siempre evitas situaciones en las que la atención de los demás pueda recaer sobre ti? Si has respondido afirmativamente a estas preguntas, quizás sufras ansiedad social, un trastorno conocido también como fobia social y caracterizado por un miedo persistente e intenso a ser observado, juzgado, evaluado negativamente o ridiculizado por los demás.  Se trata de un problema asociado a menudo con la timidez, pero la ansiedad social va mucho más allá y de esto vamos a hablar en este artículo.

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) define el trastorno de ansiedad social (fobia social) como el «miedo o ansiedad intensa en una o más situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al posible examen por parte de otras personas».

En realidad, el miedo es una emoción tremendamente útil que nos ayuda a identificar algo hostil en el entorno o a reaccionar ante situaciones que podrían ser peligrosas para nosotros. Sin embargo, esta emoción también está mediada por la interpretación que hace nuestro cerebro ante una determinada circunstancia. Si, por ejemplo, mi cerebro interpreta el hecho de hablar en público o ir a una fiesta donde hay personas que no conozco como situaciones peligrosas, todo mi organismo se pondrá en alerta para enfrentarse a un hipotético peligro que solo está en mi mente.

Esto no significa que sea un problema en sí mismo ponernos nerviosos en determinadas interacciones sociales, por ser nuevas para nosotros o porque nos toque ser el centro de atención, por ejemplo. Es incluso adaptativo, porque nos prepara para afrontar este tipo de circunstancias. El problema aparece cuando el nerviosismo y la incomodidad son tan abrumadores que nos generan un nivel muy elevado de angustia y malestar, que es justo lo que ocurre en la fobia social.

Hipervigilancia, evitación y autoevaluación constante

Estas son algunas de las características de la ansiedad social:

  • Puede circunscribirse a uno o varios ámbitos (trabajo, escuela, fiestas, actividades diarias…). Por ejemplo, hay quien se angustia si tiene que asistir a reuniones o realizar presentaciones en el entorno laboral, pero se siente cómodo en circunstancias más informales, como encuentros con amigos o familiares. Otras personas, sin embargo, se manejan mejor en ámbitos más estructurados y previsibles que en encuentros sociales en los que prima la espontaneidad.
  • La persona afectada tiende a evitar las situaciones sociales que le provocan ansiedad y si las afronta y se mantiene en ellas lo hace a costa de mucho miedo y una elevada angustia. Precisamente, lo que mantiene el problema en gran parte es esa apremiante necesidad por evitar las situaciones o huir de ellas, ya que el miedo se refuerza y se hace más poderoso.
  • Causa malestar clínicamente significativo, así como el deterioro de las interacciones en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento diario de la persona.
  • Hay una autoevaluación constante. Alguien con fobia social está tan pendiente de todo lo que hace o dice que acaba bloqueándose. Hasta el punto de no ser capaz de relacionarse de forma espontánea, que es justo lo que suele requerir una interacción social.
  • Se amplifican las señales sociales que se reciben como amenazantes y se sobreanaliza cualquier comentario o gesto de las personas con quienes se está interactuando. Es como si su sistema de alerta estuviera hipersensibilizado y se activase con cualquier estímulo. Así, alguien con ansiedad social puede ponerse a la defensiva con cualquier mirada o comentario, aunque sean neutros o, incluso, positivos.
  • A veces se presta tanta atención a las propias sensaciones corporales que acaban amplificando su intensidad y, por tanto, el malestar.

En qué situaciones puede presentarse

Hay una gran variedad de situaciones, muchas de ellas cotidianas, que pueden convertirse en un auténtico suplicio para quien sufre ansiedad social:

  • Conocer gente nueva.
  • Participar en charlas o reuniones informales.
  • Iniciar o mantener una conversación.
  • Asistir a fiestas o eventos sociales.
  • Hablar en público.
    (En este blog puedes leer el artículo «Miedo a hablar en público, un temor muy común que puede superarse»)
  • Salir con alguien en una cita.
  • Asistir a una entrevista de trabajo.
  • Preguntar al profesor o responder una pregunta en clase.
  • Tener que hablar con un cajero en una tienda o pedir la cuenta en un restaurante.
  • Hacer cosas cotidianas en presencia de otros, como comer o beber frente a otras personas o usar un baño público.
Ansiedad social

Imagen de Freepik

Diferencias entre ansiedad social y timidez

Aunque ansiedad social y timidez están relacionadas y comparten características, como la incomodidad en situaciones sociales, hay diferencias significativas que conviene conocer para no confundirlas.

  • Concepto. La timidez se refiere a una tendencia personal a sentirse incómodo, inseguro o cohibido en situaciones sociales, especialmente cuando se interactúa con personas desconocidas o en contextos nuevos. La ansiedad social, sin embargo, es un trastorno de ansiedad más severo y debilitante que provoca un miedo intenso a ser juzgado negativamente por los demás. Tampoco debemos confundir timidez con introversión. Esta última es un rasgo de la personalidad que describe a personas que prefieren ambientes tranquilos y solitarios antes que situaciones sociales activas y estimulantes.
  • Intensidad. La incomodidad que implica la timidez es mucho más moderada que los síntomas que acompañan a la ansiedad social y que pueden llegar a ser desproporcionadamente intensos y discapacitantes.
  • Impacto en la vida diaria. A diferencia de lo que ocurre con la fobia social, la rutina de una persona tímida no tiene por qué verse afectada ni tampoco su desempeño en ámbitos como el trabajo, los estudios o las relaciones sociales. Pueden no gustarle las comidas de trabajo o las fiestas con mucha gente o mostrarse retraída en reuniones familiares o con amigos, sin que esto le suponga un sufrimiento.
  • Autopercepción y autoevaluación. El hecho de experimentar cierto grado de nerviosismo no implica necesariamente que una persona tímida tenga una percepción negativa de sí misma. De hecho, al autoevaluarse tenderá a ser menos severa y a no enfocarse tanto en sus posibles errores.
  • Comportamiento en situaciones sociales. Aunque pueden mostrar cierta incomodidad o retraimiento, las personas tímidas no suelen evitar situaciones sociales ni adoptar conductas de seguridad tan marcadas como quienes sufren ansiedad social. Quizás estén más calladas y retraídas, pero no necesariamente experimentan ansiedad o miedo al relacionarse con los demás.
  • Relaciones Interpersonales. Pese a tener dificultades iniciales para abrirse a nuevas personas, a las personas tímidas les cuesta menos establecer relaciones estables y satisfactorias.

Así se muestra la ansiedad social

Los síntomas pueden ser físicos, emocionales, cognitivos y conductuales.

Señales físicas
  • Taquicardia o palpitaciones. El corazón late más rápido de lo normal, lo que puede causar una sensación de palpitaciones o golpes fuertes en el pecho. Esto ocurre como una respuesta natural del cuerpo al estrés, conocida como ‘respuesta de lucha o huida’.
  • Sudoración excesiva, incluso en situaciones que no justifican este nivel de respuesta, como en lugares fríos o con poca actividad física. Todo esto lleva a taparse más y, en consecuencia, a sudar con más intensidad.
  • Temblores o sacudidas en manos, voz o cuerpo que pueden llegar a ser perceptible para los demás, lo que incrementa la ansiedad en situaciones sociales.
  • Dificultad para respirar, que en algunos casos lleva a la hiperventilación.
  • Sensación de mareo, aturdimiento o incluso desmayo.
  • Agarrotamiento y tensión muscular, sobre todo en el cuello, los hombros y la espalda.
  • Náuseas o malestar gastrointestinal.
  • Rubor. Este síntoma es particularmente perturbador porque es visible para los demás.
  • Deseo urgente de orinar.
  • Sensación de opresión en la cabeza.
  • Sequedad en la boca.
  • Sensación de frío (escalofríos) o calor.
Síntomas emocionales y cognitivos
  • Miedo abrumador a situaciones en las que la persona cree se la juzgará, criticará o humillará por exagerada, histérica, loca, rara…
  • Inseguridad. Sentimientos de inferioridad y baja autoestima; creencia de que uno es inadecuado o que inevitablemente cometerá errores; y preocupación excesiva por el juicio de los demás.
  • Anticipación negativa. Preocupación constante acerca de situaciones sociales futuras, lo que hace que el malestar ya empiece a sentirse mucho antes del momento de la interacción.
  • Aversión a ser el centro de atención, lo que puede ocurrir en presentaciones, reuniones o incluso conversaciones informales.
  • Autoevaluación crítica. Tendencia a revisar y analizar minuciosamente cada interacción social y enfocarse en los posibles errores cometidos.
  • Sensación de aislamiento y soledad.
  • Represión de la ira. Un estudio llevado a cabo por el investigador Rupert Conrad y un grupo de colaboradores encontró que las personas con trastorno de ansiedad social presentan niveles más altos de ira, pero también una fuerte tendencia a reprimirla.
  • Quedarse en blanco y no poder hablar con soltura y claridad, a veces, incluso en interacciones con personas conocidas.
  • Pensamientos negativos como «Les estoy aburriendo», «Seguro que piensan que soy tonto», «No voy a saber qué decir», «Estoy haciendo el ridículo», «No voy a caer bien», «Se van a reír de mí»
Ansiedad social

Imagen de storyset en Freepik

Síntomas conductuales
  • Evitar situaciones como reuniones, fiestas, presentaciones, entrevistas de trabajo y otras actividades que impliquen interacción social. La persona inventa todo tipo de excusas para no acudir o, en ocasiones, busca a alguien que la acompañe y le ayude a pasar el ‘mal trago’.
  • Aislamiento social. Reducción significativa del contacto con amigos, familia y compañeros de trabajo o estudios y preferencia por actividades solitarias hasta el punto de evitar establecer nuevas relaciones (no es que no quieran interactuar, sino que se sienten incapaces de hacerlo).
  • Conductas de seguridad para minimizar el riesgo de ser observado o juzgado negativamente y suavizar o suprimir la ansiedad. Algunos ejemplos: hablar en voz baja; evitar el contacto visual; llegar tarde para evitar presentaciones; recurrir a un exceso de maquillaje con objeto de que no se perciba el rubor si aparece; situarse de forma estratégica en reuniones, en clase, restaurantes…; cruzarse de brazos, esconder las manos o meterlas en los bolsillos para que no se note si tiemblan o sudan, etc.
  • Controlar continuamente lo que se dice o si se está causando una buena impresión.
  • Practicar y ensayar mentalmente conversaciones y situaciones para tratar de reducir la ansiedad.
  • Hablar aceleradamente con la esperanza de terminar pronto y reducir el tiempo que se está expuesto al ‘examen’ de quienes escuchan.
  • Consumo de ansiolíticos, alcohol u otra sustancias con objeto de atenuar la ansiedad anticipatoria y sus síntomas. Sin embargo, esto, que comienza siendo un intento de ‘solución’, termina convirtiéndose en un problema aún mayor, ya que al final acaba cayéndose en una adicción. De hecho, no es raro que la ansiedad social sea la puerta de entrada al alcoholismo.

Factores que influyen en su aparición

Pese a que el origen de la ansiedad social está relacionado con cierta predisposición biológica, para que se acabe desarrollando el trastorno, tienen que darse también otros factores:

  • Características personales. El temperamento y ciertas variables de personalidad, como el grado de neuroticismo o introversión, el perfeccionismo, las habilidades sociales o la sensibilidad a la ansiedad pueden influir en distinta medida en la aparición de la ansiedad social.
  • Estilo de crianza. En la investigación que mencioné antes, Conrad observó también en las personas con ansiedad social una mayor tendencia a presentar un estilo de apego inseguro preocupado (también denominado ansioso o ambivalente).
  • Haber tenido malas experiencias. Si en el pasado hemos tenido malas experiencias a nivel social, es probable que nos cueste más relacionarnos. Por ejemplo, si sufrí bullying en el colegio, me ridiculizaron, maltrataron o me sentí humillada en alguna ocasión es lógico pensar que me mostraré mucho más insegura y temerosa a la hora de conocer gente nueva y de relacionarme en general. Mi mente se pondrá en guardia enviándome mensajes del tipo «Ten cuidado», «No te fíes», etc.
Ansiedad social

Imagen de Freepik

Qué hacer

Si te sientes identificado/a con lo dicho hasta ahora, te doy algunas pautas que pueden ayudarte:

  • Toma conciencia del problema. A veces nos protegemos tras el «es que soy tímido/a», precisamente por el miedo a sentirnos rechazados, pero si queremos solucionar el problema lo primero es admitirlo y aceptarlo. Y, sobre todo, comprender que tener un problema no significa «ser el problema».
  • Aprende a no adelantarte a lo que va a suceder porque al final lo más seguro es que tu previsión no se corresponda con lo que suceda y habrás sufrido sin necesidad.
  • Identifica los pensamientos negativos que aparecen cuando estás en situaciones sociales o prevés que vas a estarlo. Luego, trata de analizarlos y cuestionarte hasta qué punto esas creencias que te provocan ansiedad son reales o, por el contario, no tienen ninguna evidencia que las sustente. Y si te pones en lo peor, piensa al menos en tres alternativas a la que tú te has imaginado.
  • Paso a paso. A la hora de ir enfrentándote a las situaciones que te producen temor, es mejor que lo hagas de forma progresiva. Empieza por situaciones que te generen menor nivel de ansiedad y, a medida que las superes, sigue con las de mayor dificultad. Por ejemplo, si temes debatir y dar tu opinión en una conversación, prueba antes a discutir sobre un tema con alguien cercano que te inspire confianza. O empieza por asistir a reuniones con un número reducido de personas que sean ya conocidas y te hagan sentir a gusto, antes de acudir a encuentros más multitudinarios o con desconocidos. Y cuando alcances un logro, por pequeño que sea, reconócelo y celébralo.
  • Comparte tus temores con personas de tu confianza y háblales sobre lo que te ocurre. A menudo, la gente es más comprensiva de lo que crees y tratará de facilitarte las cosas.
  • Busca estrategias de afrontamiento que te ayuden, desde practicar la respiración abdominal, por ejemplo, a visualizar situaciones sociales de manera exitosa. Las verbalizaciones también pueden ayudarte. Nuestro diálogo interno juega un papel clave en cómo nos sentimos y en cómo actuamos porque puede darnos fuerzas y motivarnos o, por el contrario, aumentar nuestro malestar. En vez de decirte «Me voy a bloquear» prueba con «Es normal que esté nervioso, pero puedo hacerlo».
  • Identifica tus conductas de seguridad y, en la medida de lo posible, evita recurrir a ellas.
  • Reconcíliate con tu ansiedad. En nuestro día a día nos enfrentamos continuamente a emociones y sensaciones que pueden resultar desagradables. Aprender a aceptarlas y sostenerlas en vez de evitarlas, nos ayudará a familiarizarnos con ellas y a no bloquearnos cuando aparezcan en situaciones que dominamos menos (como hablar en público).
  • Busca apoyo profesional. En terapia trabajarás, entre otras cosas, el entrenamiento en habilidades sociales, la reestructuración cognitiva de las creencias irracionales y desadaptativas y la exposición progresiva a las situaciones que te generan ansiedad. Sin embargo, también será necesario buscar el origen de la ansiedad social y trabajar sobre ello. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Referencias bibliográficas

American Psychiatric Association. (2013). DSM-5. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. (5ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

Conrad, R., Forstner, A. J., Chung, M. L., Mücke, M., Geiser, F., Schumacher, J., & Carnehl, F. (2021). Significance of anger suppression and preoccupied attachment in social anxiety disorder: a cross-sectional study. BMC Psychiatry, 21(1), 116.

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también) 2063 1453 BELÉN PICADO

¿Alguna vez tu pareja te ha asegurado que todo estaba bien entre vosotros y que no le pasaba nada, pero sus comentarios sarcásticos te indicaban lo contrario? ¿Tu madre no te reprocha abiertamente que no la visites tanto como le gustaría, pero deja caer frases del tipo «Un día me va a pasar cualquier cosa y nadie se va a enterar»? O, quizás, eres tú quien actúa así… Estas y otras situaciones similares tienen en común un comportamiento pasivo-agresivo que, sin conllevar una violencia directa, puede hacer mucho daño. Se trata de un tipo de agresividad silenciosa, de hostilidad encubierta, que puede afectar muy negativamente a las relaciones interpersonales, ya sea en el ámbito laboral, familiar, de amistad o de pareja.

En general, quienes adoptan estas actitudes suelen tener dificultades para comunicar de forma efectiva sus sentimientos de impotencia, resentimiento o frustración y, en lugar de expresar abiertamente su malestar, recurren a estrategias pasivas e indirectas que lo único que hacen es dificultar la resolución de los problemas y la construcción de vínculos saludables.

La mayoría de nosotros hemos caído en este tipo de conductas en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando estamos muy enfadados con un amigo, y, al mismo tiempo, no nos atrevemos a confrontarlo de forma directa por miedo a crear un conflicto que dé al traste con el vínculo que nos une. O cuando en el trabajo empezamos a ‘escaquearnos’ o a ‘olvidamos’ de realizar determinadas tareas para hacer notar nuestro descontento, pero sin arriesgarnos a hablar con nuestro jefe (por si se le ocurre despedirnos). Cuando se trata de episodios puntuales, respuestas como estas son una manera de protegernos o de salir del paso de un conflicto que nos genera temor.

Los problemas llegan cuando estas actitudes dejan de ser esporádicas para convertirse, consciente o inconscientemente, en un patrón persistente que se aplica de forma rígida y ante cualquier situación hasta el punto de no ser capaces de afrontar ningún conflicto de manera clara y directa.

Entre el deseo de agradar y el rechazo a lo que percibo como una exigencia externa

El origen del comportamiento pasivo-agresivo puede estar relacionado con distintas experiencias tempranas, como haber estado expuesto a un estilo de crianza excesivamente rígido, inconsistente o sobreprotector. En ocasiones, surge como una estrategia de afrontamiento aprendida, cuando en la infancia la expresión abierta de la ira estaba prohibida o mal vista. Si he aprendido a esconder y a negar mi enfado, me resultará difícil manejarme en los conflictos y evitaré las confrontaciones directas por miedo al rechazo o a la pérdida de aprobación.

De este modo, cuando estas personas sienten que se les está sometiendo a algún tipo de exigencia externa, se enfrentan a un dilema. Por un lado, están deseando agradar, complacer y ser elogiados por sus acciones. Pero, al mismo tiempo, perciben los requerimientos de los demás como un intento de dominarlas. Desde esta ambivalencia, desarrollarán una actitud cambiante e imprevisible en las relaciones, alternando episodios de auto afirmación e independencia hostil con otros de sumisión y de dependencia absoluta ante el temor de que se rompa el vínculo afectivo.

El comportamiento pasivo-agresivo dificulta las relaciones interpersonales

15 Pistas para identificar un comportamiento pasivo-agresivo

Al tratarse de una hostilidad indirecta y a menudo muy sutil, es normal que haya ocasiones en las que estas conductas lleguen a confundirnos y dudemos de lo que estamos percibiendo. Los personajes que voy a presentaros a continuación ejemplifican algunas de las formas en que se pueden manifestar actitudes y conductas pasivo-agresivas en situaciones cotidianas. De este modo, podréis identificarlas más fácilmente, ya sea en otras personas o en vosotros mismos.

1. Lucía, procrastinadora

Lucía a menudo se muestra cooperativa y acepta realizar tareas para su equipo de trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad siempre encuentra excusas para postergarlas y nunca hace lo que se le ha pedido. Parece muy ocupada en ello, pero la tarea nunca avanza. Y si le preguntan al respecto, responde con evasivas y justificaciones.

La procrastinación intencionada es una forma muy sutil de sabotear. Es decir, posponer o dilatar la ejecución de tareas o responsabilidades, sabiendo que esto puede afectar negativamente a otros o al proyecto en general.

2. Ana, la resentida. «Todos tienen más suerte que yo»

Ana está obsesionado por la aparente falta de justicia del mundo que la rodea. No es capaz de ver que muchas veces su propia actitud le impide conseguir logros significativos en los diferentes ámbitos de su vida. Vive con envidia constante los éxitos de los demás (a quienes, según ella, todo les resulta más fácil). Y, siempre que puede, disfruta socavando la felicidad de aquellos que considera más afortunados, haciéndoles partícipes de lo injusta y mezquina que es la vida.

3. Luis, especialista en echar balones fuera

Experto en eludir situaciones incómodas, Luis no solo niega a menudo lo que ha dicho o hecho, sino que, incluso, se ofende si percibe que los demás dudan de él (aun sabiendo que esas dudas tienen una base sólida). Suele defenderse con frases del tipo «Yo nunca dije eso, lo habrás soñado».

Otra manera en la que personas como Luis echan balones fuera es no asumir su responsabilidad y desviarla en otras direcciones: «Son imaginaciones tuyas, yo no estoy enfadado», «Yo tenía pensado hacerlo, pero ella me dijo que…», «Entendí que ibas a ocuparte tú». Con tal de no hacerse cargo de sus palabras, con su actitud y conducta culparán, de forma más o menos clara, a otros o a las circunstancias.

4. Marta, la pesimista escéptica. «Piensa mal y acertarás»

Escéptica e incapaz de ver el lado positivo de las cosas, Marta vive envuelta por una nube de pesimismo persistente. Su visión negativa del mundo la lleva a reaccionar con sarcasmo y mordacidad ante los «inmerecidos» éxitos de todos los que, en apariencia, tienen más suerte que ella. Desconfía de todo el mundo y está convencida de que las personas, en general, son malas y egoístas. Su lema: «Piensa mal y acertarás».

La actitud distante y huraña de estas personas tiene como principal objetivo provocar malestar en quienes las rodean.

5. Óscar, el oyente hostil

Óscar siempre parece dispuesto a escuchar los problemas de sus amigos. Sin embargo, su atención pronto se convierte en una crítica disfrazada. Aunque sus consejos parecen amables, el tono de sarcasmo y desdén con que los ofrece transmite que no está de acuerdo con las decisiones de quien está depositando su confianza en él.

Debido a esta discordancia entre el lenguaje verbal y el no verbal, es normal que quienes escuchan a alguien como Óscar acaben dudando de lo que están percibiendo. Por ejemplo, hay personas que pueden preguntarte cómo te encuentras o, aparentemente, se muestran interesadas en lo que quieres contarles. Sin embargo, cuando empiezas a hablar, apenas te miran, muestran una actitud desganada o responden con monosílabos. En estas condiciones, es fácil deducir que una buena comunicación es imposible. Cuando ocurre esto se está produciendo una dinámica que se conoce como doble vínculo y que puede provocar una gran inseguridad y confusión.

Comportamiento pasivo-agresivo.

6. Raquel, maestra de la queja y el victimismo

No hay día en que Raquel no se lamente de la poca atención que le prestan su familia, su pareja o sus amigos y se queje de que no la valoran lo suficiente. Sin embargo, si alguien se interesa y le pregunta qué le ocurre su respuesta siempre es la misma: «Estoy bien. No me pasa nada».

Además, por sistema, siempre se posiciona en contra de los deseos y peticiones de los demás. Siempre tiene preparada una objeción para rechazar cualquier alternativa o sugerencia que le ofrezcan. Eso sí, ella tampoco ofrece otras opciones. Esta actitud crea un ambiente negativo a su alrededor y hace que las interacciones con ella resulten frustrantes y agotadoras.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa de victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista»)

7. Santiago, irritable e impulsivo

Santiago casi siempre está de mal humor y, aunque no suele expresar abiertamente su enfado o disgusto, suele dejarlo patente a través de quejas, protestas o comentarios aparentemente triviales, pero que aterrizan como dardos en quien los recibe. Esta conducta hace que la otra persona se sienta incómoda, frustrada y a disgusto sin saber muy bien por qué.

Es posible que, al principio, personas como Santiago se muestren amables, especialmente si desean conseguir algo. Pero cuando los conocemos de verdad nos damos cuenta de que la mayor parte del tiempo están malhumorados e irascibles por algo que la mayoría de las veces no nos dirán.

8. Germán, el olvidadizo oportuno

Los olvidos son una de las estrategias más utilizadas por personas con un estilo pasivo-agresivo. Para Germán son un modo sutil e indirecto de expresar su descontento, su frustración o, sus necesidades. Por ejemplo, tiene la habilidad de recordar selectivamente compromisos según su nivel de interés. Puede ‘olvidar’ una reunión o evento que no le entusiasma, pero recordará claramente aquellos que considera más importantes o beneficiosos para él.

Lo mismo le ocurre con citas o conversaciones que ha mantenido con personas con quienes está molesto por algún motivo (que en ningún caso abordará de forma directa).

9. Eva: «Ni contigo ni sin ti»

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo que se manifiesta en la dificultad para mantener una posición clara o coherente ante los demás. En el caso de Eva, la necesidad de agradar a su pareja la lleva a posicionarse continuamente en el no conflicto. Como sabe lo que su pareja quiere, ella juega con eso hasta que se cansa o se frustra cuando se da cuenta de que, en realidad, se ha comprometido a hacer, o está haciendo, algo que no quería. Entonces, de repente, le muestra su enfado y su hostilidad, pero no abiertamente, sino a través de estrategias indirectas y más o menos sutiles: deja de hablar, no responde a los mensajes, no cumple algo con lo que se había comprometido…

Estas personas pueden decir a su pareja que la aman profundamente y al poco tiempo se muestran indiferentes o hacen comentarios despectivos que contradicen sus declaraciones anteriores.

También puede suceder que se sientan a gusto cuando les cuidan o cuando otros toman la iniciativa y al poco tiempo, se rebelen porque no quieren ‘perder’ su independencia ni que les den órdenes. Este «Ni contigo ni sin ti»  oculta una dependencia emocional que no son capaces de aceptar.

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo.

Imagen de shurkin_son en Freepik.

10. Samuel, alérgico a la autoridad

Samuel manifiesta su desprecio a la autoridad de múltiples formas. Una de ellas es hacer lo mínimo que su jefe le pide, como una forma de transmitir que está siguiendo las órdenes solo porque es necesario y no porque valore la autoridad de su superior. Del mismo modo, si se le da un plazo para completar un proyecto, demora intencionadamente la entrega hasta el último momento.

En personas como Samuel suele haber un conflicto interno que no saben cómo afrontar y que los lleva a moverse entre el deseo de obtener las ventajas que puede proporcionarles el acatar las órdenes y el empeño en conservar la autonomía. Primero tratan de mantener la relación siendo pasivos y sumisos, pero en cuanto sienten que están ‘renunciando’ a su autonomía se sublevan contra la autoridad.

11. Sara, madre manipuladora

A las personas pasivo-agresivas les cuesta pedir lo que quieren y recurren a tácticas manipuladoras para satisfacer sus necesidades. Sara, por ejemplo, siempre se ha comunicado con sus hijos desde este rol para conseguir su atención y para que hagan lo que ella quiere sin solicitarlo explícitamente. Por ejemplo, en lugar de pedir a su hijo que la ayude, le dirá: «Seguro que me voy a hacer daño en la espalda, pero no quiero molestarte».

O, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, Sara les hace llegar su enfado y su disgusto lamentándose y dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas»)

12. Rocío: pagar la frustración con quien menos lo merece

La incapacidad para mostrar pública y abiertamente su enfado o frustración lleva con frecuencia a Rocío a recurrir a un mecanismo de defensa inconsciente: el desplazamiento. Por ejemplo, un día que recibe una crítica injusta de su jefe en el trabajo, como no se atreve a abordarlo directamente con su superior, opta por no expresar su malestar. Sin embargo, al regresar a casa, desplaza sus emociones negativas hacia su familia mostrándose de mal humor, respondiendo de manera cortante, etc.

El desplazamiento me permite redirigir hacia un objetivo menos amenazante los pensamientos, emociones o impulsos negativos que me despierta alguien con quien no puedo permitirme romper el vínculo. En concreto, desplazo ese resentimiento hacia otras personas o situaciones cotidianas de menor significación emocional o jerárquica.

13. Roberto o la vida en blanco y negro

Para Roberto, no existen los matices. Idealiza a quien admira y desprecia a aquellos que no cumplen con sus expectativas. ‘Poseído’ por esta mentalidad de «todo o nada», si un amigo no le muestra su apoyo incondicional o cuestiona alguna de sus decisiones, puede empezar a verlo como alguien completamente despreciable, sin detenerse a reconocer sus virtudes o a intentar comprender sus motivaciones.

El pensamiento dicotómico, también conocido como pensamiento en blanco y negro o polarizado, se manifiesta en la tendencia a ver las situaciones y a las personas en términos extremos, sin reconocer matices o posiciones intermedias. Esta incapacidad para tolerar la incertidumbre lleva a realizar juicios rápidos y categóricos en los que no hay espacio para la ambigüedad ni para apreciar los matices de las situaciones y las personas.

14. Gustavo, el grosero enmascarado

Algunas personas recurren a insultos muy sutiles para expresar su descontento, su disgusto o sus emociones negativas sin abordar abiertamente el conflicto. Gustavo es experto en disfrazar sus insultos y groserías. Cuando alguien se ofende por sus palabras, él simplemente dice que estaba bromeando o que no era su intención. Algunas de sus especialidades:

  • Cumplidos envenenados. Elogios que envuelven una crítica o una insinuación negativa: «Admiro tu valentía. ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Comentarios despectivos disfrazados de bromas. «¡Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta!».
  • Sarcasmo encubierto. «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú».
  • Desvalorización disfrazada de preocupación. «Te convendría bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud».
15. David tiene en el silencio su mejor arma

En el catálogo de estrategias para hacer sentir mal a alguien sin recurrir al confrontamiento directo, el silencio es una de las preferidas de David. Cuando está molesto por algo, deja de responder a las llamadas e ignora mensajes y correos electrónicos. Puede pasarse días así y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. En vez de abordar y expresar los motivos de su disgusto o de su enfado recurre al silencio y a la ley del hielo.

Personas como David te ignorarán de un modo más o menos evidente y durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Pueden no darse por aludidas cuando les hablas y luego justificarse diciendo que no te habían escuchado. O, directamente, mirar hacia otro lado cuando te los encuentras y les saludas. Y si les preguntas qué les ocurre, te dirán que no les pasa nada.

Si te has visto reflejado/a en alguna de estas conductas y actitudes, te invito a leer el artículo ¿Te comunicas de modo pasivo-agresivo? Así puedes cambiarlo y mejorar tus relaciones.

Duelo anticipado. Cómo prepararse para la muerte de un ser querido.

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (II)

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (II) 1500 1000 BELÉN PICADO

Saber que alguien importante para nosotros va a morir en una fecha más o menos próxima nos pone frente a frente con nuestros mayores temores, especialmente con uno tan universal como el miedo a la muerte. Y hasta que se produzca la pérdida, este miedo no solo convivirá con la tristeza y el dolor, sino también con el agradecimiento por disponer de un tiempo precioso para poder decir adiós. En el anterior artículo sobre el duelo anticipado, os contaba cómo se desarrolla el proceso, en qué medida puede ayudarnos a aceptar la realidad de la pérdida y qué factores pueden complicarlo. Esta vez me centraré en cómo prepararse para la muerte de un ser querido. Y, sobre todo, en cómo acompañarle en este último capítulo de su vida.

Eso sí, antes es importante comprender que el duelo anticipado no sigue un patrón único, sino que puede variar significativamente de una persona a otra. Por ejemplo, hay quien experimenta una sensación de desconexión emocional durante todo el proceso y otros que acaban sumiéndose en la tristeza y la desesperación. Según Therese Rando, especialista en duelo, existen determinadas variables que van a influir en el modo en que se afronte el proceso.

  • Variables psicológicas. Naturaleza de la relación que se tenga con la persona enferma, rasgos de la personalidad de quien está haciendo el duelo, así como características de la enfermedad y tipo de muerte que se espera.
  • Variables sociales: Conocimiento acerca de la enfermedad y acerca de la relación de esa enfermedad con la muerte, tanto por parte del enfermo como por su entorno. Concepción que tiene la familia sobre la muerte en general.
  • Variables fisiológicas: Salud física y/o mental de quien hace el duelo, estilo de vida, etc.
Cada persona afronta el duelo anticipado de una forma única.

Foto de Rostyslav Savchyn en Unsplash

Cómo acompañar a tu ser querido en el último tramo del camino

Y ahora, partiendo de la base de que no hay dos duelos iguales y de que cada uno los afrontará de un modo único, espero que las siguientes pautas te ayuden a transitar tu propio proceso.

Infórmate

Es normal que tengas ‘miedo a saber’, pero buscar información, preguntar a los médicos y conocer lo necesario sobre la enfermedad y su curso te ayudará mucho a la hora de gestionar las situaciones que vas a encontrarte. Además, tener información te dará una mayor percepción de control sobre el proceso.

Afronta tu propio miedo a la muerte

Mientras no asumas tu propio temor a la muerte te va a resultar muy difícil sostener el de la persona que se acerca al final de su vida. En la medida en que afrontes tus miedos podrás ayudarla mejor en su proceso de compartir y afrontar los suyos.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «¿Miedo a la muerte? Cambia la perspectiva y recibe cada día como un regalo«)

Empieza a pensar en cómo será la vida sin esa persona

Prepararnos para la vida que llevaremos sin nuestro ser querido también forma parte de las tareas del duelo anticipado. Visualiza cómo será tu nueva realidad sin esa figura, los cambios que tendrás que hacer y cómo vas a sanar y cuidar las heridas emocionales que dejará.

¿Cómo te sentirías tú?

Si no sabes cómo tratar o qué decir a ese familiar o amigo que está afrontando la última etapa de su vida, quizás te ayude imaginar que eres tú quien está en esa situación. ¿Qué es lo que más necesitarías? ¿Qué te gustaría dar y recibir? ¿Qué desearías realmente de un amigo que ha venido a verte? ¿Cómo te sentirías con determinadas actitudes y comportamientos de quienes te rodean?

Compartir momentos

No dejes que el miedo te robe un solo minuto y aprovecha este tiempo extra que tienes para crear recuerdos de los que podrás nutrirte en el futuro. Compartid tiempo, aprovecha para fortalecer vuestro vínculo, poned en común qué os gustaría hacer juntos…

Di la verdad

Salvo que el enfermo haya comunicado expresamente que no desea saber nada sobre su situación, es conveniente decir la verdad y evitar caer en la conspiración del silencio. Eso sí, de la manera más serena y afectuosa posible. Si no lo haces, estarás privándole de la posibilidad de prepararse y tomar decisiones importantes sobre su propio proceso. Y, además, es muy posible que el sentimiento de culpa entorpezca tu propio duelo cuando la muerte se produzca.

Atrévete con las conversaciones incómodas

Muchas veces por no saber qué decir, por miedo o por no ‘meter la pata’ optamos por no expresar cómo nos sentimos o evitamos hablar de la muerte de forma clara y sin rodeos. Sin embargo, es necesario abordar el tema siempre que tu familiar así lo necesite. Atrévete a preguntar, por ejemplo, cómo se siente, cómo imagina el último momento o qué ideas, sensaciones o creencias tiene al respecto. Incluso, qué tipo de despedida desea. Y en caso de que no quiera hablar, él mismo te lo hará saber.

El silencio también está bien

Igualmente, habrá momentos en los que sobren las palabras y baste con permanecer en silencio. A veces, esa persona solo necesitará sentir que estás con ella, sin tener que recurrir a esas palabras con las que solo se busca tapar silencios incómodos. Y es que, tan importante cómo saber qué decir, es saber escuchar y saber estar sin hacer ruido. Haz que tu ser querido sepa que estás ahí para él, si así lo quiere; y que puede apoyarse en tu hombro cuando sienta que no puede más. Hay  una cita de Gabriel García Márquez sobre esto que me gusta mucho: «Y si un día no tienes ganas de hablar con nadie, llámame… Estaremos en silencio».

El poder de una caricia

En El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, Sogyal Rimpoché nos recuerda la importancia del contacto físico: «He visto a menudo que las personas que están muy enfermas anhelan que las toque, anhelan que las traten como a personas vivas y no como enfermas. Puede darse mucho consuelo a los enfermos sencillamente tocándoles las manos, mirándolos a los ojos, dándoles un suave masaje, acunándolos entre los brazos o respirando suavemente al mismo ritmo que ellos. El cuerpo tiene su propio lenguaje de amor; utilícelo sin temor y descubrirá que ofrece solaz y consuelo al moribundo».

El duelo anticipado ayuda a prepararse para la muerte de un ser querido

La visita de la madre al hospital, de Enrique Paternina García Cid.

Reorganización de roles

No solo nos preparamos para despedir a un ser querido, sino también para decir adiós al rol que tenía esa persona en nuestro entorno y al papel que nosotros teníamos respecto a él. Así que una de las tareas del duelo anticipado será llevar a cabo una reorganización individual y familiar (roles, asuntos que resolver antes del fallecimiento) dentro del sistema de pertenencia que se compartía con el enfermo.

Apóyate en tus seres queridos

Rodéate de personas de tu confianza y cuéntales cómo te sientes. Compartir tu dolor, hablar sobre él con tus amigos o con los miembros de tu familia te ayudará a seguir adelante y sentir menos el peso de la soledad. Dejarse acompañar y no aislarse es un factor protector para que el duelo no se complique. Es normal que en determinados momentos necesites buscar un espacio para estar solo, para estar sola, pero procura que no se convierta en una dinámica habitual.

Cuídate para cuidar

El autocuidado es esencial. Dejarte tu salud en ese camino de acompañamiento es muy mala idea. De hecho,  no solo la necesitarás en esta parte del proceso, sino también en lo que vendrá después de la pérdida. Así que cuida tu alimentación, descansa y encuentra momentos para socializar.

Permítete sentir y expresar tus emociones

Deja espacio al miedo, a la tristeza, a la ira y al dolor porque son parte del proceso. Y si necesitas llorar o gritar, hazlo. A veces está bien no estar bien. Necesitas aceptar tus emociones, por desagradables que sean, para poder procesarlas. Reprimirlas y/o negarlas quizás te ayude en un primer momento, pero no es tan buena idea hacerlo a medio o largo plazo. Debes darte permiso para tomar conciencia, expresar y despenalizar esas emociones que te parecen más censurables o que, a veces, incluso hacen que te sientas una mala persona.

Por ejemplo, es posible que te sientas culpable si, ante la necesidad de querer que acabe el dolor, en algunos momentos has llegado a desear que la muerte se produzca cuanto antes. Sin embargo, solo estás poniendo en marcha un mecanismo de defensa normal en los seres humanos. Expresar esos pensamientos que censuras (y que en realidad son solo una muestra del instinto de supervivencia) te ayudará a liberarte de ellos y a no dejar que se enquisten. Al fin y al cabo, no hay nada más humano que querer evitar el dolor.

Sobre espiritualidad

Si eres una persona religiosa o espiritual (la espiritualidad no tiene que estar forzosamente vinculada a la religión), recurrir a tus creencias puede ayudarte a llevar mejor el proceso.  De hecho, hay estudios que señalan la espiritualidad como un factor protector ante el duelo patológico.

Asimismo, puedes facilitar que tu ser querido se acerque a su parte más espiritual. Eso sí, evita ceder a la tentación de intentar ‘convertirlo’.  Como bien expresa Rimpoché, «nadie quiere ser rescatado con las creencias de otro».

Recurre a tu creatividad

Si te cuesta comunicar verbalmente cómo te sientes hay otras formas de expresión que te permitirán plasmar tus pensamientos y emociones. Describe tus sentimientos a través de cartas, escribiendo un diario, dibujando o pintando. Además de desahogarte, dar rienda suelta a tu creatividad te ayudará a canalizar el dolor.

Asuntos pendientes

¿Tienes algún asunto pendiente con tu ser querido? ¿Existe algún tema inconcluso entre vosotros? ¿Hubo algo en el pasado que te molestó o te hizo daño y aún no has podido pasar página? Sea lo que sea, si sientes la necesidad de hablar sobre ello, ahora es el momento. Quizás necesites pedir perdón, que la otra persona te pida disculpas o, tan solo, poner palabras a cómo te sientes respecto a lo ocurrido entre vosotros. O, simplemente, deseas decirle lo mucho que le quieres, evocar los buenos momentos vividos juntos y agradecer todo lo valioso que habéis compartido. Cualquier opción que elijas será personal, voluntaria y totalmente respetable.

El duelo anticipado brinda la oportunidad de cerrar asuntos pendientes.

Pide ayuda psicológica si lo necesitas

Si el proceso está siendo muy duro y sientes que está superándote, la terapia psicológica te ayudará a sobrellevar mejor la situación y  te preparará para lo que vendrá después. También tienes la opción de acudir a un grupo de apoyo con personas que están pasando por lo mismo que tú. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

La importancia de despedirse

En 2019, el cantante James Blunt escribió un tema precioso titulado Monsters ante la posibilidad de la muerte inminente de su padre. «Cuando te haces consciente de la mortalidad de tu padre, tienes una gran oportunidad para decir las cosas que siempre te hubiera gustado decirle», confesó en un programa de la televisión británica.

Este es el estribillo de la canción (traducido):

«No soy tu hijo. No eres mi padre.

Solo somos dos hombres grandes diciendo adiós.

No hay necesidad de perdonar,

No hay necesidad de olvidar.

Conozco tus errores y tú los míos

Y mientras duermes, yo trataré de enorgullecerte.

Así que papá, cierra los ojos,

no tengas miedo.

Es mi turno de espantar los monstruos».

«La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que las cosas, independientemente de cómo salgan, tienen un sentido» (Václav Havel)

Referencias

Cuesta Pastor, M. (2021). Abordaje familiar en los Cuidados Paliativos. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 11(2), 1

O’Connor, N. (1984). Déjalos ir con amor: la aceptación del duelo. México: Trillas

Prieto, V. (2018). La pérdida de un ser querido. Madrid: La Esfera de los Libros

Rando, T. A. (1986). A comprehensive analysis of anticipatory grief: perspectives, processes, promises and problems. En T.A. Rando (ed.). Loss and anticipatory grief. (pp. 1-36). NY, Lexington: Lexington Books

Kübler-Ross, E. y Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Barcelona: Luciérnaga

Rimpoché, S. (2006). El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Urano

Duelo anticipado. Prepararse para la muerte de un ser querido

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (I)

Duelo anticipado: Prepararse para la muerte de un ser querido (I) 1920 1272 BELÉN PICADO

Por mucho que a veces vivamos como si la muerte no fuera con nosotros, antes o después toca a nuestra puerta… o a la de un ser querido. Unas veces, llega de manera súbita, pillándonos por sorpresa y sin darnos tiempo a despedirnos. Otras, lo hace con preaviso. En enfermedades graves, por ejemplo, ese preaviso llega en el momento del diagnóstico. A partir de ese instante comienza un duelo anticipado, también denominado duelo anticipatorio, cuya función es prepararnos para la pérdida.

Si bien las emociones que vamos a experimentar en un duelo anticipado pueden ser tan intensas como las que se vivirían ante una muerte inesperada, conocer el desenlace antes de que suceda nos da la oportunidad de prepararnos mejor. Nos permite tomar conciencia de lo que está sucediendo, gestionar y compartir nuestros sentimientos, solucionar asuntos pendientes, elegir cómo queremos decir adiós y también ir procesando el cambio que va a suponer vivir sin nuestro ser querido.

Elizabeth Kübler Ross, autora de numerosos libros sobre la muerte y el acompañamiento al final de la vida, habla sobre el duelo anticipado en el último libro que, junto a David Kessler, escribió antes de morir: «Experimentamos el duelo anticipatorio más profundo cuando una persona a la que queremos (o nosotros mismos) padece una enfermedad terminal. En nuestra mente, el duelo anticipatorio es «el principio del fin». Ahora operamos en dos mundos, el mundo seguro al que estamos habituados y el mundo inseguro en el que un ser querido puede morir. Sentimos esa tristeza y la necesidad inconsciente de preparar nuestra psique».

Como creo que el tema lo merece, le dedicaré dos artículos. En esta ocasión, veremos, entre otras cosas, qué ocurre durante el duelo anticipado, cómo nos puede ayudar a prepararnos para decir adiós y también qué factores pueden complicar el proceso. Y en el siguiente, os daré pautas para ayudaros, en la medida de lo posible, a transitar este difícil camino. (Al final de este artículo, tenéis el enlace a la segunda parte)

¿Qué ocurre durante el duelo anticipado?

Muchas de las reacciones que experimentamos cuando conocemos con antelación que un ser querido va a morir son similares a las que se producen cuando la pérdida ya ha ocurrido.

  • Pensamientos recurrentes. Es posible que aparezcan pensamientos recurrentes sobre cómo será la muerte, cómo se abordará el momento y qué pasará tras el fallecimiento. O, por el contrario, puede que la persona intente por todos los medios evitar pensar en ello.
  • De la ansiedad al enfado o la culpa. Emocionalmente, lo primero que suele aparecer es ansiedad para luego dejar paso a la tristeza, la sensación de soledad, el enfado o la culpa por desear en ocasiones que la persona deje de sufrir y muera lo antes posible. Sentimientos todos ellos que pueden ir entrelazándose y alternándose a lo largo del proceso.
  • Ambivalencia de sentimientos. Es normal que haya momentos en los que deseemos que llegue el final para aliviar el sufrimiento y, a la vez, este mismo final nos produzca miedo y angustia. O que nos sintamos molestos por las demandas emocionales y físicas que implica el cuidado de la persona enferma y a la vez culpables por tener esos sentimientos. En un periodo así, los sentimientos confusos y conflictivos son naturales.
  • Dificultades en el día a día. Igualmente, es habitual tener crisis inesperadas de llanto y una mayor dificultad para concentrarse o a la hora de tomar decisiones porque toda la atención está puesta en el proceso de duelo. Esto puede afectar en el ámbito laboral y también en las relaciones interpersonales (tendencia a aislarse).
  • Síntomas físicos. Puede que haya un mayor cansancio, dificultad para dormir, pesadillas, problemas digestivos, alteraciones del apetito, dolor de cabeza, presión en el pecho, palpitaciones, debilidad muscular, hipersensibilidad al ruido, etc.
En el duelo anticipado, la tristeza puede convivir con el enfado y la culpa.

Foto de Anthony Tran en Unsplash

Cómo nos ayuda el duelo anticipado

Mas allá del dolor y de la angustia, anticipar la pérdida de un ser querido y tener la oportunidad de compartir con él su última etapa también puede tener aspectos positivos:

  • Entender la muerte como un proceso natural. Para Therese Rando, el duelo anticipado es un proceso psicológico y emocional que permite comprender la pérdida como un proceso natural frente al que podemos desplegar nuestros mecanismos de afrontamiento con objeto de que sea menos doloroso.
  • Resolver asuntos pendientes. Tenemos la oportunidad de afrontar conflictos pasados y poder dar cierre a asuntos inacabados
  • Poder despedirse. Disponemos de un tiempo precioso para compartir con nuestro ser querido y planificar juntos cómo queremos que sea la despedida.
  • Aceptar la realidad de forma progresiva. Una vez que asumamos la inevitabilidad de la pérdida podremos integrar nuevas vivencias con nuestro ser querido que en el futuro se convertirán en recuerdos imborrables.
  • Se abre un espacio para valorar el aquí y ahora. Centrarnos en vivir el presente, apreciar aquellas cosas que tenemos actualmente y descubrir nuevas formas de afrontar la nueva normalidad.
  • Facilita la elaboración del duelo tras la pérdida. Para algunas personas, prepararse emocionalmente antes de la muerte de su ser querido les ha ayudado a aceptarla de forma gradual, reduciendo su impacto a largo plazo y permitiendo una mejor elaboración del duelo después del fallecimiento.
  • Permite reflexionar sobre el sentido de la vida, no solo de la persona que va a morir sino también sobre la nuestra propia, y diferenciar lo que es esencial en la vida de lo meramente accesorio.
  • Genera paz. Un diálogo con el enfermo al final de la vida, basado en la honestidad y la autenticidad, produce miedo, pero también genera libertad. Da paz al superviviente y serenidad a quien escribe el último capítulo de su vida.

Factores que pueden dificultar el proceso

Aunque hacer parte del camino del duelo antes de la pérdida puede ayudar, también es cierto que no todo el mundo va a transitarlo de igual manera. A veces, aparecen ciertos obstáculos que podrían complicar el proceso:

  • Presenciar el sufrimiento del enfermo. En una enfermedad larga, al duelo hay que sumar situaciones que pueden suponer un trauma añadido, como el hecho de que haya mucho deterioro psicológico o físico o la posibilidad de agonía.
  • Aislarse. Cuando uno centra toda la vida en quien va a fallecer y renuncia al resto de relaciones, no solo se agotará, sino que su estado de ánimo también se verá afectado negativamente.
  • Instalarse en la culpa. Aunque es normal que haya sensación de culpa en algún momento del proceso, este sentimiento puede llegar a ser muy dañino cuando ocupa gran parte de nuestro día y nos lleva a aislarnos o a eludir cualquier actividad o situación que nos haga sentir bien.
  • Esperanza ilusoria o falsas esperanzas. En un proceso de duelo anticipado aunque sabemos que antes o después nuestro ser querido fallecerá, no conocemos con certeza de cuánto tiempo disponemos. Y esto provoca que, a veces, uno se aferre a la esperanza ilusoria de que, quizá, la muerte no llegue a producirse. Y, aunque, estas falsas esperanzas podrían atenuar el dolor o el miedo, también es posible que, al producirse el fallecimiento, el duelo sea mucho más agudo.
  • Pensamientos rumiativos. Comerse la cabeza con pensamientos-bucle (¿Y si le hubiera insistido más para que se hiciera esas pruebas? ¿Y si hubiera ido al médico antes?…) no solo dificultará el duelo, sino que nos traerá más culpa y dolor y aumentará las probabilidades de desarrollar un trastorno de ansiedad.
  • Codependencia. Otra de las circunstancias que va a complicar el proceso es que un cuidador cree dependencia de la persona a quien está cuidando. Esta situación va a manifestarse en indicadores como creerse indispensable, ser incapaz de delegar, no fiarse de otros cuidadores, no tolerar los límites propios y ajenos, depositar todo el sentido de la vida en el cuidado, etc.
  • Síndrome de Lázaro. Se produce cuando el duelo anticipado se prolonga mucho en el tiempo y el fallecimiento no se produce o el enfermo mejora repentina e inesperadamente después de estar a punto de morir. Estas situaciones pueden generar desajustes emocionales en la familia, ya que, han ido preparándose para la muerte en una fecha más o menos ‘esperada’. Y si esta no se produce, pueden ser incapaces de restablecer vínculos emocionales con el enfermo, además de experimentar frustración, angustia e, incluso, cierto resentimiento.
  • Conspiración del silencio. Tiene lugar cuando hay un acuerdo, implícito o explícito, por parte de los familiares para ocultar información al paciente sobre el diagnóstico, pronóstico y/o gravedad de la situación en que se encuentra. Este ‘pacto’ genera consecuencias tanto en quienes lo acuerdan como en el enfermo. En este porque se le está negando un derecho fundamental a tener información sobre su estado de salud, se favorecen conductas de sobreprotección, se le impide que pueda decidir cómo quiere afrontar su propia muerta y se le está privando de la opción de poder trasmitir su propia angustia. En el caso de los familiares, a la gran tensión que les genera el estar disimulando delante del paciente y controlando sus reacciones emocionales, se une el sentirse culpables por ocultarle verdad. Y estas situaciones, a su vez, pueden llevar a un duelo patológico.
La conspiración del silencio dificulta el duelo anticipado.

Foto de Kristina Flour en Unsplash

Mecanismos de defensa

Los seres humanos disponemos de ciertas estrategias inconscientes que nos ayudan a hacer frente a emociones, pensamientos y situaciones que nos generan angustia. Sin embargo, cuando se hacen rígidas y automáticos, nos hacen más mal que bien. Algunos mecanismos de defensa que pueden entrar en juego en el duelo anticipado para protegernos del dolor pero que, al final, acabarán dificultando el proceso.

  • Negación. Al principio ayuda a asimilar gradualmente lo inevitable. Pero si nos enrocamos en la negación acabaremos creando una narrativa diferente y muy alejada de la realidad que solo nos perjudicará. Por ejemplo, en lugar de poder ver a un padre anciano y frágil que empeora rápidamente, la mente se aferra al hecho de que sigue comiendo y tomando sus medicamentos. Y a la falsa esperanza de que, si se ha recuperado de contratiempos en el pasado, volverá a hacerlo.
  • Represión. Nuestra mente consciente traslada rápidamente al inconsciente lo que no queremos ver. Así no tenemos que lidiar con la disonancia cognitiva de ver la horrible realidad y necesitar que la realidad sea muy diferente.
  • Proyección. Aparece cuando atribuimos inconscientemente a otra persona nuestros propios pensamientos reprimidos. En lugar de asumir nuestra impotencia a medida que el cuerpo de nuestro ser querido se vuelve más frágil, acusaremos a los médicos de no hacer lo suficiente por nuestro ser querido o a las enfermeras de incompetentes y de no saber hacer su trabajo.
  • Desplazamiento. Este mecanismo de defensa permite redirigir pensamientos, emociones o impulsos demasiado incómodos, dolorosos o difíciles de afrontar desde su fuente de origen hacia un objetivo menos amenazante. Cuando no puedo admitir ni manejar el enfado que siento hacia la persona que va a morir, puedo acabar desplazando esa emoción sobre otros familiares o sobre el personal sanitario que la atiende.

Enfermedad de Alzheimer y otras demencias

En enfermedades como el alzhéimer u otras demencias, es posible que el duelo anticipado se complique. Entre otros motivos, porque es un proceso lento y progresivo que puede prolongarse durante muchos años. Además, los familiares tendrán que hacer frente no a una sino a varias pérdidas, incluida la pérdida de conexión emocional con su ser querido. A medida que la enfermedad avance, la persona afectada irá perdiendo recuerdos, habilidades cognitivas y de comunicación. Y, en última instancia, la capacidad de reconocer a sus seres queridos y su propia identidad.

Por otra parte, los cuidados y dedicación a largo plazo generan una mayor carga física y emocional e, incluso, dependencia entre cuidador y enfermo. En estos casos, las probabilidades de desarrollar un trastorno de ansiedad o síntomas depresivos aumentan.

En este ámbito, los grupos de apoyo, tanto para los cuidadores como para las personas que acaban de recibir el diagnóstico de Alzheimer, pueden proporcionar un espacio donde compartir experiencias, estrategias de afrontamiento y consejos prácticos. La terapia individual y familiar también puede ser valiosa para abordar las complejidades emocionales asociadas con la enfermedad.

En lla enfermedad de Alzheimer el duelo anticipado puede prolongarse durante años.

Imagen de rawpixel.com en Freepik

Duelo anticipado por desaparición

En este artículo os he hablado del duelo anticipado en el supuesto de enfermedades con mal pronóstico, en las que las familias van presenciando el deterioro del enfermo. Pero este tipo de duelo también tiene lugar en casos de desaparición, en circunstancias extrañas o violentas, de un ser querido. O cuando se han producido algún accidente o catástrofe de gran envergadura en los que se tarda en conocer el número total de víctimas (desastres aéreos, naufragios, terremotos…)

En estos casos en los que no se sabe si la persona sigue viva o no y aunque no se haya perdido la esperanza, sus seres queridos van a anticipar de algún modo la muerte y empezarán a prepararse para esa posibilidad. De este modo, tendrán algo más de tiempo para hacerse a la idea que si la muerte se produce de forma abrupta o repentina.

También hablamos de duelos anticipados ante la proximidad de otros tipos de pérdidas: relaciones sentimentales, trabajos, ciertas situaciones vitales, etc.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

(Te doy algunas pautas para transitar mejor el duelo anticipado en la segunda parte de este artículo. Puedes acceder desde aquí)

Referencias

Cuesta Pastor, M. (2021). Abordaje familiar en los Cuidados Paliativos. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 11(2), 1.

O’Connor, N. (1984). Déjalos ir con amor: la aceptación del duelo. México: Trillas

Prieto, V. (2018). La pérdida de un ser querido. Madrid: La Esfera de los Libros

Rando, T. A. (1986). A comprehensive analysis of anticipatory grief: perspectives, processes, promises and problems. En T.A. Rando (ed.). Loss and anticipatory grief. (pp. 1-36). NY, Lexington: Lexington Books

Kübler-Ross, E. y Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Barcelona: Luciérnaga

Rimponché, S. (2006). El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Urano

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar? 1600 900 BELÉN PICADO

Quitar la vida a otro ser humano es uno de los actos más extremos y perturbadores que puede llevar a cabo una persona. Semanas después de que Daniel Sancho confesase haber matado y descuartizado al cirujano Edwin Arrieta, mucha gente sigue preguntándose qué se le pudo pasar por la cabeza. Joven, guapo, hijo de uno de los actores más reconocidos y admirados de nuestro país, sin grandes problemas económicos (al menos aparentemente), educado en buenos colegios… Cuando alguien de estas características y tan alejado del perfil de asesino que suele aparecer en las noticias de sucesos comete un crimen así, es inevitable preguntarse: ¿Cualquiera puede matar en un momento dado y en determinadas circunstancias? ¿Qué puede llevar a alguien a cruzar esa línea y quitar la vida a otra persona?

En realidad, no existe una única respuesta que explique completamente por qué una persona llega a matar. Más bien, alcanzar ese extremo es producto de una interacción compleja de factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales que interactúan de manera única en cada individuo.

«El hombre es un lobo para el hombre»

Cuando Thomas Hobbes decía que «el hombre es un lobo para el hombre» algo de razón tenía. Los hombres se han matado entre sí desde la Prehistoria llevados por motivos muy variados: celos, venganza, defensa del territorio o del grupo, obtención de recursos, miedo… De hecho, el primer asesinato documentado de la historia tuvo lugar en Atapuerca hace nada menos que 430.000 años.

Así que, sí, los seres humanos matan y han matado a otros congéneres en cualquier cultura, en cualquier tiempo y en cualquier lugar del planeta.

Sobre la capacidad del ser humano para hacer daño, habla la psicóloga Julia Shaw en una entrevista para BBC Mundo: «Todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a los demás. Y cuando comencemos a comprender lo que nos puede conducir por caminos oscuros, podemos comenzar a entender por qué otros los han elegido».

Y para refrendar esta afirmación, Shaw remite a un estudio sobre el que habla en su libro Hacer el mal. En dicha investigación, la mayoría de los participantes admitieron haber fantaseado con matar a otras personas, incluidos conocidos y seres queridos: «Estos pensamientos son normales. Por suerte, llevarlos a la realidad no lo es. Vemos a menudo que quienes acaban cometiendo asesinatos no fantasearon con eso como hacen los malos de las películas; en cambio, con frecuencia es el resultado de una pelea que va demasiado lejos o de los celos. La mayoría de las veces, el asesinato no es el resultado de la planificación meticulosa de un sádico o psicópata, es mucho más probable que sea una mala decisión de la que la persona se arrepiente inmediatamente y que la persigue para el resto de su vida».

La agresividad es innata, la violencia se aprende

Llegados a este punto, es fácil concluir que cualquiera tiene la capacidad de acabar con la vida de otra persona, lo que no significa que todos y todas vayamos a convertirnos en asesinos. O, dicho de otro modo, la agresividad es innata y forma parte de nuestra naturaleza; la violencia, sin embargo, se aprende.

Según asegura José Sanmartín en La mente de los violentos, los seres humanos tenemos la exclusiva de la violencia: «La agresividad es común al lobo y al humano. La violencia, no. La violencia depende íntimamente de lo aprendido a lo largo de la historia personal de cada uno. Según sea lo aprendido, se actuará en el campo agresivo. Si se ha aprendido que la vida del otro no vale nada, no será difícil saltar por encima de ese mandamiento impreso por la evolución de nuestra naturaleza que nos ordena no matar a un miembro de nuestra misma especie. La violencia, en definitiva, es una resultante de la incidencia de la cultura sobre la biología. Somos agresivos por naturaleza, pero violentos por cultura».

Duelo a garrotazos, Francisco de Goya

Duelo a garrotazos, Francisco de Goya.

¿Qué factores pueden influir en una persona para recurrir a la violencia más extrema? 

Si bien cada caso es único y no hay un perfil psicológico universal que pueda aplicarse a todas las personas que cometen un asesinato, sí existen ciertos patrones y aspectos psicológicos genéricos que podrían influir en este tipo de comportamiento. Vamos a ver algunos:

1. Trastornos mentales

Es importante señalar que la gran mayoría de las personas con trastornos mentales no son violentas y que la presencia de una enfermedad mental no es un predictor confiable de comportamiento violento. Dicho esto, sí es cierto que hay ciertas psicopatologías que pueden estar asociadas con un mayor riesgo de violencia en circunstancias específicas, ya que pueden alterar el juicio, la percepción de la realidad, la toma de decisiones o dar lugar a respuestas desproporcionadas a la situación. Es el caso de abuso de sustancias, la esquizofrenia, el trastorno de personalidad antisocial o el trastorno bipolar, entre otros. Sin embargo, a menudo son solo un elemento añadido a una compleja interacción entre múltiples factores.

En el caso de la psicopatía, el hecho de que una persona tenga rasgos psicopáticos (falta de empatía, manipulación, falta de remordimiento, comportamiento antisocial) no significa necesariamente que tenga un trastorno de la personalidad.

Igualmente, el que alguien que acaba de cometer un asesinato se muestre tranquilo, desconectado emocionalmente y sin aparentes signos de remordimiento o arrepentimiento, como le ocurrió a Daniel Sancho, no significa necesariamente y en todos los casos que sea un psicópata. Otra posible explicación estaría en que es posible que su sistema interno haya puesto en marcha un mecanismo de defensa denominado disociación mediante el cual una persona desconecta su experiencia emocional y cognitiva de su conciencia y de lo que está viviendo.

En esencia, la disociación actúa como una especie de «apagado» emocional que permite afrontar circunstancias difíciles sin sentirse completamente abrumada por ellas. Esta desconexión puede reflejarse a través de síntomas como despersonalización, desrealización o amnesia disociativa.

(Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Desrealización: Cuando tienes la sensación de estar viviendo en un sueño)

2. Desensibilización

La exposición constante a la violencia, ya sea en la vida real o a través de los medios de comunicación, y la normalización de ciertas conductas en la sociedad puede conducir a una pérdida gradual de la sensibilidad emocional hacia el sufrimiento de los demás. De este modo, lo que una vez fue inadmisible acaba volviéndose tolerable y aceptable. Si, además, ya se han protagonizado previamente episodios de agresividad o violencia, la escalada será más acusada y la desensibilización, aún mayor.

3. Ver al otro como causa de un daño, amenaza u obstáculo

Uno de los factores que pueden llevar a alguien a perpetrar actos de violencia extrema como el asesinato es ver a la otra persona como causante de un daño, una amenaza a la propia integridad o a la del círculo más cercano, o como un obstáculo para alcanzar ciertos objetivos. Desde esta perspectiva, es posible que se acaben interpretando las acciones o las palabras del otro como amenazantes o perjudiciales para los propios intereses, bienestar o seguridad.

Se trata de una percepción distorsionada en la que pueden influir desde experiencias previas a prejuicios, estereotipos y otros factores que afectan la manera en que interpretamos las intenciones de los demás. También las emociones. La sensación de que alguien supone una amenaza para mí o los míos puede generarme emociones muy intensas (miedo, ira, frustración) y acabar afectando negativamente a mi toma de decisiones y a mi control de impulsos. Esto, a su vez, interferirá con mi capacidad de considerar las consecuencias a largo plazo de mis actos y aumentará la probabilidad de una respuesta impulsiva o agresiva.

En el caso de Daniel Sancho, esta percepción podría haberle llevado a concluir que matar a Edwin Arrieta era la única manera de solucionar un problema que le tenía angustiado. Él mismo declaró a un programa de televisión: «Edwin me amenazaba a mí y a toda mi familia. Si no hacía lo que pedía… Me decía que ya sabía lo que era Colombia y lo que un hombre con 100 millones de dólares era capaz de hacer».

Caso Daniel Sancho: ¿Qué empuja a una persona a matar?

Daniel Sancho

4. Historia personal

Experiencias traumáticas, negligencia en la crianza, abuso en la infancia (físico, psicológico o sexual) o eventos percibidos como estresantes pueden afectar profundamente la forma en que las personas manejan sus emociones y responden a situaciones extremas e influir en su predisposición a la violencia. Del mismo modo, los traumas no resueltos pueden contribuir a reducir la capacidad de una persona para manejar de manera adaptativa situaciones difíciles.

La acumulación de episodios de comportamiento agresivo a lo largo del tiempo también podría contribuir a una desensibilización y minimización de la gravedad de determinadas acciones, facilitando que se produzca una escalada en la violencia. Muchas veces, la progresión es gradual y comienza con pequeños incidentes que, si no se abordan adecuadamente, podrían ir intensificándose hasta llegar a una situación irreversible.

Por supuesto, la historia personal no determina automática y necesariamente la propensión a la violencia. Aunque las experiencias pasadas pueden afectar profundamente a la persona, no constituyen una sentencia definitiva.

5. Situaciones de estrés, desesperación y angustia extremos

En situaciones de ira, miedo extremo o desesperación, las personas pueden actuar impulsivamente. La sensación de estar atrapado en una situación sin salida y la percepción de no tener otras opciones pueden llevar a soluciones desesperadas y a cometer actos violentos que en otras circunstancias no se plantearían.

A menudo, un homicidio acaba siendo el resultado de una serie de eventos y tensiones acumulados que el individuo no sabe afrontar. Disputas y conflictos interpersonales, problemas financieros, rupturas amorosas, abuso de sustancias u otras circunstancias que causen un nivel extremo de estrés y desesperación pueden llevar a un punto crítico.

En el caso de Daniel Sancho es posible que la idea de terminar con la relación que mantenía con su víctima acabase convirtiéndose en una obsesión constante. Los pensamientos rumiativos y repetitivos acerca de la situación podrían haber amplificado su estrés y ansiedad contribuyendo a la creencia de que el asesinato era la única solución.

6. Problemas de control de la ira y baja tolerancia a la frustración

La impulsividad, la falta de habilidades para manejar las emociones o un historial de ira incontrolada, resentimiento y hostilidad puede aumentar la probabilidad de que alguien recurra a la violencia en situaciones de conflicto o cuando se enfrente a desafíos que excedan sus estrategias de afrontamiento.

Daniel Sancho quería casarse con otra persona que no era Edwin y no supo canalizar la frustración que le suponía el hecho de que este se negase a terminar la relación. Al final recurrió a una forma extrema y desadaptativa de liberar la frustración y la rabia, sin pararse a pensar en las consecuencias.

Antes, su falta de habilidades para lidiar con la frustración y controlar su ira ya había provocado varios encontronazos con la justicia.

7. Pocas habilidades en resolución de conflictos

La incapacidad para manejar situaciones difíciles o comunicarse y negociar de manera constructiva y asertiva puede conducir a situaciones extremas. Hay personas que carecen de habilidades adecuadas para resolver conflictos de modo pacífico y tienden a recurrir a la violencia como única solución a sus problemas.

¿Qué empuja a una persona a matar?

Foto de Maxim Hopman en Unsplash

8. Falta de empatía

La empatía y la compasión actúan como «freno» frente a la posibilidad de llevar a cabo un acto violento. A partir de ahí, es lógico inferir que si alguien carece de habilidades empáticas, tiene dificultades para conectarse emocionalmente con los demás y muestra una conciencia moral reducida será más propenso a recurrir a la violencia como forma de resolver problemas o descargar frustraciones. Al no conectar emocionalmente con la víctima y no comprender sus sentimientos es más fácil minimizar su sufrimiento.

9. Narcisismo

Creerse más listo que nadie, falta de empatía, aires de grandeza, necesidad constante de admiración y atención o echar siempre la culpa al otro son solo algunas manifestaciones del narcisismo. Obviamente, estas características no indican que alguien sea capaz de cometer un crimen. Sin embargo, ciertos aspectos de este rasgo pueden influir en la inclinación hacia actos violentos.

Además de caracterizarse por su falta de empatía, de la que hablaba en el anterior apartado, los sujetos que presentan un alto grado de narcisismo son especialmente sensibles a las críticas y a la percepción de ser menospreciados. Si sienten que su autoimagen está siendo amenazada, pueden reaccionar con ira o violencia como forma de defender su autoestima.

Igualmente, necesitan tener el control de todo. Un control rígido que aplican sobre su entorno y las personas que le rodean. Y si sienten que lo están perdiendo o que alguien está desafiando su autoridad, podrían recurrir a la agresión como una manera de restablecer su dominio o su autoridad.

Algo parecido ocurre con su deseo de dominación. Su necesidad de sentirse superiores y poderosos puede manifestarse en comportamientos violentos, incluido el asesinato, como un medio de imponer su supremacía y demostrar su poder.

10. Disonancia cognitiva

La teoría de la disonancia cognitiva, desarrollada por el psicólogo Leon Festinger, explora la incomodidad emocional y mental que uno siente cuando tiene creencias, actitudes o comportamientos que son discrepantes entre sí. En el contexto de un crimen, este concepto puede desempeñar un papel importante en la forma en que el perpetrador afronta y justifica su acción.

Teniendo en cuenta que un asesinato es un acto extremadamente grave y en conflicto con las normas sociales y morales que predominan en la sociedad, así como con los valores y principios de la mayoría de las personas, es normal que quien llegue a este extremo experimente una intensa disonancia cognitiva entre lo que ha hecho y su comprensión interna de lo que es correcto. Una posibilidad para reducirla es recurrir a la justificación, racionalizando y alegando que tenía razones válidas para hacer lo que hizo. Esta tendencia a justificarse, además, será mayor cuanto más irreversible sea la acción llevada a cabo.

Otro mecanismo para reducir la disonancia cognitiva es el sumergirse en el autoengaño. ¿Cómo? Distorsionando la realidad, omitiendo detalles incriminatorios o creando una narrativa que permita mantener una imagen positiva de uno mismo a pesar de las propias acciones.

Referencias bibliográficas

Sala, N., Arsuaga, J. L., Pantoja-Pérez, A., Pablos, A., Martínez, I., Quam, R. M., Gómez-Olivencia, A., Bermúdez de Castro, J. M., & Carbonell, E. (2015). Lethal Interpersonal Violence in the Middle Pleistocene. PLoS ONE 10(5)

Sanmartín, J. (2002). La mente de los violentos. Barcelona: Ariel

Shaw, J. (2019) Hacer el mal. Un estudio sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño. Barcelona: Temas de hoy

Hombres maltratados: Una violencia invisible y silenciada, pero real

Hombres maltratados: Ellos también sufren violencia doméstica

Hombres maltratados: Ellos también sufren violencia doméstica 2000 1333 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en violencia en la pareja, automáticamente nos viene a la cabeza la imagen de un hombre maltratando a una mujer. En parte, porque es lo más habitual. Sin embargo, el hecho de que los casos de hombres maltratados sean menos frecuentes no debería ser excusa para prestar menos atención a un problema injustamente silenciado, pero que también es real e igualmente causa mucho dolor en quien lo sufre.

Es un hecho irrefutable que hay muchas más mujeres víctimas de violencia en la pareja. Y es esta considerable diferencia en el número de casos, unida a otros factores como que se subestime la realidad de los hombres maltratados tanto a nivel social como institucional, lo que hace que haya una menor visibilidad. Todo esto, sumado a que socialmente los hombres son los fuertes, los que se imponen y los que tienen que «llevar los pantalones» en casa, hace que los que están sufriendo violencia doméstica no solo se muestren más reacios a admitirlo, sino también a denunciarlo o a pedir ayuda. De hecho, en la mayoría de las ocasiones, son las mujeres del entorno de la víctima (madres, hermanas, amigas…) quienes denuncian.

No es un tema para tomarlo a la ligera, ya que cuando la situación de maltrato hacia el hombre se prolonga en el tiempo, su salud mental y emocional puede verse seriamente afectada. Algunos de los problemas que pueden aparecer: sentimiento de culpa, baja autoestima, soledad, sentimientos de rabia e impotencia, alteraciones del sueño, deterioro de las relaciones interpersonales, depresión, ansiedad, etc. En los casos más graves, el hombre maltratado puede, incluso, llegar a recurrir al suicidio. 

Violencia doméstica y violencia de género

Antes de continuar, es necesario conocer la diferencia entre violencia de género y violencia doméstica:

Se entiende por violencia de género todo acto de violencia física o psicológica (incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad) que se ejerza contra las mujeres por el mero hecho de serlo y por parte de «quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad». (Ley contra la Violencia de Género).

El concepto de violencia doméstica, por su parte, se recoge en el artículo 173.2 del Código Penal y se refiere a todo acto de violencia física o psicológica ejercida por el hombre o por la mujer sobre miembros del núcleo familiar o con una relación de convivencia (descendientes, ascendientes, cónyuges, hermanos, etc.). En este caso y a diferencia de la violencia de género, no hay relación entre la violencia y el sexo de la víctima, que puede ser un varón o una mujer.

En España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2022 se registraron 8.151 personas víctimas de violencia doméstica, de las cuales el 39, 3 % fueron hombres (hay que tener en cuenta que cuantificar los hombres maltratados es difícil, ya que muchos nunca llegan a poner una denuncia).

Los hombres maltratados sufren sobre todo violencia psicológica y emocional por parte de sus parejas.

Imagen de stefamerpik en Freepik

Por qué hay una menor visibilización de este problema

Hay varios factores que influyen en que el maltrato hacia los hombres permanezca en un segundo plano:

  • Falta de credibilidad. Cuando un hombre decide poner una denuncia es habitual que se tope con un muro de desconfianza, primero en el entorno policial y luego en el judicial.
  • No hay concienciación social. Pese a los avances alcanzados en materia de igualdad, vivimos en una sociedad que sigue considerando al varón una figura de poder y fortaleza (un «hombre de verdad» tiene que ser seguro de sí mismo, exitoso, competitivo, proveedor, valiente…). Estas atribuciones hacen que le cueste más exponerse como víctima de maltrato y, además, dificultan que la sociedad empatice con esta realidad sin considerarla un signo de debilidad o sin cuestionar la masculinidad o la virilidad del varón maltratado.
  • Miedo a las burlas. Si ya bastante complicado es admitir que su pareja lo está maltratando, imaginad cómo puede sentirse cuando, además de esta humillación, se convierte en blanco de los chistes de sus amigos o, incluso, de las burlas más o menos explícitas de las instituciones a las que recurre en busca de apoyo.
  • Escasos recursos institucionales. Las mujeres maltratadas tienen acceso a más recursos que los hombres, que apenas cuentan con organismos o asociaciones a los que acudir. Tampoco existe, por ejemplo, un teléfono de emergencia al que llamar (en el 016 no se atienden llamadas de varones víctimas de violencia doméstica).

Principales formas en las que la mujer ejerce violencia contra su pareja

Las dinámicas de violencia que se ejercen contra los hombres dentro de la pareja pueden darse por separado o estar interrelacionadas. Estas son los principales:

  • Maltrato físico. Es el más evidente y el que se detecta más rápidamente, pero no es el más habitual.
  • Maltrato psicológico. En este tipo de violencia se incluyen actitudes como humillar, avergonzar, ridiculizar, criticar, controlar, etc. Hay maltrato psicológico, por ejemplo, cuando tu novia se pasa el día recordándote todo lo que haces mal, cuando te insulta, te recuerda lo poco que vales o se mete con alguna característica de tu aspecto físico.
  • Humillación sexual. «Ni para esto sirves», «Mi ex novio era mucho mejor que tú en la cama», «Yo necesito a alguien más fogoso»… Los comentarios despectivos relacionados con las relaciones sexuales son otro modo de maltrato que puede socavar la autoestima del varón, dificultándole la posibilidad de entablar futuras relaciones.
  • Aislamiento. Es común que la mujer haga todo lo posible por alejar a su pareja de su círculo más cercano. A menudo lo hará de forma sutil, buscando todo tipo de excusas cada vez que él quiere visitar a su familia o quedar con sus amigos y consiguiendo que esos planes nunca se lleven a cabo. Pero también puede recurrir a insultos o críticas crueles cuando los seres queridos de él se den cuenta de que algo está sucediendo o le pregunten si todo va bien. Al final, por evitar dar explicaciones a su familia y tener conflictos y discusiones con su pareja, él acabará espaciando más esos encuentros y aislándose, que es justo lo que ella quiere.
  • Control de la economía. Se produce cuando la mujer aprovecha que su pareja no tiene ingresos económicos o que ella gana más, para controlar, limitar o negarle el acceso al dinero. Ahora bien, también puede darse en casos en los que ella no trabaja o tiene menos ingresos, pero decide encargarse de administrar la economía familiar. En cualquier caso, ella gasta lo que quiere y en lo que quiere, por caro o innecesario que sea, mientras que él debe rendir cuentas del más mínimo gasto. Como señala Silvia Congost en El hombre invisible. El maltrato psicológico a los hombres, «administrar el dinero de la pareja sin que esta pueda acceder a él cuando quiera, es uno de los indicios de maltrato más comunes».
  • Utilizar a los hijos. A través del chantaje emocional, la mujer hará sentir a su pareja que es un mal padre si este llega a plantear la posibilidad de una separación o lo amenazará con hacer todo lo posible para que no vuelva a verlos.

¿Por qué un hombre se queda en una relación de maltrato?

  • Negación y evitación. Es posible que niegue o minimice ciertas conductas tóxicas de su pareja femenina, especialmente si ese modo de relacionarse es el que aprendió en su infancia.
  • Idealización. Muchos hombres maltratados viven alimentándose de los buenos recuerdos, de evocar los momentos felices vividos al inicio de la relación. O bien sobrevaloran a sus parejas, atribuyéndoles una mayor fortaleza (física, psicológica, económica, etc.) en comparación con la que creen que les falta a ellos.
  • Temor a que se ponga en duda su masculinidad. A veces no solo no se plantean dejar la relación, sino que ni siquiera llegan a expresar cómo se sienten ni a comunicar a su pareja que cierto comportamiento les está haciendo sentir mal. Y todo por temor a ser vistos como débiles o menos hombres.
  • Miedo a perder a sus hijos. Al verse en desventaja en términos legales y ante el chantaje emocional de su pareja, muchos hombres optan por «aguantar» y permanecer en la relación para no perder a sus hijos.
  • Vergüenza. El miedo al que dirán también es un factor importante a la hora de no romper la relación. Al hecho de que reconocerse como víctimas les provoca una profunda vergüenza, se añade que muchos de estos hombres han aprendido que pedir ayuda es de débiles (más aún si esta petición está motivada porque están siendo maltratados por una mujer)

La vergüenza es uno de los factores que llevan al hombre maltratado a seguir en la relación.

  • Falta de referentes. Al tratarse de una realidad tan oculta, es muy complicado saber si alguien conocido o cercano ha pasado por lo mismo. Esto hace que muchos hombres se sientan perdidos y desorientados y no sepan qué hacer o dónde acudir.
  • Culpa. A menudo, el hombre maltratado se siente responsable y culpable de la violencia que está sufriendo. Cuando aparece este sentimiento de culpa y según explica el sociólogo Todd Migliaccio, la víctima intenta calmar a la mujer «y reducir cualquier conflicto potencial, intentando corregir y controlar todas aquellas situaciones que más incitan los arrebatos violentos de su pareja».
  • Justificación. Se asume que se ha hecho algo que haya provocado a la pareja («Me lo merezco, yo lo provoqué») o se justifica el maltrato en nombre de una desproporcionada responsabilidad sobre la situación familiar («Es normal que me desprecie, ni siquiera soy capaz de encontrar un empleo estable»).
  • Modelos de crianza. Otro factor que influye en que se normalice el maltrato es haber crecido en una familia donde la violencia era habitual. O donde la figura materna ejercía la autoridad de modo unilateral, tenía rasgos narcisistas o era demasiado sobreprotectora y controladora.
    (Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)
  • Ideales y creencias. Más allá de creencias religiosas,  para algunos hombres la lealtad y el compromiso con el matrimonio son valores inquebrantables y la esgrimen como razón fundamental para permanecer unidos a sus parejas maltratadoras.
  • Miedo a represalias. Algunas mujeres, ante la posibilidad de una ruptura, recurren a la intimidación. Y no solo amenazan a sus parejas con quitarles a sus hijos; también con hacerse daño ellas mismas y denunciarlos a ellos por malos tratos.
  • Dependencia emocional. Cuando el maltrato es continuado llega un momento en que el hombre depende cada vez más de su pareja hasta convencerse de que nunca podrá vivir sin ella («La necesito porque yo no sé hacer nada bien», «Tengo mucha suerte de tenerla a mi lado»).

Cómo sé si soy un hombre maltratado

Hay señales de alerta que no pueden pasarse por alto:

  • Responsabilidad desigual. Vivís juntos y los dos trabajáis, pero no existe un reparto de responsabilidades equitativo. Prácticamente has renunciado a tu tiempo de ocio y te ocupas de todo en casa. Aun así, ella siempre encuentra una excusa para recriminarte que no haces nada. O te reprocha el más mínimo error u olvido («Eres un inútil, ni siquiera eres capaz de acordarte de sacar la basura»).
  • Amenazas. Te manipula recurriendo a la intimidación, especialmente si tenéis hijos: «Si te atreves a dejarme, olvídate de tus hijos porque me ocuparé de que no vuelvas a verlos y de que no quieran saber nada de ti». Hay mujeres que, incluso, amenazan con hacerse daño a sí mismas: «Cualquier día cuando vuelvas me encontrarás muerta y eso te pesará el resto de tu vida».
  • Humillaciones. No solo no te valora, sino que aprovecha cualquier ocasión para humillarte: «Pero dónde vas a ir, si soy yo la única que te aguanta», «No sirves para nada», «Cualquiera de tus amigos es más hombre que tú».
  • Chantaje. Pone en duda tu amor y tu interés por ella recurriendo al chantaje: «Si me quisieras de verdad, me harías mejores regalos», «Si tu amor fuera sincero me pondrías por delante de tus amigos»
  • Luz de gas. Manipula la realidad, se burla si llegas a expresar tus emociones, te hace dudar de tu propia cordura. Muchas veces, acabas pidiéndole perdón, aunque no hayas hecho nada y sin saber bien cómo has terminado metiéndote en una discusión absurda. Además, utiliza en tu contra cualquier confesión que le hayas hecho antes («No me extraña que tu padre prefiera a tu hermano y se meta contigo por ser débil»).
    (Si te interesa, puedes leer en este mismo blog el artículo Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico)
  • Agresiones físicas. En ocasiones ha ido más allá del maltrato verbal y te ha lanzado algún objeto o te ha agredido con arañazos, golpes, mordiscos, bofetadas, etc.
  • Conductas controladoras. Frases típicas de esta actitud: «¿Dónde has estado? ¿Había muchas mujeres?», «¿Por qué has sonreído a mi amiga? ¿Acaso te gusta más que yo?», «A tus amigos solo les interesa ligar, no quiero que vuelvas a salir con ellos». Al final, acabas renunciando a tus amigos y ya solo sales con ella para evitar sus interrogatorios. Incluso, intenta controlar cómo gastas el dinero, lo que comes o qué ropa llevas puesta.

La importancia de pedir ayuda

Aunque la solución pasa por poner fin a la relación cuanto antes, ya hemos visto que no siempre resulta fácil. Si crees que estás siendo víctima de maltrato o, incluso, si no lo tienes totalmente claro, es importante que te sinceres con alguna persona de confianza. Es normal que al principio te cueste hablar de ello, pero también es muy probable que te alivie.

En caso de que no tengas a nadie, no dudes en pedir ayuda profesional. En terapia podrás hablar con total libertad y obtener recursos para afrontar esta dolorosa situación, así como para evitar que se repita en un futuro.

Los hombres maltratados encuentran muchos obstáculos a la hora de pedir ayuda.

Imagen de Freepik

Cómo ayudar a un hombre que está sufriendo maltrato por parte de su pareja

Lo primero: escuchemos sin juzgar. Evitemos juicios, reproches, sermones, frases del tipo «Ya te lo dije» y, sobre todo, burlas o bromas fuera de lugar. Tampoco deberíamos presionar para que deje la relación o enfadarnos con él si no lo hace.

En lugar de ello, le escucharemos, dejaremos que se exprese, le ayudaremos a buscar soluciones si así nos lo pide. Y, si es necesario, le apoyaremos a la hora de encontrar y acceder a recursos legales. Hagámosle saber que vamos a estar ahí para lo que necesite y cuándo lo necesite.

Referencias bibliográficas

Congost, S. (2018). El hombre invisible: El maltrato psicológico a los hombres

Folguera, L. (2014). Hombres maltratados: Masculinidad y control social. Barcelona: Edicions Bellaterra

INE. (2023). Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género. Año 2022. Madrid: Instituto Nacional de Estadística

Migliaccio, T. A. (2002). Abused Husbands: A Narrative Analysis. Journal of Family Issues, 23(1), 26–52.

Perdonar no es olvidar ni justificar

Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón)

Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón) 1920 1280 BELÉN PICADO

Hace unos días tuve ocasión de ver la película Maixabel, aprovechando que estaba en el catálogo de Netflix. Dejando a un lado la soberbia interpretación de sus protagonistas (Blanca Portillo y Luis Tosar), la historia me atrapó por el modo en que trata un tema tan complejo como el perdón y la reparación en casos en los que el daño causado es enorme. Y es que el perdón es un concepto muy delicado de tratar, sobre todo cuando hablamos de situaciones tan graves como el terrorismo, los crímenes de guerra, los abusos sexuales, la violencia de género, etc. En circunstancias así, es normal preguntarse… ¿Realmente se puede perdonar todo? En cualquiera de los casos, perdonar no es olvidar, justificar ni necesariamente implica una reconciliación.

Desde el prisma de la religión se ha equiparado la capacidad de ‘olvidar y pasar página’ con una mayor bondad y generosidad. La Psicología Positiva, por su parte, considera el perdón una de las fortalezas del ser humano y destaca sus efectos positivos sobre nuestro bienestar. Sin embargo, es importante aclarar que ni perdonar nos convierte en mejores personas ni vamos a obtener ningún beneficio si lo hacemos presionados u obligados. Se trata de una opción voluntaria y personal y cada uno la vive de forma diferente. No se puede exigir a alguien que perdone y mucho menos que olvide. El objetivo del perdón es, sobre todo, librarse del dolor para poder seguir adelante.

Una opción voluntaria y personal

Cuando alguien te traiciona, te insulta, te humilla, te agrede física o emocionalmente… es normal experimentar rabia, dolor, tristeza, frustración, deseos de venganza o preguntarse el porqué. Incluso es posible que uno mismo llegue a cuestionarse si ha tenido alguna responsabilidad en ese daño. Desde el punto de vista del comportamiento hacia el agresor, quizás optemos por evitarle o por alejarnos de él. O, por el contrario, decidamos enfrentarnos.

Ante todas estas emociones, pensamientos y conductas, hay distintas opciones. Habrá quienes busquen venganza para hacer ver a su ofensor el daño causado, quienes se protejan desconfiando de los demás y desarrollando un gran temor a exponerse a nuevas experiencias. Y también habrá personas que opten por aceptar el daño que les han hecho, por aprender a gestionar el estrés que esto les genera, por cambiar la forma de interpretar lo que ha ocurrido y por perdonar.

El psicólogo estadounidense Steven Hayes utiliza la metáfora del anzuelo para hablar del concepto del perdón: «Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia; que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes».

Es normal que sintamos resentimiento hacia quien nos ha hecho daño y que, dependiendo del tipo de ofensa, la sola idea de perdonarle nos revuelva el estómago. Pero también es cierto que si nos quedamos alimentando el rencor seremos nosotros quienes acabemos sufriendo más. Creer que de algún modo ese odio dañará a quien nos agredió o nos ofendió es un pensamiento mágico que no va a hacerse realidad y que no tiene ningún fundamento real. Es como tomar veneno esperando que el otro se muera.

El perdón es una opción voluntaria y personal.

En cualquier caso, antes de decidir perdonar, o no, es importante tener claro qué es y qué no es el perdón:

Perdonar implica…

  • Identificar, aceptar y expresar nuestras emociones. Da igual el delito, la injusticia o la ofensa de la que hayamos sido víctimas. Lo primero es identificar lo que estamos sintiendo. Tanto si la situación nos provoca ira, como si nos genera tristeza o frustración estas emociones necesitan ser sentidas, aceptadas y expresadas.
  • Distanciarnos del resentimiento y el rencor. Tenemos todo el derecho del mundo a sentir rabia, odio e incluso a querer vengarnos. Son emociones lógicas que incluso pueden ayudarnos a enfrentarnos a quien nos ha dañado o a salir de una situación que nos está perjudicando. Sin embargo, si nos quedamos enganchados en ellas, la sensación de empoderamiento que nos generaron al principio acabará desapareciendo y dando lugar a más sufrimiento.
  • Salir del rol de víctima. Si bien lo normal es que se sienta empatía hacia las víctimas de cualquier delito, permanecer atrapados en la victimización acabará colocándonos en una posición de indefensión y nos impedirá desarrollar nuestros recursos internos. Perdonar no significa dar el visto bueno a lo ocurrido, sino salir de la relación víctima-verdugo. Pasar de víctima a superviviente.
  • Aceptar que el daño ocurrió. Lo que pasó, pasó. Es parte de nuestro pasado y eso ya no podemos cambiarlo. Pero sí podemos decidir qué hacer con nuestro presente. No se trata de intentar hacer «como si nada» y olvidarlo; se trata de encontrar un lugar donde colocar ese daño y poder seguir viviendo.
  • Facilitar el proceso de duelo. Perdonar también implica iniciar y transitar el duelo por la pérdida de una vida que no salió como esperábamos. Pero para poder completar este proceso, tendremos que ser capaces de reconocer el daño que nos causaron, identificar y aceptar lo que hemos perdido y dejar espacio para experimentar el dolor que todo ello nos causa.
  • Tener la voluntad y la intención de hacerlo. Dejar correr el tiempo no es suficiente. No basta dejar pasar los días, los meses y los años esperando que en algún momento dejaremos de odiar a quien nos hirió o nos olvidemos de lo sucedido. Perdonar requiere la intención y la voluntad de hacerlo y llega (o no) cuando uno se siente preparado.
  • Realizar un proceso que lleva tiempo. El tiempo que necesitamos para perdonar es proporcional al daño causado. A mayor daño, más tiempo para procesar y sanar. Cada persona lleva su ritmo y hay que respetarlo. El perdón es el colofón, el epílogo de todo un proceso que cada uno vive de forma diferente. Es posible, incluso, que nunca lleguemos a perdonar por completo, aunque sí podremos desprendernos de gran parte del resentimiento.
  • Romper el vínculo que nos mantiene encadenados a nuestro ofensor. Cuando alguien nos daña y nos aferramos al odio o al deseo de vengarnos, es como si una cadena nos mantuviera atados a esa persona. En un momento de Maixabel, la protagonista habla con su amiga sobre sus razones para aceptar entrevistarse con quienes asesinaron a su marido: «Yo podría haber sido muchas cosas en la vida y ellos me convirtieron en algo que yo no lo elegí. Estoy ligada a esas personas hasta la muerte y pendiente de lo que digan y de lo que hagan». Perdonar implica cambiar la dinámica que alimentaba esa relación.
  • Hacernos un regalo a nosotros mismos para poder seguir adelante. Perdonar no es algo que hacemos para el otro, para librarlo de su culpa o de su responsabilidad. Lo hacemos para nosotros. Nos permite aligerar el peso del resentimiento y seguir adelante con nuestra vida.
Perdonar nos ayuda a liberarnos del peso del resentimiento.

Imagen de pch.vector en Freepik

Perdonar no es…

  • Olvidar. Cuando alguien dice «Perdono, pero no olvido» muchos piensan que no se trata de un perdón auténtico. Y esto no es cierto. En Los caminos del perdón, Walter Riso deja esta reflexión: «El perdón no es amnesia, entre otras cosas, porque no sería adaptativo borrar al infractor de nuestra base de datos y quedar por ingenuidad en riesgo de un nuevo ataque. ¿Debe el niño olvidar el rostro del abusador que persiste en su afán destructivo?».
  • Excusar o justificar. En Maixabel queda muy bien reflejado este punto. Intentar comprender el porqué o buscar una explicación a los motivos que llevaron a alguien a dañarnos no conlleva que justifiquemos sus actos o que renunciemos a la reparación de ese daño. Además, cuando excusamos a alguien estamos librándole de su responsabilidad y perdonar en ningún caso exime de la responsabilidad sobre las propias acciones. Al perdonar, no estás diciendo que lo que sucedió estuvo bien, ni estás minimizando el dolor que causó.
  • Reconciliarme con quien me hizo daño. El perdón no implica necesariamente una reconciliación. La diferencia entre perdonar y reconciliarse está en que en el primer caso no es obligatoria la colaboración del ofensor. Reconciliarse, sin embargo, es un proceso cuyo fin es restablecer el vínculo y, además, se necesita que haya voluntad por parte de todos los implicados. Por ejemplo, puedo perdonar una infidelidad y no querer seguir adelante con la relación. El perdón sin reconciliación suele darse en situaciones en las que no hay garantía de que el daño no se repita. O también cuando la relación no es igualitaria y, por tanto, la verdadera reconciliación es imposible.
  • Ser débil. Creer que perdonar es un síntoma de debilidad es un error monumental. No permitir que las acciones u ofensas de otros alteren el curso de nuestra vida o nos hagan dudar de quiénes somos y de nuestros valores no es absoluto un signo de debilidad.
  • Reprimir el enfado y hacer como si no hubiera pasado nada. Perdonar no significa que no nos importa lo que nos hagan, sino que no dejamos que ese enfado o malestar se convierta en odio y rencor e inunde toda nuestra vida.
  • Volver a confiar en la otra persona. Si alguien ha traicionado mi confianza, es normal que me cueste volver a confiar. El perdón es un paso importante, pero la reconstrucción de la confianza es un proceso que puede llevar tiempo… o no llegar. Aquí entra en juego el tipo y la gravedad de daño causado.
  • Permitir que me lastimen de nuevo o descuidar mi propia seguridad. Si quien me hizo daño es incapaz de cambiar o sigue actuando igual, tengo todo el derecho a tomar medidas para protegerme, incluso si ya le perdoné. El poder reconstruir la propia seguridad es un elemento necesario en cualquier proceso de perdón.
  • Renunciar a la justicia. En Maixabel, la mediadora que se ocupa de los encuentros restaurativos deja claro a los presos que las entrevistas con las víctimas no implican ningún tipo de reducción de condena. El acto de perdonar no entraña que debamos renunciar a defender nuestros derechos. Tampoco que desistamos de nuestra necesidad de que se haga justicia o que dejemos de luchar por lo que creemos. Más bien se trata de no entrar en un laberinto de odio y venganza.
Luis Tosar y Blanca Portillo en Maixabel

Luis Tosar y Blanca Portillo en «Maixabel».

También podemos decidir no perdonar

Si bien es cierto que cada vez son más los estudios que confirman los beneficios del perdón, tanto para la salud física como para la mental, también existe la posibilidad de que una persona decida no perdonar o no se sienta preparada para hacerlo, aun siendo consciente de que es lo más saludable. Y está en todo su derecho. Como hemos dicho antes, es una decisión voluntaria y personal, que hay que respetar.

Obligarse uno mismo a perdonar o presionar a alguien para que lo haga puede hacer también mucho daño porque es un modo de invalidar su dolor y sus sentimientos.

Por otra parte, hay casos como el abuso sexual infantil o la violencia de género en los que la conveniencia, o no, de plantear la posibilidad de perdonar es un tema especialmente delicado. Y es que un perdón mal entendido puede debilitar aún más la capacidad de protegerse de la víctima, hacerla más vulnerable y facilitar que el abuso se prolongue en el tiempo.

María Prieto-Arsúa y otras autoras, en el artículo El perdón como herramienta clínica en terapia individual y de pareja, explican que los sentimientos y pensamientos negativos tras resultar dañado por otra persona pueden mitigarse de varias maneras y no necesariamente perdonando. Por ejemplo, «aceptando el daño, haciendo re-atribuciones de los sucesos y circunstancias relacionados con la ofensa, manejando el estrés relacionado con el suceso, o mediante el control de la ira consecuente a la ofensa. El perdón es, por tanto, un recurso más (entre varios) para manejar o superar este malestar».

Para terminar, vamos a ver algunos de los factores que influyen en la mayor o menor capacidad para perdonar:

  • La percepción de la gravedad de la ofensa.
  • La historia de victimizaciones anteriores.
  • Las características de quien ha sufrido el daño, como su sistema de valores o sus rasgos de personalidad.
  • Que haya una relación afectiva previa con el ofensor.
  • Que el responsable del daño reconozca los hechos, acepte su responsabilidad y muestre un arrepentimiento sincero.
  • La percepción de intencionalidad que tenga la víctima respecto al daño causado por el agresor.
  • La actitud del ofensor.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Referencias

Bollaín, I. (dir.) (2021). Maixabel [Película]. Kowalski Films; Feel Good Media; ETB; Movistar+; TVE

Casey, K. L. (1998). Surviving abuse: Shame, anger, forgiveness. Pastoral Psychology, 46(4), 223-231

Cooney, A., Allan, A., Allan, M. M., McKillop, D. & Drake, D. G. (2011). The forgiveness process in primary and secondary victims of violent and sexual offences. Australian Journal of Psychology, 63, 107-118

Echeburúa, E. (2013). El valor psicológico del perdón en las víctimas y los ofensores. Eguzkilore, 27, 65-72

Enright, R. D., & Fitzgibbons, R. P. (2015). Forgiveness therapy: An empirical guide for resolving anger and restoring hope. American Psychological Association

Prieto-Ursúa, M. (2023). Sobre la posibilidad de perdón en el abuso sexual infantil. Papeles del Psicólogo, 44(1), 28-35

Prieto-Ursúa, M., Carrasco, M. J., Cagigal de Gregorio, V., Gismero, E., Martínez, M. P., y Muñoz, I. (2012). El perdón como herramienta clínica en terapia individual y de pareja. Clínica Contemporánea, 3, 121-134

Riso, W. (2013). Los caminos del perdón. Medellín: Phronesis

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas?

Autolesiones: ¿Por qué algunas personas se hacen daño a sí mismas? 1857 1615 BELÉN PICADO

Cuando experimentamos dolor físico lo habitual es hacer lo posible por eliminarlo. Para la mayoría de las personas se trata de una sensación desagradable, una señal que nuestro sistema nervioso nos envía para alejarnos de un peligro.  Si acerco mi mano al fuego o me pillo el dedo con una puerta, la sensación de dolor hará que inmediatamente retire la mano. Por esto a veces resulta tan difícil comprender el porqué de las autolesiones y las razones que pueden llevar a alguien a hacerse daño, ya sea a través de cortes, quemaduras, golpearse, rascarse hasta hacerse heridas, etc.

Lo primero para poder entender este comportamiento es saber que las personas que lo llevan a cabo arrastran una enorme carga de sufrimiento. Sufrimiento que no saben gestionar de otro modo y que, en muchos casos, se ha prolongado durante un largo periodo de tiempo. En segundo lugar, más que al dolor que puede provocar una autolesión, debemos prestar atención a la función que cumple esta conducta, ya sea calmarse, castigarse, «sentirse vivo», anestesiarse…

En cuanto a la edad, aunque la mayoría de los afectados son jóvenes, cada vez son más los estudios que confirman que los adultos recurren a esta conducta más de lo que se cree.

¿Qué es una autolesión?

En su libro Vivir con disociación traumática, Onno Van de Hart define la autolesión o autoagresión como «un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor. Puede entenderse como acción sustitutiva de un afrontamiento más adaptativo a problemas abrumadores, muchos de los cuales llevan aparejadas demasiadas emociones y sensaciones (soledad, abandono, pánico, conflictos internos, recuerdos traumáticos) o muy pocas (insensibilidad, despersonalización, vacío, sentirse muerto)”.

En ocasiones, puede surgir de manera impulsiva e inesperada, incluso para la persona que la está realizando. Sin embargo, también puede haberse planificado o ser la consecuencia de un aprendizaje que se ha ido reforzando con el tiempo hasta hacerse automático.

La autolesión es un daño deliberado al propio cuerpo con el fin de afrontar el estrés, el conflicto interior y el dolor.

La autolesión no implica necesariamente un intento de suicidio

Es importante distinguir entre comportamiento autolesivo e intento de suicidio. En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) se especifica que la persona que lleva a cabo una autolesión no suicida lo hace con «la expectativa de que la lesión solo conllevará un daño físico leve o moderado (es decir, no hay intención suicida)».

Judith Hermann, por su parte, habla en su libro Trauma y recuperación de la relación entre autolesiones e intento de suicidio en el caso de las víctimas de abusos: «Es cierto que muchos supervivientes de abusos infantiles intentan suicidarse, pero hay una clara distinción entre las repetidas autolesiones y los intentos de suicidio. Autolesionarse está pensado no para morir, sino para aliviar un dolor emocional insoportable, y paradójicamente muchos supervivientes las consideran una forma de auto preservación».

Sin embargo, y aunque el objetivo de quien se autolesiona no es acabar con su vida, sí es cierto que hacerlo de forma repetida podría ser un predictor de posibles intentos de suicidio en el futuro. Al fin y al cabo, detrás de este comportamiento hay un malestar y un sufrimiento que en ciertas ocasiones puede llegar a hacerse intolerable.

Factores que influyen en la posibilidad de autolesionarse

Hay diversos factores que aumentan la posibilidad de que una persona recurra a las autolesiones:

  • Dificultad para gestionar y regular las emociones. Problemas para identificar y/o expresar qué se está sintiendo. Sentirse incapaz de manejar ciertos sentimientos cuando son muy intensos o desagradables.
  • Exceso de autocrítica y perfeccionismo. Hay personas excesivamente estrictas y exigentes consigo mismas que encuentran en las autolesiones una forma de dirigir su rabia y enfado hacia ellas mismas.
  • Trastornos mentales. En ocasiones la autolesión forma parte de la sintomatología de ciertos trastornos psiquiátricos. Es el caso del trastorno límite de la personalidad (TLP), depresión mayor, trastorno por estrés postraumático, trastorno bipolar, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de sustancias, trastornos disociativos, trastornos de ansiedad, etc.
  • Experiencias estresantes o traumáticas en la infancia o la adolescencia. Enfermedades crónicas, intervenciones quirúrgicas, pérdida de familiares cercanos y, especialmente, haber sufrido maltrato, abuso (físico, sexual, bullying…) o negligencia. Según la investigadora estadounidense Tuppet Yates, hasta un 79% de pacientes con conductas autolesivas ha declarado haber sufrido algún tipo de abuso en la infancia.
  • Ambiente familiar durante la infancia. Algunos padres con una baja capacidad de gestión emocional se desregulan cuando sus hijos expresan ciertas emociones. Al no saber cómo responder o calmar, se enfadan con ellos o los ignoran. En estos casos, es posible que el niño crezca tratando de ignorar sus propios sentimientos y sin atreverse a expresarlos. Sentirá que no tiene derecho a estar triste o enfadado, a emocionarse o a ser vulnerable como cualquier otro niño. Y uno de los mecanismos a los que podría recurrir en el futuro, en un intento desesperado por manejar un estado de ánimo que se le hace insoportable y que no sabe, o no puede, verbalizar o afrontar, es la autolesión.
  • Ganancias secundarias. Cuando alguien que acaba de autolesionarse llama a un amigo o a un familiar y este se preocupa, le cura las heridas o va a visitarle, sin darse cuenta está favoreciendo que esa persona repita la conducta. Como explica Dolores Mosquera en su libro La autolesión. El lenguaje del dolor, «se incrementa la posibilidad de que la persona lo asocie a una respuesta de preocupación inmediata por parte de los demás, cuando una simple llamada diciendo ‘me siento sola’ no tendría los mismos resultados». Esto no significa, por supuesto, que haya que ignorar a la persona que se ha autolesionado, sino que deberíamos escucharla antes de que llegue a ese momento.
  • Redes sociales. En internet circulan miles de vídeos e imágenes de autolesiones y esto puede incitar a los más jóvenes a llevar a cabo esta conducta. Por un lado, por el fenómeno de la imitación y aprendizaje vicario. Por otro, porque les aporta un sentido de identidad, de pertenencia a un grupo de iguales.

Detrás de las autolesiones hay una gran carga de sufrimiento.

Qué función cumple la autolesión

Al principio del artículo, señalaba la necesidad de prestar más atención a los motivos que llevan a una persona a hacerse daño que al dolor en sí. Cuando alguien recurre a la autolesión puede buscar varias cosas:

1. Sentirse vivo

Hay quienes sienten un enorme vacío emocional y esa ausencia de emociones les provoca a la vez la sensación de no ser reales, de estar soñando. En este caso, encuentran en la autolesión una forma de volver a la realidad, de poder sentir, aunque sea dolor. «Al menos así, sé que estoy viva, que no soy un robot. Es un alivio poder sentir algo más que ansiedad, vacío o esta profunda soledad», confesaba una paciente.

Esto ocurre, sobre todo, en casos de estados disociativos en los que hay despersonalización, es decir, cuando la persona se siente desconectada de su cuerpo. De algún modo, la autolesión ayuda a volver a la realidad y a acabar con esa sensación de extrañeza.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?»)

2. Anestesiarse para no sentir

Cuando no hay estrategias suficientes para afrontar situaciones difíciles que provocan ansiedad o estados emocionales muy intensos, hacerse daño se convierte en una especie de ‘anestesia’ similar a la que busca el adicto, que consume para olvidarse de su malestar. «Cuando me corto me relajo inmediatamente, es como si todo el agobio desapareciera».

Entre otras cosas, lo que está ocurriendo es que cuando los receptores del dolor se activan y envían una señal al cerebro de que se está produciendo un daño, este inmediatamente pondrá el foco en ello y se ‘olvidará’, al menos de momento, de otras preocupaciones, pensamientos o emociones que estén desbordando a la persona. Además, debido a las endorfinas que se liberan, cuando el dolor desaparezca quedará una sensación de calma y relajación que es justo lo que se buscaba con la autolesión. El problema está en que, como ocurre también en las adicciones, ese alivio es temporal y no tardará en presentarse de nuevo la necesidad de volver a autolesionarse para recuperar esa relajación.

3. Autocastigarse o castigar a otros

Pensar mal de un ser querido; sentirse responsable de haber sufrido abusos o algún tipo de agresión; ingerir más comida de la deseada; sentir que se ha fallado a otra persona… El sentimiento de culpa por haber hecho o dejado de hacer o por haber dicho o dejado de decir algo puede ser tan abrumador que el castigo a través de la autolesión se convierte en el único medio de ‘redimirse’.

Da igual si eso que se cree haber hecho mal es real o no. En algunas personas que recurren a las autolesiones hay tal hipersensibilidad a las reacciones de los demás que cualquier gesto, palabra o tono puede llevarles a sentir que no son merecedores de amor o que hay algo inadecuado en ellos.

En una formación sobre trauma, el psiquiatra argentino Adrián Cillo explicaba que las heridas auto infligidas también son, a veces, ejemplos de un patrón invertido de autocuidado: «Si los pacientes han sido castigados al expresar o sentir una emoción determinada, tenderán a hacer lo mismo cuando sean adultos. El malestar no es aceptable, con lo cual se castigan a sí mismos por ser malos causándose incluso más daño».

Pero la autolesión no solo tiene la función de castigarse a sí mismo. A veces, una persona puede hacerse daño para castigar a otros.

4. Sentir que se tiene el control sobre uno mismo

Probablemente, la mayoría de nosotros hemos pasado por experiencias que nos superaban y nos hicieron sentir que no teníamos el control sobre nuestra vida. Esa sensación que para muchos resulta más o menos desagradable, en el caso de algunas personas puede llegar a ser realmente desestabilizadora. Hasta el punto de recurrir a la autolesión como una manera de sentir que se puede controlar algo, aunque solo sea el dolor físico. Sin embargo, se trata de una percepción tan irreal como ineficaz que, además, impide aprender y adoptar conductas alternativas más adaptativas.

A menudo, estas personas crecieron en un entorno desorganizado y caótico donde ni su intimidad, ni sus sentimientos y necesidades fueron validados y respetados. Y aprendieron que lo único que sí podían controlar era su propio cuerpo («No puedo controlar el daño que me hacen otros, pero sí el que me hago yo»).

5. Pedir ayuda

Muchos creen que quienes se autolesionan lo hacen para llamar la atención. Y en cierta medida es cierto si no nos quedamos en lo superficial y somos capaces de interpretar esa llamada de atención como una petición de ayuda de alguien que no sabe expresarse de otra forma. Hay personas que no se sienten vistas o que tienen dificultades para mostrar su malestar emocional y encuentran en la autolesión el único modo de que se ocupen de ellas, les pregunten o las cuiden.

Y en el caso de que alguien se haga daño para llamar la atención (una adolescente que amenaza a su madre con hacerse daño si le quita el móvil), quizás sea necesario ir más allá y preguntarse qué hay debajo de esa estrategia, qué está ocurriendo en el mundo interno de esa persona.

6. Sentirse cuidado y protegido

Entre las funciones que tiene la autolesión está la de sentirse cuidado por los demás, pero también la de cuidarse a sí mismo. En el primer caso, algunas personas creen, erróneamente, que los demás les quieren y se preocupan por ellos solo si les cuidan e impiden que se hagan daño. Es el caso de Rosa. Siempre está pensando que nadie la quiere ni se preocupa por ella y recurre a conductas autodestructivas esperando, de forma inconsciente, que los demás la detengan. Cree que si alguien la quiere de verdad se dará cuenta y no dejará que se haga daño. Esta fantasía de ser cuidada impide que tome conciencia de su dependencia y que comprenda que ella es la única que puede rescatarse a sí misma.

En el segundo caso, cuando alguien se hace un corte o una herida, luego va a tener que curarse y ocuparse de esas lesiones. En estos casos la autolesión puede representar una forma de cuidado que quizás no tenga en su vida.

7. Comunicar y expresar el propio malestar o sufrimiento

A veces, la persona no tiene la capacidad necesaria para poder verbalizar su malestar emocional o la intensidad de su sufrimiento. La autolesión se convierte entonces en forma de comunicar aquello que no sabe expresar en palabras. Un modo de transmitir y hacer visible lo que se siente, no solo para los demás, sino, a veces, también para uno mismo («Me hago daño para que entiendan cómo me siento»).

Como explica Dolores Mosquera, «la acción conlleva alivio, mientras que verbalizar y compartir requiere un esfuerzo tremendo y un repertorio de habilidades de las que carece la persona, que recurre a la acción como forma de comunicación».

La autolesión puede ser un modo de expresión emocional.

8. Regularse emocionalmente

La carencia de recursos internos hace que se sienta la emoción como algo desbordante que no puede controlarse o frenar. Ira, frustración, culpa, tristeza o vergüenza pueden llegar a ser sumamente desestabilizadoras cuando uno siente que no puede regularlas o salir de ellas, o que nadie puede ayudarle a calmarlas. En estas situaciones, la herida auto infligida aparece como un mecanismo eficaz (aunque patológico) a corto plazo para detener esa emoción que angustia y desestabiliza.

Algunas personas que se lesionan tienen mucho miedo a ‘explotar’ y descargar su ira sobre otros. Cuando la emoción no es muy fuerte, pueden arrojar un objeto o romper algo y quedarse tranquilas. Pero si esa rabia se hace demasiado intensa es posible que opten por hacerse daño. Si esto hace que uno se sienta más tranquilo y menos tenso, la probabilidad de que repita la conducta se incrementará. El problema radica en que este alivio inmediato, lejos de ser una solución, reforzará esta conducta desadaptativa y no permitirá que se adquieran recursos que funcionen a largo plazo.

La importancia de pedir ayuda profesional

Teniendo en cuenta que la autolesión es un mecanismo desadaptativo de afrontamiento al que se recurre cuando no hay unos recursos internos adecuados, la ayuda profesional resulta imprescindible y no solo para acabar con estas conductas. También es necesario que la persona encuentre otras herramientas para no tener que volver a hacerse daño. En terapia aprenderá, entre otras cosas, a:

  • Tolerar mejor la angustia y la frustración.
  • Identificar, expresar y regular sus emociones de un modo adaptativo.
  • Controla la impulsividad.
  • Mejorar la autoestima.
  • Establecer relaciones sanas con los demás.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Referencias bibliográficas

Herman, J. (2004). Trauma y recuperación: Cómo superar las consecuencias de la violencia. Madrid: Espasa Calpe

Mosquera, D. (2008). La autolesión. El lenguaje del dolor. Madrid: Pléyades

Yates, T. M. (2009). Developmental pathways from child maltreatment to nonsuicidal self-injury. En M. K. Nock. (Ed.), Understanding Nonsuicidal Self-Injury: Origins, Assessment and Treatment (pp. 117-137). Washington DC, Estados Unidos: American Psychological Association

POLÍTICA DE PRIVACIDAD

De conformidad con lo dispuesto en el Reglamento General (UE) Sobre Protección de Datos, mediante la aceptación de la presente Política de Privacidad prestas tu consentimiento informado, expreso, libre e inequívoco para que los datos personales que proporciones a través de la página web https://www.belenpicadopsicologia.com (en adelante SITIO WEB) sean incluidos en un fichero de “USUARIOS WEB Y SUSCRIPTORES” así como “CLIENTES Y/O PROVEEDORES”

Belén Picado García como titular y gestora del sitio web que visitas, expone en este apartado la Política de Privacidad en el uso, y sobre la información de carácter personal que el usuario puede facilitar cuando visite o navegue por esta página web.

En el tratamiento de datos de carácter personal, Belén Picado Psicología garantiza el cumplimiento del nuevo Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD). Por lo que informa a todos los usuarios, que los datos remitidos o suministrados a través de la presente serán debidamente tratados, garantizando los términos del RGPD. La responsable del tratamiento de los datos es Belén Picado García.

Belén Picado García se reserva el derecho de modificar la presente Política de Protección de Datos en cualquier momento, con el fin de adaptarla a novedades legislativas o cambios en sus actividades, siendo vigente la que en cada momento se encuentre publicada en esta web.

¿QUÉ SON LOS DATOS PERSONALES?

Una pequeña aproximación es importante, por ello, debes saber que sería cualquier información relativa a una persona que facilita cuando visita este sitio web, en este caso nombre, teléfono y email, y si adquiere algún producto necesitando factura, solicitaremos domicilio completo, nombre, apellidos y DNI o CIF.

Adicionalmente, cuando visitas nuestro sitio web, determinada información se almacena automáticamente por motivos técnicos como la dirección IP asignada por tu proveedor de acceso a Internet.

CALIDAD Y FINALIDAD

Al hacer clic en el botón “Enviar” (o equivalente) incorporado en nuestros formularios, el usuario declara que la información y los datos que en ellos ha facilitado son exactos y veraces. Para que la información facilitada esté siempre actualizada y no contenga errores, el Usuario deberá comunicar, a la mayor brevedad posible, las modificaciones de sus datos de carácter personal que se vayan produciendo, así como las rectificaciones de datos erróneos en caso de que detecte alguno. El Usuario garantiza que los datos aportados son verdaderos, exactos, completos y actualizados, siendo responsable de cualquier daño o perjuicio, directo o indirecto, que pudiera ocasionarse como consecuencia del incumplimiento de tal obligación. En función del formulario y/o correo electrónico al que accedas, o remitas, la información que nos facilites se utilizará para las finalidades descritas a continuación, por lo que aceptas expresamente y de forma libre e inequívoca su tratamiento con acuerdo a las siguientes finalidades:

  1. Las que particularmente se indiquen en cada una de las páginas donde aparezca el formulario de registro electrónico.
  2. Con carácter general, para atender tus solicitudes, consultas, comentarios, encargos o cualquier tipo de petición que sea realizada por el usuario a través de cualquiera de las formas de contacto que ponemos a disposición de nuestros usuarios, seguidores o lectores.
  3. Para informarte sobre consultas, peticiones, actividades, productos, novedades y/o servicios; vía e-mail, fax, Whatsapp, Skype, teléfono proporcionado, comunidades sociales (Redes Sociales), y de igual forma para enviarle comunicaciones comerciales a través de cualesquier otro medio electrónico o físico. Estas comunicaciones, siempre serán relacionadas con nuestros tema, servicios, novedades o promociones, así como aquellas que considerar de su interés y que puedan ofrecer colaboradores, empresas o partners con los que mantengamos acuerdos de promoción comercial. De ser así, garantizamos que estos terceros nunca tendrán acceso a sus datos personales. Siendo en todo caso estas comunicaciones realizadas por parte de este sitio web, y siempre sobre productos y servicios relacionados con nuestro sector.
  4. Elaborar perfiles de mercado con fines publicitarios o estadísticos.
  5. Esa misma información podrá ofrecérsele o remitírsele al hacerse seguidor de los perfiles de este sitio web en las redes sociales que se enlazan, por lo que al hacerte seguidor de cualquiera de los dos consientes expresamente el tratamiento de tus datos personales dentro del entorno de estas redes sociales, en cumplimiento de las presentes, así como de las condiciones particulares y políticas de privacidad de las mismas. Si desean dejar de recibir dicha información o que esos datos sean cancelados, puedes darte de baja como seguidor de nuestros perfiles en estas redes. Además, los seguidores en redes sociales podrán ejercer los derechos que la Ley les confiere, si bien, puesto que dichas plataformas pertenecen a terceros, las respuestas a los ejercicios de derechos por parte de este sitio web quedarán limitadas por las funcionalidades que permita la red social de que se trate, por lo que recomendamos que antes de seguir nuestros perfiles en redes sociales revises las condiciones de uso y políticas de privacidad de las mismas.

BAJA EN SUSCRIPCIÓN A NEWSLETTER Y ENVÍO DE COMUNICACIONES COMERCIALES

En relación a la baja en la suscripción de los emails enviados, le informamos que podrá en cualquier momento revocar el consentimiento prestado para el envío de comunicaciones comerciales, o para causar baja en nuestros servicios de suscripción, tan solo enviando un correo electrónico indicando su solicitud a: belen@belenpicadopsicologia.com indicando: BAJA SUSCRIPCIÓN.

DATOS DE TERCEROS

En el supuesto de que nos facilites datos de carácter personal de terceras personas, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 5.4. LOPD, declaras haber informado a dichas personas con carácter previo, del contenido de los datos facilitados, de la procedencia de los mismos, de la existencia y finalidad del fichero donde se contienen sus datos, de los destinatarios de dicha información, de la posibilidad de ejercitar los derechos de acceso, rectificación, cancelación u oposición, así como de los datos identificativos de este sitio web. En este sentido, es de su exclusiva responsabilidad informar de tal circunstancia a los terceros cuyos datos nos va a ceder, no asumiendo a este sitio web ninguna responsabilidad por el incumplimiento de este precepto por parte del usuario.

EJERCICIO DE DERECHOS

El titular de los datos podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiéndose a la dirección de email: belen@belenpicadopsicologia.com. Dicha solicitud deberá contener los siguientes datos: nombre y apellidos, domicilio a efecto de notificaciones, fotocopia del DNI I o Pasaporte.

MEDIDAS DE SEGURIDAD

Este sitio web ha adoptado todas las medidas técnicas y de organización necesaria para garantizar la seguridad e integridad de los datos de carácter personal que trate, así como para evitar su pérdida, alteración y/o acceso por parte de terceros no autorizados. No obstante lo anterior, el usuario reconoce y acepta que las medidas de seguridad en Internet no son inexpugnables.

CAMBIOS Y ACTUALIZACIONES DE ESTA POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Ocasionalmente esta política de privacidad puede ser actualizada. Si lo hacemos, actualizaremos la “fecha efectiva” presente al principio de esta página de política de privacidad. Si realizamos una actualización de esta política de privacidad que sea menos restrictiva en nuestro uso o que implique un tratamiento diferente de los datos previamente recolectados, te notificaremos previamente a la modificación y te pediremos de nuevo tu consentimiento en la página https://www.belenpicadopsicologia.com o contactando contigo utilizando la dirección de email que nos proporcionaste. Te animamos a que revises periódicamente esta política de privacidad con el fin de estar informado acerca del uso que damos a los datos recopilados. Si continúas utilizando esta página web entendemos que das tu consentimiento a esta política de privacidad y a cualquier actualización de la misma.

 

 
Nuestro sitio web utiliza cookies, principalmente de servicios de terceros. Defina sus preferencias de privacidad y / o acepte nuestro uso de cookies.