escuchar

La escucha activa exige concentración, empatía y mucha práctica.

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca

Escucha activa o por qué tenemos dos orejas y una sola boca 1920 1166 BELÉN PICADO

Recordad por un momento vuestra última conversación con vuestra pareja, un compañero de trabajo o un amigo. ¿Diríais que realmente le escuchasteis? ¿O estabais más pendientes de la respuesta o el consejo que ibais a dar a continuación? ¿Sois de lo que escucháis hasta el final o interrumpís con frecuencia para dar vuestra opinión? Escuchar con conciencia plena y centrados en lo que nos cuenta el otro no es tarea fácil. La escucha activa exige concentración, empatía y un alto grado de compromiso con la persona que está hablando. Y práctica, mucha práctica.

Cuando escuchamos a alguien de manera activa y consciente estamos prestando atención a lo que está diciendo y, a la vez, conectando con las emociones y los pensamientos que subyacen a su mensaje para conocer realmente cómo se siente. Pero la escucha activa también es:

  • Dejar claro a a la persona que nos está comunicando algo que realmente le estamos atendiendo y comprendiendo.
  • Esforzarnos por centrar toda nuestra atención en aquello que nos está comunicando.
  • Mostrar disponibilidad y verdadero interés por quien habla.
  • Practicar la empatía y ser capaces de ponernos en el lugar de nuestro interlocutor.
  • Recibir sus palabras sin juzgar y haciéndole ver que hemos entendido lo que pretendía comunicarnos (estemos, o no, de acuerdo).
  • Uno de los ingredientes básicos de la inteligencia emocional y del crecimiento personal.

¿Por qué nos cuesta tanto?

La falta de comunicación de la que nos quejamos tan a menudo se debe en gran parte a que no sabemos escuchar. Cuántas veces hacemos como que escuchamos cuando en realidad estamos pensando en otra cosa. O hablamos con alguien a la vez que miramos el móvil o la pantalla del ordenador. Y así la comunicación es imposible.

Escuchar requiere, en muchas ocasiones, más esfuerzo del que hacemos al hablar. Y no siempre estamos dispuestos a ello. De hecho, a nivel cerebral estamos programados para hablar. Es más, hay estudios que demuestran que obtenemos mayor placer cuando hablamos que cuando escuchamos. Una de estas investigaciones se llevó a cabo en la Universidad de Harvard y los responsables de la misma encontraron que cuando hablamos de nosotros mismos se activan zonas cerebrales relacionadas con las sensaciones placenteras y los estados motivacionales asociados a estímulos como el sexo y la buena comida.

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir. O pensamos que como nosotros estamos en posesión de la verdad absoluta y el otro está equivocado no merece la pena prestarle demasiada atención.

Otras veces creemos, equivocadamente, que hablando vamos a ejercer más influencia que escuchando. Por ejemplo, damos por hecho que, para caer bien, tenemos que ser interesantes e impresionar al otro. Esto, a menudo, nos lleva a hablar de nosotros sin parar cuando, en realidad, lo que deberíamos hacer es escuchar más. Si quieres causar buena impresión, interésate por lo que el otro tiene que contarte, consigue que se sienta especial. ¿Alguna vez os ha pasado que habéis tenido una primera cita y la otra persona se ha dedicado todo el tiempo a enumerar sus virtudes sin haceros una sola pregunta sobre vosotros? A mí me ha ocurrido más de una vez y nunca he querido repetir.

Tampoco facilita la escucha elegir un mal momento para hablar. Por ejemplo, intentar mantener una conversación en un lugar donde otros pueden interrumpirnos, o cuando no hay tiempo suficiente para profundizar en lo que nos queremos decir.

En su libro El arte de saber escuchar, el filósofo Francesc Torrealba explica: «Escuchar es olvidarse de las propias preocupaciones para dar protagonismo al otro. Es un acto de generosidad y humildad que requiere trascender el ego. Estamos tan apegados a nuestro ego, que el otro se convierte en un ser extraño, un ente que habita en un universo paralelo».

A menudo estamos más pendientes de lo que queremos decir nosotros que de lo que el otro desea compartir.

Diferencias entre oír y escuchar

¿Te ha pasado alguna vez que alguien te está contando algo y de repente notas que pierdes el hilo y que tu pensamiento se va a otro lado? Sin embargo, sigues oyendo la voz de esa persona… Para que la comunicación sea efectiva, no basta solo con oír; también tenemos que escuchar. El diccionario de la Real Academia Española ya nos da una pista:

  • Oír: «Percibir con el oído los sonidos».
  • Escuchar: «Prestar atención a lo que se oye».

La diferencia entre ambos términos está, básicamente, en la intencionalidad y en el poner conciencia y atención. Escuchar es un acto intencional que tiene por objetivo comprender al otro. Por otro lado, escuchar implica un esfuerzo que no es necesario para oír y tiene una connotación activa al contrario que oír, que es un acto pasivo.

Beneficios de la escucha activa

  • Contribuye a evitar malentendidos y, por tanto, facilita la resolución de conflictos.
  • Mejora la autoestima de quien habla al sentirse valorado y percibir que lo que dice es importante para el oyente.
  • Aumenta el nivel de empatía que se tiene hacia las demás personas.
  • Fortalece las relaciones. La corriente de confianza que se crea con la escucha activa ayuda a crear nuevos vínculos y a fortalecer los que ya están establecidos. En este sentido, lo que damos repercutirá en nosotros.
  • Mejora el nivel de inteligencia emocional. Según el psicólogo estadounidense Daniel Goleman saber escuchar es una de las principales habilidades de las personas con altos niveles de inteligencia emocional.

Escuchar con todo el cuerpo

Para una buena escucha activa no basta con aguzar el oído, hay que poner todo el cuerpo al servicio del proceso. El lenguaje no verbal es tan importante como el verbal.

  • Establece contacto visual. Mirar a tu interlocutor le transmitirá que estás prestándole atención y te interesa lo que te está contando.
  • Sonríe. Una leve sonrisa en determinados momentos favorecerá la empatía y que la otra persona interprete que su mensaje está siendo bien recibido. Esto, a su vez, le dará confianza y la animará a proseguir. Además, crearás un clima distendido entre ambos.
  • Presta atención a tu postura corporal. Por lo general, cuando escuchamos activamente tendemos a inclinarnos ligeramente hacia adelante. Procura también mantener una postura abierta, evitando cruzar los brazos.
  • Actúa de espejo. El reflejo automático o ‘mirroring’ consiste en imitar los gestos y expresiones de quien habla e indica que estamos en sintonía con sus sentimientos y atentos a lo que nos explica. Además, favorece la empatía. Eso sí, siempre y cuando se realice con discreción y de forma muy sutil. De hecho, si realmente estás escuchando lo más probable es que ya lo estés haciendo de forma inconsciente.

La importancia de las emociones

La escucha activa requiere que no nos conformemos con lo que nuestro interlocutor está expresando explícitamente. Si queremos captar en profundidad lo que intenta transmitirnos tenemos que prestar atención a la emoción que hay detrás de lo que está diciendo y validarla. Esa será una de las mayores demostraciones de empatía e implicación.

Del mismo modo, debemos acoger sus emociones si las expresa abiertamente o se siente invadido por ellas, por ejemplo, a través del llanto. En estos casos, evitemos frases como «No es para tanto», «Mejor, vamos a cambiar de tema» o «No llores, anímate». En numerosas ocasiones, este tipo de expresiones no van destinadas a aliviar al otro sino a librarnos de nuestra propia incomodidad. Simplemente, escuchemos y aceptemos sus emociones, como hace el personaje de Tristeza en esta escena de la película Inside Out (Del Revés).

Cómo ser un buen escuchador

La escucha activa es una habilidad que requiere práctica y, sobre todo, estar dispuestos a aceptar otras opiniones y otras formas de pensar con empatía y humildad.

  • Ponte en su lugar. Mientras tu interlocutor habla, intenta ponerte en su lugar y entender su postura. Esto no supone necesariamente compartir sus opiniones ni justificar o aprobar su comportamiento. Simplemente, acéptalo sin juicios y trata de comprender qué motivaciones, necesidades y expectativas le han llevado a pensar y a hacer las cosas como las hace.
  • Apaga el móvil. Evita las distracciones y busca un tiempo y espacio adecuados para mantener una conversación. Si no se dan las condiciones idóneas o tú no te sientes con la disposición mental adecuada es mejor que te sinceres con la otra persona y pospongáis vuestra charla.
  • Utiliza palabras de refuerzo. Alguna palabra o frase positiva pueden afianzar a quien habla al transmitirle que estamos dedicándole toda nuestra atención y validando su punto de vista. Pero tampoco hay que utilizarlas en exceso o perderán su efecto. Si, además, asentimos mientras el otro habla mucho mejor.
  • Parafrasea. Cuando verificamos o repetimos con nuestras propias palabras lo que nuestro interlocutor acaba de decir conseguimos dos cosas: transmitirle que estamos atentos y asegurarnos de que hemos entendido bien. No podemos obviar que, a veces, nuestras creencias personales o ciertas suposiciones y juicios pueden distorsionar lo que escuchamos. Igualmente útil es preguntar para clarificar la información y resumir de vez en cuando lo que hemos escuchado.
  • No tengas miedo a los silencios. Los silencios dan tiempo a pensar y a encontrar las palabras precisas, así que no niegues ese derecho a tu interlocutor y frena tus ganas de intervenir antes de tiempo. Del mismo modo, si no sabes qué decir, antes de hablar por hablar es preferible que permanezcas callado. Lejos de ser incómodo, bien utilizado el silencio anima a seguir hablando.
  • Si te distraes, admítelo. Todos podemos distraernos un momento, así que no te preocupes si pierdes el hilo de la conversación. Simplemente, admítelo y pide a tu interlocutor que repita lo que estaba diciendo.
  • Evita juzgar. Cuando alguien nos habla acerca de lo que piensa o siente, su modo de percibir la realidad no necesariamente tiene que coincidir con el nuestro. Por ello es tan importante evitar cualquier juicio. Menospreciar, reprochar o minusvalorar las palabras de nuestro interlocutor solo nos llevará a perder la objetividad y a que la otra persona opte por no decir nada por miedo a ser juzgada. Seamos tolerantes, flexibles y aceptemos plenamente lo que dice el otro.
  • Resiste la tentación de dar consejos. La mayoría de las veces cuando una persona nos está contando algo que le ha ocurrido o que le preocupa, no está buscando consejo ni opinión. Lo hace, sobre todo, para desahogarse y porque necesita sentir que hay alguien a su lado para escucharla. Si no te lo pide expresamente, evita esos consejos que, probablemente, estarán basados en tu propia experiencia y no en la suya. A menudo creemos que no ofrecer nuestros consejos es sinónimo de desinterés o de falta de implicación. Y no es así. Al escuchar al otro, estamos favoreciendo que pueda escucharse a sí mismo, reflexionar y extraer sus propias conclusiones.
  • No interrumpas. Es tremendamente molesto que te interrumpan y no te dejen terminar de decir lo que quieres, pero por desgracia también es algo que cada vez está más normalizado (no hay más que ver algunos debates y tertulias en radio o televisión). La escucha activa implica no interrumpir a la otra persona mientras habla a menos que sea absolutamente necesario. Por ejemplo, si lo que le vas a decir es sumamente importante o necesitas pedir que te repita algo porque no entendiste bien. Cuando interrumpimos a alguien, implícitamente le estamos mostrando que no nos interesa lo que nos está contando y que lo que nosotros tenemos que decir es más importante que lo suyo.

La escucha activa implica resistir la tentación de dar consejos y de juzgar al otro.

Si has llegado hasta aquí, seguro que ya tienes la respuesta a la pregunta del título. En caso de que no sea así, te dejo con esta sabia frase de Epícteto:

«Nacemos con dos oídos y una boca por una razón: para escuchar el doble de lo que hablamos»

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Un libro

Momo. La protagonista de este libro de Michael Ende es una niña con un don muy especial: saber escuchar. El autor define así a este entrañable personaje: «Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.  Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres…».

Todos podemos ayudar a prevenir el suicidio

Prevenir el suicidio es posible y todos podemos ayudar

Prevenir el suicidio es posible y todos podemos ayudar 4000 6000 BELÉN PICADO

Prevenir la muerte por suicidio se ha convertido en objetivo primordial para la Organización Mundial de la Salud. Según este organismo internacional, cada año unos 16 millones de personas intentan suicidarse en todo el mundo y más de 700.000 lo consiguen. Por lo que respecta a España y según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) correspondientes a 2023, el suicidio fue la segunda causa de muerte no natural, con 3.952 fallecimientos. Además, se calcula que por cada una de estas personas hay otras 20 que lo intentan.

Pero, más allá de cifras y datos estadísticos, no deberíamos conformarnos con el papel de meros observadores; todos podemos aportar nuestro granito de arena para dar visibilidad a un tema que ha sido invisibilizado durante mucho tiempo. Aunque sea solo hablando de ello, ya estaremos contribuyendo a que deje de ser tabú.

Por lo general, las personas que piensan en «quitarse de en medio» no lo hacen porque quieran morir, sino porque no ven otra salida a sus problemas. O porque ya no soportan el peso del dolor (físico y/o emocional), la desesperanza y la soledad. Sin embargo, en muchos casos es posible prevenir el suicidio y vencer la ideación suicida si se encuentra el modo de disminuir ese sufrimiento y/o se aumentan los recursos para hacerle frente.

A veces, la soledad y la desesperanza pesan demasiado.

 

Estar atentos a las señales de alerta es esencial para prevenir el suicidio

Hay diversas señales que pueden indicarnos que una persona está pensando en quitarse la vida:

  • Verbaliza directamente la idea de suicidarse con comentarios como «la vida no merece la pena», «para vivir así, es mejor estar muerto», «Solo quiero morirme». Igualmente conviene prestar atención a comentarios más sutiles como «pronto dejaré de ser una carga».
  • Amenaza o anuncia que va a quitarse la vida. No hay que pasar esto por alto, pues podría ser una petición indirecta de ayuda. Muchas investigaciones sugieren que de cada diez personas que se suicidan, nueva verbalizaron claramente sus propósitos y la otra dejó entrever su intención.
  • Habla o piensa siempre en la muerte.
  • Hace comentarios acerca de sentirse desesperanzado, desamparado o despreciable y no encuentra una salida a la situación que le angustia.
  • Ha caído en una depresión que empeora con el paso de las semanas. Dos tercios de las personas que se suicidan sufrían depresión en el momento de tomar tan drástica determinación.
  • Muestra un cambio de estado de ánimo repentino e inesperado, como pasar de estar muy triste a estar muy calmado o parecer estar feliz.
  • Tienta al destino tomando riesgos que podrían llevar a la muerte.
  • Pierde el interés por personas, aficiones o cosas que solían importarle. Por ejemplo, puede dejar de ir a clase, de salir los fines de semana o de llamar a personas cercanas.
  • Regala objetos personales o de gran valor emocional.
  • Visita o llama a personas para despedirse.
  • Pone fin a ciertos asuntos, ata cabos sueltos, cambia el testamento, etc.
  • Se preocupa por buscar información sobre los medios para suicidarse y cómo hacerlo (por ejemplo, en internet).

¿Cómo puedo ayudar a una persona que está planteándose quitarse la vida?

El hecho de que identifiquemos alguna las actitudes que he enumerado antes no supone siempre una señal de alarma, pero igualmente conviene prestar un poco más de atención. Y en caso de sospechar que alguien está planteándose seriamente esa posibilidad hay varias cosas que podemos hacer para prevenir el suicidio:

  • Invitarle a hablar del tema. No tengas miedo a preguntar, pues, al contrario de lo que muchos creen, hablar del suicidio no induce a cometerlo. Es más, puede reducir la ansiedad y ayudar a la persona a sentirse más comprendida.
  • Escucharle sin juzgar. Olvídate de sermones, acepta sus sentimientos y evita frases como «Te entiendo», «Anímate» o «Hay gente que lo está pasando peor».
  • No dejarle solo demasiado tiempo y dificultar en lo posible el acceso a los medios para quitarse la vida.
  • Valorar el riesgo. Si crees que la probabilidad de suicidio es alta, busca ayuda profesional enseguida.

Si conoces a alguien que esté pensando en el suicidio tiéndele la mano sin juzgar

¿Has pensado o estás pensando en el suicidio como salida a tus problemas?

Si has considerado terminar con tu vida, seguro que sientes un dolor tan profundo que no te ves capaz de soportarlo durante más tiempo y crees que la muerte es la única salida. Cuando estamos experimentando mucho sufrimiento lo normal es buscar una solución que acabe con ese malestar y, sobre todo, que nos permita disfrutar de la mejoría. Sin embargo, si ya no estás aquí cuando acaba el malestar, tampoco podrás notar el alivio.

Es cierto que no hay remedios milagrosos ni mágicos. Pero, aunque ahora no las veas, sí hay otras opciones. Por ello, antes de tomar una decisión que no tiene marcha atrás te propongo algunas alternativas:

  • Habla con alguien de confianza y cuéntale lo que te ocurre. Sentirte escuchado aliviará tu dolor, al menos en parte.
  • Intenta permanecer acompañado hasta que la idea de suicidarte se aleje.
  • No te precipites y retrasa en lo posible cualquier decisión respecto al suicidio porque tu situación puede cambiar en cualquier momento. Aunque ahora no te lo parezca, el vacío y la desesperanza son estados temporales, a diferencia de la muerte que es permanente.
  • Deshazte de aquellos objetos que puedan resultar peligrosos para ti. Por ejemplo, si estás tomando medicamentos, quédate con los necesarios para unos días y que una persona de confianza guarde el resto.
  • Si no es la primera vez que te ocurre, elabora un “plan de seguridad” en el que especificarás, entre otros datos: los nombres y teléfonos de varias personas de confianza a quien acudir y las señales de alerta que te indican que podría aparecer la ideación suicida. En esta guía, publicada por la Comunidad de Madrid, encontrarás una explicación detallada sobre cómo hacerlo.
  • Ponte en contacto lo antes posible con un profesional. Te ayudará a encontrar la salida a esa situación que te ha llevado a la desesperación y para la que ahora no encuentras salida.
  • Evita el consumo de alcohol, drogas o sustancias que puedan afectar al control de los impulsos.

Y, sobre todo, recuerda que la mayoría de las personas que han contemplado alguna vez el suicidio luego se alegran de estar vivas. Porque, en realidad no querían poner fin a su vida, solo deseaban escapar del dolor.

Siempre hay alternativas.

Si te interesa

El teléfono de la Esperanza (717 00 37 17) funciona las 24 horas del día, siete días a la semana.

Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo). Tienen también un teléfono (900 20 20 10) que está disponible todos los días del año.

Línea 024. Línea de Atención a la Conducta Suicida. Se trata de un servicio puesto en marcha por el Ministerio de Sanidad. Es gratuito, confidencial y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.

 

 

 

La comunicación no violenta nos ayuda a relacionarnos desde la empatía

Comunicación no violenta: Cómo expresarse y escuchar desde la empatía

Comunicación no violenta: Cómo expresarse y escuchar desde la empatía 1920 1277 BELÉN PICADO

La comunicación está en la base de nuestras relaciones interpersonales, pero desgraciadamente no siempre la utilizamos como deberíamos. Muchas veces iniciamos una conversación y, en vez de relacionarnos desde la empatía y la asertividad, acabamos juzgando, etiquetando, anticipando hechos o determinando que algo es correcto o incorrecto basándonos en una limitada y sesgada visión de la realidad.

Uno de los objetivos de la comunicación es manifestar mis necesidades sin frustrar las del otro. Para conseguirlo es necesario expresarme sin juzgar lo que está bien o mal o si algo es correcto o incorrecto. Se trata de compartir mis sentimientos y deseos, no de criticar o caer en juicios morales. Y justo este es el punto de partida desde el que Marshall Rosenberg desarrolló un método al que denominó Comunicación no violenta (CNV). Según este psicólogo estadounidense, “la CNV nos orienta para reestructurar nuestra forma de expresarnos y de escuchar a los demás. En lugar de obedecer a reacciones habituales y automáticas, nuestras palabras se convierten en respuestas conscientes con una base firme en un registro de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Nos ayuda a expresarnos con sinceridad y claridad, al mismo tiempo que prestamos una atención respetuosa y empática a los demás”.

La comunicación no violenta puede aplicarse en numerosos ámbitos: pareja, familia, trabajo, escuela, organizaciones e instituciones, terapia y asesoramiento psicológico, gestión y mediación de conflictos…  Para que la pongáis en práctica cuanto antes, a continuación os detallo los cuatro pasos de que consta el modelo de Rosenberg.

La comunicación no violenta busca satisfacer nuestras necesidades sin frustrar las del otro

1. Observación sin juicio: Diferenciar lo que veo de lo que pienso

En primer lugar, observamos lo que ocurre realmente en una situación dada (tanto fuera como dentro de nosotros) y exponemos los hechos. La clave está en saber expresarlo claramente, asegurándonos de que no incorporamos ningún juicio ni evaluación, es decir, enumeraremos simplemente qué cosas nos gustan y cuáles no.

Si mezclamos la evaluación con la observación, no solo reduciremos la probabilidad de que la otra persona entienda lo que pretendemos transmitirle. También lo recibirá como una crítica y, en consecuencia, se defenderá. Y otra cosa importante: cuidado con palabras como “siempre”, “nunca” o “a menudo” porque también pueden contribuir a confundir observación con evaluación. Por ejemplo, no es lo mismo decir “Nunca haces lo que quiero” (evaluación) que “Las tres últimas veces que te propuse ir al cine me dijiste que no querías” (observación).

2. Sentimientos: Identificar y expresar cómo me siento respecto a lo que observo

Una vez que observamos qué está ocurriendo es el momento de identificar cómo nos sentimos respecto a ello (dolidos, asustados, alegres, sorprendidos, irritados…). Y esto no es tan fácil porque, generalmente, se nos educa más para orientarnos hacia quienes nos rodean que para estar en contacto con nosotros mismos. De hecho, nuestro repertorio de adjetivos destinados a calificar a las personas suele ser bastante más amplio que el vocabulario del que disponemos para describir nuestros estados de ánimo. Si no te lo crees, haz la prueba: escribe una lista con veinte adjetivos que suelas aplicar a otras personas y otra con veinte estados de ánimo (y no vale buscar en Google). ¿Cuál te ha costado más?

Es posible que algunos penséis que si compartís cómo os sentís, el otro podría aprovecharse y utilizarlo contra vosotros. Sin embargo, mostrar la vulnerabilidad, lejos de entorpecer la comunicación puede beneficiarla. ¿Cómo? Os contaré una experiencia personal: la primera vez que tuve que dar una charla estaba muerta de miedo. Durante la primera parte de la conferencia, apenas acertaba a enlazar unas ideas con otras y algunos asistentes, que notaban que algo extraño ocurría, comenzaron a hablar entre ellos, lo que me ponía más nerviosa aún. Finalmente, hice algo que debería haber hecho desde principio: confesé que estaba hecha un flan. Automáticamente, todo cambió. Por un lado, la gente empatizó con mi emoción y se mostró mucho más receptiva; por otro, yo me relajé y pude disfrutar del resto de la charla.

Mostrar nuestra vulnerabilidad puede facilitar la comunicación

También debemos aprender a diferenciar entre palabras que describen lo que creemos que hacen las personas que nos rodean y las que describen sentimientos reales. Por ejemplo, imaginemos que la persona del anterior punto, la que dijo “Nunca haces lo que quiero”, llega a este paso y dice: “Me siento incomprendida”. En esta situación, con la palabra “incomprendida” está valorando el nivel de comprensión de su interlocutor, pero no está expresando un sentimiento propio. Sería más adecuado: “Me siento molesta” (o cualquier otra emoción). Otras palabras que expresan cómo interpretamos el modo de actuar de los demás son: abandonado, amenazado, atacado, ignorado, etc.

3. Necesidades: Qué necesidades hay detrás de esos sentimientos

El tercer paso es reconocer las necesidades insatisfechas que hay detrás de los sentimientos que hemos identificado. Esto tiene mucho que ver con hacernos cargo de nuestras propias emociones, ya que en realidad somos nosotros y no el otro los que las generamos. Según la CNV, las emociones son la expresión de unas necesidades, satisfechas o no satisfechas, de modo que si están satisfechas sentiremos alegría, serenidad, etc. y si no lo están notaremos enfado, asco, tristeza…

Así que tocaría hacer introspección y preguntarnos por qué una situación dada me está enfadando y cuál es la necesidad no cubierta que hay detrás. Es difícil, pero lo positivo es que todos tenemos más o menos las mismas necesidades (de pertenencia a un grupo, de afecto, de sentirnos valorados…), así que será muy probable que la otra persona nos entienda. Siguiendo con la misma situación de los dos pasos anteriores, podríamos decir algo similar a: “Las tres últimas veces que te propuse ir al cine me dijiste que no querías y me molesta porque necesitaría pasar más tiempo contigo”.

Las emociones son la expresión de necesidades satisfechas o no satisfechas

4. Petición: Realizar la petición dirigida a satisfacer la necesidad

La cuarta parte consiste en formular la petición concreta que va a satisfacer la necesidad o las necesidades identificadas en el paso anterior. Para ello, conviene tener presentes algunos consejos:

  • Ser claros y no dejar que el otro adivine nuestro pensamiento.
  • Formular las peticiones en positivo (pido lo que quiero y no lo que no quiero), de forma concisa y concreta y evitando ambigüedades que puedan confundir a nuestro interlocutor.
  • Comprobar que ha entendido el mensaje que queremos transmitirle.
  • Asegurarnos de que estamos formulando una petición y no una exigencia. Hay creencias que transforman automáticamente una petición en una exigencia (“Tienes que dejar tu cuarto ordenado”, “Merezco que me trates mejor”, “Tengo derecho a un aumento de sueldo”, etc.)
  • La petición es negociable, es decir, acepto que el otro pueda negarse. El hecho de que sigamos los cuatro pasos no nos garantiza que respondan a nuestras peticiones, pero la comunicación no violenta sí nos ayudará a empatizar con la otra persona y a aceptar una posible negativa, sin tomarnos ese “no” como algo personal.

Completados los cuatro pasos, no debemos olvidar que la comunicación no violenta es un proceso de doble dirección. Esto implica que, para que sea completo, no solo he de expresar de forma honesta y cuidadosa mis sentimientos y necesidades. También debemos recibir de forma empática los sentimientos y necesidades del otro que, a su vez, habrá seguido el mismo proceso.

Si te interesa:

Lecturas:

“Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida”. En este libro, Marshall Rosenberg expone con detalle el método del que os he hablado en este artículo. Imprescindible para aprender a comunicarse desde la asertividad y la empatía.

«El poder del lenguaje: Tomar conciencia y responsabilizarnos de nuestras palabras». Si te interesa el tema del lenguaje y la comunicación, te invito a leer este artículo de mi blog sobre el modo en el que el lenguaje puede cambiar nuestra percepción del mundo en función de las palabras que utilicemos.

 

 

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