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Por qué a nuestro cerebro le gustan las películas de terror

Por qué a nuestro cerebro le gustan las películas de terror

Por qué a nuestro cerebro le gustan las películas de terror 1500 1000 BELÉN PICADO

Desde que en 1896 se estrenó la primera película considerada de terror (La mansión del diablo), este género no ha dejado de sumar seguidores, pese a lo contradictorio que pueda parecer el hecho de que alguien busque pasar miedo por gusto. Y es que, pese a los sobresaltos que provoca, este tipo de cine continúa fascinando a muchos. Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué nos empeñamos en pasarlo mal? ¿Qué nos lleva a buscar voluntariamente el escalofrío y el susto delante de una pantalla? En realidad, existen múltiples razones por las que nos gustan las películas de terror y nos mantienen pegados al asiento. En este artículo veremos algunas de ellas.

A los seres humanos nos fascina lo que nos asusta. Y es justo esa sensación la que buscamos no solo cuando vemos una película de miedo. También cuando nos subimos a una montaña rusa, hacemos puenting o nos adentramos en el Pasaje del Terror de un parque de atracciones. El miedo nos activa, nos despierta. En una palabra, nos da ‘subidón’.

Los creadores de las historias de terror saben todo esto y también cómo influir en nuestras mentes para provocar esa poderosa combinación entre miedo y emoción.

Qué pasa en el cerebro cuando vemos una película de miedo

Cuando nos sumergimos en una película de terror, nuestro cerebro y todo nuestro cuerpo experimentan las mismas respuestas fisiológicas y neurológicas que cuando percibimos un peligro real, pero sabiendo que no lo es. Veamos el proceso paso a paso, desde el mismo momento en que comenzamos a ver la película:

  • Percepción Visual: Nuestros ojos captan las imágenes en la pantalla y la información se procesa en la corteza visual del cerebro, donde se identifica lo que estamos viendo.
  • Atención agudizada: A medida que la trama avanza y la tensión aumenta, las áreas relacionadas con la atención se activan. Esto incluye la corteza parietal, que nos permite enfocarnos en la película y bloquear las distracciones.
  • Percepción del peligro: Según van apareciendo en la pantalla elementos de ‘peligro’, como monstruos, asesinos o situaciones aterradoras, la información visual se envía a la amígdala, una estructura cerebral crucial para el procesamiento de las emociones en general y del miedo en particular.
  • Respuesta de lucha-huida: La amígdala activa el sistema nervioso simpático, responsable de desencadenar la respuesta de lucha o huida. El corazón comienza a latir más rápido, la presión arterial aumenta, los músculos se tensan (a veces haciéndonos temblar) y la respiración se acelera para proporcionar energía adicional.
  • Liberación de neurotransmisores: Se inicia la liberación de adrenalina y cortisol. Estos neurotransmisores aumentan el estado de alerta y la energía, preparando al cuerpo para reaccionar ante el peligro percibido. La adrenalina, en concreto, juega un papel esencial en esa euforia que experimentamos en las escenas más terroríficas
  • Activación del sistema de recompensa: Al verificar que la situación es segura y superados esos momentos de tensión o de susto, el cerebro comienza a liberar dopamina, neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa.
  • Endorfinas. Superado este momento de activación, nuestro organismo volverá a su estado inicial gracias a la secreción de endorfinas, una hormona que tiene un efecto calmante y que contribuye a experimentar una agradable sensación de bienestar. De este modo, de sentir un alto grado de tensión placentera, pasamos a la calma y el alivio, es decir, a la relajación.
  • Interconexiones cerebrales: Mientras la trama sigue avanzando, diversas áreas del cerebro trabajan en conjunto. El hipotálamo, por ejemplo, regula las respuestas físicas, el córtex prefrontal controla la toma de decisiones y la corteza cingulada anterior procesa la anticipación y la resolución de problemas.
  • Identificación con personajes: La empatía con los personajes de la historia puede llevar a una mayor implicación emocional. Si nos identificamos fuertemente con un personaje en peligro, las neuronas espejo y las áreas cerebrales relacionadas con la empatía se activarán y nos sentiremos aún más conectados con la trama.
  • Recuperación y procesamiento: Después de ver la película, el cerebro pasa por un proceso de recuperación. Las áreas relacionadas con el control emocional y la memoria, como el hipocampo, nos ayudan a procesar y almacenar la experiencia.
Por qué nos gustan las películas de terror

«Hereditary» (2018).

Qué hay detrás de esta atracción por el cine de terror

A continuación, vamos a desgranar algunas de las razones que están detrás de esa fascinación que muchos sentimos por el cine de terror (pese a los sustos):

Sabemos que lo que estamos viendo no es real

El hecho de saber que estamos entrando en un mundo ficticio se convierte, en cierto modo, en una especie de escudo emocional que nos permite explorar el miedo de una manera segura. Pese a que la parte más primitiva e instintiva de nuestro cerebro reacciona ante los estímulos que van apareciendo en la pantalla, gracias a nuestra parte más racional también sabemos que los monstruos, fantasmas y asesinos que aparecen en la película no pueden hacernos daño en la vida real, lo que nos brinda cierta tranquilidad en medio de la tensión.

Y es justo esta capacidad para saber que lo que vemos no es real lo que nos ayuda a distanciarnos emocionalmente. Una habilidad psicológica fundamental que nos permite experimentar emociones sin quedar atrapados en ellas. En el contexto de las películas de terror, gracias a esta distancia podemos explorar nuestras propias reacciones emocionales y liberar tensiones sin consecuencias reales. Disfrutamos del miedo sin efectos secundarios.

Miedo controlado

Justo la propia naturaleza ficticia de lo que estamos viendo y la capacidad para crear una distancia psicológica entre nosotros y lo que ocurre al otro lado de la pantalla nos lleva a otro factor que facilita el que disfrutemos de las películas de terror: la percepción de control. A diferencia de los miedos en la vida real, ante los que a menudo nos sentimos impotentes, en este caso sabemos que en cualquier momento podemos salir de la sala de cine o apagar la televisión si así lo deseamos.

Esta percepción de control sobre la situación nos permite enfrentar nuestros temores de manera segura. Por ejemplo, podemos graduar activamente el nivel de atención que prestamos a la película y así controlar el efecto que emocionalmente tiene sobre nosotros.

Ya lo decía Alfred Hitchcock: «A la gente le gusta tener miedo cuando se sienten seguros».

Sentimos miedo y placer a la vez

Los investigadores Eduardo Andrade y Joel Cohen realizaron un estudio con estudiantes universitarios a los que dividieron en dos grupos, según fuesen o no aficionados al género. Tras mostrarles algunos fragmentos de películas de terror comprobaron que ambos grupos manifestaron niveles similares de sentimientos negativos. Sin embargo, también observaron que, mientras que los alumnos que no solían ver este tipo de cine mostraban niveles bajos o nulos de placer durante el visionado, el nivel de disfrute de los fans del género era mayor cuanto más aterradoras eran las imágenes.

En esta capacidad para encontrar placer en los sustos y escalofríos también influyen sustancias como la adrenalina y la dopamina, de las que hemos hablado.

Liberamos nuestros deseos reprimidos

La atracción por el cine de terror también está relacionada con nuestros deseos ocultos y con nuestra «Sombra», como denominó Jung a esa parte oscura que todos tenemos. Y es que este tipo de historias nos permiten liberar y procesar emociones reprimidas y canalizar nuestros instintos mas agresivos o violentos de una forma socialmente aceptada y sin sentirnos juzgados.

Un artículo del diario La Vanguardia remite a las palabras Stephen King para explicar el porqué de las risas nerviosas y los aplausos que escuchamos en una sala de cine ante una escena sangrienta, por ejemplo. Según el autor de innumerables obras de terror, esta reacción es «una válvula de seguridad para dejar salir, sin herir a nadie, nuestros impulsos más agresivos y violentos».

El resplandor

«El Resplandor» (1980), con Jack Nicholson.

Búsqueda de sensaciones

Hay determinados rasgos de personalidad que influyen en que nos guste, o no, el cine de terror. Por lo general, los aficionados a este género muestran una mayor puntuación en la variable extroversión y también en la dimensión «búsqueda de sensaciones». Este último rasgo fue definido por Marvin Zuckerman como el deseo de tener «sensaciones y experiencias nuevas, variadas, complejas e intensas». Según este psicólogo estadounidense ver este tipo de cine supone una experiencia estimulante, como hacer puenting o subirse a una montaña rusa.

Aprendemos a enfrentarnos a nuestros propios miedos

Aunque parezca mentira, este género nos ofrece valiosas lecciones sobre la resiliencia y puede ayudarnos a gestionar nuestros propios temores. Al fin y al cabo, se nos presentan simulaciones de situaciones extremas que nos permiten explorar eventos aterradores desde un entorno de seguridad. Por ejemplo, observamos cómo los personajes enfrentan situaciones de vida o muerte y recurren a diferentes estrategias de afrontamiento para sobrevivir. Y también aprendemos a través de ellos sobre la toma de decisiones, la colaboración y la adaptabilidad en momentos críticos.

Los autores de un estudio publicado en 2021 encontraron que los aficionados al cine de terror mostraron una menor angustia y una mayor resiliencia durante los peores momentos de la pandemia de COVID-19, especialmente los fans de un subgénero denominado «prepper» que incluye tramas apocalípticas o invasiones alienígenas y de zombis. Para el director del estudio, Coltan Scrivner, estas conclusiones apoyan la hipótesis de que «la exposición a ficciones aterradoras -tanto películas como novelas- permite al público ‘practicar’ estrategias de afrontamiento eficaces que pueden ser beneficiosas en situaciones del mundo real».

Por otra parte, a través de la conexión empática con los personajes y la identificación con sus luchas, podemos aprender a afrontar nuestros propios demonios internos. Como escribe Stephen King en su ensayo Danza Macabra, «una buena historia de terror es aquella que funciona a un nivel simbólico, utilizando sucesos ficticios (y a veces sobrenaturales) para ayudarnos a comprender nuestros propios miedos reales más profundos».

Comprendemos un poco mejor el mundo que nos rodea

Los seres humanos tenemos la necesidad innata de comprender el mundo que nos rodea. La atracción por lo desconocido, lo misterioso y lo prohibido es uno de los motivos por los que disfrutamos de este género.

También la curiosidad es una característica fundamental de nuestra especie (la misma que nos lleva a detenernos para observar un accidente). Y estas películas nos permiten satisfacerla. Podemos explorar en un entorno seguro temas considerados tabú o que desafían normas morales o sociales, como la violencia, la muerte, la posesión demoníaca o el canibalismo. Esta exploración de lo prohibido nos permite enfrentar nuestros propios límites y comprender mejor la naturaleza humana, pero también reflexionar sobre las consecuencias de transgredir reglas o límites establecidos y desafiar ciertas normas y valores.

Mejor en compañía

Las películas de miedo también son una excusa perfecta para socializar. Vicente Pérez y Andrés García, profesores en la Facultad de Psicología de la UNED apuntan que ver este tipo de filmes «fomenta la cohesión del grupo», sobre todo entre los adolescentes. Por su parte, Paco Plaza, director de películas como REC o Hermana Muerte, que acaba de estrenarse en Netflix, también lo ve así: «El terror es un género que se disfruta mucho en compañía, es muy divertido de ver con amigos, con gente que se asuste contigo a la vez. Tiene algo de tren de la bruja, de algo experiencial que lo hace especialmente divertido para vivir en una sala de cine».

No hay que olvidar que somos seres gregarios. Nos gusta compartir en grupo experiencias emocionales, sobre todo si son intensas. Da igual si se trata de una peli de miedo, un acontecimiento deportivo, un concierto de rock o, incluso, una celebración religiosa.

Las películas de terror se disfrutan más en compañía

Imagen de Freepik

El ‘subidón’ se mantiene más allá del final de la película (la transferencia de excitación)

La teoría de la transferencia de la excitación, propuesta por Dolf Zillmann, explica por qué las películas de terror generan respuestas emocionales tan intensas. Sugiere que las emociones y la excitación generadas por una experiencia previa pueden transferirse o amplificarse en una experiencia posterior.

Puede ocurrir, por ejemplo, que cuando nos sentemos a ver una película de terror, ya haya una cierta excitación previa. Esta excitación puede ser resultado de eventos recientes o incluso por la anticipación del miedo que vamos a pasar. En este caso, cuando esa excitación previa se combine con la generada por la propia trama se intensificará nuestra respuesta emocional.

Fisiológicamente, esta transferencia de la excitación se traduce en un aumento del ritmo cardiaco, la presión arterial y la respiración que persiste aun cuando la película ya ha finalizado. Esto significa que, si luego realizas cualquier actividad que te agrade antes de que esa excitación se desactive tus emociones positivas se intensificarán porque ya no partirás de cero.

«Me gusta el terror porque es de mentira. Nos hace olvidar el horror real, del que no hay escapatoria», Álex de la Iglesia (director de cine)

Referencias bibliográficas

Andersen, M. M., Schjoedt, U., Price, H., Rosas, F. E., Scrivner, C., &  Clasen, M. (2020). Playing with fear: A field study in recreational horror. Psychological Science, 31(12), 1497-1510

Andrade, E. B., & Cohen, J. B. (2007). On the consumption of negative feelings. Journal of Consumer Research, 34(3), 283–300

King, S. (2016). Danza macabra. Madrid: Valdemar

Perez, V., García, A. (2005). Análisis funcional de las estrategias psicológicas de terror en el cine. Estudios de Psicología, 26 (2), 237-245

Ramírez López, A. (2016). El cine de terror psicológico. La arquitectura de un falso género. Revista Escribanía Nueva Época, 14, 35 – 55

Scrivner, C., Andersen, M. M., Schjødt, U., & Clasen, M. (2023). The psychological benefits of scary play in three types of horror fans. Journal of Media Psychology: Theories, Methods, and Applications, 35(2), 87–98

Scrivner, C., Johnson, J. A., Kjeldgaard-Christiansen, J., & Clasen, M. (2021). Pandemic practice: Horror fans and morbidly curious individuals are more psychologically resilient during the COVID-19 pandemic. Personality and individual differences, 168, 110397.

Hay varios factores que hacen que la invasión rusa de Ucrania nos afecte psicológicamente más que otros conflictos bélicos.

¿Por qué la invasión rusa de Ucrania nos afecta tanto psicológicamente?

¿Por qué la invasión rusa de Ucrania nos afecta tanto psicológicamente? 1920 1280 BELÉN PICADO

El otro día, en un grupo de whatsapp que comparto con otras psicólogas, una compañera comentaba que estaba viendo en consulta a muchos pacientes afectados por la guerra. Yo misma, que no soy especialmente aprensiva, me sorprendí experimentando un escalofrío la mañana que vi en el periódico que el ejército ruso se había hecho con el control de la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa. Desde ese día, yo también he observado como algunos de mis pacientes me confesaban su temor. “Cuando aún no me he quitado la ansiedad por el covid, ahora viene esto…”, me decía uno de ellos. Y es que, tras dos años de una pandemia que todavía no ha terminado, la invasión rusa de Ucrania ha acabado por desbordar emocionalmente a muchas personas. Angustia, ansiedad, tristeza, alteraciones del sueño, miedo… son algunos de los síntomas que se han agudizado desde que comenzó el conflicto.

Empatía, indiferencia o rechazo, ¿reacciones opuestas?

Aunque los mecanismos de nuestro cerebro a menudo resulten incomprensibles, su objetivo último siempre es la supervivencia. ¿Y por qué digo esto? Porque ante el sufrimiento ajeno pueden ponerse en marcha mecanismos de defensa en apariencia incompatibles y contradictorios, pero que buscan lo mismo: protegernos.

El hecho de ser una guerra relativamente cercana, más aún gracias a las redes sociales, puede despertar un exceso de empatía y llevarnos a la tristeza, a la angustia o a un intenso deseo de ser útiles.

Sin embargo, también puede ponerse en marcha otro tipo de sistema de protección y que ocurra todo lo contrario. Es posible que la información que recibamos nos genere una absoluta indiferencia, a veces teñida de una mayor o menor dosis de humor negro. O que dicha información nos genere tanto rechazo que no queramos ver ni una sola noticia sobre el tema y necesitemos distanciarnos porque no soportamos la ansiedad que nos provoca. Esta es otra forma de protegernos de una información para la que no estamos preparados. Y eso no nos hace más fríos o insensibles que quienes se implican más.

Así que, en circunstancias así, no hay reacciones «normales» ni «anormales». Simplemente, cada uno lidia con sus propias ‘guerras internas’, se adapta a las circunstancias y cuida de su salud mental como puede o ha aprendido. Dependerá en gran medida de la capacidad de afrontamiento y de la resiliencia de cada uno.

El Coloso, de Asensio Julià y Francisco de Goya.

Por qué nos afecta tanto una guerra que se libra a miles de kilómetros

Son varios los factores que hacen que la invasión rusa de Ucrania esté afectándonos psicológicamente más que otros conflictos:

Estamos agotados

Nuestra salud mental ya está bastante tocada debido a otro trauma colectivo: la pandemia de coronavirus. Esta guerra y el temor a sus imprevisibles consecuencias ha venido a romper el delicado equilibrio emocional en el que muchas personas se encontraban. Y es que dos años tratando de adaptarnos al estrés que ha supuesto el covid-19 ha minado considerablemente nuestras reservas emocionales.

El estrés es una respuesta adaptativa que da nuestro organismo ante demandas, internas o externas, que en principio resultan amenazantes. Ante un acontecimiento estresante se produce una movilización de recursos fisiológicos y psicológicos para poder afrontarlo y así aumentamos nuestro rendimiento y nuestra capacidad de adaptación.

Sin embargo, cuando esta situación deja de ser puntual y se mantiene en el tiempo nuestra capacidad para afrontar esas demandas va agotándose y nuestra salud, tanto física como mental, deteriorándose. Estamos más irritables, más tristes, cualquier situación nueva (como este conflicto) nos produce ansiedad, nos levantamos ya agotados y desganados… Y si, además, ya teníamos problemas antes y contábamos con pocos recursos para afrontar el estrés, la situación empeorará aún más.

La cercanía geográfica y la conexión con conflictos previos

Si bien no es el primer conflicto bélico que tiene lugar en los últimos años, es normal que nos influya más y no solo por la proximidad geográfica y las implicaciones políticas y económicas que puede tener (que también). Además de esto, a muchas personas les conecta con otros enfrentamientos bélicos que tuvieron lugar en el pasado y que fueron enormemente traumáticos.

En el caso de los mayores que vivieron la Guerra Civil española las imágenes de la invasión rusa de Ucrania les están trayendo de nuevo a la memoria el dolor y el miedo que ellos mismos experimentaron. Incluso muchos de sus descendientes están viéndose afectados. Porque el trauma también se transmite de generación en generación. Según la psicóloga Helene Delucci, experta en trauma transgeneracional, algunas experiencias traumáticas «dejan heridas emocionales que se extienden a los miembros de las generaciones posteriores, aunque no hayan experimentado lo sucedido».

La cercanía geográfica influye en que este conflicto nos afecte más que otros.

Nuestras creencias sobre el mundo se tambalean

Según la teoría sobre el trauma psicológico de Ronnie Janoff-Bulman, las personas albergamos un conjunto de creencias esenciales, sobre el mundo, sobre nosotras mismas y sobre los otros, que nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno. Creemos que el mundo es un lugar seguro, que lo que sucede en él tiene sentido y que hay cierta predictibilidad que nos permite comprenderlo y manejar la incertidumbre ante las novedades e incongruencias que vamos encontrando. Asimismo, tendemos a pensar que las cosas no ocurren por azar y que las personas recibimos o nos ocurre lo que nos merecemos («Si soy buena persona, me pasarán cosas buenas»).

Pues bien, ante un trauma, individual o colectivo, estas creencias se vienen abajo al tomar conciencia de nuestra fragilidad como seres humanos en un mundo que no solo no es controlable y seguro, sino que es injusto e impredecible. De repente, tenemos la sensación de que no sabemos dónde va ese mundo que creíamos predecible, no somos capaces de entenderlo ni de controlarlo («No puedo confiar en nadie», «El mundo es un lugar peligroso»). Todo esto nos genera indefensión y ansiedad y también incertidumbre e impotencia. Incertidumbre sobre lo que está por venir e impotencia al no poder hacer nada ante una situación que no podemos controlar.

Sobredosis de información

Hace ocho años, en 2014, ya se produjo una guerra entre Rusia y Ucrania, pero en aquella ocasión no tuvo la trascendencia que está teniendo ahora. Y esto es, en gran medida, por el creciente protagonismo de las redes sociales, que antes se utilizaban sobre todo como entretenimiento y ahora se han convertido en un altavoz más para la difusión de todo tipo de información. Da igual si estamos, o no, emocionalmente preparados para recibir cierto tipo de material. El caso es que, nada más abrir cualquier red social, de pronto aparecen delante de nuestros ojos, y sin elegirlo, imágenes y vídeos con tanques entrando en las ciudades, bombardeos, ciudadanos huyendo…

Como ya ocurrió con el covid-19, el exceso de información sobre la invasión rusa de Ucrania está haciendo más mal que bien. Y es que, en tiempos difíciles como los que estamos viviendo, cualquier hecho puede convertirse en una noticia que nos encoja el corazón. El hecho de estar constantemente informados supone una sobrecarga emocional muy difícil de gestionar para muchos, además de que un exceso de noticias puede llevarnos a tener una visión sumamente distorsionada de lo que está ocurriendo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) utiliza el término ‘infodemia’ para referirse a esta sobredosis de información y la consiguiente dificultad para diferenciar entre la que es válida y la que no lo es.

Qué podemos hacer

Obviamente, un conflicto armado como la invasión rusa de Ucrania siempre supone una tragedia para quienes lo están presenciando en primera persona. Y ese dolor no puede compararse con la preocupación de los que lo vivimos desde fuera. Sin embargo, esto no significa que no tengamos que cuidarnos.

  • Cuídate. Rescata las herramientas y los recursos que te han sido útiles para superar estos dos años de pandemia. Recuerda qué te ha ayudado a disminuir el estrés y a regular tus emociones en este tiempo y echa mano de ello.
  • Valida tus emociones. Experimentar miedo, preocupación y cierto grado de ansiedad es algo totalmente normal en situaciones como la que estamos viviendo. Es el modo que tiene nuestro organismo de lidiar con la incertidumbre. Identificar, expresar y validar estas emociones, así como compartirlas con otras personas te ayudará a disminuir el malestar. Y si observas que se prolongan en el tiempo o aumentan de intensidad, no dudes en buscar apoyo profesional (si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte).
  • Dosifica la información. Está bien estar informados, pero no es necesario ni nos hará bien dejarnos llevar por un torrente de noticias e imágenes muchas veces repetitivas. En muchas ocasiones no solo no nos aportan nada nuevo, sino que nos generan angustia y preocupación. Es más, de vez en cuando lo que necesitamos es desconectar. Si sientes que te estás saturando, lee un libro, escucha música o sal a dar un paseo en vez de quedarte enganchado o enganchada a las noticias.
  • Acepta que no puedes controlarlo todo. Aunque nuestro cerebro prefiera lo estable y lo predecible, lo cierto es que hay muchas situaciones que están fuera de nuestro control. Guerras, pandemias o catástrofes naturales son buen ejemplo de ello. En vez de gastar toda tu energía en intentar controlar lo que no depende de ti o en imaginar los peores escenarios y peligros posibles, céntrate en el «aquí y ahora» y en lo que sí puedes hacer.
  • Busca en qué puedes ayudar. Si el sentirte impotente te genera mucho malestar y quieres mostrar tu solidaridad con el pueblo ucraniano puedes sumarte a alguna iniciativa.  Tienes la opción de apoyar con tu donación la labor de las ONG que trabajan en primera línea del conflicto. O, si lo prefieres, colaborar con pequeñas asociaciones que también están aportando su trabajo y su solidaridad. Otra posibilidad es el ofrecimiento como familia de acogida o el acogimiento temporal a refugiados que lleguen a España.

La invasión rusa de Ucrania ha hecho tambalear nuestras creencias sobre un mundo previsible y seguro.

¿Y los niños?

En primer lugar, no les dejemos fuera de lo que ocurre ni nos comportemos como si no se enterasen de nada porque no es así. Ya sea porque lo han oído en el colegio, en la televisión o nos hayan escuchado a nosotros, saben que algo importante está pasando. Así que lo mejor es no esconderles las cosas, hablar con ellos y resolver sus dudas sobre la invasión rusa de Ucrania. Siempre adaptándonos a su edad, con un lenguaje sencillo y en tono tranquilizador, sin alarmarles. Y si hay algo a lo que no sepamos responder, no pasa nada por aceptarlo y decir que no lo sabemos. Lo importante es darles confianza para que se sinceren sobre sus dudas y temores.

Antes de hablar, podemos ‘tantearles’ para ver lo que saben o cuáles son exactamente sus preocupaciones. Debemos ser cuidadosos: no aportar detalles que no sean necesarios y evitar darles demasiados datos. Si para los adultos es importante evitar el exceso de información, lo es mucho más para los niños. Estos días no son los mejores para dejarles ver informativos. No solo no van a entender algunas imágenes ni van a saber situarlas en un contexto, sino que pueden generarles miedo o alteraciones del sueño, como insomnio o pesadillas.

En cualquier caso, cuando se aborde el tema hay que recalcar al niño que la familia estará a salvo y hacerle entender que no corre peligro.

Como padres y figuras de referencia, también es fundamental cuidarnos nosotros mismos para que puedan ver en nosotros la base segura que necesitan. Si nos miran y ven calma en nuestro rostro, ellos se tranquilizarán. Si, por el contrario, nos ven angustiados, eso es lo que percibirán.

También es posible que no expresen sus miedos con palabras, pero que se muestren más demandantes o nos pidan más abrazos o besos de lo habitual. Animarlos a expresar sus emociones, validarlas y estar dispuestos a conversar sobre lo que sienten les ayudará.

REFERENCIAS

Janoff–Bulman, R. (1992). Shattered Assumptions: Towards a New Psychology of Trauma. New York: The Free Press.

Dellucci, H. (2017). Les Traumatismes Transgénérationnels. Trouver du sens en prenant en compte ce qui nous dépasse … . En: Tarquinio, C. Brennstuhl, M.J., Dellucci, H., Iracane, M., Rydberg, J.A., Silvestre, M. & Zimmermann, E. Manuel de Psychothérapie EMDR: introduction et approfondissement pratique et psychopathologique. París: Dunod.

Tomarse las cosas con humor mejora nuestra salud mental y emocional

Tomarse las cosas con humor mejora la salud mental y emocional

Tomarse las cosas con humor mejora la salud mental y emocional 1920 1280 BELÉN PICADO

El sentido del humor es una de las principales fortalezas con las que contamos los seres humanos. Contribuye a que podamos poner distancia de los problemas y relativizar aquello que nos preocupa, permite que conectemos entre nosotros, estimula la creatividad y la flexibilidad cognitiva y mucho más. En pocas palabras, tomarse las cosas con humor ayuda, y mucho, a tener una actitud positiva ante a la vida y frente a las adversidades que vamos encontrando en nuestro camino.

Y es que, más allá de contribuir a que pasemos un buen rato o a que nos riamos con una broma o un chiste, el humor constituye un recurso sanador y terapéutico. En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl lo ve como mecanismo para hacer más llevaderos los peores momentos: «Los intentos por desarrollar el sentido del humor y ver las cosas con una luz humorística son una especie de truco que aprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, porque incluso en un campo de concentración es posible practicar el arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente».

En otra parte del libro, este psiquiatra austriaco, que pasó tres años en campos de concentración, se refiere al humor como una de las armas con las que «el alma lucha por su supervivencia». Y añade que «puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque no sea más que por unos segundos».

Desde otra perspectiva, Martin Seligman considera el humor una de las 24 fortalezas con que contamos los seres humanos. Según el psicólogo, considerado el padre de la psicología positiva, estas fortalezas se reparten entre seis categorías, que a su vez se corresponden con seis virtudes universales. Y el humor, junto a la apreciación por la belleza, la gratitud, la esperanza y la espiritualidad, pertenece a la categoría de la trascendencia. Estas cinco fortalezas, que podemos entrenar, nos ayudan a conectar con lo que nos rodea y nos proporcionan un sentido más profundo del significado y el propósito en la vida.

Así procesa nuestro cerebro el sentido del humor

¿Qué ocurre desde que nuestro cerebro percibe algo gracioso hasta que nos reímos? El vídeo El cerebro feliz, que forma parte de un proyecto divulgativo de la Universidad de Navarra, explica muy bien el proceso. Cuando escuchamos o leemos un chiste, inmediatamente nuestros receptores de la vista o el oído envían los datos al cerebro. Una vez aquí, por una parte, el hemisferio izquierdo ordena los datos recibidos mientras tratamos de acertar el final lógico de la historia. Y, por otra, se activa una pequeña área en el hemisferio derecho que es la que nos permitirá poder imaginarnos la historia desde una perspectiva absurda.

En el proceso también interviene un área llamada «central de detección de errores», situada entre ambos hemisferios y que se activa cuando la historia toma ese ‘giro absurdo’. Cada vez que el cerebro detecta un ‘error’ (en este caso la incongruencia) obtiene una gratificación en forma de descarga de dopamina. Esta sustancia química, también conocida como hormona de la felicidad, activa entonces el sistema de recompensa del cerebro encargado de generar la reacción eufórica o la risa.

Desde que nuestro cerebro percibe algo gracioso hasta que nos reímos pasan muchas cosas.

Pero, además del placer que implica la propia risa y este chute de dopamina, son muchos los beneficios de tomarse las cosas con sentido del humor. Vamos a ver algunos.

1. Contribuye a afrontar mejor el estrés

Numerosos investigadores llevan tiempo estudiando la relación entre humor y afrontamiento de situaciones estresantes, entre ellos Heidi L. Fritz. Los estudios realizados hasta ahora por esta profesora de la Universidad de Salisbury (Estados Unidos) apuntan al que el sentido del humor podría ser un eficaz escudo psicológico contra el estrés.

El psiquiatra Luis Rojas-Marcos también alude a su poder reparador en el libro Aprender a vivir: «Su función primordial es aliviarnos la tensión emocional, descargar la inseguridad, el miedo y la ansiedad que reprimimos en el inconsciente. El humor nos permite tratar con ingenio situaciones disparatadas y afrontar con ironía nuestros fracasos. (…) Una buena carcajada nos oxigena, nos mantiene en forma física y mental; alimenta en nosotros una perspectiva jovial, tolerante y despegada de los inevitables sinsentidos y frustraciones del día a día. La gran virtud del humor es que alegra la vida y, probablemente, también la prolonga».

2.  Favorece las relaciones sociales y la comunicación

Casi siempre el humor tiene lugar en un contexto interpersonal, es decir que lo habitual es que nos riamos y bromeemos en compañía. Contribuye a tejer vínculos entre las personas, hace más fáciles las relaciones sociales y permite regular las tensiones y consolidar la cohesión del grupo. Asimismo, las personas con mayor sentido del humor son percibidas como más competentes e, incluso, más atractivas socialmente.

También es un recurso muy utilizado, cuando se habla en público, para captar la atención de los oyentes, conectar con ellos y crear una atmósfera más relajada.

Eso sí, antes de recurrir al humor, siempre hay que tener en cuenta el contexto y las personas que nos están escuchando. Los chistes o bromas que a mí me divierten, pueden no hacer gracia a mi interlocutor o, incluso, ofenderle.

El sentido del humor favorece las relaciones sociales y la comunicación.

3. Facilita la resolución de conflictos

El humor también es muy útil a la hora de gestionar conflictos o mostrar desacuerdos. En el prólogo que escribió para el libro Humor, entre la risa y las lágrimas, Traumas y resiliencia, de Marie Anaut, Boris Cyrulnik relata una anécdota de Groucho Marx, cuando este ya empezaba a ser célebre: “Llega a un hotel de lujo en la costa californiana y antes de bañarse en la piscina ve un letrero que dice: «Prohibido a los judíos». Pide entrevistarse con el director y le dice ceremoniosamente: «Tengo un problema, señor director». Este último le responde educadamente: «¿En qué puedo ayudarle?». «Mire usted: mi madre es cristiana y mi padre judío. ¿Puede indicarme qué mitad de mi cuerpo puedo remojar en su piscina?».

Groucho podía haberse indignado, dejar el hotel, callarse o incluso agredir al director. Sin embargo, dio la vuelta a la situación. «El humor le dio brío. Al dar la vuelta a la agresión antisemita, ridiculizando la prohibición, fue él quien ocupó el lugar del vencedor», concluye Cyrulnik.

4. Ayuda a relativizar y a tomar perspectiva

Cuando recurrimos al humor es más fácil desdramatizar y tomar distancia de problemas y preocupaciones. De este modo y al disminuir la angustia, es más fácil encontrar un mayor número de soluciones, incluso en situaciones para las que no veíamos salida.

Obviamente, esto no significa que no sea normal enfadarse o frustrarse ante situaciones desagradables. Sin embargo, aprender a distanciarse de los problemas encontrándoles una parte graciosa nos ayudará a sobrellevarlos mejor.

5. Ofrece refugio en tiempos de crisis

En épocas de mayor estrés, incertidumbre o miedo, como la que vivimos en la pandemia de coronavirus, por ejemplo, el humor supone una válvula de escape para liberar la tensión acumulada. Es una reacción natural y adaptativa que permite sobrellevar mejor una realidad a veces angustiosa. Chistes, memes, monólogos, vídeos… contribuyen a aligerar y a hacer más llevaderas este tipo de crisis colectivas.

Siguiendo con las citas, en el libro El chiste y su relación con el inconsciente, Freud dice que «el humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo». Una explicación muy acertada de por qué recurrimos a él como forma de evasión.

6. Sentido del humor e inteligencia

No todos aceptan de buen grado ni ven la gracia a ciertos chistes o bromas, englobados en lo que se conoce como humor negro y que para muchos puede llegar a resultar ofensivo. Sin embargo, según las conclusiones de un estudio realizado en la Universidad de Viena, el humor negro es un síntoma de inteligencia. Los responsables de la investigación observaron que las personas que apreciaban este tipo de humor obtenían puntuaciones elevadas tanto en inteligencia verbal como en inteligencia emocional.

Ya lo decía Nietzsche: «La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar». De hecho, él mismo recurrió al humor negro más incisivo en algunas de sus obras.

Otras investigaciones han encontrado, además, una asociación directa entre sentido del humor, habilidades cognitivas, autoestima e inteligencia emocional.

Tomarse las cosas con humor mejor la salud mental y emocional

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7. Humor, trauma y resiliencia

Hay situaciones realmente extremas y contextos traumáticos en los que el humor no solo nos protege del sufrimiento, sino que también puede contribuir a que no nos desorganicemos psíquicamente. En ocasiones, reírnos de lo que nos angustia o nos hiere supone un distanciamiento que permite suavizar nuestros miedos, liberar tensiones internas y a la vez favorece la elaboración del trauma.

Desde esta perspectiva, el humor está relacionado con la resiliencia, esa extraordinaria capacidad para sobreponerse a hechos traumáticos e, incluso, salir reforzado. Supervivientes de catástrofes, prisioneros de guerra y víctimas de diversos traumas se han referido al humor como uno de sus principales mecanismos de afrontamiento. Un ejemplo lo tenemos en Viktor Frankl, de quien ya hablé al principio del artículo.

Ahora bien, puede ocurrir que el humor se convierta en un mecanismo de defensa. Una forma de buscar una regulación que no siempre se encuentra. Es el caso de algunas personas que constantemente están bromeando y burlándose de todo y de todos, incluidas ellas mismas. Se trata de una forma inconsciente de negar el propio sufrimiento y evitar enfrentarse con una realidad demasiado dolorosa.

Este comportamiento puede observarse después del diagnóstico de una enfermedad grave, la pérdida traumática de un ser querido u otro trauma psicológico. Es verdad que, al inicio del proceso, no tomarse las cosas en serio o burlarse de aquello que causa más miedo puede contribuir a protegerse del tsunami de emociones abrumadoras. Pero si uno se queda enganchado y no pasa a la etapa siguiente, ese mecanismo se volverá desadaptativo.

8. Reírse de uno mismo, sí, pero con cuidado

En cuanto al humor aplicado a uno mismo, Marie Anaut advierte en Humor, entre la risa y las lágrimas. Trauma y resiliencia que hay que tener cuidado para que la autoparodia funcione mecanismo adaptativo y no se convierta en «autodepreciación»: «Una mirada humorística sobre uno mismo no debe hacer que uno se rebaje o desvalorice. Más bien al contrario; a menudo la autoparodia es una forma de dar sentido a las dificultades de la vida, tomar el control de los acontecimientos traumáticos y reelaborar su representación. Permite desarrollar el sentimiento de control sobre las situaciones y restaurar la autoestima».

Y, a continuación, la autora pone al director de Annie Hall como ejemplo: «Cuando Woody Allen nos invita a reírnos de su personaje neurótico, controla los límites de la burla y evita la autodenigración. Por lo tanto, dibuja a un personaje positivo, inteligente y bromista, con el que muchos espectadores quieren o pueden identificarse».

«La vida es demasiado importante como para tomársela en serio» (Oscar Wilde)

Los beneficios psicológicos de viajar son numerosos.

10 beneficios psicológicos de viajar

10 beneficios psicológicos de viajar 1024 768 BELÉN PICADO

Cuando la rutina empieza a anestesiar los sentidos no hay mejor manera de despertar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones que coger la maleta o la mochila y viajar. Y no es necesario irse al otro extremo del mundo o pasar un mes lejos de casa. Bastan un par de días para reconectar con nuestras sensaciones y nuestra esencia y recordarnos que estamos vivos. Porque los beneficios psicológicos de viajar no están tanto en los kilómetros recorridos o en el tiempo que estemos fuera como en las vivencias disfrutadas. Tomándome la libertad de cambiar ligeramente el título de un tema de Extremoduro, «viajar ensancha el alma».

Sea cual sea tu plan, si has elegido un destino lejano, disfrútalo. Y, si eres de los que han decidido quedarse a este lado de la frontera, disfrútalo igualmente. En cualquier lugar encontrarás opciones para oxigenar cuerpo y mente y recargar pilas. Seguro que más cerca de lo que crees hay multitud de rincones que explorar y de los que disfrutar.

Viajar tiene numerosos beneficios psicológicos

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Desconectar, practicar habilidades sociales, abrir la mente y desterrar prejuicios, decir adiós al estrés (aunque solo sea por unos días)… los beneficios psicológicos de viajar son muchos. A continuación, te dejo diez razones por las que merece la pena hacerlo.

1. Reduce el estrés y la ansiedad

Los viajes son paréntesis necesarios en nuestra vida que nos permiten oxigenarnos y recargar las pilas. Hasta la más corta de las escapadas puede ayudarnos a relajarnos y a lidiar con el estrés. Preocupaciones y tensiones se desvanecen. Desconectamos de la rutina, de los problemas diarios y nos enfocamos en vivir el presente, dejando a un lado la angustia por el pasado o las preocupaciones por el futuro.

Ya sea en plena naturaleza, disfrutando de la piscina o la playa e, incluso, en un resort con todo incluido si eso es lo que necesitas. Lo importante es que puedas centrarte en el ‘aquí y ahora’ y olvidarte, aunque solo sea por unos días, de rutinas y preocupaciones.

Cuando viajas, resulta más fácil disfrutar con conciencia de todos esos momentos que pasas por alto en el día a día, incluida la compañía de tus seres queridos, pasar un rato agradable con alguien a quien acabas de conocer o, simplemente, disfrutar de una puesta de sol. No hay más obligación que disfrutar.

2. Potencia la capacidad para resolver problemas

Cuando viajamos estamos saliendo de nuestra zona de confort. Vivimos experiencias que a menudo conllevan tomar decisiones y resolver contratiempos, nos exponemos a situaciones nuevas que ponen a prueba nuestra tolerancia a la incertidumbre…

Se trata de circunstancias y desafíos que, quizás, no estemos acostumbrados a encontrar en la vida diaria. Pero justo son esos retos los que nos llevan a abrir nuestra mente y a descubrir nuevos puntos de vista, nuevas estrategias y modos de solucionar problemas que quedarán en nuestro ‘caja de recursos’.

3. Mejora las habilidades sociales

Los viajes son estupendas oportunidades para conocer gente nueva y practicar nuestras habilidades sociales y de comunicación. Y esto es especialmente beneficioso si nos cuesta relacionarnos con otras personas. A menudo, se dan situaciones en las que, casi sin darnos cuenta, nos encontramos hablando con un perfecto desconocido e, incluso, sorprendiéndonos de nuestra capacidad de socializar. Al fin y al cabo, los lugares no están completos sin las personas que los habitan. Si realmente queremos conocer la cultura de un país, no basta con leer la guía correspondiente; el viaje será mucho más enriquecedor si nos paramos a hablar con sus habitantes y, sobre todo, s i nos paramos a escucharles.

En caso de que optes por un viaje organizado, no solo conocerás gente en tu destino; también podrás poner a prueba tus dotes comunicativas y socializadoras con tus compañeros de viaje. Es posible que en los primeros días te cueste un poco más, pero verás que te sueltas enseguida. Y, si te animas a viajar solo o sola, este beneficio será mucho mayor.

4. Abre la mente y derriba prejuicios

Viajar es la mejor solución para deshacerse de estereotipos y prejuicios. Nos enriquece emocional y mentalmente. Nos convierte en personas más tolerantes, empáticas, flexibles y respetuosas. Nos permite descubrir que hay otros puntos de vista diferentes a los nuestros, otras formas de pensar, otras visiones, otras formas de hacer las cosas. Ni mejores, ni peores que las que conocemos. Solo diferentes.

Conocer otros países ayuda a desmitificar creencias, a desechar ideas preconcebidas y a romper estereotipos que muchas veces no sabíamos ni que teníamos. Nada mejor que conocer otras realidades, culturas y costumbres para darnos cuenta de todo lo que podemos aprender si nos quitamos la venda de los prejuicios.

Pero también podemos decir adiós a muchos recelos quedándonos dentro de nuestras fronteras. Solo tenemos que escuchar, pero no únicamente con los oídos. También es necesario mantener abiertos mente y corazón.

Viajar ayuda a derribar prejuicios.

5. Favorece el autoconocimiento

Abandonar durante una temporada nuestro entorno nos ayuda a conectar con nosotros mismos y a tomar perspectiva sobre quiénes somos, qué queremos y qué es realmente importante en nuestra vida. Puede cambiar nuestra forma de ver las cosas y la vida en general. Puede que, incluso, se modifiquen nuestras prioridades y empecemos a dar menos importancia a las cosas materiales y a apreciar otras que antes no valorábamos.

Además, al tener que afrontar situaciones nuevas, nos hacemos conscientes de recursos que poseemos y en los que no habíamos reparado. Y, de paso, desarrollamos otros nuevos.

Este autoconocimiento es mucho más potente cuando nos atrevemos a dejar los miedos y las inseguridades a un lado y nos animamos a viajar solos. Así es más fácil percibir cómo nos sentimos ante diferentes situaciones y, algo muy importante, estamos cara a cara con esas emociones que normalmente evitamos. Si no habéis probado, os animo a hacerlo. Y en caso de que una semana o quince días os parezca demasiado tiempo para empezar, animaos a hacer una escapada de un par de días. Veréis como vuestra conciencia y todos vuestros sentidos se despiertan y se abren de par en par.

6. Constituye un antídoto contra el miedo y las inseguridades

La mejor forma de superar los miedos es exponernos a ellos. Además, en la mayoría de las ocasiones, una vez que estamos ante esas situaciones que tanto temor nos producían nos damos cuenta de que no eran para tanto. Un temor muy común es negarnos a ir a un país donde no hablan nuestro idioma por temor a tener algún contratiempo y no poder comunicarnos. Sin embargo, os sorprendería lo que hace el lenguaje gestual, un papel y un bolígrafo para dibujar o tener un simple mapa a mano.

Cuando viajas relativizas determinadas creencias y, casi sin percatarte de ello, esos temores se desvanecen. Y lo mismo ocurre con los miedos que puedas tener por lo que te han contado sobre un país y sus habitantes. Compruébalo por ti mismo y date la oportunidad de experimentar si es cierto. Obviamente, no se trata de que te vayas a un lugar objetivamente inseguro y peligroso. La prudencia es necesaria en cualquier situación, pero también lo es aprender a distinguir el miedo que sentimos frente a un peligro real del que aparece ante situaciones que no controlamos o que no nos resultan familiares.

7. Es un aprendizaje constante

Vivir experiencias únicas en entornos diferentes a los que estamos acostumbrados nos deja aprendizajes que no solo mejoran nuestra cultura y conocimiento, sino que también nos mejoran como personas. Viajar proporciona visiones diferentes, y mucho más auténticas, sobre la manera de vivir de otras gentes, su historia, su religión, cómo se relacionan o su forma de afrontar las dificultades.

Un viaje no solo supone una lección de historia, conocimiento del medio, geografía o idiomas. Si estamos abiertos a aprender y a sumergirnos en otras culturas, es muy posible que nos llevemos muchas lecciones aprendidas a casa, sobre todo lecciones de vida.

8. Estimula el cerebro y fortalece las redes neuronales

La rutina es nefasta para el cerebro. Por el contrario, exponernos a nuevos lugares, olores, sabores, sensaciones y sonidos es tremendamente beneficioso para nuestra masa gris. El neurólogo José Manuel Moltó lo explica muy bien en esta entrevista: «Nuestras neuronas pueden crear nuevas conexiones, incluso se pueden formar neuronas nuevas, pero para ello es fundamental entrenar y estimular el cerebro. Y hay tres elementos clave para hacerlo: enfrentar a nuestro cerebro a la novedad, la variedad y el desafío. Viajar cumple con los tres».

Situaciones tan simples como aprender nuevas calles, hacer un mapa mental del lugar donde uno está o tener que comunicarse en otro idioma estimulan el cerebro y lo vuelven más plástico y creativo. Viajar requiere aprender y memorizar todo lo que al principio nos resulta extraño y desconocido hasta hacerlo familiar. Esto es un desafío y un auténtico entrenamiento acelerado para el cerebro.

9. Estimula la creatividad

Otro de los beneficios psicológicos de viajar es que transforma nuestro modo de ver las cosas. Gracias a la neurociencia sabemos que entrar en contacto con nuevos lugares y experiencias favorece la flexibilidad cognitiva (capacidad de la mente para ir saltando entre distintas ideas) y la habilidad para conectar elementos que no tienen relación aparente o inmediata. Y ambos aspectos son claves en el pensamiento creativo.

Ahora bien, no basta con visitar un lugar para convertirnos en ‘estrellas’ de la creatividad. Para que el beneficio sea mayor, hay que sumergirse en la cultura y vivir experiencias multiculturales, es decir, establecer relaciones con el entorno y sus gentes.

10. Ayuda a ser un poco más feliz

Según una investigación dirigida por el profesor de Psicología Thomas Gilovich en la Universidad Estatal de San Francisco (Estados Unidos), viajar aporta más felicidad que comprar cosas materiales. «Nuestras mayores inversiones deberían dedicarse a crear recuerdos sobre la base de experiencias y vivencias personales, como las que se generan viajando», explica Gilovich en las conclusiones de esta investigación. La razón está en que la suma de las experiencias y los recuerdos almacenados de dichas vivencias aportan bienestar a largo plazo, frente a la satisfacción momentánea que se siente al comprar algo.

Además, un viaje proporciona placer por partida triple: cuando lo planificamos y visualizamos, durante el propio viaje; y después, cuando lo evocamos, ya que los recuerdos generan sensaciones placenteras similares a las que se perciben cuando estamos viviendo la experiencia.

Viajar nos enriquece como personas.

Viajar para huir o viajar para crecer

«Podrás recorrer el mundo, pero tendrás que regresar a ti», decía el filósofo Krishnamurti. Hay una gran diferencia entre viajar para escapar y viajar para crecer como persona. Los problemas no solo nos acompañan por muy lejos que vayamos, sino que cada vez nos pesarán más. A veces, creemos que basta con alejarnos de los conflictos para que desaparezcan por sí solos y no nos damos cuenta de que hasta que no los afrontemos seguirán con nosotros, vayamos donde vayamos.

Cuando viajamos para huir, las experiencias no nos nutren y se convierten en un peso más que cargamos en la mochila. Ni los paisajes más bellos ni los destinos más exóticos van a cambiar eso. Porque casi todo nos recordará el problema que no resolvimos o la conversación que dejamos pendiente. Y así no se puede disfrutar de un viaje.

Cuando viajamos para crecer, todos nuestros sentidos se enfocan en absorber experiencias que se convertirán en alimento para el alma. Aprenderemos, disfrutaremos, nuestra mente se abrirá y nuestra perspectiva de las cosas cambiará. Y a la vuelta, todo estará incluso mejor de lo que lo dejamos. Porque cuando nosotros cambiamos y evolucionamos, todo evoluciona con nosotros, como un engranaje perfecto.

Las respuestas siempre están dentro de nosotros, así que no nos servirá de nada buscarlas fuera, ya sea en otras personas o en un destino al otro lado del mundo.

A las personas con misofonía les resulta intolerable el ruido que hacen otras personas al masticar, toser o respirar.

¿Te desquicia el ruido de la gente comiendo? Quizás tengas misofonía

¿Te desquicia el ruido de la gente comiendo? Quizás tengas misofonía 1920 1301 BELÉN PICADO

Hay personas a quienes el ruido que produce alguien al masticar, toser o respirar les resulta intolerable. Hasta el punto de provocarles reacciones extremas de irritabilidad, ansiedad y hasta agresividad. Lo que les ocurre tiene un nombre: misofonía. Es una alteración neuropsicológica que se caracteriza por reacciones irracionales y desproporcionadas, emocionales y físicas, ante ciertos sonidos cotidianos repetitivos o que siguen un patrón. Incluso cuando son de baja intensidad. Este desorden también se conoce como Síndrome de Sensibilidad Selectiva al Sonido (SSS) y puede perjudicar la calidad de vida y la estabilidad emocional de quien lo sufre.

Para que os hagáis una idea de lo que se siente, imaginad el sonido de unas uñas arañando una pizarra. Y ahora, pensad en qué sentiríais si lo escuchaseis constantemente. Pues eso es lo que viven las personas con misofonía con ciertos sonidos tan habituales como masticar o toser.

La verdad es que escuchar masticar a otro no es agradable y es normal que nos moleste en mayor o menor medida. La diferencia con una persona que sufre misofonía está en la intensidad de ese malestar. Un afectado por esta alteración puede llegar, incluso, a modificar sus hábitos para no tener que escuchar ciertos sonidos. Unas veces puede camuflarlos con música a través de auriculares, otras ponerse tapones en los oídos o, directamente, tratar de evitarlos. En ocasiones, el nivel de perturbación es tal que el afectado termina huyendo también de las relaciones sociales y aislándose.

La misofonía afecta seriamente la calidad de vida y la estabilidad emocional de quien las sufre.

Características de la misofonía

  • En cuanto a la prevalencia, afecta a más gente de la que se cree. Un estudio de 2014 sugería que podría afectar a un 20 por ciento de la población.
  • Habitualmente el malestar se produce ante sonidos producidos por otros seres humanos. Pero, a veces las personas con misofonía también pueden pasarlo mal con el tic tac de un reloj o con un grifo goteando.
  • La emoción ante el sonido va acompañada de sensaciones físicas. Puede haber aumento de la tensión muscular y del ritmo cardíaco, mayor sudoración y sensación de angustia. Cuando el sonido disparador cesa, la agitación emocional suele permanecer. Algunas personas refieren que siguen escuchando el sonido y reviviendo la experiencia en su mente.
  • Pese a que puede aparecer a cualquier edad, suele hacerlo al final de la infancia o en la adolescencia.
  • El sonido que desencadena la reacción de malestar no tiene por qué tener una intensidad elevada. De hecho, a menudo quienes no sufren la alteración ni siquiera lo perciben.
  • La misofonía puede aparecer de forma independiente. O también como un síntoma de otros trastornos:. trastorno obsesivo-compulsivo, síndrome de Tourette, cuadros ansioso-depresivos, etc. También es común en personas con acúfenos.
  • Si bien algunas personas con misofonía tienen también algún problema auditivo, una condición no implica la otra.
  • En ciertos casos, únicamente se experimenta malestar cuando el sonido que lo provoca procede de alguien en particular.
  • Quienes la padecen suelen ser conscientes de que sus reacciones son desproporcionadas, pero no pueden hacer nada y esto aumenta su desasosiego.
  • En la mayoría de los casos, no se trata tanto del malestar que producen los propios sonidos, como del contexto en el que tienen lugar. Un mismo ruido, como carraspear, puede molestar más o menos dependiendo de quién lo haga o según las circunstancias. De hecho, a menudo, el malestar tiende a incrementarse cuando se trata de personas con quienes se tienen mayores lazos emocionales.

¿Por qué se produce?

Todavía se desconoce qué causa exactamente la misofonía. Pero sí hay consenso en que se trata de un trastorno neurológico. Y también en que los estímulos auditivos son malinterpretados por el sistema nervioso central.

Igualmente, en algunos casos la reacción se desencadenó inicialmente ante un sonido específico; y luego, con el paso del tiempo, también se hicieron molestos otros estímulos auditivos que antes eran ‘neutros’. Lo mismo ocurre con las personas. Al principio solo me molesta que una persona determinada haga un ruido concreto y acaba por sacarme de quicio que lo haga cualquier otra.

Las imágenes también pueden llegar a ser disparadores. La misofonía comienza con un detonante auditivo y, a continuación, las imágenes inmediatamente anteriores al sonido se convierten en un disparador visual. Si el desencadenante es la masticación, ver a alguien que se lleva la comida a la boca puede ser un desencadenante. Esto mismo puede ocurrir con estímulos olfativos (ciertos olores) o táctiles (tocar un teclado). A veces, el mero hecho de presentir que se va a producir un sonido es suficiente para que aparezca el malestar.

En otras situaciones, se establece una asociación entre el estímulo auditivo y una experiencia traumática. Por ejemplo, sufro una agresión y el agresor está masticando chicle mientras me ataca. En ese momento, es muy posible que ni siquiera sea consciente de ello. Pero ese estímulo auditivo quedará asociado al suceso y, con el tiempo, escuchar a alguien mascando chicle reactivará el recuerdo. Y lo hará a través de respuestas automáticas emocionales (miedo, ira) y somáticas (taquicardias).

Hay investigaciones que relacionan las reacciones fisiológicas al escuchar determinados sonidos con la activación del sistema nervioso simpático (SNS). Este sistema es el que nos alerta de que existe un peligro y pone en marcha el sistema de lucha/huida.

El papel del cerebro

Para saber por qué algunos sonidos generan tanta perturbación en ciertas personas, antes tenemos que comprender cómo viaja el sonido desde el oído al cerebro. Las ondas sonoras que entra en nuestro oído se transforman, en su camino por el oído medio y el interno, en señales eléctricas. Estas llegan a una parte del cerebro denominada tálamo y de aquí van a la amígdala (región del cerebro que controla las emociones).

Para llegar a la amígdala, la señal puede tomar dos rutas. Una es directa y hace que la respuesta emocional de la amígdala sea inmediata. Por ejemplo, escucho un ruido muy fuerte y el miedo hace que me aparte inmediatamente para evitar el peligro. El otro camino, más largo, pasa antes por la corteza prefrontal medial.  Aquí se interpreta la señal de acuerdo con la situación que se ha dado. Si nuestra corteza interpreta que el sonido no indica peligro, nuestra amígdala no se activará. Se cree que la misofonía podría estar relacionada con ciertos daños en la corteza prefrontal medial. Ante estímulos auditivos neutros el sonido toma la vía más corta produciendo la misma reacción que si hubiera un peligro o una amenaza.

Una investigación realizada en 2017 en la Universidad británica de Newcastle apoya también la hipótesis de que la respuesta emocional de personas con esta alteración está mediada por ciertos cambios en el cerebro. En el estudio, se expuso a 42 voluntarios, con y sin misofonía, a estímulos auditivos neutros (agua hirviendo, lluvia), sonidos molestos (un bebé llorando, una persona gritando) y sonidos de «activación» (ruidos al masticar o al respirar). Ante los sonidos de activación, las personas con misofonía experimentaron una sobrecarga en áreas del cerebro relacionadas con el control emocional. También un aumento significativo del ritmo cardiaco y de la sudoración.

El sonido que se produce al masticar una manzana puede ser un suplicio para una persona con misofonía.

Una escala para evaluar la misofonía

Una de las escalas para determinar si existe misofonía y evaluar el grado de gravedad es la Misophonia Activation Scale. Incluye 11 niveles de intensidad:

0: Percibo un ruido molesto conocido, pero no siento ninguna molestia.

1: Soy consciente de la presencia de la persona que causa el ruido, pero no siento ansiedad o esta es mínima.

2: El sonido desencadenante de la misofonía me provoca un mínimo malestar psíquico y una mínima irritación o molestia. No hay síntomas de pánico ni respuesta de lucha o huida.

3: Siento crecientes niveles de malestar psíquico, pero no genero una respuesta física. Puedo estar hipervigilante a ciertos estímulos audiovisuales.

4: Mínima respuesta física. Conductas de afrontamiento no conflictivas (pedir a la persona que deje de hacer ruido, taparse el oído discretamente o alejarse tranquilamente). No hay síntomas claros de pánico o de huida.

5: Adopto mecanismos de afrontamiento más directos. Puedo taparme los oídos abiertamente, imitar a la persona que hace el ruido o manifestar claramente mi irritación.

6: Experimento ya un malestar psíquico considerable. Comienzan a aparecer síntomas de pánico y una respuesta de lucha o huida.

7: Creciente malestar psíquico. Recurro a mecanismos de confrontación frente al sonido cada vez más fuertes y frecuentes. En este nivel puede producirse excitación sexual no deseada. Y volverse uno a imaginar el sonido detonante durante semanas, meses o años después del evento.

8: El malestar psíquico sigue siendo considerable y pueden llegar a surgir algunas ideas de violencia.

9: El pánico y/o la reacción de rabia están en pleno apogeo. Decido no recurrir a la violencia contra la persona causante del sonido. También me alejo del ruido y evito el uso de la violencia física hacia un objeto inanimado. La irritación, el pánico, la ira puede manifestarse en la conducta de víctima.

10: Puede haber violencia física contra una persona, un animal (un animal doméstico) o hacia uno mismo (autolesiones).

Diferencias con la hiperacusia, la fonofobia y los acúfenos

Aunque estos cuatro conceptos están relacionados con el sistema auditivo es importante no confundirlos:

  • La fonobia es el miedo irracional a los ruidos fuertes y repentinos. En la misofonía, además de no haber miedo, sino aversión, los sonidos que producen el malestar no tienen por qué ser fuertes. Pueden ser de cualquier intensidad. Lo que sí tienen en común es la tendencia a no soportar el ruido y a experimentar síntomas de ansiedad.
  • Hiperacusia: En este caso el problema no es, como en la misofonía, que no se puedan tolerar ciertos ruidos por resultar extremadamente desagradables. En la hiperacusia la mayoría de los sonidos, sin distinción, se perciben a un volumen mucho más alto del real. Esto pasa cuando está dañada la capacidad del sistema auditivo para manejar aumentos rápidos del volumen del sonido. Además, puede llegarse a experimentar dolor físico.
  • Tinnitus o acúfenos: En este caso no existe un estímulo externo, como sí ocurre en la misofonía. La persona percibe un sonido interno, un ruido abstracto y repetitivo, que se intensifica en ausencia de una fuente sonora.

Misofonía y COVID-19

Según un estudio realizado recientemente por investigadoras de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y publicado en la revista especializada Frontiers in Psychiatry, las personas con misofonía vieron agravada su situación durante el confinamiento por la pandemia de coronavirus. Las autoras, Antonia Ferrer-Torres y Lydia Giménez-Llort, concluyeron que el confinamiento estricto del año pasado empeoró el bienestar y los síntomas psicológicos de las personas con misofonía. Especialmente en las mujeres.

Los resultados mostraron un aumento de conflictos interpersonales, dentro de la familia y de las comunidades de vecinos debido a determinados sonidos. Y aumentaron también las consultas por problemas psicológicos ante la falta de comprensión en el entorno (familiar, vecinal y laboral). Según Ferrer-Torres, «los trastornos del sueño y la hostilidad, la depresión y la somatización se agravaron en estas personas en comparación con las evaluaciones anteriores».

Convivir con la misofonía

En la actualidad no existe un tratamiento específico para la misofonía. Pero sí técnicas que pueden ayudar a convivir con ella y aumentar la tolerancia a determinados ruidos. Y, de paso, disminuir la respuesta emocional y física a los mismos.

Unos auriculares con música pueden ser de gran ayuda para las personas con misofonía.

  • Terapia de Reentrenamiento del Tinnitus (TRT). Se utiliza en el tratamiento de los acúfenos. Pero también se ha mostrado eficaz en casos de misofonía al ayudar a la persona a habituarse al sonido que le perturba.
  • Tener unos tapones o unos auriculares a mano. En casos extremos puede ser necesarios los dispositivos de protección auditiva, como tapones para los oídos o auriculares. Sin embargo, solo deberían utilizarse si no existe otra opción, pues obstaculizan la socialización.
  • Practicar la relajación. Practicar Mindfulness, yoga o aprender técnicas de relajación contribuirá a una mejor gestión de las emociones.   Además, ayudará a alcanzar un estado de calma y a combatir el estrés y la ansiedad derivados del trastorno.
  • Cambiar la perspectiva. Una de las claves para combatir la misofonía está en el modo de interpretar el ruido. Si pensamos que alguien hace ruido al respirar solo para fastidiarnos, ese sonido, inofensivo en un principio, nos molestará más.
  • Menos excitantes. Es necesario limitar el consumo de alcohol, cafeína y otras sustancias excitantes.
  • Terapia EMDR. Si los sonidos que provocan el malestar están asociados a alguna experiencia traumática, la terapia EMDR es una buena opción. Ayudará a reducir o eliminar la emoción negativa asociada a dicho sonido y a procesar de modo adaptativo ese hecho.
  • Practicar la comprensión y la empatía. Y en último lugar, pero no por ello menos importante, si alguien cercano sufre misofonía seamos comprensivos. Uno de los obstáculos que encuentran en su entorno es la falta de empatía, ya que con frecuencia se les tacha de histéricos y exagerados.
El poder de los rituales

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor?

El poder de los rituales ¿Por qué nos ayudan a sentirnos mejor? 1500 1000 BELÉN PICADO

Los rituales han estado presentes en la vida del ser humano desde la Antigüedad, tanto a nivel social como de forma individual. Desde soplar las velas en los cumpleaños a la celebración de bodas o funerales, pasando por las fiestas de los pueblos o ciertas ceremonias relacionadas con la Naturaleza. Cuanto más importante y significativo sea el momento, más elaborado será el rito. Y, aunque es habitual que se les dote de connotaciones mágicas o religiosas, lo cierto es que el poder de los rituales va mucho mas allá. Por sí mismos, nos proporcionan importantes beneficios psicológicos.

Según Nick Hobson, psicólogo canadiense que ha estudiado durante muchos años los mecanismos psicológicos de los rituales, estas conductas nos ayudan a modular nuestras emociones, contribuyen a enfocarnos en nuestras metas y regulan la conexión con otras personas.

De su importancia en las relaciones sociales, también habla el filósofo coreano Byung-Chul Han en su libro La desaparición de los rituales. Para él, estos comportamientos simbólicos transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. «Los ritos transforman el ‘estar en el mundo’ en un ‘estar en casa’. Hacen del mundo un lugar fiable», afirma.

Por ejemplo, un ritual muy seguido en diferentes culturas es el de disfrazarse en Carnaval. Esta fiesta cumple desde sus orígenes una importante función de conexión social. Aunque ahora su componente es sobre todo lúdico, en la Edad Media suponía una válvula de escape. Un oasis de permisividad frente a la represión y la severa formalidad litúrgica de la Cuaresma. Al relajarse por unos días las reglas sociales, sexuales y jerárquicas, las personas podían permitirse dejar la vergüenza a un lado. Podían desinhibirse y dar rienda suelta a su lado más carnal y hedonista.

(En este blog puedes leer el artículo «Carnaval y psicología: humor y transgresión como terapia colectiva«)

Hábito, ritual, superstición o síntoma de un TOC

El hábito es un comportamiento que repetimos de forma automática. Tiene un importante componente práctico y, por lo general, no posee un significado simbólico. Podemos cambiar ciertos elementos cada vez que lo llevamos a cabo y no influye en nuestro estado emocional.   

Los rituales también son repetitivos, pero más rígidos que los hábitos en su estructura y ejecución. Se componen de secuencias particulares de acciones con un significado simbólico, aunque no necesariamente tienen que ser prácticos. Además, al contrario que los hábitos, requieren una intención y tienen un componente emocional muy intenso. Pueden transformar nuestro estado de ánimo y de desempeño de forma instantánea y no solo cuando se repiten con la suficiente regularidad.

Por otra parte, la superstición es la creencia de que un objeto, una persona o una conducta nos va a traer suerte, sin que haya ningún tipo de relación entre una cosa y la otra. Al contrario que los rituales, son totalmente irracionales y en la mayoría de ocasiones perjudican la concentración y el rendimiento. Se trata de un modo ilusorio de defendernos de aquello que escapa a nuestro control.

También hay que diferenciar los rituales de los que os hablo en este artículo de los que se presentan en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). En estos casos, no solo no ayudan sino que interfieren negativamente en la vida cotidiana. Se trata de estrategias relacionadas con  ideas obsesivas irracionales que escapan al control de quien las tiene. La persona sabe que esos rituales no tienen sentido, pero no puede evitar realizarlos.

Os pongo un ejemplo. Un hábito sería aplicarme crema hidratante en el rostro todas las noches antes de irme a la cama porque pienso que será bueno para mi piel. Esta rutina se convertirá en ritual si, además, uso exactamente la misma crema que utilizaba mi madre y lo hago siempre frotándome las mejillas con suavidad y mirándome en el espejo mientras siento cómo esos minutos me conectan con ella. Superstición sería pensar que ponerme crema hará que al día siguiente todo me salga bien. Y si me aplico el producto de una forma compulsiva, porque temo que si no lo hago un determinado número de veces ocurrirá algo muy malo, ya formaría parte de un trastorno obsesivo-compulsivo.

Los rituales ayudan a regular las emociones y a procesar el dolor

Cuando hemos sufrido una pérdida, los rituales nos permiten poner un cierre de un modo significativo para nosotros. Los que practicamos tras el fallecimiento de un ser querido, por ejemplo, sirven para aliviar el dolor emocional y ayudarnos en el proceso del duelo. Son reconfortantes y nos ayudan a expresar sentimientos que de otro modo no sabríamos exteriorizar. Pueden generar una sensación de cierre o, por el contrario, contribuir a mantener viva una parte importante de nuestro pasado. Eventos como los funerales dan la oportunidad al doliente de hacer más real la pérdida, procesarla y compartir el dolor.

Aunque este tipo de ritos varían mucho según la cultura a la que pertenezcamos, hay un mecanismo psicológico subyacente a todos ellos: la recuperación de la sensación de control sobre nuestras vidas.

Los rituales también alejan el miedo a lo desconocido. A los niños, por ejemplo, les encantan y los están realizando continuamente, tanto en el juego como en su vida familiar. Por la noche, antes de irse a dormir, piden una y otra vez que les leas el mismo cuento, aunque lo conozcan de memoria. La repetición, una de las características de lo ritual, les da seguridad y les reconforta.

Igualmente, al tener un importante componente emocional, contribuyen a que recordemos mejor determinados momentos. Y es que para nuestro cerebro es mucho más fácil recordar eventos que nos han generado alguna emoción.

Los rituales ayudan a regular las emociones.

Más percepción de control y menos ansiedad

El ritual nos ayuda a lidiar con la incertidumbre, a poner orden en nuestras vidas y a tener la percepción de control sobre situaciones que nos sobrepasan. Agrega estructura y estabilidad a un mundo que de otro modo sería impredecible

A la hora de lidiar con la ansiedad, estas secuencias de acciones tienen el mismo efecto que realizar ciertos ejercicios de relajación. En un estudio realizado en la Universidad de Harvard se propuso a un grupo de participantes llevar a cabo una actividad que les generase estrés, como cantar en público. A la mitad de ellos se les pidió realizar un ritual previo y a la otra mitad realizar la tarea directamente. Finalizada la investigación, sus responsables encontraron que el primer grupo presentó un ritmo cardiaco más controlado que el segundo.

Las acciones sencillas, estructuradas y repetitivas de estos procesos actúan como auténticos calmantes. Ante una vida llena de incertidumbre y a menudo bastante estresante y caótica, saber exactamente qué hacer y cómo hacerlo transmite una agradable sensación de estructura, control y estabilidad.

El simple acto de incluir en nuestra rutina algo reiterativo que confiere orden y sensación de control, ya es beneficioso para nuestro cerebro. No podemos olvidar que la propia ansiedad se alimenta de la incertidumbre y puede llegar a arrebatarnos el dominio sobre nosotros mismos. Justo reducir este malestar es el objetivo de muchos artistas y deportistas que tienen sus propios rituales antes de salir a actuar o de competir.

Reforzar los vínculos y la cohesión social

¿Recordáis con cuánta rapidez se instauró durante el primer confinamiento por el covid la rutina de salir a aplaudir cada tarde? Los ritos colectivos en los que se hace algo de manera coordinada conllevan una recompensa en forma de conexión y pertenencia.

Hacer regalos, por ejemplo, es un intercambio social y comunicativo inherente a todas las culturas; permite transmitir un mensaje a la otra persona sin necesidad de palabras. En muchas sociedades, la entrega de obsequios desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de los vínculos sociales al crear redes de relaciones recíprocas. Asimismo, y dejando a un lado las connotaciones religiosas, el cumplir con ciertos ritos (bodas, graduaciones, funerales, etc.) tiene mucho que ver con nuestra identidad colectiva.

Aunque no ocurre de forma consciente, mantener ciertas costumbres a lo largo del tiempo, como que la familia se reúna a comer un día específico de la semana o que los habitantes de un pueblo participen en las fiestas anuales, tiene un poderoso efecto. De algún modo, es la reconfirmación de que todas esas personas reunidas forman parte de un grupo con un unos valores, una cultura y unas raíces comunes.

El sociólogo francés Émile Durkheim investigó la fuerza emocional de los grupos y llegó a la conclusión de que cuanto mayor es el nivel de los rituales del grupo, más fuerte es este. Cuando una comunidad de cualquier tamaño promulga repetidamente prácticas simbólicas o pequeñas ceremonias caseras, sus miembros experimentan un mayor grado de fuerza emocional, esperanza y resiliencia.

Además, se genera un fuerte sentimiento de pertenencia. Es el caso de los denominados ritos de paso. Estos, además de marcar las transiciones vitales y ayudar a asimilar esas etapas de cambio,  refuerzan el sentimiento de grupo. Algunos ejemplos los tenemos en las fiestas de los 15 años, las ceremonias de graduación, las bodas o los bautizos (si le despojamos del significado religioso no son otra cosa que la presentación del recién nacido en sociedad). Incluso pasar por primera vez las vacaciones con la familia política puede considerar un rito de paso para convertirse en un verdadero miembro del clan.

Las bodas son rituales de paso.

Mayor concentración y rendimiento

Muchas tradiciones o conductas que seguimos tienen la función de preparar al cerebro y predisponerlo para la tarea que va a abordar. Si antes de hacer un examen me acostumbro a cerrar los ojos unos instantes, hacer tres respiraciones profundas y decirme una frase que me motive, simplemente al entrar en el aula se generarán una serie de pensamientos y sensaciones que me ayudarán a tranquilizarme y a concentrarme mejor.

Concentración y un mayor rendimiento es lo que buscan los deportistas de elite cuando llevan a cabo ciertos rituales antes de una competición. Rafa Nadal, por ejemplo, alinea las botellas de agua en el banquillo durante el descanso entre juegos. «Si no hago lo de las botellas, estoy sentado y a lo mejor me distraigo pensando en otras cosas. Cuando hago las mismas cosas siempre, estoy centrado en lo que tengo que hacer y la cabeza está siempre despierta para pensar puramente en el tenis», explicó el tenista en una entrevista.

Referencias bibliográficas

Durkheim, E. (2014). Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Alianza Editorial

Han B. C. (2019). La desaparición de los rituales: Una topología del presente. Barcelona: Editorial Herder

Hobson, N. M., Schroeder, J., Risen, J. L., Xygalatas, D., & Inzlicht, M. (2018). The Psychology of Rituals: An Integrative Review and Process-Based Framework. Personality and Social Psychology Review, 22(3), 260-284

Oxitocina, el mejor antídoto contra el coronavirus esta Navidad

Más oxitocina para que el coronavirus no te amargue (aún más) la Navidad

Más oxitocina para que el coronavirus no te amargue (aún más) la Navidad 1254 836 BELÉN PICADO

Hormona del amor, del apego, de la confianza o de la monogamia son solo algunos de los nombres que recibe la oxitocina, una sustancia secretada de forma natural por el propio organismo. Aunque su función más conocida es la de estimular las contracciones del final del parto y la producción de leche materna, también cumple con otros cometidos. Por ejemplo, entre muchas otras cosas, reduce el estrés, regula la presión sanguínea y nos ayuda a conectarnos con los demás. Justo lo que necesitamos en tiempos de coronavirus y muy especialmente en estas fechas navideñas.

Afortunadamente, podemos aumentar nuestros niveles de oxitocina de modo natural y sin efectos secundarios. Así que os propongo aprovechar esta circunstancia como ayuda extra para poder disfrutar de unas Navidades, cuando menos atípicas. Pero antes, vamos a saber un poco más acerca de esta hormona, implicada en comportamientos relacionados con la confianza, la generosidad, la formación de vínculos, los comportamientos de cuidado o la empatía.

Dónde se genera la oxitocina

La oxitocina puede actuar como hormona y como neurotransmisor y se genera en una estructura del encéfalo llamada hipotálamo. De aquí es conducida a la hipófisis, donde es almacenada para ser enviada luego donde se necesite. Cuando actúa como hormona, viaja a través del torrente sanguíneo a distintos órganos, por ejemplo, para producir las contracciones en el útero y la secreción de la leche materna. Y cuando funciona como neurotransmisor produce múltiples efectos en el sistema nervioso central. Entre ellos, interviene en la regulación del miedo, eliminando las respuestas de parálisis.

La oxitocina puede liberarse, tanto en el cerebro como en la sangre, con acciones tan simples como recibir un abrazo, ser escuchado, reír, comer chocolate, escuchar buena música, tener un orgasmo, etc.

Además, se produce un ‘efecto contagio’. Susan Kuchinskas, autora del libro La química de la conexión, explica que cuanta más oxitocina esté circulando por el organismo más células la liberarán también. Cuando captamos una señal positiva como que alguien nos sonría, el hipotálamo libera una pequeña cantidad de oxitocina en el cerebro y esta, a la vez, estimula a las demás células para que liberen todavía más.

En qué procesos interviene

La oxitocina interviene en numerosos procesos. De hecho, cada poco tiempo siguen descubriéndose nuevas funciones. Estas son algunas de ellas:

  • Es esencial en el momento del parto y en la lactancia. Además de provocar las contracciones que dilatan el cuello del útero y que permiten que el niño nazca, interviene en la creación del vínculo entre la madre y el bebé. También se libera en ambos durante la lactancia. Cuando el bebé succiona el pecho, la oxitocina se libera en el torrente sanguíneo de la madre, se transfiere a la leche materna y de esta pasa al niño. La mayor concentración de oxitocina endógena que una persona puede experimentar se produce durante el parto y después durante la lactancia.
  • Menos miedo. Investigadores del Centro de Psiquiatría y Neurociencias de la Universidad suiza de Lausanne realizaron un estudio y encontraron que la oxitocina inhibía las respuestas de miedo en la amígdala, en particular las que nos paralizan. Esto significa que lo que hace esta hormona es mantener la sensación de miedo sin que nos quedemos del todo bloqueados. Así, aunque la percepción del peligro permanezca podemos actuar de forma más juiciosa.
  • Genera el placer durante el orgasmo. Tanto en hombres como en mujeres, la oxitocina tiene un papel fundamental en la excitación sexual y en el orgasmo. Sus niveles aumentan durante el acto sexual y alcanzan el nivel máximo durante el orgasmo, provocando la contracción de las fibras musculares que permiten la eyaculación o las contracciones uterinas.
  • Nos conecta con los demás. La oxitocina está estrechamente relacionada con la creación y el mantenimiento de lazos afectivos y no solo entre madre e hijo, entre familiares o entre los miembros de una pareja. De hecho, aumenta de forma natural cuando hablamos con amigos, nos acarician o miramos a un bebé. Esta función tiene mucho que ver con la evolución de nuestra especie. De algún modo, la oxitocina funciona como un ‘pegamento’ que nos mantiene unidos a los demás, reforzando los lazos sociales y aumentando la generosidad y la empatía.

  • Propicia la monogamia y la fidelidad. Varias investigaciones han demostrado que la explicación de que los topillos de la pradera sean una de las pocas especies monógamas que hay en el mundo animal está en que tienen más receptores de oxitocina que otras especies parecidas no monógamas. Al contrario de lo que sucede con otros animales, que rehúyen a la hembra tras el apareamiento, estos roedores establecen un fuerte vinculo e, incluso, cuidan juntos a sus crías. En el caso de los seres humanos, cuando una persona tiene una relación sexual estable y satisfactoria con otra también se hace ‘adicta’ a su oxitocina. Precisamente, investigadores de las universidades escocesas de Edimburgo y Saint Andrews analizaron las razones por las que las personas mantienen o no una pareja y descubrieron que la producción de oxitocina está relacionada con la capacidad para conservar una pareja durante un largo período de tiempo.
  • Favorece la relajación y la calma. La oxitocina juega un papel fundamental en la regulación del estrés. ¿Cómo? Disminuyendo la actividad del sistema nervioso simpático, que es el que nos mantiene alerta, y aumentando los niveles de opiáceos endógenos. De este modo, se reduce la tensión arterial y el ritmo cardiaco y disminuyen las hormonas del estrés, dando paso a una sensación de bienestar y relajación.
  • Aumenta la confianza. La capacidad de poder confiar en otra persona, tanto en las relaciones amorosas, como en la amistad o incluso en los negocios, también está regulada por la oxitocina. Esto se debe en parte a que reduce la actividad en los circuitos cerebrales que procesan el miedo.

Aumentar la oxitocina de forma natural

Ya pases estas fechas con parte de tu familia o solo/a, seguro que puedes aumentar tus niveles de oxitocina con alguna de estas propuestas.

  • Acompaña tus días con música. La música nos ayuda a sobrellevar mejor situaciones difíciles, ya que estimula la producción de las llamadas sustancias de la felicidad: endorfinas, dopamina y, por supuesto, oxitocina. De hecho, cuando escuchamos una melodía que nos gusta se activan en el cerebro los mismos centros de placer que si estuviéramos comiendo chocolate o haciendo el amor. Además, a través de la música y sus letras evocamos situaciones que hemos vivido y sentimos más cerca a las personas con las que nos gustaría estar y compartir.
  • Haz ejercicio. Actividades como salir a correr, hacer senderismo o bailar también estimulan la liberación de oxitocina. Un estudio demostró que atletas que competían en carreras de larga distancia tenían mayores niveles de esta hormona después de completar una maratón que antes de hacerlo. Y si lo tuyo son los deportes más tranquilos, anímate a practicar yoga. La sensación de bienestar después de cada práctica tiene mucho que ver con la oxitocina. Es más, muchas posturas y técnicas de respiración van encaminadas a ‘descongestionar’ el hipotálamo y la hipófisis, que son justamente los órganos encargados de la liberación de esta hormona.
  • Iníciate en la meditación. Se trata de una potente y valiosa herramienta que nos ayuda a aumentar los niveles de oxitocina en sangre y, a la vez, contribuye a relajar cuerpo y mente. Esto nos permite alcanzar la calma y el equilibrio interior y, en consecuencia, reducir el estrés.
  • Practica la generosidad y el altruismo. No se trata de gastarnos todos nuestros ahorros en un gran presente. Basta con sorprender con un detalle o, incluso, regalando parte de nuestro tiempo para favorecer la conexión con los demás.  Lo que realmente desata la liberación de oxitocina es el hecho de pensar en la otra persona con cariño y con ganas de agradarle.
  • Llora cuanto necesites. Ya sea que las Navidades en general te ponen triste o que estas en particular te tengan llorando por los rincones, no te cortes a la hora de derramar las lágrimas que necesites. Cuando estamos tristes y lloramos aumentan los niveles de oxitocina a la vez que disminuyen los de adrenalina y cortisol, sustancias relacionadas con el estrés. Por eso, tras un episodio de llanto es habitual que encontremos alivio y calma.
  • Pero no te olvides de sonreír. Solo hacer la mueca de la sonrisa, independientemente de que haya un motivo o no, es suficiente para empezar a sentirse bien. Y es que, en el cerebro, se pone en marcha un proceso bioquímico en el que se ven implicadas al menos siete hormonas, entre ellas la oxitocina. En caso de que estés pensando que, total, con la mascarilla nadie va a darse cuenta, busca otra excusa. Porque cada vez que sonríes, si bien la mitad de esa sonrisa es para los demás, la otra mitad es para ti. Y como la primera persona que va a beneficiarse eres tú, puedes aprovechar para empezar a regalarte sonrisas más a menudo. Además, la sonrisa también puede verse en los ojos… lo que nos lleva al siguiente punto.

  • Mira a los ojos. Algo tan sencillo como mirar a los ojos, cuando se hace de forma no amenazadora, aumenta de forma natural la oxitocina y la fuerza del vínculo social. De hecho, es esta hormona la que hace que las personas se sientan inclinadas a sostener un contacto visual más prolongado con sus seres queridos. Y si la mirada va a acompañada de una sonrisa, mucho mejor.
  • Cuida tu vida social. Mantén el contacto con tus amigos y tu familia. Si puedes hacerlo en persona, fenomenal; y si no, comunícate con ellos a través de videollamadas. Conversar vía on line con alguien que te importa también te nutrirá y te hará sentir bien. Y no olvides practicar la escucha activa. En la comunicación tan importante como hablar es escuchar. Saberse comprendido, escuchado y validado fortalece el vínculo y, por tanto, favorece la activación de oxitocina.
  • Sé amable. Como en el caso de la sonrisa, la amabilidad aumenta la liberación de oxitocina en doble dirección. Cuando animamos a alguien, le consolamos y tenemos un gesto amable, no solo estamos facilitando el aumento de esta hormona en esa persona. A la vez, el hecho de ser nosotros quienes apoyemos a los demás revierte positivamente en nuestros propios niveles de oxitocina.

¿Y el contacto físico?

Sin duda, el contacto físico es una de las formas más importantes de aumentar los niveles de oxitocina, sobre todo con alguien significativo para nosotros. Cuando abrazamos, nos tocan o recibimos un masaje se activa la hormona del amor y se refuerza el sistema inmunológico. Por ello hay que recurrir a él siempre que sea posible, ya sea a través del sexo con nuestra pareja, abrazos a familiares o amigos o caricias a nuestros hijos.

En estas demostraciones físicas de cariño, tan gratificantes y nutritivas, están incluidas las que dedicamos a nuestras mascotas. Pese a que todos sabemos que un animal no es un ser humano, nuestro cerebro reacciona del mismo modo. También segregamos oxitocina cuando los tenemos cerca o los abrazamos.

Desafortunadamente, la irrupción de la COVID-19 lo ha trastocado todo. Se impone la prudencia y la necesidad de limitar este tipo de contacto cuando no estamos entre convivientes. Lo mejor para aliviar el “hambre de piel” que nos invade a muchos es reforzar el contacto físico con quienes convivimos o expresar nuestros sentimientos y demostrar nuestro cariño a través de los gestos o las palabras con quienes no convivimos. Si, de todos modos, necesitas un chute directo de oxitocina y piensas dar o recibir algún que otro achuchón, mejor limita al máximo el riesgo:

  • No abraces a nadie con síntomas de COVID.
  • Utiliza siempre mascarilla.
  • Durante el abrazo evitad juntar las mejillas. Mejor girar la cara en la dirección opuesta para evitar el contacto. En el caso de abrazos con niños, que el niño abrace al adulto a la altura de la cintura o de las rodillas. El adulto, por su parte, debe abrazar al niño por la espalda y/o besarle en la nuca.
  • Procura que el tiempo de contacto sea lo más corto posible y aléjate rápido para no respirar cerca de la cara de la otra persona. También es muy importante no hablar ni toser durante el abrazo.
  • No abraces a personas que pertenezcan a grupos especialmente vulnerables, como ancianos u otras personas de riesgo.
  • Contén la respiración en la medida de lo posible durante los segundos que dure el abrazo. Así evitarás transmitir o inhalar gotas respiratorias infecciosas.
  • Lávate o desinféctate las manos antes y después.

Estas Navidades toca mirarnos más que nunca a los ojos, confiar, ser amables, regalarnos sonrisas y, sobre todo, no dejar que la COVID-19 nos amargue las fiestas.

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La anhedonia es la incapacidad de sentir placer por cosas de las que antes se solía disfrutar.

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19)

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19) 1280 853 BELÉN PICADO

La situación creada por la pandemia de coronavirus está poniendo a prueba nuestras estrategias de afrontamiento y, en general, nuestra salud mental. Uno de los síntomas que ha ido haciéndose más habitual a medida que se ha ido prolongando esta situación de incertidumbre ha sido la anhedonia.  En 1897, el psicólogo y filósofo Théodule Armand Ribot bautizó con este término a la incapacidad (total o parcial) para sentir placer, satisfacción o interés por actividades con las que se solía disfrutar. Es como una «anestesia al revés»: en vez de evitar que sintamos dolor, nos impide sentir placer.

En ocasiones aparece de forma puntual y en personas sin ninguna psicopatología cuando se ven expuestas a factores potencialmente estresantes, como lo está siendo la COVID-19. Sin embargo, lo común es que se experimente como efecto secundario de algunos medicamentos o como un síntoma de ciertos trastornos: depresión, distimia, ansiedad, esquizofrenia, trastorno por estrés postraumático, adicción a sustancias, etc.

En los últimos meses hemos pasado tanto tiempo en casa que es normal que haya momentos de aburrimiento en los que nada parece satisfacernos. De hecho, todos hemos pasado por etapas en las que nos han dejado de gustar cosas que antes nos encantaban. El asunto cambia cuando deja de ser una circunstancia ocasional para convertirse en recurrente y generalizarse a muchos aspectos de nuestra vida. Hasta el punto de pensar que no hay nada que nos importe e, incluso, tener la sensación de que nada tiene sentido.

A menudo, la anhedonia va acompañada por: cambios de peso, problemas de sueño, fatiga o sensación de tener poca energía, disminución de la libido, dificultad para concentrarse, sentimientos negativos hacia uno mismo y los demás y, en ocasiones, ideación suicida. La persona tiende a aislarse, reduce su actividad y se va abandonando poco a poco en aspectos como la higiene personal, la alimentación o las relaciones.

También es habitual el sentimiento de culpa, e incluso de vergüenza, por no poder disfrutar de lo que antes sí producía placer y que otros sí disfrutan. Y esto puede obstaculizar el buscar ayuda.

El confinamiento por coronavirus ha aumentado los casos de anhedonia.

Dopamina y sistema de recompensa

Nuestro cerebro libera una sustancia química, la dopamina, que interviene en la activación del sistema de recompensa. Cuando este circuito funciona correctamente la dopamina es la responsable de la sensación de placer que experimentamos al comer, escuchar una pieza musical, tener relaciones sexuales o coger en brazos a un hijo recién nacido, por ejemplo.

La anhedonia se produce cuando hay una alteración del sistema de recompensa. O cuando en situaciones de estrés y ansiedad el cerebro deja de producir dopamina.

Tipos de anhedonia

Hay personas que son incapaces de experimentar placer y disfrute en general, mientras que a otras solo les ocurre en ciertos contextos.

  • Anhedonia física. Incapacidad para experimentar placer frente a sensaciones físicas agradables como un abrazo,  estímulos físicos como la comida, etc.
  • Anhedonia social. Se produce cuando la persona no disfruta del contacto con los demás ni tiene interés por relacionarse. Si la situación se mantiene puede llevar al aislamiento y a la desconexión emocional hacia los demás.
  • Anhedonia musical. Incapacidad para emocionarse o disfrutar al escuchar una melodía, aunque otras actividades sí produzcan sensaciones placenteras. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Barcelona y del Instituto Neurológico de Montreal, en Canadá, confirmó que hay personas sin ningún trastorno de base que pueden identificar si una pieza musical es triste o alegre, pero no llegan a convertir esa percepción en emoción.
  • Anhedonia eyaculatoria. Pese a que se cree que la eyaculación siempre es placentera y va asociada al orgasmo, no siempre es así. La anhedonia eyaculatoria se produce cuando la eyaculación no va acompañada del placer del orgasmo.

Anhedonia, apatía y alexitimia

La anhedonia suele confundirse con la apatía y la alexitimia, aunque son conceptos diferentes. La anhedonia está relacionada con la apatía porque ambos son síntomas de trastornos como la depresión, pero no son lo mismo. La apatía hace referencia a la ausencia o pérdida del interés y motivación por las cosas, pero esto no implica que una vez que se hagan no se disfruten.

En el segundo caso, mientras que las personas con anhedonia dejan de sentir emociones placenteras, quienes tienen alexitimia sí las sienten. Lo que ocurre es que son incapaces de reconocerlas. Además, en la anhedonia hay un estado previo en el que sí se sentía placer, mientras que en la alexitimia no existe ese ‘estado anterior normal’.

La Melancolía, de Paul Gauguin

La Melancolía, de Paul Gauguin.

La anhedonia como mecanismo de defensa ante un evento traumático

Las experiencias traumáticas que han impactado gravemente en la vida de una persona también pueden conducir a la anhedonia. En estos casos, funciona como un mecanismo de defensa para distanciarse de aquello que resulta doloroso. De forma puntual, dicho mecanismo puede resultar útil, pero si se vuelve crónico acabará interfiriendo en la capacidad para disfrutar. Por ejemplo, sufrir una violación puede provocar que el placer que se sentía al tener relaciones sexuales desaparezca. En esta y otras situaciones similares, es posible que la persona, al no poder soportar el dolor emocional que ese hecho le provocó, se anestesie inconscientemente. De este modo no siente las emociones negativas, pero tampoco las positivas.

En general, las personas que han sufrido un trauma están más acostumbradas a llevar a cabo acciones destinadas a evitar el dolor y el miedo, que a buscar emociones positivas asociadas al placer. Al estar preocupadas por los posibles peligros, no han aprendido a prestar atención a aquello que podría aportarles placer. Incluso es posible que desconozcan qué actividades les brindan sensaciones de bienestar, qué les suscita curiosidad o interés o qué estímulos sensoriales les parecen más agradables.

En el caso de que haya habido abusos sexuales acompañados de excitación sexual, la víctima puede haber sentido una mezcla compleja de sensaciones de dolor y excitación (ante la estimulación de una zona erógena puede haber una respuesta genital involuntaria, el cuerpo responde aunque la mente no acompañe). Y cabe la posibilidad de que en el futuro anestesie inconscientemente la sensación de placer. Bien porque se sienta culpable o “mala persona” por la excitación que sintió durante los abusos, o bien porque tenga miedo de que el dolor y la vergüenza aparezcan junto con el placer.

No dejes para mañana lo que puedes disfrutar hoy

Las personas con anhedonia viven inmersas en un eterno círculo vicioso: la falta de capacidad para disfrutar lleva a no realizar actividades y la falta de actividad alimenta la anhedonia. Tenemos que hacer para tener ganas de hacer. Pero siempre siendo realistas y poniéndonos objetivos sencillos y asequibles.

  • Crea tus propias rutinas. Retomar de forma progresiva tus actividades cotidianas y establecer ciertas rutinas básicas en las que incluyas actividades con las que antes disfrutabas te ayudará a motivarte.
  • Entrena tus sentidos. Practica Mindfulness y céntrate en cada uno de tus sentidos de manera consciente. Por ejemplo, cuando salgas de casa fíjate en los colores y en cada detalle de lo que ves. Disfruta del olor a tierra mojada después de la lluvia. O trata de identificar el mayor número posible de sonidos que escuches. El tacto puedes entrenarlo experimentando con distintas texturas y el gusto, comiendo con conciencia plena, saboreando y fijándote en las características de cada alimento.
  • Adquiere nuevas habilidades y capacidades. Iníciate en algún deporte, aprende a tocar un instrumento musical, busca una academia donde te enseñen a bailar swing, tango o salsa… Aprender cosas nuevas y experimentar la satisfacción asociada a dominar actividades que hasta ahora te resultaban difíciles te motivará y te ayudará a aumentar tu tolerancia a la frustración.
  • Escribe un ‘diario de pequeñas alegrías’. A veces nuestras expectativas son demasiado altas y muy poco realistas. Esperamos que nos suceda algo estupendo, excitante y maravilloso para ser felices y nos olvidamos de la satisfacción que pueden proporcionar las pequeñas alegrías diarias. Fíjate en lo que tienes alrededor, vuelve a conectar con esos pequeños instantes y apúntalos cuando te sucedan.
  • Pide ayuda si la anhedonia se prolonga. Todos hemos experimentado cierto grado de anhedonia en alguna ocasión. Pero si esa sensación se intensifica o se prolonga en el tiempo, es necesario pedir ayuda profesional. Podría estar avisándonos de la presencia de algún trastorno. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Entrena tus sentidos.

Ejercicio para plantar cara a la anhedonia, paso a paso

  1. En un folio, escribe en una columna 10 cosas que hayas disfrutado haciendo en el pasado. Cosas que te hayan aportado placer, felicidad, alegría y de las que guardas buenos recuerdos… (Si te toca estar en confinamiento, escribe también cosas que puedan hacerse dentro de casa). La razón de esto es ayudarte a identificar aquello que una vez te hizo sentir vivo, aunque ahora no te imagines haciéndolo.
  2. A continuación, piensa en cuánta emoción, felicidad y placer te evoca cada una de esas actividades. Califícalas de 1 a 10 y escribe la puntuación correspondiente a la derecha de cada enunciado.
  3. Reflexiona sobre lo difícil que es para ti hacer cada una de esas actividades. Piensa cuánto esfuerzo, tiempo y planificación se requieren para llevarlas a cabo. Y de nuevo puntúa cada una de 1 a 10, siendo 1 «Bastante fácil» y 10 «Imposible». Esta puntuación la añadirás a la  derecha de la «puntuación de disfrute».
  4. Ahora toca encontrar el equilibrio entre el disfrute y el esfuerzo requerido para hacer cada cosa. Resta la cifra que pusiste en esfuerzo de la que indicaste en disfrute. Por ejemplo, si en la actividad «Leer un libro» tu índice de disfrute ha sido 5 y el de esfuerzo ha sido 2 el valor de la actividad será 3 (5-2=3). Repite esta operación en cada una de las actividades.
  5. Observa las actividades con el valor más alto. Estas son probablemente las más fáciles de realizar y las que te proporcionarán mayor disfrute. La clave es realizar dichas actividades, aunque tengas que forzarte un poco. Esto te motivará a seguir delante y te ayudará a reparar tu sistema cerebral de recompensa. Ahora bien, no basta con decir que lo vas a hacer. Da la vuelta a tu hoja de papel y escribe las fechas y horas en que te comprometes a hacer cada cosa. Da igual si te rindes después de cinco o diez minutos. Lo importante es que lo has intentado. Una vez que estés disfrutando ya de las actividades de mayor valor, intenta trabajar en las de menor valor también. Pero, sobre todo, no seas demasiado duro contigo y ten paciencia.
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En tiempos de coronavirus, podemos preparar a nuestros hijo para que la vuelta al cole sea más fácil.

Vuelta al cole y COVID-19: 10 pautas para preparar emocionalmente a tus hijos

Vuelta al cole y COVID-19: 10 pautas para preparar emocionalmente a tus hijos 1918 1920 BELÉN PICADO

Miedo e incertidumbre son, quizás, las palabras que más se están escuchando en relación a la vuelta al cole de este año. Si normalmente a muchos niños ya les cuesta volver a la rutina escolar, este curso se presenta especialmente complejo debido a la pandemia de coronavirus. Sin embargo, los adultos podemos contribuir, y mucho, a que este regreso no sea traumático. Tanto el miedo como la incertidumbre son emociones que están ahí y que seguirán estándolo, así que lo mejor es preparar emocionalmente a nuestros hijos para que no solo superen la prueba, sino que la conviertan en un aprendizaje que les ayude a desarrollar su resiliencia.

Hay circunstancias, como la crisis sanitaria que estamos viviendo o cualquier tipo de catástrofe natural, que conllevan un alto grado de incertidumbre y un considerable impacto emocional. Pero tanto los adultos como los niños debemos aprender a tolerar un determinado nivel de estrés. Está claro que el virus va a seguir entre nosotros, así que no nos queda más remedio que aprender a convivir con él, con prudencia pero sin miedo. Además, volver al cole es muy importante para el desarrollo de nuestros hijos. El niño necesita estar con sus iguales para poder poner en práctica las habilidades emocionales y relacionales que va aprendiendo en la familia. Teniendo en cuenta y asumiendo que tenemos por delante un curso complejo, os doy algunas pautas para que la vuelta al cole sea más llevadera.

1. Comunicación, ante todo

Hay muchas dudas sobre cómo será este curso. Pero sí sabemos algunas cosas, como que existe la posibilidad de que los alumnos tengan que abandonar las aulas y volver a estudiar desde casa. Ante esta posibilidad, es necesario darles una explicación de lo que puede suceder para reducir en lo posible su incertidumbre. ¿Y cómo? Ante todo, sin preocuparles de más. Les facilitaremos información honesta, sencilla y apropiada a su edad, evitando la sobreinformación (no necesitan saberlo todo).

No es necesario exagerar para que comprendan la situación, ni tampoco pecar de exceso de optimismo o fingir que no ha pasado nada. Responde a sus preguntas, pero no estés hablando continuamente de ello. Si la situación está bien aclarada no tendrán que recurrir a su imaginación para cubrir la falta de información. Para predisponerle positivamente a ir al cole también puedes hablarle del reencuentro con sus amigos, de lo que va a aprender…

2.  Deja que expresen sus sentimientos libremente

Ante una situación que no acaban de comprender, como no poder abrazar a sus amiguitos o tener que separarse de los padres después de muchos meses con ellos, es normal que haya más rabietas y enfados. Los más pequeños no saben nombrar ni gestionar sus emociones, pero tú sí. Valida su emoción y quédate con tu hijo hasta que se le pase. Cuando esté más tranquilo, probablemente sea él mismo quien siga a lo suyo.

En el caso de los adolescentes, algunos se saltan las normas porque no creen que puedan contagiarse. La rebeldía forma parte de esta etapa vital y eso hay que comprenderlo, pero no disculparlo. Convierte tu hogar en un lugar acogedor en el que tu hijo se sienta libre de expresarse, busca un momento en el que estéis todos tranquilos y habla con él desde la calma. Y, sobre todo, no olvides que no va a servirte de nada insistirle y ‘calentarle la cabeza’ si tú no das ejemplo. Y esto nos lleva al tercer consejo.

Ayuda a tus hijos a expresar sus sentimientos.

3. Convierte la imaginación en tu aliada: Juegos y cuentos

Echa mano de tu creatividad para preparar emocionalmente a tus hijos de cara al inicio de las clases. A los más pequeños les va a resultar especialmente difícil no poder abrazar a sus amiguitos y mantener la distancia, así que empieza por enseñarles a expresar su cariño de otra manera: tirando besos, abriendo mucho los brazos como si enviasen un abrazo enorme a la otra persona, saludándose con los codos, etc. (y siempre desde el juego). Los cuentos también son excelentes herramientas. Puedes inventar tus propias historias o recurrir a cuentos ya escritos. Te recomiendo dos:

  • “Hasta que podamos abrazarnos”, de Eoin McLaughlin, ayuda a preparar emocionalmente a los más peques para esta forma diferente de relacionarse a la que tendrán que adaptarse este curso.
  • “La ventana mágica”, de Anabel García Capapey, es una historia tierna y entrañable para enseñar al niño a transitar el miedo y la inseguridad que puede provocarle la vuelta al cole y adaptarse a los cambios que supone una situación como la que estamos viviendo.

4. Presta atención a posibles síntomas de ansiedad

Inquietud, irritabilidad, trastornos del sueño, síntomas físicos (dolor de cabeza, pérdida de apetito o ataques de hambre, fatiga…), dificultades de atención y concentración o problemas de memoria, son alguno síntomas que pueden indicarnos que nuestro hijo sufre ansiedad. Por lo general, a los niños les resulta difícil hablar de sus temores o aflicciones, por lo que los padres debemos fijarnos si están más retraídos de lo habitual, han comenzado a sentirse demasiado preocupados por algo en particular o no duermen las horas suficientes. Ahora bien, aunque es importante observar detenidamente al niño, tampoco deben magnificarse los problemas; si tratamos todas sus preocupaciones como algo muy grave, puede comenzar a pensar que el mundo es un lugar peligroso. No todas las preocupaciones necesitan ayuda profesional; algunas son normales para la edad del niño, e incluso pueden demostrar que está madurando.

5. Enséñale a relajarse

No solo los adultos necesitamos aprender a relajarnos para gestionar mejor el día a día y dar esquinazo al estrés y la ansiedad. Los niños también pueden beneficiarse mucho de juegos y técnicas destinados a calmarlos, a reducir el malestar que pueda producirles enfrentarse a situaciones a las que no están habituados y también a entrenar el autocontrol y la concentración. Hay muchas actividades que pueden aportar calma al niño. Algunas de ellas: hacer yoga, pintar mandalas, escuchar música relajante, practicar ejercicios para aprender a regular la respiración, preparar un frasco de la calma, practicar la técnica de relajación de Koeppen, etc.

Enseñar a tu hijo técnicas de relajación le ayudará a gestionar mejor emociones como la ira o la frustración.

6. Predica con el ejemplo

Los padres son el espejo en el que se miran sus hijos. No olvides que ellos se fijarán siempre antes en tus acciones que en tus palabras porque eres su modelo a seguir. Si tú no utilizas mascarilla o no das excesiva importancia a establecer el adecuado distanciamiento social y luego insistes a tus hijos para que lo hagan solo los confundirás y, probablemente, acaben imitando tu comportamiento. Lo mejor es asentar las medidas desde casa para que luego sea más fácil replicarlas en el colegio. Cuanto más lo hayan interiorizado, más normal será para todos Y no solo eres modelo de conducta, sino también emocional. Los niños continuamente observan los comportamientos y emociones de los adultos en busca de señales sobre cómo manejar sus propios sentimientos.

7. Practica la empatía

A veces olvidamos que nosotros también fuimos niños y adolescentes en algún momento y quitamos importancia a los disgustos de nuestros hijos. Pero para ellos, son problemas importantes. Especialmente en una situación de crisis como la que estamos atravesando a causa del COVID-19, los padres deben estar muy atentos a las señales y sentimientos de sus hijos y empatizar con ellos para generar diálogo y confianza. Tu hijo necesita que le comprendas, que le des seguridad, que le digas que todo está bien. Tenemos que hacerles ver y sentir que juntos encontraremos soluciones a todos los obstáculos que puedan ir surgiendo en el camino.

8. Evita la sobreprotección

Hay dos factores que juegan a favor de los más pequeños de la casa en lo relacionado con la pandemia del coronavirus: su capacidad de adaptación y su habilidad para vivir el ‘aquí y ahora’. La mayoría no está pensando en los posibles rebrotes o en una vuelta al confinamiento. Son los padres los que se plantean este tipo de cuestiones, los que se encuentran más angustiados o temerosos ante la situación. Sobreproteger a los niños y quitarles las piedras del camino afecta a su desarrollo emocional y los hace dependientes e inseguros. No subestimemos la capacidad de superación de nuestros hijos y tratemos de que vivan la situación como una aventura por descubrir. Además, ya se han interrumpido las clases antes, así que si vuelve a ocurrir los niños ya tendrán ese aprendizaje interiorizado.

Evita la sobreprotección y confía en la capacidad de adaptación de tus hijos.

9. Mantén contacto con el colegio

Si en condiciones normales, mantener una comunicación fluida con los profesores es beneficioso para nuestros hijos, en una situación excepcional como esta esa comunicación es aún más esencial. Es necesario unirse y dejar las diferencias a un lado. Si un padre se pone nervioso, no debería pagarlo con el profesor, ni este descargar su frustración con los padres de sus alumnos. Es fácil entender que esto solo perjudicará al alumno. Al fin y al cabo, todos queremos lo mejor para los niños. Nuestros hijos necesitan a sus profesores y compañeros para mejorar su equilibrio emocional.

10. Pide ayuda si la necesitas

Si observas que tu hijo muestra síntomas de ansiedad de forma continuada o le ves más irascible o apagado de lo normal, acude a un psicólogo. En cuanto a ti, padre, madre, cuidador principal, recuerda que para el niño es beneficioso que muestres tus emociones y no las ocultes, pero no lo es ver que las personas que lo cuidan se bloquean. Si la situación te abruma, sientes que no tienes suficientes recursos de afrontamiento y no puedes gestionar tus propias emociones, no tengas reparos en pedir ayuda profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte.

Y recordad algo muy importante. De nuestra capacidad como adultos para convertir los momentos difíciles en aprendizajes dependerá que nuestros hijos desarrollen una adecuada tolerancia al cambio y nuevas formas de gestionar la dificultad.

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