Brené Brown

Identificar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes

Aceptar y abrazar nuestra vulnerabilidad nos hace más fuertes 1920 1316 BELÉN PICADO

¿Compartirías tu momento más vergonzoso con otras personas? ¿Cómo te sientes cuando tienes que exponer un trabajo o un informe en clase o en el trabajo? Si al pensar en ello experimentas miedo, vergüenza, inseguridad o ansiedad es probable que se deba a que son situaciones en las que te sientes vulnerable. Tendemos a relacionar el término vulnerabilidad con debilidad, vergüenza, incomodidad o con la sensación de sentirnos desprotegidos. Nos sentimos así, por ejemplo, cuando compartimos con alguien un aspecto difícil de nuestra vida, cuando exponemos nuestros sentimientos sin saber qué respuesta vamos a recibir, cuando nos enfrentamos a un reto por primera vez… Estamos educados para fingir que somos fuertes y podemos con todo y tememos que nos rechacen si flaqueamos o que alguien pueda utilizar cualquier posible ‘debilidad’ en nuestra contra. Ahora lo que tenemos que aprender es que la vulnerabilidad nos hace más fuertes.

Atreverse a arriesgar

Según el diccionario de la Real Academia Española, una persona vulnerable es alguien «que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente». Así que, si nos atenemos al significado literal, todos somos vulnerables, por mucho que nos empeñemos en ocultarlo.  A todos pueden herirnos. Pero el concepto de vulnerabilidad es mucho más amplio que esta escueta y limitada definición.

Para Brené Brown, socióloga e investigadora estadounidense, ser vulnerable es «atreverse a arriesgarse». Arriesgarnos a dejar de fingir que somos los más fuertes y no nos afecta nada; a decir «te quiero» primero, sin saber cuál va a ser la respuesta de la otra persona; a involucrarnos en una relación (de cualquier tipo) que puede funcionar… o no. En resumen, ser vulnerable es atrevernos a quitarnos la máscara y mostrarnos como somos, con nuestros miedos, nuestra vergüenza y nuestras inseguridades.

Pero conseguir esto no es fácil. En su libro El poder de ser vulnerable, Brown explica que nosotros mismos creamos escudos para ‘protegernos’ de las situaciones en las que podemos sentirnos vulnerables. En primer lugar, nos protegemos de la dicha al no permitimos sentir mucha alegría por miedo a que en cualquier momento algo salga mal. Además, insistimos en alimentar el perfeccionismo como forma de evitar la vergüenza de cometer un error. Y, por si esto fuera poco, nos anestesiamos emocionalmente a través de cualquier cosa que nos libre del dolor, la incomodidad y el sufrimiento (abuso de sustancias como alcohol o drogas, comida en exceso, trabajo en exceso…).

Ser vulnerable es atreverse a arriesgarse.

Vulnerabilidad no equivale a debilidad

Cuando nos pasamos la vida ocultando nuestra propia vulnerabilidad y vemos que otras personas no son capaces o no quieren ocultar ni reprimir sus emociones es fácil sentir rechazo por ellas. En vez de apreciar que se atrevan a mostrarse como son, dejamos que nuestros miedos e inseguridades se transformen en juicios y críticas.

Para Brené Brown, vulnerabilidad es «incertidumbre, riesgo y exposición emocional»: «Despertarnos cada mañana y amar a alguien que puede que no nos corresponda, cuya seguridad no podemos garantizar, que puede seguir en nuestra vida o desaparecer de la noche a la mañana, que puede sernos fiel hasta el día de su muerte o traicionarnos mañana…, eso es vulnerabilidad. El amor es incierto. Es un riesgo increíble. Y amar a alguien da lugar a que estemos expuestos a las emociones. Sí, da miedo, y sí, estamos expuestos a que nos hagan daño, pero ¿te imaginas cómo sería la vida sin amar o ser amados?

Exponer nuestro arte, escritos, fotografías o ideas en el mundo sin ninguna garantía de que van a ser aceptadas o valoradas…, eso también es vulnerabilidad. Sumergirnos en los momentos de alegría de nuestra vida, aunque sepamos que son pasajeros, aunque el mundo nos advierta de que no cantemos muy alto para no invitar al desastre…, eso es una forma muy intensa de vulnerabilidad».

Como parte de una de sus investigaciones, Brown preguntó a los participantes «¿Qué es para ti la vulnerabilidad?» y la mayoría de las respuestas tenían que ver con asumir riesgos, afrontar la incertidumbre y exponerse a las emociones. Algunas de esas respuestas fueron: «Sacarme la máscara con la esperanza de que mi verdadero yo no sea demasiado decepcionante»; «Es muy incómodo y aterrador, pero me impulsa a sentirme humano y vivo»; «Dar el primer paso hacia lo que más temes»«Es como tener un nudo en la garganta y una losa en el pecho»; «No tragarme más las cosas»«Es como llegar al aterrador punto más alto de una montaña rusa cuando estás a punto de llegar al borde y caer al vacío; «La vulnerabilidad es como estar desnudo en el escenario y esperar el aplauso en vez de las carcajadas»; «Es estar desnudo cuando todo el mundo está vestido».

¿Os parece que en alguna de estas respuestas hay el menor atisbo de debilidad?

La vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad, sino de fortaleza.

La vulnerabilidad como oportunidad de crecimiento y conexión

Para convertir la vulnerabilidad en fortaleza lo primero es identificar las situaciones que nos hacen sentir vulnerables, observar cómo solemos actuar (¿Qué hago cuando me siento emocionalmente expuesto/a, incómodo/a o inseguro/a?) y preguntarnos qué vale la pena hacer, aunque fracasemos. Las siguientes pautas también pueden ayudaros:

  • ¿Te sientes vulnerable? Admítelo. Imagina que tienes que dar una charla y sientes pánico cada vez que tienes que dirigirte a más de tres personas. Cuando tu mayor preocupación es evitar que se note el nerviosismo y gastas toda tu energía en intentar que nadie se dé cuenta, lo que consigues es justo lo contrario: más nervios y más inseguridad. Y aunque te pasa una y otra vez, sigues empeñándote en intentar lo mismo: que no se te note. ¿Por qué no pruebas otra cosa distinta? Reconoce ante tu audiencia que estás nervioso/a. Admitir tu vulnerabilidad no solo te ayudará a respirar más tranquilo/a y a ver que no se acaba el mundo, sino que tu público se sentirá mucho más cerca de ti y apreciará tu valor por reconocer tu temor. Cuando alguien abraza su propia vulnerabilidad le resulta mucho más fácil conectar con la vulnerabilidad del otro y acercarse a él de una forma más honesta y auténtica.
  • Acepta tus imperfecciones. Cometer errores o sentirse en ocasiones inadecuado, inseguro o temeroso es algo universal y nos sucede a todos. Sé comprensivo y compasivo contigo, no te castigues.
  • Pon tu vulnerabilidad al servicio de la conexión con el otro y hazlo de manera honesta, responsable y valiente. Antes de compartir una experiencia o ponerte en una situación que te hace sentir vulnerable, pregúntate: ¿Por qué quiero compartir esto?, ¿Qué resultado o consecuencia espero al compartirlo?, ¿Cuáles son mis intenciones?, ¿Realmente estoy intentado generar una conexión con esta persona? Según Brené Brown, las personas que aceptan su vulnerabilidad y sus imperfecciones sienten menos vergüenza y les resulta más fácil conectar con los otros. Cuando levanto un muro de aparente seguridad para que nadie pueda ver mis debilidades, puede que a corto plazo me proteja. Sin embargo, también me aislará y me alejará de los demás.
  • Escoge con cuidado a las personas con quienes permitirte ser vulnerable. Arriesgarnos a compartir nuestras experiencias o algunos de nuestros miedos no significa que nos convirtamos en un libro abierto ante cualquier interlocutor. Plantéate si esa persona te hace sentir cómodo/a, si sientes que con ella puedes ser tú mismo/a, si te apetece sinceramente que te conozca mejor o a ti te interesa conocerla mejor o si esa persona ha compartido sus experiencias contigo. La vulnerabilidad nos ayuda a crear lazos y a establecer vínculos con otras personas, pero para que funcione es necesario que haya confianza, cierta reciprocidad y también establecer límites. A veces será necesario seguir con nuestra máscara y reservar nuestra fragilidad para otra ocasión, pero nunca hay que confundir esa máscara con nuestra esencia.

Elige bien a la persona antes la que vas a mostrarte vulnerable.

  • Atrévete a aceptar y experimentar emociones que te incomodan, como el miedo, la decepción, el sufrimiento y la vergüenza. Uno de los inconvenientes de evitar sentir las emociones más desagradables es que también cerramos la puerta a las que son positivas, como el amor, la compasión, el perdón, la gratitud, la alegría o la empatía. Y es que los seres humanos no estamos diseñados para anestesiar selectivamente una emoción.
  • No tengas reparos a la hora de pedir ayuda. Buscar ayuda no quiere decir que hayas fracasado o que seas débil, sino todo lo contrario. Significa que estás cuidándote y haciendo lo necesario para estar mejor. Hay personas que piensan que nadie mejor que uno mismo para solucionar sus propios problemas, pero no siempre es así. Muchos pensamientos y conductas están dirigidos por nuestro inconsciente y necesitamos que nos echen una mano para tomar conciencia de lo que nos ocurre. Del mismo modo, cuando los problemas nos desbordan es mucho mejor tener a alguien que no esté tan vinculado emocionalmente con la situación y que sea capaz de ver eso que se nos escapa. Es un error creer que podemos afrontarlo todo nosotros solos o que podemos controlar cualquier circunstancia.

Cuando admitimos nuestra vulnerabilidad estamos abriéndonos al mundo, conectándonos emocionalmente con los demás y mostrándonos lo suficientemente flexibles como para escuchar opiniones distintas a las nuestras sin dar por hecho que esas opiniones están destinadas a atacarnos. Las personas realmente seguras de sí mismas no son las que se creen las más fuertes o las más infalibles, sino aquellas que son capaces de reconocer sus debilidades y aceptarlas sin pensar que por ello tienen menos valor.

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The Call to Courage (Sé valiente). En este documental, disponible en Netflix, Brené Brown nos desafía a ser valientes y, por tanto, a practicar la vulnerabilidad. «No puedes ser una cosa sin la otra», asegura. Según la socióloga, la valentía de una persona se mide según su capacidad para ser vulnerable. Igualmente interesante es su charla TED El poder de la vulnerabilidad (En inglés con subtítulos en español).

 

La emoción de la vergüenza cumple una importante función social.

Emociones incomprendidas: La función social de la vergüenza

Emociones incomprendidas: La función social de la vergüenza 1280 1352 BELÉN PICADO

Miedo, confusión, bloqueo, deseo de ser invisible… Son algunas de las sensaciones típicas de la vergüenza. ¿Quién no se ha dicho alguna vez “Tierra trágame” tras una metedura de pata, una caída tonta o una intervención desafortunada? Sin embargo, pese al malestar que podamos llegar a experimentar, también es importante reconocer el valor adaptativo y, especialmente, la función social de la vergüenza.

Todas las emociones son respuestas generadas por nuestro organismo para adaptarnos al entorno. En el caso de la vergüenza, cierta dosis es, incluso, una señal de salud mental. Hay patologías mentales entre cuyas características está la desinhibición de la conducta. En cuanto a los psicópatas, no experimentan vergüenza porque no han desarrollado la capacidad de empatizar ni conectar con los demás. Así que sentir un poco de vergüenza, después de todo, no está tan mal…

Mecanismo de regulación social

La vergüenza es una emoción autoconsciente. Esto significa que aparece cuando hago una valoración negativa de mí mismo al considerar que he incumplido, o podría llegar a incumplir, una norma social o personal, con el consiguiente riesgo de ser rechazado. Siento que hay algo en mí que no es aceptable y, por tanto, debo ocultarlo, bien ocultándome yo o bien mostrándome de una forma socialmente aceptable. Por lo tanto, cumple una poderosa función de regulación social. Como mamíferos que somos, estamos programados para buscar la aprobación y el apoyo del grupo. Lo que hace la vergüenza es ayudarnos a evitar la experiencia de sentir el ‘rechazo de la manada’

El propósito de esta emoción es, entonces, ayudarnos a cumplir las expectativas sociales, de forma que seamos aceptados por el grupo, favoreciendo, de paso, nuestro sentimiento de pertenencia. En su modo más funcional, la vergüenza es una forma sana de proteger nuestra imagen ante los demás y mantener nuestros vínculos sociales.

La vergüenza nos ayuda a mantener los vínculos sociales.

Por ejemplo, Manolo sale por primera vez con un grupo del que le gustaría formar parte y en un momento dado, todos proponen ir a un restaurante determinado. Él preferiría ir a otro sitio, pero por corte y como parece ser el único que piensa diferente, opta por no decir nada y sumarse al plan. En este caso, la vergüenza está funcionando como mecanismo de adaptación al grupo.

Os pongo otro ejemplo de vergüenza adaptativa. Tengo que hacer una exposición en clase, pero no me la preparo lo suficiente y el resultado es una nota baja y una llamada de atención del profesor. Eso me hace sentir cierto bochorno, no solo porque he sido sancionada socialmente, sino también porque siento que me he fallado a mí misma. Así que este sentimiento, aunque desagradable, me lleva a mejorar mis siguientes intervenciones.

¿Cuándo se convierte en desadaptativa?

Cuando es adaptativa, la vergüenza nos ayuda a corregir conductas y actitudes social o personalmente mal vistas, protege nuestra conexión con los demás y previene el aislamiento social.

Entonces, ¿cuándo se vuelve patológica? Volviendo al ejemplo de Manolo, su vergüenza puede convertirse en desadaptativa si generaliza esa forma de actuar a otros ámbitos, empieza a creer que es menos válido que los demás y la emoción le desborda hasta el punto de interferir en su día a día. A estas situaciones suelen acompañarles mensajes del tipo “No valgo nada”, “Da igual lo que diga porque no les va a interesar y se van a reír de mí”, “Sé que si lo intento voy a hacer el ridículo”, “Nunca seré tan inteligente o tan abierto o tan simpático como ellos”… Todas estas frases recogen el sentimiento de no ser digno, de no ser aceptado o de ser enjuiciado.

Cómo se desarrolla la vergüenza

Antes de los 3 ó 4 años, los niños no sienten vergüenza porque aún no han desarrollado el pensamiento social. Es a partir de esa edad, una vez que adquieren conciencia de sí mismos, cuando ya tienen la capacidad de experimentar esta emoción. Aprenderán entonces que también existe el mundo del otro, comenzarán a notar su mirada y, en consecuencia, empezarán a verse reflejados en ella.

Como explica el psicólogo Manuel Hernández, “al regañar a sus hijos, la mayoría de las veces de forma controlada, los padres les generan una sensación de vergüenza y malestar con el fin de educarlos y evitar conductas peligrosas o inapropiadas”. Cuando hay un apego seguro estas «rupturas momentáneas del vínculo de apego son sanas y permiten un aprendizaje y una autonomía del niño, que aprenderá paulatinamente a regularse por sí mismo en el ámbito social en ausencia de sus cuidadores”.

Este tipo de intercambios entre padres e hijos son necesarios para que estos adquieran autocontrol y aprendan a modular tanto su conducta como sus emociones.

Los niños empiezan a sentir vergüenza sobre los 3 ó 4 años.

Reconcíliate con tu vergüenza

La clave para gestionar y aprovechar la función adaptativa de esta emoción es aceptarla y escucharla:

  • Escucha a tu avergonzador interno. A menudo el sentimiento de vergüenza es el resultado del enfrentamiento entre dos partes de nosotros mismos: nuestro ‘yo avergonzado’ y nuestro ‘yo avergonzador’. Presta atención a este último. ¿Cómo es? ¿Qué le dice a tu ‘yo avergonzado’? ¿Le informa de que se ha equivocado de forma cuidadosa para que aprenda de sus errores? ¿O le ridiculiza y le hace sentir indigno? Si estás atento, la vergüenza puede ser una alarma infalible que te indique cuándo toca reequilibrar algo respecto a tu relación con los demás. Tú puedes enseñar a tu avergonzador interno a sustituir el modo ‘examinador’ por el modo ‘colaborador’.
  • Mírate desde fuera. Si hay algo en particular que te da vergüenza, imagina que le ocurre a otra persona. ¿La juzgarías del mismo modo en que te juzgas tú? Si no nos avergonzamos de alguien a quien le ha pasado lo que a nosotros o que se siente como nosotros, tampoco deberíamos avergonzarnos de nosotros mismos, ¿no crees?
  • Cultiva la empatía. Si admito ante alguien un hecho o un aspecto de mí que me causa pudor y recibo de ese interlocutor un “A mí también me pasa”, es muy probable que mi malestar desaparezca o, al menos, se reduzca bastante. Para Brené Brown, profesora e investigadora estadounidense, la empatía es el antídoto de la vergüenza. En su charla TED Escuchar a la vergüenza lo explicó así: “Si ponemos la vergüenza en una placa de Petri (recipiente utilizado en los laboratorios para cultivar microorganismos), se necesitan tres cosas para que la vergüenza se desarrolle de forma exponencial: secretismo, silencio y juicio. Si se pone la misma cantidad de vergüenza en una placa de Petri y se rocía con empatía, la vergüenza no puede sobrevivir”.
  • Abraza tu vulnerabilidad. En una investigación sobre los conceptos de ‘vergüenza’ y ‘conexión’, Brené Brown encontró que las personas que aceptaban su vulnerabilidad y sus imperfecciones sentían menos vergüenza y les resultaba menos esfuerzo conectar con otros. Cuando levanto un muro de aparente seguridad para que nadie pueda ver mis debilidades ni adivinar mi vergüenza puede que a corto plazo ese muro me proteja. Sin embargo, también me aislará y me alejará de los demás.
  • Exponte gradualmente. La vergüenza es algo natural que puede sentir todo el mundo. No temas experimentarla. Hazlo poco a poco. Comienza exponiéndote a las situaciones que menos vergüenza te den hasta finalizar con las que más embarazo te causen. Por ejemplo, si sueles arreglarte mucho porque crees que te rechazarán si te muestras al natural o porque tú mismo (o tú misma) te avergüenzas de alguna parte de tu aspecto físico, prueba a presentarte sin arreglar delante de una persona de confianza. Aunque al principio sientas algo de vértigo, experimentarás que esa otra cara también es aceptable para los demás.

Hablar en público puede generar mucha vergüenza.

  • Busca un entorno seguro. Cuando vamos a empezar a exponernos, es muy importante encontrar un contexto seguro y apropiado, donde nos sintamos protegidos y donde nos acepten sin juzgarnos. Todos necesitamos formar parte de un grupo que nos acoja con nuestras luces y nuestras sombras y en el que podamos ser nosotros mismos. Sin tener que ocultar aspectos claves de nuestra personalidad o aparentar lo que no somos solo para ser aceptados.
  • Pide ayuda. Si la vergüenza te limita y hace que no puedas desempeñar tus actividades del día a día con normalidad pide ayuda profesional. Un psicólogo puede proporcionarte ese entorno seguro que necesitarás para exponerte y te acompañará en la reparación de tus heridas emocionales.

(Este texto forma parte de la serie Emociones Incomprendidas, que también incluye artículos sobre la envidia, la ira y la tristeza)

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