Anhedonia

Mitos sobre la depresión.

15 mitos sobre la depresión que te ayudarán a conocerla mejor

15 mitos sobre la depresión que te ayudarán a conocerla mejor 1920 1346 BELÉN PICADO

A mediados de 2020, en España había 2,1 millones de personas con cuadros depresivos y de ellas 230.000 con depresión grave (según la Encuesta Europea de Salud). Sin embargo y pese a estos datos, todavía hay un gran desconocimiento acerca de este trastorno mental. En ello influye, tanto el estigma que aún recae en quienes lo sufren, como los numerosos mitos sobre la depresión que siguen circulando. Pensar que solo aparece cuando ocurre algo malo, que se cura sola o que es un signo de debilidad son falsas creencias que hay que desmontar si queremos conocer lo que es verdaderamente la depresión.  Vamos a repasar algunas de estas ideas equivocadas:

1. «Estar deprimido es, básicamente, lo mismo que estar triste»

Estar triste, de ‘bajón’ o ‘depre’ no es lo mismo que estar deprimido, ni mucho menos. La tristeza es una emoción básica que nos acompaña a todos desde que nacemos, necesaria para nuestro desarrollo emocional y que constituye una respuesta normal ante situaciones dolorosas de la vida, pérdidas significativas, etc. La depresión, sin embargo, es una alteración del estado de ánimo que interfiere de forma significativa en la vida de quien la padece, tanto física, como mental y emocionalmente.

Aunque entre los síntomas de este trastorno está la tristeza intensa y duradera en el tiempo, no es así en todos los casos. No todas las personas deprimidas se muestran tristes. En vez de esta emoción, puede predominar el aplanamiento emocional, la apatía, la anhedonia (incapacidad para sentir placer) o, incluso, el enfado.

2. «No se sentirá tan mal cuando está riéndose y pasándolo bien»

Suele pensarse que sonreír, pasárselo bien o disfrutar de buenos momentos (al menos aparentemente) está totalmente reñido con atravesar una depresión. Por un lado, igual que las personas que no la padecen pueden tener días malos, quienes la sufren también pueden vivir momentos alegres, aunque sean breves (por ejemplo, ante la visita de un ser querido).

Por otra parte, hay quienes enmascaran su verdadero estado de ánimo tras una sonrisa, falsas demostraciones de felicidad o mostrando a los demás lo que se espera de ellos en cada momento. Es lo que se conoce como depresión atípica o depresión sonriente.

3. «De la depresión no se sale, es algo para toda la vida»

Con un buen diagnóstico y un tratamiento adecuado e individualizado, la persona que sufre depresión puede recuperarse y llevar una vida normal. Eso sí, para evitar recaídas o que el trastorno se cronifique, es muy importante pedir ayuda cuanto antes e implicarse de forma activa en el proceso (tanto el paciente como la familia).

Cuando hay muchos antecedentes familiares o las depresiones han sido recurrentes desde una edad muy temprana, sí hay más posibilidades de que se produzcan recaídas. Por eso el diagnóstico precoz del primer episodio depresivo es clave en el abordaje de los síntomas y para un mejor pronóstico de la enfermedad.

Melancolía, Edvard Munch

Melancolía, Edvard Munch.

4. «Uno se deprime cuando le ha ocurrido algo malo»

La muerte de un ser querido, una ruptura sentimental, perder el empleo… Hay experiencias adversas en la vida que pueden provocar una intensa tristeza, preocupación, angustia o abatimiento, pero no siempre dan lugar a un cuadro depresivo. Y cuando esto pasa, pocas veces la persona entra en depresión solo por ese hecho traumático. Aquí entrarán en juego su capacidad de regulación emocional, sus estrategias de afrontamiento, etc.

También hay variables que pueden influir en la aparición de un trastorno depresivo sin que haya necesariamente una circunstancia externa negativa, como ciertos factores genéticos u hormonales. En el caso de la depresión posparto, por ejemplo, se piensa que la causa de su aparición tiene que ver con la caída repentina de los niveles de determinadas hormonas que aumentaron previamente durante el embarazo.

Y en otros casos ocurre que la persona es incapaz de reconocer un desencadenante claro, un hecho externo que haya provocado el trastorno.

5. «¡Cómo vas a estar deprimida con lo bien que te va la vida!»

Esta falsa creencia está relacionada con la anterior. Como decíamos, puede ocurrir que alguien no sea capaz de identificar el desencadenante directo de su depresión. Es más, es posible que se encuentre en un momento de su vida aparentemente bueno: con trabajo, un amplio círculo de amistades, una buena situación económica… Justo este «no saber qué está pasando» le lleva a sentirse culpable por estar mal y a callar, unas veces por vergüenza y otras porque siente que no tiene derecho a quejarse cuando otros están mucho peor. Si, además, los allegados tampoco validan cómo se siente, lo más probable es que esa persona no pida ayuda, agravándose cada vez más su situación.

6.  «La depresión es una señal de debilidad y propia de una personalidad inestable»

En 2017, un grupo de expertos en salud mental elaboró una encuesta para conocer la opinión de los españoles sobre la depresión. Según los resultados obtenidos, el 60 por ciento de los encuestados relacionaron la depresión con una personalidad inestable y el 49 por ciento con un carácter débil. Este es otro mito muy arraigado y que contribuye a que las personas con depresión se sientan culpables por no ser capaces de afrontar su situación y eviten buscar ayuda.

La realidad es que la depresión no tiene que ver en absoluto con que una persona tenga un carácter débil o fuerte. Se trata de una enfermedad en cuyo origen pueden intervenir múltiples factores, desde estresores externos a variables biológicas y ambientales, pasando por el consumo de ciertos medicamentos, alcohol, drogas, etc. De hecho, hay muchas personas con éxito en la vida y con una buena capacidad para afrontar las adversidades, que un momento dado han atravesado una depresión. Es el caso del futbolista Andrés Iniesta, la presentadora Mercedes Milá o de personajes históricos como el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln, la escritora Virginia Woolf o el primer ministro británico Winston Churchill.

7. «Salir de una depresión es cuestión de fuerza de voluntad, nada más»

Esta creencia errónea tiene que ver con la anterior. Todavía hay muchos que piensan que para acabar con una depresión basta con esforzarse en estar bien y que quien no lo consigue es porque no le echa ganas o no tiene suficiente fuerza de voluntad.

Es importante comprender que si una alguien que está deprimido no pone más de su parte no es porque no quiera, sino porque su enfermedad se lo impide. De hecho, a menudo esta situación genera más ansiedad aún en el paciente. Con comentarios como «Anímate», «Debes ser más positivo» o «Tienes que poner un poco más de tu parte», lo único que hacemos es aumentar el malestar que ya siente la persona. Ni la fuerza de voluntad ni el querer curarse le va a ayudar sin un tratamiento adecuado.

Frases como "No te pongas triste" contribuyen a que la persona con depresión se sienta culpable por no ser capaz de estar mejor.

8. «Lo que necesitas es salir a divertirte con los amigos, verás cómo se te pasa la depresión»

Es cierto que salir, hacer ejercicio, alimentarse bien o llevar una rutina son pautas que ayudarán a aliviar los síntomas depresivos. Pero, por sí solas, no van a curar el trastorno. Es más, en casos graves alcanzar alguno de estos objetivos puede suponer una meta inalcanzable.

El apoyo social y el cariño de los seres queridos es una parte muy importante en el proceso de recuperación, pero no es lo único que necesita la persona deprimida. Por muy buenas intenciones que tengan familiares y amigos eso no los convierte en psicoterapeutas. También hay que tener muy presente que un exceso de implicación y de sobreprotección puede ser tan contraproducente como restar importancia a la enfermedad.

9. «Seguro que se ha inventado que está deprimido para no ir a trabajar»

Así piensa casi la mitad de los españoles. Según la encuesta que os he mencionado antes, el 48 por ciento cree que este trastorno puede fingirse. Este mito contribuye, como otros, a banalizar y frivolizar la depresión. Hay ciertos casos, anecdóticos, en los que puede llegarse a engañar al profesional, pero es sumamente difícil simular una enfermedad que genera tanto sufrimiento a quien la sufre.

10. «Deja que pasen unas semanas y la depresión desaparecerá sola»

La depresión no es algo pasajero que aparece de repente y se esfuma de un día para otro. Si me siento a esperar a que mi depresión desaparezca por sí sola solo conseguiré agravarla todavía más y es muy posible que acabe cronificándose. Superar la depresión requiere ayuda profesional y, además, en muchos casos es un proceso lento. Habrá pacientes que solo necesiten psicoterapia para superarla y otros que requieran medicación. Pero, en cualquier caso, no va a desaparecer por arte de magia.

Precisamente alrededor de los antidepresivos también hay prejuicios. Si bien es cierto que a menudo se recetan para tratar un malestar provocado por situaciones vitales en las que no hacen falta, también lo es que hay casos en los que sí son necesarios.

En cualquier caso, el tiempo no cura la depresión y, desde luego, ignorarla no hará que desaparezca. Cuanto antes iniciemos un tratamiento, mejor pronóstico y menor posibilidad de que los síntomas se agraven. No debemos olvidar que la depresión puede llegar a generar tanto sufrimiento que la persona vea en el suicidio la única salida.

11. «La medicación es suficiente para recuperarse de un cuadro depresivo»

Tan equivocado es pensar que la depresión se cura sola como confiar en que basta con la medicación para que desaparezca. Los antidepresivos ayudan y muchas veces son necesarios, pero la psicoterapia y un cambio en el estilo de vida es igualmente importante. Cuando se trata de una depresión severa, lo más eficaz es combinar el tratamiento farmacológico con el psicoterapéutico. Si solo tiramos de fármacos y no vamos al origen del trastorno ni mejoramos nuestros recursos y nuestras estrategias de afrontamiento, lo más seguro es que antes o después se repita la situación.

Además, siempre se sigan las pautas de un profesional, los antidepresivos no tienen por qué generar dependencia y mucho menos alteran la personalidad. Eso sí, tampoco nos vamos a sentir genial de un día para otro.

12. «Antes la gente no se deprimía»

Es verdad que en los últimos tiempos ha empezado a darse más visibilidad a la salud mental en general y a la depresión en particular. Y también que hay un mayor diagnóstico de casos. Pero la depresión no solo no es una enfermedad moderna, sino que es uno de los trastornos mentales más antiguos que se conocen. De hecho, el primero en referirse a ella fue Hipócrates, un médico del siglo V a. C. Solo que él la llamaba «melancolía». La primera persona a la que se atribuye el uso del término «depresión», en 1725, fue el poeta y médico británico Richard Blackmore.

Tristeza y depresión no son sinónimos.

13. «La depresión es un problema propio de la cultura occidental»

En todas las culturas hay patologías mentales, aunque no en todas se muestran y expresan del mismo modo. En relación a la depresión en personas mayores, por ejemplo, en España la fatiga y el cansancio son síntomas prevalentes mientras que en Nigeria lo es la desesperanza. A esta conclusión se llegó en una investigación realizada el año pasado por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y el Centro de Investigación Biomédica en Red en Salud Mental (CIBERSAM).

Según otro estudio, en ciertas culturas asiáticas como la china se tiende a describir la depresión desde un punto de vista físico más que psicológico debido a que la enfermedad mental está muy estigmatizada. De este modo, explican los autores, «la somatización permite expresar la angustia mental de una forma socialmente aceptable».

14. «Los niños no se deprimen. Cómo van a deprimirse si no tienen preocupaciones ni responsabilidades…»

Una de las cosas que dificultan el diagnóstico en niños es creer que este trastorno no les afecta. Entre las dificultades para detectar una depresión en los más pequeños está el hecho de que, a determinadas edades, no saben cómo expresar sus emociones.

Además, a menudo muestran síntomas diferentes a los de los adultos. Por ejemplo, en los niños es más común que haya rabietas o que se muestren más irritables y agitados de lo habitual. Igualmente, la depresión puede exteriorizarse a través de somatizaciones, como dolores de cabeza, de barriga, diarreas, vómitos, alteraciones del apetito y del sueño…

15. «La depresión es cosa de mujeres»

Es cierto que afecta a un mayor número de mujeres, pero eso no significa que los hombres no la sufran. Lo que ocurre es que, a veces, ellos tienden más a ocultar su situación y son más reacios a buscar ayuda. Esta resistencia, a su vez, tiene que ver con creencias igualmente erróneas y relacionadas con una equivocada idea de la masculinidad («Los chicos no lloran», «Los hombres siempre tienen que mostrarse fuertes»…).

En cuanto a los síntomas, en ellos suele haber una mayor tendencia a abusar del alcohol y de otras sustancias, hay más somatización, tienen comportamientos más temerarios, se muestran más irritables y también presentan una mayor tasa de suicidio.

No lo olvidemos: La depresión no entiende de género, de edad ni de estratos económicos o sociales.

 

La anhedonia es la incapacidad de sentir placer por cosas de las que antes se solía disfrutar.

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19)

Anhedonia o la incapacidad para sentir placer (y cómo influye la COVID-19) 1280 853 BELÉN PICADO

La situación creada por la pandemia de coronavirus está poniendo a prueba nuestras estrategias de afrontamiento y, en general, nuestra salud mental. Uno de los síntomas que ha ido haciéndose más habitual a medida que se ha ido prolongando esta situación de incertidumbre ha sido la anhedonia.  En 1897, el psicólogo y filósofo Théodule Armand Ribot bautizó con este término a la incapacidad (total o parcial) para sentir placer, satisfacción o interés por actividades con las que se solía disfrutar. Es como una «anestesia al revés»: en vez de evitar que sintamos dolor, nos impide sentir placer.

En ocasiones aparece de forma puntual y en personas sin ninguna psicopatología cuando se ven expuestas a factores potencialmente estresantes, como lo está siendo la COVID-19. Sin embargo, lo común es que se experimente como efecto secundario de algunos medicamentos o como un síntoma de ciertos trastornos: depresión, distimia, ansiedad, esquizofrenia, trastorno por estrés postraumático, adicción a sustancias, etc.

En los últimos meses hemos pasado tanto tiempo en casa que es normal que haya momentos de aburrimiento en los que nada parece satisfacernos. De hecho, todos hemos pasado por etapas en las que nos han dejado de gustar cosas que antes nos encantaban. El asunto cambia cuando deja de ser una circunstancia ocasional para convertirse en recurrente y generalizarse a muchos aspectos de nuestra vida. Hasta el punto de pensar que no hay nada que nos importe e, incluso, tener la sensación de que nada tiene sentido.

A menudo, la anhedonia va acompañada por: cambios de peso, problemas de sueño, fatiga o sensación de tener poca energía, disminución de la libido, dificultad para concentrarse, sentimientos negativos hacia uno mismo y los demás y, en ocasiones, ideación suicida. La persona tiende a aislarse, reduce su actividad y se va abandonando poco a poco en aspectos como la higiene personal, la alimentación o las relaciones.

También es habitual el sentimiento de culpa, e incluso de vergüenza, por no poder disfrutar de lo que antes sí producía placer y que otros sí disfrutan. Y esto puede obstaculizar el buscar ayuda.

El confinamiento por coronavirus ha aumentado los casos de anhedonia.

Dopamina y sistema de recompensa

Nuestro cerebro libera una sustancia química, la dopamina, que interviene en la activación del sistema de recompensa. Cuando este circuito funciona correctamente la dopamina es la responsable de la sensación de placer que experimentamos al comer, escuchar una pieza musical, tener relaciones sexuales o coger en brazos a un hijo recién nacido, por ejemplo.

La anhedonia se produce cuando hay una alteración del sistema de recompensa. O cuando en situaciones de estrés y ansiedad el cerebro deja de producir dopamina.

Tipos de anhedonia

Hay personas que son incapaces de experimentar placer y disfrute en general, mientras que a otras solo les ocurre en ciertos contextos.

  • Anhedonia física. Incapacidad para experimentar placer frente a sensaciones físicas agradables como un abrazo,  estímulos físicos como la comida, etc.
  • Anhedonia social. Se produce cuando la persona no disfruta del contacto con los demás ni tiene interés por relacionarse. Si la situación se mantiene puede llevar al aislamiento y a la desconexión emocional hacia los demás.
  • Anhedonia musical. Incapacidad para emocionarse o disfrutar al escuchar una melodía, aunque otras actividades sí produzcan sensaciones placenteras. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Barcelona y del Instituto Neurológico de Montreal, en Canadá, confirmó que hay personas sin ningún trastorno de base que pueden identificar si una pieza musical es triste o alegre, pero no llegan a convertir esa percepción en emoción.
  • Anhedonia eyaculatoria. Pese a que se cree que la eyaculación siempre es placentera y va asociada al orgasmo, no siempre es así. La anhedonia eyaculatoria se produce cuando la eyaculación no va acompañada del placer del orgasmo.

Anhedonia, apatía y alexitimia

La anhedonia suele confundirse con la apatía y la alexitimia, aunque son conceptos diferentes. La anhedonia está relacionada con la apatía porque ambos son síntomas de trastornos como la depresión, pero no son lo mismo. La apatía hace referencia a la ausencia o pérdida del interés y motivación por las cosas, pero esto no implica que una vez que se hagan no se disfruten.

En el segundo caso, mientras que las personas con anhedonia dejan de sentir emociones placenteras, quienes tienen alexitimia sí las sienten. Lo que ocurre es que son incapaces de reconocerlas. Además, en la anhedonia hay un estado previo en el que sí se sentía placer, mientras que en la alexitimia no existe ese ‘estado anterior normal’.

La Melancolía, de Paul Gauguin

La Melancolía, de Paul Gauguin.

La anhedonia como mecanismo de defensa ante un evento traumático

Las experiencias traumáticas que han impactado gravemente en la vida de una persona también pueden conducir a la anhedonia. En estos casos, funciona como un mecanismo de defensa para distanciarse de aquello que resulta doloroso. De forma puntual, dicho mecanismo puede resultar útil, pero si se vuelve crónico acabará interfiriendo en la capacidad para disfrutar. Por ejemplo, sufrir una violación puede provocar que el placer que se sentía al tener relaciones sexuales desaparezca. En esta y otras situaciones similares, es posible que la persona, al no poder soportar el dolor emocional que ese hecho le provocó, se anestesie inconscientemente. De este modo no siente las emociones negativas, pero tampoco las positivas.

En general, las personas que han sufrido un trauma están más acostumbradas a llevar a cabo acciones destinadas a evitar el dolor y el miedo, que a buscar emociones positivas asociadas al placer. Al estar preocupadas por los posibles peligros, no han aprendido a prestar atención a aquello que podría aportarles placer. Incluso es posible que desconozcan qué actividades les brindan sensaciones de bienestar, qué les suscita curiosidad o interés o qué estímulos sensoriales les parecen más agradables.

En el caso de que haya habido abusos sexuales acompañados de excitación sexual, la víctima puede haber sentido una mezcla compleja de sensaciones de dolor y excitación (ante la estimulación de una zona erógena puede haber una respuesta genital involuntaria, el cuerpo responde aunque la mente no acompañe). Y cabe la posibilidad de que en el futuro anestesie inconscientemente la sensación de placer. Bien porque se sienta culpable o “mala persona” por la excitación que sintió durante los abusos, o bien porque tenga miedo de que el dolor y la vergüenza aparezcan junto con el placer.

No dejes para mañana lo que puedes disfrutar hoy

Las personas con anhedonia viven inmersas en un eterno círculo vicioso: la falta de capacidad para disfrutar lleva a no realizar actividades y la falta de actividad alimenta la anhedonia. Tenemos que hacer para tener ganas de hacer. Pero siempre siendo realistas y poniéndonos objetivos sencillos y asequibles.

  • Crea tus propias rutinas. Retomar de forma progresiva tus actividades cotidianas y establecer ciertas rutinas básicas en las que incluyas actividades con las que antes disfrutabas te ayudará a motivarte.
  • Entrena tus sentidos. Practica Mindfulness y céntrate en cada uno de tus sentidos de manera consciente. Por ejemplo, cuando salgas de casa fíjate en los colores y en cada detalle de lo que ves. Disfruta del olor a tierra mojada después de la lluvia. O trata de identificar el mayor número posible de sonidos que escuches. El tacto puedes entrenarlo experimentando con distintas texturas y el gusto, comiendo con conciencia plena, saboreando y fijándote en las características de cada alimento.
  • Adquiere nuevas habilidades y capacidades. Iníciate en algún deporte, aprende a tocar un instrumento musical, busca una academia donde te enseñen a bailar swing, tango o salsa… Aprender cosas nuevas y experimentar la satisfacción asociada a dominar actividades que hasta ahora te resultaban difíciles te motivará y te ayudará a aumentar tu tolerancia a la frustración.
  • Escribe un ‘diario de pequeñas alegrías’. A veces nuestras expectativas son demasiado altas y muy poco realistas. Esperamos que nos suceda algo estupendo, excitante y maravilloso para ser felices y nos olvidamos de la satisfacción que pueden proporcionar las pequeñas alegrías diarias. Fíjate en lo que tienes alrededor, vuelve a conectar con esos pequeños instantes y apúntalos cuando te sucedan.
  • Pide ayuda si la anhedonia se prolonga. Todos hemos experimentado cierto grado de anhedonia en alguna ocasión. Pero si esa sensación se intensifica o se prolonga en el tiempo, es necesario pedir ayuda profesional. Podría estar avisándonos de la presencia de algún trastorno. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)

Entrena tus sentidos.

Ejercicio para plantar cara a la anhedonia, paso a paso

  1. En un folio, escribe en una columna 10 cosas que hayas disfrutado haciendo en el pasado. Cosas que te hayan aportado placer, felicidad, alegría y de las que guardas buenos recuerdos… (Si te toca estar en confinamiento, escribe también cosas que puedan hacerse dentro de casa). La razón de esto es ayudarte a identificar aquello que una vez te hizo sentir vivo, aunque ahora no te imagines haciéndolo.
  2. A continuación, piensa en cuánta emoción, felicidad y placer te evoca cada una de esas actividades. Califícalas de 1 a 10 y escribe la puntuación correspondiente a la derecha de cada enunciado.
  3. Reflexiona sobre lo difícil que es para ti hacer cada una de esas actividades. Piensa cuánto esfuerzo, tiempo y planificación se requieren para llevarlas a cabo. Y de nuevo puntúa cada una de 1 a 10, siendo 1 «Bastante fácil» y 10 «Imposible». Esta puntuación la añadirás a la  derecha de la «puntuación de disfrute».
  4. Ahora toca encontrar el equilibrio entre el disfrute y el esfuerzo requerido para hacer cada cosa. Resta la cifra que pusiste en esfuerzo de la que indicaste en disfrute. Por ejemplo, si en la actividad «Leer un libro» tu índice de disfrute ha sido 5 y el de esfuerzo ha sido 2 el valor de la actividad será 3 (5-2=3). Repite esta operación en cada una de las actividades.
  5. Observa las actividades con el valor más alto. Estas son probablemente las más fáciles de realizar y las que te proporcionarán mayor disfrute. La clave es realizar dichas actividades, aunque tengas que forzarte un poco. Esto te motivará a seguir delante y te ayudará a reparar tu sistema cerebral de recompensa. Ahora bien, no basta con decir que lo vas a hacer. Da la vuelta a tu hoja de papel y escribe las fechas y horas en que te comprometes a hacer cada cosa. Da igual si te rindes después de cinco o diez minutos. Lo importante es que lo has intentado. Una vez que estés disfrutando ya de las actividades de mayor valor, intenta trabajar en las de menor valor también. Pero, sobre todo, no seas demasiado duro contigo y ten paciencia.
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