Hoy me gustaría hablaros de la serie Gambito de Dama (Netflix). Protagonizada por Anya Taylor-Joy y dirigida por Scott Frank, relata la vida de una niña huérfana con un increíble talento para el ajedrez. Pero la historia de Elizabeth Harmon va mucho más allá, al menos desde el punto de vista psicológico: es una historia de trauma y dolor, pero sobre todo de superación y resiliencia.
A través de siete capítulos se muestra cómo la protagonista tiene que enfrentarse a episodios realmente duros: al trauma que supone el abandono de su padre y el suicidio de su madre (estrellando un coche en el que también iba Beth); a una infancia turbulenta; y a una adolescencia marcada por diversas adicciones, la primera de ellas a los sedantes que le proporcionaban en el orfanato donde pasó parte de su infancia. (Por cierto, antes de que continúes leyendo, si aún no has visto la serie te informo de que a lo largo del texto hay spoilers)
Beth enseguida se da cuenta de que aquellas cápsulas verdes “para aliviar el carácter” pueden ayudarla a evadirse de una realidad opresiva y perturbadora. Y, muy pronto también, encuentra en el ajedrez otra válvula de escape, una realidad alternativa que, a diferencia de la que ella vive, sí puede controlar. Como explica a una periodista en uno de los episodios: “El tablero es todo un mundo de 64 casillas. En él me siento segura, puedo controlarlo, puedo dominarlo y es predecible. Si salgo mal parada la culpa es solo mía”.
La adolescente recurre al control y a la autoprotección para mantenerse a salvo. Pero este aparente individualismo y la dificultad para conectar emocionalmente con otras personas y establecer lazos afectivos profundos solo son capas de una coraza para ocultar su vulnerabilidad y, a la vez, para protegerse. Si me muestro, estoy en peligro y pueden hacerme daño; así que opto por relacionarme de modo superficial y si alguien se acerca demasiado huyo o ‘ataco’, que es lo que ocurre en ciertos momentos de la trama con su madre adoptiva, Alma, y con algunos de sus amigos, como Harry Beltik.
El ajedrez como obsesión y también como salvación
De simple pasatiempo para Beth, el ajedrez enseguida pasa a convertirse en el eje de su vida y en muchas ocasiones en su obsesión. Pero también será su salvación porque gracias al ajedrez tendrá la oportunidad de conocer otros lugares, otras personas y, sobre todo, conseguirá conocerse a sí misma.
En esa aventura descubrirá que, por muchos oponentes a los que se enfrente, su mayor enemigo es ella. De hecho, el triunfo personal y emocional de la protagonista no llega al ganar al jugador ruso Vasily Borgov, sino antes. Su verdadera victoria comienza en el mismo momento en que arroja sus últimas pastillas al inodoro, poco después de admitir que necesita “la mente nublada para ganar” y que no puede “visualizar los juegos sin las píldoras”. Y esa victoria se confirma cuando acepta la ayuda y el afecto que le brindan sus amigos.
El juego del ajedrez se divide en tres fases: apertura, medio y final. Quizás la apertura de Elizabeth Harmon sea trágica y traumática y su medio juego caótico, pero el juego final es, sencillamente, extraordinario y sanador.
Beth y sus adicciones
La misión de las figuras de apego o de los cuidadores es proporcionar una base segura al niño. Una base desde la que explorar el mundo y que le sirva de refugio en caso de peligro. Cuando esto no ocurre, como es el caso de Beth en la serie Gambito de Dama, el niño tiene que desarrollar estrategias alternativas de regulación emocional. Como menciono en otro artículo de este mismo blog sobre la relación entre el alcoholismo y el tipo de apego, esa búsqueda se llevará a cabo “a través de objetos, actividades o conductas que aporten la sensación de calma que no se pudo encontrar en quienes deberían haberla proporcionado”.
Beth llega así a los tranquilizantes, primero, y al alcohol después. Pero en realidad el proceso es el mismo en cualquier adicción. Una persona con un estilo de apego seguro, que ha aprendido a modular sus emociones, es posible que experimente con sustancias en la adolescencia y que todo quede en una conducta exploratoria. Sin embargo, cuando no se conoce la calma ni se ha aprendido a lidiar con la angustia emocional, las drogas, el juego, las compras o el sexo compulsivo se convierten en la vía más rápida para huir del dolor Y, de paso, evitar conectar con un mundo interno demasiado caótico.
La sensación de vacío, por ejemplo, es normal cuando nos enfrentamos a un acontecimiento complicado, como la muerte de un ser querido. Si nuestras figuras de referencia nos enseñaron a calmarnos y a entender que todo pasa, por perturbador que sea, seremos capaces de tolerar esa sensación. Pero nadie atendió las necesidades emocionales de la pequeña Beth. Aprendió que nadie calmaría su angustia y comenzó a buscar sustitutos que llenasen un vacío que no dejaba de crecer y que continuamente le ponía frente a su soledad y a su dolor, justo lo que quería evitar a toda costa.
Trauma y disociación
En la vida, a veces, hay experiencias tan traumáticas o abrumadoras emocionalmente que se produce una desconexión entre la mente de la persona y la realidad que está viviendo. Este fenómeno psicológico se conoce como disociación y supone una auténtica estrategia de supervivencia si el trauma se produce en los primeros años.
Ante una experiencia emocional muy fuerte es posible que nuestro cerebro no sea capaz de procesarla. Entonces, la almacena de forma disfuncional en una red neuronal aislada, a diferencia de los recuerdos normales que se envían a redes interconectadas. Esto explica que haya casos graves, en los que la persona no puede recordar lo ocurrido (al principio de la serie, Beth solo recuerda la última frase que le dijo su madre: “Cierra los ojos”). En circunstancias así, la disociación se convierte en una respuesta adaptativa.
Además de la amnesia, la disociación incluye otros síntomas, como la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno. La protagonista de la serie Gambito de Dama recurre a los tranquilizantes, al alcohol y a veces al propio ajedrez para ‘desconectar’ de su profundo dolor emocional. A lo largo de una gran parte de la trama apenas muestra emociones. Y no será hasta el funeral de Shaibel cuando se ‘abra la compuerta’ y se permita sentir todo el dolor que había retenido. Es a partir de ese instante cuando empieza a conectar consigo misma y, por consiguiente, con los demás. Y también deja de estar atascada en el pasado y en modo supervivencia para vivir el presente.
El poder de la resiliencia
Los seres humanos son capaces de sobrevivir a las circunstancias más horribles. El psiquiatra austríaco Viktor Frankl pasó tres años en campos de concentración nazis y no solo sobrevivió, sino que salió reforzado. En su libro El hombre en busca de sentido, asegura que “el hombre, incluso en condiciones trágicas, puede decidir quién quiere ser -espiritual y mentalmente- y conservar su dignidad humana. Esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido”. Beth supera importantes pérdidas, gana la partida a las adicciones y acaba decidiendo quién quiere ser.
En psicología, se llama resiliencia a la capacidad del ser humano de sobreponerse a tragedias y circunstancias traumáticas e, incluso, salir reforzado de ellas. La psicóloga Emily Werner llevó a cabo una investigación con niños hawaianos en situación de extrema pobreza. Tras un seguimiento de más de 30 años observó algo en común entre los que resultaron más resilientes. Todos habían recibido el apoyo de, al menos, una persona que los había aceptado de forma incondicional y había confiado en sus progresos. Y ese apoyo no venía necesariamente de un familiar.
En su camino, la protagonista de la serie Gambito de Dama tampoco ha estado sola. Shaibel, el conserje del orfanato que la enseña a jugar, será la primera figura positiva en su vida, pero no la única. Los que en algún momento fueron rivales en el tablero, como Harry Beltik, Benny Watts o Townes, se convierten en amigos y mentores y le enseñan el valor de la generosidad. Incondicional también es la amistad de Jolene, su “ángel de la guarda”. Sin embargo, la propia Jolene matiza este apelativo dejando claro la necesidad del autoapoyo: “No soy tu ángel de la guarda. No estoy aquí para salvarte. Tengo bastante conmigo misma. Estoy aquí porque necesitas que esté aquí. Eso es lo que hace a la familia. Eso es lo que somos”.
Paso a paso, la ira de Beth se desvanecerá lentamente, siendo reemplazada por la vulnerabilidad (cuando rompe a llorar en brazos de Jolene) y el agradecimiento hacia sus antes competidores y ahora amigos. Descubrirá que el mundo no está ahí para derrotarla; que hay gente que realmente se preocupa por ella. Unos de manera apropiada y otros de manera quizás confusa, como su madre adoptiva, pero que aun así están con ella.
La protagonista aprende a aceptar y a agradecer la ayuda de otros, a perdonar y a pedir perdón, a aceptar el rechazo y las derrotas, a librarse de sus ataduras y de sus miedos, a conectar con los demás. Y, por encima de todo, aprende a quererse, a aceptarse y a conectar consigo misma. De ese viaje, difícil y tortuoso en ocasiones, pero también revelador y reparador, saldrá fortalecida.
Curiosamente, en una entrevista con Boris Cyrulnik sobre el tema de la resiliencia el neuropsiquiatra alude al ajedrez. Cuando se le pregunta si puede adquirirse esta fortaleza en la edad adulta, responde: “La resiliencia es como una partida de ajedrez. Los primeros movimientos son muy importantes, pero mientras la partida no haya terminado siguen quedando buenos movimientos”.
Así que, ya sabéis, incluso con un mal comienzo… ¡Siempre puede haber un buen movimiento!