Desde que en 1896 se estrenó la primera película considerada de terror (La mansión del diablo), este género no ha dejado de sumar seguidores, pese a lo contradictorio que pueda parecer el hecho de que alguien busque pasar miedo por gusto. Y es que, pese a los sobresaltos que provoca, este tipo de cine continúa fascinando a muchos. Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué nos empeñamos en pasarlo mal? ¿Qué nos lleva a buscar voluntariamente el escalofrío y el susto delante de una pantalla? En realidad, existen múltiples razones por las que nos gustan las películas de terror y nos mantienen pegados al asiento. En este artículo veremos algunas de ellas.
A los seres humanos nos fascina lo que nos asusta. Y es justo esa sensación la que buscamos no solo cuando vemos una película de miedo. También cuando nos subimos a una montaña rusa, hacemos puenting o nos adentramos en el Pasaje del Terror de un parque de atracciones. El miedo nos activa, nos despierta. En una palabra, nos da ‘subidón’.
Los creadores de las historias de terror saben todo esto y también cómo influir en nuestras mentes para provocar esa poderosa combinación entre miedo y emoción.
Qué pasa en el cerebro cuando vemos una película de miedo
Cuando nos sumergimos en una película de terror, nuestro cerebro y todo nuestro cuerpo experimentan las mismas respuestas fisiológicas y neurológicas que cuando percibimos un peligro real, pero sabiendo que no lo es. Veamos el proceso paso a paso, desde el mismo momento en que comenzamos a ver la película:
- Percepción Visual: Nuestros ojos captan las imágenes en la pantalla y la información se procesa en la corteza visual del cerebro, donde se identifica lo que estamos viendo.
- Atención agudizada: A medida que la trama avanza y la tensión aumenta, las áreas relacionadas con la atención se activan. Esto incluye la corteza parietal, que nos permite enfocarnos en la película y bloquear las distracciones.
- Percepción del peligro: Según van apareciendo en la pantalla elementos de ‘peligro’, como monstruos, asesinos o situaciones aterradoras, la información visual se envía a la amígdala, una estructura cerebral crucial para el procesamiento de las emociones en general y del miedo en particular.
- Respuesta de lucha-huida: La amígdala activa el sistema nervioso simpático, responsable de desencadenar la respuesta de lucha o huida. El corazón comienza a latir más rápido, la presión arterial aumenta, los músculos se tensan (a veces haciéndonos temblar) y la respiración se acelera para proporcionar energía adicional.
- Liberación de neurotransmisores: Se inicia la liberación de adrenalina y cortisol. Estos neurotransmisores aumentan el estado de alerta y la energía, preparando al cuerpo para reaccionar ante el peligro percibido. La adrenalina, en concreto, juega un papel esencial en esa euforia que experimentamos en las escenas más terroríficas
- Activación del sistema de recompensa: Al verificar que la situación es segura y superados esos momentos de tensión o de susto, el cerebro comienza a liberar dopamina, neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa.
- Endorfinas. Superado este momento de activación, nuestro organismo volverá a su estado inicial gracias a la secreción de endorfinas, una hormona que tiene un efecto calmante y que contribuye a experimentar una agradable sensación de bienestar. De este modo, de sentir un alto grado de tensión placentera, pasamos a la calma y el alivio, es decir, a la relajación.
- Interconexiones cerebrales: Mientras la trama sigue avanzando, diversas áreas del cerebro trabajan en conjunto. El hipotálamo, por ejemplo, regula las respuestas físicas, el córtex prefrontal controla la toma de decisiones y la corteza cingulada anterior procesa la anticipación y la resolución de problemas.
- Identificación con personajes: La empatía con los personajes de la historia puede llevar a una mayor implicación emocional. Si nos identificamos fuertemente con un personaje en peligro, las neuronas espejo y las áreas cerebrales relacionadas con la empatía se activarán y nos sentiremos aún más conectados con la trama.
- Recuperación y procesamiento: Después de ver la película, el cerebro pasa por un proceso de recuperación. Las áreas relacionadas con el control emocional y la memoria, como el hipocampo, nos ayudan a procesar y almacenar la experiencia.
Qué hay detrás de esta atracción por el cine de terror
A continuación, vamos a desgranar algunas de las razones que están detrás de esa fascinación que muchos sentimos por el cine de terror (pese a los sustos):
Sabemos que lo que estamos viendo no es real
El hecho de saber que estamos entrando en un mundo ficticio se convierte, en cierto modo, en una especie de escudo emocional que nos permite explorar el miedo de una manera segura. Pese a que la parte más primitiva e instintiva de nuestro cerebro reacciona ante los estímulos que van apareciendo en la pantalla, gracias a nuestra parte más racional también sabemos que los monstruos, fantasmas y asesinos que aparecen en la película no pueden hacernos daño en la vida real, lo que nos brinda cierta tranquilidad en medio de la tensión.
Y es justo esta capacidad para saber que lo que vemos no es real lo que nos ayuda a distanciarnos emocionalmente. Una habilidad psicológica fundamental que nos permite experimentar emociones sin quedar atrapados en ellas. En el contexto de las películas de terror, gracias a esta distancia podemos explorar nuestras propias reacciones emocionales y liberar tensiones sin consecuencias reales. Disfrutamos del miedo sin efectos secundarios.
Miedo controlado
Justo la propia naturaleza ficticia de lo que estamos viendo y la capacidad para crear una distancia psicológica entre nosotros y lo que ocurre al otro lado de la pantalla nos lleva a otro factor que facilita el que disfrutemos de las películas de terror: la percepción de control. A diferencia de los miedos en la vida real, ante los que a menudo nos sentimos impotentes, en este caso sabemos que en cualquier momento podemos salir de la sala de cine o apagar la televisión si así lo deseamos.
Esta percepción de control sobre la situación nos permite enfrentar nuestros temores de manera segura. Por ejemplo, podemos graduar activamente el nivel de atención que prestamos a la película y así controlar el efecto que emocionalmente tiene sobre nosotros.
Ya lo decía Alfred Hitchcock: «A la gente le gusta tener miedo cuando se sienten seguros».
Sentimos miedo y placer a la vez
Los investigadores Eduardo Andrade y Joel Cohen realizaron un estudio con estudiantes universitarios a los que dividieron en dos grupos, según fuesen o no aficionados al género. Tras mostrarles algunos fragmentos de películas de terror comprobaron que ambos grupos manifestaron niveles similares de sentimientos negativos. Sin embargo, también observaron que, mientras que los alumnos que no solían ver este tipo de cine mostraban niveles bajos o nulos de placer durante el visionado, el nivel de disfrute de los fans del género era mayor cuanto más aterradoras eran las imágenes.
En esta capacidad para encontrar placer en los sustos y escalofríos también influyen sustancias como la adrenalina y la dopamina, de las que hemos hablado.
Liberamos nuestros deseos reprimidos
La atracción por el cine de terror también está relacionada con nuestros deseos ocultos y con nuestra «Sombra», como denominó Jung a esa parte oscura que todos tenemos. Y es que este tipo de historias nos permiten liberar y procesar emociones reprimidas y canalizar nuestros instintos mas agresivos o violentos de una forma socialmente aceptada y sin sentirnos juzgados.
Un artículo del diario La Vanguardia remite a las palabras Stephen King para explicar el porqué de las risas nerviosas y los aplausos que escuchamos en una sala de cine ante una escena sangrienta, por ejemplo. Según el autor de innumerables obras de terror, esta reacción es «una válvula de seguridad para dejar salir, sin herir a nadie, nuestros impulsos más agresivos y violentos».
Búsqueda de sensaciones
Hay determinados rasgos de personalidad que influyen en que nos guste, o no, el cine de terror. Por lo general, los aficionados a este género muestran una mayor puntuación en la variable extroversión y también en la dimensión «búsqueda de sensaciones». Este último rasgo fue definido por Marvin Zuckerman como el deseo de tener «sensaciones y experiencias nuevas, variadas, complejas e intensas». Según este psicólogo estadounidense ver este tipo de cine supone una experiencia estimulante, como hacer puenting o subirse a una montaña rusa.
Aprendemos a enfrentarnos a nuestros propios miedos
Aunque parezca mentira, este género nos ofrece valiosas lecciones sobre la resiliencia y puede ayudarnos a gestionar nuestros propios temores. Al fin y al cabo, se nos presentan simulaciones de situaciones extremas que nos permiten explorar eventos aterradores desde un entorno de seguridad. Por ejemplo, observamos cómo los personajes enfrentan situaciones de vida o muerte y recurren a diferentes estrategias de afrontamiento para sobrevivir. Y también aprendemos a través de ellos sobre la toma de decisiones, la colaboración y la adaptabilidad en momentos críticos.
Los autores de un estudio publicado en 2021 encontraron que los aficionados al cine de terror mostraron una menor angustia y una mayor resiliencia durante los peores momentos de la pandemia de COVID-19, especialmente los fans de un subgénero denominado «prepper» que incluye tramas apocalípticas o invasiones alienígenas y de zombis. Para el director del estudio, Coltan Scrivner, estas conclusiones apoyan la hipótesis de que «la exposición a ficciones aterradoras -tanto películas como novelas- permite al público ‘practicar’ estrategias de afrontamiento eficaces que pueden ser beneficiosas en situaciones del mundo real».
Por otra parte, a través de la conexión empática con los personajes y la identificación con sus luchas, podemos aprender a afrontar nuestros propios demonios internos. Como escribe Stephen King en su ensayo Danza Macabra, «una buena historia de terror es aquella que funciona a un nivel simbólico, utilizando sucesos ficticios (y a veces sobrenaturales) para ayudarnos a comprender nuestros propios miedos reales más profundos».
Comprendemos un poco mejor el mundo que nos rodea
Los seres humanos tenemos la necesidad innata de comprender el mundo que nos rodea. La atracción por lo desconocido, lo misterioso y lo prohibido es uno de los motivos por los que disfrutamos de este género.
También la curiosidad es una característica fundamental de nuestra especie (la misma que nos lleva a detenernos para observar un accidente). Y estas películas nos permiten satisfacerla. Podemos explorar en un entorno seguro temas considerados tabú o que desafían normas morales o sociales, como la violencia, la muerte, la posesión demoníaca o el canibalismo. Esta exploración de lo prohibido nos permite enfrentar nuestros propios límites y comprender mejor la naturaleza humana, pero también reflexionar sobre las consecuencias de transgredir reglas o límites establecidos y desafiar ciertas normas y valores.
Mejor en compañía
Las películas de miedo también son una excusa perfecta para socializar. Vicente Pérez y Andrés García, profesores en la Facultad de Psicología de la UNED apuntan que ver este tipo de filmes «fomenta la cohesión del grupo», sobre todo entre los adolescentes. Por su parte, Paco Plaza, director de películas como REC o Hermana Muerte, que acaba de estrenarse en Netflix, también lo ve así: «El terror es un género que se disfruta mucho en compañía, es muy divertido de ver con amigos, con gente que se asuste contigo a la vez. Tiene algo de tren de la bruja, de algo experiencial que lo hace especialmente divertido para vivir en una sala de cine».
No hay que olvidar que somos seres gregarios. Nos gusta compartir en grupo experiencias emocionales, sobre todo si son intensas. Da igual si se trata de una peli de miedo, un acontecimiento deportivo, un concierto de rock o, incluso, una celebración religiosa.
El ‘subidón’ se mantiene más allá del final de la película (la transferencia de excitación)
La teoría de la transferencia de la excitación, propuesta por Dolf Zillmann, explica por qué las películas de terror generan respuestas emocionales tan intensas. Sugiere que las emociones y la excitación generadas por una experiencia previa pueden transferirse o amplificarse en una experiencia posterior.
Puede ocurrir, por ejemplo, que cuando nos sentemos a ver una película de terror, ya haya una cierta excitación previa. Esta excitación puede ser resultado de eventos recientes o incluso por la anticipación del miedo que vamos a pasar. En este caso, cuando esa excitación previa se combine con la generada por la propia trama se intensificará nuestra respuesta emocional.
Fisiológicamente, esta transferencia de la excitación se traduce en un aumento del ritmo cardiaco, la presión arterial y la respiración que persiste aun cuando la película ya ha finalizado. Esto significa que, si luego realizas cualquier actividad que te agrade antes de que esa excitación se desactive tus emociones positivas se intensificarán porque ya no partirás de cero.
«Me gusta el terror porque es de mentira. Nos hace olvidar el horror real, del que no hay escapatoria», Álex de la Iglesia (director de cine)
Referencias bibliográficas
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